Repensar Europa como respuesta a la crisis económica y democrática de la UE

Artículos Debates Internacional

Diosdado Toledano, Ramon Franquesa.

Miembros de la Comissió Promotora de la Assemblea Social de Catalunya.

En respuesta a las dos guerras mundiales que asolaron Europa, y a las causas que las provocaron, amplios sectores de la izquierda preconizaron una Europa socialmente avanzada, que avanzara en la redistribución de la renta, limitando los privilegios del capital y que superase los viejos conflictos nacionales.

En España bajo la dictadura de Franco, la lucha por la libertad y la democracia, por la superación de las viejas estructuras, la influencia de la iglesia, la cultura reaccionaria dominante, por la modernización de la sociedad y el Estado, encontraba en los países democráticos de Europa occidental que habían desarrollado el llamado “Estado del bienestar” una referencia para amplios sectores de la población.

4_pinocho ©Tovar

Este contexto de aspiraciones, referencias y utopías explican en parte la opinión ampliamente mayoritaria entre los pueblos del estado español a favor de la participación e integración en la Comunidad Económica Europea, que se mantuvo incluso con la aprobación del Acta única en 1986, la firma del Tratado de Maastricht en 1991, el nacimiento del Mercado Único en 1993, y la puesta en marcha de la moneda única en 1999 dieron lugar a la actual Unión Europea.

Durante los 50 años que discurrieron tras el fin de la II Guerra Mundial y la constitución del contrato social que dio lugar al llamado “estado del bienestar”, acontecieron cambios que explican las características y modelo final de construcción de la UE, que se sitúa en las antípodas de aquel acuerdo inicial. En su fase final  se produjo un auge de las tesis fundamentalistas neoliberales (simbolizadas por los gobiernos de Margaret Tacher y Ronald Reagan), y el colapso de los países del llamado “socialismo real”, que abrió paso a una reinterpretación de la función del Estado, la hegemonía de la tesis del “Fin de la Historia” y una restauración del modelo de relaciones económicas capitalistas en su forma más retrógrada.

Es en este contexto que se da el impulso decisivo a la Unión Europea con una propuesta ya abiertamente neoliberal que se encarna en el Tratado de Maastricht, que ponía el énfasis en la construcción monetaria y desregulada fiscal y socialmente de Europa, evitando fundamentar su construcción mediante un acto constituyente, político y democrático, que sentara las bases de un auténtico proto-estado europeo, con un Parlamento con todos los poderes para legislar, conformar y fiscalizar la acción de gobierno, de un verdadero gobierno económico y fiscal europeo, el desarrollo de una rápida armonización social y fiscal, de la cohesión económica que superase las asimetrías, por medio de la puesta en marcha de la solidaridad interterritorial.

El Tratado de la Unión Europea firmado el 7 de febrero de 1992 en la localidad holandesa de Maastricht, y su programa de prioridad de la estabilidad de precios y las tasas de interés, de estabilidad de cambio entre las monedas nacionales y de reducción del déficit y la deuda, establece auténticas camisas de fuerza neoliberales que imprimieron el modelo de construcción de la UE que conocemos, gozó de un amplio consenso no solo entre las fuerzas de la derecha, sino de una desdibujada socialdemocracia, soportando únicamente una oposición casi testimonial de sectores minoritarios de la izquierda que premonitoriamente levantaron su denuncia y oposición advirtiendo sobre los peligros que dicho modelo representaría en un futuro.

La decisión del Consejo Europeo en mayo de 1998 de poner en marcha la moneda única, el euro, y  el Banco Central Europeo con el objetivo de priorizar la estabilidad de precios y una estructura “independiente” significó un paso decisivo hacia la UE que conocemos.

Sin embargo aquel engaño empezó a mostrar sus limitaciones a pesar de todo el aparato mediático, que financiado y apoyado por los sectores financieros le dio soporte. Así se empezaron a producir manifestaciones de rechazo en torno al refrendo de la Constitución Europea, cuando diversos pueblos empezaron a advertir su claro signo monetario y neoliberal en 2005. Su rechazo por la mayoría ciudadana en Francia y Holanda abrió una profunda crisis política que todavía perdura.  El remedo puesto en su lugar en 2007, el llamado Tratado de Lisboa, seguía impulsando la desregulación de los mercados y mantenía lo fundamental de la orientación neoliberal de la Constitución fracasada, pero se intentaba resolver el problema con una huida hacia delante con la incorporación de 10 nuevos países. Hay que tener en cuenta que en la mayoría de ellos, sus clases populares desconocían ampliamente el contenido efectivo de la desregulación neoliberal, que percibían aparentemente como algo positivo frente sus anteriores economías fuertemente centralizadas e ineficientes.

A lo largo de esos años de implantación de la moneda única, en un ciclo de bonanza y crecimiento económico, se logro mantener ocultos los desequilibrios económicos que se fueron acumulando entre los países del Euro. Mientras países como Alemania acumulaban un gran superávit comercial, países como España veían disparar el déficit de su balanza de pagos y la deuda con los residentes externos. Los mecanismos de “engrase”, los llamados fondos de cohesión, que tenían como objetivo compensar las desventajas provocadas por el desarme arancelario y el libre comercio entre países desiguales, realizar una mínima redistribución, y atraer a nuevos países hacia la Unión, fueron disminuyendo para aquellos países, que como España, se acercaban a la media de renta de la UE a causa de la incorporación de 10 países de renta mucho más baja.

