Socialismo21 » 4 enero, 2013

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Frente Cívico: La emergencia de un Nuevo Espacio Público

43-45-3-e4326-150x150Manolo Monereo.
«La unidad y la convergencia al servicio de la acción consciente organizada es imprescindible. Se dan síntomas de que la movilización social esta encontrando límites políticos para su desarrollo. Parece llegado el momento de la política en sentido fuerte. El 2013 por venir será decisivo: hacia la Revolución Democrática».
En recuerdo de Paco Fernández Buey, comunista discreto, maestro y amigo

Si algo ha caracterizado a Julio Anguita es su intuición política y su sentido histórico. Él fue siempre un adelantado, un profeta armado con un punto de vista fundado en la cultura popular y en la democracia plebeya. Siempre nos despistó a todos y nunca fue fácil clasificarlo: derecha, izquierda, renovador, leninista, hasta falangista, según el insigne Santiago Carrillo, que Dios tenga en su gloria.

Antes de la “caída del muro”, mucho antes (él sabía mucho de ese muro y lo que tenia de protección frente al enemigo de verdad: el imperialismo euro-norteamericano) se dio cuenta que las viejas formulas no valían y que había que innovar para seguir siendo comunista. Él siempre se definió por los grandes enemigos y escogió al que era más de derechas y el peor adversario de la izquierda con voluntad socialista: Felipe González. Lo combatió a fondo y sin tregua. Solo le ganaron cuando rompieron IU y aislaron al PCE.

Perdimos todos y el sistema se reprodujo lindamente. Anguita nos dejó y llegó el enésimo encantamiento: Zapatero. No es cosa ahora de hacer balance, baste tan solo constatar que abrió casi todos los frentes posibles y que todos los cerró mal; el único que nunca enfrentó, el decisivo, fue el del poder económico y el del modelo de crecimiento; cuando llegó la crisis dio de sí todo lo esperable: sumisión a la oligarquía financiera-inmobiliaria, servilismo ante los dictados de la troika y, cobardía extrema, modificación de la Constitución para garantizar el pago de la deuda y la estabilidad presupuestaria, es decir, la conversión de España en un protectorado de la Europa alemana.

Todos esos años Anguita siguió escribiendo, hablando y estudiando: comprender el mundo para transformarlo, al viejo modo de los tribunos del pueblo, removiendo conciencias, enfrentándose a los poderosos y haciendo bueno aquello de la soledad orgullosa del que se sabe acompañado por muchos y que nunca mira atrás. Eran los años de la “belle époque” y del sueño de los españolitos y españolitas: somos como ellos, al fin europeos y adiós al subdesarrollo. No duró mucho el encantamiento.

La crisis lo cambió todo. Se inició virulentamente la del patrón de acumulación español en el contexto de una profunda y radical mutación en eso que se llamó la globalización capitalista; emergió una crítica de fondo a la clase política y se puso en cuestión el bipartidismo dominante; la monarquía, piedra angular del sistema de poder, fue denunciada por su carácter parasitario y corrupto y la “vieja y nueva” cuestión nacional del Estado español volvió a situarse en el centro del debate público. Era todo el imaginario de la “inmaculada transición democrática “el que entraba en crisis en medio de un desempleo de grandes dimensiones, del crecimiento de las desigualdades y del planificado desmontaje de nuestro débil Estado Social. Era el inicio de nuestra peculiar marcha hacia el subdesarrollo.

Hace apenas unos días, en el marco de la asamblea anual del CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales, fundación, entre otras muchas cosas, especializada en A. Latina y en sus cambios políticos y constitucionales) se suscitó en amplio debate sobre una aparente paradoja: la progresiva “latinoamericanización” de Europa precisamente cuando esta intenta, a su modo, europeizarse. La tesis que hemos defendido algunos de nosotros, con ganas de provocar, es verdad, era que empezaban a darse en algunos países del sur de Europa “condiciones nacional-populares”, eso que algunos denominan de forma casi siempre descalificatoria, condiciones “populistas”.

No es este el lugar para un debate de calado sobre estos temas, solo subrayar que estas condiciones nacional-populares tienen, al menos, cuatro rasgos básicos: (a) la aplicación sistemática del modelo neoliberal de transformación social, con el tratamiento de shock correspondiente, por medio del uso a fondo y sin contemplaciones del poder político; (b) la creación de un modelo político y social que promueva el miedo y la inseguridad colectivas y personales hasta el punto que el “sálvese quien pueda” y el individualismo más atroz e insolidario sea el modo normal de funcionamiento de la sociedad; (c) la disolución de las viejas identidades de clase y de los viejos alineamientos políticos tradicionales; (d) el desmantelamiento de la acción social protectora del Estado, la supresión de derechos sociales y sindicales en el marco de una mercantilización brutal del conjunto de las relaciones sociales.

Todavía no estamos en condiciones de valorar en todas su dimensión el 15M como símbolo y ejemplo de resistencia de una parte significativa de la sociedad a la ofensiva del capital y de los poderes económicos y mediáticos. De todas, a mi juicio, la más importante, fue la emergencia de un “nuevo espacio público” en el terreno y en la lucha democrática. Siempre hay otras posibilidades y el espacio se fue construyendo en un territorio que pugnaba por una regeneración democrática de la sociedad, la economía y del poder. Esa es una batalla que puede marcar una época.

La gran intuición de Anguita es darse cuenta que correlativamente a la crisis del régimen se estaba abriendo un nuevo espacio público y que sobre él habría que construir la resistencia democrática, la reorganización de las fuerzas populares y la ofensiva constituyente, ahora sí, en su contenido fuerte. Veamos. Cuando un comunista convicto y confeso plantea, como tantos jóvenes en las plazas públicas, que “el Frente Cívico no es de derechas o de izquierdas sino de los de abajo”, está constatando que las viejas identidades (¿el PSOE es de izquierdas?) ya dicen poco a las nuevas generaciones y a los nuevos sujetos emergentes, y que la izquierda de verdad, la transformadora, debe aspirar a vertebrar una nueva mayoría social capaz de crear y organizar un nuevo régimen político al servicio de una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales. Por derecho: no solo conquistar el poder sino transformarlo, democratizarlo.

