Socialismo21 » 12 abril, 2020

Daily Archives: 12 abril, 2020

Artículos

De repente, lo despreciado es lo valioso

De repente, lo despreciado es lo valioso

JUAN TORRES LÓPEZ 12 ABRIL, 2020

Todas las grandes conmociones sociales, las crisis, los desastres las guerras o las grandes epidemias, traen consigo cambios en el orden social y también en los seres humanos. Unas veces, son cambios positivos, trascendentes, que han llevado a etapas superiores de progreso humano. En otras ocasiones, ese tipo de impactos hace brotar de nuestro interior lo peor que tenemos los seres humanos, el odio, la maldad, la insolidaridad y la violencia.

Es muy pronto aún para saber qué cambios provocará, en nuestras sociedades y en nosotros mismos, la pandemia que estamos viviendo; entre otras razones, porque ni siquiera sabemos a estas alturas su magnitud ni sus efectos reales. Casi todas las personas con las que hablo y a las que leo coinciden en que va a ser inevitable que haya cambios a partir de ahora, aunque nadie sepa con antelación en qué sentido se puedan dar finalmente.

Yo me atrevo a pensar que uno de esos cambios ya ha comenzado a darse e incluso diría que está siendo obligado que comience a producirse. Me refiero al valor que le damos a las distintas cosas que tenemos a nuestro alrededor.

Según la Real Academia de la Lengua, para expresar que algo no es bastante grande, numeroso o importante, ni digno como para ser tenido en cuenta, o cuando queremos desestimarlo o tenerlo en poco, utilizamos términos como desprecio, despreciable o despreciado. Por el contrario, si lo que queremos es reconocer y estimar el mérito de alguien o de algo, o mostrar que sentimos afecto o estima hacia alguna persona o cosa diremos que lo apreciamos; lo que, según dice la misma Academia, significa «poner precio o tasa a las cosas vendibles».

Sé que hay otras palabras para expresar que cualquier cosa o persona nos parece valiosa o digna de nuestra mayor consideración, estima o afecto, pero no es casualidad que el poner precio a algo se haya convertido en una forma tan corriente de manifestarlo en nuestras sociedades.

El precio, como muy correctamente dice la Academia, se pone a las cosas vendibles y apreciar o poner precio es algo tan habitual y deseado (si se me permitiera una enorme redundancia, diría que tan apreciado) porque en la sociedad capitalista en la que vivimos hemos convertido en algo vendible lo que para cualquier ser humano es lo más valioso: la vida humana y la naturaleza.

Hay mucha personas, entre ellas bastantes economistas, que están confundidas al respecto: creen que lo característico del capitalismo es la existencia de los mercados y por eso dicen que lo distintivo de nuestra época es que vivimos en una «economía de mercado».

No es así. Mercados, como casi todo el mundo sabe, ha habido desde hace miles de años y sabemos que algunas sociedades o civilizaciones han sido tanto o más dadas al intercambio y al comercio que la nuestra.

Lo que caracteriza al capitalismo no es que haya mercado, ni tampoco que haya muchos o pocos, o de una u otra forma. Su rasgo distintivo es que ha llevado a los mercados lo que nunca había sido objeto de compra y venta: el trabajo humano, los recursos naturales y el dinero.

Para bien o para mal, no voy a entrar ahora en esto, esos tres elementos se han convertido en mercancías, lo que significa que, si se quiere disponer de cualquiera de ellos, hay que adquirirlos en un mercado pagando un precio.

Como recalcó el gran historiador Karl Polanyi, el trabajo es una parte de la vida humana, los recursos naturales naturales son la vida en su sentido más palmario y el dinero es algo indispensable para la vida pues sin él no podemos garantizarnos el sustento en las economías de mercado en las que vivimos. Resulta, entonces, que es la vida misma, lo que se ha convertido en una mercancía en el capitalismo. Dentro del mercado está lo que nos parece más valioso y expresamos su mayor o menor valor con un precio más o menos elevado. El precio -de mercado- se convierte así en el criterio decisivo para expresar, como decía al principio, lo que nos parece meritorio, digno de tener en cuenta, deseable o incluso poderoso.

