El fin del fin de la historia y por qué la era de las revoluciones está sobre nosotros.

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bini.jpg.pagespeed.ce.03MeeP6QM-«Las actuales revoluciones se caracterizan por una organización democrática radical, que suele excluir a las instituciones jerarquizadas y centralizadas como los partidos políticos tradicionales, a la vez que incluyen la demanda de desarrollo social – es decir políticas económicas y democratización del sistema».

Por BINI ADAMCZAK, escritora alemana

Traducción: Enrique Prudencio 

Dos años después del comienzo de la primavera árabe, mientras que las luchas de 2011 continúan aún en diferentes formas, una nueva serie de protestas aparece en el mundo: Turquía y Brasil.

Los que pensaban que los nuevos movimientos democráticos desaparecerían con la rapidez que habían surgido, pueden ver que se está demostrando lo contrario: su Yer Taksim, su Yer Direnis. Taksim está en todas partes, en todas partes está la resistencia, es la consigna que nos recuerda que no hemos vuelto a la “normalidad” todavía. Lo que por otra parte no ocurrirá. Hemos entrado en una nueva situación histórica que tiene poco que ver con lo que la generación de los que ahora tienen entre 15 y 45 años de edad han tenido que aceptar hasta hace poco, en la vida política y cotidiana “normal.”

El fin de la historia ha llegado a su fin. Cuando Francis Fukuyama anunció el “fin de la historia” en 1992, se limitó a decir que no habría alternativa al capitalismo liberal, nunca más. En este relato no tenemos que poner en cuestión ese “nunca más” característico de la ideología burguesa. Lo hicieron los zapatistas en 1994, los movimientos contra la globalización lo hicieron en Seattle en 1999 y en Génova en 2001.

Al mismo tiempo, el final de la historia caracteriza una realidad innegable. Y fue precisamente en su crítica donde esta realidad se confirmó. En ningún otro momento de la historia un lema como “otro mundo es posible” habría sacado tanta gente a la calle. Mientras que en otros momentos históricos la pregunta hubiese sido ¿Cuál de los mundos posibles es más necesario y deseable?, la pregunta durante este tiempo era si había alguna alternativa en absoluto al mundo existente.

El fin de la historia marcó la realidad en la historia del mundo que surgió después de la caída del bloque socialista, y fue validada 10 años después, con el 11/9. Esta realidad ha cambiado los motivos principales con los que trató de justificarse la política de la competitividad. La esperanza de un futuro mejor fue reemplazada por el temor de que el futuro fuera aún peor que el presente. Y este presente, que progresivamente ha ido degradando las vidas de la mayoría, sería al parecer, para siempre.

Ahora bien, el fin de la historia es la historia misma. Visto desde el futuro que ya ha comenzado, esta époc histórica habrá comenzado en 1991 y habrá durado exactamente 20 años, hasta la primavera árabe. Como si la historia estuviese astutamente tratando de encontrar la fase más eficaz para su regreso, este regreso ha tenido su principio – entre todos los lugares posibles – en esa región del mundo que tanto el colonialismo como el nuevo orden mundial han considerado ahistórica o caminando hacia atrás en el mejor de los caso.

Periodistas de televisión del noroeste del mundo miraban los fotogramas, acelerados por la tecnología de la comunicación, de las revoluciones de Túnez y Egipto y se reconocían a sí mismos en los activistas de la pantalla: “ellos” parecíamos “nosotros”.

Al igual que en los grandes ciclos revolucionarios del siglo XX – 1917, 1968 y en menor grado 1989 – en 2011 las revoluciones se expanden de ciudad en ciudad y de región en región, cruzando las fronteras estatales.

Y lo mismo que en los ciclos anteriores en este ciclo también se inician en la periferia del orden global y avanzan con más o menos éxito de Sidi Bouzid a El Cairo y más adelante a Deraa, a Al-Manama y Sanaa, “corazón de la bestia”; a Atenas, Madrid, Tel Aviv, Londres, Santiago de Chile y de ahí a Wisconsin, Nueva York, Frankfurt, Oakland, Moscú, Estambul, Ankara, Sao Paulo y Río de Janeiro.

