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Una vez más, la izquierda como problema

images (1)«No existe fuerza política ni sindical, entre las que han constituido el régimen, que no se encuentre involucrada hasta la médula en la corrupción»

Joaquín Miras y Joan Tafalla

“Los partidos nacen y se constituyen en organización para dirigir la situación en momentos histórica-mente vitales para su clase; pero no siempre saben adaptarse a las nuevas tareas y a las nuevas épocas, no siempre saben desarrollarse según se van desarrollando las relaciones totales de fuerza (y por lo tanto la posición relativa de sus clases) en el país determinado o en el campo internacional…

La burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa; si ésta acaba por constituir un grupo solidario, que se apoya en sí mismo y se siente independiente de la masa, el partido acaba por volverse anacrónico, y en los momentos de crisis aguda queda vacío de su contenido social y queda como apoyado en el aire”. Antonio Gramsci[1]

 

La situación política española está marcada, como sabemos, por la conjunción en el tiempo de dos fenómenos históricos: la así llamada crisis económica y la crisis del conjunto de formas de dominación y dirección creadas durante la así llamada Transición.

La conjunción de ambos elementos produce fenómenos complejos ante los cuales es difícil orientarse. Sobre todo, y ese es el objeto principal de esta reflexión, si la autoproclamada izquierda se empeña en enfrentarse a ellos desde un pensamiento débil. Extremadamente débil.

Primero: los mecanismos de desposesión y expropiación que llaman crisis.

La llamada crisis económica ha sido producida por el sector financiero del capitalismo, lanzado a una fase de acumulación de capital basada en la desposesión de la mayoría de la población. Esta ofensiva de los expropiadores incluye diversos aspectos:

a.- En el territorio comprendido dentro de la Unión europea, el capital financiero e industrial alemán, tras una larga marcha, ha conquistado el espacio vital (Lebesraum) que la geopolítica alemana de los años veinte del siglo pasado consideraba imprescindible para darle un rol hegemónico en Eurasia. Una conquista de evidentes características neo-colonizadoras de los  territorios periféricos de la Unión Europea.

Los autores de este material venimos denunciando desde los años ochenta del siglo pasado el carácter imperialista de la llamada construcción europea: nos opusimos a la entrada de España en el Mercado Común, nos opusimos al tratado de Maastricht, nos opusimos al Tratado constitucional de la Unión, nos opusimos al euro, nos opusimos al fraudulento cambio de la constitución española en 2011. Teníamos sólidas razones para hacerlo y la realidad ha venido a demostrarlas. Desde esta perspectiva consideramos que reconocer analíticamente la situación actual y, proponer, como hace la izquierda, sea el PSOE o todo lo que se halla a su izquierda, políticas supuestamente favorables al pueblo trabajador sin poner en cuestión el proceso europeo, es pura demagogia.

La destrucción de estados y de soberanías por parte de la UE, mediante una larga (casi cuarenta años) ofensiva institucionalizadora de nuevos mecanismos políticos, jurídicos y económicos ha hecho entrar en barrena los escasos instrumentos políticos democráticos existentes que se habían institucionalizado tras la derrota del fascismo y del nazismo en 1945. Como consecuencia de esa ofensiva, en el conjunto de Europa toda una civilización se está hundiendo.

Las conquistas acumuladas por las luchas más que centenarias del movimiento obrero, por la ofensiva frente populista y antifascista y de la Resistencia antifascista, pero también por la llegada del Ejército Rojo al río Elba, y por la presencia de fuertes partidos comunistas de masas y de fuertes sindicatos de clase  están en cuestión.

La entrada de España en la UE condenó a nuestro país a un papel periférico para siempre más en la dinámica de desarrollo libre del capitalismo en el área de la UE. La industria competitiva se desmanteló[2], se entró en la permanente subasta a la baja de los costes laborales.

Las centrales sindicales mayoritarias mostraron a los trabajadores que la resignación y la sumisión era única vía para poder trabajar. Ello sin que las minoritarias o las sucesivas y localizadas escisiones de CCOO pudieran o supieran revertir este proceso.

Las condiciones laborales eran cada vez más similares a la esclavitud a tiempo parcial. Mientras, los sucesivos gobiernos presentaban como muestra de su sagacidad política y de su utilidad para los trabajadores la concesión de ingentes incentivos fiscales e incluso urbanísticos (mediante recalificaciones o cesiones gratuitas de suelo industrial) para que las multinacionales del automóvil o de otros sectores de la producción decidieran localizar en España la producción de unos de sus modelos[3].

Este proceso de recolocación de España en una lugar periférico dentro de la UE fue encubierta por la cortina de humo de los ingentes fondos europeos ( cuyo carácter corruptor masivo de las conciencias debe ser tenido muy en cuenta), que mantuvo el espejismo de una mejora de las condiciones de vida para toda una generación. Pan para hoy, hambre para mañana. O actualizando el dicho: pan para ayer, hambre para hoy.

Los instrumentos para la destrucción de las conquistas sociales fueron y son amplios y variados.  Además de la actual creación del espacio ultraliberal entre Lisboa y Rusia que es la UE, el capital industrial europeo, ya tras la crisis de 1973, había iniciado la implementación de una Nueva División Internacional, cuyo objetivo principal era la destrucción de las conquistas del movimiento sindical[4].

Este segundo instrumento, tuvo una importancia quizás mayor porque cambió la estructura productiva, y liquidó las anteriores culturas del trabajo que construían y a la vez daban autoconsciencia a un sujeto subalterno autónomo; le permitían autocomprenderse en sus expectativas, en sus metas diferenciadas – dignidad del trabajo, reivindicación de su rol en la sociedad, etc-.

Desaparecidas las causas eficientes del llamado estado del bienestar, el capitalismo ya desembridado se lanza a la ofensiva final contra unas conquistas  que propiciaron avances ya no sólo salariales y en los derechos sociales, sino que, incluso, habían generado nuevas perspectivas de ascenso social como producto del acceso de sectores de los hijos de la clase obrera a la universidad. Toda una entera civilización y cultura está en trance de desaparecer.

En su megalómana ofensiva, el capital libre ya de todo freno que lo someta a las leyes, liquida los derechos del hombre y del ciudadano, proclamados por la Ilustración y por la Revolución francesa. El derecho a la existencia, a la salud, a la instrucción pública, al trabajo o a la vivienda sobran en las constituciones.

La soberanía del pueblo como base del poder político y el derecho a la insurrección contra la tiranía son negados por los legitimadores del poder tiránico del capital. No caracterizar la fase actual del capitalismo como un intento de vuelta a la esclavitud y/o a los mecanismos feudales de acumulación y desposesión nos parece miopía o simplemente, demagogia.

b.- En la División Internacional del Trabajo, España está condenada a la desindustrialización, a la especulación urbanística (cuyo estallido está teniendo tremendas consecuencias sociales), a participar en la subasta a la baja de las condiciones de trabajo, y a cultivar el turismo, como únicas salidas.

Las políticas de expropiación de las clases populares se realizan mediante la transformación de la deuda privada en deuda pública. Se hizo crecer escandalosamente el déficit público mediante ingentes transferencias a una banca a la que se debería haber dejado caer en la bancarrota. Se pretende  conseguir el equilibrio fiscal, que debe equilibrar ese ingente déficit artificial, mediante la reducción drástica del gasto social (no así el militar, por ejemplo) y por el incremento del ingreso mediante impuestos indirectos que se imputan al pueblo trabajador y no a quienes más tienen.

Todo ello está acarreando la miserabilización de ingentes capas de la población.  En el doble sentido: hundimiento en la pobreza de enormes sectores de la población, desposesión de la casi totalidad de la población y, en resumen, crecimiento desmesurado de la desigualdad entre una mayoría de la sociedad que incluye a casi el 99 % de la misma y un 1% que se enriquece de forma igualmente, proporcionalmente, desmesurada. La sociedad de la desigualdad extrema.

Algunos de estos datos son escalofriantes:

  1. 5.965.400 parados según la EPA del último trimestre de 2012.
  2. La tasa de riesgo de pobreza o exclusión social (estrategia Europa 2020) ha pasado del 24,4 % en el año 2004 al 26,8 % en 2012[5].
  3. La tasa de personas que padecen muchas dificultades para llegar a fin de mes pasó para el mismo periodo de 11,1 % a 13,5 %, mientras que las que pasan dificultades pasaron de 17,6 % a 17,2 % [6]. Más de la tercera parte de la población tiene problemas para llegar a fin de mes.
  4. La evolución de las tasas de carencia aumentó en el mismo periodo de forma alarmante
Evolución de las tasas de carencias en España entre 2004 y 2012.
Conjunto de España, todas las edades y géneros 2004 2012
No puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año 43,9 45,3
No tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos 38,2 40,1
Ha tenido retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal (hipoteca o alquiler, recibos de gas, comunidad…) en los últimos 12 meses 6,5 8,6
Carencia en al menos 3 conceptos de una lista de 7 conceptos[7] 17,4 16,4
Elaboración propia. Fuente: Instituto Nacional de Estadística [8]

 

  1. El 21,1 % del total de la población española vive por debajo del umbral de pobreza en 2012.
  2. Los ingresos medios anuales de los hogares españoles alcanzaron los 24.609 euros en 2011, con una disminución del 1,9% respecto al año anterior. Si lo dividimos por persona, el ingreso medio de una persona que vive en España es de 9.321 euros, un 1,31% aún más bajo que en 2011.
  3. La tasa de pobreza aumenta entre las personas en edad de trabajar, entre 16 y 64 años, pasando del 19,4% en 2010 al 21,0% en 2012.
  4. Uno de cada cuatro menores de 16 años se sitúa por debajo del umbral de pobreza.
  5. El futuro de casi dos generaciones ha sido destruido por la voracidad desatada del capital financiero. Las cifras del INE son, de nuevo, horripilantes:
Población de 16 y más años por relación con la actividad económica, sexo y grupo de edad

Unidades: Miles de personas. Periodo IV trimestre de 2012. Ambos sexos. Fuente: INE

Total ActivosOcupadosParadosParados que buscan primer empleoInactivosDe 16 a 19 años1.728,5260,367,6192,7134,01.468,2De 20 a 24 años2.384,21.427,1689,6737,5188,2957,1

 

Las expectativas de consumo para el conjunto de la población con excepción de los mayores de 65 años están en crisis. El resultado de todo ello es  que las jóvenes generaciones viven y vivirán peor que las anteriores.

Un sector de los hijos de las clases subalternas han estudiado “por encima de sus posibilidades” parafraseando la cínica expresión de los poderosos. El ascensor social ha sufrido una parada brutal, y ha generado una brusca decepción de las expectativas. El fenómeno de la nueva emigración de jóvenes bien preparados adquiere alcances escandalosos que muestran la inviabilidad del sistema: ya no puede proporcionar a la población joven un futuro digno, ni tan sólo un futuro.

La inversión hecha en España en relación a la formación de la joven generación será rentabilizada, mediante un nuevo mecanismo imperialista de desposesión por Alemania y por otras economías centrales. Al propio tiempo, esta nueva emigración proporciona al sistema una válvula de escape para sus agudas contradicciones: atenúa las cifras del paro y exilia a los cerebros mejor preparados de una generación.

En España esa magnífica formación será dilapidada mediante el subempleo de licenciados universitarios en trabajos que requieren escasa o nula formación, pagados a precios irrisorios y con horarios esclavistas. La frase: en España no hay futuro, es una realidad para más de la mitad de los jóvenes españoles[9].

La pregunta pertinente ante la miserabilización creciente, ante el robo descarado de su futuro para los jóvenes es: ¿por qué motivo no sea ha producido aún una revolución si los de abajo ya no pueden vivir como vivían y/o como esperaban vivir? Si el indulgente lector tiene la paciencia de seguirnos, trataremos de esbozar una respuesta más adelante. Ahora debemos ocuparnos del segundo fenómeno anunciado en el primer párrafo de este material.

