Socialismo21 » 25 abril, 2012

Daily Archives: 25 abril, 2012

Quieren tapar el sol

Por Emilio Pizocaro

El ministro de Interior avisa que no permitirá la acampada de Sol y que todas son «ilegales». Aguirre reclama que se impidan los actos de conmemoración del aniversario del movimiento 15M

Estamos notificados. ¿Que esperamos para darnos cuenta? El gobierno sabe perfectamente que debe criminalizar a un movimiento pacifico como el 15M. Es una condición “necesaria y obligatoria” para evitar la contestación social ante la avalancha de recortes que está desmantelando lo poco que queda del estado de bienestar.

Han inoculado el miedo y están provocado la angustia entre los ciudadanos. Necesitan que estemos paralizados. Es la política del shock, cuyos manuales fueron ensayados en el Chile de Pinochet y aplicados en la década del 90 en América Latina.

Se equivocaron en Latinoamérica. La respuesta fue que renació con fuerza el espíritu emancipador y el neoliberalismo fue enviado al tacho de la basura en una mayoría de países . Ocurrirá lo mismo en España . El capitalismo neoliberal y salvaje también perderá la partida. No lo dudéis , es cuestión de tiempo. Los pueblos juntan fuerza y no se dejan avasallar.

La tarea urgente salta a la vista. Todos debemos arropar el 15M  y las movilizaciones que vendrán.  No podrán tapar el sol por muy grande que tengan el dedo, los  nuevos grises.

No olvidéis los pueblos con sueño de marmota tienen despertar de león.

 

 

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“Europa se encuentra en una divisoria: repetir 1930 o 1848”

Por Ángel Ferrero

Entrevista a Rafael Poch, corresponsal de La Vanguardia en Berlín
” Tenemos tanto indicios de 1930 -el aumento del desprecio al débil, el darwinismo social, el racismo y el auge del discurso y la practica de la extrema derecha, con situaciones que en algunos casos parecen calcar el mapa de la Europa de los años treinta y cuarenta- como indicios de 1848, de una “primavera de los pueblos” internacionalista, ciudadana y social.
Pero, no nos engañemos, este segundo escenario positivo precisa trabajo, compromiso y organización. El espontaneísmo festivo-narcisista y el happening “on line” no son suficientes. Los ejemplos que mencionas advierten que el populismo de extrema derecha puede rellenar el agujero y ganar la calle.”

¿Cómo ves Europa en comparación con China y América Latina (economía, dinámica social)?

Regresar a Europa tras más de veinte años fuera, fue encontrarse con un bostezo. Los años noventa y la primera década del siglo han sido socialmente somnolientos, de gran apatía social. En los ochenta el continente estaba dividido en dos amalgamas estrambóticas: capitalismo y democracia en el Oeste y socialismo y dictadura en el Este. La tensión entre aquellas amalgamas moderaba algo el capitalismo en el Oeste. Hoy Europa se ha unificado con el resultado de más desigualdad y más explotación, tanto en el Este como en el Oeste. Pero ese cambio, que evidentemente no es igual en todos los países, no ha sido contestado. En el Este seguramente por el desprestigio que las dictaduras imprimieron a lo social y el “sálvese quien pueda” en el que se convirtió la mera supervivencia para mucha gente en muchos países. En el Oeste los motivos también varían de un país a otro. En España, por ejemplo, se produjo lo que yo denomino como el “asfaltado intelectual” de la sociedad: cierta americanización, cierto espíritu cutre de nuevo rico hipotecado… En cualquier caso el resultado final fue parecido en todas partes: retroceso de los movimientos sociales y de la conciencia crítica. Mientras tanto, en China se vivía un extraordinario avance de la economía y de la contaminación, regado por el mayor proceso de urbanización de la historia. Un dinamismo extraordinario. Un cambio social vertiginoso difícil de caracterizar con un solo brochazo. De América Latina sólo puedo hablar de oídas, pero es evidente que ha habido un despertar social que ha tenido consecuencias políticas en media docena de países con el resultado de una inusitada capacidad de autonomía con respecto al gran vecino del Norte, Estados Unidos, y toda una serie de iniciativas coordinadas en el Sur, algo novedoso y esperanzador. Volviendo a Europa, parece que ahora nos encontramos en una especie de divisoria, pues vemos indicios de cambio de signo contradictorio. Algo se va a mover.

En un artículo cita una frase de Merkel “Nada debería dar por supuesto otro medio siglo de paz y prosperidad en Europa”. ¿La puede comentar?

Contiene una gran verdad, aunque seguramente la frase fue introducida en el discurso como mero adorno retórico por algún asesor de la canciller. El hecho es que la estabilidad en la que han vivido los europeos en las últimas dos o tres generaciones se sostiene sobre unas bases muy frágiles que ahora la crisis pone en cuestión. Pero en Occidente no hay conciencia de la posibilidad de un hundimiento -lo que pasó en la URSS en los noventa, en Argentina con el corralito, o la normalidad de cualquier nepalí medio es un hundimiento. Los europeos occidentales y sus dirigentes no tienen experiencia de eso. Eso hace que se continúe bailando sobre la cubierta del Titanic o que se crea que por tener un camarote de primera están a salvo del naufragio. En Alemania es significativo que la generación que conoció el desastre de 1945, los viejos, sean los únicos que dicen cosas sensatas sobre Europa y la euro crisis. Pero cuando hablo de crisis me refiero a un asunto de tres niveles. Uno es el financiero, el desmoronamiento del piramidal castillo de naipes especulativo / ladrón. El segundo es la consecuencia que ese desmoronamiento tiene en la “economía real”, con empresas que cierran, sectores inflados que se desinflan, gente que pierde su trabajo y una generación de jóvenes sin futuro. El tercer nivel es el principal: se trata de la crisis asociada al “cambio global antropogénico” del que el calentamiento global es el escenario más conocido y popular. Este tercer nivel es superior, porque contiene los demás niveles y mucho más. A su lado la crisis del neoliberalismo es algo anecdótico, casi una nota a pie de página, podríamos decir…

