Socialismo21 » 31 marzo, 2020

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Cuando llegue la ira

Lluìs Rabell

Cuando llegue la ira

No, esto no es oposición. Lo que, frente al gobierno de Pedro Sánchez, están haciendo Casado y la extrema derecha, por un lado, y el nacionalismo catalán por otro, no merece tal calificativo. Me atrevo a decirlo desde la experiencia, breve pero intensa, de lo que fue una oposición de izquierdas en el Parlament de Catalunya durante la anterior legislatura. No hay buen gobierno sin una oposición temible, decía Disraeli. Es cierto. En una democracia, la oposición fiscaliza la acción del gobierno, la escudriña. El sentido de su crítica, sin embargo, es mostrar a la opinión pública que hay alternativas. Y fuerzas dispuestas a ponerlas en práctica: en una futura alternancia el día de mañana, por supuesto; pero también en lo inmediato, enmendando o modulando las políticas del ejecutivo. Dicho de otro modo: la oposición critica y propone. Pero también debe ser capaz de negociar y llegar a acuerdos con el gobierno que combate. La lealtad institucional y la responsabilidad ante el conjunto de la ciudadanía dan la medida de la calidad democrática de una oposición. La que practican estos días PP, Vox e independentistas carece por completo de esos atributos.

Que el gobierno cometa errores en la gestión de la epidemia parece inevitable. Nadie tiene un manual para enfrentar de modo infalible una crisis de tales proporciones y tan múltiples facetas. Cada decreto adoptado tiene más implicaciones de las previstas. Lo hemos constatado en todo lo referente al parón de la actividad productiva, a la situación de las empresas – ¿cuántas pyme sucumbirán a pesar de las disposiciones adoptadas? -, de autónomos y trabajadores – con numerosos colectivos precarios e incluso indetectables por los radares de la administración. Lo vemos en cuanto al pago de alquileres o hipotecas por parte de familias que se quedan sin ingresos. Cada decisión genera casuísticas que deben ser abordadas con nuevas medidas urgentes por el consejo de ministros… cuando aún no se ha secado la tinta del último BOE. ¿Quiere esto decir que no hay lugar para la crítica? Todo lo contrario. Desconfiemos de la aparente eficacia de las dictaduras. Una burocracia autoritaria como la de Pequín no constituye un modelo que favorezca el flujo de información, ni los tanteos y discusiones que se requieren para construir un conocimiento avanzado y operativo. Como sucedió en Wuhan, esos regímenes tienden a reprimir a los voceros de aquello que no entienden o les perturba. Y, si bien son capaces de movilizar grandes recursos cuando el problema les estalla en la cara, no acostumbran a actuar con la transparencia necesaria, preocupados ante todo por su estabilidad y el mantenimiento de un férreo control sobre la población. Con toda su complejidad y la necesidad de constantes ajustes, una democracia federal sigue siendo el sistema de gobernanza más adecuado para que una sociedad como la nuestra encare un desafío de esta magnitud. En ese sentido, la crítica de la oposición no sólo es un derecho democrático, sino un deber: señalar aquello que no funciona, lo que urge mejorar, hacer propuestas… representa una inestimable contribución al buen gobierno. Ahora bien, en una situación de emergencia nacional, la crítica debe ser temperada por el sentido de la utilidad pública. En estos momentos, la prioridad debería ser atajar la epidemia, primando la cooperación entre instituciones – centrales, autonómicas, locales –  y fuerzas políticas para lograrlo. Tiempo habrá para evaluar lo sucedido y sacar conclusiones.

Pero no está en esa onda la oposición. “A diferencia de Cs, que finalmente ha encontrado un tono mesurado – escribe Joaquim Coll en “El periódico” -, el PP quiere sacar partido de las dramáticas circunstancias a las que se enfrenta un Gobierno desbordado. Casado (…) sigue compitiendo con Vox en el liderazgo de la línea dura”. En realidad, esa línea de actuación, como la del secesionismo, trata de hacer olvidar el pasado y especula con el futuro. La crisis sanitaria ha puesto al desnudo los efectos de las políticas de austeridad sobre los servicios públicos y las redes asistenciales, desde los hospitales hasta las residencias de ancianos. ¿Se pedirán cuentas por ello? Lo cierto es que el panorama socioeconómico que nos deje la pandemia puede ser asolador. Sobre todo si Europa no está a la altura y, en lugar de una deuda mutualizada, acaba proponiendo un memorándum. Vendrán tiempos de ira social, y la derecha cuenta con ello. El gobierno de coalición se está entregando a fondo, es indiscutible. Pero la angustiosa situación en que amplias franjas de la población se encontrarán dentro de unos meses no será la más propicia para un balance sereno. El lenguaje desmedido que emplea hoy la oposición pretende anticipar esos estados de ánimo para formatearlos e imprimirles una dirección determinada. El gobierno no sólo es “inepto”, sino directamente “culpable” del sufrimiento de la gente. Algunos apuntan incluso a su responsabilidad penal. “Esto ocurre porque Catalunya no es independiente; quienes se oponen a la República cargarán en su conciencia con millares de muertes”, repiten los agitadores del nacionalismo radical, redondeando así el relato de la propia Generalitat. No son meros excesos retóricos. Se están esparciendo semillas de odio, que podrían fructificar en el campo abonado de la desazón social. Las derechas, en Madrid como en Barcelona, esperan recuperar o mantener el poder azuzando miedos, prejuicios y sentimientos de agravio. La izquierda debe ser plenamente consciente de lo que se avecina y actuar en consecuencia. Ahora, activando todas las medidas de contención a su alcance. Mañana, atreviéndose a proponer unas transformaciones económicas, sociales y medioambientales que, hace apenas unos meses, casi hubiesen podido antojarse como un “programa máximo”. Vienen tiempos de enconadas luchas entre las clases.

Lluís Rabell

31/03/2020

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