«Anunciemos menos y hagamos más: las revoluciones internas, democráticas y sociales que proclamamos, hagámoslas. Tocan hechos. Hechos, hechos, hechos. En torno a ellos formaremos parte de quienes construyamos el cambio».
Hugo Martínez Abarca miembro de la Federal de IU,
En la presentación del libro Contra la ceguera, que se puede ver en el vídeo que publicó cuartopoder, Julio Anguita comenzaba citando el mito de Casandra. Según tal mito, Apolo concedió a Casandra el don de la profecía a cambio de su amor, pero al ver que finalmente Casandra se lo negaba Apolo convirtió el don en una maldición: Casandra podría predecir el futuro con exactitud, sí, pero nadie creería sus profecías. Así, Casandra anunció la caída de Troya, la muerte de Agamenón… pero nadie le hizo caso por lo que sus profecías fueron tan sólo un foco de frustración por el sufrimiento que se podría haber evitado de haber escuchado.
Usaba el mito Anguita para explicar cómo en los años de las vacas gordas hubo un grupo no menor de economistas, activistas sociales y políticos y la propia Izquierda Unida que alertaban de que se estaba incubando el huevo de la serpiente, de que Maastricht, la economía de la especulación ladrillera, las privatizaciones… traerían la miseria y los recortes sociales y democráticos que estamos padeciendo.
Posiblemente se pueda interpretar el uso del mito de Casandra con más extensión.
Cabe pensar una versión aún más cruel del castigo a Casandra: que sí, que le hicieran caso, que le dijeran a Casandra que sí, que Troya iba a caer, que cada profecía de Casandra era exacta. Pero llegado el momento no se tomara ninguna medida que respondiera a los riesgos anunciados.
Es lo que el amigo Manuel Monereo llama “dejar pasar el balón pero no el jugador” y es en buena parte la maldición que desde hace años tiene Anguita (las cosas que Anguita dice) en el seno de la izquierda.
En esta perversión del mito a Casandra se la pondría en un pedestal, para evidenciar una desmedida adoración, se repetiría lo que dice Casandra como si en vez de ser enunciados (verdaderos o falsos) fueran letanías que se repiten en señal de respeto ceremonioso; y finalmente no se haría caso alguno a su contenido.
En 2008, Julio Anguita presentó en el PCE una propuesta para la refundación de la izquierda con un título que explicaba la urgencia de la propuesta: “No hay tiempo para más dilaciones”. Igual si en 2008 hubiéramos seguido la hoja de ruta (bastante concreta) de aquella propuesta hoy el país y la alternativa rupturista estaríamos en una situación distinta. A Casandra al menos su propia familia le dijo que estaba loca y la encerró en su casa.
A Anguita le dimos la razón: las propuestas que Anguita presentaba en aquel artículo fueron literalmente incorporadas al documento político que se aprobó en noviembre de 2008 en la IX Asamblea de Izquierda Unida. Pasó el balón, se dio la razón a Anguita… pero leer hoy, seis años después, aquello que no podía permitirse dilación sólo produce la melancolía de lo que tendríamos que haber hecho y alguien decidió que no hiciéramos.
No ha sido la única propuesta que ha lanzado Anguita desde entonces. Uno de los proyectos político-sociales más interesantes que se ha puesto en marcha en los últimos años es el Frente Cívico “Somos Mayoría”, que ha sabido hacer una lectura clara de la crisis de régimen y la necesidad de articular la mayoría social huyendo de identidades fagocitadas por el bipartidismo y que puedan suponer fronteras retóricas dentro de esa mayoría social apaleada.
Se trataba de organizarse en torno a unas pocas medidas sociales concretas y la exigibilidad de todos los derechos humanos y hacerlo de una forma radicalmente democrática y participativa. Democracia y derechos humanos, esto es, una propuesta nítidamente gramsciana que buscaba robarle elsentido común a los grupos dominantes para generar una hegemonía emancipatoria.
Y desde ahí entendernos las fuerzas que defendemos una ruptura democrática para que nuestro pueblo se gobierne, para construir un nuevo modelo de país que no sea mercancía en manos de banqueros y élites políticas cooptadas.
Ello forma parte de las reflexiones que hizo suyas Izquierda Unida en su X Asamblea Federal, en 2012, adoptando como política propia el proceso constituyente que vertebre el cambio político al que aspiramos.
Pero en los discursos hechos en nombre de IU se ha confundido tal proceso con una mera elaboración de un nuevo texto jurídico. ¿Se imagina alguien que ante las protestas por la sucesión borbónica alguien relevante de IU hubiera dicho que no hay que reivindicar la República ahora sino ganar las elecciones para entonces, con el BOE en la mano, cambiar el país? ¡
Ese ha sido el discurso de los monárquicos: “¡Cuando los republicanos ganen las elecciones ya hablaremos!” ¿Cómo hemos podido usar ese mismo argumento contra la política constituyente que hemos decidido colectivamente que es la nuestra?
Ni Julio Anguita ni nadie tiene el don de la profecía. De las mejores enseñanzas de la letra deLa Internacional está la de que ni en dioses, reyes ni tribunos está el supremo salvador. Pero una mínima señal de respeto habría sido discutirle: en vez de darle la razón demostrando con la práctica que no se creía que la tuviera, se debería haber discutido, haber discrepado.
Uno discutiría hoy con Julio Anguita, por ejemplo, la pertinencia de reivindicar el programa, programa, programa cuando esa práctica de “dejar pasar el balón pero no el jugador” comienza dejando pasar programas con todo tipo de cosas que no se piensan hacer.
Creo que hoy sería mucho más útil reivindicar hechos, hechos, hechos como base para cualquier convergencia, como único garante de que no se está haciendo un discurso para silenciar a quienes defienden que su contenido se ponga en práctica.
Como decía entonces Anguita, no hay tiempo para más dilaciones.
Cambiemos los pedestales por el respeto intelectual, discutamos aquello de lo que discrepemos. Y sobre todo, anunciemos menos y hagamos más: las revoluciones internas, democráticas y sociales que proclamamos, hagámoslas. Tocan hechos. Hechos, hechos, hechos. En torno a ellos formaremos parte de quienes construyamos el cambio. Con hechos que respalden que nos creemos lo que decimos el cambio será imparable.