Montserrat Galcerán, Filosofa, Catedrática Emérita de la Complutense
«A poco de volver tras varios meses de ausencia del país, los escándalos de corrupción que se suceden me han dado la medida justa de lo que está pasando: Esperanza Aguirre logrando traerse a Carromero; Convergencia i Unió acusados en Catalunya; Rodrigo Rato colocado en Telefónica; Güemes fichando para la sanidad privada en Madrid y, por último, el escándalo Bárcenas. El país está convulso mientras las autoridades aparentan no darse cuenta: están ciegas y sordas, como en los peores tiempos del Franquismo».
Cuando, por otra parte, las movilizaciones no cesan. A las diversas mareas les suceden los encierros, las múltiples plataformas, las manifestaciones multitudinarias, las peticiones públicas, las noticias constantes en los foros y blogs de internet. Hay un “poder en movimiento” por parte de la población que presiona a las instituciones, pero los políticos no hacen caso. Aferrados a sus puestos, a sus cargos y a sus prebendas, y encumbrados por la mayoría absoluta en el caso del PP, o hundidos por su derrota, en el del PSOE, siguen imperturbables en sus trece.
Me parece importante constatar dos aspectos en esta penosa situación: la primera es que, a pesar de contar con mayoría absoluta en el Parlamento, el partido en el Gobierno no ha respondido a los requerimientos de la población, ni siguiera de sus propios electores. El PP ha perdido en un año casi un tercio de su apoyo electoral, y está políticamente arrinconado y en caída libre. Y el PSOE no consigue rentabilizar en su beneficio el desgaste de su contrincante.
Como consecuencia de ello, y ésta es la segunda cuestión a resaltar, hay quien puede creer que lo más urgente es un recambio en las élites políticas: sustituir los políticos actuales por otras personas que no hayan sido corrompidas todavía, que pertenezcan a otros grupos hasta ahora minoritarios a los que dar una oportunidad y lograr, con un cambio en la ley electoral, un mayor ajuste entre gobernantes y gobernados. Y hay también quien piensa que la salvación deberá venir de algún líder carismático que aflorará en el momento oportuno. No me cansaré de repetir que esta última sería, si cabe, la peor de las opciones. Pues estos deseos, tal vez bienintencionados, chocan con el lugar que ocupan los gestores políticos en la dinámica del capitalismo contemporáneo, cuando la lógica del beneficio privado se extiende a todas las áreas de la reproducción social, incluida la salud, la educación, el cuidado de la vejez… y cuando los beneficios obtenidos de la gestión de lo “común”, como el espacio urbano o los residuos, superan en mucho los que se pueden obtener de un negocio cualquiera.
En este marco la lógica de la representación no funciona, porque los partidos políticos no operan como representantes de los ciudadanos sino como potentes máquinas de absorber riqueza. La corrupción no es sólo el delito de alguien más o menos venal. Es la reacción de las élites dominantes para intentar acaparar el máximo de riqueza en un sistema capitalista que está dando señales de agotamiento global. El triángulo formado por los depósitos en los paraísos fiscales a donde va a parar esa riqueza, las estructuras políticas que la gestionan y los ingresos obtenidos, así como los pagos a sus funcionarios forman un ciclo por el que fluye, escapándose, parte de la riqueza colectiva. Como una potente máquina extractora es capaz de identificar los puntos del sistema donde se puede generar un excedente aprovechable, ya sean las licencias para la construcción, los servicios de seguridad y, últimamente, la privatización de los servicios públicos.
El sistema de partidos está sirviendo así de palanca para el empobrecimiento de una parte mayoritaria de la población, por lo que resulta evidente que nos tenemos que inventar nuevas formas de organización política, capaces de traducir la débil fuerza de los individuos y de los movimientos en una potencia colectiva de mayor envergadura y susceptibles de dar expresión política a las nuevas formas de cooperación social.
Se sitúan ahí los actuales esfuerzos ‘destituyentes’ –por desahuciar a los políticos actuales– y ‘constituyentes’ –por desbordar las actuales instituciones–. En cierta medida ambos esfuerzos van de la mano, pero no coinciden. En nuestro país conozco tres iniciativas que van en esta dirección: las asambleas constituyentes, la formación de un frente cívico propuesto por Julio Anguita y, recientemente, la puesta a punto del Partido del Futuro. Las tres son importantes pero tienen características distintas.
La más innovadora es la aparición del Partido X y eso porque sitúa su base en el mundo de la red. A diferencia de los otros proyectos, cuya composición es presencial y usan la red básicamente como herramienta de comunicación, el Partido X ‘nace’ en la red y pretende mantenerse en ella explorando formas de democracia digital hasta ahora desconocidas o poco usuales. En este sentido se coloca en el punto más avanzado de las tecnologías contemporáneas, lo que es por sí mismo un ‘plus’ frente a otros intentos. Mi duda es que justamente ese punto no le permita llegar a todas aquellas capas de la población para quienes las nuevas tecnologías siguen siendo un profundo arcano y lo encierre en un público específico: joven, mayoritariamente urbano y ducho en internet. Otro punto a considerar es que si constatamos que, a pesar de su aparente horizontalidad, la estructura de la red es relativamente jerárquica, la horizontalidad democrática no está sin más garantizada.
Lo más interesante en este intento es que aporta una concepción nueva de la metodología a seguir, pues rompe con la idea clásica de las reuniones en las que, tras los inevitables discursos, se toman determinadas decisiones, para sustituirlo por un proceso continuo a través de la red en el que se van adoptando los consensos necesarios. Su propuesta, más que en un programa, se centra en unas normas de funcionamiento que privilegian el referéndum, la votación continua y la transparencia, al estilo de lo ocurrido en Islandia y de algunas prácticas novedosas que se están experimentando en Brasil.
Localizado en la red, carece de la dimensión territorial del movimiento 15M e incluso de las asambleas constituyentes, que tienen base territorial. Entiendo que, en el debate que se abre, la dimensión tecnológica es una cuestión de importancia. La política representativa está resultando altamente peligrosa y espero que tendencialmente se convierta en algo cada vez más residual, en la medida en que la toma de decisiones se traslade a la democracia directa y participativa y a los protocolos virtuales. De ahí que, si lográramos conectar las asambleas constituyentes y el movimiento 15M con el Partido del Futuro, tal vez conseguiríamos visibilizar la ruptura en los códigos políticos que es precisa para enfrentar la situación actual. Sólo si conseguimos devolver la capacidad de decisión a las personas afectadas creando entre todas un amplio espacio de comunicación, lograremos empezar a diseñar una democracia interactiva y comunicativa a la altura del siglo XXI.
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