Socialismo21 » 4 enero, 2019

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Estado de excepción

Aznar, Brigada Político-Social, CCOO, CCOOJJ, Ciudadanos, Comisiones Obreras Juveniles, Convergència, estado de excepción, FAES, Falange, FOC (Front Obrer de Catalunya), Gestapo, Huelga General de 2012, Ibex 35, Juventudes Comunistas de Catalunya (JCC), Ley Mordaza, MATARÓ, Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), PSUC, pujolismo, Rajoy, represión franquista, torturas, Tribunales de Orden Público (TOP), ultraderecha, ViaHace 50 años, la represión franquista torturó a trece ciudadanos en Mataró durante el estado de excepción. Ramón Morales, histórico militante del PSUC de la capital del Maresme, lo relata en esta crónica, alertando de las consecuencias del actual repunte de la ultraderecha.

El 29 de enero de 1969 se decretó la suspensión del artículo 18 durante tres meses en toda España. Dicha suspensión es la equivalencia a un estado de excepción donde la represión y la barbarie de los Cuerpos de Seguridad del Estado se multiplicaban, se detenía a todo lo que se movía, no se podía circular a partir de las 10 de la noche en grupos de más de tres personas, la BPS podía te podría retener durante más de 72 horas en las comisarías o cuarteles de la Guardia Civil…; en nuestro caso nos retuvieron entre 10 y 13 días, y llegamos a temer por nuestras vidas debido a las torturas infringidas por nuestros torturadores, entrenados especialmente por la Gestapo para amedrentar a la población.

En Mataró, concretamente, la represión se cebó en las Comisiones Obreras Juveniles, CCOOJJ, CCOO, Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y las Juventudes Comunistas de Catalunya (JCC). El día 8 de febrero, en la Escuela de Formación Profesional Miquel Biada, las CCOOJJ habían convocado una manifestación relámpago por la enseñanza gratuita y contra el estado de excepción, en la que participaron unos 30 jóvenes. Dos miembros de la Brigada Político-Social, el comisario José María Martín Carretero y Aguilar, el Extremeño, con la complicidad de Mariano Ysasi, jefe de la Falange, intentaron detenernos a todos, aunque no lo lograron por la fuerte resistencia que ofrecimos, y llegaron incluso a dispararnos con sus pistolas tirando a dar; quizás no nos alcanzó una bala porque saltábamos como gamos y los alrededores de la Escuela reunían las condiciones para poder darnos a la fuga. No obstante, horas después fuimos detenidos 12 personas en este orden:

  • Ramón Morales Morago, 18 años, de Daimiel (Ciudad Real). Pastelero en el Forn Maresme.
  • Manuel López Rodríguez, 19 años, de Motril (Granada). Paleta en Construcciones Castillejo.
  • Antonio García Castillo, 18 años, de Motril (Granada). Engomador en Cartonajes Más.
  • Joaquín Sánchez Martínez, Mustang, 20 años, de Murcia.
  • Pedro Alfonso Barrenar Ruiz, 33 años, de Calamonte (Badajoz). Herrero.
  • Ignacio Pérez Ruiz, 26 años, de Motril (Granada). Mecánico ajustador en Jordà
  • Antonio Rodríguez Avellaneda, 25 años, de Motril (Granada). Paleta en Construcciones Blas.
  • José Luis López Bulla, 25 años, de Santa Fe (Granada). Administrativo en Cartonajes Más.
  • Vicente Garrido Carranza, 58 años, de Daimiel (Ciudad Real). Mano de obra en Construcciones Nogueras.
  • Jordi Casals, 59 años, de Mataró. Pintor autónomo.
  • Conxita Roig Frasquet, 22 años, de Mataró. Enformadora en Medias Gassol.
  • Tonia Boter de Palau, 22 años, de Mataró. Maestra.
  • Luis Fernández Mateo, 26 años, de Serradilla (Cáceres). Estudiante de Medicina en Barcelona.

Fuimos detenidos por los sicarios de la BPS antes mencionados, a golpes, pasando por la Cárcel de Mataró y siendo trasladados a la Jefatura Superior de Policía de Via Laietana, donde fuimos brutalmente torturados por los hermanos Creix, Navales y Cano, los policías más sanguinarios de los que disponía el régimen fascista para amedrentar a los luchadores por las libertades democráticas, la justicia y la paz. Las torturas más comunes eran las que se indican en las ilustraciones.

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Las torturas

Un ejemplo de tortura era la cigüeña, en la que nos ponían en cuclillas y esposados de las muñecas por debajo de la corvas o de las muñecas al tobillo hasta caer al suelo, mientras nos propinaban un montón de patadas en todo cuerpo; en el caso de Ignacio Pérez, le rompieron dos costillas.