El reto de la “crisis neoliberal”, cuando apareció en 2008, era aprovecharla para atajar toda la crisis en su conjunto, con una transición energética, un cambio de modelo, de contabilidad, de racionalidad económica, de relación con el medio y, naturalmente, de valores. Avanzar en esa dirección. Lo que se denominó “New Green Deal”. De momento ni siquiera se ha reconocido la crisis del neoliberalismo y la crisis financiera se afronta con recetas neoliberales y leyendas nacionales que nos llevan de regreso al siglo XIX. Respecto a la gran crisis, la cumbre de la ONU sobre cambio climático de Durban ha dejado bien claro el desfase entre la urgencia del cambio que se precisa y la ceguera de la respuesta. Todo sumado, resulta difícil imaginar una situación más necia y miserable.

Cuando las instituciones internacionales como la ONU, ya llevan años dedicando grandes eventos, esfuerzos y acuerdos al calentamiento global, las políticas económicas nacionales deberían poner el cambio de modelo en el centro de su estrategia a medio y largo plazo. Ni siquiera en Alemania, uno de los países pioneros del movimiento “verde”, se habla de eso en las instituciones como se debería. Y no es casualidad. Por un lado, las instituciones de nuestras democracias no están diseñadas para el largo plazo, sino para un “usar y tirar” de cuatro o cinco años. La transición energética exige estrategias a quince, veinte, treinta años vista, pero la mirada de nuestros gobernantes no alcanza mucho más allá de las próximas elecciones. Por otro lado, la estructura económica-empresarial regida por el beneficio determina mucho cualquier proyecto de cambio energético: los mismos monopolios e intereses que alimentan el calentamiento son los nuevos líderes eólicos y solares. Las nuevas energías en manos de las viejas estructuras sin duda no son lo mismo, pero tampoco son la solución. No se saldrá de esta crisis sin profundas reformas estructurales e institucionales. Tales reformas precisan de un fuerte movimiento social internacional.

A Alemania le favoreció la burbuja inmobiliaria española. ¿Qué hay detrás de la propaganda contra los “vagos del sur”?

Ante todo la vana esperanza de que el país puede salir ileso de la crisis. Alemania había sido un país de relativa nivelación social, como Japón, con un estado social generoso y unas relaciones laborales mucho más decentes que la media europea. En 1990, la anexión de la RDA, que costó un billón de euros, acabó con el espantajo comunista, que era el principal incentivo para el “modelo social alemán”. La mayor competitividad de los productos alemanes, en Europa y en el mundo, se logró, en gran parte, congelando salarios y generalizando la precariedad laboral en Alemania. Ese desmonte social-laboral contribuyó afirmar la potencia exportadora alemana en una época en la que aparecían nuevos desafíos competidores en Asia, pero desequilibró aun más internamente la zona euro.

Desde la introducción del euro Alemania generó un superávit comercial de 800.000 millones de euros dentro de la euro zona, lo que creó un agujero equivalente en los países menos competitivos del grupo. Esta es la “unión de transferencias” de la que no se habla en Alemania, donde bajo ese concepto sólo se entiende los subsidios y fondos de compensación al sur de Europa que Alemania y otros países ricos desembolsaron. En cualquier caso, las empresas alemanas (no “los alemanes”) ganaron mucho dinero e invirtieron gran parte de sus beneficios en el exterior, capitalizando la estafa inmobiliaria de Estados Unidos, la destrucción del litoral español y buena parte de las fantasías irlandesas o griegas, etc., etc. Desentenderse de eso y hacer ver que la situación es resultado del maniqueísmo entre países virtuosos y manirrotos, denota una gran desvergüenza, porque el problema no es nacional. La crisis fue desencadenada por el sector privado, especialmente por los bancos que financiaron la pirámide inmobiliaria que se desmoronó. Para atajarla, los países europeos han dado a los bancos 4,6 billones de euros desde 2008 –esa es la cifra facilitada por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Además, hubo otro enorme desembolso de dinero público en los programas de estímulo keynesianos del 2008. Todo ello incrementó, evidentemente, la actual deuda pública.

Que hoy el debate esté centrado en la crisis de la deuda pública, y no sobre el casino que la ocasionó, se debe, fundamentalmente, a que el poder financiero controla gobiernos y medios de comunicación e impone la leyenda que más le conviene. El gobierno alemán ha sido particularmente activo en ese frente. Su nacional-populismo acerca de que el problema son unos países del sur gastadores que no “hicieron sus deberes” y en los que la gente común vivió “por encima de sus posibilidades”, le permite canalizar el descontento de los contribuyentes alemanes por los centenares de millones transferidos a los bancos como consecuencia de la irresponsabilidad de estos invirtiendo en el casino global. Reconocer la realidad significaría revisar los últimos veinte años de política económica y social alemana que se han vendido como exitosos y modélicos para el resto de Europa.

