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Gamonal: entre la izquierda y la identificación colectiva

imagesUna pregunta importante 

“¿ La agenda política va a estar marcada por aquello que preocupa a la izquierda, o por contra, por lo que preocupa a los trabajadores.?”

Guillem Murcia, Rebelión

 “Se  acusa a la gente que hace propuestas de ruptura con el status quo de “perjudicar a la izquierda” o de “dividirla”, es extraño. Parece que la preocupación esté únicamente depositada en el bienestar de ese ente abstracto, esa metáfora que es la izquierda”.

Hace unos años, una serie de grupos y organizaciones antifascistas, anarquistas y socialistas, tanto ingleses como escoceses, decidieron confluir para formar un partido político estable. A todos ellos les unía su oposición al capitalismo y la vía del New Labour, y, más allá de la retórica habitual de la izquierda anticapitalista, su principal preocupación era poner las cuestiones que atañían a la clase obrera en el foco de la acción política.

La Independent Working Class Association (IWCA) lleva desde el inicio de sus días intentando canalizar las demandas de los trabajadores de los council estates (proyectos públicos de vivienda de carácter más o menos uniforme destinados a alojar a familias de renta baja) británicos, enfrentándose cara a cara a la ultraderecha que intenta pescar votos de trabajadores blancos en las aguas revueltas de las barriadas con altas tasas de desempleo, y denunciando el falso dilema de tener que elegir entre los conservadores o el New Labour.

Quizás su análisis de la sumisión inconsciente de buena parte de la izquierda al discurso thatcherista de fragmentación feudal de la sociedad y de la espiral descendente provocada por las identity politics que acaba en destinos reaccionarios, sea el más interesante dentro de todos los partidos radicales británicos, Socialist Worker Party o coalición RESPECT incluidos.

Para ejemplificar su actitud de intentar hacer que fuesen los propios habitantes de los estates los que ejerciesen el poder político en los mismos, la IWCA adoptó un eslogan conciso y contundente: “Working-class rule for working-class areas” o “Gobierno de la clase obrera en áreas de clase obrera”.

Es de suponer que los fundadores de la IWCA estarían muy satisfechos de haber sabido que, casi veinte años después, los habitantes de un barrio a miles de kilómetros de los estates que ellos querían representar, pero en condiciones no tan diferentes, llevarían a la práctica su eslogan.

Porque ésa ha sido la historia de Gamonal que ha saltado a los medios. Un barrio que se nutrió en los años 60 de inmigración proveniente del éxodo rural, afligido por el paro, gobernado por un consistorio que es incapaz de adaptarlo al paso del tiempo, por desidia o desinterés, y que hace unos meses empezó a protestar contra el proyecto de construcción de un bulevar que lo atravesaría y mutilaría.

Un bulevar con un coste de más de 8 millones de euros, que dejaría a la mayoría de vecinos incapaces de aparcar (de la forma precaria a la que ya se ven obligados a hacerlo). La historia la cuenta con detalle Ignacio Escolar, haciendo hincapié en el combo de abandono del gobierno municipal hacia el barrio y corrupción inmobiliaria rampante en Burgos (Escolar 2013)⁠.

Cuenta con un protagonista interesante: el mismísimo promotor de la obra del bulevar con aparcamiento privado es un empresario de la construcción condenado por corrupción urbanística a siete años y tres meses de prisión, de los cuales, misteriosamente, sólo llegó a cumplir nueve meses. Tiene una alta influencia en la política municipal y autonómica, y es propietario de un grupo de comunicación con varios periódicos.

Tras meses de protesta pacífica, estallaron finalmente los disturbios en el barrio al empezar las obras. La narrativa en los medios era curiosa: en Antena 3 Noticias, por ejemplo, se hablaba de “violencia en una protesta vecinal contra unas obras” pero se tranquilizaba al espectador al afirmar que las mismas continuarían una vez pasados los enfrentamientos. Daba la casualidad de que el conflicto coincidió con choques entre la policía y jóvenes de otro barrio trabajador, éste en Melilla.

En este caso sí que se mencionó la alta tasa de desempleo, mientras que en el caso de Gamonal la sensación que le quedaba a uno tras ver el informativo era que unos cuantos gamberros se habían dedicado a reventar una protesta vecinal. Vándalos por un lado, y cuatro vecinos que se habían quejado un poco, pero ningún problema, porque en breve las obras continuarían y se terminarían. Como se ha sabido después, eso no ha sido así, y tras enfrentamientos prolongados entre la policía y los vecinos, el ayuntamiento ha dado marcha atrás en el proyecto, al menos por ahora, y el bulevar ha quedado sin construir.

El seguimiento del conflicto en medios de comunicación de izquierda y en redes sociales había sido intenso, apoyando la lucha de los vecinos y vitoreando cada nueva noche de caceroladas y barricadas. Cuando se conoció la paralización de las obras, la alegría fue generalizada.

