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Cuidado o cómo se reinventa la derecha madrileña

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Pablo Carmona Pascual, historiador, Concejal de Ganemos Madrid

Cristina Cifuentes se encargó de coordinar los dispositivos de desahucios de familias más estremecedores que se hayan conocido en España y no menos contundente fue con el movimiento del 15M. Pero quizás su momento de mayor innovación como Delegada fue en marzo de 2013, cuando intento vincular a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca con ETA. ¿Dónde estaba la novedad y el cambio con respecto a los peores años del PP, bajo los Delegados del Gobierno Ansuátegui o Núñez Morgado? A primera vista parece que no los hay.

Corría el año 2003 cuando Esperanza Aguirre salía elegida como flamante presidenta de la Comunidad de Madrid. Apenas un año después, era elegida Presidenta del PP madrileño por una abrumadora mayoría. Aguirre recibió más del 90% de los votos. Nacía así La Lideresa. Madrid se convertía en el principal bastión del Partido Popular en la era de Zapatero. Pero Aguirre, lejos de sentirse sola, defendió un partido “sin complejos”.

Con Espe se acabaron las lamentaciones. A la política hay que venir llorados de casa, solía decir. Las cuitas sobre los apoyos a la Guerra de Iraq o las mentiras del 11M, que hicieron caer al gobierno de Jose María Aznar, no debían arrugar a su partido. No sólo había que aplicar la receta neoliberal y defender su pasado sin un ápice de sonrojo,  sino cabalgar la ola de reacción que logró levantar Libertad Digital y la variopinta sucesión de organizaciones, blogs y asociaciones que se movilizaron contra Zapatero y que dieron los primeros impulsos a la nueva derecha madrileña.

A partir de ese momento la política madrileña se enmarcó en torno a cuatro ejes básicos. El primero consistió en reorganizar, movilizar y reflotar la imagen de un partido que estaba en horas bajas. La segunda se confirmó en el ataque a los servicios públicos –en especial la educación pública y la sanidad–, apostando de manera clara por la enseñanza concertada y privada, además de la mercantilización de la sanidad pública. En tercer lugar, Esperanza se encargó de movilizar todo el suelo disponible para hacer de Madrid un vasto territorio al servicio de la especulación inmobiliaria y de una obra civil inflacionaria. El Partido Popular, el de Gallardón y el Aguirre, publicaron una Ley del Suelo que permitía la urbanización indiscriminada, la desregulación y la venta de patrimonio público. Madrid debía crecer a toda máquina, y con niveles de endeudamiento históricos.

Pero para entender la receta de estas apuestas políticas nos falta otro ingrediente: la corrupción. Hoy es sencillo seguir, al menos en parte, las tramas corruptas que se forjaron en aquellos años. La clave de estas tramas no está sólo en descubrir como se robaba dinero a manos llenas de las arcas públicas. La clave está en la pregunta acerca de qué función cumplieron estas redes de corrupción que atraviesan al Partido Popular y que hoy se destapan ¿Cuánto de fundamentales son en la estructura del Partido Popular y en qué medida van a determinar su futuro inmediato?

Avancemos. Ya sabemos que la hipótesis del garbanzo negro no es creíble, a pesar de que se repita una y otra vez. Madrid y el Partido Popular de Madrid sólo pudieron ganar su posición gracias a un hecho: la construcción de un aparato de partido de enorme capacidad hegemónica basado en precisas redes clientelares y en el favor de la oligarquía regional. Resulta poco creíble que una trama dirigida a fortalecer las estructuras del partido y a sus máximos dirigentes sólo tuviese que ver con el lucro personal. Bárcenas, Gürtel, Púnica o la reciente Operación Lezo descubren la relación entre diversos entramados empresariales y el reforzamiento –vía caja B– de las campañas, las estructuras y los líderes del Partido.

La magnitud de estas alianzas político-empresariales se deja entrever en la función que desempeñaron entidades como Caja Madrid/Bankia y el Canal de Isabel II. Ambas fueron utilizadas como motores financieros de estas tramas y como cajas repartidoras de dividendos y prebendas. Siempre el suelo, el patrimonio y el presupuesto público en provecho del beneficio privado. El dinero circulaba sin muchos obstáculos: empresas públicas y privadas hacían su trabajo, al tiempo que se producía el enriquecimientos desmesurado de algunos, soportado en la estructura política que hacía posible el engranaje. El sistema llegó a funcionar tan bien que –tal y como sucedió en el caso de Caja Madrid– que también engordó las cuentas de importantes miembros de los partidos de la oposición y de los grandes sindicatos. Nada podía fallar.