Segundo: la crisis política del régimen de la transición.

“Por supuesto que no se puede decir que en la URSS no hubiese corrupción.La había, sobretodo en las repúblicas que integraban la unión. Pero encomparación con el desmadre actual, es como la noche y el día.

Debemos comprender algo muy sencillo: para el socialismo, la corrupción es como una enfermedad infantil, mientras que para el capitalismo, la corrupción es como el esqueleto. Y a un organismo vivo no le puedes arrancar el esqueleto”. Leonid Kalashnikov[10]

 Junto a la calamitosa situación económica señalada, se produce además la pérdida de legitimidad, el descrédito y la amenaza de  colapso del conjunto de las instituciones y magistraturas creadas durante la transición al régimen actual. Entre ellas, la corona, la judicatura, los partidos políticos y fuerzas sindicales del régimen. La causa de esta pérdida de legitimación del régimen es la corrupción que lo ha devorado.

No existe fuerza política ni sindical, entre las que han constituido el régimen, que no se encuentre involucrada hasta la médula en la corrupción.

La corrupción es asunto gravísimo desde larga data. Sin pretensión de ser exhaustivos recordamos los “casos” Nasseiro, “Flick”/Filesa, Banca Catalana. También el 0´07 de la masa salarial destinada por la ley a formación continua de los trabajadores, que se reparte, en amor y compaña entre la patronal y las dos grandes centrales sindicales[11]. La morterada ilegal de dinero sorbida por los partidos mediante la tutela que miembros de sus organizaciones ejercen en entidades bancarias –cajas de ahorro, etc. -, desde sus consejos de administración.

A lo cual cabe añadir la masa colosal de dinero negro ingresada en las cajas de los partidos y en las cuentas de militantes y cuadros, procedente de la corrupción urbanística sin la cual no hubiera sido posible la burbuja inmobiliaria, o de las adjudicaciones de obras públicas en las administraciones que controlan el PP, el PSOE o CiU (casos Palau, Gurtel/Bárcenas, José Blanco o Mercurio y Pretoria).  A ello se une el despilfarro delincuente del dinero público para beneficiar a las empresas amigas, obteniendo de paso, mordidas, mediante la concesión de construcciones de vías férreas de AVE que no tienen pasajeros, aeropuertos que no tienen aviones, ciudades de las artes sin obras de arte, autopistas y demás obras públicas sin sentido.

Sin embargo, la causa de la corrupción no es el sistema político, ni la “clase política”. Los vicios de fondo del sistema político y de la clase política que lo gestiona son la consecuencia de un sistema social cuya esencia misma es la corrupción. Si se quiere ir a la raíz del problema se hace necesario señalar, acusar, encausar y encarcelar, no sólo a los corruptos si no a los corruptores.

Para realizar esta tarea se necesitan fuerzas que no sólo se proclamen de izquierdas, sino que, más allá de las proclamas, muestren una voluntad creíble, que estén realmente al margen de toda sospecha y que acumulen la fuerza social suficiente para poder cortar el mal de raíz. Reconocemos que exigimos unas condiciones muy pesadas para una izquierda acostumbrada a moverse entre la subalternidad y la cooptación. Pero cualquiera reconocerá que se trata de condiciones necesarias, aunque insuficientes, para erradicar ese mecanismo de expropiación de la sociedad por parte de una minoría.

Incluso las instituciones políticas y sindicales del régimen menos afectadas por la corrupción han contado con el suficiente dinero contante para pagar a final de mes las nóminas de unas burocracias políticas – de una clase política y sindical- que ejercía sin chistar los dictados de las direcciones, y que les ha permitido sostenerse y perpetuarse, a pesar del hundimiento de las militancias políticas, al margen de las mismas y del desinterés que la sociedad sentía ante ellas como consecuencia de las políticas aplicadas.

Porque el nivel de corrupción moral que ha conducido al actual estado de cosas incluye al honesto funcionario sindical o de partido, que recibía su salario a fin de mes, debido a lo cual, miraba para otro lado, aún a sabiendas de que los salarios de los permanentes no podían venir de las cuotas de los afiliados, y que votaba, quizás en contra de sus cada vez más débiles convicciones, lo que tocaba en cada ocasión, con “brazo de madera”.

Usemos aquí la magnífica metáfora política que nos ofrece la dimisión de Benedicto XVI. Incluso los papas más proféticos, a pesar estar iluminados por el Espíritu Santo afirman no haberse enterado de la corrupción sistémica. Todos ellos pretendieron cabalgar el tigre de una curia corrupta, en vez de enfrentarse a la lacra, y fueron devorados, en su momento, cuando ya no fueron útiles,  por los leones de su vaticano.

En el caso de IU y de CCOO, el dinero de la corrupción ha servido para ganar congresos, mediante el expediente de pagar cuotas de militantes ficticios –“almas muertas” como las de Gogol-  que permitían arreglar mayorías en los congresos etc., y ganar siempre, a la clase política. Como ejemplos paradigmáticos de estos comportamientos, en el marco  de la izquierda de la que procedemos (IU y CCOO) podemos citar los nombres de José Antonio Moral Santín y de sus colegas de la federación madrileña de IU, de José María Fidalgo o de María Jesús Paredes. La lista sería bastante más larga.

Los últimos episodios en esa misma organización son la transformación del llamamiento electoral a la rebelión en una política de apoyo a la gobernabilidad de Extremadura por parte del PP y en Andalucía, la aplicación de los recortes impuestos por la troika eso si, “por imperativo legal”.

Pero… ¿por que no se levantan la masas?

“ Los cambios en el modo de pensar, en las creencias, en las opiniones, no sobrevienen por rápidas «explosiones» simultáneas y generalizadas, sino que casi siempre sobrevienen por «combinaciones sucesivas» según «fórmulas» disimiles e incontrolables «de autoridad . La ilusión «explosiva» nace por falta de espíritu critico.” Antonio Gramsci[12]

Debemos reconocer que el déficit de virtud de la izquierda, es una de las causas eficientes de la ausencia de una revolución democrática. Sin embargo éste fenómeno no es la única y principal causa. Ojala lo fuera por que la solución sería dura, pero fácil hablando en términos de proceso histórico.

El problema es mayor: si, a pesar del brutal empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo, y a pesar de la ausencia de futuro para varias generaciones venideras,   no se produce una revolución democrática es porque el demos no está aún por la labor. La mayoría se refugia aún en la idea de que los malos días pasarán, que es posible volver a aquella “belle époque” en que las condiciones económicas permitían un crecimiento que deparaba mucho más empleo, el aumento “imparable” de las expectativas de consumo, la posibilidad de que los hijos del obrero fueran a la universidad, y en que el Estado procuraba por el bienestar, la salud y la educación de todos.

Todo el mundo quiere volver a este pasado. Un pasado que se idealiza, un pasado mítico del que se olvidan o, simplemente, del que se desconocen las condiciones que permitieron el “milagro europeo”. La izquierda keynesiana producto social de esta conciencia general, contribuye a dar discurso al deseo utópico de comer tortilla sin cascar el huevo.

Las movilizaciones que arrancaron con el movimiento del 15 de Mayo de 2011 supusieron un aliento para la esperanza. Como era lógico, un movimiento joven sin mayores vinculaciones con la izquierda de la transición y sin experiencia ninguna, debía cometer errores, mostrar algunas inmadureces e insuficiencias. No vamos a ser nosotros quienes resaltemos estas insuficiencias. Nadie tiene la culpa de ser joven y de no poseer experiencia. Ambas dolencias se curan con el tiempo.

Lo que hay que destacar en este repaso a brocha gorda es, por el contrario, lo más positivo de dicho movimiento: que levantó la esperanza de que es posible hacer algo, oponerse a una ofensiva que se auto- proclama como inevitable. Poner en circulación el lema “sí se puede”, no es poca cosa.

Frutos importantes de este espíritu de esperanza que ha recorrido España entera y en especial a su juventud, han sido el crecimiento de las protestas contra los desahucios, la certeza de que, ante el banco, la policía y el juez, es posible que vecinos que casi no se conocen a pesar de vivir en la misma calle o barrio se puedan oponer y se opongan a los designios del poder.

La consecución de un millón y medio de firmas para conseguir la dación en pago ha sido la demostración más palpable de que efectivamente, si se quiere, se puede. Se trata de una creación popular cuya importancia no podemos ni queremos desmerecer.

Sin embargo, a principios de marzo de 2013, parece que el proceso de movilización y de lucha no ha rebasado aún la etapa de la protesta económico-corporativa. El movimiento no ha superado, por el momento, el desafío que suponía, una vez desalojadas las plazas del Sol o de Catalunya, el objetivo de implantarse en el tejido social y en el territorio.

A consecuencia de de las impaciencias lógicas en un movimiento joven, y no tan lógicas en sectores de la vieja izquierda que tratan de influir sobre él, se está lejos de la comprensión de que no existe aún una voluntad general, una conciencia de clase, un proyecto de otra sociedad que esté encarnado en las decenas de millones de personas.

Los miembros de las clases subalternas aún se enfrentan a la situación de forma individual, no organizada, sin una cultura política, sin un ethos, sin una idea orientativa, elaborable tan solo si se  autogenera a partir de la experiencia de lucha, sobre el tipo de Estado que podría permitir afrontar los problemas  sociales orientándose en la igualdad, en la justicia.

Como se ha dicho, la clase obrera se encuentra sometida a una permanente subasta a la baja del salario y de sus condiciones de trabajo. Está sometida a la esclavitud a tiempo parcial. Una esclavitud solicitada, suplicada. En estas condiciones, sus luchas, cuando se producen, son simplemente defensivas, subordinadas. No es una crítica a la clase obrera ni un anuncio de que su papel en la sociedad haya periclitado. Al contrario nos parece una clase esencial y central, sin la cual no se mantiene la sociedad. Nos limitamos simplemente a constatar la realidad actual.

Los colectivos que aún luchan en sus puestos de trabajo y que muestran un perfil combativo suelen ser colectivos que aún no han sido disueltos en el magma de individualidades dispersas, e indefensas como consecuencia, precisamente, de su dispersión. Se trata de colectividades o comunidades con tradición de lucha y cuya cultura aún no se ha diluido: mineros, jornaleros andaluces, sanitarios, profesores ( desde la primaria a la universidad), trabajadores de Telefónica.

Pero se trata de colectivos con una debilidad de base muy importante: son colectivos que dependen en su mayoría, del presupuesto del Estado. Los movimientos de estos sectores, sometidos cada uno de ellos a dinámicas corporativas, sin elementos que confederalicen sus respectivos conflictos, que los extiendan y les den apoyo, están condenados a agotarse en el tiempo y a replegarse a veces en desorden y en medio de la más absoluta desmoralización colectiva.

La responsabilidad de las Confederaciones sindicales de clase, fósiles heredados de la generación anterior, es inmensa. Han dejado que las luchas sectoriales se enfrenten aisladas al poder tiránico del capital. No han propiciado la convergencia entre las luchas, a pesar de ser las únicas organizaciones que podían hacerlo. Los pequeños sindicatos escindidos de CCOO en algunas empresas o territorios, como COBAS, la Corriente de Izquierdas de Asturias, el SAT en Andalucía y la CGT no han sabido o podido dar esas perspectivas generales a los movimientos sectoriales. La paradoja existente es que los que pueden no quieren y que los que quieren, no pueden.

Al propio tiempo, se apunta ya un lento surgimiento de formas alternativas de socialización y de cooperación, dispersas en el territorio en forma de Casals, cooperativas, ateneos, candidaturas municipalistas autónomas; pero este proceso se encuentra aún en una fase incipiente. Y además, corre el peligro de ser parasitado, depredado y dividido por la impaciencia institucional de determinadas vanguardias políticas.