Se trata, insisto, de un nuevo espacio público difuso, heterogéneo, “mar de muchas mareas” donde lo viejo y lo nuevo se confunde, donde las viejas culturas emancipatorias se mezclan con nuevas experiencias apenas vividas y donde el tiempo se comprime y acelera. En esto tampoco cabe engañarse: la batalla estratégica es ampliar este nuevo espacio público y restar base de masas a los “populismos de extrema derecha” o al fascismo puro y duro. Todo esto construido en las luchas, en el enfrentamiento radical a las políticas de la derecha y desde el desarrollo de la democracia como democratización sustancial de las relaciones sociales y del poder. ¿No es eso aquí y ahora estrategia socialista en lo real concreto?

Ahora de lo que se trata es poner en marcha un nuevo discurso público al servicio de una estrategia de poderes sociales. Ni más pero tampoco menos. Vayamos por partes. Nuevo discurso público. No hay que inventarse nada, solo hay que traducirlo a propuesta política. El enemigo está claro: la plutocracia, el gobierno de los ricos con la complicidad de la clase política bipartidista más o menos imperfecta (es decir, con la burguesía vasca y catalana). Elobjetivo: una democracia de hombres y mujeres libres e iguales. Contenido: una economía al servicio de las necesidades básicas de las personas y en armoniosa relación con nuestro medio natural del que formamos parte. Medio-forma: poder constituyente. Método: la acción democrática.

Esto último tiene su importancia. Lo digo directamente: la rebelión democrática que Izquierda Unida ha hecho suya en la última asamblea requiere un método de lucha, una forma de acción y organización que, como diría Rosa Luxenburgo, en los medios estén los fines. Esto significa: desobediencia civil y estrategia pacifista. Sobre estas cosas Paco Fernández Buey escribió mucho y bien y a él me remito. Una cuestión: hay que leer y estudiar. Los codos y la soledad ayudan a pensar libremente. Tenemos que robar la ciencia a los ricos y entregársela a nuestra gente “común y corriente”.

Estrategia de poderes sociales. Lo diré con una cita, con perdón, del Kautsky marxista (maestro de Lenin: la gente cambia y no siempre para mejor, sobre todo, en momentos de crisis y cuando se ponen en juego los verdaderos fundamentos político-morales de los dirigentes) venía a decir así: el partido te coge en la casa cuna y te deja en el cementerio. Traducción: el Partido Socialdemócrata Alemán había creado toda una red social organizada que iba desde las guarderías hasta las funerarias al margen del estado y como economía-organización popular. Para decirlo de otro modo: se creó en la sociedad un (contra) poder social organizado que era el sustento material de la fuerza política. Más: no solo fue cosa de alemanes, se hizo en casi todas partes y se sigue haciendo hoy. Ejemplos: el PSOE de las “Casas del Pueblo” y los anarquistas de los “Ateneos Populares”. Hoy, guste más guste menos: Hamas y, sobre todo, Hizbulá. Para que no se diga: la experiencia de los kibutz también comprendida y valorada por una de las personas más venerables del siglo XX: Martin Buber. Entre nosotros: solo queda algo así en el mundo de HB, ellos nos enseñan muchas cosas en una vía nada fácil.

¿De qué se trata?: construir una “una economía moral de la multitud” “un sector público voluntario” que organice capilarmente este nuevo sector público emergente, lo fecunde, reproduzca y la convierta en poder social. La gente cuando se organiza, se compromete y se dota de un proyecto se convierte en poder; en condiciones democráticas (ojo, hay que tenerlo en cuenta) derrotar a los que tienen el poder económico y controlan el poder mediático y político exige de un contrapoder social de las clases subalternas como fundamento de cualquier avance electoral. La condición para los que no tienen poder es siempre socializarlo y hacerlo carne y sangre de las capas populares. Sobre esto han escrito cosas preciosas Max Abel y Juan Ramón Capella.

¿Qué tendríamos que hacer hoy? Discutir, consensuar y ejecutar un plan para acción. En el centro: exigir la dimisión del gobierno Rajoy y nuevas por elecciones generales. Será el momento para proponer una lista propia de todos los que estamos por un proceso constituyente. Una salida democrático-republicana a la crisis de régimen.

La clave: diferenciar claramente legalidad y legitimidad. Este gobierno no es legítimo: incumple sistemáticamente su programa electoral, legisla contra la constitución vigente y sirve a interese de los grupos de poder económicos. El derecho y el deber de resistencia frente a la tiranía de los mercados, la desobediencia civil ejercida pacíficamente y sin violencia es un derecho humano fundamental. La libertad se defiende ejerciéndola.

La unidad y la convergencia al servicio de la acción consciente organizada es imprescindible. Se dan síntomas de que la movilización social esta encontrando límites políticos para su desarrollo. Parece llegado el momento de la política en sentido fuerte. El 2013 por venir será decisivo: hacia la Revolución Democrática.

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Momentos difíciles ! De qué estamos hablando: Chávez y el liderazgo de la Revolución Bolivariana

avatar380016_1«Quizás el Comandante sea mucho más consciente que cualquiera de nosotros de su grave situación y por eso dejó una orientación clara: si por cualquier razón no pudiera asumir y hubiera que llamar a nuevas elecciones presidenciales el candidato de Chávez es Nicolás Maduro. A algunos puede gustarnos más o menos. Algunos quizás hubiéramos preferido otro candidato. Y hasta es posible, que de haber tiempo suficiente, lo mejor hubiera sido que el candidato lo eligiera, o en todo caso lo refrendara el pueblo bolivariano. Pero para lo inmediato esa es la línea y Maduro es el candidato de Chávez.»

Por Carlos Carcione, Gonzalo Gómez, Stalin Pérez Borges, Juan García, Zuleika Matamoros y Alexander Marín  del diario digital Aporrea.org

Son tiempos de reflexión y debate. Todavía perdura el impacto de la Cadena de Radio y Televisión de la noche del 8 de diciembre y todo lo derivado de la intervención quirúrgica del presidente Chávez. Hoy estamos todos pendientes de la evolución de la salud del Comandante y sin embargo es necesario que además de acompañarlo con toda la energía, espiritualidad y en la acción política electoral, como lo está haciendo su pueblo, nos preparemos para dar cumplimiento a los desafíos que la historia nos pone delante. Este tiempo de incertidumbres es un tiempo que no buscamos. Que no queríamos. Pero tenemos que avanzar hacia los caminos que nos ayuden a encontrar salidas a la encerrona difícil en la que la realidad ha puesto a nuestro país y a Nuestra América toda.