Pues bien, yo creo que la epidemia que estamos viviendo nos está enfrentando a la necesidad de cambiar el criterio que usamos para valorar todo lo que necesitamos para vivir. Apenas habíamos valorado a las personas que nos salvan la vida en los hospitales, no nos importaba que tuvieran empleos precarios, jornadas extenuantes y sueldos muchas veces miserables. No nos importaba que se tuvieran que ir a trabajar a otros países porque aquí habíamos decidido darle más valor al salvamento de los bancos y hacíamos recortes en sanidad que nos impedían contratarlos. Ahora salimos a aplaudirles a las ocho de la tarde.

No le debimos dar mucho valor a la vida de nuestros padres o abuelos cuando permitimos que muchas de las residencias donde vivían fueran simples negocios, propiedad de grandes magnates o de los bancos sólo interesados en aumentar cada día más sus cuentas de resultados. Ahora, miles de personas les lloran sin ni siquiera haber podido ir a sus entierros.

De los maestros y maestras yo creo que la mayoría de la gente ni siquiera echaba cuentas, como suele decirse. Nunca nos preguntábamos cuánto cobran, ni cuántas horas trabajan, ni qué les supone el esfuerzo heroico que hacen cada día para educar a nuestros hijos en sus aulas. Ahora suspiramos por ellos, cuando somos nosotros los que tenemos que luchar día a día para dar la clase a nuestros hijos en casa.

No valoramos nuestro campo, ni a los comerciantes más cercanos, pagábamos con más gusto lo lejano y nos creíamos que vivíamos en un mundo infinito en donde nada nunca se acababa, que de cualquier sitio vendría enseguida todo lo que necesitáramos. Ahora se paga una fortuna por una mascarilla, nadie encuentra guantes, no hay respiradores y veremos a ver si dentro de poco nos cuesta aprovisionarnos de lo más necesario para el día a día. Empezamos a darnos cuenta de que hubiera sido más seguro que muchas de esas cosas se hubieran producido cerca y por nosotros mismos; y respiramos tranquilos cuando recibimos un folleto que nos informa de que hay cooperativas, pequeños negocios y gente emprendedora que ahora nos suministra lo más básico que tanto necesitamos. No le dimos valor a los oficios, al trabajo de cuidados, a los transportes, a las fuerzas de seguridad, a lo más cercano y no nos preocupó su precariedad; ahora recurrimos a ellos para que nos presten auxilio.

Le dimos valor a las palabras de quienes nos decían que lo público es el problema y que es mucho mejor que cada uno se las arregle como pueda. Despreciamos lo común y los impuestos nos parecían un precio demasiado alto, hubo manifestaciones en las calles para eliminarlos, y nos nos pareció necesario financiar con ellos a nuestros servicios públicos. Ahora, a ese mismo Estado al que no quisimos dotar de recursos le pedimos, incluso sus más acérrimos enemigos, que se haga cargo de todo y que sean los servicios públicos quienes nos salven.

Nos sorprende ahora y nos maravilla el aire limpio, la atmósfera nítida y el agua de los ríos tan transparente. Antes -y al revés de tantas otras cosas que ahora, sin embargo, nos resultan insignificantes- no nos parecía que fuese necesario pagar por ello y permitíamos que saliera gratis ensuciarlos y destruir nuestro medio ambiente.

Al trabajo de limpiar nuestras casas, de cocinar, de cuidarnos dentro de ellas, a eso… bueno, a eso no le dimos valor ninguno, ni siquiera lo consideramos trabajo cuando lo hacían principalmente las mujeres. Y si se contrataba a alguien externo se le pagaba lo menos posible, cuando no se le explotaba con jornadas que no terminan nunca. Ahora, muchos estarán aprendiendo lo que cuesta ese trabajo, si por fin lo realizan; o, al menos, apreciarán en mucha mayor medida su valor tan grande cuando tienen que permanecer tanto tiempo en su casa y desean hacerlo confortablemente.

Antes salíamos deprisa del trabajo y dedicábamos nuestro tiempo libre a ver televisión y a encerrarnos en casa. Ahora echamos de menos los parques, salir a caminar y respirar al aire libre. Apenas nos parábamos a hablar unos con otros y ahora empezamos a conocer a nuestros vecinos, cuando hablamos con ellos de ventana a ventana; o estamos deseando hacer lo que antes casi nunca se nos pasaba por la cabeza, dar un abrazo a los amigos, a los compañeros de trabajo o a nuestros familiares más cercanos, en lugar de limitarnos a verlos a través de una pantalla.