En algunos lugares, como por ejemplo Túnez, Grecia y Turquía (aquí sobre todo con la lucha de los kurdos), muchos años de huelgas y protestas precedieron a los acontecimientos actuales. No obstante, cada una de las insurrecciones actuales fue inesperada, aunque algunas más que otras, sobre todo en los países árabes, donde en la última década se ha dado la tendencia a implantar la democracia por medio de la guerra.

Lo cual se puede aplicar también a Israel, donde cada cuestión política y social se ha sobredimensionado y siempre ha quedado zanjada por medio de la guerra persistente. Y lo mismo ocurre respecto de EE.UU., que no ha visto esas grandes protestas y amotinamientos por la emancipación desde la década de 1960. Y también es de aplicación a Rusia que es prácticamente la patria del periodo posterior al fin de la historia, donde la tradición autocrática del zarismo ha hecho que cualquier intento de emancipación parezca tan fútil como azaroso.

Incluso después de dos años de rebeliones por todo el mundo, nos sorprendimos de nuevo con la ocupación del Parque Gezi en Turquía y con un movimiento de masas brasileño en lucha por el cambio social. Ninguno de estos levantamientos fue predecible, o por lo menos nadie se jactó a posterior de haberlo previsto. Pero, en general las revoluciones plantean no solo la cuestión de su imprevisibilidad sino también la de su reconocibilidad una vez que han empezado a caminar.

La incertidumbre de muchos espectadores acerca de si los procesos que estaban viendo en la televisión, calificados de revoluciones, tenían realmente o no antecedentes históricos. A menudo, y probablemente debido a que resulta más agradable de esta manera, se han identificado revoluciones donde nunca han ocurrido, aunque la desilusión al descubrir el engaño también queda registrada.

Un mes antes de la Revolución Rusa de Febrero, Lenin predijo: “Nosotros los viejos, probablemente no viviremos para ver las batallas decisivas de esta próxima revolución.” Y Shlyapnikov, el líder bolchevique de Petrogrado, dijo incluso después de producirse “esta próxima revolución”, el 27 de febrero de 1917: “No hay revolución y no tendremos revolución a corto plazo. Tenemos que adaptarnos a un largo periodo de reacción.”

Es precisamente en su improbabilidad en lo primero que coinciden los diversos movimientos rebeldes de 2011. Generalizando solo este criterio de improbabilidad, podría resultar paradójicamente probable que se diera un movimiento revolucionario incluso en Alemania.

El antagonismo y la diferencia.

La diversidad de probabilidades históricas inherentes a las situaciones revolucionaras hace que resulte difícil interpretarlas. El curso ambiguo de una revolución suele emerger solo retrospectivamente. Sin embargo, esta ambigüedad es también el efecto de una historiografía homogeneizadora que se fabrica sobre todo por parte de los revolucionarios que fueron capaces de institucionalizarse como victoriosos.

Incluso la primera revolución socialista victoriosa (1917 en Rusia) no pudo cumplir con la repetida afirmación de una trayectoria franca y directa, o que al menos tuviera un programa claramente definido.

Los bolcheviques, por ejemplo, gracias a los cuales la revolución se hizo inmortal con el nombre de la “revolución de octubre”, eran una facción poco conocida al comienzo de la revolución. Incluso sus consignas más básicas, como “Tierra y Libertas”, se interpretan de formas muy diferentes. Los campesinos, por ejemplo, terminaron aplicándolas de formas inesperadas y no deseadas por los “autores” de la consigna: sencillamente se apoderaron de las tierras feudales por la fuerza – sin intervención del Estado – y establecieron las comunas rurales.

Tales irregularidades se produjeron a pesar de que el partido comunista, que surgió de la revolución como aparente vencedor, tenía el corazón puesto en la eliminación de la ambigüedad política y a favor de una línea política clara, con métodos expeditivos y efectos contrarrevolucionarios.

