Socialismo21 » 14 marzo, 2014

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Ucrania: «El fascismo no es ninguna opinión, es un crimen»

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«Infunden desconfianza aquellos “demócratas” (me da igual si llevan el “cristiano” o el “social” por delante) y aquellos “izquierdistas” que por posibilismo político intentan justificar lo injustificable: colaborar con fascistas».
                           Ingo Niebel, escritor alemán

Parece que se ha olvidado esta máxima en Alemania porque en mi Isla de la Felicidad se ha hecho de moda llamar “ultranacionalistas” a los neonazis de Svoboda y cía.

Esta “reconversión semántica” se debe a que gracias a la intervención del socialdemócrata alemán Frank-Walter Steinmeier, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, sin olvidar la ayuda de sus homólogos, el francés Fabius y el polaco Sikorski, los bisnietos ideológicos de Hitler y de su colaborador ucraniano Stepan Bandera están ahora en los puntos clave del poder político en Kiev. Hay fotos que documentan este extremo.

En Alemania presentadores y políticos tuvieron que marcharse por haber empleado algún eslogán del lenguaje propagandístico nazi por descuido y sin pertenecer a esta versión alemana del fascismo internacional.

En Alemania el SPD y otros partidos han llevado ante la Corte Constitucional al partido neonazi NPD por considerarlo anticonstitucional – ahora el SPD lleva a los “Kameraden” ucranianos de los fascistas alemanes al poder en Kiev.

Esta es una de aquellas contradicciones que sólo la socialdemocracia sabe producir sin que se levante la más mínima protesta.

Hoy, la diputada del partido Die Linke (La Izquierda), Ulla Jelpke, critica en un artículo, publicado por el diario junge Welt, a su propio partido porque “de forma contínua se llama al diálogo con todos los actores y a una solución pacífica”. Pienso que “diálogo” y “paz” son dos conceptos incompatibles con el fascismo al ser una ideología que se basa en el orden, el mando y en la razón de la fuerza del más fuerte.

Ante la desorientación de la izquierda alemana (en general) ya no me extraña que la estadounidense Hillary Clinton ha podido llamar “Hitler” a Vladimir Putin. Parece que la confusión de conceptos y de hechos históricos ya no tiene límite alguno.

La política, “demócrata” ella, no es la única; su par alemán es el nuevo director de la oficina de la fundación Konrad Adenauer (KAS) en Uruguay, Georg Eickhoff. “ Pero lamentablemente falta el caudillo capaz de unificar. #Venezuela” tuiteó sobre las “guarimbas” el 2 de febrero.

Hace años el alcalde cristiano demócrata se largó de su pueblo germano hasta la lejana República Bolivariana poco antes de que el consejo municipal le echase del cargo por haber llevado el municipio a la bancarrota.

Durante su estancia en Caracas, Eickhoff comparó constantemente la política del presidente Chávez con el nazismo alemán. Y ahora está buscando un “caudillo”. Tanto tiempo en América Latina y todavía no se ha dado cuenta de los cambios que se han producido en el continente desde 1998 gracias también al comandante supremo de la Revolución Bolivariana.

Volviendo al Viejo Continente, ayer Hermann Tertsch disertó en su artículo “Ucrania, el genocidio de Stalin”, publicado por ABC: “El dictador soviético asesinó entre 1932 y 1933 a 7 millones de ucranianos, algo que ni Hitler logró.” Los revisionistas de los crímenes nazis a ambos lados de los Pirineos se habrán alegrado al leer esta “comparación” que deja bien al “Führer”.

A Tertsch se le olvidan al menos tres cosas: primero, unos 20 millones de ciudadanos soviéticos pagaron con sus vidas por la agresión nazi; segundo, en los planes de los nazis, Ucrania debería haberse convertido en la “cámara de trigo” del Reich y para ello Berlín necesitaba esclavos.

“Excluidas” de esta medida quedaron aquellas personas calificadas de “judíos” y/o “comisarios políticos”, porque de éstas se ocuparon ipso facto los escuadrones de muerte de las SS y del Ejército alemán mientras que los presos de guerra soviéticos se morían de hambre en los campos. Tercero, el Estado español apoyó esta “guerra de exterminio” nazi enviando al “frente del Este” la “División Azul”, a la que hoy en día rinden homenaje no sólo los (post)franquistas como el PP, sino también el PSOE.

¡Vaya ambiente que se está formando en algunas cabezas si no se hace memoria histórica!

Y para más inri, el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, acaba de decir en relación con el referéndum de Crimea: “Nadie debería intentar de trazar nuevas fronteras en el mapa de la Europa del siglo XXI”.

Tal vez esta frase no me daría tanto a pensar si el jefe político de esta organización militar hubiera utilizado algún nombre concreto en vez de la variable “nadie”.

Ahora, este “nadie” puede ser Putin, pero también Arturo Mas o Sean Connery o cualquier otra persona en Escocia, Catalunya, Euskal Herria o donde sea, la cual quiere recurrir al derecho a decidir para saber si hay mayoría para cambiar alguna parte del mapa europeo.

