Crisis de final de régimen

  • Autor de la entrada:
  • Categoría de la entrada:Artículos

descargaRaúl Zibechi, periodista

Cinco meses antes de las elecciones estadounidenses, el centro de pensamiento estratégico francés LEAP (Laboratorio Europeo de Anticipación Política) había anunciado que serían, independientemente de quien las ganara, el «detonante de la fase final de la crisis económica y financiera estadounidense».

Aquel pronóstico cobra toda su dimensión con el escenario que se abre luego del triunfo de Donald Trump, y de modo muy particular por la reacción de la élite que se siente derrotada.

En un análisis convergente, el libro ‘La economía sin líder’ de Peter Temin del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y David Viñas de la Universidad de Oxford, explica que la de 2007 no fue una crisis más, sino que fue «el final de la dominación económica de Estados Unidos en el mundo» y que, por lo tanto, debía ser entendida como una «crisis de fin de régimen». Ambos economistas desarrollan una lectura interesante de la crisis de 1929: fue parte de un período de transición caótico entre la crisis hegemónica del Reino Unido y la posterior hegemonía de Estados Unidos a partir de 1945.

Ahora estaríamos atravesando un período similar. Al no existir ninguna potencia global capaz de inducir cierto orden en el mundo, la recesión es inevitable porque persiste el caos sistémico.

Ese es el panorama que estamos viendo estos días en Estados Unidos. Miles de personas se manifiestan en las principales ciudades contra el triunfo de Trump, al parecer impulsadas por las fundaciones del mega-especulador George Soros, algo inédito en la historia de ese país. Hillary Clinton culpa al FBI de su derrota. Apenas dos hechos que revelan la profundidad de la crisis o, más ajustadamente, ‘el fin de régimen’ que vive la ex-superpotencia. La pérdida de la hegemonía por parte del sector financiero es un reflejo del declive de Estados Unidos a escala global.

Para enfrentar el retroceso, Trump se propone reconstruir el ‘sueño americano’, volviendo al proteccionismo que permitió al país convertirse en la primera potencia económica a comienzos del siglo XX. Pero no todo es economía. En aquel período, Estados Unidos era un país atractivo para millones de personas en todo el mundo. Intelectuales, artistas y científicos de renombre emigraban desde una Europa flagelada por la guerra, la pobreza y la persecución nazi, atraídas por el ‘sueño americano’. La vitalidad de una nación la convierte en un lugar atractivo para las personas.

Ahora sucede todo lo contrario, muchos quieren irse de un país que los oprime, como sucede con los que anuncian su intención de emigrar a Canadá. Además de los millones de ciudadanos que pueden ser expulsados, con el consiguiente daño al prestigio nacional.

El ‘fin de régimen’ abarca todos los campos: el económico, el político, el cultural, el psicológico y el sanitario, entre los más destacados. Todo eso no se revierte regresando a un sueño imposible, sino aceptando la nueva realidad del mundo multipolar en el que vivimos. Supone, por lo tanto, negociar con otras naciones en pie de igualdad.

Es difícil que Trump consiga desbaratar la globalización neoliberal impuesta desde la década de 1980 por los sucesivos gobiernos republicanos y demócratas, encabezada por el sector financiero que fue su gran beneficiario. Sin embargo, habrá cambios. El presidente electo parece menos interesado en el ‘pivote hacia Asia’ promovido por Barack Obama y es muy probable que entierre el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TTP), lo que sería un respiro para China ante la perspectiva de conflicto en el mar del Sur de China. Pero el primer test de su política internacional será Oriente Próximo, y Siria en particular.

Si Trump se compromete a combatir seriamente a Daesh —organización prohibida en Rusia y otros países—, como prometió en su campaña electoral, la distensión en la región más caliente del mundo puede ser el primer paso para la solución de otros conflictos, como el que atraviesa Ucrania. Aún es muy pronto para sacar conclusiones, pero podemos augurar que su Gobierno estará acosado por las poderosas fuerzas que desean una escalada del conflicto con Rusia.

En todo caso, el futuro inmediato será de mayor incertidumbre e inestabilidad. Un editorial del diario chino Global Times del 10 de noviembre, bajo el título ‘¿Puede Trump ser un presidente poderoso?’, revela la fragilidad que tendrá su Administración. «Trump parece duro, decidido y sin restricciones. Sin embargo, su liderazgo no será un reflejo pleno de su personalidad». El editorial del órgano del Partido Comunista chino recuerda que Trump no tiene una conexión profunda en los círculos políticos y su relación con la élite es tensa.

Pero el punto central, según Global Times, es que el juego de pesos y contrapesos «debilitará el espíritu de Trump», al forzarlo a llegar a compromisos. Sin embargo, el editorial recuerda que está en condiciones de cumplir gran parte de su objetivo de «sacudirse responsabilidades internacionales y centrarse en los asuntos internos». Esto ya sería un gran paso en un escenario global crispado por los conflictos que involucran al Pentágono y a sus aliados. En todo caso, para los pueblos del mundo sería un respiro.

El portal oficialista chino concluye que, más allá de los deseos del presidente electo, se puede esperar que Estados Unidos «pondrá fin a la proyección de capacidades estratégicas en todo el mundo», por la sencilla razón de que «no es lo suficientemente potente como para mantener su hegemonía global».

Entre todas las limitaciones ya conocidas, aparece una nueva y determinante como la fractura interior. No es un dato menor. Una fractura similar estuvo en la base de la primera derrota militar de Estados Unidos, en Vietnam, de donde debió retirarse humillado en 1975 ante las masivas protestas contra la guerra, en las universidades y en las calles, con concentraciones de hasta medio millón de personas.

En este período turbulento, la geopolítica desplaza a la economía como forma de comprensión de la realidad. Las potencias decadentes suelen tener cierta ‘ceguera geopolítica’, una suerte de incapacidad de comprender su nuevo lugar en el mundo porque se dejan guiar por los tiempos de esplendor y no pueden admitir la decadencia.

Por esa razón, hoy el pensamiento estratégico está más arraigado en los países que integran los BRICS que en Estados Unidos y en Europa.

Facebooktwitterlinkedinrssyoutube
Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail