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¿ Más allá de la izquierda y la derecha ?

66403_582237785125456_174659499_nHugo Martínez Abarca, escritor y bloguero

Si quienes defendemos valores emancipatorios (la gente que somos de izquierdas) queremos construir un país distinto tendremos que generar una mayoría social que hasta ahora no se ha tejido. Ello será imposible sin ir de la mano de gente que, por los motivos que sean (familiares, religiosos o incluso estéticos) se ha ubicado en la derecha. Basta afinar el oído para encontrar a conocidos que han venido ubicándose en esa derecha pero que acuden a las protestas populares por la democracia y los derechos sociales. O ver cómo colectivos tradicionalmente conservadores (los médicos, por ejemplo) se han arrancado a reivindicar lo público con constancia y esfuerzo.

 

El último barómetro del CIS incorporaba una tanda de preguntas muy interesante sobre qué valores consideraba la ciudadanía que se asociaban con “ser de izquierdas” y cuáles con “ser de derechas” (pregunta 10, en la página 7). Sólo en el valor “eficacia” había cierta igualdad, aunque se asociara un poco más con ser de derechas (21% lo relacionaba con la derecha y 18% con la izquierda). En el resto de valores arrojaban diferencias como mínimo del 13%, por lo que claramente se asocian a uno de los dos polos ideológicos. Así, la gente relaciona con ser de izquierdas la igualdad, la honradez, los derechos humanos, la libertad individual (gran derrota de las soflamas de la derecha neoliberal), el progreso, la solidaridad, el idealismo y la tolerancia. Con ser de derechas sólo se asocia, según esta encuesta del CIS, el orden y la tradición.

Intuitivamente podemos adivinar que una amplísima mayoría de la sociedad defiende esos valores que asocia con la izquierda: entre orden y tradición o igualdad, honradez, derechos humanos, libertad… parece claro qué valores defendería, al menos retóricamente, una abrumadora mayoría social. Pero eso se traslada muy amortiguadamente a la escala ideológica: la media de autoubicación es un centrista 4.7/10.

Las palabras son instrumentos para entendernos. Si con “izquierda” y “derecha” entendiéramos siempre lo que aparece en esa pregunta número 10 del sondeo todo sería muy fácil (y bastante razonable). Sin embargo está claro que muchísima gente entiende que cuando decimos “la derecha” estamos hablando del PP y si decimos “la izquierda” estamos hablando del PSOE o, en el mejor de los casos, el PSOE y otros, independientemente de qué valores y propuestas defienda cada uno en la realidad concreta. Aunque vemos que la ciudadanía tiene claro qué es ser de izquierdas y quéser de derechas, después la izquierda y la derecha juegan en España un papel parecido al del Madrid y Barça. Ello se traduce en que decisiones políticas como el voto obedecen más que a la conquista de los valores y propuestas que uno defiende (lo cual daría una gran ventaja a la izquierda) a una suerte de pertenencia identitaria que no obedece necesariamente a los intereses de clase social ni a los valores que uno defienda.

Tendríamos mucho ganado si pudiéramos defender lo mismo (la igualdad, la libertad, los derechos humanos… todo eso que se resume en la emancipación colectiva e individual) con un lenguaje nuevo, es decir, un discurso de izquierdas que evitase apelar a la izquierda como esa identidad recogida en una de las dos patas del bipartidismo que tanto ha dificultado la consecución de políticas de izquierdas. El empleo de un lenguaje que no apele a esa lógica bipartidista no sería ninguna traición a nuestros objetivos: es difícil escuchar a líderes latinoamericanos inequívocamente de izquierdas hablar de izquierda, no les hace falta; tampoco es fácil encontrar el uso de la palabra izquierda en los textos de nuestros clásicos.