Era imposible que tantos favores públicos en forma de autovías, servicios sanitarios o prebendas inmobiliarias se produjesen a cambio de nada. De hecho el Tamayazo fue un simple aviso de que –por debajo de la ley–, en Madrid se cocinaba con políticas de corrupción, lo que a la luz pública salía como ventas de patrimonio público, privatizaciones, etc. El Partido Popular, parte ya de la oligarquía madrileña, tenía forma de corte versallesca.

Sucesiones Cifu S.L.

Las consecuencias de este orgía de corrupción y nepotismo, alimentada por la mercantilización de los servicios y las instituciones públicas madrileñas, han sido tan grandes, que cuando se han empezado a destapar, se han llevado por delante a casi dos generaciones de políticos madrileños del PP. De hecho, la pirámide se derrumbó de forma inversa. Primero cayeron los jóvenes cachorros del aguirrismo, con Fernández Lasquetty y Lucía Fígar. Más tarde sus mentores Francisco Granados, Ignacio González y Esperanza Aguirre.

Las dimensiones de esta trama, nos ensañan algo importante: la corrupción se inscribe dentro de un plan político que va más allá de los nombres concretos. La corrupción cumple una función política concreta, genera redes clientelares y estructuras políticas asociadas a un particular modelo económico. Este se basa principalmente en  la privatización de bienes públicos y en el uso intensivo y especulativo del suelo de nuestra región.

Sin embargo, el futuro del PP de Madrid ha quedado expedito para quien quisiera ponerse la careta de la renovación. Desde hace mucho, ese banquillo está ocupado por Cristina Cifuentes. Este rostro de renovación ha sido diseñado según el molde de un nuevo perfil ganador. Dos elementos a considerar: Cifuentes se apoya en el mismo equipo asesor que creó la ilusión de apertura amable de Alberto Ruiz Gallardón. En segundo lugar, Cifuentes no tiene enlaces evidentes con el aguirrismo.

Hoy, cuando Aguirre cae, Cristina sube. Y no sólo sube, sino que se suma a la ola de crítica e indignación, como si ella viniese de un planeta extra-PPopular, como si la mera intención de ocupar el lugar de Aguirre en Madrid la exculpara de lo sucedido, sobre todo al ser desde hace más de dos décadas máxima dirigente del PP de Madrid. De este modo, la figura de Cifuentes no se alza sobre la novedad de sus políticas o de sus ideas dentro del partido sino sobre un cambio de imagen, que nos quiere obligar a prestar el beneficio de la duda.

Por eso merece la pena analizar su carrera política reciente, primero como Delegada del Gobierno en Madrid y luego como Presidenta de la Comunidad de Madrid. En el primer puesto Cifuentes se encargó de coordinar los dispositivos de desahucios de familias más estremecedores que se hayan conocido en España y no menos contundente fue con el movimiento del 15M. Pero quizás su momento de mayor innovación como Delegada fue en marzo de 2013, cuando intento vincular a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca con ETA. ¿Dónde estaba la novedad y el cambio con respecto a los peores años del PP, bajo los Delegados del Gobierno Ansuátegui o Núñez Morgado? A primera vista parece que no los hay.

Tras su paso por Delegación, empujada por el mismo aparato del PP de Madrid y contando con la inestimable ayuda de Ciudadanos, Cifuentes tomó un creciente impulso como candidata y como Presidenta de la Comunidad de Madrid. La realidad es que en sus políticas, las líneas maestras de Aguirre siguen vigentes. Para demostrarlo basta con considerar dos casos: uno es la nueva Ley del Suelo que, ahora en su fase inicial. Esta no hace sino radicalizar y profundizar las políticas del pasado, abriendo aún más el territorio regional a los procesos de especulación urbanística. Otro son los presupuestos de 2017, que dotan con mayores recursos a los hospitales privatizados y limita los de los públicos.

En ambos casos, Cifuentes se muestra más como un cambio estético antes que político. Los elementos básicos con los que se construyó la era de Aguirre siguen intactos. Ahora queda por ver como este nuevo liderazgo encaja en el versallesco panorama de las oligarquías madrileñas, donde ahora sabemos, a ciencia cierta, que los maletines de dinero dirigidos a financiar estructuras políticas y a sus responsables engrasaban los motores políticos de la Comunidad de Madrid.

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