También nos hacían la moto, que consistía en pegar puñetazos en el estómago hasta que caíamos al suelo. y luego nos hinchaban a patadas. Con la ruleta rusa nos sentaban en una silla con las manos esposadas atrás y nos disparaban con una pistola que no tenía cargador, y cuando finalmente respirábamos aliviados al ver que seguíamos vivos, nos pegaban un culatazo en la espalda o en el hombro; así permanecimos durante 13 días en los calabozos de Vía Laietana. Los interrogatorios no tenían límite, y podían durar incluso ocho horas: nos bajaban al calabozo y a la media hora otra vez al interrogatorio, hasta que nos mareábamos y nos arrastraban al calabozo otra vez, donde en 10 metros cuadrados metían hasta 25 personas, de manera que no podían ni tumbarse en el suelo. Nuestros torturadores no tenían la más mínima consideración, no respetaban ni edad ni sexo. Así fue el caso de Vicente Garrido, con 58 años, que pese a los malos tratos demostró una gran entereza y no proporcionó ningún dato a los esbirros de la BPS, o de las compañeras Antonia Boter y Conxita Roig, que a pesar de los golpes e insultos constantes y las amenazas de violación, fueron un ejemplo como luchadoras por las libertades democráticas de Catalunya y del resto del Estado. A ellas tampoco pudieron sacarles una palabra que pudiera hacer daño a la lucha del movimiento obrero.

En esos momentos se encontraban también detenidos allí el dirigente del PSUC Ángel Abad, el abogado Luis Salvadores, y el estudiante universitario Fariñas, tres de los muchos que cayeron aquel día en Barcelona. Estos tres compañeros nos animaban a no dar datos ni denunciar a ningún compañero que pudiera ir a prisión al igual que nosotros y, como consecuencia de su heroísmo y su solidaridad, tres grises proveídos de sus porras sacaron a Fariñas (al cual también le ataron la cuerda del mástil de la bandera a los testículos durante toda una noche) de la celda al pasillo y lo aporrearon hasta que perdió el conocimiento. Fariñas no se quejaba lo más mínimo, y cada vez que se despertaba les llamaba criminales y asesinos. De lo más sombrío de las celdas, donde bien podría haber unos doscientos presos, salían gritos de “¡Libertad!” y “¡Algún día seréis juzgados por un tribunal del pueblo!” mientras otros, con lágrimas en los ojos, tarareábamos La Internacional.

El final

Después de 13 días de tortura nos trasladaron a la Modelo, donde estuvimos incomunicados durante dos semanas en condiciones infrahumanas, y sin poder cambiarnos de ropa ni ducharnos casi durante treinta días, con las celdas llenas de chinches y las ventanas sin cristales. Finalmente, los menores de edad pasamos a la sexta galería y los demás compañeros a la cuarta, donde coincidimos con dos compañeros más de Mataró que habían sido detenidos en Barcelona: Francesc Roca i Marimon, acusado de pertenecer a Comisiones de Estudiantes de Magisterio, que tampoco se libró de la tortura, y Miquel Torné, militante del FOC (Front Obrer de Catalunya), que junto a otros compañeros de CCOO de Telefónica, que acabaron ingresando en la sexta galería, se disponían a boicotear al Ministro de Trabajo Solís Ruiz, que en esos momentos intervenía en TVE. Miquel tenía 17 años y le aplicaron un sumario para hacerle un Consejo de Guerra que a última hora pasó a los Tribunales de Orden Público (TOP), que le condenó a un año.

Finalmente, durante nuestra estancia en la Modelo, a través de nuestros abogados Alberto Fina, Montserrat Avilés y Pep Mante, interpusimos una denuncia contra la Brigada Político-Social por malos tratos. A los dos meses quedamos en libertad provisional hasta septiembre, cuando la Audiencia Nacional llamó a Pedro Barrena, Ignacio Pérez, Antonia Boter y Conxita Roig, que declararon ser ciertas las torturas sufridas por Ignacio, Ramón Morales y demás compañeros, por lo que quedó sobreseído el sumario y sin ser procesados ninguno de los doce.

Conclusión

Hoy, después de 50 años de aquellos acontecimientos tan salvajes, la “democracia” en nuestro país se encuentra en peligro por la situación a que nos han llevado los gobiernos de turno, en Cataluña con Convergència y el pujolismo, y en el resto del Estado con el PP de Aznar y Rajoy. Todo ello ha llevado al recorte de libertades, la aprobación de la Ley Mordaza, y el 315 del Código Penal. La prisión preventiva ha llevado al encarcelamiento de presos políticos y de 300 sindicalistas que participaron en los piquetes de la Huelga General de 2012, además de varios músicos, artistas y escritores.

