Socialismo21 » 14 junio, 2016

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Francia. Un movimiento social de nuevo tipo

descargaJacques Sapir* economista francés ( Topo Express)

El movimiento social ha adoptado, pues, la forma de una reivindicación de la soberanía, hoy en el campo social y mañana en el campo monetario, contra unas medidas que cada vez parecen más claramente dictadas desde el extranjero.

Francia vive hoy una crisis social grave, que amenaza con prolongarse. Es sin duda la más grave desde 1995 y el movimiento social contra las reformas de Alain Juppé, el primer ministro de entonces. Lo que está en juego es la reforma del Código del Trabajo contenida en lo que se conoce como la “ley El Khomri”, por el nombre de la ministra de Trabajo [1].

El movimiento actual ha recibido, por supuesto, un apoyo muy claro por parte de la izquierda radical e incluso por ciertas fracciones del PS, el partido en el poder. Esto implica un endurecimiento inquietante del clima político. El primer ministro, Manuel Valls, y la prensa que está a sus órdenes, arremete contra los sindicatos que apoyan a este movimiento, y en primer lugar contra la CGT. Ahora bien, la CGT no es la única organización sindical implicada en este movimiento, cosa que se olvida un poco precipitadamente. La presencia de FO, de SUD y de sindicatos sectoriales también tiene una actividad importante en el mismo. Son numerosas las reivindicaciones sectoriales que se expresan a través de dicho movimiento.

De todos modos, este movimiento no es una simple reedición del de 1995. Ha adquirido una nueva dinámica. A partir de ahora se plantea la cuestión de la soberanía nacional. El apoyo a este movimiento por parte de Nicolas Dupont-Aignan y de Marine le Pen es un signo importante del estatus político que ha adquirido.

El origen del movimiento

La sustancia de la reforma laboral está enteramente contenida en su artículo 2. Ello se concreta en la voluntad de incluir toda la negociación en el marco estricto de los “convenios de empresa”, en detrimento de los acuerdos sectoriales o nacionales, con lo que se debilita de manera dramática la correlación de fuerzas entre los asalariados y sus patronos. Este es el quid de la cuestión. Las recientes declaraciones del primer ministro y de la señora El Khomri excluyen cualquier negociación sobre este punto.

Ahora bien, una amplia mayoría de la población se opone hoy claramente a esta ley. Los últimos sondeos arrojan unos porcentajes de rechazo a la ley de entre un 69 y un 74 por ciento [2]. Esto indica claramente la opción tomada por la denominada “mayoría silenciosa”. El incremento de las protestas ha tenido incluso repercusiones en el seno del partido socialista, en el que 40 diputados amenazaban con declararse en rebeldía en la votación. El gobierno se vio privado de la mayoría y obligado a recurrir al artículo 49-3 de la constitución, lo que constituye ni más ni menos que una descarada desviación del procedimiento y una negación de la democracia [3]. De hecho, fuera del gobierno hay que ir a la derecha moderada para encontrar un apoyo a este texto.

El incremento de la violencia social

Es evidente que estas formas de lucha crean hoy un desorden cada vez mayor en el país. Las manifestaciones que están teniendo lugar desde el mes de abril han visto cómo se multiplicaban los casos de violencia policial, pero también los ataques deliberados contra las fuerzas del orden. Jóvenes manifestantes han quedado tuertos por el uso de flashball [las pistolas que disparan pelotas de goma], y un furgón de la policía ha sido incendiado y sus ocupantes solo de milagro han podido escapar de la hoguera.

Este desorden, sin embargo, no hace más que responder a un desorden anterior, consecuencia de la aplicación del 49-3. Pretender entonces escandalizarse de la consecuencia y no de la causa es una expresión de la más pura hipocresía. Solo se puede condenar la obstrucción de los depósitos de carburante, por ejemplo, si previamente se ha condenado la aplicación del 49-3, y más en general la táctica de un gobierno que solo aporta respuestas policiales a un movimiento social.

El recurso a formas de lucha más radicales se asemeja entonces a una legítima defensa. Una legítima defensa social, sin duda, contra las medidas contenidas en una ley que ha sido impuesta desde el extranjero y con desprecio a las reglas de la democracia, pero esta legítima defensa social no es menos legítima a los ojos de la población.

Hacía casi treinta años que no habíamos conocido en Francia un nivel tal de violencia en el marco de un movimiento social. Lo más grave es que el gobierno la autoriza, pues es evidente que los policías cumplen órdenes, y que vivimos –por lo menos en teoría– en un estado de excepción. Este comportamiento del gobierno es absolutamente irresponsable. Constituye hoy una amenaza real para la paz civil cuya responsabilidad incumbe totalmente al gobierno.