Lo primero es aprender a distinguir lo urgente e inmediato de lo importante y estratégico. Lo urgente: que no se produzca la crisis, el vacío. Al menos que no se produzca como esperan los que quieren ver muerta a la revolución bolivariana. Para eso, Chávez, frente a la peor eventualidad, dejó unas líneas trazadas. Lo estratégico: asumir que de darse este caso nada será como antes. No podemos esconder la cabeza, tenemos que mirar la realidad cara a cara. Sin miedo. Después de todo, el pueblo bolivariano rescató en varias oportunidades a su revolución. En el supuesto de que Chávez no pueda seguir al frente del gobierno eso será extraordinariamente difícil y necesitará de todos nosotros. Pero nunca y en ningún idioma, “difícil” quiso ni quiere decir “imposible”.

De lo inmediato o urgente: la definición principal que pareciera se ha instalado es una búsqueda esotérica, numerológica, alrededor del debate sobre una supuesta fecha límite para la toma de posesión del gobierno. El 10 de enero de 2013 se ha convertido por simple banalización periodística y manipulación constitucional en una especie de fin de mundo como el 21/12/12 de los mayas. Las preguntas que habría que hacer en todo caso son: ¿Hay alguien en su sano juicio, en este país, que simplemente se atreva a negarle el derecho al pueblo bolivariano de que su comandante Chávez asuma su nuevo periodo en la fecha en la que su recuperación se lo permita? ¿Hay alguien que suponga que este pueblo, que saco fuerzas de la angustia un 11 de abril, tolerará que le roben “constitucionalmente” su triunfo del 7/O?

Quizás el Comandante sea mucho más consciente que cualquiera de nosotros de su grave situación y por eso dejó una orientación clara: si por cualquier razón no pudiera asumir y hubiera que llamar a nuevas elecciones presidenciales el candidato de Chávez es Nicolás Maduro. A algunos puede gustarnos más o menos. Algunos quizás hubiéramos preferido otro candidato. Y hasta es posible, que de haber tiempo suficiente, lo mejor hubiera sido que el candidato lo eligiera, o en todo caso lo refrendara el pueblo bolivariano. Pero para lo inmediato esa es la línea y Maduro es el candidato de Chávez.

Hay otro problema urgente que se irá colocando cada vez con más fuerza y que debemos debatir, de lo contrario será una poderosa arma en manos de la oposición y el imperialismo. El pueblo bolivariano necesitará tener, más temprano que tarde, una información global y un pronóstico tentativo, emitido o suscrito por el seguramente gran equipo médico que atiende a Chávez. Se ha avanzado en la forma de comunicar este grave, triste y doloroso problema, pero ese avance es insuficiente y este desconocimiento puede dejar al pueblo bolivariano débil, con la guardia baja y expuesto a los ataques de la oposición.

Ahora, lo estratégico.

Más allá de los deseos y de la claridad sobre lo inmediato, lo más importante es que nos preparemos para el peor escenario. Los enemigos del proceso ya lo están haciendo. Los desafíos que nos pondría por delante esta posibilidad no deseada, son muchos y no pueden ser abordados todos en un solo artículo, pero proponemos trabajar sobre dos de esos desafíos. Uno: Debatir cómo construir una nueva institucionalidad revolucionaria. Dos: Cómo construir el liderazgo de esta etapa que se abriría.

La institucionalidad revolucionaria.

Cumpliendo la promesa de su campaña electoral de 1998, una vez electo presidente, el comandante Chávez juró sobre la moribunda Constitución de la IV República e inmediatamente convocó a la Asamblea Constituyente. Con la refrendación popular de la misma, la naciente República Bolivariana de Venezuela tuvo, en el papel, una de las Constituciones democráticas más avanzadas del mundo actual. Pero había que construir en la realidad lo que el pueblo que se puso de pie en el Caracazo y que acompañó el 4 de febrero y el 27 de noviembre del 92, mayoritariamente exigía y había aprobado en el ‘99.

Ese camino se mostró mucho más complejo de lo que se podría haber supuesto. La primera definición que tenemos que aceptar es que aún hoy tenemos un Estado cuartorrepublicano. Moribundo como la constitución sobre la que juró Chávez, pero todavía en pie. Hubo avances importantes pero parciales. Esos avances siempre encontraron y siguen encontrando obstáculos firmes que al impedir que las transformaciones sigan avanzando empujan para atrás al proceso de manera reaccionaria.

Por ejemplo: para atacar graves problemas que este Estado ha demostrado que es incapaz de solucionar, se recurrió a las misiones y a las grandes misiones. Se empezó con los temas urgentes como Salud. Barrio Adentro fue y sigue siendo un ejemplo de cómo atacar los problemas de grave desatención en salud, pero todavía no alcanzamos la construcción de un Sistema Nacional Único. Y estamos atrapados entre una atención de calidad pero primaría, una medicina privada que se fortalece y enriquece día a día y que hace sangrar al pueblo y a ese mismo Estado, y un sistema público anémico, que a pesar de las enormes inversiones realizadas no cumple su objetivo. Lo mismo ocurrió en Educación, y el último ejemplo de esto es la Gran Misión Vivienda Venezuela. En trece años el drama de la vivienda no había dejado de crecer. Tuvo que haber una decisión firme de Chávez y una Gran Misión para que se hayan construido en apenas un año 200.000 viviendas dignas demostrando que era y es posible atacar y resolver esta deuda.

Se han cambiado nombres de instituciones, los ministerios por ejemplo son ahora del “poder popular”, pero no se cambió esencialmente su funcionamiento, composición ni adquirieron eficiencia revolucionaria. Mientras tanto, el real poder popular de las comunidades avanzó en un principio con los consejos comunales o las mesas técnicas, pero el mismo Comandante ha reconocido que su sueño de las Comunas está completamente estancado. Hay una ley, un ministerio, pero los avances en la realidad son muy pocos, casi inexistentes.

