Socialismo21 » 3 abril, 2020

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La intervención masiva de los bancos centrales tiene truco

JUAN TORRES LÓPEZ

La intervención masiva de los bancos centrales tiene truco

En el año 2001 la economía japonesa se encontraba por los suelos y el Banco de Japón respondió poniendo en marcha un plan de acción billonario con el fin de impulsarla. Consistía en realizar compras masivas de activos financieros (acciones, bonos privados o públicos…) que estaban en poder de los bancos comerciales. La actuación se denominó Quantitative Easing (QE) o Expansión Cuantitativa, aunque también se la conoció después como Flexibilización Cuantitativa. Tras ganar las elecciones en 2012, el primer ministro Shinzo Abe ordenó al Banco de Japón que las volviera a llevar a cabo.

La Reserva Federal inició su Expansión Cuantitativa en 2008, con un programa de compras verdaderamente colosal. Sólo en los primeros ocho meses de ese año creó más dinero para comprar activos de los bancos que habían provocado la crisis (940.000 millones de dólares) que todo el que había creado en los cincuenta años anteriores (840.000 millones) para que funcionara la economía. En los siguientes cinco años se gastó casi cuatro billones de dólares en esas mismas operaciones. En 2018 volvió a poner en marcha otro programa semejante y en 2009 ya consideró que esa sería una forma permanente de actuación para evitar que las bolsas, cada vez más inestables y peligrosas, se vinieran abajo. Hace unos días, cuando se percibió que la pandemia del coronavirus provocaría un problema económico gravísimo, se anunció otro nuevo programa masivo de compras. Primero de 700.000 millones de dólares, pero enseguida «por cantidad ilimitada».

El Banco de Inglaterra también ha realizado este tipo de compras masivas desde 2009, por valor de un billón de libras desde ese año, y ha anunciado nuevas operaciones por valor de 645.000 millones para hacer frente a los efectos del coronavirus.

En julio de 2012, en medio de grandes ataques de los fondos especulativos a las economías europeas más afectadas por la crisis, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se convirtió en el gran héroe de la Expansión Cuantitativa.  El 26 de julio compareció ante la prensa y se limitó a decir: «El BCE está dispuesto a hacer lo que haga falta para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Con esas pocas palabras paró en seco los ataques y elevó a los cielos la consideración de estas políticas. Todo el mundo lo aplaudió pero yo me pregunté en un artículo si no sería más lógico juzgarlo por no haberlo hecho antes.

Más tarde, en 2015, el Banco Central Europeo ya asumió la expansión como un programa permanente y desde entonces ha realizado compras por unos 3,5 billones de euros. También ahora, como los demás bancos centrales, volverá a gastar, de entrada, 750.000 millones de euros en comprar títulos para combatir los efectos de la pandemia.

Todos esos datos muestran que los bancos centrales tienen una capacidad de crear dinero ilimitada y que la han utilizado cuando lo han creído necesario. ¿Con qué objetivo? El Banco Central Europeo lo explica muy claramente en su web:

«El Banco Central Europeo compra bonos a los bancos… lo que incrementa el precio de esos bonos y genera dinero en el sistema bancario… En consecuencia, muchos tipos de interés se reducen y los préstamos se abaratan… lo que permite a empresas y particulares solicitar más préstamos y pagar menos por sus deudas… Como resultado, el consumo y la inversión reciben un impulso… El aumento del consumo y de la inversión fomentan el crecimiento económico y la creación de empleo».

La justificación es buena y cualquiera que la lea se apuntaría sin reservas a este tipo de programas de expansión cuantitativa de los bancos centrales. El problema es que las cosas no funcionan realmente como dice esa cita del Banco Central Europeo y que sus efectos son bastante diferentes a los que proclaman sus impulsores.

No se puede negar que puntalmente han servido para impedir que se hundan las bolsas, que hayan caído economías enteras (como algunas europeas gracias a la intervención de Draghi) o para reactivar en alguna medida el crédito. Lo que ocurre es que eso no es todo lo que producen ni ha ocurrido siempre así.

¿Hemos de dar la enhorabuena a los bancos centrales por actuar de bomberos en las bolsas, cuando en realidad son quienes permiten que allí se produzcan incendios constantemente?