Antes salíamos disparados cuando nos encontrábamos con un conflicto familiar. Ahora empezamos a darnos cuenta de que hay que saber templar, que no nos queda más remedio que hablar y aprender a convivir en paz.

Antes vivíamos como si fuésemos a vivir siempre, como si la vida fuera un don eterno que nunca se fuese a acabar, pasara lo que pasara o hiciéramos nosotros lo que hiciéramos. Ahora, quien quiera mirar, puede verle claramente las orejas al lobo, y no sólo a este virus: he leído que hay como unos 300.000 más de cuya existencia no sabemos y que potencialmente podrían hacernos lo mismo o quizá daños peores. Por no hablar de las demás amenazas que nos acechan si seguimos violando las leyes de la naturaleza.

Nos creemos eternos y superpotentes pensando que podemos vivir la vida haciendo con ella cualquier cosa con tal de ponerle precio a todo. Le damos valor sólo a lo que compramos y ahora quizá nos demos cuenta de que lo valioso ni se compra ni se vende en los mercados, sino que lo que de verdad tiene valor es el buen vivir, rodearnos de amor y sentir que nuestros corazones están en paz. O incluso simplemente vivir.

No estoy ni mucho menos seguro de que esto sea lo que finalmente ocurra, pero quizá esta crisis nos enseñe que el precio de las cosas es algo muy distinto a su valor; que no debemos seguir cayendo en la insensatez de creer que podemos hacer cualquier cosa con tal de pagar por ello y que no es verdad que aquello por lo que no se paga un precio de mercado carece de valor.

Antonio Machado puso en boca de Juan de Mairena una sentencia sublime: «todo necio confunde valor y precio». Yo me conformaría si de esta pandemia salimos todos un poco menos necios.

Published by:
Artículos

Nos obligan a preguntarnos si seguir en esta UE vale la pena

Nos obligan a preguntarnos si seguir en esta UE vale la pena

JUAN TORRES LÓPEZ 10 ABRIL, 2020

Después de darse una prórroga de 48 horas, el Eurogrupo ha aprobado las tres medidas que estaban sobre su mesa el martes pasado, ahora con algunos matices que no sirven para ocultar que el acuerdo es tardío, insuficiente e inadecuado.

Lo acordado por los ministros de economía y finanzas en esta última reunión es lo siguiente:

– Utilizar un fondo de garantías del Banco Europeo de Inversiones por valor de 200.000 millones de euros para facilitar que se le concedan créditos puente (provisionales) y otros tipos de ayudas crediticias a las empresas.

– Dedicar hasta 240.000 millones de euros a préstamos concedidos por el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) con el único requisito de que se dediquen a «apoyar la financiación nacional de los costos relacionados con la atención médica, la cura y la prevención directa e indirecta debidas a la crisis del COVID 19» y por una cuantía máxima del 2% del PIB del país solicitante. Una vez que termine esta crisis, los préstamos que se soliciten estarán sujetos a las estrictas condiciones habituales de ajuste y estabilidad presupuestaria.

– Conceder hasta 100.000 millones de euros, aprovechando el presupuesto de la UE en la mayor medida posible, en préstamos de asistencia financiera de carácter temporal para «proteger el empleo en las circunstancias específicas de emergencia de la crisis COVID-19».

Me cuesta trabajo ser cansino y tener que repetir otra vez lo mismo que vengo diciendo sobre las decisiones de los líderes europeos. Pero si le dedico tiempo de un Viernes Santo a criticarlos es porque tengo la convicción de que se están equivocando. Parece que no se dan cuenta de la gravedad de lo que está pasando y de que están poniendo en peligro el futuro de Europa cuendo están dispuestos a que Italia y España entre irremediablemente en una gravísima crisis de deuda en los próximos meses. El acuerdo de ayer me parece, como he dicho, tardío, insuficiente e inadecuado por las siguientes razones.

– Además de llegar con varias semanas de retraso debido a las diferencias entre los gobiernos, va a proporcionar demasiado tarde las ayudas porque no se establecen de forma directa a quienes las están necesitando en este momento (los gobiernos, las empresas y los hogares). Se concederán a través del Banco Europeo de Inversiones, al que deberán recurrir los gobiernos, del MEDE, quien al menos necesitará dos semanas para tener disponibles los fondos que luego deberán llegar a los gobiernos, y porque las ayudas al empleo ni siquiera se sabe cómo van a disponerse.