Una dinámica anti-europea

Es ahí donde el movimiento adquiere una nueva dinámica, que se manifiesta en el apoyo que le han dado formaciones políticas como Debout la France o el Frente Nacional, que no estamos acostumbrados a verlas moverse en este terreno. Es evidente que los principios contenidos en la ley El Khomri se inspiran directamente en las sugerencias, o, mejor dicho, en las exigencias planteadas por la Unión Europea. Efectivamente, esta ley es la aplicación estricta de la “estrategia de Lisboa” y de las “Orientaciones Generales de Política Económica” (u OGPE), que elabora la dirección general de asuntos económicos de la Comisión Europea [4]. Coralie Delaume, en una serie de artículos publicados en Le Figaro, lo establece de manera indudable [5].

De hecho, las OGPE, cuya existencia deriva de los tratados, así como el “Programa nacional de reformas” prescriben en numerosos países y desde hace tiempo el malthusianismo presupuestario y la moderación salarial. Puede verse aquí hasta qué punto la UE, pero también el Eurogrupo, imponen su propio modo de gobernanza y un marco disciplinario de acero [6]. De hecho, Francia, como los demás países de la zona euro, al no poder devaluar, solo pueden restablecer su competitividad en el contexto de una oferta salarial a la baja. Este es, por otro lado, el camino emprendido por los gobiernos español, portugués, italiano y griego.

El movimiento social ha adoptado, pues, la forma de una reivindicación de la soberanía, hoy en el campo social y mañana en el campo monetario, contra unas medidas que cada vez parecen más claramente dictadas desde el extranjero.

Este movimiento social, por consiguiente, adquiere en virtud del contexto en el que se produce, la dimensión de una contestación generalizada, tanto de las reglas relacionadas con el euro como de las surgidas de la UE. En este sentido puede ser considerado como el equivalente de la movilización contra el Tratado Constitucional Europeo del 2005. Es, pues, evidente que estamos a punto de barajar de nuevo las cartas para la futura elección presidencial del 2017.

Notas y links:

[1] El proyecto de ley puede consultarse en : assemblee-nationale

[2] véase Loi Travail : sept Français sur dix pour le retrait du texteLoi Travail : sept Français sur dix pour le retrait du texte y Les Français hostiles à la loi El Khomri : le “peuple” a été, et reste, très mal informé

[3] Véase Sapir J., « Nous y voilà (49-3) » nota publicada en el blog RussEurope el 11 de mayo de 2016.

[4] Véase el « Rapport pour la France » elaborado en febrero de 2016 por los servicios de la comisión europea, pp. 82 y siguientes.

[5] Véase L’Union européenne assume : la loi El Khomri, c’est elle y Ce que la loi El Khomri doit à l’Union européenne

[6] Véase Sapir J., « Euro et gouvernance », nota publicada en RussEurope el 6 de abril de 2015.

Traducción de Josep Sarret

 

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Jacques Rancière: » La representación es lo contrario de la democracia»

descargaENTREVISTA AL FILÓSOFO FRANCÉS JACQUES RANCIÈRE POR LE NOUVEL OBSERVATEUR

Yo no soy de los que dicen que la elección no es más que un simulacro y que nunca hay que votar. Existen circunstancias donde tiene sentido reafirmar este poder “formal”. Pero la elección presidencial es la forma extrema de la confiscación del poder del pueblo empleando su propio nombre.

Le Nouvel Observateur: La elección presidencial es generalmente presentada como el punto culminante de la vida democrática francesa. Pero ésta no es tu opinión. ¿Por qué?

Jacques Rancière: En su principio, como en su origen histórico, la representación es lo contrario de la democracia. La democracia está fundada sobre la idea de una competencia igual de todos. Y su modo normal de designación es el sorteo, como se practicaba en Atenas, para prevenir el acaparamiento del poder por esos que lo desean.

La representación es un principio oligárquico: los que están de esta manera asociados al poder no representan a una población sino al estatuto o la competencia que funda su autoridad sobre esta población: el nacimiento, la riqueza, el saber u otros.

Nuestro sistema electoral es un compromiso histórico entre poder oligárquico y poder de todos: los representantes de las potencias establecidas se convierten en los representantes del pueblo, pero, inversamente, el pueblo democrático delega su poder a una clase política acreditada de un conocimiento particular de los negocios comunes y del ejercicio del poder. Los tipos de elección y las circunstancias inclinan más o menos la balanza entre los dos.

La elección de un presidente como encarnación directa del pueblo ha sido inventada en 1848 contra el pueblo de las barricadas y de los clubes populares y reinventada por de Gaulle para otorgar un “guía” a un pueblo muy turbulento. Lejos de ser la coronación de la vida democrática, es el punto extremo del despojo electoral del poder popular al provecho de los representantes de una clase de políticos en la que las facciones opuestas comparten a la vez el poder de los “competentes”.

Cuando François Hollande promete ser un presidente “normal”, cuando Nicolas Sarkozy se propone “dictar la palabra al pueblo”, ¿no toman nota de las insuficiencias del sistema representativo?

Un presidente “normal” en la V República, es un presidente que concreta un número anormal de poderes. Hollande quizás será un presidente modesto. Pero será la encarnación suprema de un poder del pueblo, legitimado para aplicar los programados definidos por los pequeños grupos de expertos “competentes” y una Internacional de banqueros y de jefes de Estado que representan los intereses y la visión del mundo de las potencias financieras dominantes.