El problema es que el debate se volvió a trasladar al consabido eje rotatorio de “violencia sí-violencia no”. En varias ocasiones, las opiniones parecían quedarse en alabanzas a las gónadas de los trabajadores que viven en ese barrio, y a proclamar que, de exhibir ese comportamiento, todo cambiaría y numerosas demandas hasta ahora ignoradas, serían tenidas en cuenta.

Es un problema que el debate en la izquierda tienda a dar vueltas en torno a manifestaciones visibles conflicto y no a los procesos que delimitan los bandos de ese conflicto, desarrollados entre bambalinas, pero en nuestra opinión, mucho más relevantes. En el caso de Gamonal, lo que ha motivado una actuación colectiva ha sido en gran medida la identificación colectiva de los vecinos del barrio como agraviados por dos problemáticas relacionadas y que se retroalimentan: la desigualdad material y el déficit democrático.

Desigualdad material porque en un barrio con una guardería a punto de cerrar por falta de 13.000 euros, el dinero municipal, el de todos los ciudadanos, se iba a destinar a un bulevar que no parecía destinado a resolver las necesidades del barrio, sino que de hecho iba a a acrecentarlas en algunos aspectos (como por ejemplo, la falta de aparcamiento que comentábamos). En un barrio especialmente afectado por el paro derivado de una crisis económica causada por intereses como el del propio impulsor del proyecto, la visión a medio y largo plazo no era de mejoría.

Déficit democrático porque, la falta de previsión de mejoría no se podía achacar a la simple falta de recursos, sino a la desviación de los mismos para satisfacer intereses ajenos, no de los vecinos. Es decir, los vecinos pudieron constatar como su representación democrática era prácticamente inexistente.

Su voz, su opinión en cómo destinar los recursos de todos, iba a pasar desapercibida, porque la de otro u otros pesaban mucho más. Isidro López compara este desarrollo de frustración participativa con el caso de un diseño urbano que habría intentado cambiar la disposición de las paradas de autobús y que tuvo que tirarse atrás al ver encima del mismo a los jubilados que no querían cambiar su rutina al usar el transporte público.

Este plan tenía en cuenta una suerte de participación ciudadana, pero una que la reducía a dejar opinar a los ciudadanos sin que tuviese ningún efecto en el resultado final (López 2014)⁠. Es decir, a oír sin escuchar.

Algo a lo que parece suscribirse Victor Soriano Piqueras, que escribía en el Huffington Post a favor del proyecto, defendiendo la necesidad de “marginalizar el aparcamiento” y mostrando su tristeza porque una “masa social” hubiese tomado la calle para protestar contra la construcción del bulevar. Para Soriano, el proyecto era un paso hacia “ciudades a escala humana, que sirvan para la interrelación social, para el comercio, para el ocio, para el juego de los niños o el paseo de los adultos”.

De hecho, considera que la participación de los propios ciudadanos en los procesos urbanísticos “ha conducido hasta ahora a resultados indeseados y técnicamente incorrectos”. Hay que tener en cuenta que lo que Soriano defiende era un proyecto urbanístico que no iba a “maginalizar el aparcamiento” en pro de una ciudad más sostenible o la potenciación del transporte público.

Como explica Ignacio Escolar en el artículo que hemos citado, el proyecto urbanístico consistía en la construcción de un bulevar con aparcamiento privado, con plazas de alto coste que además ni siquiera serían en propiedad, sino en alquiler de 40 años. Eso no es incentivar otras formas de transporte que no sean el coche. Eso sería considerar irrelevantes las necesidades de transporte, de unos vecinos que tienen que desplazarse, sea para el trabajo o para su vida cotidiana.

Y eso a Soriano parece no importarle, porque para él lo relevante es un análisis técnico que llega a una conclusión determinada, y si los propios afectados en la misma están en desacuerdo, están equivocados. El razonamiento es altamente incongruente si se tiene en cuenta que según Soriano, el proyecto se inscribía en la dirección de hacer las ciudades “pensadas para lajoie de vivre” (sic) (Soriano 2014)⁠.

Sería interesante saber cómo determina Soriano mediante la “técnica” Soriano la forma de hacer que los ciudadanos disfruten y gocen de la vida, según la expresión francesa que utiliza, máxime cuando parece considerar que los propios vecinos no tienen voz ni voto en el tema.

¿O es que piensa que la “joie de vivre” que quiere promover el proyecto va a ser la de otros, no la de los vecinos del barrio? ¿Qué sentido tiene hacer ciudades a para la “interrelación social”, como dice él, de otras personas que no incluyen ni por asomo a los trabajadores que viven en el propio barrio? ¿Será un proyecto que permitirá a gente con alto nivel adquisitivo pasear por el barrio y contemplar a los vecinos, como si fueran turistas, o como si visitasen un zoo?