Pero ¿no lo fueron?

Solo fueron exitosos para los empresarios y para los más ricos. Desde la anexión de la RDA la economía alemana ha crecido alrededor de un 30%, pero el resultado no ha sido una prosperidad general, sino un enorme incremento de la desigualdad. Desde 1990 los impuestos a los más ricos bajaron un 10% y la imposición fiscal a la clase media subió un 13%, los salarios reales se redujeron un 0,9% y los ingresos por beneficio y patrimonio aumentaron un 36%. Desde el punto de vista de la (des) nivelación social, Alemania es hoy un país europeo normal: el 1% más rico de su población concentra el 23% de la riqueza (una relación similar a la existente en Estados Unidos en 2007) y el 10% más favorecido el 60% de ella, mientras la mitad de la población sólo dispone del 2%.

¿Por qué siguen rechazando los eurobonos?

En parte porque el gobierno alemán es rehén de su propia leyenda populista. La leyenda afirma que Alemania es el gran pagador de Europa, la gran víctima. Su contribución a los rescates europeos es, efectivamente, la mayor en términos absolutos, pero sólo porque su economía y su población son las mayores. La contribución alemana per cápita es la sexta entre 17 países, y según la parte del PNB dedicada es la décima, pero eso no se dice, como tampoco se dice que han sido los mayores beneficiarios de la existencia de una moneda única. Entonces, si la música con la que se desayunan diariamente los alemanes les dice que ellos son los que más pagan y que ellos lo han hecho todo “bien”, acceder a los eurobonos significa socializar el desbarajuste de quienes lo hicieron “mal”. Salir de este enredo significaría reconocer la interrelación de la euro crisis y corregir la leyenda, lo que resulta muy complicado para el conjunto del establishment alemán porque supone cuestionar la política de los últimos veinte años. No es un problema de gobierno, sino también de la actual oposición: recordemos que fue un gobierno de socialdemócratas y verdes quien realizó la última gran ofensiva neoliberal en el país, con la llamada “Agenda 2010″ de Schröder y abriendo las puertas a los “hedge funds”… Además de esto, también hay un punto de dogmatismo ideológico neoliberal.

Pero sería injusto no añadir algo: si la actitud alemana es obtusa, ¿cómo calificar el disciplinado seguidismo masoquista de los gobiernos de Francia, España y los demás, que ni siquiera defienden los vanos intereses nacionales de una estrategia exportadora y consienten una política que incrementa su crisis? En España ni siquiera ha habido un “mea culpa” por el ladrillo. Ningún aeropuerto inútil o destrucción del litoral ha llevado a nadie a la cárcel. Al revés, el discurso político del PP reivindica aquella “etapa de crecimiento”. Es una casa de locos… Hemos de ponernos de acuerdo en una cosa: en la Europa de hoy la estupidez es internacional. Frente a la división de una Europa en países virtuosos y manirrotos, que pretende disolver problemas sociales en cuestiones nacionales, el internacionalismo ciudadano debe constatar la absoluta unidad de la estupidez europea como primer paso.

¿Qué queda del proyecto europeo, ahora que ya se habla de dos zonas euro, pero además con una clara división los europeos buenos y los malos?

Ese discurso introduce una tendencia desintegradora y disolvente en la Unión Europea. Con el, Alemania ha abierto una caja de Pandora muy peligrosa. Es un discurso que divide Europa y que ofenda a sus pueblos. Lo hemos visto en Grecia donde se demoniza a Alemania, y se empieza a ver en España. Cuando llegué a Berlín en 2008, Merkel era considerada en España como el paradigma de la buena gobernante. Desde el año pasado su prestigio y el de Alemania han caído por los suelos. Todo esto es disolvente para la cohesión europea, pues abre una espiral desintegradora. Los alemanes, a los que siempre les ha costado mucho ponerse en el lugar de los otros, no son conscientes de lo que están sembrando. Cuando el año pasado le pregunté al ministro de Exteriores alemán, Guido Westerwelle, sobre el resentimiento que sembraba en Europa el discurso aleccionador de una Alemania virtuosa, me miró como si le hablara en chino… Todo esto es muy malo, pues la Unión Europea, vista con perspectiva histórica, es una buena solución a lo que había antes: naciones que guerreaban constantemente entre sí. Por eso hay que conservarla, reformándola. Para ello hay que poner los intereses generales de la ciudadanía por delante del negocio, lo político por delante de lo económico, y no pedir peras al olmo, no pretender hacer un superestado europeo a partir de la idealización del continente como sugiere Jürgen Habermas en su “Zur Verfassung Europas”. En la proyección exterior de la Unión Europea, hay que conformarse con una ambigua y paquidérmica estructura común que no le complique la vida al resto del mundo. Lograr que esa estructura no sea imperialista, ya sería un enorme avance histórico.

¿Y sobre el peligro de los populismos, que en lo económico vienen con propuestas que deberían haber llegado desde la izquierda? ¿Estamos ante una repetición de los 30?

Antes he mencionado que Europa está en una divisoria, que algo se va a mover, porque se ha creado un agujero y hay una demanda de respuesta a la nueva situación. La dirección que van a tomar las cosas es opinable. Tenemos tanto indicios de 1930 -el aumento del desprecio al débil, el darwinismo social, el racismo y el auge del discurso y la practica de la extrema derecha, con situaciones que en algunos casos parecen calcar el mapa de la Europa de los años treinta y cuarenta- como indicios de 1848, de una “primavera de los pueblos” internacionalista, ciudadana y social. Pero, no nos engañemos, este segundo escenario positivo precisa trabajo, compromiso y organización. El espontaneísmo festivo-narcisista y el happening “on line” no son suficientes. Los ejemplos que mencionas advierten que el populismo de extrema derecha puede rellenar el agujero y ganar la calle.

Mirando la toma de decisiones en España o Italia, en relación a los recortes, ¿hacia donde vamos? Se modificó la Constitución sin referéndum, ya no se consulta a los ciudadanos sobre los nuevos recortes…

Cierta austeridad popular a cambio de un desmonte del casino podría haber sido aceptable, por lo menos en los países más ricos de Europa, pero el intento de hacer regresar a Europa al siglo XIX en lo social y laboral, sin tocar el casino y por decreto, evidentemente, no es democrático. Rompe lo que quedaba del contrato social europeo de posguerra, allí donde lo hubo. La imposición de las políticas de ajuste ha reventado la soberanía nacional, que por otra parte nunca gobernó ni decidió las cuestiones económicas principales. Aunque no todas las democracias son iguales (en Noruega hay mucha más democracia que en España, en España más que en Rusia y en Rusia más que en Haití), la democracia realmente existente tiene muy poco que ver con su sentido genuino de “poder popular”. La tendencia que hoy gobierna Europa disuelve incluso esa caricatura de democracia. Como lo social y lo político van unidos a la degradación de lo primero le corresponde la degradación de lo segundo. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, “reformar el derecho de huelga”, como se dice ahora en España, en el actual contexto? Evidentemente se trata de restringir. ¿Cómo se lee que hombres de Goldman Sachs estén al frente del gobierno griego, en Italia, o en el Banco Central Europeo, o rodeando y asesorando a Merkel en Berlín y a Obama en Washington? Todo eso lanza un desafío directo a los pueblos de Europa que esperamos se dirima en una primavera rebelde a la 1848 y no en un auge de la extrema derecha el militarismo y de la irracionalidad. En España el regreso de los postfranquistas al gobierno es un incentivo para los movimientos sociales porque crea condiciones más confortables para una contestación ciudadana sin complejos de “hacer el juego a la derecha”.

¿Pueden cambiar las cosas en Alemania en las elecciones de septiembre de 2013?

En Alemania hay una clara mayoría para desplazar a los conservadores del gobierno en 2013. Esa mayoría se logra mediante la suma de los socialdemócratas (SPD), los verdes, y los socialdemócratas de izquierda de Die Linke. El problema es que la obvia viabilidad de este tripartito es tabú en Alemania. Die Linke es el único partido opuesto al orden neoliberal y sin responsabilidades en los recortes sociales de los últimos diez años. Eso explica que sea tratado como una especie de “partido demente”, del que se dice que es “incapaz para gobernar”, cuando la realidad es que es, fundamentalmente, una fuerza socialdemócrata que lleva mucho tiempo gobernando en coalición en diversas regiones del país. Die Linke se opone, además, a la participación alemana en guerras imperiales. Esas dos virtudes, con las que sociológicamente están de acuerdo el 60% o el 70% de los alemanes, marcan una divisoria de respetabilidad institucional: pertenecer o no al establishment. SPD y verdes prefieren perder las elecciones y que gobiernen los conservadores antes que aliarse con Die Linke, entre otras cosas porque tal alianza significaría auto criticarse por los años de gobierno en los que iniciaron el gran recorte social y metieron, por primera vez desde Hitler, al país en guerras. Tal autocrítica implicaría no sólo un cambio de programa sino de dirigentes, pues los líderes de ambos partidos fueron los que gobernaron y adoptaron aquellas decisiones. Así pues, descartado ese tripartito, al día de hoy la suma de verdes y SPD no alcanza para gobernar. Eso quiere decir que Merkel puede volver a ganar (a menos que la incierta estabilidad exportadora se hunda, lo que es muy posible), o que vuelva a gobernar en coalición con el SPD, o con los verdes. En ambos casos un cambio de gobierno no alteraría nada fundamental. Para convencerse de ello basta mirar hacia atrás: no sólo en Alemania, también en España, en Francia y en el Reino Unido, el neoliberalismo se introdujo, o fue potenciado, de la mano de los socialdemócratas. Y en ninguno de esos países hay indicios de corrección en esos partidos. En ausencia de tal corrección, quien quiera un cambio razonable, ¿puede seguir apostando por ellos? Dicho esto, una caída de Sarkozy la próxima primavera en Francia podría complicarle las cosas a Merkel. Lo decisivo, sin embargo, debe venir de abajo. Es sorprendente que, ante una situación que es claramente supranacional, todavía no se hable de coordinar las jornadas de huelga general entre varios países europeos. La falta de solidaridad y empatía hasta ahora demostrada hacia la canallada que están haciendo con la población de Grecia, es una prueba a la dignidad de los otros países de la UE. Por el momento triunfa el reflejo cobarde y mezquino del “nosotros no somos como Grecia”. Además de mezquino es suicida, porque los recortes que se van a aplicar en España introducirán escenarios griegos. De momento, con el billón de euros de dinero público prestado a bajo interés a la banca privada desde diciembre por el Banco Central Europeo, parece que han conseguido comprar cierto tiempo de tranquilidad bursátil… Esa parece ser la alternativa de la derecha a los eurobonos.

¿Cómo ha gestionado China la crisis?

China fue el único país que era consciente de su crítica posición en la globalización antes de la aparición de la crisis. En 2002, cuando llegue a Pekín, sus dirigentes ya pensaban en cambiar el modelo: en pasar de un modelo puramente exportador, muy dependiente del mercado global y expuesto a sus vaivenes, a un tipo de desarrollo más endógeno y basado en el consumo interno. Para ello era necesario invertir más en la población pobre, para que ésta pudiera consumir y alimentar el nuevo esquema con su consumo. De ahí nació la recuperación del concepto confucioniano de “pequeño bienestar” (Xiakoang) y la retórica de la “sociedad armoniosa”. China se propone ahora crear un sistema de seguridad social para su enorme población. Si en los noventa realizaba experimentos capitalistas en ciertas regiones, ahora hay experimentos “sociales” como el de Chongqing, que recuperan cierto discurso maoísta nivelador. Todo eso, unido a la supremacía de lo político, al control que el partido tiene de las finanzas (el jefe del Banco central es nombrado por el partido y los jefes de los principales bancos son miembros del comité central), le permite un control de la situación y una capacidad de juego mayor que la que existe en Occidente. China es un país que ha protagonizado enormes cambios de línea en su historia reciente. Si fuera necesario, creo que podría volverse a poner el uniforme maoísta, no para hacer la política de los años sesenta, pero sí para cambiar radicalmente de línea… Dicho esto, hay que recordar lo más importante: que el país presenta las contradicciones planetarias en su máxima concentración. Si el crecimiento se detiene, el país puede inaugurar un nuevo “gran desorden” (da luan), un concepto chino parecido al ruso de “smuta” que describe las etapas de caos que jalonan su historia. Que sus dirigentes sean conscientes de la fragilidad que gobiernan, no significa que vayan a tener éxito.

En tu libro sobre China, afirmas “Nuestro porvenir depende de China y todos los problemas de la crisis están en ella”.

Mi libro intenta presentar un país que es paradigma de la crisis mundial, algo que me parece más realista y adecuado que recrearse en las leyendas de la “nueva amenaza china” y la “próxima superpotencia hegemónica”, que nos vende el “mainstream” mediático. La expansión desarrollista china evidencia, en última instancia, la inviabilidad de la economía mundial inventada por Occidente. Los éxitos chinos de los últimos treinta años se han realizado sobre modelos en crisis, lo que contiene más certezas que sospechas de que hay muchos desastres incluidos en ellos. Lo que afirmo es que si los chinos logran salir de la crisis antropogénica, de la crisis de civilización mundial, pese a su manifiesta desventaja en población, recursos etc., entonces quiere decir que todos los demás podemos salir de ella. Esa es la gran “Actualidad de China”, que da título a mi libro.

Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Escribano y Àngel Ferrer

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¿Debería España salir del euro?

Este artículo fue publicado en Diciembre del 2011 y cuatro meses después, el  tema de la salida del euro, está más vigente que nunca.

Por Gregorio López Sanz de Attac

Tras la reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo y del Consejo de la UE de los días 8 y 9 de diciembre de 2011, continuar dentro de la moneda común sólo traerá más desigualdades y fracturas sociales


Hay quienes dicen que una salida del euro de España en el contexto de la actual crisis sería un desastre. Sin embargo, los/as que así se manifiestan no suelen calificar de desastre lo que YA está aconteciendo como consecuencia de seguir aferrados a toda costa al euro y a sus reglas: las nulas esperanzas de millones de trabajadores/as de encontrar un empleo, la quiebra generalizada de administraciones públicas y los servicios que hasta ahora venían prestando, el miedo creciente de la gente a su futuro inmediato, el poder absoluto de los magnates de las finanzas gracias a la connivencia de políticos cómplices, el aumento de la represión policial para frenar las ansias de ciudadanía de la gente indignada, el pisoteo de derechos sociales porque la estabilidad presupuestaria se impone a las personas,…

Toda esta cruda realidad se ha gestado, ha irrumpido y se está propagando gracias a una moneda única pensada y estructurada para mayor gloria de los bancos. Límites estrictos al déficit público y a la manera de financiarlo exclusivamente a través de los bancos privados y fondos de inversión especulativos. Un Banco Central Europeo (BCE) que se abre de par en par y ofrece créditos en barra libre a estos mismos bancos, mientras que se cierra a cal y canto a la hora de facilitar financiación a la economía real: pequeñas empresas, familias y administraciones públicas. Instituciones de la Unión Europea que, de acuerdo con su tradición de mercaderes más mezquina, no quieren ni oír hablar de fiscalidad justa ni de políticas redistributivas que permitan reforzar la solidaridad e invertir las vergonzosas desigualdades sociales.

Así, después de los resultados decepcionantes del Consejo de Gobierno del BCE y del Consejo de la UE, aliñados con los flirteos de ambas instituciones con el Fondo Monetario Internacional, la agonía del euro se prolonga, y se lastran con ruedas de molino las esperanzas de quienes más están sufriendo las consecuencias de la crisis. Por ello, ante este panorama desolador, cualquier alternativa se presenta como digna de estudio y de posible aplicación.

Salir del euro implica, sobre todo, recuperar instrumentos de política económica que tradicionalmente tenían los estados de la UE, y de los que hoy incluso siguen disponiendo EE.UU, Reino Unido, China y la mayor parte de los estados del mundo. Me refiero a utilizar la política monetaria y financiera para favorecer la consecución de objetivos como el impulso de la actividad económica dirigida a satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía (vía tipos de interés y tipos de cambio). También pasa por recuperar el control ciudadano de los mercados financieros y de las instituciones que operan en ellos, avanzando en el impulso y consolidación de una banca pública y cooperativa que atienda con criterios sociales aquellos ámbitos básicos de la vida que la banca privada deja de lado o bien atiende con criterios de usura.