Lo que vemos en Ucrania es un peligroso pulso geopolítico entre EEUU, la OTAN y la UE por un lado, y Rusia por el otro. Al haber perdido la guerra por Siria y el puerto militar ruso en ese país, la Santa Trinidad del Imperialismo occidental quiere lograr una victoria estratégica atacando a Moscú desde Ucrania.

No se trata de una batalla de ideas, sino de una guerra en la que todo vale, incluida la colaboración con los fascistas. La cuestión ya no es lo que Putin es o lo que deja de ser, sino quien está con los fascistas y quien no.

Y lo que me inquieta no son los neonazis de aquí o de allá porque gracias a su ideología y la Historia sabemos cómo vencerlos – digo sólo “primero Stalingrado, después Nuremberg”. Espero que no tengamos que volver a estos extremos. Pero infunden desconfianza aquellos “demócratas” (me da igual si llevan el “cristiano” o el “social” por delante) y aquellos “izquierdistas” que por posibilismo político intentan justificar lo injustificable: colaborar con fascistas.

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Derechas con look de izquierda

images (1)«Las derecha han sido capaces de crear un dispositivo “popular”, como el que describe Rafael Poch, para desestabilizar gobiernos populares, dando la impresión de que estamos ante movilizaciones legítimas que terminan derribando gobiernos ilegítimos, aunque estos hayan sido elegidos y mantengan el apoyo de sectores importantes de la población». 
                                                         Raúl Zibechi, periodista uruguayo

Las recientes manifestaciones de masas generadas por las derechas en los más diversos países, muestran su capacidad por apropiarse de símbolos que antes desdeñaban, introduciendo confusión en las filas de las izquierdas.

El 17 de febrero de 2003 Patrick Tyler reflexionaba sobre lo que estaba sucediendo en las calles del mundo en una columna en The New York Times: “Las enormes manifestaciones contra la guerra en todo el mundo este fin de semana son un recordatorio de que todavía puede haber dos superpotencias en el planeta: los Estados Unidos y la opinión pública mundial”.“Mira a tu alrededor y verás un mundo en ebullición”, escribe el editor estadounidense Tom Engelhardt, editor de la página ‘tomdispatch’. En efecto, diez años después del célebre artículo del Times, que dio la vuelta al mundo en ancas del movimiento contra la guerra, no hay casi rincón del mundo donde no exista ebullición popular, en particular desde la crisis de 2008.

Se podrían enumerar la Primavera Árabe que derribó dictadores y recorrió buena parte del mundo árabe; Occupy Wall Street, el mayor movimiento crítico desde los años sesenta en Estados Unidos; los indignados griegos y españoles que cabalgan sobre los desastres sociales provocados por la megaespeculación. En estos mismos momentos, Ucrania, Siria, Sudán del Sur, Tailandia, Bosnia, Turquía y Venezuela están siendo afectadas por protestas, movilizaciones y acciones de calle del más diverso signo.

Países que hacía décadas que no conocían protestas sociales, como Brasil aguardan manifestaciones durante el Mundial luego de que 350 ciudades vieran cómo el desasosiego ganaba las calles. En Chile, se ha instalado un potente movimiento juvenil estudiantil que no muestra signos de agotamiento y en Perú el conflicto en torno a la minería lleva más de un lustro sin amainar.

Cuando la opinión pública tiene la fuerza de una superpotencia, los gobiernos se han propuesto entenderla para cabalgarla, manejarla, reconducirla hacia lugares que sean más manejables que la conflagración callejera, conscientes de que la represión por sí sola no consigue gran cosa. Por eso, los saberes que antes eran monopolios de las izquierdas, desde los partidos hasta los sindicatos y movimientos sociales, hoy encuentran competidores capaces de mover masas pero con finas opuestos a los que esa izquierda desea.

Estilo militante

Desde el 20 hasta el 26 de marzo de 2010 se realizó en el departamento uruguayo de Colonia un “Campamento Latinoamericano de Jóvenes Activistas Sociales” (http://alainet.org/active/37263), en cuya convocatoria se prometía “un espacio de intercambio horizontal” para trabajar por “una Latinoamérica más justa y solidaria”. Entre el centenar largo de activistas que acudieron ninguno sospechaba de dónde habían salido los recursos para pagar sus viajes y estadías, ni quiénes eran en realidad los convocantes (Alai, 9 de abril de 2010).

Un joven militante se dedicó a investigar quiénes eran los Jóvenes Activistas Sociales que organizaban un encuentro participativo para “comenzar a construir una memoria viva de las experiencias de activismo social en la región; aprender de las dificultades, identificar buenas prácticas locales aprovechables a nivel regional, y maximizar el alcance de la creatividad y el compromiso de sus protagonistas”.

El resultado de su investigación en las páginas web le permitió averiguar que el campamento contó con el auspicio del Open Society Institute de George Soros, y de otras instituciones vinculadas al mismo. La sorpresa fue mayúscula porque en el campamento se realizaban reuniones en ronda, fogones y trabajos colectivos con papelógrafos, con fondo de whipalas y otras banderas indígenas.