Todo este panorama no permite sino un pronóstico: las individualidades, los colectivos sociales de base que se han movilizado, que resisten justamente en defensa de su salario y sus condiciones de trabajo, contra los desahucios, etc., son un activo que atesora una experiencia y una actitud indispensable para todo posible resurgimiento, en lo futuro, de la movilización.

Pero estamos aún lejos de la constitución de la voluntad colectiva que permita la creación y articulación de procesos constituyentes que incorporen a las decenas de millones de ciudadanos. Una revolución democrática para serlo, debe ser protagonizada por decenas de millones, como nos advirtiera hace unos 90 años nuestro amigo Vladimir.

Los procesos constituyentes de laboratorio, elaborados desde revistas de izquierdas o dentro de los locales de los viejos o nuevos movimientos políticos, sólo son muestra de la sempiterna impaciencia de las autoproclamadas vanguardias. Desde nuestra modesta y marginal situación sólo podemos proponer la paciencia como principal virtud de aquel que realmente quiere cambiar las cosas de raíz. La paciencia unida a la perseverancia, la coherencia, la persistencia y la audacia… de ser paciente sin por ello sentarse a esperar.

Las prisas ante un presunto fin de época

Sin embargo, la gravedad de la actual situación ha generado una sensación, sin duda atenida a la realidad, de final de época. Que se hayan generado expectativas de fin de régimen y que se hayan levantado voces que reclaman una “segunda transición” política, y que declaran liquidada la de los setenta, su régimen y su constitución, o que consideran llegado el momento de crear nuevos proyectos políticos de carácter institucional.

En resumen, multitud de voces políticas sienten que están ante la “oportunidad” de articular nuevos proyectos institucionales y políticos como resultado de la debilitación y vaciamiento del régimen, como resultado de la incapacidad que muestra para resolver problemas económicos y por la deslegitimación en que se encuentra.

En consecuencia, en el mundo de la política, de las fuerzas políticas institucionalizadas, en el mundo de los políticos, se ha iniciado un notable proceso de movilización que apunta a resituarse en un posible nuevo escenario político. Han surgido nuevas formaciones políticas, y se apunta al nacimiento de otras. El discurso de los dirigentes políticos que encabezan el proceso se radicaliza, y se apunta la tendencia a soltar lastre para “ganar altura”.

El proceso soberanista catalán debe enmarcarse dentro de esta tendencia más general. Las diversas fracciones de la burguesía española no pueden seguir repartiéndose  el pastel  de un estado español crecientemente arruinado por la banca, tanto española y catalana, como alemana. El acuerdo, al que de forma consuetudinaria solían llegar tras un periodo de confrontación, no parece posible por el momento. Ello comporta el inicio de un proceso falsamente soberanista que reclama para Catalunya estructuras de Estado dentro de la UE. Dejemos dicho de entrada que, para los autores de este material no existe soberanía posible dentro de la UE.

Como reacción ante esta ofensiva de la derecha catalana, las CUP han decidido abandonar su anterior estrategia de lenta acumulación de fuerzas desde el municipalismo de base para pasar a jugar un rol en el parlamento autonómico. Es difícil predecir las consecuencias políticas de este gesto, tanto para las propias CUP como para el conjunto de la izquierda.

Las naves políticas, una vez botadas, tienen la obligación de navegar con rumbo claro, sus pilotos no pueden ser recambiados en medio de las tempestades. En opinión de los autores de este material, las CUP deberán aclarar con su accionar cotidiano cuál es su Ítaca.

Deberán también demostrar que, en el rumbo, en el cronograma y en la gobernación de la nave son autónomos e independientes del rumbo y de cronograma de aquella parte de la burguesía catalana que ha emprendido el camino del soberanismo. Somos lo que hacemos y no lo que proclamamos.

Mientras, harán bien si no ponen en cuestión la incipiente articulación social popular creada tras largos y pacientes procesos de acción municipalista de base en diversas localidades de Catalunya. Nos referimos no sólo a los realizados como CUP, sino, principalmente, a aquellos procesos, más amplios en número y peso, en los que el independentismo es una componente más entre otras.

La emergencia de un voto no soberanista como el de Ciutadans, al que no es posible catalogar de forma reductiva como un voto simplemente de derechas, configura una situación política nueva en Catalunya: la irrupción en sede parlamentaria del voto de los ciudadanos de Catalunya que se sienten identitariamente españoles empieza a jugar un nuevo papel.

Un factor no previsto en los cronogramas y planes del conjunto de la clase política catalana que contaba con mantener a ese voto cautivo en su papel de ausente. Esta irrupción está lejos de haber concluido y sus consecuencias son difíciles de pronosticar. Lo que sí  parece claro es que el dilema soberanista puesto en circulación por CiU ha logrado romper la comunidad nacional en Catalunya.

El intento de creación de una Syriza catalana, la unión de fuerzas en Galicia, la aparición en el conjunto de España y también en Catalunya del Frente Cívico Somos Mayoría ( con un pie dentro y otro fuera de EUiA y de IU), así como el turbio rol de UPyD son otras muestras, en el conjunto de España, de este mismo fenómeno de surgimiento de nuevas fuerzas que buscan un lugar al sol en la nueva transición.

Lo cierto es que los dirigentes de la izquierda, los que han abierto el debate sobre el proceso constituyente, extraen consecuencias esperanzadoras, evalúan la situación como si en ella se hubiesen comenzado a generar nuevas condiciones de posibilidad para algo distinto: para un sistema de dominación y de dirección política distinto del actual.

Y se mezclan en el paquete citado, como ya hemos señalado, fuerzas políticas nuevas –nuevas verdaderamente, no solo de siglas nuevas- con otras que, al modo de la Syriza griega, trufada de cuadros procedentes del Pasok que se resisten a perder su lugar al sol, son fuerzas, o fracciones de fuerzas, que han participado activamente, de manera protagónica, en la vida política del régimen, cuyas instancias de poder y decisión, cuyas instituciones, han usufructuado y administrado, si bien a veces con discursos de ribetes radicales, pero siempre como fuerzas institucionales de gestión.

No todas las fuerzas políticas emergentes, ni todas las voces que encabezan los procesos, apuntadas, en ciernes, proceden del seno de otras ya existentes.

Pero es innegable que un grueso notable de las voces que se levantan proceden de los aparatos y maquinarias institucionales de las fuerzas políticas y sindicales, al abrigo de las cuales han ejercido la profesión política por decenios –y alguna corresponsabilidad, tendrán en relación con lo acaecido; al menos moral, en la corrupción de la organización en la que han militado: como brazos de madera, como cargos aquiescentes y “tacentes”, como…-.

Los diversos procesos que se apuntan tienen todos, sin embargo, una semejanza: Con independencia de la procedencia previa del personal que las compone,  y de la radicalidad variable de su discurso, todas se proyectan a sí mismas como fuerzas político institucionales, parlamentarias, simplemente electorales, y se desempeñan en su desarrollo con “vocación institucional”.

Todos plantean sus programas ante el Soberano, sin solicitar su aparición en el escenario político. Es el mismo dilema de siempre desde la Revolución Francesa: soberanía nacional y representación de los ciudadanos pasivos por los activos, que son los aristoi que “saben”, en vez de soberanía popular, y deliberación y práctica política directa de los ciudadanos: esto es, Liberalismo contra Democracia. E intentan aprovechar para su desarrollo la situación de desgaste del régimen político de la Monarquía.

Esto es, la acción política es entendida como juegos de estrategia y racionalidad estratégica, como ingeniería institucional, en lugar de pensar en impulsar la transformación del escenario político general ayudando a que aparezca un nuevo Sujeto social y cultural, el Pueblo Soberano

Un consenso dañino para el pueblo: el mito  del “progreso irreversible” en la “Europa económica”.

Antes de proseguir con el análisis de esta nueva realidad que amaga por constituirse en la izquierda, queremos aportar ya el elemento de análisis  que nosotros echamos en falta para explicar la historia económica de la actual situación.

Creemos que es una realidad de evidencia incontestable que la  imposibilidad de salir al paso de la crisis económica y la imposibilidad de frenar su utilización instrumental por parte del capitalismo neo liberal es consecuencia de la estrategia económica adoptada de forma reiterada, con acuerdo, explícito y/o tácito, por todas las fuerzas políticas durante los últimos 35 años:  desde la integración de España en la CEE, para lo que se exigió el primer gran desmantelamiento industrial –recordemos-, a la posterior liquidación, en 1994, de la autonomía monetaria de la peseta y , por tanto, del Banco de España como entidad al Servicio de la política soberana del Estado, con la desaparición consiguiente de la posibilidad de utilizar la política monetaria al Servicio de las necesidades del Estado –inversión pública, compra de deuda del Estado, políticas cambiarias, etc.-.

La aceptación de los acuerdos de Maastricht en general, con la subsiguiente  incorporación al proyecto de la moneda única, la aceptación de la disparatada propuesta explicitada a cara de perro por las instituciones de la UE para integrarse en esa moneda, cuyo fin por colapso es irreversible –como bien explica Pedro Montes[13]; otra cosa es qué alternativas aparezcan- y la aberrante declaración “de principio” de liberalismo económico “sin principios”, de la denominada Constitución europea, documento en el que se proclama la imperiosa obligación –seguida a pies juntillas por las directrices de la dirección de la UE- de liquidar toda regulación y constitucionalización del mercado de trabajo, todo control sobre la circulación de capitales, y toda regulación del uso de la tierra.

La exigencia, en resumen, de que el Estado abandone definitivamente la organización de toda actividad pública para dar paso al “mercado” y entregarla al capital privado etc.

Respecto de la última fase de esta descomunal involución, esto es, la fase de la unidad monetaria en el euro, una moneda sin Estado, la actitud de la izquierda ha sido clamorosa: sumisa en el momento de la entrada, escándalo y frenazo a la hora de denunciar actualmente la monstruosidad de sus consecuencias y la necesidad de abandonar la moneda única

No pretendemos insistir más en este aspecto, pero sí queremos llamar la atención sobre la extravagante contradicción que se produce en la gran mayoría de las voces políticas actuales, partidos, sindicatos o revistas de reflexión política, etc. Todo el mundo se declara enemigo del neoliberalismo financiero. Es más, se declaran, en principio, enemigos de la desregulación y partidarios de políticas alternativas. Y aquí es donde crece nuestro asombro.

Creemos que no es de recibo declararse ahora enemigos del Liberalismo capitalista, del Neoliberalismo, o como se lo quiera denominar, tal y como se escucha ahora en el discurso intelectual de fuerzas y personalidades de la izquierda, y no denunciar las políticas tenazmente desarrolladas durante decenios, consistentes en desmontar los instrumentos de soberanía financiera, comercial, monetaria, cambiaria, etc., como la madre de la actual situación de desarme frente a la crisis y el capitalismo financiero.

Ni revisar los anteriores posicionamientos políticos al respecto. No es posible que la izquierda en cumplimiento de su papel de instrumento al servicio del Soberano, no explicite que solo recobrando soberanía, liquidando y desconectando instrumentos económicos y jurídicos denominados globalización, podremos salir de esta situación de dominación, de esclavitud anti republicana, anti-ciudadana, en que nos encontramos postrados. Que no hay soberanía si la política –si el Estado- no controla su moneda, ni su comercio. Ni los recursos de la tierra –soberanía alimentaria incluida-

Nos sorprende que en el presente debate salvo escasísimas y honradísimas voces, a penas nadie diga estas verdades. Nos sorprende que no se vea el escalofriante paralelismo que se da entre el presente y la situación político económica que se abre en el decenio de los setenta del siglo XIX, y que condujo a Europa al marasmo económico y como consecuencia del mismo, a la primera y a la segunda guerra mundial.

Ese mundo económico desregulado y globalizado, la mercantilización de la moneda mediante el patrón oro, la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía  mediante la creación de un mercado de trabajo, y la creación del mercado de la tierra –aún no existía el mercado de futuros, ni la consiguiente cotización en bolsa de los derechos sobre los bienes alimenticios y demás de recursos futuros de la tierra-; estos elementos, tan completamente análogos a los del presente, que fueron explicados y denunciados en los años cuarenta del siglo XX por el gran Karl Polanyi[14], tan citado con razón entre quienes, sin razón, trataban de combatir a Marx, son ahora olvidados, porque incomodan; incomodan tanto como la globalidad de su prodigioso análisis, que incluye las trágicas consecuencias que tuvo ese orden desordenado, e incomoda su propuesta política: liquidar la mundialización desregulada, volver a la política, a la soberanía política estatal.

Que quienes se proclaman indignados con el neoliberalismo no asuman la contraparte intelectual, y declaren ineluctable el conjunto central de medidas políticas en el que éste se fundamenta, no puede ser explicado más que como consecuencia del profundísimo grado de penetración de la hegemonía capitalista en las ideologías políticas e intelectuales de la izquierda. Sólo eso permite entender esta nueva naturalización ideológica del mundo económico actual. Por lo demás, la izquierda europea no siempre ignoró todo esto[15].

Creemos, en consecuencia, muy  importante destacar que ha habido toda una continuada y reiterada adaptación voluntaria, constante, consciente… y desatinada a esta estrategia económica de fondo promovida por el capitalismo. Que en consecuencia se han elaborado y aplicado reiteradamente, con obstinación, medidas políticas de estrategia que nos han entregado inermes al capitalismo en su nueva oleada de desenfreno que se inicia como consecuencia de la liquidación de la URSS y el denominado “bloque del este”. Medidas que nos han dejado sin recursos políticos de mínima soberanía económica desde los que poder enfrentar la crisis.

Creemos que toda esa estrategia adoptada, ha  tenido y tiene consecuencias calamitosas, y debe ser evaluada como una catástrofe política que ha llevado a nuestra sociedad a una situación sin salida, dado que la actual situación es precisamente  la consecuencia buscada por quienes impulsaban estas estrategias y resultado premeditado de las mismas.

Creemos, por consiguiente, que esta política debe ser denunciada y rechazada sin paliativos, contundentemente, por parte de la izquierda, y que debemos proponer  la salida inmediata de nuestra sociedad de esta situación.

Lo contrario, evaluar la “cosa” de forma más modesta, considerar la situación económica en la que hemos dado, como  la herencia de un proceso económico óptimo, de más de 35 años,  al que debemos seguir valorando hoy, nuevamente, y como siempre hasta el presente, como la cumbre de toda buena fortuna; proceso que, tan solo, pasa por un mal paso carente de relación con la historia económica anterior, y que, en consecuencia, y una vez resueltos ciertos incidents de parcours, accidentales, negligéables, debe seguir siendo considerado como intocable por estar cargado de posibilidades de futuro, grávido de un potencial que puede permitir a unos nuevos padres fundadores la constitución sobre esa base de un nuevo macroestado social keynesiano –es lo que se vende tácitamente-: todo eso es lo mismo que asumir que, gracias a todo ese pasado, hemos llegado a un estadio cuyo debilitamiento o desaparición sería de veras una pérdida para los habitantes – que no ciudadanos- de la UE. Es decir, que tras decenios de travesía del desierto, por fin vivimos ya en el futuro y este es ya “el radiante porvenir”, que ya vivimos, ya estamos de hoz y coz, en les lendemains qui chantent, en el mañana radiante.

No hay cambio real de sociedad sin cambio radical de cultura.

Otra cuestión que echamos en falta, hace referencia  la particular gravedad adquirida por el “problema ecológico”, que no es, por cierto, un pretexto electoral para políticos que se fotografían en bicicleta. No solo por la elevación en curso de la temperatura de la atmósfera, cuyas consecuencias no son una amenaza futura, sino una realidad presente.

También por el agotamiento inminente de los recursos, en primer lugar, y tal como nos informan los estudiosos del peak oil, de los recursos energéticos imprescindibles para sostener la tecnología sobre la que se sustenta nuestra civilización. Esta cuestión por sí sola, exige que nos planteemos la necesidad, desde el presente, de un cambio de civilización.

Este cambio exige alternativas tecnológicas nuevas, pero, ante todo, el cambio de la forma de vida, a comenzar por la vida cotidiana de cada individuo[16].

Este tipo de cambio civilizatorio no puede ser  protagonizado por especialistas que realicen la habitual ingeniería social desde las instituciones políticas especializadas de la administración de los estados, al margen y por encima de la sociedad. Una cultura civilización en crisis exige que sea la gente  la que protagonice, desde su praxis habitual, en la vida cotidiana, la creación colectiva de nuevas pautas de vivir, nuevos usos, nuevas costumbres de vida, alternativas, sobrias.

Que frente a la expectativa de un consumo de “lujo de masas” marginal y excepcional –fin de semana, vacaciones anuales- basado en la ostentación de masas como compensación frente a la frustración de la vida cotidiana, se elaboren expectativas de vida que promuevan una vida cotidiana compensatoria en sí misma.

Una reforma de costumbres de vida que reestructure el vivir cotidiano; una reforma de los usos y costumbres, de las mores. Una reforma moral e intelectual, imprescindible para una nueva cultura civilización, esto es para un orden nuevo, o Estado nuevo, no puede ser generada por minorías, por elites políticas.

Una crisis de civilización incluye también el fin o agotamiento de las instituciones políticas y de la práctica política  tal como las hemos conocido hasta el presente, y el de los agentes políticos en la sociedad civil, tal como han existido hasta ahora, tal como quedaron conformados al final de la Revolución Francesa, tras la derrota en el curso de la misma, de las fuerzas democráticas.

Esto es, nos afecta, nos atañe también a nosotros, la izquierda. Una crisis de civilización de esta índole, si pretendemos que la humanidad le dé respuesta, y que ésta sea una respuesta no genocida, exige que se constituya un Soberano activo, bien informado, capaz de ser protagonista de la actividad política como vía para poder serlo del desarrollo de una nueva forma de vida cotidiana. Exige que la soberanía no radique en “la nación” o parlamento, sino, verdaderamente, en el Pueblo, como sujeto organizado, activo y operante, con capacidad de decisión sobre sí mismo y su creatividad cultural.

Frente a estos dilemas, la clase política, mira para otro lado. Porque el abrir estos debates al público es atemorizador y haría perder votos electorales y puestos de trabajo y sueldos entre los profesionales de la política.

Y porque los recursos políticos institucionales de que dispone, recortados drásticamente, encima, por la pérdida de soberanía real que ha acarreado la UE, etc., se le revelan incapaces para poder asumir desde ellos estos retos. Estamos ante un verdadero fin de época, que exige la creación de una nueva cultura de vida y de una nueva cultura política, basada en la creación de una nueva Voluntad, de un nuevo Soberano, un Sujeto social organizado cuya potencia de creación práctica es la única que puede abordar la nueva exigencia histórica de replantearse su vivir colectivo, su cultura material de vida, las expectativas culturales subjetivas, antropológicas, que lo fundamentan

Tratar de evitar el debate sobre el euro, y sobre la necesidad de abandonar la Unión Europea para recobrar soberanía económica. Tratar de obviar el debate sobre la crisis de civilización a la que aboca el choque con la naturaleza. Tratar de evitar el debate sobre el nuevo modo de hacer política. Evitar plantear estos asuntos, abiertamente, a la deliberación pública. Este rechazo a coger el toro por los cuernos, y decir la verdad, obedece tan solo al deseo de no meneallo todo en exceso, no vaya a ser que impida anhelados acuerdos y pactos con sectores políticos y económicos, que de decir la verdad, estarían enfrente.

Obedece a la confianza, el deseo, el anhelo iluso de que aun con esos apaños sea posible crear una alternativa política  mínima que posibilite una utópica política económica de salvación. Esta es la base de esa posición. El pragmatismo es siempre la posición menos realista, y por ello, es en consecuencia, la  más irreal.

¿Un Proceso Constituyente al margen del Soberano?

Pero queremos dejar de lado este asunto para poder reflexionar sobre el discurso que se articula aquí y allá, en diversas fuerzas políticas españolas , que no incluyen en su reflexión el tema del euro y de la Unión Europea como problemas, esto es, como instituciones cuyo abandono es condición indispensable para salir de la crisis de forma lo menos lesiva posible para las clases subalternas.

Fuerzas que, sin embargo, sí fundamentan su discurso en los dos pilares que hemos indicado: la crisis económica y la destrucción de tejido productivo y social, el paro, etc., más la corrupción hasta la medula de la clase política española, como causas que crean condiciones para proponernos una segunda transición política[17].

Estamos de acuerdo con la real gravedad de los dos problemas señalados. Crisis económica y deslegitimación política del régimen, quiebra del actual  Estado. Pero sin embargo, estamos muy lejos de compartir la consecuencia inmediata que se extrae: la posibilidad de construir en lo inmediato un nuevo régimen menos reaccionario y elitista que el actual.

Probablemente, la situación actual hace inviable el sostenimiento del statu quo tal como lo hemos vivido. Pero eso no es más que una condición necesaria para la transición hacia un nuevo régimen político de carácter democrático popular. Se trata, sin embargo, de una condición absolutamente insuficiente.

Por nuestra parte compartimos la percepción de que estamos ante una situación de crisis institucional de régimen. Una crisis que afecta a las instituciones políticas, a las magistraturas, a los partidos, etc. Pero un régimen –un Estado- es, además, fundamentalmente, una entidad cultural y civil, articulada, que incluye la totalidad de la sociedad. Bajo el temblor que afecta a estas instituciones, se extiende una colosal red de trincheras y casamatas orgánicas de ese mundo existente.

Y aunque las bases sociales de ese régimen se estén trastocando no adivinamos, más allá de la explicable rebelión y protesta social, a la que nos hemos referido ya brevemente, una acumulación de experiencias suficientemente larga como para que se dé la creación de cultura alternativa, constituyente fundamental de un nuevo Estado, de un nuevo orden social, una correlación social de fuerzas distinta, basada y posible a partir de la creación de una nueva cultura material de vida.

La crisis institucional del régimen está propiciando una gran inquietud y movilidad entre los políticos profesionales. Pero creemos que, nuevamente, se vuelve a  incurrir en el error político de confundir la propia hiperactividad con el movimiento real de la sociedad.

En todas las proclamas, propuestas y proyectos, más acá y más allá de esta u otra elaboración escrita, hay un factor común: el Soberano brilla clamorosamente por su ausencia.

No percibimos la existencia de ninguna fuerza que tenga como propósito fundamental emplear sus recursos en ayudar a la organización paciente, estable, capilar, de la ciudadanía. Que tenga como propósito fundamental, permanente, dotar a los individuos de posibilidades organizativas que permitan su deliberación política, el control colectivo sobre su vida cotidiana, la acción pública soberana. En una palabra, que ayude a convertir en ciudadanos a individuos ahora aislados, atomizados, y por tanto, sometidos, no ciudadanos.

Ningún proyecto hay que anime a la ciudadanía a convertirse en Soberano, esto es en Voluntad, voluntad organizada, autogeneradora de actividad auto protagonizada, capaz de crear nuevas formas de hacer y ser; a protagonizar la creación de una nueva cultura de vida, un ethos nuevo, a crear un nuevo orden político, una nueva comunidad sustantivamente democrática, en la que sea el Soberano, no sus servidores, quien decida.

El menosprecio al Soberano alcanza entre nosotros, en Catalunya, niveles tragi-cómicos: el denominado proceso soberanista se realiza tan a la espalda y tan despreocupadamente de lo que opine el Soberano, que en el afán de crear un Estado político nuevo, están rompiendo la Comunidad social.

Cuando expresamos nuestra convicción de que se debe crear un Soberano, estamos planteando, desde luego, una convicción normativa, moral. Nadie sino el Pueblo puede hablar en nombre del Pueblo. En este principio se basa la Democracia. Y el Pueblo, el Soberano, o existe como realidad organizada, deliberante y activa, o es un recurso literario para justificar opciones políticas particulares.

Pero además estamos tratando sobre la existencia –y sobre la imperiosa necesidad de crearlo, en caso de que no exista- de una Causa Eficiente, de una Fuerza que sea la Condición de Posibilidad, que tenga la capacidad de  poner en obra y llevar a término los objetivos y proyectos políticos que el mismo Pueblo Soberano se proponga.

De un poder, esto es, de un Poder Hacer, que sea capaz de ejecutar lo que se plantee la Voluntad. Soberanía es poder real, poder sustantivo que posibilita que quien desea un objetivo político, un fin, un proyecto, tiene, a la par de la Voluntad de desearlo, la fuerza para realizarlo.

Esa fuerza que dé eficacia a la Voluntad del Pueblo solo puede proceder de la propia organización del Pueblo como agente activo para desarrollar su praxis y crear y controlar desde su vida cotidiana, la actividad que produce y reproduce la sociedad. La Voluntad de Sujeto Soberano, deliberante, solo podrá realizarse si el mismo Sujeto  se autoconstruye como Bloque organizado, como movimiento de masas objetivo, microorganizado, estable, capilar, que elabora e impone un cambio ya en la vida social con su presencia y actividad.

Es más sólo se construye y existe Voluntad Subjetiva colectiva, capacidad de desear fines nuevos, en la medida en que se construye, y si existe, un movimiento democrático articulado Objetivo, de cuya experiencia se concluya para todo el mundo el interés de opinar, la importancia de organizarse para deliberar y actuar, el interés de imaginar proyectos que orienten la propia praxis, de imaginar proyectos que sin esa experiencia de praxis que los hace verosímiles como expectativa, y posibles como realidad en potencia, no son de recibo, y con razón, para el sentido común de cualquier persona sensata.

Solo un poder sustantivo sobre la sociedad puede fundamentar sustantivamente una Democracia. A su vez, una democracia sustantiva, posibilita, entre otras actividades políticas y una vez se ha alcanzado un grado muy grande de poder sobre la realidad social, por un lado, la votación de las leyes por parte del Soberano, previa deliberación colectiva, y por otra, la elección de agentes mandatados para aplicarlas; elección que no tiene que ser forzosamente, exclusivamente, mediante votación también, sino que puede ser por sorteo, como en la antigüedad clásica, o como en la elección de magistrados para tribunales jurados y para mesas electorales, en el presente.

Pero no son las votaciones, el procedimiento, tal como sostiene el Procedimentalismo Político, lo que garantiza la existencia y poder de la Democracia.  Y para muestra a contrario, nos basta el botón de la actual realidad.

Es el poder sustantivo del Soberano organizado sobre la realidad el que impone y el que puede garantizar la Democracia y la eficacia de las votaciones, entre otras cosas; y lo hace tan solo en la medida en que existe como poder real sobre la realidad social y cultural.

Porque si el Pueblo se constituye, realmente, en Soberano con Voluntad activa y operante, y desarrolla como Sujeto organizado su acción de creación de una realidad nueva, -él mismo lo es ya en sí mismo, por ser un nuevo Sujeto operante-, y de una cultura nueva, en la sociedad, esa cultura nueva, que incluye su activismo protagonista, y que está constituida por las nuevas prácticas, los nuevos usos de vivir y hacer, las nuevas mores, esto es, la nueva Reforma Moral, el nuevo ethos, es ya en sí misma una constitución nueva, que hará quebrar a la antigua constitución  de vida y con la constitución escrita vieja, y exigirá que el proceso culmine en la redacción de una nueva constitución escrita.

La experiencia española: tres revoluciones pasivas con un genocidio intercalado.

“La ciudad en rebelión quedó sola, rodeada por la incomprensión y la indiferencia del campo, y la reacción clerical y capitalista se apoyó sólidamente sobre el campo”. Antonio Gramsci[18].

Sabemos, por experiencia propia, y también por la historia, a dónde llevan todos estos procesos políticos que, como el que amaga actualmente, de nuevo, en toda España, son emprendidos, sin embargo, de espaldas a la intervención democrática popular.

En los últimos ciento cincuenta años de historia de España, desde 1868, se ha producido en cuatro ocasiones una situación que aúne el doblete de la crisis económica al de la deslegitimación política del régimen por corrupción, por escándalo financiero: a, la  previa a la Revolución del 68; b, la que conduce a la Segunda República; c, el periodo que termina con el advenimiento del régimen neofranquista hoy en crisis, y, d, el momento actual.

De los tres periodos anteriores cabe señalar que no faltaron, en ninguno de ellos, las ideologías, las estrategias y las previsiones, las personalidades, los acuerdos. Todos ellos se caracterizaron también por el común denominador de  la debilidad de participación de las clases subalternas. Mucho “palacio” poco mundo ciudadano, poca “plaza”. Mucho relieve personal, escasa movilización. Tanta mirada perdida en el horizonte, tanta genialidad y pronóstico quedaron en lo que era: Cabildeo.

Queremos aquí referirnos al periodo en que la movilización fue más fuerte, la Segunda República. Porque el advenimiento del nuevo régimen fue, desde luego, resultado del previo trabajo anónimo desarrollado durante los cincuenta años anteriores por gentes de diversas ideologías que articularon cultura popular y promovieron organización de base.

Un trabajo paciente y al margen de estrategias. Casas del pueblo, ateneos, sindicatos, organizaciones de base de los partidos. Junto a otros  cientos de círculos informales que se desarrollaron en la ciudades, tertulias, etc.

Este tejido articuló y movilizó sectores urbanos, obreros y de clases medias –intelectuales, profesionales, comerciantes-; también, a  sectores de los jornaleros del campo. Este tejido articulado es el que derrota en las ciudades a la monarquía, el que constituye los comités republicanos que izan las banderas el 14 de abril de 1931 en los ayuntamientos ciudadanos.

Pero por encima y por debajo de todo este entramado meritorio se produce la desmovilización del campesinado en casi toda España, con la excepción de Catalunya, donde estaba articulado y  constituyó la base del flamante partido que emerge de la confederación de un tejido social existente que aúna campesinos, obreros manuales y sus representantes orgánicos, menestrales y clases medias: Esquerra Republicana de Catalunya.

Precisamente la articulación de este bloque social republicano en Catalunya, hará que ésta, organizada ya en autonomía, sea considerada por don Manuel Azaña, en el discurso en las cortes de 25 de junio de 1934  –discurso in angustiis– como él “único poder republicano” que quedaba en España para defender la república durante el bienio negro[19].

La desorganización y pasividad, expectante en principio, de la mayoría del campesinado, esto es, de la mayoría de la población española, el control de esa población por los viejos instrumentos organizativos, -iglesia, caciques, etc- posibilitó que el nuevo régimen no desarrollase desde el seno de la sociedad una nueva intelectualidad política orgánica de la misma.

La vieja clase política corrupta tuvo la posibilidad de reinventarse y operar desde nuevos partidos en el régimen de la república, en lo que fue una clara operación de transformismo, para usar la aguda categoría hermenéutica elaborada por Antonio Gramsci.

Queremos dejar claro aquí que, al igual que no creemos que los destinos de un proyecto histórico dependan de las luces de personalidades providenciales, o de sus “errores”, tampoco creemos que las condiciones que posibilitaron este transformismo político –todos los transformismos políticos habidos- fuera consecuencia de un particular, “mañoso”, “astuto”, saber hacer de una clase política corrupta. Fue consecuencia de las posibilidades abiertas por la falta de trabajo político cultural paciente, en el seno del campesinado, por parte de las fuerzas progresistas, políticas y culturales de izquierdas –obreras, republicanas- que inveteradamente habían sido presa de prejuicios hacia esta clase social y operaron solo, en consecuencia, entre las clases medias urbanas, los obreros y los jornaleros.

El campesinado sería la plataforma inmediata para la consecución por parte de las fuerzas antirrepublicanas, procedentes del régimen de la Restauración, de escaños y resortes de poder desde los cuales frenar la nueva situación. Y sería la base social que posibilitó posteriormente crear una fuerza política con organización y arrastre de masas, la CEDA.

Gracias a esto, la derecha tuvo base social y supo protegerla: tuvo recursos y poder para paralizar los proyectos republicanos que hubiesen convertido al campesinado en una clase social comprometida con la república: en primer lugar la Reforma Agraria.

También impusieron al nuevo ordenamiento constitucional republicano características “contramayoritarias”, esto es liberales, a base de convertir la república en un régimen político estrictamente representativo, delegativo, abierto en consecuencia, al cabildeo entre los únicos, verdaderos, ciudadanos activos: los representantes elegidos; en el que la democracia, la voluntad popular, encontraba fuertes limitaciones para expresarse en la república.

Para decirlo con palabras del propio Manuel Azaña, quien se pronunciaba valientemente por la necesidad de reformar la constitución, en el discurso de Lasesarre (Baracaldo) de 14 de julio de 1935, durante la campaña electoral que dio el triunfo al Frente Popular.

Una reforma constitucional: que permitiera fundar la política “sobre la roca viva de la voluntad popular, no en combinaciones  escondidas de gabinetes políticos (.) la presencia directa, física, clamorosa de las muchedumbres es más útil más necesaria y más urgente” “para hacer efectiva, permanente, tenaz e indestructible la presencia de la voluntad de la democracia en el régimen y en la dirección de los destinos del país (.) y cuando la democracia republicana lleve a las urnas su victoria tendrá que crearse los instrumentos propios de su gobierno y de su dirección.

¿Cuáles serán? No lo sé. Probablemente, una mayor amplitud en el horizonte elegido y un procedimiento más estricto en la aplicación de los métodos de gobierno y de la disciplina. Pero esto, allá los triunfadores y los que tengan la responsabilidad de ordenarlo sabrán lo que tienen que proponer…”[20].

Pero todo esto llegaba tarde. No porque los “errores” de los prohombres de gobierno republicanos no lo hubieran hecho posible. Lo imposibilitó la cultura política de las fuerzas progresistas, imbuida de prejuicios, que les había hecho incapaces e impotentes, durante los decenios anteriores, para trabajar en el seno del campesinado.

La radical carencia de empatía cultural, por parte de los organizadores potenciales de un nuevo proyecto de cultura material de vida, civil, y de cultura política, hacia el campesinado y sus culturas de vida, aspiraciones y expectativas. Salvo honrosas y minoritarias excepciones, que no lograron impedir con su trabajo el abandono en que quedaba el campesinado.

Por poner dos casos, el desprecio ante la demanda de la propiedad de la tierra, o el inocentón anticlericalismo militante, que, por ejemplo despreciaba la “idolatría católica” de los cultos locales, en lugar de percatarse de las diferencias  locales y culturales, reales, que esto expresaba. De que  detrás de cada virgen, de cada santo patrón, había una comunidad organizada; esto es, en potencia, una comuna municipal, un poder local.

Una red comunitaria a la que se podía dar respaldo y a la vez expresividad alternativa, política, democrática, articulando una organización política del Estado inspirada en el tradicional federalismo republicano esto es, el genuino federalismo que se fundamenta en el poder local, democrático y en la intervención soberana de la ciudadanía en la comunidad, como alternativa al modelo burocrático, napoleónico,  que se basa en el modelo de una república centralizada, con reconocimiento, eso, sí de centralidades burocráticas autonómicas, etc. Sin que esto sea crítica del acierto de la república que supo dar salida a las aspiraciones de las nacionalidades mediante estatutos.