Se puede justificar en mayor o menor medida este retraso pero lo cierto es que se trata de una falta de diligencia como la que se produjo en la anterior crisis que termina afectando muy negativamente a la recuperación de las economías. Mucho más, teniendo en cuenta la máxima gravedad de la situación económica en la que estamos.

– Las tres medidas implican proporcionar crédito y, por tanto, aumentar la deuda en lugar de aliviar la que necesariamente se está generando cuando los gobiernos hacen frente a un desastre natural como es la pandemia del Covid 19.

Como he comentado en otros artículos anteriores, lo que las economías afectadas por la paralización de la actividad necesitan es ayuda directa, líquida, y no préstamos. Unos préstamos, además, que no sólo llegan con retraso y si se es capaz de superar una dificultad tras otra en las oficinas bancarias, sino que, a la postre, van a suponer una sobrecarga más a empresas que ya están en bastantes dificultades y en peligro de cerrar.

– El acuerdo sobre los préstamos del MEDE supone violar la letra del Tratado que lo creó, el cual establece claramente que esos préstamos se dan, no con carácter preventivo y sin condiciones como dicen que se van a dar ahora, sino cuando los países solicitantes se encuentran en graves condiciones macroeconómicas y a cambio de compromisos de ajuste muy rígidos.

Una vez más, como cuando los resultados de los referéndum no convienen o cuando el Banco Central Europeo usa la puerta de atrás para financiar a los gobiernos, los dirigentes de la Unión Europea se saltan a la torera, según les convenga o no, las normas comunitarias. Pero qué casualidad, dicen que no se las pueden saltar -ni siquiera en situación de emergencia sanitaria- cuando se trata de limitar el privilegio bancario como señalaré más abajo.

– El acuerdo moviliza una cantidad de fondos claramente insuficiente. Básicamente, porque la ayuda que podría ir más directamente dirigida a los gobiernos (la del MEDE) se contempla para hacer frente tan sólo a los costes sanitarios, cuando es evidente que el Covid 19 produce otros, quizá mucho mayores, si se quiere evitar que cierren miles de empresas, se multiplique el desempleo y millones de personas se queden sin ingresos.

Al dejar fuera los costes de salvación de las economías y limitarse a los sanitarios, se va a dar lugar a que algunos países, en estos momentos sobre todo Italia y España, se sitúen en una posición de gran riesgo macroeconómico en los próximos meses y, entonces, lo que recibirán no serán ayudas generosas sino un rescate muy oneroso, sobre todo, para la población de menor renta. Incluso al margen de esta consideración, el volumen de ayuda es claramente limitado si se compara no ya con las que están movilizando otras potencias como Estados Unidos o el Reino Unido sino incluso algunos países miembros de la UE, como Alemania.

– Estas medidas requerirán, en mayor o menor medida según los casos o los países, la intermediación de la banca. Sin embargo, los hechos están demostrando que el sector no está siendo capaz de actuar con agilidad, de adelantarse a las demandas y de satisfacerlas como sería necesario. A pesar de que es urgentísimo que las empresas reciban las ayudas y el apoyo financiero y a pesar de los incentivos que los bancos europeos están recibiendo del Banco Central Europeo y de los gobiernos, el 3 de abril mantenían inmovilizados 250.850 millones de euros que podrían estar sirviendo para ayudar a miles de empresas. Y cualquiera que conozca la realidad de las oficinas bancarias sabe los problemas de todo tipo con los que se están enfrentado muchas empresas y trabajadores autónomos cuando solicitan los préstamos.

– Esto último que acabo de señalar es una prueba más de que el canal utilizado por la Unión Europea para proporcionar la ayuda común y los recursos imprescindibles que necesitan sus estados miembros para salvar sus economías no es el adecuado.

En cuanto comenzó a extenderse la epidemia y a manifestarse su magnitud, los dirigentes de la Unión y del Banco Central Europeo coincidieron en que era imprescindible una gran intervención fiscal de los gobiernos para hacer frente al gasto sanitario inmediato y al que era necesario realizar si se quería evitar el cierre de miles de empresas o ir a una larga depresión económica si no se las protegía. Y llevaban razón.