No podemos estar de acuerdo con un solo detenido por expresar ideas o por ejercer el derecho a la libertad de expresión, por lo que deberíamos estar en movilización constante ante el peligro y el avance de la derecha reaccionaria más anclada en el pasado que en la actualidad. Que nadie se olvide que esta derecha es la responsable de las reformas laborales y las crisis económicas, así como la explotación salvaje a que están sometidas mujeres de limpieza, vigilantes de seguridad, trabajadores de la construcción y otras profesiones de la sociedad que trabajan cada vez más en precario. No podemos seguir pagando los altos precios de los malos gobernantes que se han lucrado con tanta corrupción y a quienes la justicia no es capaz de procesar, así como los evasores de capital. Todos ellos son los culpables de la ruina de nuestra economía en todo el país a través del saqueo al que nos han sometido durante los últimos años, como son las empresas del IBEX 35, patrocinadores del hundimiento de la izquierda, del crecimiento de la derecha reaccionaria a través de la FAES y del aznarismo, con Ciudadanos y el incipiente VOX.

Los sindicatos de clase, la izquierda en general, todas las entidades progresistas, los jubilados, la juventud, las mujeres, los estudiantes y profesionales, los intelectuales y toda la ciudadanía progresista y democrática, junto a toda la clase obrera, hemos de luchar (como dice el Manifest per la Pau, la Convivència, els Drets Civils i la Democràcia, “por cambiar leyes injustas como la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como la Ley Mordaza, o el código penal, derogando artículos tan anacrónicos como los 315.3, el 490.3, 451, el 543 o el 525”.

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Italia, Francia, España y el euro

El premio Nobel Paul Krugman ha sido uno de los economistas más lúcidos a la hora de enjuiciar la Unión Monetaria Europea, uno de sus principales críticos. Ha denunciado la profunda contradicción existente en el hecho de que un grupo de países adopten una única moneda sin aunar al mismo tiempo las finanzas públicas. Ante las graves dificultades en las que hace unos años se vio inmerso el euro -hasta el punto de que parecía imposible su subsistencia-, Krugman planteaba para superar la situación, amén de la actuación totalmente ineludible del BCE en los mercados, dos alternativas: la primera, la implementación de una política expansiva por parte de los países acreedores; la segunda, lo que se ha dado en llamar una devaluación interior en los países deficitarios.

Era obvio que los países con superávit exterior como Alemania no estaban dispuestos a instrumentar una política expansiva ni había nada en los Tratados que los obligase a ello. A su vez, parecía que los ajustes y penalidades a que había de someterse a los países deudores serían difícilmente asumibles por los ciudadanos. Se pronosticaba, por tanto, una vida corta al euro. El mismo Krugman, años después, confesaba haberse equivocado ya que, según decía, había infravalorado la capacidad de sufrimiento y tolerancia de las poblaciones europeas de las naciones deficitarias.

No estoy nada seguro de que Krugman y todos los que pensamos que la Unión Monetaria no tenía futuro estuviésemos equivocados. Las contradicciones permanecen y todo indica que, antes o después, se producirá la ruptura. Es verdad que la actuación del BCE y las deflaciones competitivas adoptadas por los países deudores, especialmente por Grecia, Portugal, España e Irlanda han logrado alejar por ahora los nubarrones que se cernían sobre el euro. Estos cuatro países han conseguido cerrar la desmedida brecha que en 2008 constituían sus déficits por cuenta corriente de la balanza de pagos (15,8%, 12,6%, 9,2% y 6,3% del PIB, respectivamente), causa de su fuerte endeudamiento exterior y por lo tanto origen de su vulnerabilidad económica. Pero, por el contrario, los países acreedores han continuado manteniendo su voluminoso superávit en balanza por cuenta corriente, incluso lo han incrementado, como en el caso de Alemania, que ha pasado del 5,6% del PIB en 2008 al 8% actual. Luego, de alguna forma, la anormalidad permanece.

Por el momento ha desaparecido el peligro, pero ha sido a costa de someter a las clases medias y bajas a sacrificios ingentes, y no existe garantía alguna de que no surjan de nuevo crisis similares a la anterior, ya que no se ha solucionado el verdadero problema: la existencia de una unión monetaria sin integración fiscal. Es muy dudoso que en el caso de aparecer nuevos choques asimétricos las poblaciones estuviesen dispuestas a soportar ajustes equivalentes a los que han sufrido en esta ocasión. Las dificultades serían mayores, en la medida en la que la capacidad de amortiguar los impactos se ha reducido. Por ejemplo, el nivel de endeudamiento de la gran mayoría de países del Sur está muy por encima del que mantenían en 2008.

