Socialismo21 » 4 mayo, 2017

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Roban a la ciudadanía. Recuperemos la dignidad.

Declaración de Socialismo 21

La corrupción política esta arrastrado al país a una crisis sistémica desoladora. La corrupción que es un componente indispensable de oscuros intereses económicos nos está saqueado económicamente.
La mayoría social es víctima de un atraco diario. Somos los ciudadanos, lo sepamos o no, los esquilmados. Cada día que pasa la trama corrupta nos mete la mano en la cartera y nos despoja de nuestros derechos.
Se estima que la corrupción le cuesta al estado español una pérdida de decenas de miles de millones de euros al año, por concepto de sobrecostes, comisiones, obras innecesarias, elusión impositiva de las grandes fortunas, fraude fiscal y robo directamente.
Las decenas de miles de millones de euros salteados de las arcas públicas significan menos educación, menos sanidad, menos pensiones, menos trabajo, más desigualdad y más miseria. Representan la cifra del escándalo. El dinero del pillaje. La indignidad de la política coludida con el capital.
Sabemos quiénes son. Son los integrantes de las élites corruptas del expolio de los bienes públicos y de los recortes de los derechos sociales, son aquellos que tienen el dinero en Suiza, Andorra y otros paraísos fiscales para no pagar impuestos y esconder el dinero mal habido.
Ya nadie cree en la hipótesis de las manzanas podridas del PP, que tiene cerca de 900 imputados. No estamos hablando de sus votantes, hablamos una organización dentro del PP que ha transformado ese partido en un entramado mafioso solo comparable en sus objetivos y métodos al crimen organizado.

Hay una emergencia democrática

Al pueblo le parecen grotescas las explicaciones de Ciudadanos y del PSOE, que con su actitud mantienen y amparan al PP en el gobierno. El circo lo ponen estos partidos. Sus afirmaciones son fuegos de artificio. Están destinadas a distraer la atención y evitar comprometerse con el clamor popular.
Particularmente, los socialistas deben allanarse a conversar para aprobar la moción de censura y discutir el programa de un nuevo gobierno que tenga como objetivo limpiar al país de la lacra de la corrupción. Los partidos que no actúen en consecuencia serán, de alguna manera, cómplices de los latrocinios cometidos por una mafia transmutada en organización política.
Mientras no haya una respuesta ciudadana, los próceres del PP seguirán actuando con descaro, insolencia y arrogancia ante las cámaras de televisión. Tienen todavía la impunidad que les da el poder y el dinero. Están convencidos que España les pertenece. Por décadas, desde el franquismo, han parasitado las instituciones.
Ante las irrefutables evidencias de sus fechorías, las más altas esferas del gobierno ha decidido liquidar – en la práctica- la división de poderes. El poder judicial ha sido intervenido por un fiscal anticorrupción que opera como integrante de la trama.
Estamos en una emergencia democrática. Pero no todo está perdido, porque esta vez se han equivocado, han ido demasiado lejos. La reciente rebelión de jueces y fiscales ha puesto al descubierto unas artimañas de los poderosos y su actitud nos interpela a todos.
Aquí y ahora no valen las excusas porque los corruptos siguen maniobrando desesperados para asegurarse la impunidad. Deberá imponerse la dignidad de un pueblo capaz de reaccionar ante tanto peculado.

La hora de la acción

La moción de censura de Unidos Podemos y el llamamiento a la movilización del Frente Cívico nos muestra el camino que debe transitar la gente justa y responsable. Las náuseas deben transformarse en auto-organización.
El próximo 15M debe ser un hito en la lucha por la democracia y contra la corrupción. En este combate no hay diferencias políticas que valgan. Cuando los corruptos roban y estiran la mano para las coimas no preguntan por nuestra filiación política o creencia religiosa. Hay que fomentar la unidad y desterrar los intentos sectarios de apropiarse de las protestas.
Debemos prepararnos para una movilización sostenida en el tiempo. Entre el 15M y las marchas de la Dignidad -que convergerán en Madrid el 27 de Mayo- solo hay 12 días de diferencia. En esos días los ciudadanos deberíamos ganar calles y plazas para explicar que lo que está en juego son los fundamentos mismos de la democracia.
No basta con lamentarse o mendigar dimisiones que, apenas son un brindis al sol. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Toda explicación política que eluda decir la verdad no está a la altura del desafío que enfrentamos.
Si estamos por luchar contra la corrupción hay que llamar a votar a favor de la moción de censura para terminar con el gobierno del partido de la podredumbre y la corrupción sistémica. Es la hora de movilizarse como propone el Frente Cívico.
Basta Ya. A la calle, que es hora. Recuperemos la dignidad como pueblo y la categoría de ciudadanos.

Mayo del 2017
Socialismo21

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La batalla de Francia: el odio a la República

Manolo Monereo y Héctor Illueca

«Nunca he creído que amar a la patria impidiera amar a sus hijos;
tampoco comprendo que el internacionalismo del espíritu o de
las clases sea irreconciliable con el culto de la patria. O, más
bien, cuando interrogo mi conciencia, me doy perfecta cuenta de
que esta antinomia no existe. ¡Pobre corazón el que se prohíbe
albergar más de una ternura! Marc Bloch (La extraña derrota)»

Se trata de esto, de odio, de un odio viejo y antiguo que se acentúa con los años y que hoy parece hacerse irreversible. El odio es a la “anomalía” francesa, a la singularidad francesa, a su específica relación entre Estado y sociedad y, sobre todo, al republicanismo, a unos valores basados en la igualdad, la libertad y los derechos de ciudadanía. ¿Por qué? Las élites francesas y las élites dominantes en la Unión Europea llevan años intentando liquidar un específico modo de ser, de estar y de organizarse del pueblo francés. Molesta, específicamente, el tamaño y dimensión del Estado, los mecanismos de regulación del mercado y los derechos laborales conquistados. Molesta la rebeldía subyacente, la capacidad de resistencia que se le supone a un pueblo al que se teme y al que se desprecia. Molesta la Francia surgida de la Resistencia, la Francia de los días gloriosos y de las conquistas del Estado del bienestar. Molesta la República.

No se trata de idealizar el pasado. Todo lo anterior, lo sabemos sobradamente, ha sido erosionado, disminuido, limitado, pero sigue vivo y basta movilizarlo con honestidad para que se organice y se convierta en una opción política real. Jean-Luc Mélenchon es el mejor ejemplo de lo que acabamos de decir y, si se nos permite, Marine Le Pen es también un reflejo de esto. No hay que confundir las causas con los efectos. Las élites dominantes llevan años intentando imponer un nuevo régimen político contra la Francia republicana. Llevan años criticando la burocratización, el conservadurismo de la sociedad, los excesos de la democracia, la baja competitividad y, sobre todo, la dotación de derechos y libertades conseguidos por las clases trabajadoras.

El combate ha sido y es durísimo. Tanto la derecha como la izquierda socialdemócrata lo han intentado una y otra vez y no han podido lograrlo, fracasaron en su empeño de hacer irreversible el neoliberalismo. Ya no es posible ocultar que la clase política francesa es contraria su pueblo, a los deseos mayoritarios, a las aspiraciones de las personas comunes y corrientes que reclaman más República, más Estado, más seguridad social, más derechos laborales y sindicales, defensa de la soberanía popular y de la independencia nacional. Nada nuevo, por lo demás. Son las bases de un contrato social que funda y organiza una república. A estos derechos conquistados se les califica hoy de frenos al progreso, de incapacidad para adaptarse a la modernidad, a la globalización, a una Unión Europea hegemonizada por Alemania. Es lo que los medios, con sugerente unanimidad, llaman la Francia conservadora, la Francia atrasada. Una Francia profunda convertida en una anomalía de la Europa neoliberal abierta al mundo y dominada con mano de hierro por la gran Alemania.

Definitivamente, el gobierno de Hollande se ha superado a sí mismo: ha destrozado al Partido Socialista y ha engendrado a un político como Macron, que viene a poner fin al régimen republicano tal como lo hemos conocido hasta el presente. No hay que olvidarlo, aunque desgraciadamente se olvida. El de Hollande ha sido el gobierno de la autoderrota de la izquierda y el inicio de lo que podríamos llamar la tendencia irreversible a la norteamericanización de la vida pública europea. El actual presidente francés, no solo ha incumplido sus promesas electorales, sino que ha cambiado varias veces de proyecto y de posición durante su mandato. No es casualidad que en el giro derechista que supuso el gobierno de Valls estuviera ya incrustado Macron.