Pero prescindir de la apelación a la izquierda tampoco es fácil por razones históricas y sociológicas de este país. Los orígenes de la dictadura franquista están en el fascismo que negaba la lucha de clases y por ello se ubicaba fuera de la escala izquierda-derecha. Y definirse de derechas en este país, pese a todos los intentos de rearme moral de la derecha empeñados por Esperanza Aguirre y José María Aznar han tenido un sonoro fracaso. Por eso en esa misma encuesta del CIS sólo un 13% se definía en la parte derecha de la escala frente a un 37% que se ubicaba en la izquierda. La derecha tiene tan mal nombre que todos sabemos que cuando alguien se define como “ni de izquierdas ni de derechas” es de derechas o muy de derechas.

Si las palabras nos sirven para entendernos, en el caso de la izquierda y la derecha tenemos una polisemia infernal que dificulta enormemente el entendimiento: la lógica bipartidista hace que la apelación a la izquierda repela a mucha gente que comparte los valores y propuestas que consideramos que forman parte de ser de izquierdas; pero el rechazo expreso a la retórica izquierda-derecha nos granjea una merecidísima sospecha de estar ubicados en la derecha más dura (y tramposa).

Según la tradición las palabras derecha e izquierda nacieron porque los que se sentaban en un lado de la cámara defendían unos intereses asociados con un tipo de valores y propuestas y los que se sentaban en el otro defendían otros antagónicos: es decir, los intereses de unas capas sociales ubicadas en lo alto de la escala social los sentados en la derecha y los de quienes están abajo los sentados en la izquierda. Andando el tiempo hemos perdido el valor político e incorporamos a la lógica colectiva que la derecha es la que se sienta en la derecha del Congreso y la izquierda la que se sienta en la izquierda, aunque desde las sillas de la derecha y de la mayoría de la izquierda geográfica se defiendan, con los matices que sean necesarios, los intereses de la élite económica y social.

Si quienes defendemos valores emancipatorios (la gente que somos de izquierdas) queremos construir un país distinto tendremos que generar una mayoría social que hasta ahora no se ha tejido. Ello será imposible sin ir de la mano de gente que, por los motivos que sean (familiares, religiosos o incluso estéticos) se ha ubicado en la derecha. Basta afinar el oído para encontrar a conocidos que han venido ubicándose en esa derecha pero que acuden a las protestas populares por la democracia y los derechos sociales. O ver cómo colectivos tradicionalmente conservadores (los médicos, por ejemplo) se han arrancado a reivindicar lo público con constancia y esfuerzo.

Lo que toca es pensar si debemos esperar a que estos sectores canten su derrota (“es verdad, la derecha era mala, me hago de izquierdas, porque izquierda es un conjunto de valores y propuestas con los que me identifico, no esos señores que se intentan apropiar de la palabra izquierda”), algo más que improbable, o preparamos una pista de aterrizaje. No podemos pretender que quien era del Barça se pase al Madrid, sino que entienda que esa lógica identitaria (que tan útil ha sido al bipartidismo en la política como en el fútbol) ya no vale.

No se trata de afirmar que no somos ni de derechas ni de izquierdas, afirmación que siempre se lanza para reforzar los intereses y valores de derechas, sino establecer la retórica del conflicto social en términos distintos que permitan a quienes defendemos lo mismo (esos valores que la gente señala como ser de izquierdas) luchar juntos por esos objetivos. Si llevamos décadas viendo que se puede estar en la izquierda sin ser de izquierdas preparemos un espacio simbólico y retórico que permita ser de izquierdas sin necesariamente estar en la izquierda.

Decía Julio Anguita en su presentación en Madrid del Frente Cívico: “En mis intervenciones yo no hablo de izquierda y soy comunista. No entro al trapo de la definición, entro al trapo de lo concreto”: por ahí habrá que indagar para buscar generar mayorías sociales constituyentes. En la calle están surgiendo nuevas retóricas que reconvierten el conflicto geográfico horizontal (izquierda-derecha) en el conflicto social vertical original (99%-1%; los de abajo-los de arriba; pueblo-banca…). No es una tarea fácil, pero es imprescindible si asumimos que no estamos en una lucha de léxico sino de clases y que es urgente cambiar el país para que deje de gobernar la clase dominante y lo hagan las capas populares.

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