El caso de Italia y de Francia ha sido diferente al de los cuatro países mencionados al inicio. La resistencia a tolerar los ajustes ha sido mucho mayor y la capacidad de las instituciones europeas para imponerlos, más reducida. En Italia, tras múltiples intentos de reformas en buena medida fracasados, el Gobierno está en manos de dos formaciones políticas que a menudo se han posicionado como euroescépticas y que están dispuestas a retar a la Comisión con su política presupuestaria.

Hollande en Francia tampoco tuvo mucho éxito en implantar las medidas que le exigían desde Bruselas y Frankfurt. Es más, el intento le costó a él la presidencia de la República y al partido socialista francés ser postergado a un puesto marginal en el espacio político. El descontento social fue el que introdujo a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y, en consecuencia, convirtió a Macron en presidente de la República, al aunar todos los votos contrarios a Agrupación Nacional.

Macron, en un exceso de petulancia y autosuficiencia, creyó que era capaz de conseguir lo que su antecesor no pudo. Su estrategia pasaba por lograr un pacto con Merkel. A cambio de aplicar en Francia las reformas que desde Europa se le venían exigiendo, reclamaba a Alemania y a los países del Norte avances sustanciales en la integración de la Eurozona. Lo cierto es que comenzó a implantar las medidas prometidas, entre ellas una reforma laboral similar a la que Rajoy había aprobado en España. Y, sin embargo, Merkel se limitó a darle buenas palabras sin comprometerse a nada en concreto. De hecho, la totalidad de las reivindicaciones europeas planteadas por Macron están inéditas y así seguirán indefinidamente; por supuesto la creación de un presupuesto común para la Eurozona, pero también parece descartable la creación de un seguro de desempleo europeo o la de un fondo de garantía de depósitos unitario.

Por si había alguna duda, ha quedado despejada en el Consejo Europeo del pasado fin de semana. Toda la reforma a la que parecen estar dispuestos Alemania y el resto de los países del Norte es la modificación casi cosmética del MEDE y un cierto avance de la Unión Bancaria, sin demasiada concreción, ampliando tan solo la capacidad de actuación del Fondo Único de Resolución Bancaria, pero por supuesto, sin que implique mutualización de costes. La Unión Bancaria se ha convertido en una historia interminable. Seis años más tarde de su aprobación solo existe sobre el papel. Los únicos elementos implantados son los relativos a la transferencia de competencias (supervisión, liquidación y resolución) de las autoridades nacionales a Bruselas, pero no ha entrado en funcionamiento ninguno de los componentes que deberían constituir la contrapartida a esa cesión de competencias.

Total, que Macron no ha logrado casi nada de la Unión Europea, pero sí ha aplicado en su país buena parte de las reformas reclamadas. Quizás ahí se encuentre la explicación de la enorme pérdida de popularidad que el presidente de la República ha sufrido y de la revuelta de los chalecos amarillos, que estos últimos días están arrasando toda Francia. Han hecho capitular al Gobierno no solo desdiciéndose y dejando sin valor la tasa anunciada sobre el gasóleo, que fue el fogonazo que prendió la mecha de la contestación, sino también teniendo que hacer concesiones adicionales, tales como la subida del salario mínimo o desgravaciones fiscales y mayores gastos que van a tener, según parece, un coste de 10.000 millones de euros. El déficit puede situarse por encima del 3,5% del PIB, con lo que Francia entraría en la zona de vigilancia por parte de las instituciones europeas.

La realidad está sobrepasando a la Unión Europea. Los tres países mayores y más importantes de la Eurozona, después de Alemania, van a desafiar, de alguna forma, a Bruselas y a alcanzar déficits superiores a los pactados, aun cuando lo oculten, como en el caso de España, con previsiones incorrectas. Pedro Sánchez va a tener suerte, ya que es previsible que la Comisión termine haciendo la vista gorda ante los desajustes de Francia e Italia y, por lo mismo, de España. Como siempre ocurre en Europa, la realidad se disfrazará de tal manera que parecerá que los tres cumplen, aunque en realidad no lo hagan. Y es que por fuerza la política tiene que imponerse a la economía. Los ciudadanos no entienden de teoría económica, solo de su economía, maltratada por las circunstancias creadas por la Unión Monetaria, y las protestas aparecen por todas las latitudes, aunque con pelajes diferentes.

