Socialismo21 » 24 abril, 2017

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Macron: la engañosa victoria que tranquiliza

EL GANADOR DE LA PRIMERA VUELTA Y PROBABLE FUTURO PRESIDENTE, REPRESENTA TODO LO QUE HA FRACASADO EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS

Rafael Poch, La Vanguardia

No hubo sorpresas en la primera vuelta de las presidenciales francesas: el 7 de mayo los franceses deberán elegir entre el joven ex banquero y ex ministro liberal-europeísta, Emmanuel Macron, y la ultraderechista Marine Le Pen que defiende un programa de repliegue nacionalista. Será una opción entre una tranquilizadora continuidad y una ruptura destructiva.

Tranquilizadora porque todos los sondeos -y en estas elecciones sus pronósticos han sido bastante ajustados- indican que el 7 de mayo Macron batirá a Le Pen por 60% contra 40%, veinte puntos de diferencia. Eso quiere decir que Francia continuará por la senda de las últimas décadas, lo que es una buena noticia para los mercados, para la estabilidad de los grandes intereses financieros y empresariales, franceses, europeos e internacionales, y, naturalmente, para los medios de comunicación globales. Puede adelantarse que el peligro de una ruptura electoral se ha conjurado en Francia.

Pero vista con una perspectiva más amplia hay que reconocer que esta tranquilizadora victoria es al mismo tiempo engañosa. El más que probable futuro Presidente Macron representa y defiende un programa que intensifica todo eso que ha mostrado serias averías y disfunciones en los últimos treinta años a lo largo de los cuales se fraguó e incubó el malheur de Francia y desembocó en la crisis financiera global de 2008, desencadenante a su vez del grave proceso desintegrador que se vive en la Unión Europea desde entonces. ¿Qué supone esta victoria en ese contexto?

Macron será el presidente que continuará la devaluación interna, el ajuste salarial vía subempleo y precarización en la carrera hacia la competitividad. A juzgar por su programa y manifestaciones todo apunta a que él es el candidato más conforme con la actual línea germano-europea.
“Francia solo podrá influir sobre Alemania si tiene credibilidad en el plan económico y financiero”, “seremos fuertes en Europa y en el mundo, porque habremos hecho reformas”. Y el signo de esas reformas es inequívoco: forzar, un poco más, -desde luego no tanto como pretendía el programa del candidato conservador, François Fillon- lo realizado e intentado hasta ahora.

Macron quiere llevar mucho más allá la reforma laboral, a la que se opusieron el 67% de los franceses sin que la mayoría de ellos se decidieran a salir a la calle la pasada primavera. Si el hollandismo tuvo que aplicar aquella reforma eludiendo al parlamento, vía el artículo 49/3 de la Constitución, Macron adelanta que transformará el código de trabajo por decreto. Una temeridad.

Las elecciones de ayer han confirmado la recomposición del panorama político francés. Por primera vez los dos partidos que dirigieron la política francesa y se alternaron en el poder durante medio siglo, socialistas y conservadores, no han pasado a la segunda vuelta. La descomposición del Partido Socialista es manifiesta (su candidato recibió ayer el 6% de los votos) y el fracaso de Fillon (en torno al 19,7%) anuncia algo parecido en

Los Republicanos. Cualquiera de los cuatro contendientes con posibilidades ayer en liza, habría sido un presidente frágil, con un apoyo del 25% y tres cuartas partes del electorado en su contra. Los apoyos reales están en la primera vuelta, los de la segunda reflejan sobre todo impedir la victoria del otro, en este caso Le Pen. En este contexto de debilidad, Macron aparece sin partido que le respalde.

La candidatura y la victoria electoral de Macron han sido un éxito, pero ese éxito ha precisado la demolición del sistema de partidos francés. Durante treinta años esos partidos han escenificado la ilusión de una alternancia, ilusión porque en las grandes cuestiones que ahora están en crisis -el proyecto europeo y las líneas maestras de la política socio-económica- no era real. Macrón ha roto aquella apariencia: no es “ni de izquierdas, ni de derechas”, siendo las dos cosas a la vez. En esta operación, el sistema ha tirado por la borda el recurso a aquella alternancia. ¿Un último cartucho?

Vista con distancia, la situación es crítica: todo lo que en Europa está produciendo radicalización y contestación va a continuar. Eso significa que lo que ha ocurrido con el Brexit y con la victoria de Trump va a seguir avanzando en Francia. En 2002 el Frente Nacional fue derrotado por Jacques Chirac por una diferencia de 60 puntos en la segunda vuelta.