Un decorado y estilos que hacían pensar que se trataba de un encuentro en la misma tónica de los Foros Sociales y de tantas actividades militantes que emplean símbolos y modos de hacer similares. Algunos de los talleres empleaban métodos idénticos a los de la educación popular de Paulo Freire que, habitualmente, suelen emplear los movimientos antisistémicos.Lo cierto, es que unos cuantos militantes fueron usados “democráticamente”, porque todos aseguraron que pudieron expresar libremente sus opiniones, para objetivos opuestos para los que los convocaron. Este aprendizaje de la fundación de Soros fue aplicado en varias ex repúblicas soviéticas, durante la “revuelta” en Kirguistán en 2010 y en la revolución naranja en Ucrania en 2004.

Ciertamente, muchas fundaciones y las más diversas instituciones envían fondos e instructores a grupos afines para que se movilicen y trabajen para derribar gobiernos opuestos a Washington. En el caso de Venezuela, han sido denunciadas en varias oportunidades agencias como el Fondo Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en inglés), creada por el Congreso de Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan. O la española Fundación de Análisis y Estudios Sociales (FAES) orientada por el expresidente José María Aznar.

Ahora estamos ante una realidad más compleja: cómo el arte de la movilización callejera, sobre todo la orientada a derribar gobiernos, ha sido aprendida por fuerzas conservadores.

El arte de la confusión

El periodista Rafael Poch describe el despliegue de fuerzas en la plaza Maidan de Kiev: “En sus momentos más masivos ha congregado a unas 70.000 personas en esta ciudad de cuatro millones de habitantes. Entre ellos hay una minoría de varios miles, quizá cuatro o cinco mil, equipados con cascos, barras, escudos y bates para enfrentarse a la policía. Y dentro de ese colectivo hay un núcleo duro de quizás 1.000 o 1.500 personas puramente paramilitar, dispuestos a morir y matar lo que representa otra categoría. Este núcleo duro ha hecho uso de armas de fuego” (La Vanguardia, 25 de febrero de 2014).

Esta disposición de fuerzas para el combate de calles no es nueva. A lo largo de la historia ha sido utilizada por fuerzas disímiles, antagónicas, para conseguir objetivos también opuestos. El dispositivo que hemos observado en Ucrania se repite parcialmente en Venezuela, donde grupos armados se cobijan en manifestaciones más o menos importantes con el objetivo de derribar un gobierno, generando situaciones de ingobernabilidad y caos hasta que consiguen su objetivo.

La derecha ha sacado lecciones de la vasta experiencia insurreccional de la clase obrera, principalmente europea, y de los levantamientos populares que se sucedieron en América Latina desde el Caracazo de 1989. Un estudio comparativo entre ambos momentos, debería dar cuenta de las enormes diferencias entre las insurrecciones obreras de las primeras décadas del siglo XX, dirigidas por partidos y sólidamente organizadas, y los levantamientos de los sectores populares de los últimos años de ese mismo siglo.

En todo caso, las derecha han sido capaces de crear un dispositivo “popular”, como el que describe Rafael Poch, para desestabilizar gobiernos populares, dando la impresión de que estamos ante movilizaciones legítimas que terminan derribando gobiernos ilegítimos, aunque estos hayan sido elegidos y mantengan el apoyo de sectores importantes de la población. En este punto, la confusión es un arte tan decisivo, como el arte de la insurrección que otrora dominaron los revolucionarios.

Montarse en la ola

Un arte muy similar es el que mostraron los grupos conservadores en Brasil durante las manifestaciones de junio. Mientras las primeras marchas casi no fueron cubiertas por los medios, salvo para destacar el “vandalismo” de los manifestantes, a partir del día 13, cuando cientos de miles ganan las calles, se produce una inflexión.

Las manifestaciones ganan los titulares pero se produce lo que la socióloga brasileña Silvia Viana define como una “reconstrucción de la narrativa” hacia otros fines. El tema del precio del pasaje pasa a un segundo lugar, se destacan las banderas de Brasil y el lema “Abajo la corrupción”, que no habían estado originalmente en las convocatorias (Le Monde Diplomatique, 21 de junio de 2013).

Los medios masivos también desaparecieron a los movimientos convocantes y colocaron en su lugar a las redes sociales, llegando a criminalizar a los sectores más militantes por su supuesta violencia, mientras la violencia policial quedaba en segundo plano.De ese modo, la derecha que en Brasil no tiene capacidad de movilización, intentó apropiarse de movilizaciones cuyos objetivos (la denuncia de la especulación inmobiliaria y de las megaobras para el Mundial) estaba lejos de compartir. “Es claro que no hay lucha política sin disputa por símbolos”, asegura Viana. En esa disputa simbólica la derecha, que ahora engalana sus golpes como “defensa de la democracia”, aprendió más rápido que sus oponentes.

 

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