¿Aplaudimos a los bancos centrales por salvar, como Draghi, a las economías, cuando en realidad son quienes permiten que haya movimientos especulativos que las amenazan cuando ven la oportunidad?

¿Hay que felicitar a los bancos centrales porque le den dinero a mansalva a los bancos para que financien a la economía, cuando les están permitiendo que actúen como auténticos zombis y cuando esa financiación podrían proporcionarla mucho más barata ellos mismos?

Las compras masivas de títulos por los bancos centrales tiene otra cara de la que apenas se habla. Esconden, como si de un truco se tratara, que no son la mejor forma de hacer política económica y que benefician casi exclusivamente a los más ricos.

La mejor prueba de su fracaso es que sus diseñadores las concibieron como una solución temporal y de emergencia y, sin embargo, se han convertido en permanentes y cada vez más cuantiosas.

No voy a negar que realizar ese tipo de intervenciones de forma puntal sea necesario y positivo. Eso es evidente. Lo preocupante es que esos programas de compras masivas se están convirtiendo en una constante que tiene consecuencias bastante negativas, como ya se ha podido poner de manifiesto en investigaciones científicas, una vez que ha pasado algún tiempo desde que empezaron a realizarse.

Así, al aumentar la cantidad de dinero, reducen los tipos de interés, algo que no es necesariamente siempre bueno. Por ejemplo, porque las compras masivas hacen más rentables los activos de mayor riesgo, de modo que en realidad aumentan la peligrosidad de las bolsas, obligando a que los bancos centrales tengan que volver a hacer nuevas compras. También, producen desórdenes en los mercados de divisas que perjudican al comercio internacional. Algunos ven positivo que estas operaciones suban el precio de la vivienda y que así parezca que disminuye la desigualdad porque sube el valor de la riqueza de las familias propietarias, pero, por otro lado, dificultan que puedan disfrutarla los grupos sociales de menos renta. Y, lo que es quizá más grave, el dinero que ponen en manos de los bancos no va directamente a financiar a la economía. En gran parte ha servido para que acumulen nuevos activos, que luego van vendiendo de nuevo a los bancos centrales.

No es cierto, tampoco, que la inversión y el consumo dependan solo del interés de los créditos, como hemos visto que supone el Banco Central Europeo para justificar las compras masivas. Dependen, sobre todo, de otras circunstancia que tienen que ver más con la economía real que con la financiera. Lo que sí hacen los tipos de interés demasiado bajos es estimular la deuda que es, ¡qué casualidad!, el negocio de la banca.

El corolario de todo eso es que las intervenciones masivas de los bancos centrales para comprar títulos financieros han ayudado decisivamente a que aumente la desigualdad en los últimos años. Con ellas se busca, como hemos visto, que no se hunda su precio cuando cae después de que las operaciones especulativas lo hayan elevado artificialmente, y eso lógicamente beneficia a sus propietarios y no precisamente a la mayoría de la población: en Estados Unidos el 80% de los títulos los posee el 10% más rico y, a nivel mundial, el 50% de los activos financieros está en manos de quienes tienen más un millón de dólares de patrimonio, según el informe anual del Boston Consulting Group. Por tanto, los grandes beneficiarios de esas compras masivas que realizan los bancos centrales, como ahora en medio de la pandemia, son las personas más ricas.

Se ha demostrado que en Japón «sólo beneficia a los grupos de rentas más elevadas y que amplia la brecha entre estos y los demás». En Estados Unidos también se ha comprobado que la Expansión Cuantitativa aumenta la desigualdad, al menos, en un 25%. El Banco de Inglaterra argumenta que el efecto de su Expansión Cuantitativa fue bueno porque conservó el empleo y que la desigualdad era ya de por sí alta pero lo cierto es que, en Inglaterra, la renta del 10% de los hogares más pobres aumentó 3.000 libras y la del 10% más rico 350.000 en el periodo en el que la llevó a cabo. El Banco Central Europeo también sostiene que su expansión cuantitativa disminuye la desigualdad porque aumenta el empleo y aumenta ligeramente el precio de la vivienda. Un argumento que es bastante falaz. Si esa política monetaria expansiva fuese realmente la que es capaz de aumentar el empleo no se entiende que se siga sin incluir el objetivo de aumentarlo entre los del banco central. Y, en todo caso, algún trabajo empírico ha demostrado que el efecto principal de la expansión es el aumento de los precios de los activos que es el que aumenta la desigualdad y no el de impulsar la economía.