Pero, volviendo al asunto: Una incomprensión de cultura a cultura. No se podía, en ese momento, lograr poner en común lo que uniera a todos, porque no se había hecho antes. La hegemonía, la creación de esa “área común” –por volver sobre el discurso de Azaña- de aspiraciones e intereses que se expresara a través de la república, había sido abortada mucho antes.

Recordemos lo que nos explica Gramsci en su reflexión sobre una situación política análoga de constitución de régimen: la política previa a la unificación italiana elaborada como proyecto a cuya cabeza estaba Cavour. Una política que se basó en la creación previa, paciente, de una nueva cultura material de vida,  un nuevo proyecto, a partir de la fusión de fuerzas sociales en un solo bloque social que recogía y expresaba  sus diversas expectativas y aspiraciones, sus necesidades –las de la clase dominante en primer lugar- , y convertía a los diferentes sectores antes solo económico corporativos, en un Sujeto con Voluntad y capacidad de crear Estado –creación de una Hegemonía-

Por el contrario, no se puede llegar a ser exitoso como Cavour  si se ha trabajado políticamente  como Mazzini, cuyo hacer consistía en la épica politicista,  “blanquista” –hoy sería inspirada por el positivismo cientifista y su concepción de la política como hacer en manos de elites- del manifiesto insurreccional elaborado por una elite iluminada, providencial, inmediatamente previo a la acción política definitiva, “aprovechando” instrumentalmente las movilizaciones civiles: “programa y bandera”. Política como guerra de movimientos en lugar de política como guerra de posiciones, tal y como expresaba aforísticamente el mismo Gramsci.

Podemos volver ahora a la república española. Como consecuencia de las carencias de la actividad política previamente organizada, del abandono del campesinado español que constituía la mayoría de la sociedad española, por parte de las fuerzas de la democracia española; como consecuencia de esa falta de trabajo cultural organizativo, previo, la guerra civil española sería una contienda entre dos ejércitos campesinos, como dijera Joaquín Maurín[21].

El resultado final fue el exterminio de la izquierda social durante la guerra civil y la postguerra. El fascismo segó bien a ran de suelo el tejido social popular. Ese genocidio programado consta en los órdenes del día del ejército franquista durante toda la guerra. Se trata de lo que Santiago Alba ha llamado la pedagogía del millón de muertos. Las consecuencias de todo ello aún perviven en las actitudes de sectores consistentes de la sociedad española.

Pensamos que Antonio Gramsci no hubiera descartado, de entrada al menos, estas reflexiones nuestras que toman en serio el clásico aforismo marxista de que el ser social determina – se expresa a través de/mediante- la consciencia social. Que consideran todo periodo o momento histórico como un continuum en proceso, un transformar preservando. Incluidas las revoluciones, tanto las revoluciones de la igual libertad, como las revoluciones pasivas, que podrían ser estudiadas, respectivamente según la noción heurística, sin duda a manejar con cautela, es decir, en concreto, atenida a cada caso,  del transformar preservando y del preservar transformando, lejos de toda fantasía infantil sobre el genio creador ex nihilo, de la tabula rasa.

Dejamos aquí nuestra reflexión sobre la segunda república, como caso que permite arrojar luz sobre el momento presente. El lector sabrá disculpar nuestras eventuales esquematizaciones y nuestra imaginación futurible, que ponemos exclusivamente al servicio de la exposición de lo que pretendemos.

El duro dilema: entre el rudo trabajo de Sísifo o bailar al compás del tango Cambalache.

“Para formar los dirigentes es fundamental partir de la siguiente premisa: ¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes o, por el contrario,se desea crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de que exista tal división?”. Antonio Gramsci[22]

La política entendida como iluminación de minorías que se muestran intolerantes ante la díscola realidad de la gente, de lo que piensan y opinan, de su forma de autocomprenderse y autoexpresarse. Esto es algo que ahora vuelve a darse, lo único que se vuelve a dar; porque en el presente falta la organización de masas estable que permita la movilización democrática.

No creemos que el momento presente, en ausencia del Soberano, pueda dar otros resultados que el de las syrizas: cabildeos entre clases políticas que han protagonizado el régimen ahora en crisis durante casi cuarenta años, y posibilidad de rescatarse a sí mismas para proseguir adelante con lo suyo, como siempre.

Así se da en Grecia, en ausencia de la acción fundadora del Soberano. Así se dio, en ocasiones anteriores, en 1868, en la transición del franquismo, durante el 76/ 78, y en su continuidad, en Catalunya, durante el 82/83, con la gran sublevación de la base comunista de Catalunya, y en los años subsiguientes, cuando se percibió la imposibilidad de hacer, cuando ya el movimiento de masas había sido liquidado -que también de novis fabula narratur– .

Sabemos por experiencia que solo la organización social, la capacidad autónoma, da posibilidad de resistir, de afianzarse, de desarrollar un proyecto.

Que en ausencia de este movimiento democrático  de masas arraigado y dotado de una cultura de vida autónoma que le libre de la hegemonía capitalista, no caben otras opciones que el trabajo silencioso, anónimo y paciente de ayuda a la creación del nuevo Sujeto, del Soberano, o la entrega al arrimo de las instituciones, a la negociación y pacto entre fracciones de la clase política y al mecenazgo del capital.

Y esto es lo que se produce en las actuales condiciones de desmovilización social y de cultura política creada por el régimen, basada en la teoría de elites que halaga narcisistamente al político y le hace creerse el origen de toda salvación. Veremos cómo las fuerzas políticas, en ausencia de un Soberano que les diga cómo hacer y a quién servir, que cree con su hacer organizado la fuerza real sin la cual no se pude imponer ningún cambio, actuarán del mismo modo: en unos casos, por consciencia plena de la maniobra que ellos impulsan; en otros porque llegado el momento, lo van a descubrir: en ausencia de un movimiento de masas organizado, “no hay más cera que la que arde y todo el pescao está vendido”. Todo lo que no es servicio al Soberano y, en su defecto, paciencia anónima en el trabajo modesto de ayudar a crearlo,  se baila siempre al compás del tango Cambalache.

Una izquierda que no comprende esto, acaba formando parte del problema y no de la solución. Se corromperá en el laberinto que se abre y se integrará en la nueva componenda, en el Palazzo nuovo; o resistirá unos años más y morirá con dignidad apache, pero incapacitada para comprender, una vez pericliten las biologías de los individuos que expresan esa actitud.

Llegados a este punto cabe extraer simplemente las conclusiones de lo que hemos escrito. Que son no otra cosa que las conclusiones que nos dicta nuestra experiencia biográfica en la que hemos buscado siempre “inspiración heurística” para pensar los sucesivos presentes y reordenar explicativamente el modesto saber que tenemos del pasado histórico y de la filosofía. Algo que es infrecuente sin embargo.

Deseamos comenzar el resumen por el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo. Este momento actual hubiera sido “el momento”, nuestro momento, el de los comunistas y demás fuerzas de veras democráticas, populares, si éstas, nosotros, como colectividad, hubiéramos hecho lo que debíamos tras la derrota del 78. Pero unos se integraron en las instituciones como leal –hoy corrupta- ala izquierda subalterna, y recambio de los dos partidos turnantes, del régimen de su majestad.

Otros vacacionaron por decenios; huyeron  de la bronca cotidiana en las trincheras, que es cierto, produce mucha malaria. Pequeños y dignos sectores tratamos de animar la lucha social y cultural democrática y social, pero metidos hasta el corvejón en el barro, la sangre y la mierda de las trincheras de la sociedad, no supimos o no pudimos construir una cultura y unas formas de vida alternativas de masas.

Lo que no se hizo entonces no puede ser sustituido hoy por el ingenio, por la discursividad teórica, ni por la angustia lúcida. La Voluntad no puede ser suplida por la Razón, no en política.

O si se quiere decir de otra manera, la razón práctica, orientadora de toda praxis nueva, creadora, sus consecuencias, la objetivación de un nuevo Soberano, de un nuevo Sujeto colectivo dotado de capacidad de deliberación y decisión: todo esto, no puede ser suplido por el discurso teorético, la ingeniería política elaborada por una elites políticas que conciben el hacer político según la más estrecha división social del trabajo: nosotros hacemos porque sabemos lo que os conviene; vosotros nos votáis y hacéis caso.

Precisamente porque esas propuestas de  transformación, de cambio o de reforma real en favor de los explotados, elaboradas por las elites políticas, por modestas que sean, son vanas pues carecen del Sujeto cuyo Poder Hacer las haga verosímiles y realizables. Ahora no es ya el tiempo de la Administración,  sino el de la Política.

El actual estado de cosas, el actual régimen político, tal como lo conocemos, es insostenible y será cambiado. Se producirán depuraciones y nuevas personas, nuevas fuerzas políticas, quizá, dirigirán la escena.

No son descartables, incluso, cambios constitucionales de mayor o menor entidad según el desarrollo del conflicto en el interior de las clases dominantes. Pero la situación de derrota histórica en que se encuentran las clases subalternas europeas, no será paliada, subsanada, por estas variaciones de personal político ni por esos cambios institucionales.

Sobre todo si, como en la transición del 78, el nuevo régimen está conformado y liderado por criterios emanados desde las clases dirigentes del nuevo centro imperialista llamado Unión Europea.

Porque  ese tipo de cambios habrá ignorado el cambio fundamental, condición de cualquier otro, el verdadero y único Cambio Constituyente : la Constitución de los individuos atomizados en verdaderos ciudadanos activos a través de la Constitución de un nuevo Sujeto Social activo constituido por las clases subalternas: por el Demos.

El Movimiento de la Democracia. Porque la Democracia es un Movimiento organizado que tiene consciencia de que debe constituirse en orden nuevo, en Estado,  tal y como nos recordaba Arthur Rosenberg [23]; tal y como reza El manifiesto Comunista[24].

El trabajo que hay que hacer para crear una alternativa sigue en espera. Y es importante que en este momento de optimismo, de repuntes de euforia, de preparativos para la carrera, de cuentos de la lechera, todas las personas sensatas de la izquierda evitemos caer en el despropósito de la liquidación de lo poco que hay hecho.

Nuestra tarea ha de ser constituirnos en voluntad previa –con minúsculas-, interina,  que promueva la creación de la Voluntad –la política es voluntad- creadora. Una Voluntad política colectiva, capaz de imponer la praxis deliberada en su seno. Una verdadera Volonté Géneral, un Soberano.

Debemos tratar de ser el paciente “motor de arranque” generador del impulso que trate de hacer la invitación, la amonestación, la parénesis para la creación de ese nuevo Soberano organizado, convocando a la organización colectiva, no urdiendo la “sustitución” de la misma. Una voluntad previa que, dado lo modesto de su tarea,  existe y en suficiente número  – disiecta membra, aquí y allá- porque muchos somos los demócratas portadores de la consciencia, de la cultura, de la historia y de la memoria, de una tradición milenaria de luchas de clases por la igualdad y la libertad. Y entre ellos, nosotros, los comunistas, como los que más.

Debemos decir siempre la verdad, sin otra prioridad táctica que  convertir el conocimiento, el del presente y sus incógnitas terribles, y el del pasado con las conclusiones extraídas de las derrotas, en conocimiento práctico moral, en argumento; y debemos hacer esto en todos los ámbitos: en los debates públicos, en los folletos, en las conversaciones, en los twiters, en los artículos, en las webs, en los libros, con la esperanza no infundada de que tras experiencias nuevas, nuevas luchas,  nuevas y numerosas creaciones organizativas y cooperativas, y sucesivos y largos debates se puede constituir la opinión pública de un nuevo Soberano articulado, dotado de poder práctico, de capacidad de creación social y cultural.