Ahora Marine Le Pen será derrotada por 20 puntos de diferencia. En estas elecciones Le Pen ha ganado un millón de votos más respecto a 2012.¿Cómo evolucionará esa distancia en los próximos años si el sistema no cambia –y no hay el menor signo de ello? Mientras se felicita por ese margen, ¿ignora Francia que baila sobre un volcán?

Y mientras tanto, el panorama no se acaba con Le Pen. Surgen otras plataformas de ruptura altermundistas como la de Jean-Luc Mélenchon (que ayer obtuvo alrededor del 19,2% de los votos, es decir más de ocho puntos más que en 2012, un incremento muy significativo). La alternativa de Mélenchon no es destructiva sino transformadora, pese al absurdo signo de igualdad que se le pone con Le Pen en los medios de comunicación globales (“populismos” de uno u otro signo), pero preocupa, seguramente, aún más que Le Pen.

Anoche había cierta decepción pero no ambiente de derrota en medios del movimiento altermundista la Francia Insumisa de Mélenchon. A partir de ahora “la izquierda” son ellos, dicen, y su perspectiva de futuro no es mala.

La izquierda francesa se ha reinventado en esta campaña. Mélenchon se negó a dar una recomendación de voto para la segunda vuelta y anunció una “consulta pública” a su movimiento.

De cara a la segunda vuelta, la victoria de Emmanuel Macron reviste aspecto de trámite: va a recibir todo el voto del hollandismo y de la derecha. Así lo expresaron anoche el primer ministro Bernard Cazeneuve, su predecesor Manuel Valls, el candidato socialista, su rival conservador, François Fillon, las personalidades de su partido, Los Republicanos (Laurent Wauzquiez, François Baroin, Christian Estrosi), en definitiva el grueso de la clase política. François Hollande lo hará en los próximos días.

Al lado de eso, el Frente Nacional solo recibirá algunos votos de la derecha enfadada: “aquellos que tienen la sensación de que les han robado las elecciones”, dijo el vicepresidente del Frente Nacional, Florian Philippot, refiriéndose al escándalo del Penélopegate que en enero acabó con el indiscutible liderato de Fillon en esta carrera y que muchos de sus electores consideran una jugarreta planificada.

Ante 3000 seguidores centenares de periodistas, Macron, el joven brillante de 39 años que hace tres era un perfecto desconocido para los franceses, celebró su victoria. Saludó a sus diez contrincantes y agradeció al socialista Hamon y al conservador Fillon por pedir el voto para él el 7 de mayo.

“En un año hemos cambiado el rostro de la vida política francesa”, dijo. Beneficiado por el escándalo de Fillon, Macron ha mantenido una campaña políticamente hueca en la que él ha sido el principal producto y mensaje. Pero ha funcionado. La República se ha tragado el producto. Una gran cuestión. Anoche Macron negó que su movimiento sea un lobby ni una burbuja. “Quiero unir a los franceses”, dijo apelando a la “exigencia del optimismo y a la esperanza para nuestro país y para Europa”. “Quiero ser el presidente de los patriotas ante la amenaza de los nacionalistas”, siguió. “Refundar Europa”, “relanzar la construcción europea”, insistió.

La correlación de fuerzas en Francia se mide sobre el eje de la soberanía nacional. Los franceses están descontentos sobre todo porque la vida de la mayoría se degrada y porque su república no puede hacer nada contra eso. Todo lo que cuenta en cuanto a decisiones queda fuera del alcance de su voto y soberanía nacional.

El euro impide ajustes y devaluaciones, los ministerios de economía son meros ejecutores de directivas decididas en la UE, la OMC, el FMI. El derecho europeo tiene mayor rango que el nacional, pese a carecer de un fundamento democrático: es legal, pero no legítimo. La política exterior y de defensa viene encuadrada por una estrategia (americana) organizada a través de la OTAN que es no solo exterior a la nación, sino a la propia UE.

Y encima, toda esa desposesión ha sido santificada, blindada en normas y tratados para hacerla irreversible.

Esa situación hay que contrastarla con la correlación de fuerzas que han evidenciado estas elecciones: 8 de los 11 candidatos que concurrieron ayer son más soberanistas que mundialistas. El voto sumado de todos ellos supera el 50% de lo expresado y el malestar por la desposesión de Francia va aún más allá. La posición de Emmanuel Macron, el más claro representante de la Francia en la globalización, es, por tanto, extremadamente frágil y engañosa. Su victoria parece un último cartucho. Quizá sea el último recurso antes de la erupción.

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Aguirre o la mitad de la enseñanza

Juan Carlos Monedero.