Al volver a realizar compras masivas de títulos financieros con la excusa de luchar ahora contra la pandemia, los bancos contrales vuelven a hacer ilusionismo delante de nuestras narices. Van a conseguir lo que ya consiguieron en momentos anterior: salvar a los grandes propietarios de riqueza financiera y a los bancos impulsando la generación de deuda que es el único motor que saben poner en marcha para movilizar a la economía. Algo tan peligroso como arrancar un coche poniéndole un misil en el tubo de escape.

Es hora de acabar con el truco. En lugar de darle el dinero a los bancos, a los fondos especulativos y a los grandes propietarios de riqueza financiera, los bancos centrales deben ponerlo directamente en manos de quien lo gasta en crear riqueza y empleo y no en especular. Y mucho más ahora, en medio de una emergencia sanitaria que quizá se convierta en económica poco después.

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Desde el Socialismo, pensando en la crisis y en soluciones

Desde el Socialismo, pensando en la crisis y en soluciones

Carlos Martinez es secretario general del Partido Socialista libre Federación

Antes de estallar la crisis social, económica y sanitaria, luego política e internacional ya en los EE.UU y Gran Bretaña había saltado el debate sobre el socialismo como solución a la precariedad, la tremenda debilidad de los servicios públicos y el precariado, al igual que la debilitación del salario y del concepto TRABAJO, la uberización de la economía y la calidad cada vez peor de nuestras democracias liberales, incapaces de encontrar una salida social a la crisis de 2008 y tan solo neoliberal. Una sociedad cada vez más desigual a la vez que cada vez más cerca del desastre climático. Ante estos retos Jeremy Corbyn y Bernie Sanders hablan abiertamente de socialismo.

En el estado español por culpa del liberal Felipe González y sus constantes retrocesos y renuncias el noble concepto e idea de socialismo había sido arrastrado por el barro, debido a la colaboración con las patronales, la banca y con la dinastía reinante. Lo que además posibilita la participación del PSOE en los pactos de la Moncloa con la opinión en contra de la UGT. Estos hechos devalúan en España la palabra socialismo hasta límites insospechados para un marxista socialista (Como lo eran Pablo Iglesias, Largo Caballero o Rodolfo LLopis) y hacen que el pueblo español identifique socialismo con poco más que gestión del capitalismo, tal vez más humana y liberal en lugar de construir una sociedad nueva, sin clases sociales, con reparto de la riqueza (no asunción de la misma exclusivamente por el estado) y la propiedad colectiva de los medios de producción y de consumo. Por otro lado también el estalinismo le hizo y le hace un maldito favor a la palabra socialismo.

Aclarada nuevamente esta cuestión, en varias sociedades anglosajonas se vuelve a plantear en nuestros días la necesidad del socialismo al objeto de con métodos democráticos volver al estado social, los derechos humanos, sociales, laborales, de sexo e igualdad y ecológicos y de ahí avanzar hacia el reparto de la riqueza. Una sociedad avanzada y que avance hacia el socialismo, porque el socialismo es un camino. Con la que está cayendo, el populismo aunque sea progresista y el socioliberalismo no tiene nada nuevo que aportar y son el pasado.

El capitalismo y sus pensadores, que sí que son conscientes de lo que puede llegar ante  los previsibles cambios que esta crisis-pandemia va a desatar, si entra de lleno en el debate y en la lucha y Trump es su principal ariete. Bolsonaro, La Liga Norte, el Front National francés, el monárquico VOX o partidos integristas polacos, húngaros u holandeses entre otros no son sino unas marionetas que se utilizan en beneficio de sus intereses y de los de Trump. Por tanto la respuesta a las extremas derechas no es salvar el liberalismo, es anteponer el socialismo como algo imprescindible para conquistar derechos y libertades y no permitir el avance o la solución a la crisis del coronavirus con la extensión de la miseria, la ausencia de libertad y la liquidación de las conquistas históricas de la clase obrera. Los sectores más inteligentes del capitalismo español, en cambio, proponen ahora una reedición de los Pactos de la Moncloa, es decir un plan de ajuste, que será duro y anti-obrero como decíamos antes, pero consensuado. Cuando las derechas hablan de pactos, lo hacen para recortar, advertimos.