Nunca salen las cosas como se piensan, pero es evidente que el joven financiero formado en la casa Rothschild entendió a la perfección el sentido de la jugada política y se vio con capacidad para protagonizarla él solo, sin dependencias de aparatos partidarios, creando su propio movimiento y dirigiéndose al pueblo directamente y sin intermediarios. Operación populista de manual; el mejor, el más sabio, siempre acaba haciendo populismo mientras acusa a los demás de practicarlo. La otra cara se oculta, pero tampoco conviene olvidarla: el apoyo unánime de la gran patronal y sus poderosos medios de comunicación; el apoyo del presidente socialista y de una parte sustancial del Partido Socialista; el apoyo claro, nítido, de las instituciones europeas y, sobre todo, de la jefa del gobierno alemán, Merkel. Macron no está solo ante el peligro, viene acompañado de una enorme fuerza que supone una amenaza inminente para la Francia republicana.

¿A alguien le puede sorprender que, con esta clase política, con este presidente, con este Partido Socialista, una parte significativa del pueblo francés acabe apoyando a Marine Le Pen? En esto tampoco cabe engañarse: lo que hay que hacer es comprenderlo para encontrar remedios que neutralicen el fenómeno y permitan construir una alternativa al nivel de las demandas democráticas del pueblo francés. Este es el gran mérito de Mélenchon. Reconocer la crisis de la V República y proponer su superación desde la conciencia y el imaginario popular, es decir, desde el republicanismo político y social. Saber que en la Francia de hoy, gobernando Hollande, la división entre izquierda y derecha nada dice y oculta más que aclara. Intuir que las viejas lógicas del voto republicano son cosas del pasado y que la crisis de la forma-partido, de la actual forma-partido, es irreversible. Mélenchon, él sí, no tuvo problemas para quedarse solo ante el peligro de los poderes dominantes que lo ignoraban y lo despreciaban, sólo frente a su propio partido y demás aliados de la izquierda francesa.

Lo que viene ahora es una batalla muy dura que recién empieza. Que nadie se equivoque. La elección real es entre una derecha populista que ha moderado su discurso y que busca desesperadamente arañar votos en todo el espectro político y una derecha neoliberal pura y dura que pretende realizar lo que Margaret Thatcher hizo en Gran Bretaña en los años setenta. Más aún, Macron aspira a ser, junto a una parte sustancial del Partido Socialista, una especie Toni Blair, fundador de una república basada en el capital, en el predominio de la gran empresa y en la devastación social y laboral.

Llama la atención ese antifascismo light que une al PP con el PSOE y Ciudadanos. Se podría decir, parafraseando un viejo eslogan, que los neoliberales de todos los partidos se hacen partidarios de Macron y defensores de una democracia demediada y sin contenido social. Lo que acecha, conviene tenerlo en cuenta, es la consecuencia natural de esta Europa neoliberal en crisis: la norteamericanización de la vida pública europea. La UE es, cada vez más, la anti-Europa, una Europa no europea sino norteamericana y bajo hegemonía alemana: sistemas políticos gobernables donde los que mandan y no se presentan a las elecciones controlan férreamente a una clase política sin proyecto ni ideología y obligan a los electores a elegir entre la derecha y la mano izquierda de la derecha. Elegir siempre entre variantes de un mismo tipo de capitalismo y poner fin a la historia. ¿Qué historia? La del movimiento obrero organizado y la de los derechos sindicales y laborales; la de los grandes partidos de masas, la del control del mercado y del capital financiero, la del Estado social, es decir, la especificidad de una Europa permeabilizada por 150 años de lucha de clases, por durísimos conflictos sociales y nacionales, por dos Guerras Mundiales, por la esperanza de construir una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales comprometidos con la emancipación.

El síndrome de Vichy retorna, cómo no. La unanimidad de las grandes organizaciones económicas y de las instituciones europeas a favor de Macron apunta algo que también está en juego en estas elecciones: el futuro de la UE. La Francia republicana es, seguramente, el mayor obstáculo que tiene hoy la UE dirigida por el Estado alemán. Las élites francesas necesitan el apoyo extranjero para derrotar a su propio pueblo. Es la gran coincidencia entre Merkel y Macron, el sueño de una Francia no republicana, fiel aliada de Alemania, comprometida con su proyecto europeo y subalterna a la Alianza Atlántica. Lo dicho: la batalla de Francia recién comienza y no se debería menospreciar al pueblo francés. Los que mandan no lo hacen.

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