Aguirre ha vuelto a dimitir. ¿Otra vez? Si, otra vez. Recuerda el tipo que llega de nuevo tarde al trabajo y le dice al jefe: “Es que se ha muerto mi padre”. Extrañado, el patrón le pregunta: “¿Otra vez?”. Y sin mover un músculo, el jeta responde compungido: “Si…Otra vez”. Pues eso, que otra vez ha dimitido Aguirre.

Está bien que lo haya hecho. En política, los errores se conjugan dimitiendo. Aunque sea en diferido. Las luchas internas en el PP van horadando la ciénaga. Cuando había dinero para todos en la burbuja no se pisaban la manguera. Cuando la crisis estalló (por su culpa), abandonaron las maneras amables. Menos a repartir, peores caras. Y estos están en política “para forrarse”, para “tocarse los huevos” y para que “se jodan los parados”.

Así que al final, de traición en traición vamos viendo algo de luz. Porque el periodismo de investigación, lo único que hace es procesar filtraciones según los intereses de la junta de accionistas. Si existiera el periodismo de investigación en Europa, Julian Assange no estaría encerrado en la embaja de Ecuador en Londres. Y el Fiscal Anticorrupción no estaría tan alejado de la fiscalización y del anti.

Pero la dimisión de Aguirre es solamente es la mitad del asunto. Ahora queda todo lo demás. Porque si en política los errores se conjugan dimitiendo, en democracia los delitos se conjugan en los tribunales y, si así lo establecen los jueces, en la cárcel. Donde ya están Granados y González, sus dos manos derechas, que así son los liberales, capaces, si hace falta, de tener dos manos derechas. Hay casi mil imputados del PP.

Es decir, este partido es lo más parecido a una asociación para delinquir. No puede haber en España ocho millones de personas conformes con esta cuerda de ladrones. Y, sin embargo, les votan. Algo está haciendo mal el resto.

Es verdad que el miedo hace su tarea. Hay un aroma de familia entre la mafia que le rompía las rodillas a los que protestaban, y las personas que gritan “¡Venezuela, Venezuela!” cada vez que uno de los suyos entra en el trullo o va camino del estrado. Cuando Maroto o Casado o Levy gritan “¡Venezuela!” están buscando tapar los delitos de una organización que, de manera evidente en Madrid y en Valencia (lo del yate de Feijoo con un narco ya lo metemos otro día), ha convertido a la democracia española en una piltrafa en manos de rateros. Lo mismo ocurre con los tertulianos con maneras de trileros y los pantuflos que negocian con la policía patriótica.

Y otro tanto con los empresiarios que renuncian a ser competitivos y, traicionando a los empresarios decentes, apostaban por el compadreo de la cercanía del poder. Dime quién ha regalado un yate al Rey y te diré por dónde podría a investigar la fiscalía. Si fuera independiente. Por fortuna hay jueces independientes y fiscales con coraje. Los que están fuera de los escopetazos de 50.000 dólares.

Porque son los falsos empresarios los que suelen pudrir la democracia. Ellos financian a los políticos, les colocan cuando estén quemados en sus consejos de administración y esperan que les indultan cuando se hayan excedido en las ilegalidades.

Son los que financian a los periodistas que abusan de los adjetivos contra Podemos (por qué poquito se venden). Y, eso sí, copa y puro en el palco los domingos. Porque toda esta basura forma parte de ese entramado que gozaba de impunidad y se ha roto cuando se ha roto el bipartidismo.

Detrás de cada privatización hay una invitación al saqueo, detrás de cada político corrupto hay seis tertulianos, detrás de cada empresario mafioso hay un ejército de periodistas sin escrúpulos, y detrás de Esperanza Aguirre está Ignacio González, Francisco Granados, Cristina Cifuentes y un partido al que se le está torciendo hasta el Papa. Y el infierno que les queda.

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Francia insumisa; ni Macron ni Le Pen

Alberto Garzón

Hace un mes, y antes aún más, teníamos la sensación de que la izquierda había tirado la toalla en Francia. El Partido Comunista Francés dudaba entre apoyar a Mélenchon o acudir por separado a las elecciones. Finalmente tomó la decisión razonable: sumar fuerzas. Y tras una campaña extraordinaria, coexistiendo con la descomposición del Partido Socialista Francés, situaron a la izquierda en la frontera que cambia la historia.

Ha faltado muy poco pero no ha sido posible. La segunda vuelta contará con un representante neoliberal de las altas finanzas y también con la representante del (neo)fascismo. Un panorama aterrador, en el que no hay opción buena para las clases populares. Aun así, la historia no ha terminado. En el marco de implosión de la UE, la socialdemocracia rota y la extrema-derecha en alza, es una esperanza que la izquierda antiglobalización se esté recomponiendo. Es la única opción para el futuro.

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