Es de esta forma en que creemos que, con la confluencia de la desigualdad material y el déficit en la representación democrática, los vecinos pudieron verse a sí mismos como un sujeto colectivo, receptor de un agravio unitario, y por tanto, responder de forma agregada al mismo. No es tanto el que respondiesen con cacerolas, piedras, gritos o votos, sino el que los que sufren una injusticia se percibiesen a sí mismos como sujeto colectivo afectado por una problemática común y capaz de ejercer una respuesta, dirigida de forma concreta.

Por supuesto, a ello ayudan años de una tradición asociativa y de convivencia comunitaria de antiguo pueblo reconvertido en barrio, trato cotidiano y relación interpersonal que parece que se daban en el barrio (Gómez 2014). En comentarios y viñetas posteriores al estallido del conflicto se quería representar a España como un mapa repleto de cerillas, de las cuales, la que estaba encendida y supuestamente iba a desencadenar la llamarada, estaría en Gamonal.

Esa imagen convive con las continua indignación de parte de la izquierda sobre la “pasividad” de los trabajadores españoles ante la situación socioeconómica: explicaciones de economía sumergida, “alienación” del ciudadano medio o teorías de la conspiración sobre “cortinas de humo” urdidas por taimados políticos de los que se dice que son capaces de manipular a las masas pero a la vez, perder las elecciones (Miranda 2013)⁠.

El problema es que mientras la izquierda se empeñe en intentar ver los productos finales, como los disturbios y las llamaradas, y no el proceso subyacente que ha llevado a que se articule con esas fronteras de identificación de “nosotros los vecinos de un barrio trabajador versus un ayuntamiento que ni nos escucha ni hace uso de los recursos para resolver nuestros problemas”, lo que va a hacer es crear humo.

Es por eso que es hasta cómico el leer a algunos insistir en la caricatura del 15-M como únicamente un agitar las manos delante de la policía o extrañas derivaciones supersticiosas de biodanzas u observadores de chemtrails. A riesgo de simplificar, e intentando captar su forma más básica, el 15-M se generó en gran parte por la interacción de los dos ejes de desigualdad material y déficit democrático.

De un lado, un elevado paro juvenil y falta del futuro de bienestar material que supuestamente se había acordado de forma implícita entre generaciones. Del otro, un régimen representativo que parecía reducido al turnismo más decimonónico posible, y aquejado de numerosos casos de corrupción.

Saber generar y canalizar este proceso de autoidentificación colectiva ante un agravio, y en especial, la certeza de que es posible responder al mismo de forma agregada, es clave para llevar a cabo un cambio político de envergadura y profundidad. Y aunque pueda parecer algo excepcional o difícil, no se trata de una tarea necesariamente imposible.

Al describir el proceso de ascenso al poder de Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, Íñigo Errejón observa cómo se trata en todos los casos de figuras que “desplegaban un discursorefundacionalista que reunía a todas las dolencias sociales y las articulaba contra el orden imperante” (Errejón 2013)⁠. El contexto de América Latina y Europa del Sur puede ser diferente, pero no absolutamente incompatible en cuanto a dinámicas sociales.

Hoy en día una mayoría de la población está viendo como sus recursos materiales son reducidos en pro de los intereses de una élite, y las instituciones democráticas que supuestamente deberían servir para canalizar sus reivindicaciones, parecen prestar mucha más atención a la voz de elementos dentro de ese grupo privilegiado, que a la suya.

Sería útil que el énfasis de la izquierda, por tanto, se dirigiese a resaltar la existencia, y el crecimiento agigantado de esa desigualdad material y a ofrecer representatividad real y tangible a problemas cotidianos, como de hecho ya están haciendo las distintas Plataformas de Afectados por la Hipoteca, mareas.

Sería ésa una forma de redibujar las fronteras de los actores en el escenario político capaz de cohesionar una mayoría social rupturista. Es por eso que es un tanto deprimente y desesperanzador que, semanas después del conflicto en Gamonal, uno de los temas más candentes en los medios de difusión y comunicación de la izquierda, y en sus redes sociales, sean las discusiones acerca de nuevas o viejas candidaturas, a veces en términos muy agrios y acusaciones ya clásicas.

Todo ese esfuerzo que se vuelca en acusar a gente que hace propuestas de ruptura con el status quo de “perjudicar a la izquierda” o de “dividirla”, es extraño. Parece que la preocupación esté únicamente depositada en el bienestar de ese ente abstracto, esa metáfora que es “la izquierda”.

