DESPUÉS DE LAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS: NO CABE LA INGENUIDAD

DESPUÉS DE LAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS: NO CABE LA INGENUIDAD

El término es decadencia. Son muchas las valoraciones que se han hecho sobre las elecciones norteamericanas. Se ha hablado de lucha contra el fascismo de Donald Trump, de defensa de las libertades frente al autoritarismo, de referéndum sobre el arquetipo del populismo en el mundo occidental, hasta de unas elecciones en clave de un orden internacional más civilizado y cooperativo. Los discursos construyen realidad, pero muchas veces la ocultan. Biden ha sido el candidato más votado en la historia de los EEUU; el segundo -y a corta distancia- ha sido Donald Trump.


Ha ganado una coalición negativa. El “todos contra Trump” ha funcionado, aunque lo que más sorprende es la consistencia y la fuerza electoral del, hasta ahora, presidente de EEUU. El bloque anti Trump ha movilizado a grupos y categorías sociales diferenciados. El sesgo clase, raza y género ha funcionado. En su centro, la lucha por las libertades, la justicia social y la igualdad. No hay que engañarse: el Partido Demócrata ha sabido, con mucha inteligencia, convertirse en contenedor de una protesta social catalizada por la pandemia. Ahora bien, ha ganado la derecha del Partido Demócrata y, con ella, una parte muy amplia del establecimiento político (entre ellos la mayoría de los medios de comunicación) opuesta al actual presidente norteamericano. Para decirlo de otro modo, el voto ha servido para decidir en un conflicto político y estratégico que divide a las clases dominantes de ese país. Todo lo demás, siendo importante, es secundario.


Hay un dato del cual necesariamente hay que partir: el declive de la hegemonía norteamericana en el mundo. Por primera vez, después de la implosión de la URSS y la disolución del Pacto de Varsovia, hay un país, China, que cuestiona el poder de los EEUU y su control de las grandes instituciones internacionales. Toda la política norteamericana va a girar en torno a este desafío existencial. Lo que las elecciones han dirimido es el tipo de estrategia, sus implicaciones políticas, económicas y militares para contener, aislar y derrotar a la gran potencia emergente en el hemisferio oriental. La nueva administración norteamericana dedicará a esta tarea todas sus energías, todas sus capacidades y empleará todo el enorme instrumental que tiene a su disposición, desde las agresiones económicas-comerciales, pasando por la promoción de conflictos políticos, sanciones internacionales y demás métodos que abusivamente se denominan guerras híbridas. No escatimarán medios e irán hasta el final.


Lo que viene ahora es previsible. En primer lugar, una estrategia a largo plazo, compleja y fuertemente sostenida en el tiempo. EEUU sabe que no puede ganar solo a una alianza entre China y Rusia, que, además, se ha ido ampliando a través de la Organización de Cooperación de Shanghái. Necesita aliados, compartir decisiones y organizar un consenso trilateral, que agrupe a la OTAN, La Unión Europea, Australia, Corea del Sur, Japón. El reciente acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP) liderado por China más 15 países, entre ellos Australia, Japón, Corea del Sur, firmes (e imprescindibles) aliados de los EEUU en la zona, pone de manifiesto la dimensión del desafío y el enorme terreno ganado por la vieja potencia asiática.


El papel, en segundo lugar, de la OTAN va a seguir siendo fundamental. Será reforzada y ampliada su esfera de intervención. Veremos pronto el verdadero significado de la política de seguridad y defensa de la UE: complementaria y subalterna a los intereses de la Administración norteamericana. Habrá una división del trabajo precisa, priorizando el enfrentamiento con Rusia y asegurando que los EEUU puedan dedicarse a Asia-Pacifico, territorio prioritario desde el punto de vista geoestratégico.


Una cuestión importante, tercero, será el relanzamiento del gasto militar. No es que el cambio tecnológico llegue a las Fuerzas Armadas; más bien es al revés, los avances tecnológicos están directamente ligados con la industria militar. En rigor, no hay, desde el punto de vista sustancial, una división entre industria civil e industria militar. Directa o indirectamente, todo es parte de una estrategia de poder que usa todas las nuevas y las viejas herramientas relacionadas con el ciberespacio, la inteligencia artificial, el uso de la información y la comunicación como elemento decisivo en una trama de conflictos que ocupa zonas grises, donde no es fácil distinguir las esferas civiles y militares.


Decadencia no significa hundimiento o derrota; más bien al contrario. Los imperios no desaparecen de un día para otro. La verdadera superioridad de EEUU reside en su capacidad político militar e industrial. Setecientas bases militares en el mundo, más del 40% del presupuesto militar global y una enorme capacidad para movilizar fuerzas expedicionarias en cualquier lugar donde sus intereses estén en peligro. Hay otro tipo de poder en el que Norteamérica sigue siendo hegemónica, el político-cultural. La industria relacionada, directa o indirectamente, con la formación de la conciencia sigue teniendo matriz norteamericana; es una poderosa máquina de creación de valores, imaginarios sociales y sentido común que modela de forma permanente y sistemática a nuestra mente, la mayoría de las veces de forma inconsciente.


Cuando se entrecruzan crisis del capitalismo y crisis de hegemonía en el sistema-mundo, se inaugura una etapa de conflictos sociales y culturales; de guerras económicas y de alineamientos político-militares de grandes dimensiones. El conflicto geopolítico será global (tierra, mar, aire, espacio y ciberespacio) duradero, sistémico. El viejo dilema de la paz y la guerra también retorna. La cuestión de la autonomía y el punto de vista de clase será, como siempre, decisivo.


Diciembre 2020
Socialismo 21
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