Sin embargo, ha bastado muy poco tiempo para comprobar que esa intervención tendría que ser mucho más cuantiosa de lo que inicialmente se pudiera haber previsto y que los gobiernos van a tener que endeudarse en una gran cuantía para poder financiarla. Y ahí es donde se está produciendo el gran error de la Unión Europea. Las medidas que está adoptando o aumentan la deuda de las empresas o la de los gobiernos o la de ambos. En cualquiera de los casos, en beneficio de la banca privada. No ayudan sin aliviarla, como habría que hacer y como se podría hacer si se quisiera.

Algunos gobiernos europeos se han opuesto a adoptar medidas mancomunadas para hacer frente a la situación porque no desean asumir la deuda que generen los demás y eso es comprensible, pero es que no se trata de eso. Se trata de gestionar mancomunadamente toda la deuda que es inevitable que se produzca a causa de la pandemia, asumiendo cada uno su cuota parte, mas tratando de reducir sus costes globales. No ya por el ahorro que eso suponga sino porque una crisis de deuda en Italia o España (y mucho más si es de los dos al mismo tiempo) no sería como la de Grecia sino algo mucho más peligroso para la estabilidad de todos los países miembros y para la Unión Europea en su conjunto.

Esta estrategia inteligente, consistente en asumir cada país su responsabilidad pero gestionando la deuda de todos los países miembros conjuntamente, puede llevarse a cabo a través de dos posibles vías. Una más cara y lenta y otra mucho más barata y efectiva.

La primera fórmula es emitiendo cualquier tipo de bonos mancomunados que, como he dicho y en contra de lo que se puede creer, no tienen por qué suponer una misma carga ni responsabilidad para todos los países. Otra (que incluso podría ser complementaria de la anterior) es que el Banco Central Europeo financie directamente la deuda, es decir que proporcione el dinero que necesitan los gobiernos, naturalmente bajo el control y el seguimiento necesarios para evitar cualquier efecto colateral adverso.

Es cierto que esto último podría producir alguna subida de precios, pero también se va a provocar inflación y quizá en mayor medida si se cierran miles de empresas y se rompen las cadenas de suministro por no actuar rápidamente y con suficientes recursos. Y, en todo caso, el coste de esa posible inflación sería mucho menor que el que llevará consigo la mala y retardada actuación que hasta ahora están llevando a cabo las autoridades europeas.

La conveniencia de que los bancos centrales, en nuestro caso el BCE, intervengan directamente para proporcionar ayuda directa a los gobiernos (o incluso a las empresas y familias) la defienden cada vez más economistas de todas las tendencias. Ayer se anunció que el Banco de Inglaterra va a financiar directamente al gobierno. El gobernador del Banco de Francia y miembro del Consejo de Gobierno del BCE, François Villeroy de Galhau, ha reconocido que se puede contemplar la posibilidad de que éste ultimo financie directamente a las empresas. Y muchos otros economistas bastante ortodoxos, como Nouriel Rubini o Gregory Mankiw por citar sólo a dos, están defendiendo que se haga igual con las personas. De hacer esto (financiar directamente a empresas y hogares) el Banco Central Europeo no sólo estaría salvándo a miles o millones de ellos y evitando la depresión que vendrá con toda seguridad después si eso no se hace, sino que estaría sorteando la prohibición de financiar directamente a los gobiernos, que se fijó en el Tratado de Maastricht para que la banca privada llevara a cabo el que quizá esté siendo el negocio más rentable de la historia.

La Unión Europea no puede correr el riesgo de equivocarse gestionando una crisis sanitaria de la envergadura que tiene la que ha provocado el coronavirus. Se está equivocando y está dando lugar a que cada día más europeos nos preguntemos si realmente vale la pena seguir en una Europa tan torpe y con unas prioridades políticas y económicas tan inmorales. Luego nos dirán que somos populistas.

Published by:
Artículos

Italia como ejemplo y como advertencia

Italia como ejemplo y como advertencia

JUAN TORRES LÓPEZ 11 ABRIL, 2020

Italia ha sido el primer país en sufrir la propagación de coronavirus y, por tanto, en padecer también las dramáticas consecuencias económicas que lleva consigo. Y como la situación de sus finanzas nacionales y de su economía en general era ya problemática antes de la epidemia, es lógico que ahora se encuentre en condiciones especialmente difíciles que son objeto de todo tipo de críticas e interpretaciones.

