El día del batracio
Lluís Rabell 7/05/2020
En política, resulta peligroso guiarse por ensoñaciones y no por el análisis de la realidad. Hace tiempo que la izquierda alternativa – y, concretamente, el espacio de los comunes – vive cautiva de la ilusión de devenir fuerza de gobierno en Catalunya de la mano de ERC. La hipótesis, que se antojaba verosímil hace unos meses, se basaba en una serie de premisas, más o menos ciertas. Las tensiones iban in crescendo en el campo soberanista: ERC deseaba emanciparse de la tutela convergente y los sondeos le permitían acariciar la esperanza del sorpasso. En Madrid, había ahora un gobierno de izquierdas que se sostenía sobre un frágil abanico de apoyos parlamentarios, entre los que destacaban los escaños republicanos. No parecía descabellado pensar que aritmética y política pudiesen darse la mano, logrando una carambola a tres bandas. La bola blanca de los presupuestos empezaba a rodar sobre un tapiz de verde esperanza: primero, salían adelante las cuentas del Ayuntamiento de Barcelona, con apoyo de ERC; luego, el presupuesto de la Generalitat, aprobado con la recatada abstención de los comunes; a partir de ahí, el rebote alcanzaría la banda de la gobernabilidad en la capital… El remate final serían unas elecciones autonómicas y formación de un gobierno de ERC con participación de los comunes, fuerza empática con el independentismo. Según ese esquema, el PSC, sin duda necesario para componer una nueva mayoría, debería resignarse a brindar su apoyo desde fuera, sacrificándose en aras de la gobernabilidad de España. Las referencias federalistas y sus agrias disputas con el independentismo hacían difícil imaginar la participación de los socialistas catalanes en la nueva Generalitat. El reconocimiento del liderazgo nacional de ERC sería, pues, el precio a pagar por una legislatura completa de Pedro Sánchez. Los comunes, levadura de semejante pastel, recibirían como recompensa alguna que otra conselleria.
Alguien podría pensar que ese papel de Celestina es poco exaltante para una izquierda que había venido para comerse el mundo. Sin embargo, hace tiempo que el espacio de los comunes ha encallado en la definición de una estrategia transformadora. Hoy por hoy, es dudoso que su núcleo dirigente contemple cualquier posibilidad de crecimiento, ni tenga más ambición que encontrar acomodo vital en las instituciones, en esa política profesional otrora denostada. En cualquier caso, la secuencia imaginaria de acontecimientos antes descrita ha determinado la actuación de Catalunya en Comú durante el último período. Y, por lo que parece, a pesar de los reveses de la realidad, sigue aferrándose a ella. De otro modo, no sería explicable su asunción militante de los presupuestos de la Generalitat. Esas cuentas eran ya engañosas y continuistas cuando se presentaron – ni revertían recortes, ni suponían un incremento real de recursos… ni, a pesar de algunas mejoras en materia de fiscalidad autonómica, atendían realmente a las urgencias sociales. Pero es que, tras el impacto de la pandemia, con la previsión de una caída brutal de ingresos como consecuencia del parón de la economía y la aparición de nuevas y acuciantes necesidades, cualquier parecido con la realidad devenía impensable. La defensa de esos presupuestos inanes y obsoletos – realizada, en el caso de algún diputado de En Comú Podem, con tono y línea argumental propios de un miembro del Govern – da la medida de cuan arraigada estaba esa ilusión de un feliz enlace con ERC.
Una vez más, hay que reivindicar el pensamiento crítico. La lucha de clases genera unas condensaciones políticas y unos comportamientos algo más complejos que las intrigas palaciegas de los juegos de tronos. Toda esa quimera en torno a ERC ignora su naturaleza de partido de la pequeña burguesía nacionalista, así como la psicología política de sus dirigentes. Éstos viven irritados por la prepotencia de la derecha “de toda la vida”, pero son incapaces de enfrentarse a ella. Se muestran arrogantes y desleales ante la izquierda cuando se creen fuertes; aventureros en ocasiones, inconsistentes a la hora del verdadero peligro… Poner la suerte de la gente trabajadora en manos de semejante dirección constituye un desatino mayúsculo. Esta misma semana hemos podido comprobarlo. A los pocos días de lograr el apoyo de los comunes a sus presupuestos – toda una bocanada de aire para Torra -, he aquí que ERC da la campanada en el Congreso de los Diputados votando contra la prórroga del Estado de Alarma. Imagen patética: hemos podido ver a todos los matices del nacionalismo catalán, desde la última mutación de su derecha hasta la CUP, pasando por ERC, sumar sus votos a los de Vox. Por supuesto, por razones muy distintas. Pero confluyendo en un mismo interés por desestabilizar al gobierno de izquierdas… o tratando de “presionarlo” del modo más frívolo e irresponsable. Asusta imaginar la caótica situación sanitaria, social y política que hubiese provocado la abrupta suspensión del Estado de Alarma. Ha bastado con que se vislumbrase la posibilidad de derribar a Sánchez – con unas elecciones catalanas tal vez a la vuelta de la esquina -, para que ERC se lanzase a competir denodadamente con sus socios de JxCat, tratando de aparecer como la fuerza independentista más determinada. La acusación de “traición” es moneda corriente en estos lares. Ante el riesgo de ser percibida como amiga de la izquierda española en un momento crítico, ERC se ha achantado. Como de costumbre. La derechona catalana ha tocado a rebato… y ERC han corrido a formar en el somatén. No deja de ser cómico el lenguaje maximalista de sus dirigentes cuando se refieren a España y su gobierno “al servicio del Ibex 35 y los oligopolios”… a tenor de las políticas neoliberales y privatizadoras de ERC en Catalunya, donde gestionan áreas de poder. ¿Cabe imaginar mayor doblez política y moral?
Ya volveremos en otros artículos sobre una de las derivadas de la “espantada” de ERC: el retorno de Ciudadanos a la centralidad política, merced a su acuerdo con Pedro Sánchez. Un acuerdo episódico; pero que no deja de sentar un precedente y permite imaginar geometrías parlamentarias distintas de la que hizo posible la investidura. Affaire à suivre. Lo llamativo, sin embargo, es que, a pesar de todo lo sucedido, la dirección de los comunes se resista a sacar conclusiones sobre los peligros de su flirteo con ERC. Hemos podido oír invocaciones a la memoria de Companys y a la bonhomía de Joan Tardà… y disculpas contritas ante Torra por haber incurrido, parece ser, en algún exceso retórico hacia el President – quizás el más sectario e inepto de la historia de Catalunya. ¡Vivir para ver! Un buen amigo dice que los comunes se han alejado del independentismo, pero aún no se atreven a decírselo a nadie. Tal vez. De lo que no parecen querer alejarse es de sus fantasías. Inevitablemente, la relación entre ERC y los comunes trae a la memoria la manida fábula de la rana y el escorpión. Pero, a diferencia del tedioso – aunque inocuo – “día de la marmota”, es difícil admitir que a uno vayan a clavarle reiteradamente un aguijón venenoso en la espalda. “El día del batracio” podría ser el último de este confiado vertebrado de sangre fría. El vacío de estrategia se llena rápidamente de oportunismo. Urge abrir una discusión sincera, so pena de dar al traste con el proyecto de la izquierda alternativa en Catalunya y poner en peligro el futuro de una nueva mayoría de progreso.