Pero cuando un país no es soberano (como les ocurre a los de la Eurozona), las restricciones económicas existen. Lo de menos es lo que imponga o no imponga la Comisión, lo importante son las condiciones que rodean a cada Estado. Una política económica expansiva por parte de los países acreedores se debe y puede hacerse (el problema es que no quieren). Lo que no es seguro es que sea conveniente y posible para los estados del Sur. Los tres países citados presentan un stock elevado de deuda pública: Francia y España, alrededor del 100% del PIB, e Italia a la cabeza con el 130%. Una variable crucial es el saldo en la balanza por cuenta corriente. Francia mantiene aún un déficit del 3%, con lo que año tras año incrementa su endeudamiento exterior. Tanto Italia como España en estos momentos presentan saldos positivos, pero ¿durante cuánto tiempo podrán mantenerlos con una política expansiva si la economía mundial y más concretamente la europea se desacelera? Por último, los tres países presentan elevadas cifras de desempleo. Francia e Italia alrededor del 10% de la población activa; España a la cabeza con el 15%. El contraste con Alemania donde la tasa de paro se sitúa en el 3,4%, es evidente.

Macron, para desactivar a los chalecos amarillos, ha prometido subir el salario mínimo interprofesional 100 euros mensuales. Pedro Sánchez para contentar a Podemos, el 22%. La subida del salario mínimo en principio no tiene ningún coste sobre el erario público, incluso puede ser que proporcione ingresos adicionales. Es en ese sentido una medida tentadora para un político, ya que el gasto recae sobre los empresarios. Otra cosa es el impacto que la medida pueda tener sobre la economía.

En el caso de España, el FMI se han apresurado a criticarla, juzgando excesivo el incremento que se propone. No hay por qué extrañarse. Estamos acostumbrados a que critiquen toda medida social. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) ha estimado que su aprobación hará que en el próximo año se creen 40.000 empleos menos. El Banco de España ha revisado por este motivo sus previsiones de creación de empleo para el próximo año. Soy de los que piensan que los informes del banco emisor suelen obedecer más a motivos ideológicos que a criterios técnicos. Sin embargo, en esta ocasión hay algo que dispara las alertas.

En los dos últimos trimestres el incremento de la productividad ha sido nulo. ¿Qué significa? Pues que una parte importante de los puestos de trabajo que se están creando son empleos basura, de muy baja calidad, en actividades de productividad muy reducida, situación que hace descender la productividad media de todos los puestos de trabajo. Los salarios y las condiciones laborales son, en consonancia, infames. Una subida del salario mínimo interprofesional puede hacer o bien que este tipo de empleos se sumerjan o se escondan bajo la fórmula, por ejemplo, de falsos autónomos, con lo que no se habrá conseguido nada excepto que las cotizaciones sociales se reduzcan, o bien que los empresarios prescindan de ellos, reduciendo, tal como afirman el Banco de España y la AIReF, el número de empleos creados en los próximos años. Bien es verdad que habría que preguntarse si estamos en presencia de verdaderos puestos de trabajo, o si se trata más bien de pseudoempleo, es decir, de ocultación del número de parados bajo la fórmula del falso empleo. Ello cuestiona también el modelo de crecimiento económico seguido en nuestro país.

Existe el peligro de que, dado el estancamiento de la productividad, la subida del salario mínimo interprofesional en un porcentaje tan notable y de golpe pudiese producir la subida generalizada del nivel de salarios y de precios, disparándose el diferencial de inflación con el resto de países, lo que no representaría demasiado problema si se pudiese ajustar vía tipo de cambio, pero al estarnos vedado ese recurso, el resultado sería la consiguiente pérdida de competitividad con el impacto negativo sobre el saldo de la balanza de pagos y el endeudamiento exterior, causa de todos nuestros males en la crisis pasada.

La medida en sí misma rebosa justicia y equidad, pero el carecer de moneda propia nos fuerza a ser precavidos, puesto que en esto como en todo el margen de maniobra se estrecha. Por otra parte, habría que plantearse si la solución no debería ir más bien por la creación de un seguro de desempleo con suficiente extensión y profundidad que impidiese por sí mismo estos empleos basura, ya que nadie estaría dispuesto a ocuparlos, pero que al mismo tiempo no dejase en la miseria a los que hoy, a pesar de todo, los prefieren a la alternativa de no tener nada. Claro que ello implicaría incrementar la presión fiscal, cosa que los políticos rehuyen, o bien que la Unión Monetaria lo fuese realmente y que un seguro de desempleo comunitario sirviese de colchón para amortiguar las desigualdades creadas por la propia moneda única.

Juan Francisco Martín Seco

Aquí se puede ver el artículo original.

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