Las extremas derechas son brutales, sus críticas al gobierno Sánchez-Iglesias son de no tener vergüenza, ni principios, con un cúmulo de mentiras y una chula desfachatez plagada de demagogia. Pero claro el Gobierno no se lo pone difícil. Lo cierto es que el objetivo de las derechas es condicionar al gobierno, defender la monarquía y alcanzar un ajuste duro post-pandemia duro, con guante de terciopelo.

Por tanto, incluso con grandes dosis de realismo y de fabianismo gradual, pero la reivindicación socialista es la única forma de frenar a estos energúmenos. Lo realista es plantearse en el caso español, medidas necesarias y volver a la senda de las nacionalizaciones, revertir todo lo privatizado a público. Crear una potente banca pública, no poner todos los millones de las ayudas a vivienda, autónomos, pymes y alquileres en manos de los bancos privados, donde el ICO vuelve a ser la misma mierda que ideo Solchaga, el ministro ultraliberal de González, que pone -el ICO-un dinero que no gestiona y encima los muy taimados bancos, se hacen publicidad. A esto hemos de añadir algo, no pagar la deuda. La deuda es impagable, es injusta y no se puede, no se podrá pagar jamás. Es una cadena al cuello de las clases populares y la excusa perfecta para los conservadores liberales al objeto de aplicar recortes.

El socialismo aspira, defiende el reparto de la riqueza y hay dinero para todo. Mucho dinero. Juan Torres amigo y gran economista nos lo ha recordado estos días en magníficos artículos. Pero donde está el dinero. Esa es la cuestión. Estos días, el PP, VOX, Cs lo piden todo y dinero para todas y todos, vamos para algunos en realidad, pero a la vez no pagar impuestos. La CEOE después de haber deslocalizado la industria española junto con la Unión Europea, exige no pagar impuestos. Nadie va a pagar impuestos, excepto los que tenemos y seguimos teniendo una nómina. Solo una nómina y curiosamente la mayoría no nos negamos. Pero que ocurre con el dinero ¿Dónde está el dinero? Sencillo los ricos y las multinacionales llevan ya muchos años sin pagar impuestos reales por sus beneficios. Bancos españoles, grandes fortunas españolas, dineros de la corrupción sea coronada o no y el dinero de las mafias de la droga, la prostitución y las armas opera en Paraísos Fiscales y por tanto evade impuestos a lo bestia. Pero es que en la UE, en el reino de España hay otra fórmula de evadir impuestos y son las SICAV unas sociedades de inversión, en realidad una fórmula de paraíso fiscal legal que debiera ser inmediatamente derogada, si hay vergüenza y valentía. Luego la solución no serán los pactos de la Moncloa II, sino suprimir los paraísos fiscales, las SICAV y hacer las nacionalizaciones imprescindibles.

Todo esto y muchas más cosas son reflexiones y propuestas de un socialista que todas y todos los socialistas debiéramos no solo decir, sino implementar, es decir, llevar a la práctica.

Por culpa de las SICAV, los paraísos fiscales, la corrupción política, real, de los grandes defraudadores y especuladores de capital, amén de las mafias, al no tocarse sus capitales hubo que recortar en sanidad, educación, pensiones…

Por tanto la reivindicación del socialismo nuevamente debe regresar, nuevamente ha regresado. Al igual que un fuerte movimiento republicano. Si no proponemos medidas políticas de cambio real no podremos conquistar los corazones de tanta gente que sufre, va a quedar parada o que ha perdido toda esperanza. Lo primero, como queremos repartir, hemos de decir que hay dinero, donde está y exigir que lo devuelvan, desde la realeza a las grandes empresas y bancos.

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