En cuanto a Nicolas Sarkozy, su declaración es francamente cómica: por prinicipio, la función presidencial es aquella que dicta inútil la palabra del pueblo, porque ésta sólo escoge silenciosamente, una vez cada cinco años, aquello que va a hablar en su lugar.

Pregunta. ¿Pone Vd. a la campaña de Jean-Luc Mélenchon en el mismo saco?

Jacques Ranciere. La operación de Mélenchon consiste en ocupar una posición marginal que está ligada a la lógica del sistema: aquella del partido que está al mismo tiempo dentro y fuera. Esta posición ha sido por mucho tiempo la del Partido Comunista. El Frente Nacional se encontraba apoderado, y Mélenchon intenta reanudarlo a su modo. Pero en el caso del PCF esta posición se apoyaba sobre un sistema efectivo de contrapoderes que le permitían tener una agenda distinta de las agendas electorales.

En Mélenchon, como en Le Pen, se trata sólo de aprovechar esta posición en el cuadro del juego electoral de la opinión. Honestamente, no pienso que él tenga gran cosa que esperar. Una verdadera campaña de izquierda sería una denunciación de la función presidencial misma. Y una izquierda radical, supone la creación de un espacio autónomo, en relación a las instituciones y las formas de discusión y de acción que no dependen de las agendas oficiales.

Pregunta. Los comentadores políticos se acercan rápidamente a Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon acusándolos de populismo. ¿El paralelismo tiene fundamentos?

Jacques Ranciere. La noción de populismo fue hecha para amalgamar todas las formas de política que se oponen al poder de las competencias autoproclamadas y para dirigir estas resistencias a una misma imagen: aquella del pueblo atrasado e ignorante, incluso rencoroso y brutal. Se evocan los pogromos, las grandes demostraciones nazis y la psicología de las masas a la manera de Gustave Le Bon para identificar al poder del pueblo y desatando un paquete racista y xenófobo.

Pero dónde se ve hoy en día a las masas en cólera destruir los comercios magrebinos o persiguiendo a los negros? Si existe una xenofobia en Francia, ésta no viene del pueblo, sino más bien del Estado cuando persiste en poner a los extranjeros en situación de precariedad. Estamos tratando con un racismo desde arriba.

Pregunta: Por lo tanto, ¿no hay ninguna dimensión democrática en las elecciones generales que marcan la vida en las sociedades modernas?

Jacques Ranciere. El sufragio universal es un compromiso entre los principios oligárquicos y democrático. Nuestros regímenes oligárquicos todavía tienen necesidad de una justificación igualitaria. Aunque sea mínimo, este reconocimiento del poder de todo hace que, a veces, el sufragio conduzca a las decisiones que van en contra de la lógica de los competentes.

En 2005, el Tratado Constitucional Europeo fue leído, comentado, analizado; una cultura jurídica compartida fue desplegada por internet, los incompetentes han afirmado una cierta competencia y el texto ha sido rechazado. ¡Pero se sabe lo que pasó! Finalmente, el tratado ha sido ratificado sin haber sido sometido al pueblo, bajo el argumento de que: Europa es un asunto para las personas competentes cuyo destino no se puede conferir a los riesgos del sufragio universal.

Pregunta. ¿Dónde se sitúa entonces el espacio posible de una “política” en el sentido en que tú la entiendes?

Jacques Ranciere. El acto político fundamental es la manifestación del poder de aquellos que no tienen ningún título para ejercer el poder. En los últimos tiempos, el movimiento de los “indignados” y la ocupación de Wall Street han sido, después de la “primavera árabe”, los ejemplos más interesantes.

Estos movimientos han recordado que la democracia es algo vivo, porque ella inventa sus propias formas de expresión y reúne materialmente un pueblo que no está más dividido en opiniones, grupos sociales o corporaciones, sino que es el pueblo de todo el mundo y sin importar quién sea. En esto radica la diferencia entre la gestión —que organiza las relaciones sociales donde cada uno está en su lugar— y la política —que reconfigura la distribución de los lugares.

Esto es por lo que el acto político se acompaña siempre de la ocupación de un espacio al que se le desvía de su función social para hacerlo un lugar político: ayer fue la universidad o la fábrica, hoy en día es la calle o la plaza. Por supuesto, estos movimientos no han renunciado a esta autonomía popular de las formas políticas capaces de durar: las formas de vida, de organización y de pensamiento en ruptura con el orden dominante. Encontrar la confianza en esta capacidad es un trabajo de largo aliento.

Pregunta. ¿Irá Vd. a votar?

Jacques Ranciere. Yo no soy de los que dicen que la elección no es más que un simulacro y que nunca hay que votar. Existen circunstancias donde tiene sentido reafirmar este poder “formal”. Pero la elección presidencial es la forma extrema de la confiscación del poder del pueblo empleando su propio nombre. Y yo pertenezco a una generación nacida en la política de los tiempos de Guy Mollet y para quien la historia de la izquierda es la de una traición perpetua. Entonces no, no creo que vaya a ir a votar.

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