El avance ideológico de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana es innegable, sin embargo no está consolidado. Lo que pone en riesgo una de las clave fundamentales del proceso, la clave cívico militar. Articulistas de la oposición, que apuestan claramente por barrer al chavismo de raíz, señalan que aún se podrían hacer volver atrás los avances revolucionarios en la FANB y que estas vuelvan a ser “democráticas” y “profesionales”. Es decir sostenedoras del viejo estado comandado por ellos, y saben de lo que hablan.

Sólo un ejemplo más para no fastidiar, el problema de la organización de los trabajadores. La nueva Central Sindical Bolivariana lleva apenas un año de construida. No logró agrupar aún a la mayoría de los trabajadores y ha dejado por fuera a una parte organizada del movimiento sindical revolucionario. Además no ha pasado pruebas cruciales que seguramente vendrán y sus dirigentes tienen pendiente su legitimación por parte de sus bases.

Entonces ¿por qué se avanzó en lo que se avanzó? Aunque el sistema político diseñado en la Constitución no está plasmado en la realidad, se produjo un fenómeno político. Se fue construyendo un sistema en el que la institución fundamental, la que empuja para los avances, muchas veces apoyándose y siempre empujada a su vez por la propia movilización popular y otras veces sólo cabalgando esa fuerza movilizada; esa institución, la que sostiene todo el funcionamiento del sistema político de este proceso tiene nombre y apellido propio: Hugo Chávez.

Chávez es el sistema político de la Revolución Bolivariana. Y cómo se ha visto no hay otra institución que cumpla ese papel, su ausencia plantearía el enorme desafío de construir una nueva institucionalidad claramente revolucionaria y no personalista. Para esto es imprescindible la activa participación de los trabajadores y el pueblo revolucionario, el otro polo fundamental de la fuerza y dinámica del proceso.

Si no logramos avanzar en el debate y construcción de una democracia socialista radical, nos quedaría el cascarón vacío de la democracia electoral representativa, en la que la única participación popular es con el voto cada cierto tiempo. De ser así se fortalecerían enormemente las presiones reaccionarias de ese Estado capitalista, cuartorrepublicano, que aun domina. Por eso el primer gran debate estratégico es: cómo construir esa nueva institucionalidad. Y eso solo puede hacerse apelando a las claves constituyentes del proceso bolivariano, es decir, con la activación inmediata de una verdadera participación del pueblo trabajador movilizado, en los debates pero también y sobre todo en la toma de decisiones.

Construir el liderazgo en una nueva etapa no buscada

Es bueno recordar que estamos trabajando con la hipótesis menos deseada, la de la imposibilidad de que el comandante Chávez pudiera mantenerse al frente del gobierno. Esta hipótesis nos plantea de manera aguda el problema del liderazgo del proceso. Para saber de qué hablamos es necesario revisar la construcción del liderazgo del propio Hugo Chávez.

Desde el 4 de febrero de 1992 Chávez es el principal protagonista de la política venezolana. Pero su liderazgo se fue construyendo en un proceso de identidad extrema con los sectores más oprimidos de un pueblo que había estallado de indignación y odio contra el neoliberalismo en el Caracazo. Un pueblo insurrecto, sin conducción visible. Los puntos fundamentales del crecimiento y consolidación de ese liderazgo son:

1) Las insurrecciones militares del 4 de febrero y del 27 de noviembre.

2) La elección del camino electoral luego de haber salido de la Cárcel.

3) El triunfo electoral del 98.

4) El cumplimiento de su promesa de convocar la Asamblea Constituyente.

5) El golpe de estado en su contra en Abril del 2002 y la levantamiento popular que lo recupera.

6) El triunfo contra el Sabotaje Petrolero y el Paro Patronal. 6) Su triunfo en el Referendo Revocatorio, las Misiones y Grandes Misiones.

7) La declaración del carácter socialista de la revolución bolivariana en 2005 y su triunfo electoral en 2006.

8) Las nacionalizaciones de todo lo privatizado, en especial Sidor en 2008.

9) Las últimas tres semanas de campaña electoral en octubre de 2012.

10) La mejora en el nivel de vida de los sectores populares.

11) El intento proclamado de construcción de un socialismo inédito, con respeto por la crítica propositiva, que exprese la pluralidad del pensamiento revolucionario.

La actuación de Chávez en todos estos hechos fue creando una relación íntima, un punto de contacto único, sin mediación, directo, con el pueblo bolivariano. Se fue construyendo una enorme confianza en su palabra y su persona que queda a salvo hasta de los errores de su gobierno. En relación a esto último, se ha instalado la creencia popular de que, en todo caso, “Chávez no sabe” o que la responsable de los errores y el maltrato es únicamente la burocracia que lo rodea. Así se fue construyendo un liderazgo además de político, espiritual, sentimental con un pueblo que se identifica con su color, con su condición, con su discurso. Un pueblo que elige un socialismo bolivariano, difuso, antiimperialista y en el que sobrevive un estado capitalista que empuja hacia atrás las conquistas populares del proceso y que por eso mismo provoca conflictos, contradicciones y choques. Ese liderazgo se fue consolidando a pesar de los errores o incluso dialécticamente también por ellos. En el último período, su enfermedad, desde que apareció, consolidó al extremo esa relación, agigantando el sentimiento de familiaridad, de cariño, de amor, hacia el líder.

El liderazgo de Hugo Chávez es propio de los liderazgos carismáticos. Mientras que el PSUV no despierta entre la población entusiasmo, ya que no logró montar una estructura de debate orgánica, para la acción política general, la crítica propositiva o incluso como contralor del programa del gobierno. Se fue construyendo así un liderazgo indiscutible y casi indiscutido, amado, pero no socializado. Unos de los momentos más bonitos de la revolución fue cuando durante el año 2009 se desarrolló a lo largo de unos pocos meses un debate extendido sobre la necesidad de una dirección colectiva del proceso y del partido y sobre la necesidad de la propia separación del partido y el gobierno. Debate y críticas reconocidas como correctas por el propio Chávez a la vuelta de su primera recuperación de la enfermedad. Pero la dirección colectiva que en los últimos tiempos fue mencionada como una necesidad por el propio Chávez, en nuestra hipótesis actual no tiene lugar. Era posible construirla con Chávez como centro, como articulador de la misma, hoy, sin embargo, la búsqueda es otra. Porque no ha sido socializado su liderazgo, ni puede ser trasladada a los principales dirigentes del partido y del gobierno la relación única, que el Comandante tiene con el pueblo revolucionario. Chávez puede nombrar a Nicolás Maduro como candidato y este muy probablemente ganaría unas supuestas elecciones presidenciales, es posible también que eso sucediera con más o con menos, si hubiera nombrado a otro dirigente como candidato, pero lamentablemente no puede transferirle ni a él ni a los otros dirigentes de su equipo, las cualidades que lo hicieron el líder indiscutido de la revolución. Entre Chávez y los otros dirigentes hay un abismo.