Cuando en la Unión Europea se ha planteado la necesidad de tomar medidas, algunos países, encabezados por Alemania y Holanda, se niegan a adoptar soluciones mancomunadas -como ya es bien sabido- porque consideran que Italia, como España y otros países del sur, tiene una larga historia de incumplimientos y despilfarro financiero.

No voy a poner en duda aquí que la historia económica reciente de Italia está plagada de hechos y decisiones que hacen muy difícil lograr equilibrio económico y financiero, avance productivo y tecnológico y bienestar social. Su inestabilidad política, la corrupción, la Mafia, la desigualdad territorial y personal, entre otros factores que ya son casi consustanciales a su estructura social son, como digo, obstáculos casi insalvables para progresar económicamente.

Todo ello lo sabe casi todo el mundo y se airea constantemente para justificar el innegable estancamiento de la economía italiana durante las últimas décadas. Lo que no se suele decir es que todas esas circunstancias, por muy importantes que sean, no son las que de verdad lo explican. Como tampoco es verdad que el despilfarro y el incumplimiento de las reglas europeas de estabilidad y austeridad hayan sido la cusa del deterioro de su economía. Se olvida decir justamente lo contrario: Italia ha sido el país que las ha cumplido más estrictamente y es precisamente eso lo que ha ocasionado que su economía haya ido tan mal en las últimas décadas.

Estoy seguro de que la lectura de esta última frase puede haber sorprendido a muchos lectores pero los datos no dejan lugar a dudas. Así lo puso de manifiesto Servaas Storm, un economista casualmente holandés, en un documento de trabajo del Institute for New Economic Thinking (INET) de Nueva York publicado en abril del año pasado.

Para no cansar aquí con muchos datos basten dos para comprobar el declive de la economía italiana desde 1991, un año antes de que se aprobara el Tratado de Maastricht y cuando comenzaron las políticas de ajuste para tratar de cumplir las reglas fiscales establecidas allí.  En aquel año, 1991, el ingreso neto promedio de un hogar italiano (en euros de 2010) era de 27.499 euros y en 2016 había caído a 23.277 euros, una pérdida de renta y poder adquisitivo que habían sufrido todos los grupos sociales, aunque desigualmente: un 6% los más ricos y un 25% los más pobres.

En el primer año, 1991, el PIB italiano era el 94% del PIB promedio del grupo de países con mejor rendimiento del euro (Alemania, Bélgica, Francia y Países Bajos). Ahora, es del 74%.

Los problemas de la economía italiana comenzaron cuando en aquel ya lejano año de 1991 las reglas de austeridad fiscal establecidas en Maastricht obligaron a tomar medidas para combatir su elevado porcentaje de deuda pública (alrededor del 117% del PIB en 1994) y para mantener controlada la inflación.
Muy pronto, los sucesivos gobiernos italianos se pusieron manos a la obra y aplicaron sin descanso las directrices de Maastricht: se recortó el gasto público (la presión fiscal sobre el PIB prácticamente se ha mantenido constante en todo este periodo) y se llevaron a cabo sucesivas reformas laborales que lograron reducir salarios con el fin de evitar la presión de costes de las empresas, pues la doctrina dominante consideraba que la producida por los salarios es la que provoca la inflación.

Gracias a los recortes de gasto, Italia consiguió registrar un superávit primario (es decir, sin contar el pago de los intereses) promedio del 3% durante el periodo que va de 1995 a 2008, cuando Francia tuvo un déficit promedio del 0,1% y Alemania un superávit de sólo el 0,7%. Eso significó que, sin contar los intereses, Italia redujo en cuarenta punto el porcentaje de su deuda pública sobre el PIB, ocho veces más que Alemania. Sin embargo, ese esfuerzo tan grande en el recorte de gasto no fue suficiente: al tener en cuenta el pago de los intereses, la deuda no sólo no bajó sino que subió 23 puntos.

Incluso en la etapa posterior a la crisis de 2008, Italia ha seguido recortando gastos más que ningún otro país de los más grandes de la eurozona. De 2008 a 2018 ha tenido un superávit primario promedio del 1,3% (incluso del 2% en 2012-2013) cuando el promedio de los cuatro países antes citados ha sido prácticamente del 0%.

¿Qué le ha ocurrido entonces a la economía italiana, de dónde procede su declive? ¿realmente le va mal porque su gobierno despilfarra recursos y porque no cumple con los preceptos europeos? Ya hemos visto que no, porque mantiene superávits primarios, es decir, que gasta menos de lo que ingresa si se dejan a un lado los intereses.