Desconocemos cómo será ese nuevo, hipotético, Soberano, cuáles serán sus capacidades nuevas, qué programa posibilitarán éstas; qué proyecto, en consecuencia irá desarrollando como resultado de su propia existencia, de sus éxitos y derrotas, de lo que éstas sugieran e inspiren a la imaginación creadora, nueva, que reflexione sobre su propia experiencia, de lo que inspiren a la deliberación pública, de lo  que ésta concluya al reflexionar sobre la experiencia colectiva que genere su nueva, propia, capacidad de hacer, la que surja de su Voluntad organizada.

Sabemos que debemos proponerle ser fundador de Estados, creador de un nuevo orden moral e intelectual, no ser  simple fuerza de protesta, rogatoria.

En el bien entendido de que Estado es ethos, nueva cultura material de vida auto protagonizada; que quien crea esto, crea la nueva Hegemonía cultural, la verdadera Constitución de una sociedad, de la que la posterior constitución escrita es una sanción.

No sabemos qué tipo de orden nuevo puede ser capaz de alumbrar. Sabemos que estas tareas duran decenios –poco tiempo en realidad, pero excesivo si lo medimos desde el tiempo vital de una individuo que “quiere verlo”-.

Los procesos más sólidos alumbrados en la América Latina  comportaron 20 años largos de proceso, y luchan por afianzarse, por no morir, incluso por no morir de éxito, a modo de nueva cooptación sistémica de las clases políticas emergentes y substituistas.

Sabemos que solo partiendo de la vida cotidiana, de la organización inmediata, de la actividad autónoma, autogenerada ya ahora, podemos llegar a construir ese sujeto Soberano. Ante lo no he hecho, no caben los atajos, nunca los hubo; tampoco ahora.

La tarea de una nueva cultura de vida cotidiana, se convierte en un fin inmediato  porque el nuevo Soberano, una vez se vaya formando, debe dejar atrás la mera protesta, debe aspirar a crear un Estado, y esto se hace en concreto, ya desde el presente, creando nueva cotidianidad, nuevo control capilar, micro-fundamentado, sobre la actividad cotidiana de vida, generando nuevas formas comunes de vivir libre ya.

Sabemos que hemos de ser  tan solo una voluntad previa, destinada a disolverse en el conjunto de la Voluntad General, una vez ésta se haya constituido en movimiento democrático.

Destinada a integrarse en ese Pueblo/Movimiento verdadero, que es tal precisamente por ser realidad efectiva, organizada, construida, autoprotagonista de sí misma, deliberante y práxica; no entidad especulada en nombre de la cual se habla o a la cual se quiere dirigir. Gramsci insiste con rotundidad en esto en uno de sus más célebres cuadernos.

Al reflexionar sobre el Príncipe de Maquiavelo, tras explicar que el Príncipe actual debería ser colectivo, y no puede ser una individualidad, Gramsci  recalca que la tarea del mismo es previa a la existencia del Sujeto colectivo organizado.

Y que una vez existe éste, el Príncipe: “…se hace pueblo, se confunde con el pueblo, pero no con un pueblo «genéricamente» entendido, sino con el pueblo al que Maquiavelo [Gramsci asocia aquí la figura del Príncipe y la de Maquiavelo] ha convencido con su tratado precedente,[para que se organice y protagonice su hacer] del que él se vuelve y se siente conciencia y expresión, se siente idéntico: parece que todo el trabajo «lógico» no es más que una autorreflexión del pueblo, un razonamiento interno, que se hace en la conciencia popular y que tiene su conclusión en un grito apasionado, inmediato.

La pasión, de racionamiento sobre sí misma, se reconvierte en “afecto” fiebre, fanatismo de acción. He ahí porqué el epílogo del Príncipe no es algo extrínseco, “pegado” desde fuera, retórico, sino que debe ser explicado como elemento necesario de la obra, incluso como el elemento que refleja su verdadera luz sobre la obra y hace de ella como un «manifiesto político»[25].

Así pues, nuestro “programa” –si hemos de usar  una palabra que permite entendernos- no es prescribir qué debe hacer el Soberano, una vez exista; mucho menos prescribir lo que vamos a hacer desde las instituciones una vez se nos vote. Nuestro programa solo puede ser ayudar al nacimiento de un Pueblo real, una Voluntad Soberana, práxica, existente, que en la medida que exista hace innecesario ningún  motor de arranque.

A partir de la existencia del movimiento, nuestro propósito es, solamente, ser consciencia del hacer, filosofar sobre la praxis, donde “de la praxis” es genitivo subjetivo, no fruto de la división el trabajo entre quien reflexiona y dirige y quien actúa. Porque los comunistas, y todos los demás demócratas que son conscientes de la diferencia que existe entre democracia y liberalismo, “no forman un partido aparte, opuesto a los demás partidos obreros.

Sus ideas no se basan en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Solo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico, que, [precisamente por ser empírico, y en la medida en que existe y se desarrolla,] transcurre ante nuestra vista”[26].

Porque el partido debe dejar de ser un colectivo exento respecto del cuerpo del movimiento social organizado,  formalmente constituido y jerarquizado. Antes de que exista el nuevo Sujeto la izquierda no tiene Potencia, no es Causa Eficiente, no tiene Fuerza. Una vez exista el movimiento que crea con su desarrollo un nuevo Sujeto, la deliberación colectiva del propio Sujeto, a partir de su experiencia y del saber cultural poseído entre la totalidad de sus miembros, es, en primer lugar, el saber de la izquierda.

Y, en segundo lugar, y si queremos caracterizar al intelectual colectivo orgánico de ese Sujeto nuevo de forma más concreta, “Partido” será el nombre que le convenga como denominación al conjunto de los muchos miles de individuos que, estén en cada momento, según su situación personal, en condiciones de dedicar tiempo a  impulsar cada una de la miríada de  las comunidades de base organizadas que deben constituir ese Sujeto nuevo, y a servir de mediadores que entran en contacto con los de las demás comunidades. Partido, si ha de ser denominación de algo, ha de ser la denominación del sistema nervioso que constituya al nuevo Bloque Social democrático, algo interno en integrado en el mismo.

La política no puede ser, en adelante, una más de las honestas profesiones en las que trabajar, porque el político profesional, como todo trabajador, debe llegar a final de mes, y no desea, además, quedar en paro, ni perder el estatus social que le confiere su papel, entre otras muchas cosas que acaban generando más bien pronto que tarde, una casta con intereses diferentes a los de aquellos a quienes dice servir.

Esta supresión de la política como profesión es posible porque el hacer político no es ni una ciencia ni un saber tecnológico que necesiten una formación académica especializada. La medicina lo exige, pero es que la enfermedad no se delibera, porque no depende de nuestra Voluntad. Si la política fuese una Ciencia – Ciencia… Política-, la democracia sería un imposible.

Tampoco es el hacer de gestión técnica, porque la praxis política ha de ser, en primer lugar,  praxis actuada por los propios ciudadanos organizados. Ha de ser, si es que la política llega a existir nuevamente, Voluntad operante del Demos, llevada a praxis por él mismo.

La política ha de ser saber que surja de la propia experiencia de praxis, alimentada previamente por el saber intelectual colectivamente poseído, tanto el teorético como el saber trasmitido por tradición, aportado por todas las tradiciones democráticas que poseamos entre todos.

Saber teorético, incluido el que aportan las ciencias y saber de tradiciones democráticas  y revolucionarias: Saberes poseídos por muchos y entre muchos, porque, nadie los posee por entero. Praxis a su vez reflexionada desde la nueva experiencia y desde ese saber colectivo poseído, y que se enriquecen en el proceso.

Pero ese tipo de reflexión para la orientación de la actividad creadora colectiva, ese tipo de reflexión no sobre la razón teórica, sino sobre el hacer de la Razón Práctica,  ni es pronosticable  e institucionable como saber codificado previo, a priori, ni consiste en el pronóstico de futuro de la dinámica social, ni se adquiere mediante cualificación escolar.

Y si bien puede exigir que en alguna fase de su aplicación haya técnicos asalariados que lo ejecuten, estos no tienen por qué poseer un estatuto distinto al del funcionario, o al del administrador al servicio del capitalista. Al servicio, en este caso, esto es, de la Voluntad del Demos.

Una Voluntad, un Pueblo cuyas condiciones históricas de construcción están dadas por la terrible situación en la que nos encontramos las individualidades de las diferentes fracciones y colectivos de las clases subalternas y por el pavoroso reto civilizatorio que se nos plantea como humanidad.

Política es Voluntad práctica en acto que con su propia aparición y desarrollo establece las nuevas condiciones de realización de metas nuevas a ir deliberando. No Razón escrutadora de las entrañas del mundo existente en el que estamos atomizados.

Nos encontramos ahora en el momento de la inquietud eufórica de los políticos y de los pensadores, provocada por los barruntos ante el momento de crisis de legitimación del régimen. Dejan volar su imaginación y se proponen nuevos “debes”, nuevos momentos constituyentes.

Luego, ante los resultados inanes de sus previsiones, se declararán, como siempre, “realistas” y los irán rebajando.  Pero “Realismo” no es ajustar las expectativas que el político posee a las posibilidades de la realidad, de una realidad en la que los subalternos no somos nada  y que exige deformarlas hasta ser caricatura.

Tampoco es sostenerse en sus trece respecto de un ideal especulado y pronosticado como “debe” ante el “es” presente contra toda razón, porque es contra toda realidad. Es más ese debe muestra su falta de verdad en el hecho de que no existe condición de posibilidad para su realización, y es por ello un perenne “debe”.

Realismo es tratar de crear una nueva realidad activa, un nuevo movimiento operante ya desde el seno del presente. Es intentar actuar como fuerza en el momento genético, como agente que ayuda a generar un nuevo Sujeto.

Nueva realidad que es el Sujeto Soberano organizado, hoy no existente, desconocido por lo tanto en sus capacidades. Cuyas capacidades y potencia práxica no podemos aventurar por adelantado; que solo demostrará lo que es haciéndolo y en la medida en que lo haga.

Sujeto objetivamente existente, una vez se cree,  – sujeto objetivo, no es una paradoja, sujeto y objeto idénticos-, nueva realidad activa, organizada, generada, creadora a su vez de nueva praxis, cuyo ser activo es ya nueva praxis y cuya acción es precisamente la que realmente va cambiando dinámicamente el orden existente.

Sujeto respecto del cual, una vez existe, el filosofar debe ser realista, esto es, debe consistir en la reflexión sobre los nuevos problemas y debates que van surgiendo en el seno de ese nuevo Sujeto, consecuencia de su dinámica activa y de los cambios que  autoproduce en sí mismo y en el resto de la sociedad, ayudando a abrir y desarrollar la deliberación pública en su seno.

Filosofar praxeológico, interno a la propia praxis, tarea del intelectual orgánico, que no es capacidad privada de este o aquel grupo, sino capacidad pertinente, inherente al pensar, de todo individuo  que reflexione sobre el hacer del propio movimiento desde la praxis del mismo.

Filosofar que trata de hacer entender al Sujeto Nuevo la novedad de su praxis, la novedad de su ser, y que su existencia solo puede ser garantizada si se constituye en Fundador de Estado, solo puede autogarantizársela él mismo si como Movimiento subalterno de la Democracia, deja de ser subalterno y pasa a constituirse en Estado.

Idea que puede o no  prender, idea que no intenta definir a priori los atributos de ese nuevo Estado, pues no se pueden definir a priori los atributos práxicos, aún por desarrollar, del nuevo Sujeto, del nuevo Soberano, del movimiento político cultural de la Democracia.