Esta nueva etapa, nos pondrá frente al desafío de la construcción de un nuevo liderazgo, que esta vez debe ser colectivo desde el principio, de lo contrario no tendrá posibilidades de éxito. La historia muestra que los líderes como Chávez se dan una vez cada muchos años. Ese nuevo liderazgo tiene que ser esencialmente político y felizmente tiene una materia prima fundamental que existe en abundancia en el proceso bolivariano. Esa materia prima se encuentra, en algunos cuadros que hacen parte actualmente del equipo de gobierno en distintos niveles de responsabilidad. Pero sobre todo se encuentra en las decenas de miles de hombres y mujeres anónimos que en cada momento difícil salieron a poner el cuerpo y marcaron la direccionalidad para la acción revolucionaria de nuestro pueblo.

Están allí, son aquellos que organizaron el 13 de Abril, los que comandaron sobre el terreno la recuperación de la industria petrolera, los que luchan día a día para que los avances de la revolución no retrocedan o se estanquen por la arbitraria acción de la burocracia. Son los que no esperan privilegios de un Estado corrupto y corruptor. Son los que cada vez que el propio liderazgo de Chávez estuvo en peligro empujaron acciones que cambiaron la situación y lo recuperaron. Las últimas veces que pudimos ver su acción fue en episodios electorales: son los que hicieron posible el maravilloso acto de cierre de campaña del 4 de octubre, el triunfo del 7 y el triunfo del 16 de diciembre.

Con ellos, con todos ellos, hay que trabajar y construir ese nuevo liderazgo colectivo que debe revolucionar las formas de organización popular, de los trabajadores y sobre todo las de acción y elaboración política. Se puede y se debe crear al calor de los debate un instrumento político que colectiva y democráticamente construya sobre las bases de la cara más revolucionaria del chavismo. Muchos de estos sujetos son individuos, otros pequeños colectivos, otros forman corrientes regionales o nacionales. En ellos hacen vida dirigentes sociales, sindicales, comunitarios, estudiantiles, campesinos, dirigentes de base, que junto a los verdaderos intelectuales orgánicos de la Revolución Bolivariana, los que nunca tuvieron miedo de hacerle frente a debates difíciles, forman la gran reserva a la que hay que convocar para esta construcción titánica.

Este tiempo nos marca una enorme responsabilidad. El dolor, la tristeza, la incertidumbre, no pueden paralizarnos. Mientras esperamos y pedimos el milagro de la vida, tenemos que prepararnos para defender y salvar a la Revolución Bolivariana en su hora más difícil. Nuestra historia y la de la Patria Grande latinoamericana exige que asumamos la otra tarea que encomendó Chávez, esta vez a su pueblo: “Hacer irreversible la Revolución”.

* Carlos Carcione, Gonzalo Gómez, Stalin Pérez Borges, Juan García, Zuleika Matamoros y Alexander Marín son Militantes de Marea Socialista

 

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¿Un nuevo manifiesto comunista? ¿De que trata este nuevo libro editado en Francia?

amanecerEl libro “Comunismo, un manifiesto” recientemente publicado en Francia (“Communisme, un manifeste”, Editorial NOUS – 2012) es tanto un análisis político del mundo actual como una propuesta para organizarse y luchar contra la sociedad capitalista.
Entrevista a Léna y Josep, dos de los autores de este manuscrito.

¿Ese manifiesto comunista está firmado por el colectivo para la intervención. ¿Podéis presentarnos a ese colectivo?

Léna : Se trata de un colectivo de amigos que se reunieron para escribir este texto. Tenían en común la pertenencia a luchas que podemos calificar de “autónomas” en el sentido de que se desarrollaron a distancia de los sindicatos y grupos representativos. Pero, dentro de las esferas políticas a las cuales pertenecíamos, nos encontrábamos en un callejón sin salida. Era entonces necesario renovarse, en la manera de organizarse.

Josep : Era para nosotros, el momento de realizar un balance, tomando en cuenta por un lado la desactivación de las iniciativas políticas en Francia ligadas a un cambio de gobierno, y, por otro lado la híper-represión policial y judicial. Había que reaccionar : reaccionar ante el fracaso patente de las formas de intervención dentro de los movimientos sociales, reaccionar a las tentativas laboriosas de reactivar las luchas un poco marginales como las de los parados y precarios, reaccionar al agotamiento de las luchas de sin-papeles estancadas en formas meramente defensivas… Había que realizar un balance pensando en algo de otra magnitud, pensando en algo capaz de alcanzar la desmesura : “¿Cómo podríamos organizarnos de nuevo de tal manera que no nos volvamos otra vez grupuscularios, pero sin dejar de mantenernos a distancia de los encantamientos de las grandes asambleas sin intervenciones políticas que enfrentan al poder?”

Empezáis el libro tratando del sistema capitalista que reducís, curiosamente, a la economía.

J : No queremos esclarecer, por medio de una nueva teoría política, lo que es el capitalismo. Se trata más bien de establecer un hecho importante. El capitalismo ha sido tan naturalizado como un decorado, como única forma de organización social, que había que afirmar que es ante todo una política, muy voluntarista. Que la economía es la política que gobierna a los humanos, que hace resonar sus gestos, sus afectos, sus inteligencias… Esa política está llevada a cabo por personas concretas que se encuentran en lugares identificables. Los llamamos activistas de la economía. Son humanos que intervienen para garantizar que lo que se presenta como un sistema se mantenga ; trátese de los patronos, trátese de los propagandistas de los medios de comunicación, trátese de los gobernantes que fabrican el marco dentro del cual todo se impone por la gestión o la coacción. Del otro lado, existen fuerzas adversas que no quieren ni la explotación capitalista ni su gestión por las instituciones estatales. Esas fuerzas adversas, hay que volver a definirlas. Somos nosotros, y son otros. Es esa relación entre nosotros y esos otros la que debe también volver a definirse : trabajar esa relación es, estrictamente hablando, proponer una forma de organizarse.

Volvéis à utilizar también la separación entre amigos y enemigos. ¿Son, los enemigos reducibles a esos activistas de la economía?

J : Nos puede bastar decir que son esos activistas de la economía. Pero, en el libro, hablando de sujetos de la economía, realizamos una distinción que puede parecer ambigua. Los activistas de la economía son claramente identificables como lo decíamos antes. Los sujetos de la economía son los que, bajo sus conductas, hacen vivir de manera productiva la máquina económica. Y esos últimos, somos nosotros también, de muchas maneras. No se trata de una lección de moral. La economía es un sistema de producción de subjetividad, y no solamente de

mercancías. Fabrica también nuestros lazos y nuestros modos de vida. Es en ese lugar que toca dibujar una línea divisoria entre amigos y enemigos. E interrogarse sobre que supone encontrarse en un lado u otro. ¿Qué significa ser amigo? ¿Qué es la fábrica de amistades para los que se sitúan en una relación antagonista con el capital? Dentro de ese bando amigo, existen diferencias. Pensamos que esas diferencias no deben ser aplastadas por una concepción del comunismo en la que, a pesar de todo, nos reconocemos.

L. : Si tomamos el asunto bajo el punto de vista del feminismo. No podemos reducir los enemigos a los únicos activistas de la economía. Por lo tanto, la construcción de abstracciones como la de un “enemigo” permite encontrar la manera de actuar, de luchar desde relaciones de antagonismos. Dentro del movimiento feminista, es importante identificar cuál es el enemigo o cuál es la abstracción que nos permitirá entrar en lucha. En ese libro, nos centramos en los activistas de la economía porque nos enfrentamos a un poder capaz de jugar la carta de la negociación en el feminismo (afirmando una seudo-igualdad de las oportunidades) mientras no puede negociar el fin de la economía.

¿Es allí dónde se encuentra la explicación del abandono de la separación burgués/proletario que podríamos haber esperado encontrar en un manifiesto comunista?

J. : No decimos que esa separación deja de ser operante o deja de existir. La lucha de clase es activa y se reactiva en todos los lugares hoy en día tal como lo vemos en los países árabes o en los Estados Unidos. No se trata de saber si ese concepto está pasado sino más bien interrogarse si es central. ¿Debemos continuar reinventando una figura unificadora, que llamamos proletariado o clase obrera, y que intentamos prolongar con la figura del precario? Queremos salir de esa ficción de una figura unificadora, a pesar de que toca encontrar una forma para unificar los antagonismos que aparecen en la confrontación con el capital.

L. :La idea del proletariado es también demasiado limitada porque lo que nos hace padecer el capitalismo no se resume a una relación de producción. Cuando ya no hay peces en el río al lado de mi casa, se está explotando un medio vivo, una manera de vivir.

Es por eso que habláis de vidas mutiladas?

J. : La cuestión ha sido preguntarnos sobre los nuevos dispositivos de explotación del capital. El capitalismo no se basta ya con la explotación de la fuerza del trabajo, se emplea también en capturar las formas de relacionarse de todos los seres en esa tierra, empezando por los humanos pero no sólo. Pensamos sencillamente al ejemplo de los patentes sobre lo vivo.

… pasamos entonces de la “explotación del trabajo vivo a la explotación de la vida” como lo comentáis en el libro.

J. : Sí, existen dispositivos muy formalizados para explotar la vida bajo forma de evaluación, de cálculos permanentes… Si tomamos el ejemplo del control de las semillas agrícolas, se introdujeron semillas fabricadas en los laboratorios a las que se aplicaron patentes. Esto se hizo perjudicando a toda una serie de semillas que disponían de un modo de existencia en unas relaciones temporales distintas de la temporalidad capitalista ; perjudicando a relaciones humanas complejas con unos medios. Cada vez, el capital se nutre de formas de relacionarse y después las aniquila. La llamada revolución verde es ejemplar en ese aspecto.

L. : Se podría pensar en una contradicción cuando decimos que el capital mutila las relaciones a la vez que se nutre de ellas. En realidad, el capital estimula las relaciones, y las mediatiza por el intermediario del dinero. Es así que intentará transformar todos los inventos colectivos en innovaciones explotables por el capital.

Referente a eso, decís una cosa sorprendente. Para seguir existiendo – a pesar de las destrucciones masivas – “el capital necesita solicitar las promesas del comunismo”. Podéis explicar esa paradoja?

J. : En realidad, el capitalismo nos garantiza muchas cosas : viviendas, el consumo que nos sitúa en una relación apasionada con los objetos… Permite inscribirse en un proyecto permanente, de sentirse competente, capaz. Permite disponer de vínculos y de un empleo del día.

L. : La economía para continuar existiendo estimula la interdependencia entre humanos, y estimula la fuerza vital de cualquier campo de trigo que crece para poder realizar ganancias sobre él. Ahora bien, esa interdependencia, esa fuerza vital puede existir sin el capitalismo, pero el capitalismo no puede vivir sin ella.

J. : Todas las fuerzas de cooperaciones, de interdependencias, de invenciones colectivas, de saberes compartidos podrían servir para definir el comunismo. Pero el comunismo no necesita de la acumulación del capital o de la propiedad privada para tejer la existencia de un mundo. En ese sentido el capitalismo solicita formas de vida comunistas para, al final, deshacerlas. Es en ese sentido un verdadero aparato de captación.

Para vosotros, el comunismo está asociado a lo que llamáis autonomía.