Tal vez hay un reduccionismo leninista específico de la revolución encarnada en una creencia: que la polifonía del órgano de la revolución debe ser silenciada en favor de la lógica de la decisión y debe tener una sola voz encarnada por una la línea del partido, un comité central y un líder.

Por tanto, la ambigüedad de las revoluciones actuales no es una novedad postmoderna ni algo que debamos desear que desaparezca precipitadamente, aunque pueda resultar confuso y potencialmente amenazador ver las banderas de los ultranacionalistas rusos junto a las banderas del arco iris LGBT y las pancartas anarquistas, en las manifestaciones contra Putin o nacionalistas turcos marchando junto a izquierdistas, feministas, kurdos y “anticapitalistas musulmanes” en Estambul.

Tal vez la tarea asignada a una política revolucionaria no sea la de ver un antagonismo en cada diferencia, ni meras diferencias entre antagonismos reales.

Revolución y reacción.

Los revolucionarios rusos de 1917 estaban convencidos de que sólo podían tener éxito si la revolución se extendía a todo el mundo capitalista. Pusieron todas sus esperanzas en Alemania y esta les decepcionó. Hoy Alemania desempeña un importante papel una vez más: el papel de centro contrarrevolucionario (el que ha interpretado con maestría históricamente).

Con su política deflacionaria, bajos salarios, divisas y exportaciones baratas, Alemania ha contribuido en grandísima medida a la crisis – que ahora se agrava por la aplicación de las medidas de austeridad – y al mismo tiempo se lucra con ella (que es por lo que “Blockupy Frankfurt es tan importante. Para demostrar que la exportación alemana de la crisis también conduce la importación de protesta mundial).

Hoy en día, una vez más, el éxito de las revoluciones dependerá de su capacidad para dinamizarse y radicalizarse entre sí. A pesar de las diferencias entre los movimientos de distintos países, resultan obvias las similitudes entre ellos, evidentemente: la movilización digital, ocupación de plazas públicas – Plaza Tahrir, Puerta del Sol, Plaza Syntagma, Plaza de la Libertad, Plaza de Taksim – protestas no violentas, si es posible, y posicionamiento contra el Estado.

Por encima de todo, estas revoluciones se caracterizan por una organización democrática radical, que suele excluir a las instituciones jerarquizadas y centralizadas como los partidos políticos tradicionales, a la vez que incluyen la demanda de desarrollo social – es decir políticas económicas y democratización del sistema.

El carácter global de los movimientos revolucionarios se ha hecho visible cuando los manifestantes de Egipto han salido con pancartas que muestran su solidaridad con los trabajadores en huelga de Wisconsin, cuando las manifestaciones de solidaridad con los turcos concentrados en Taksim y hasta campamentos similares a los suyos, aparecieron en Nueva York, así como en Atenas y Berlín.

Un grupo enseña al otro grupo nuevas formas de protesta y organización. Al mismo tiempo el grupo puede aprender precisamente del hecho de que otro grupo adopte su estrategia, y que el derrocamiento de un dictador o de un consejo militar no conduce directamente a una democracia digna de este nombre. Justo cuando los manifestantes egipcios conquistaron la libertad de prensa, los periódicos y la radio-televisión pública de Grecia se cerraron porque ya no eran rentables.

Esta limitación de la democracia capitalista se demuestra más claramente cuando el ex presidente griego George Papandreou anunció un referéndum sobre el paquete de rescate impuesto por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y El FMI. A pesar de que el referendo ya era extorsivo porque preguntaba si Grecia deseaba permanecer en la Unión Europea o no, fue cancelado dos días más tarde, después de que intervinieran los primeros ministros de las potencias económicas más fuertes de Europa, Angela Merkel y Nicolas Sarakozy.