Salir del euro implica, expulsar (bueno, saldrán ellos solos en estampida) a todos los capitales especulativos que ante el temor de una devaluación de la nueva peseta, buscarán evitar una pérdida patrimonial. Perfecto. Una vez que hayan salido, no hay que dejarles entrar de nuevo. Hay que imponer férreos controles de movimientos de capital para evitar que la especulación continúe con sus estragos, teniendo claro que ello (los controles de capital) fue la norma en todos los países desde el final de la II Guerra Mundial hasta los años 80 del siglo XX, en que el pensamiento único neoliberal puso precio a todo, de la mano de legislaciones desreguladoras y liberalizadoras, que favorecieron la concentración del poder y la privatización y desmantelamiento de lo público.

Salir del euro implica, reconocer la falacia y la inviabilidad del crecimiento económico como solución a los males sociales y ambientales de nuestras sociedades. Frente a un mercado global y un mundo en venta, es preciso apostar por relaciones sociales y económicas de cercanía donde, superado cierto nivel básico, más producción y consumo no es mejor. En definitiva, desenmascarar el mito del crecimiento económico y comenzar a transitar por las sendas que nos propone “el decrecimiento” y/o “el buen vivir”. De las dos funciones básicas del dinero, medio de cambio y depósito de valor, sólo debería protegerse la primera, y la segunda, ligada a la acumulación de riqueza y a la especulación financiera, debería restringirse severamente.

Salir del euro implica, rechazar la pertenencia a un club de países que se rige mediante normas fijadas por los grandes lobbies empresariales y financieros, donde dos estados marcan la estela a seguir y el resto aprueba acríticamente. Y si a algún gobierno se le ocurre cuestionarlas, se ejecuta un golpe de estado a partes iguales entre especuladores e instituciones económicas internacionales, y se ponen en el poder un grupo de “tecnócratas” bien adiestrados, con una amplia experiencia al servicio de la bestia financiera.

Salir del euro implica, tomar las riendas de nuestro propio destino. Asumir que se va a producir un fuerte choque con colapso incluido (en línea con el que ya está teniendo lugar), pero que podemos aprovechar el momento para impulsar de raíz un cambio de envergadura, no cosmético, en línea con la profundidad y la gravedad de la crisis sistémica en la que estamos inmersos.

Pero como cabe pensar que el próximo gobierno del PP no se va a sumar al cambio al que invitan estas propuestas, y además no hay tiempo que perder, toca a la gente, organizada en pequeñas comunidades, comenzar a vivir de otra manera. Sin perder de vista lo que ocurre en las altas instancias de gobierno, sin dejar de luchar en la calle por cambios globales, pero comenzando ya a transformar lo más cercano, lo local, comenzando por nosotros/as mismos/as, uniendo inquietudes y respuestas. No hay excusa. La desunión en estos momentos es un lujo que sólo podrían permitirse los ricos, y ni ellos la practican.

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Entre el déficit anda el juego

Pedro Montes. Economista.

Seguramente en el argot económico no hay nada más repetido en los últimos tiempos que la palabra déficit. Al punto que los ciudadanos deben estar aturdidos sin saber muy bien que hay, tras repetirse como fuente de  cualquier problema,  detrás de tanto déficit.  Por no contar que aludiendo al déficit se están cometiendo verdaderas fechorías políticas, como los ajustes y recortes que vienen llevando a cabo los gobiernos, antes el PSOE, ahora,  con verdadera furia, el PP, en una fase que ha llamado el inicio del inicio. O sea, que existen motivos  serios para inquietarse ante la demolición del estado del bienestar que parece tener previsto el nuevo gobierno para salir de la crisis. Es decir,  romper las reglas de juego sociales -ahí está la pavorosa  contrarreforma laboral-,  destruir la convivencia, fomentar la conflictividad social, reprimir, agudizar el problema del paro, provocar más marginación y desesperación, todo ello para salir de la crisis, o como dice el gobierno con un cinismo insoportable, para crear empleo.

 

¿Que es el déficit?

Es preciso pues hacer un ejercicio didáctico para explicar de qué va este asunto del déficit, indicando inmediatamente que hablar de déficit es referirse al problema más complejo y cuantitativamente más importante de la deuda, que no es sino el producto de la acumulación de déficits en el tiempo.

Todo ente económico -una persona, una familia, una empresa, una ONG, un ayuntamiento, el Estado, el conjunto de las Administraciones Públicas o globalmente un país- registra un déficit cuando sus ingresos son inferiores a los gastos en que incurre. El déficit ante todo se refiere a un período temporal, un año por ejemplo, y por ello hay que referirse al déficit de tal o cual año. La diferencia tiene que cubrirse con una deuda. Así, si en el año uno, las Administraciones públicas por ejemplo, compuestas por el Estado, la Seguridad social, las Comunidades autónomas y los Ayuntamientos,  ingresan en conjunto y consolidadamente por 100 y gastan por  120, han  de endeudarse por 20. Si en el año dos, repiten  los ingresos y los gastos suben a 130, el déficit es de 30 y han de endeudarse por esa cantidad,  de modo que al final de este segundo año la deuda ya es de 50. Como se ve, la deuda en un momento dado, o si se prefiere al final de un año,  es la suma de los déficits (menos los superávit si los hay) en los años del pasado. De lo cual surge una conclusión inmediata que conviene tener en cuenta a la hora de calibrar los problemas de una situación deficitaria contumaz: que la única manera de resolver una posición de deuda excesiva es lograr  superávits.

 

 

El déficit exterior

De la multitud de déficits que pueden existir dos son desde el punto de vista macroeconómico fundamentales, en particular en estos momentos de crisis económica y de crisis financiera internacional. El primero es el déficit exterior de un país.  Mide básicamente la diferencia entre los ingresos obtenidos por las exportaciones de bienes y servicios y los pagos realizados por las importaciones de bienes y servicios.

Desde la creación del euro, y precisamente porque el euro determinó la desaparición de la peseta como moneda española, cuyo valor frente a otras divisas permitía que, cuando se  devaluaba,   las importaciones se encarecieran  y se frenasen y las exportaciones se abaratasen para los extranjeros y se impulsaran, la economía española ha incurrido en muy importante déficits exteriores, técnicamente llamados déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente. Baste decir que en el año 2007 ese déficit ascendió al 10% del PIB, cuando en la historia económica de nuestro país, antes de la creación del euro, el déficit exterior nunca sobrepasó el 3,4% del PIB.

Sobrevenida la crisis financiera internacional en el año 2008, cuando en septiembre quebró el banco norteamericano Lehman Brothers, su impacto en el sector exterior de la economía española ha sido considerable. Por un lado, la depresión de la economía,  con sus secuelas terribles sobre el paro y la destrucción de empleo, ha permitido reducir de un modo significativo el volumen del déficit exterior, pues a menor actividad y demanda las importaciones se han moderado y el ajuste interno que lleva aparejada la depresión mejora las exportaciones. Con todo, ese déficit en el año 2011, a pesar del terrible aumento del paro que se ha producido,  ha sido del 4,5% del PIB, lo que resalta un hecho crucial: la competitividad de la economía española es muy débil y aún cuando está hundida y destruyendo puestos de trabajo  sigue generando déficits con el exterior insostenibles.

El segundo efecto de la crisis financiera internacional es que, hasta que se declaró, todos los países,  y el nuestro en particular, pudieron financiar sin problema los déficits exteriores en que incurrían, pero desde entonces la desconfianza se instaló en los mercados internacionales, la liquidez dejó de fluir y los países más atrapados por el déficit y la deuda dejaron de ser considerados solventes. La casuística de lo ocurrido es grande, con el caso especial de Grecia, pero muy semejante al que presentan Portugal, Irlanda o España. La crisis  internacional en el año 2008  está relacionada con estas facilidades de financiación, con la hipertrofiada actividad financiera  que el neoliberalismo desarrollo a escala mundial. Con su estallido, todo cambió repentinamente, y los déficit de la balanza de pagos y la deuda de los países más débiles de la zona euro se convirtieron en un grave problema, dejando sentado que al margen de que la crisis en los Estados Unidos originase una crisis global, en Europa estaban creadas las condiciones, se había gestado, su propia crisis.

Algunos datos sobre nuestro país aclararán lo que decimos. En 1998, a punto del nacimiento del euro, la economía española tenía unos pasivos brutos frente al exterior, es decir, compromisos de pago, como los préstamos, y exigencias o derechos, como acciones, que podían reclamar los residentes extranjeros a residentes españoles, de 540.000 millones de euros, aproximadamente el 100% del PIB en aquel año. Desde 1999, cuando empieza a funcionar el euro y hasta 2010, es decir, en  los 12 primeros años de vigencia, los pasivos exteriores de la economía española se incrementaron en 750.000 millones de euros para financiar los correspondientes déficits por cuenta corriente de la balanza de pagos. Además, los agentes económicos españoles participaron activamente en la euforia financiera de la primera década del siglo XXI y, así, se endeudaron adicionalmente por casi otro billón de euros en este período, exactamente en 993.000 millones, para adquirir activos del resto del mundo. Como resultado, los pasivos brutos españoles acumulados a lo largo de toda la historia hasta 1998, que ascendían a los 540.000millones mencionados, se elevaron hasta los 2,3 billones de euros al final de 2010, multiplicándose pues por más 4 en los últimos 12 años.

Esto en cuanto se refiere al déficit y la deuda exteriores.  Cabe concluir que la situación es insostenible. Primero,  por la magnitud alcanzada por la deuda. Segundo,  porque la crisis financiera internacional sigue latente y, por consiguiente, países que  como el nuestro están  bajo sospecha,  se ven obligados a pagar altos intereses por la deuda (la conocida prima de riesgo), lo cual se refleja su vez en las propias cifras del déficit. Por decirlo sencillamente:   a las familias, a las empresas o a los países,  hay momentos en que la deuda acumulada los devora. A partir de cierto punto, ya no pueden hacerle frente a los pagos que implica  la deuda,  y dejan de poder controlar sus finanzas y su discurrir normal.

 

El déficit público.

El otro déficit que atenaza en la actualidad a nuestro país es el déficit público, que debe entenderse como el déficit conjunto de las Administraciones Públicas, pues entre todas ellas hay un entramado  de relaciones que al consolidarse dejan el problema más nítido  y cuantitativamente mejor expuesto, sin perjuicio de la situación particular de cada institución.