Las causas del declive de la economía italiana son dos y ambas tienen que ver con las normas establecidas en la eurozona. La primera, como acabo de señalar, es que ha tenido que pagar unos intereses muy elevados desde que el Banco de Italia dejó de financiar al gobierno y tuvo que recurrir a los mercados. Y la segunda, que la austeridad continuada, los recortes salariales y de gasto público han debilitado muchísimo su demanda interna y, al final, también la externa, su capacidad exportadora. La explicación es bastante simple y lógica y en el trabajo que he citado de Storm vienen todos los datos que lo prueban.

Para entenderlo lo que le ha pasado a la economía italiana hay que saber que las economías tienen dos motores: la demanda interna (el consumo de las familias, la inversión de las empresas y el gasto público) y la demanda externa (las exportaciones). Al bajar la masa salarial, el consumo de los hogares lógicamente se reduce. Además, con salarios más bajos y con condiciones de negociación más favorables, las empresas intensifican el uso del trabajo (temporal y más precario) en perjuicio de la innovación y de la inversión que aumenta la capacidad productiva. Es normal y ocurre siempre: si un factor es más barato (en este caso, el trabajo), las empresas tienen más incentivo para utilizarlo y la inversión de las empresas en capital baja.

Al aplicar las reglas de estabilidad financiera, se reduce el gasto público, lo cual disminuye tanto el gasto en consumo como en inversiones en infraestructuras y en los servicios que son esenciales para favorecer el emprendizaje y la creación de riqueza productiva. Los datos en este sentido son abrumadores: precisamente porque Italia aplicó con más ahínco las reglas de austeridad de Maastricht, la demanda interna de su economía aumentó muy poco de 1992 a 2028, sólo un 7%, frente al incremento del 33% de la francesa y del 29% de la alemana. Pero eso no fue todo. Con la menor productividad que generan los salarios más bajos, con menos inversión empresarial y con un gasto público tan recortado, las empresas exportadoras también se resienten. Los bajos salarios permiten que se mantengan las empresas menos productivas y la menor y más antigua capacidad productiva del capital asistente, la menor investigación básica y el insuficiente apoyo del sector público hacen que la capacidad exportadora termine también perjudicada, y eso fue lo que pasó a Italia.

La política impuesta desde Europa no sólo reduce el gasto público sino que debilita a todos los motores de la economía y eso termina por frenar su crecimiento y produciendo el efecto paradójico de que, en lugar de disminuir la deuda lo que hacen es aumentarla. No puede ser de otro modo cuando se taponan las fuentes de alimentación de la actividad económica. El Ministerio de Finanzas italiano mostró que sólo de 2012 a 2015 la política de recorte de gasto provocó una caída del 5% en el PIB y del 10% en la inversión.

Las reglas de Maastricht y las políticas sucesivas de la Unión Europea son una insensatez: buscan el mayor crecimiento y, sin embargo, obligan a llevar el freno pisado constantemente. Aunque nada de eso se hace gratuitamente. El aumento constante de la la deuda incrementa sin cesar el negocio de la banca y la acumulación de déficits estructurales en los países del sur aumenta los excedentes en los del norte.

Y eso no ha pasado sólo en Italia o en otros países del sur. El crecimiento del PIB per cápita de los cuatro grandes referentes del euro (Alemania, Bélgica Francia y Países bajos) fue de un reducido 1,24% de promedio entre 1992 y 2018, muy por debajo del registrado en las grandes economías fuera del euro, como Canadá, Estados Unidos, Noruega, Reino Unido o Suecia.

Italia es un ejemplo muy claro del daño que han hecho las políticas europeas y también una advertencia. Al concluir su trabajo, Servaas Storm escribía que mantener estas políticas conllevaba un riesgo: «un colapso de la estabilidad política y social».

Imagínense cómo será ese riesgo ahora, con la exigencia de mayor gasto que plantea la epidemia y con el absurdo empecinamiento de los líderes europeos que les impide cambiar la orientación de unas políticas cuyo fracaso está claramente demostrado, como en el caso de Italia.

Como dice Storm, la enfermedad de la economía italiana (y la de otras de la eurozona) se llama iatrogenia, la que produce el propio médico a su paciente. La seguiremos padeciendo mientras no se cambie por otro.

Published by: