Socialismo21 » 3 febrero, 2014

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Nosotros y el temblor: notas sobre Podemos, la izquierda y el acontecimiento.

images (1)«El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer.»

Pablo Bustinduy.

Es un problema que conocemos bien en política: la negación, doctrinalmente plegada sobre sí, nunca es portadora por sí sola de la afirmación. 

Alain Badiou, Éloge du théâtre

1. La democracia y lo inesperado se llevan bien. El tiempo de la irrupción –de lo imprevisible, lo irreductible- interrumpe la distribución del poder, pone freno a su simple descarga y reproducción. No sólo eso: la escisión democrática abre su propio ámbito de existencia, todos los puntos de fuga, de bifurcación, de quiebra, por los que la realidad respira el oxígeno que ella misma produce, que ella misma libera. Como mostró el 15M, no hay democracia sin acontecimiento, sin ese proceso equívoco  y singular que desdobla los campos significados y libera las prácticas y el lenguaje de su simple reproducción mecánica, previsible, repetitiva. La cuestión política, sin embargo, consiste en decidir desde dónde se mira ese acontecimiento y qué hacer a partir de él.

2. Hay una mirada que tiende a ver el acontecimiento hacia atrás, celebrando su haber sido, su ocurrir sorprendente e inefable: el acontecimiento adquiere su significado retrospectivamente, en un proceso que trata de comprenderlo, interpretarlo y reinterpretarlo, mantener su fidelidad a él. El problema de esa mirada es que todo puede acabar convertido en un asunto de pureza, un medirse con un origen milagroso, extraordinario, frente al que toda comparación ha de salir perdiendo. La conversación genera entonces una especie de pecado original (la imagen de una inocencia tan ansiada como trágicamente perdida), y al cabo su propia casta sacerdotal: guardianes de la pureza, del deber ser de las palabras y los hechos, que acaban viendo sólo lo que no es y encuentran profanaciones por todas partes. El problema de esa mirada es que osifica aquello que querría mantener vivo, aquello que querría simplemente dejar ser: la mirada se convierte así en una forma de negación que acaba desertificando la política misma, pues sostiene que la única política verdadera no se hace, sino que sucede sorpresivamente; no se produce, sino que sólo se espera (esa es la paradoja, convertida en cuestión de fe: la política como espera de lo inesperado); viene de ninguna parte y, en última instancia, no va tampoco a ningún lugar.

3. Hay otra mirada sobre el acontecimiento, una forma de ver y de hacer política que no mira sólo hacia atrás sino también hacia delante, que intenta comprender también una palabra fea: su productividad, su manera de afectar la realidad, la capacidad de seguir moviéndose y articulándose en órdenes diferentes, de seguir generando lenguaje, pensamiento, actualidad. Ese intento de comprensión, ese trabajo sobre el límite que ensancha y transforma los ámbitos de lo posible toca sin duda realidades pantanosas, desagradecidas, ambiguas: la estrategia, el horizonte, la voluntad de actuar consciente y decididamente para transformar el estado de cosas existente –aún sabiendo que las condiciones y el contexto de ese esfuerzo siempre vienen dados y no ceden fácilmente ante la belleza de los gestos y la solidez de las razones. Lo verdaderamente bello, sin embargo (y lo difícil también, cuando uno se plantea la obligación de no repetir errores del pasado) es constatar que este trabajo no sólo no es incompatible, sino que depende del acontecimiento que lo desborda y le da sentido, de esa forma de violencia que para Marx era la partera de la historia y para Heráclito, igual a la justicia y el origen de todas las cosas. Negri y Hardt expresan lo esencial de esta idea en un pasaje de Commonwealth: “el acontecimiento está dentro de la existencia y de las estrategias que la atraviesan”.

4. Esto tiene que ver con otra cuestión esencial: el problema de la orientación y la topología misma de la política, que hoy se presenta a menudo bajo forma de oposiciones más o menos lineares entre el arriba y el abajo, lo abierto y lo cerrado, lo vertical y lo horizontal. A la hora de enraizar un nuevo modo de pensar y hacer política, sin embargo, no vale reemplazar una metáfora con otra para decretar así la novedad absoluta del presente. Sin duda el acontecimiento del 15M desnudó una cierta concepción de la “izquierda”, una forma de ser y de hacer política que, en el caso español, funcionaba –sigue funcionando- como la inversión perversa y deformada del régimen del 78 (es la maldición inacabable del esperpento: la CT paseándose a sus anchas por el callejón del Gato). El 15M desbordó ese campo de prácticas y significaciones más o menos estables: un reparto de sentidos, nombres y tareas por el que la izquierda se fue arrinconando en una concepción de sí cada vez más estéril, que camuflaba su propia melancolía en un cinismo marginal, en el resentimiento o la derrisión de aquello que no lograba transformar. El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer. Pero la operación que ubica todo lo que ha venido sucediendo en un “afuera”, en una exterioridad radical al campo que venía ordenando “la izquierda” a su manera, corre el riesgo de olvidar sus propias raíces y, con ello, sus propias condiciones de posibilidad.

5. El pasaje de Commonwealth que he mencionado antes acaba citando, sorprendentemente, un texto del antifascista italiano Luciano Bolis. En el texto, elpartigiano sabe que su sacrificio es apenas un grano de arena en la lucha popular contra el fascismo, pero aún así afirma con palabras graves:

“Creo que los supervivientes tienen el deber de escribir la historia de esos “granos de arena” porque incluso aquellos que, por circunstancias particulares o sensibilidades diferentes, no fueron parte de aquella multitud, entienden que nuestra liberación y el conjunto de valores sobre los que se apoya se pagó con sangre, terror y expectaciones, y con todo lo que hay detrás de la palabra “partigiano”, que todavía hoy se entiende mal, se desprecia y se rechaza con una complacencia vana”

No cometamos ese error: el campo que durante décadas ordenó la izquierda de manera prácticamente hegemónica –dándole una palabra, un orden, un tiempo y un espacio aparentemente lisos en los que, sin embargo, apenas cabía el conflicto, y donde se terminó por negar el movimiento- es el mismo que ahora se trata de habitar, de articular, de poner a trabajar de otra manera. Ese campo es el intervalo entre las “dos ciudades” que nunca coinciden entre sí, el desgarro mismo que habita la democracia y que es fuente de toda emancipación, de toda igualdad, de toda política en sentido estricto. Ese campo no es sencillamente el de unas siglas, una identidad o una manera de interpretar el mundo: es el campo que está detrás de tantos y tantos nombres pasados, de muchos futuros anteriores tejidos de “sangre, terror y expectaciones”; es el campo colectivizado, tomado por las mujeres en lucha y el poder popular, el campo vaciado por el genocidio y el exilio, sacudido por demasiadas derrotas, también por algunas grandes victorias.

6. Ese campo, que habitan todas las luchas por la emancipación, hoy se nos presenta profundamente alterado, casi irreconocible, quebrado por acontecimientos que imponen la tarea de rechazar las cargas adquiridas y responder con gestos, cuerpos y lenguajes nuevos a una realidad y unas necesidades diferentes. Como dice el poema de René Char, otro gran antifascista, hoy se trata de reivindicar que “nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”: sin desterrar la propia historia, se trata de no abdicar la capacidad de ser y obrar de otra manera. Pero no nos descuidemos; olvidar qué es y de dónde viene la izquierda es olvidar qué es y de dónde viene el fascismo, olvidar que ya hubo quien juró estar más allá de las izquierdas y las derechas, ser el puro “abajo” transparente a sí mismo, liberado del pasado y de las taras de la vieja política. No nos descuidemos: hoy en día seguimos pagando intereses de aquellas deudas inconscientes, de la pesadilla que ahogó en sangre la herida misma de la que se nutría.

7. Todo ello tiene que ver con la cuestión del “nosotros” y de los adjetivos posesivos, esa pregunta en primera persona por la que se asoman todos los fantasmas. Reiner Schürmann escribió en su autobiografía que “el nosotros sin temblor me es desconocido”: es el temblor del acontecimiento, el temblor democrático que quiebra la identidad y deshace los nombres con vocación de permanencia.

Es el nosotros como un trabajo inacabable que está a la vez siempre por hacer, un proceso en construcción donde caben más dudas que verdades, donde se manifiesta una voluntad decidida que sin embargo no coincide nunca consigo misma. Es un nosotros que no sabe muy bien a dónde va, pero sí que ha perdido el miedo a decidir, a hacerse fuerte, a equivocarse; es el nosotros que hace de la igualdad una hipótesis de existencia y aspira a trabajar, codo con codo, en el proceso que mira de frente al orden de lo existente y se afana en reformular, de otra manera, la idea de su próxima abolición.

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Jacques Sapir :»El problema de Francia es el euro»

descarga–»El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro». 

Entrevista al economista francés Jacques Sapir, del diario argentino Pagina 12 

Las últimas noticias provenientes del gobierno francés lo ubican lejos de la historia del Partido Socialista y cerca de las políticas de ajuste propias de los gobiernos neoliberales. Para entender la situación económica actual de Francia, entrevistamos a Jacques Sapir, investigador de la Escuela en Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess-Paris), doctor en Economía y director del CEMI (Centro de Estudios en Modos de Industrialización).

Sapir es una de las voces críticas al euro más escuchadas del momento, y en sus últimos libros, La demondialisation y Comment sortir de l’Euro (Cómo salir del euro) realiza duros cuestionamientos al neoliberalismo, tanto a nivel mundial como dentro de la Unión Europea. Desde una posición cercana políticamente al Parti de Gauche y su líder Jean-Luc Mélenchon, la solución que propone para Francia es una salida del euro y una devaluación de la moneda para lograr volver al pleno empleo y la reindustrialización.

¿Cuál es el contexto francés que explica las últimas declaraciones del presidente François Hollande?

–El presidente se encuentra hoy en una situación difícil. Su autoridad se ve erosionada por la ineficacia de la política económica llevada adelante desde junio de 2012. Había prometido «dar vuelta la curva del desempleo» antes de fin de 2013. En los hechos, el desempleo sigue creciendo, y según la forma de calcularlo hoy existen 3,2 millones o 5,5 millones de desempleados.

Coincide con un proceso de desindustrialización.

–La desindustrialización que conoce la economía francesa se está tornando muy preocupante. El crecimiento que se anunció nunca llegó. En verdad, numerosos economistas habían criticado desde el otoño de 2012 la política económica del gobierno y las previsiones optimistas del Ministerio de Economía y Finanzas. Por desgracia, esos economistas tuvieron razón. Pero a ese fracaso económico se sumaron otros factores que pesan sobre su autoridad, y hasta en la legitimidad, del gobierno y del presidente. En primer lugar, se dio la sensación de una falta de profesionalismo sobre muchos temas sensibles. En otras ocasiones, el gobierno dio marcha atrás sobre promesas de campaña. Por último, como es de público conocimiento, la vida privada del presidente está lejos de ser prolija. Por lo tanto, el presidente y el primer ministro llegaron a los anuncios del 14 de enero con una popularidad por el piso.

¿Qué consecuencias podría traer el «pacto de responsabilidad» presentado sobre la economía francesa?

–Tal como fue presentado, el «pacto de responsabilidad» consiste en una negociación con el empresariado, por el cual se disminuyen las cargas de las empresas (10 mil millones anuales entre 2014 y 2017) a cambio de crear 200.000 empleos. Pero ese «pacto» deja muchas preguntas sin respuestas.

La primera remite al análisis de la situación de las empresas francesas. Los estudios del Insee (Instituto de Estadísticas de Francia) muestran que las rentabilidades no bajaron. Los problemas tienen más que ver con la competencia extranjera.

La segunda pregunta es la realidad del compromiso de emplear 200.000 personas a cambio de la reducción de las cargas sociales. Además del hecho de que 200.000 empleos es demasiado poco (el propio ministro Montebourg habla de la necesidad de crear 2 millones de empleos), nada indica que las empresas cumplan con su parte.

Una tercera pregunta es saber de qué manera se financiará esa reducción de cargas sociales. El presidente habló de ahorros en los gastos públicos, pero fuera de unos recortes en las inversiones públicas o en las prestaciones sociales, las posibilidades de ahorro son escasas y azarosas.

Eso nos lleva a una cuarta pregunta: ¿esas reducciones de cargas fiscales no tienen riesgos de iniciar un proceso donde las empresas van a aprovechar para ejercer todavía más presión sobre los salarios y entrar en un círculo deflacionario?

¿Cuáles son las alternativas de política económica para que Francia salga de la crisis económica?

–El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro. Ese problema es evidente en los intercambios con los países extrazona. Desde su creación, el euro se apreció fuertemente frente al dólar, pero también frente al yen japonés y la libra esterlina, con efectos devastadores sobre los países del sur de Europa. Esta situación la están entendiendo cada vez más actores, incluido parte del gobierno francés. Pero el efecto nefasto del euro se hace también sentir en el comercio intrazona.