Algunos meses más tarde, los políticos alemanes recomendaron aplazar las elecciones en Grecia o, mejor aún, nombraron comisario del presupuesto que podría anular al parlamento griego. La posibilidad de un Gauleiter fue rechazada. Pero las condiciones impuestas por las medidas de austeridad, no eran muy diferentes al final. Al gobierno griego se le controla férreamente por el Grupo de expertos de la Comisión Europea y el FMI y debe transferir regularmente una suma de dinero para el rescate de la deuda a una cuenta especial, en la que puede ingresar pero no sacar dinero.

La democracia – tal es la lección de esta demostración de poder – queda limitada bajo las condiciones del capitalismo y totalmente anulada en el momento en que puede causar problemas al sistema. Por ello los gobiernos electos pueden ser sustituidos por expertos cuya “experiencia” consiste en que se les otorga competencia para ejecutar los requisitos impuestos por el capital. ¿Para qué queremos sufragio universal, si no tenemos nada que votar?

La Crisis y el Capital

El carácter explosivo de los movimientos revolucionarios deriva de esta situación, por inofensivos que todavía puedan parecer. La crisis financiera mundial que explotó en 2008/2010 es la peor desde la Gran Depresión de 1929 y la crisis de 1974, y sigue en expansión. Aquí el capitalismo presenta su sinsentido absoluto, su disparate como sistema económico.

En EE.UU. y España hay personas se ven obligadas a vivir en tiendas de campaña. Aunque se construyeron decenas de millones de viviendas de más y la mayoría están vacías, los vecinos son desahuciados por no poder pagar los plazos de la hipoteca. En España, Grecia e Italia se lamenta la escandalosa tasa de desempleo juvenil y al mismo tiempo se retrasa la edad de jubilación.

En Alemania se incrementa la tasa de productividad del trabajo (las misms mercancías se producen en menos tiempo) y la vez se aumentan las horas de trabajo. En Grecia, con el fin de evitar la bancarrota que produciría un empobrecimiento social, se incrementa el empobrecimiento social (a pesar de que puede provocar la bancarrota).

Sin embargo, las clases dominantes no pueden o no desean encontrar una salida a la tragedia (algo que suele ser un indicador de una inminente situación revolucionaria). Mientras que los intelectuales burgueses de Europa, como Charles Moore o Frank Schirrmacher, lloran por la izquierda para salvar el capitalismo, la derecha norteamericana sostienen a través de su canal de propaganda FOX NEWS que el coste de los rescates no deben pagarlos los multimillonarios, sino más bien el 50% de los pobres. “Estos pobres, se dice, no son pobres, después de todo, ya poseen frigorífico”.

Lo nuevo de esto no es el escándalo moral, sino la ineptitud del capital para trascender sus intereses particulares. De esta manera, ni el imperio estadounidense puede ser rescatado, ni se reproduce el modo de producción capitalista.

No obstante, hay que resolver la crisis. Los movimientos revolucionarios actuales, al igual que sus antecesores, se ven amenazados por la misma corrupción, no menos antisistémica. Y al mismo tiempo, movimientos fascistas, reaccionarios o islamistas radicales, están listos y a mano en todo el mundo.

En Hungría, por ejemplo, esas fuerzas reaccionarias han adquirido gran poder con el gobierno de Fidesz y el movimiento Jobbik. En Grecia, como resultado de la crisis, los fascistas se han convertido en solo dos años el tercer partido del país, como si la historia quisiera repetirse. Consecuencias reaccionarias a la crisis son, entre otras, la segregación sexista y la exclusión racista. Por otra parte, está el keynesianismo militar, históricamente exitoso, la supresión de la competencia y la destrucción productiva del capital: esto significa la guerra.

Las revoluciones democráticas por lo tanto, deben poner fin al mal y evitar lo peor. En su intento histórico mundial para abolir la explotación, el socialismo ha caído en desgracia lamentablemente y con efectos duraderos. Pero ahora el modelo liberal democrático también pierde gran parte de los atractivos que, comparado con los países del Pacto de Varsovia, tenía hace veinte años. El eterno presente del capital ha terminado por ahora. Por primera vez en nuestro tiempo, la historia está abierta de nuevo a las sugerencias.

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