Por lo tanto, filosofar interior al movimiento que evita volver a proponerle un “debe”, y debe reflexionar sobre sus reales problemas existentes que surgen de la lucha, de la dinámica nueva que genera el Sujeto con su ser y hacer.

Solo el proyecto de ayudar a crear un Sujeto es real, en tanto que real  proyecto que está en la mente de quienes –pocos o muchos- lo pretendemos, en tanto que el que pronostica se pone a tratar de realizar aquello que pronostica, como motor de arranque propositivo de soberanía real, de auto gobierno de la propia praxis cotidiana organizada.

Y también es real la existencia de sectores que son susceptibles de ser organizados, y dirigidos, por tanto, a tal acción o desviados de la misma.

Esta forma sobria de entender la “previsión” nada tiene que ver con la habitual, que suple la carencia de medios que otorguen fuerza para realizar el proyecto fantaseado, presuponiendo la determinación de leyes de regularidad del tipo de las de las ciencias naturales , en las cuales se confía como mecánica y ya existente “causa incausata”, y que al tratar de la sociedad no tienen en cuenta las voluntades de los demás, su opinión, su pesimismo, su excepticismo, la de los individuos de las clases subalternas  a causa de su desconocimiento, aún no existente, de la capacidad práxica que surge de la organización, y que solo al nacer se conocerá[27].

Ser realista es ayudar a crear, modestamente, ya ahora, la Fuerza social  de los subalternos, interviniendo en ello a partir de la propia acción, en lugar de tratar de crear en la imaginación un Proyecto Constituyente para el Futuro, sin tener motor que lo asuma. Ser realista es tener consciencia de nuestra capacidad real, inmediata, de acción  -ahora poca, mínima- y de emplearla en ayudar a concitar un nuevo agente social. Ser realista no es fantasear un futuro.

Ni Alma sin Cuerpo ni Cuerpo sin Alma. Ni Pensamiento orientativo sin Deseo y Fuerza, ni Fuerza y Deseo sin Pensamiento orientativo. La división social del trabajo sólo es posible cuando el que piensa, además, tiene el dinero, y el que hace se ve constreñido a dar su Fuerza a cambio de dinero para poder vivir.

En toda otra situación la respuesta que recibe el que manda, el mandarín con su mandanga, es “que lo haga Rita”. Y está bien que sea así y no haya más amos que los justos -“…ni tribunos…”-.

Todo esto se enfrenta a las impaciencias, a los deseos de respuesta inmediata, inminente, que puede encarnarse en tal o cual personalidad o grupo de políticos profesionales, grupo de gentes quizá ejemplares, no corrompidas en el anterior ciclo político inmediato.

Pero una acción inmediata de tal género no puede ser de vasto aliento y de carácter orgánico: será del tipo restauración y reorganización, del tipo Revolución pasiva, protagonizada por las clases dominantes, que absorbe las energías de la parte activa del movimiento que existe para la protesta, coopta a los dirigentes de la oposición e integra todo esto en su nuevo proyecto, y no del tipo  inherente a la fundación de nuevos estados y nuevas estructuras sociales y culturales.

Pretenda lo que pretenda el colectivo político, objetivamente, y al margen de su intencionalidad desiderativa, subjetiva, su actividad será objetivamente de tipo defensivo y no creativo original; ayudará a la voluntad colectiva de las clases dominantes, ahora existente, aunque esté debilitada, dispersa, por la actual deslegitimación, a robustecerla al dotarla de nuevo prestigio y librarla de las excrecencias corruptas.

Bloqueará la posible creación ex novo de una voluntad colectiva que, al desarrollarse, liquida el viejo sistema de relaciones intelectuales y morales, el viejo orden de mores, de formas de vida. Tal como nos explica Antonio Gramsci desde las primeras páginas de su Cuaderno 13 sobre Maquiavelo y parafraseamos aquí.

Y esto, el bloqueo de toda posibilidad de este tipo, va unido a las prisas, a los protagonismos personales, al institucionalismo, al deseo de ser representante, de ser Tribuno de la Plebe.

También en los anteriores periodos de nuestra historia acaecieron estas prisas; entre los apresurados había hombres y mujeres de buena intención.

No por ello dejaron de convertirse objetivamente en farsantes, a la vez relleno o farsa, y luego, mentira, en la medida en que se percataban de su papelón de una comedia que des-medulaba la posibilidad de crear una Voluntad.

Llegados aquí, no podemos decir nada más. Nuestra forma de comprender la política precisamente incluye la imposibilidad de prever lo que un  Sujeto aún no existente pueda llegar a ser, a decidir, a imponer.

A esto que hemos expuesto, se le puede responder: si aceptamos las ideas a las que vosotros os adscribís, resulta que, después de tantos años, todo está aún por hacer y, sin embargo, los problemas que afrontamos son terribles, dramáticos, inminentes.

Nuestra respuesta es: Sí, es cierto. Y se puede entonces argumentar ante nuestra respuesta: Esto es muy desmoralizador. No, en nuestra modesta opinión; o lo es menos, menos, bastante menos aún que seguir aceptando como buenas las ideas que han inspirado la política hasta el presente, con sus promesas de atajo, para experimentar luego, ¡nuevamente!, a la vuelta de 35 años, cómo las gentes, la buena gente, la gente con sentido común, vuelve la espalda a esta nueva reedición de lo ya visto. Y, cómo nuestras previsiones imaginarias se convierten, también nuevamente, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

 


[1] GRAMSCI, Antonio, Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos políticos en los períodos de crisis orgánica, en Cuaderno 13 (XXX) Notas sobre la política de Maquiavelo, in Quaderni del Carcere, edizione critica a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi editore, 1975, p. 1604. En la edición castellana de Ediciones Era, Tomo 5, p. 51.

[2] El caso más flagrante de esta rendición ante la siderurgia alemana y francesa  fue el desmantelamiento de Altos Hornos del Mediterráneo en Sagunto.

[3] El último y escandaloso caso es el de Nissan. La voz de su amo, o sea La vanguardia lo presentaba como un caso ejemplar: http://www.lavanguardia.com/opinion/editorial/20130130/54362533197/un-acuerdo-ejemplar-en-nissan.html. La historia en los últimos treinta años, de SEAT, Renault, Citroën, General Motors, Opel… está llena de estos ejemplos. La disolución de la Federación del Metal de CCOO en 1984, fue uno de los servicios que la CONC prestó a este proceso de subordinación a las multinacionales, mediante la liquidación de la protesta obrera y de la época y la posterior cooptación de parte del sector crítico en la gobernabilidad del sindicato.

[4] Fenómeno analizado desde los inicios por diversos autores, pero despreciado olímpicamente por la izquierda política y sindical, tanto la oficial como la “radical”. Cifra: FRÖBEL, Folker, HEINRICHS, Jürgen, KREYE, Otto, La Nueva División del Trabajo Paro estructural en los países industrializados e industrialización de los países en desarrollo, Madrid, Siglo veintiuno de España Editores, 1980. Primera edición en alemán 1977. PIORE, Michael, SABEL Charles, La segunda ruptura industrial, M. Alianza Editorial, 1990. Primera edición en inglés 1984

[5] http://www.ine.es/jaxi/tabla.do

[6] Loc. cit.

[7] Según el INE, carencia en al menos 3 conceptos de una lista de 7 conceptos: 1.No puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año; 2.No puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días;3.No puede permitirse mantener la vivienda con una temperatura adecuada; 4.No tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos; 5. Ha tenido retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal (hipoteca o alquiler, recibos de gas, comunidad…) en los últimos 12 meses; 6. No puede permitirse disponer de un automóvil; 7.No puede permitirse disponer de un ordenador personal.

[8] INE. Encuesta de condiciones de vida 2012. http://www.ine.es/jaxi/tabla.do

[9] Este es el sentido de la campaña “No nos vamos, nos echan”, véase: http://www.publico.es/451496/espana-no-es-pais-para-jovenes

[10] Leonid Kalashnikov, secretario general del Partido Comunista de Rusia, http://www.politrussia.ru/life/56948.html.  Texto reproducido en Rebelión, de donde l hemos tomado. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=94304

[11] La intervención de Joan Rosell en el 10 congreso de CCOO es reveladora de la complementariedad corporativa entre la patronal y los sindicatos del régimen. El saqueo conjunto de los fondos de formación continua y ocupacional durante casi dos décadas ha alimentado inmensas estructuras burocráticas cuya misión conjunta ha sido tutelar el mundo del trabajo en el periodo de la contrarrevolución de los derechos laborales. La responsabilidad de los liberados de los sindicatos del régimen es inmensa, incluso en los casos de la mayor honestidad. Esta honestidad de muchos liberados que los autores reconocen, pero que no dejan de ser un alibi para la corrupción sistémica de ambas Confederaciones.

[12] Gramsci, Antonio, Los intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009, p. 161. Quaderni del carcere, ob. cit., Cuaderno 24 (XXVII), p. 2269.

[13] MONTES, Pedro, La historia inacabada del euro, Madrid, Editorial Trotta, 2001. AAVV ( GUTIERREZ, Eduardo, AYALA, Iván, ALBARRACIN, Daniel y MONTES, Pedro) Qué hacemos con el euro, Madrid, Akal, 2012.

[14] POLANYI, Karl, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. Madrid, Ediciones La Piqueta, 1989. Puede descargarse de: http://www.elsarbresdefahrenheit.net/ca/index.php?view_doc=448

[15] Léase: Ilías Katsulis “Grecia y la tercera vía al socialismo”, http://www.nuso.org/upload/articulos/1174_1.pdf. Otro ejemplo, las posiciones defendidas desde el PCC antes de su mutación pragmática. Unas posiciones imposibles de encontrar en la actualidad ni en su política ni en su página web.

[16] Se pueden leer interesantes apuntes en la sección de Carlos Valmaseda en la página de Espai Marx o en el blog de Enrique Turiel.

[17] Dejemos de lado, qué papel han desempeñado esas voces en el anterior periodo político, si formaron o no parte de la clase política del régimen de la Restauración del 78, y hasta cuándo.

[18] GRAMSCI, Antonio, Obreros y campesinos, edición turinesa de Avanti!, 20 de febrero de 1920, in La cuestión meridional, Madrid, Dédalo ediciones, 1978, p.31.

[19] “El Gobierno de  la República y la ley catalana de Cultivos” reproducido íntegramente en  los apéndices de Mi Rebelión en Barcelona,  Madrid, Ed Espasa Calpe, 1935. Ver por ejemplo, Pág. 239

[20] Manuel Azaña, Discursos en Campo abierto, Madrid, Ed Espasa Calpe, 1936, pp. 148, 172 y 185.

[21]  MAURIN, Joaquín, Revolución y contrarevolución en España, Paris Ediciones Ruedo Ibérico, 1966.

[22] GRAMSCI, Antonio, Quaderni del Carcere, edizione a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 1975,  Cuaderno 15 (II), p. 1752.

[23] ROSENBERG, Arthur, Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789 – 1937). México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1981 (1938). Todo el libro, pero señaladamente, pp. 335- 336

[24]MARX, Karl, ENGELS, Friedrich, Proletarios y comunistas, cap. 2º de  El Manifiesto del Partido Comunista,  varias ediciones, en la edición OME,  Barcelona, Ed. Crítica, 1978, vol. 9,  pág. 150

[25] GRAMSCI, Antonio, Quaderni del Carcere, edizione a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 1975, Cuaderno 13 (XXX), p. 1557. En español: Ediciones Era, tomo V, p. 14.

[26] MARX, Karl, ENGELS, Freidrich, Proletarios y comunistas, ob. cit.

[27]GRAMSCI, Antonio, Quaderni del Carcere, edizione a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 1975, p. 1811

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