Desde la creación del euro en 1999, constatamos que las tasas de inflación de los distintos países fueron diferentes, como antes, pero ahora con una política monetaria única. Eso revela la existencia de una inflación estructural, dependiendo de las estructuras económicas de cada país. La diferencia entre las tasas de inflación de Alemania y los países de Europa del Sur llevaron a diferenciales de competitividad de 20 a 40 por ciento según los países.

De allí resulta que los productos alemanes se volvieron cada vez más competitivos en el mercado francés, pero también italiano, español, griego o portugués. En condiciones normales, esa diferencia entre las tasas de inflación estructural se corregía mediante devaluaciones periódicas (o revaluaciones del país donde la inflación estructural es la más baja). Pero ese mecanismo ya no puede funcionar por la existencia de la moneda única.

¿Una salida del euro por parte de Francia significaría el fin de la Unión Europea?

–Es uno de los argumentos que se escuchan por parte de los que abogan a favor del euro. Pero en realidad hay países importantes, como Gran Bretaña y Suecia, que son miembros de la Unión Europea, pero no de la Zona Euro. La Unión Europea existió antes de la puesta en marcha del euro y si el euro desaparece la Unión Europea seguirá existiendo.

Es más: desde la entrada en vigencia del Tratado de Roma y de la Comunidad Económica Europea, vivimos de 1958 a 1999, o sea 41 años, con nuestras propias monedas y construimos la integración europea durante ese período. Nada justifica entonces esa afirmación según la cual el fin del euro sería el fin de la Unión Europea.

El eje de discusión en Francia es entre euroescépticos y proeuropeos, desplazando incluso el eje tradicional entre derecha e izquierda. ¿Cómo explicarlo?

–Sí, es indiscutible que hoy el eje de discusión principal, por lo menos en Francia y en Italia, es la cuestión de Europa y más especialmente sobre la del euro, más que las oposiciones tradicionales entre izquierda y derecha. Y es así porque la situación económica y social está dominada por el euro.

En verdad, lo que provoca la crisis económica, y que lleva al desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales logradas desde 1945, es una parte de la reglamentación europea y sobre todo la existencia del euro. Vemos, en particular en Francia y en Italia, la constitución de un bloque político alrededor de la oligarquía dominante que defiende a cualquier costo el euro y las políticas más reaccionarias de la Unión Europea, mientras que se constituye progresivamente pero en condiciones políticas particulares, otro bloque representando los trabajadores y las clases populares que está fuertemente opuesta al euro.

¿Existen diferencias entre países?

–Los resultados económicos de los países de la Unión Europea son muy divergentes. Algunos tienen excelentes resultados, como Gran Bretaña y Suecia. Y, ¡qué casualidad! Esos países no son parte del euro. Por otro lado, dentro de la Zona Euro, constatamos que el crecimiento es débil, e incluso que algunos países, como España, Grecia, Portugal e Italia, están en recesión. Las divergencias en cuanto a resultados son notables. Pero resulta claro que el euro pesa y mucho en el resultado de gran cantidad de países.

¿Qué lecciones se pueden extraer de la crisis del euro para otros procesos de integración regional?

–La crisis del euro indica claramente que no se deben realizar uniones monetarias en cualquier circunstancia. Las estructuras económicas de los países que serán miembros deben ser convergentes, lo que no es el caso en Europa, y debe existir un importante presupuesto asegurando flujos de transferencia entre los países miembros. Construir una unión monetaria implica respetar estrictamente ciertas condiciones. Si no se las respeta, entonces nos encontramos con los problemas a los cuales la Zona Euro se encuentra hoy enfrentada.

En su libro La demundialización usted hace una crítica de la globalización neoliberal. ¿Qué perspectivas existen para esa etapa del capitalismo?

–La globalización recubre en realidad dos procesos: por una parte la globalización comercial y por otra la financiera. Vimos los aspectos extremadamente perversos de la globalización financiera; y numerosos estudios mostraron que la libre circulación de los capitales de corto plazo tuvo más efectos negativos que positivos. En cuanto a la globalización comercial, ella es más aceptable, pero a condición de que eso no conlleve un desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales y que no impida el desarrollo económico de los países que calificamos hoy de emergentes.

Para eso hay que pensar en sistemas de derechos de aduana que igualen las situaciones sociales y ecológicas, pero también que protejan las industrias nacientes. Queda claro que las instituciones actuales, y en particular la OMC, con su prioridad otorgada al libre comercio, quedarán en desuso. Por lo que es de la globalización financiera, se debería prohibir una parte de las operaciones y limitar estrictamente la circulación de los capitales salvo los que implican inversión extranjera directa.

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