Pero finalmente, el estallido de la “Gran recesión” en 2008 puso al desnudo los desequilibrios acumulados desde la implantación del Euro. Mientras Alemania superaba rápidamente la recesión y acumulaba de nuevo un superávit comercial, países como España que gozaban hasta el desencadenamiento de la crisis 3 puntos de superávit en los presupuestos del estado y una deuda pública del 36% del PIB, conocieron un fulgurante ascenso de su déficit presupuestario y de su deuda pública originada por la socialización de pérdidas de la deuda exterior de la Banca y las empresas. También en otros países, como Grecia, Portugal e Italia, con estructuras productivas y financieras más débiles, o en el caso de Grecia con desequilibrios contables ocultos, se extendió una gravísima crisis que abrió paso a los episodios de  rescate conocidos, que traen aparejados una creciente intervención de los poderes e instituciones europeas sobre sus políticas económicas y sociales. Esta intervención, que los poderes económicos han obligado a incluir incluso en las constituciones nacionales, ha provocando un rápido deterioro de su calidad democrática y la pérdida de la soberanía popular.

La sustitución por presiones  de la UE de Papandreu en Grecia o de Berlusconi en Italia por tecnócratas como Lukas Papadimos exvicepresidente del BCE, o Monti personaje vinculado a Golman Sachs, la Trilateral, o el Club de Bidelberg hablan por si mismas.

Frente el desastre desencadenado con la crisis, las huestes que han promovido el discurso neoliberal, lejos de reconsiderar su voracidad han decidido dar una nueva vuelta de tuerca sobre los pueblos de Europa con la puesta en marcha del Pacto por el euro plus y el reciente Tratado de Estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera, que obliga a modificar leyes y constituciones (como en España), para imponer la regla de reducción del déficit al 0,4% en 2013, y de la deuda al 60% en 2020, en aplicación de los intereses de los poderes económicos dominantes. Estas regulaciones, tienen un efecto desastroso sobre la economía de los países  más débiles, como es el caso de España. Con estas políticas se empuja a la depresión económica, el paro masivo y la miseria, la demolición del estado del bienestar, el autoritarismo y la destrucción de las libertades, el desmantelamiento del autogobierno en comunidades autónomas y ayuntamientos, en suma de la misma rudimentaria democracia que tenemos.

Ante esta situación de excepción democrática y de emergencia social, los riesgos de colapso de la UE se incrementan, las tensiones entre los gobiernos de la UE se multiplican. La construcción del edificio europeo por el tejado, sin cimientos firmes, hoy amenaza ruina y su derrumbe sobre sus moradores.

La primera cuestión que debemos plantearnos, es como evitamos que el egoísmo e insolidaridad de los poderes dominantes en la UE nos impongan el saqueo de nuestras riquezas y recursos para recuperar una deuda que es resultado de créditos cuyos Bancos, en gran parte asentados en Alemania o Francia alentaban la especulación, entre otras, la inmobiliaria en toda Europa.

La deuda contraída por los Bancos y empresas privados no tiene porqué pagarlo el conjunto de las víctimas de la crisis, el 99% de la ciudadanía, y en consecuencia debemos rechazar que el estado sacrifique su patrimonio (que es el nuestro) al seguir aceptando socializar dicha deuda.

No podemos resignarnos a que se aplique el reciente Tratado de estabilidad presupuestaria de la UE sobre el cual no se ha consultado a la ciudadanía, ni la reforma del artº 135 de la Constitución española, ni sus subproductos como la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria de las Administraciones Públicas. Todos ellos no son más que instrumentos para forzar el recorte del gasto social, desmantelar y privatizar los servicios públicos, recentralizar el Estado e imponer el Estado Autoritario.

De todo ello se desprenden varias conclusiones:

  • Hemos de declararnos insumisos frente a esos Tratados, leyes y normas injustas, antidemocráticas y antisociales que nos imponen, y organizar una amplia campaña para exigir la desvinculación y su derogación.
  • Hemos de oponernos al pago de la deuda ilegítima fruto de la especulación y el fraude.
  • Hemos de levantar acta del agotamiento y desnaturalización neoliberal de la mutilada e ilegitima Constitución Española y emprender un Proceso Constituyente desde abajo.
  • Hemos de recuperar todos los instrumentos económicos públicos para reconstruir la economía al servicio de las personas.
  • Desde el empoderamiento de la clase trabajadora y la ciudadanía, hemos de impulsar una revolución democrática y social para liberarnos del yugo del neoliberalismo, y convocar también con nuestro ejemplo a las ciudadanías y pueblos de los Estados y naciones de Europa a hacer lo propio, y a repensar colectivamente un proyecto común y compartido, basado en la democracia, la cooperación, la justicia, la solidaridad y la paz.
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