J. : Esa palabra, autonomía, es polisémica. Podemos hablar de autonomía obrera en referencia a la figura del proletariado negándose como fuerza productiva en los años 70. El capitalismo rebota en las confrontaciones que se le opone. Los “treinta años gloriosos” fueron un periodo de integración de las aspiraciones de la clase obrera a consumir y a beneficiarse de “promoción social”; se hizo asimilando el antagonismo entre trabajo y capital. El capitalismo encontró nuevas oportunidades de desarrollo en las mismas aspiraciones de la clase obrera a una distribución de la riqueza. Podemos decir que los años 90 constituyeron la edad del capital. Edad en que se nos hizo creer en la ficción de su autonomía ante el conflicto obrero. Parecía no tener necesidad a integrar lo que se oponía a él, también porque ya no se le oponía nada. No había otras formas de vida posibles que el “desarrollo económico”. El capitalismo podía valerse de haber realizado su utopía. Tocaba entonces volver a formular el concepto de autonomía, volver a activar su carga antagonista.

L. : Quisimos asumir la herencia de la autonomía obrera volviendo a definir lo que hay que entender por “autonomía”. Nos parecía importante conservar la idea de antagonismo aparecida en esos años. No se trataba ya de definir una clase productiva sino una clase política. Ser autónomo frente al capital significa entonces encontrarse en un antagonismo irreductible. Así, cuando se dice que la política del comunismo es la autonomía, se trata de decir que lo esencial, a nuestros ojos de comunistas, es que las condiciones de existencia de la política estén reunidas. El capitalismo, como política aniquiló toda política. Mientras para nosotros toca mantener viva la política como confrontación, oposición de puntos de vista, recomposición de un campo político sin la centralidad de cualquier sujeto político.

Si declinamos esta idea a un nivel individual, la autonomía de un sujeto ya no es ejercer su libre albedrío. Al contrario, las condiciones de existencia de un sujeto corresponden al conjunto de interdependencias con los seres y las cosas que componen su entorno material y social. Dentro de esas cosas con las cuales estamos en interdependencia, una gran parte no puede hacer política, son los animales por ejemplo. Es importante, entonces, que como sujeto político defendamos nuestro medio ambiente y la continuidad de la vida sobre la tierra.

Hablando de autonomía como interdependencia, tomáis distancia con el individualismo aclamado por el capitalismo.

L. : Para el capitalismo, la autonomía consiste en mantenerse de pie solo. Nos decimos que la autonomía es mantenerse de pie, pero no sólo. Delegar lo que nos mantiene de pie, es estar dentro de la ficción según la cual uno puede mantenerse de pie solo.

J. : En efecto, detrás de la idea de autonomía, está ante todo la idea de dejar de delegar en las instituciones o en las mercancías las mediaciones que nos mantienen juntos. Esto se plantea tanto en la transmisión de saberes como en el cuidado, el transporte, la producción de comida, de energía, etc…

¿Puede, la autonomía existir en el mundo capitalista?

L. : No existen posibilidades de situarse fuera del mundo en el que vivimos. Pero existen afueras adentro.

J. : Existen afueras adentro, sino nos encontraríamos en una totalización que no nos permitiría nada de nada. Es uno de los callejones sin salida de la extrema-izquierda que piensa que no se puede actuar de otra forma que dentro del capital. Existen afueras, se trata del conjunto de formas de vida colectiva que se extraen, incluso de forma parcial, del mundo regulado por la gestión estatal del capital. Se verifica a menudo que esas formas de vida se vuelven cada vez más irreductibles a la valorización mercantil. Para nosotros, formas de autonomía pueden emerger y existen algunas aquí y ahora. Toca darles una potencia ofensiva.

Precisamente, el libro ofrece una visión optimista. Hacéis de esos lugares de autonomía, puntos de anclaje para una nueva resistencia, mientras podríamos verlos como los últimos bastiones no todavía colonizados por el capitalismo.

L. : Son los dos a la vez. Es por eso que nos parece importante que estos lugares se asuman como políticos. Deben por lo menos resistir asumiendo el antagonismo político que existen entre ellos y el capitalismo.

J. : En efecto, podríamos acusarnos de realizar la apología de las alternativas. No se trata de esto. Se trata de encontrar formas de co-pertenencia política, de volver a construir formas de amistades políticas. La política es simultáneamente reactivación de la división, de una línea de partición entre amigos y enemigos, pero también recomposición permanente del campo de los amigos.

Así, parece que abandonáis el mundo del trabajo. Afirmáis : “la fábrica ya no es el marco esencial de las luchas políticas”

L. : Ese lugar es todavía pertinente para las luchas, pero no es central. El invento de un nuevo tipo de organización política que llamamos de nuestros deseos debería apoyarse sobre la conflictividad que existe en las relaciones de producción, pero también en las experiencias de autonomía material que son espacios importantes de reapropiación e invención colectiva. Deberían también ser inspiradas por colectividades que tienen la voluntad de resistir a la lectura en el idioma del capital de todas las relaciones humanas que la constituyen y a sus traducciones en dinero. Los llamamos “cuerpos opacos” en el sentido en que sus racionalidades no son reductibles a la racionalidad económica : los cuerpos opacos son todos los colectivos, o las personas que los capitalistas designan como locos. La conflictividad ante el capital adquiere entonces otras formas que las que encontramos en el mundo del trabajo.

Sí, pero el marco del trabajo sigue central, si observamos los últimos grandes movimientos sociales (defensa de la jubilaciones, u oposición a la ley sobre el Contrato de Primer Empleo – CPE)

J. : Estábamos presentes en estas luchas, y es siempre una alegría ver emerger fuerzas hostiles a la prepotencia del capital. Pero, ¿debemos eternalmente esperar al siguiente movimiento social? Durante las movilizaciones por las jubilaciones de 2010, no pasó mucho más que una nueva comprobación de que esas movilizaciones se encuentran totalmente atrapadas por los sindicatos amarillos. ¿Seguiremos diciéndonos de forma indefinida que si queremos 150,000 personas en la calle, hay que esperar una llamamiento sindical alrededor del trabajo? Las asambleas griegas, americanas, españolas son ejemplos en los que sortean a los partidos y a los sindicatos. ¿Pero cómo preservar la continuidad, cómo potenciar sus antagonismos?

L. : El movimiento de las jubilaciones se quedó en el juego de reivindicaciones audibles por el capital, son entonces, potencialmente integrables. Al contrario, otro movimiento – de magnitud mucho menor – como la huelga de parados que tuvo lugar en 2010 jugaba al juego de las reivindicaciones – es decir lo explícito – pero con reivindicaciones irrealizables por las autoridades. La misma expresión “huelga de parados” constituía una paradoja inasimilable. De esa manera afirmaba una opacidad mientras buscaba visibilidad. Así se afirmaba una racionalidad irreductible al capitalismo, incluso cuando tendencias diversas componían ese movimiento.

Esas ideas se relacionan con vuestra crítica del movimentismo.

J. : Cuidado, no se trata de un desprecio a los movimientos sociales. No queremos descalificar esas movilizaciones. Pero, la cuestión no es necesariamente criticarlas sino más bien interrogar los callejones sin salida en los que nos llevan. No se trata de decir como se oye a veces “son cretinos enrolados por un día por los sindicatos”, sino más bien interrogar lo que podemos hacer dentro de esos movimientos. Y allí, enfrentamos estancamientos, incluso en la lógica “radical” que consiste en incorporarse y luego en radicalizar las manifestaciones… Incluso cuando puede ser estimable, hay un toque vanguardista poco interesante, totalmente efímero.

A este estancamiento del movimentismo, añadís el estancamiento de la especialización activista.

L. : Esta especialización activista, la encontramos en el movimiento radical, en particular después del CPE que fue seguido de un debilitamiento de los grandes movimientos. Muchos de nosotros nos implicamos en luchas que llamamos específicas como las luchas antinucleares o el apoyo a los sin-papeles, con la idea que eran lugares de anclaje privilegiados para desplegar análisis más globales del capitalismo. Pero muy menudo, esas análisis las guardamos para nosotros, por miedo a dividir los colectivos en lucha en los que gastamos mucha energía para mantenerlos vivos. Queremos atacar el capital en sí, pero precisamente por eso seguimos convencidos que es importante no abandonar las luchas como lugares de confrontación en la realidad de las situaciones.

De hecho, decís que “una solución es apoyarse en las experiencias comunitarias que han surgido o se han potenciado durante un conflicto” y que “se trata entonces de mantener, en la medida de lo posible, la comunidad en lucha”.

J. : Se trata de distanciarse de cierto sectarismo que se produce en la radicalización de las luchas. Comunidades políticas meramente construidas desde afinidades producen lógicas auto-referenciales que vuelven imposible la composición política. Proponiendo en el manifiesto la creación de comités, deseamos volver a introducir un trabajo de co-pertenencia política donde hay muy a menudo desconfianza… Queremos asentar las luchas en la continuidad, escapando a la vez a las lógicas de camaradería en las que nos contamos siempre las mismas historias, preferentemente aquellas las historias que critican a los más próximos políticamente. La caricatura ha sido la historia de la “desidentificación” política, cuando más pretendíamos evitar que el poder pudiera catalogarnos más nos afirmábamos finalmente como grupúsculo anarco-autónomo híper-identificado. La cuestión de la visibilidad, para nosotros, debe conciliarse con formas de opacidad ante la transparencia deseada por el capital y el Estado pero sobre todo con formas igualitarias de concentración política. Es por ese motivo que continuamos creyendo en la asamblea como palanca política.

L. : Hasta hoy, en los grupos políticos – desde los sindicatos hasta los más radicales – parece que tocaba escoger entre, por un lado, una política basada en una idea común, una voluntad común, una estructura común a defender y, por otro lado, una política basada en una comunidad de amistades, a prueba de la camaradería, en la esperanza de que emergiera un movimiento espontáneo. Es una elección absurda. ¡Es escoger entre la cáscara vacía y el molusco! Nosotros lo que queremos es un organismo vivo, articulado en un esqueleto…

Este organismo vivo, es lo que llamáis comités. ¿Podéis decirnos más sobre ello?

L. : Esto queda una campo de trabajo abierto, pero nos parece importante asumir una dosis de formalismo y de visibilidad. ¿Cuáles son las reglas del juego entre nosotros? ¿En qué estamos de acuerdo o en desacuerdo. La idea es volver posible un trabajo crítico dentro de los colectivos y entre ellos. Esto exige también una gran atención hacia la vida del colectivo, y a las relaciones de dominación dentro de ellos.

J. : El colectivo que se constituye hoy como comité agrupa a personas que participan en intervenciones políticas diversas. Así, la cuestión de formas de autosubsistencia está planteada por algunos en el campo, cuando otros están implicados en los movimientos de parados y precarios que plantean la cuestión de la precariedad en las políticas de austeridad u otros están muy involucrados en luchas antinucleares… La cuestión es cómo dar una existencia común a esas cosas. La cuestión es también dar una especificidad política a los comités. Debe encontrarse en el hecho de defender en todas partes una política comunista y una intervención política que apunta al capitalismo en sí y no a tal o tal campo específico de la gestión estatal-capitalista.

Acabáis el manifiesto tratando de lo que llamáis “horizontes post-capitalistas”. ¿Por qué hablar de herencia tóxica al final y no al principio del libro en vuestra crítica del capitalismo?

L. : La idea era posicionarse en contre de formas de “revolucionarismo” que nos cuentan futuros que cantan, donde bastaría con deshacernos del capitalismo. Pero, si tomamos en serio nuestra posición de revolucionarios, hay que imaginar desde ahora lo que sería materialmente posible, para no contarnos demasiadas historias. Las estructuras que fueron fabricadas en un mundo capitalista como las centrales nucleares existirán incluso después del capitalismo. En ese último capítulo, intentamos – aun cuando el futuro nos demiente siempre – cómo hacer cuando heredamos elementos tóxicos para desmantelarlos sin volver a construir al mundo que les corresponde. Intentamos mirar enfrente los costes que podrían tener en un horizonte post-capitalista.

Muy lejos del Apocalipsis, planteáis la alegría de vivir.

L. : Hay muchos debates entre nosotros sobre esa expresión de “alegría de vivir”. Esa idea interviene en balance con la idea de vida mutilada. Pensamos que es posible deshacer la mutilación de las relaciones humanas en cuanto logramos a extraernos de las mediaciones del capital.

J. : En todo caso, no se trata de una exhortación a ser alegre. La alegría de vivir sería más bien una forma de atención hacia los demás y hacia lugares donde se instauran nuestras relaciones, donde esa atención se despliega. Es también eso que evoca la autonomía de la que hablamos. Para citar el texto del manifiesto, podríamos decir : “ […] el comunismo, es la confianza otorgada a lo que los seres son y a lo que pueden ser sus relaciones”.

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