Se ha resaltado el montante de los pasivos brutos exteriores. Ese montante tiene que tener su  reflejo en la deuda de los sectores internos de la economía. Entre ellos los habrá deudores y los puede haber acreedores, pero al consolidarse resultará  un posición  deudora frente al exterior coincidente con los pasivos brutos, esto es, los 2,3 billones de euros al final del 2010. La economía española en su conjunto “ debe” al exterior, pero la situación concreta de cada agente económico interno es autónoma y no tiene nada que ver con la que resulta a escala de todo el país.

La primera división o el mejor desglose que cabe hacer de los sectores internos es distinguir entre sector privado y sector público de la economía.  La deuda externa tiene que dividirse entre ellos, pero bien pudiera ocurrir, por ejemplo, que  las Administraciones Públicas no tuvieran deuda externa y toda ella  se concentrase en el sector privado. En la realidad,   Administraciones Públicas tienen una deuda externa de sólo unos 300.000 millones de euros, fundamentalmente deuda pública emitida por el Estado en manos de extranjeros. El resto,  2 billones de euros, corresponde a deuda del sector privado, familias, empresas no financieras y entidades financieras.

Hay que dejar claro, por consiguiente, que el déficit y la deuda exterior son datos que sobre el papel no tienen nada que ver con el déficit y la deuda del sector público.  Podría darse el caso de una economía con un sector exterior muy degradado y, sin embargo, mantener un sector público saneado. También podría ocurrir lo contrario. Entre esos márgenes caben combinaciones  muy diversas, y así como Grecia, por ejemplo,  tiene una deuda externa muy alta cuya contrapartida es una deuda pública externa también muy elevada ,  en el caso español la deuda publica externa ha sido comparativamente  baja hasta 2007: se registraba un déficit externo considerable mientras el sector público estaba bastante equilibrado, lográndose incluso superávit en sus cuentas en el trienio 2005-2007.

La crisis financiera internacional, la recesión y el estallido de la burbuja inmobiliaria tuvieron efectos fulminantes y contundentes en las cuentas públicas. De un superávit del 1,9% el PIB en 2007, se pasó a un déficit del 4,5% en 2008. En los años siguientes el déficit ascendió al 11,2% en 2009, al 9,3% en 2010 y según se acaba de confirmar será del 8,5% en el 2011, frente al 6% proyectado por el gobierno socialista saliente (posiblemente ambos gobiernos mienten). Son cifras desconocidas históricamente que, traducidas en  el endeudamiento público, han hecho pasar éste del 36,2% del PIB en 2007 al 70% en 2011.  En cifras absolutas, el endeudamiento público supera los 700.000 millones de euros, de los cuales, como se ha indicado, unos 300.000 son deuda pública externa del Estado.

Este es el marco donde se inicia la política del nuevo gobierno del PP, cuyo objetivo, a pesar de las declaraciones de que está orientada a promover la recuperación del empleo, se ha centrado desde el primer momento en la corrección del déficit público, dando continuidad a la política que desde mayo de 2010 vino practicando el anterior gobierno después de ceder y someterse a las instrucciones emanadas de las instituciones europeas y los mercados financieros.

La corrección del déficit público puede intentarse desde muy variadas combinaciones de los ingresos y los gastos públicos, que determinan en buena medida el carácter de la política social. No obstante, hay que tener en cuenta que  por la magnitud alcanzada por el déficit y la deuda, la situación deprimida de la economía y  el paro escalofriante, el intento de reducir intensa y rápidamente el déficit público puede y originar un agravamiento de la evolución económica y social alarmante,  y acabar resultando casi  imposible lograrlo.

Una política fiscal contractiva, como lleva implícita la reducción del  déficit público,  acaba teniendo una incidencia  depresiva  sobre la actividad económica  –el gobierno del PP ya han anunciado una recesión de dos años-  lo cual, en las condiciones de paro de nuestra economía es simplemente pavoroso-. Pero, además, todo intento de reducir el déficit acaba por tener un impacto contraproducente en el propio déficit,  pues la degradación de la actividad y la demanda acaban repercutiendo, como viene ocurriendo,   en los ingresos públicos y gastos públicos (la protección al paro), con lo cual se forma un círculo vicioso difícil de superar. Eso está ocurriendo en la economía española y en otras economías europeas -Grecia, Portugal, Italia, Irlanda -,  sometidas todas  por la Unión Europea a la misma directriz de  corregir el déficit público abruptamente para apaciguar a los poderes económicos europeos. Objetivo, como se esta viendo, difícil de conseguir y además bastante inútil, puesto que no es la magnitud  del déficit tanto lo que importa como la inmanejable deuda acumulada, cuya reducción exigiría, como se dijo, lograr superávits en las cuentas publicas, lo que no está en el horizonte.

El gobierno del PP,  con titubeos, sostenía que reduciría el déficit al 4,4% del PIB en 2012 (el FMI acaba de prever nada menos que un 6,8%), al final quedará en el 5,4%   y  anda haciendo gestiones por Europa para que el compromiso del 3% en 2013 se aleje en el tiempo ante la sospecha de que sea realmente imposible conseguirlo (el FMI pronostica mas del doble, el 6,3%). Todo ello pone de manifiesto que el déficit público también ha alcanzado esa posición devoradora que deja maniatado al Estado para orientar la política económica en la dirección adecuada para resolver los graves problemas económicos del país, que ya lo son también sociales y políticos.

2 marzo de 2012

Publicado en la revista “Pueblos”

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