Por volver al análisis que hacían los militantes de la IWCA que mencionábamos anteriormente, resulta interesante recordar una entrevista realizada a uno de sus portavoces en el boletín del Red Action (uno de los partidos que se agrupó para fundar la IWCA, compuesto por militantes del trotskista Socialist Worker Party, que habían sido expulsados del mismo por protagonizar enfrentamientos callejeros violentos con bandas fascistas). En ella, el entrevistado afirmaba:

1, Any agenda must be dominated by what interests the working class rather than what preoccupies the Left. 2, What interests particular working class communities is not likely to bear any resemblance to the issues that occupy the Left, […] (Red Action 1997)⁠.

En Gamonal ya se ha dado, aunque sea de forma parcial, ese “working- class rule for working-class areas” que preconizaba la IWCA. Está por ver si en el resto del estado se va a cumplir lo que sugerían en la entrevista citada: si la agenda política va a estar marcada por aquello que preocupa a la izquierda, o por contra, por lo que preocupa a los trabajadores. Es decir, por los intereses y agravios que han sufrido y continúan sufriendo, y que permitirían trazar una conciencia política mayoritaria con voluntad y, sobre todo, con posibilidades de cambio.

 

Referencias citadas:

Errejón, Í., 2013. Sin manual, pero con pistas: algunas trazas comunes en los procesos constituyentes andinos (Venezuela, Bolivia, Ecuador). Viento Sur. Available at: http://vientosur.info/IMG/pdf/VS128_I_Errejon_Sin_Manual.pdf.

Escolar, I., 2013. Qué está pasando en Burgos. Eldiario.es. Available at: http://www.eldiario.es/escolar/pasando-Burgos_6_217738233.html.

Gómez L. “Gamonal es sinónimo de resistencia.”El Pais [Internet]. Burgos; 2014 Jan 15. Available at:http://politica.elpais.com/politica/2014/01/14/actualidad/1389726363_777780.html

López, I., 2014. Vecinos, ecologistas, tecnócratas. Available at: http://lasarmasdebrixton.wordpress.com/2014/01/16/el-gamonal-vecinos-ecologistas-tecnocratas/.

Miranda, A., 2013. “El debate soberanista en Cataluña no es más que una cortina de humo para evitar que la gente se cuestione el capitalismo.”Larepública.es. Available at: http://www.larepublica.es/2013/12/video-alberto-miranda-el-debate-soberanista-en-cataluna-no-es-mas-que-una-cortina-de-humo-para-evitar-que-la-gente-se-cuestione-el-capitalismo/.

Red Action, 1997. Declaration of independence. Interview with the IWCA. Red Action Bulletin.

Soriano, V., 2014. ¿Ciudad de “pijos”, ciudad de “obreros”? Huffington Post. Available at: http://www.huffingtonpost.es/victor-soriano-i-piqueras/ciudad-de-pijos-ciudad-de_b_4590498.html.

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Nosotros y el temblor: notas sobre Podemos, la izquierda y el acontecimiento.

images (1)«El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer.»

Pablo Bustinduy.

Es un problema que conocemos bien en política: la negación, doctrinalmente plegada sobre sí, nunca es portadora por sí sola de la afirmación. 

Alain Badiou, Éloge du théâtre

1. La democracia y lo inesperado se llevan bien. El tiempo de la irrupción –de lo imprevisible, lo irreductible- interrumpe la distribución del poder, pone freno a su simple descarga y reproducción. No sólo eso: la escisión democrática abre su propio ámbito de existencia, todos los puntos de fuga, de bifurcación, de quiebra, por los que la realidad respira el oxígeno que ella misma produce, que ella misma libera. Como mostró el 15M, no hay democracia sin acontecimiento, sin ese proceso equívoco  y singular que desdobla los campos significados y libera las prácticas y el lenguaje de su simple reproducción mecánica, previsible, repetitiva. La cuestión política, sin embargo, consiste en decidir desde dónde se mira ese acontecimiento y qué hacer a partir de él.

2. Hay una mirada que tiende a ver el acontecimiento hacia atrás, celebrando su haber sido, su ocurrir sorprendente e inefable: el acontecimiento adquiere su significado retrospectivamente, en un proceso que trata de comprenderlo, interpretarlo y reinterpretarlo, mantener su fidelidad a él. El problema de esa mirada es que todo puede acabar convertido en un asunto de pureza, un medirse con un origen milagroso, extraordinario, frente al que toda comparación ha de salir perdiendo. La conversación genera entonces una especie de pecado original (la imagen de una inocencia tan ansiada como trágicamente perdida), y al cabo su propia casta sacerdotal: guardianes de la pureza, del deber ser de las palabras y los hechos, que acaban viendo sólo lo que no es y encuentran profanaciones por todas partes. El problema de esa mirada es que osifica aquello que querría mantener vivo, aquello que querría simplemente dejar ser: la mirada se convierte así en una forma de negación que acaba desertificando la política misma, pues sostiene que la única política verdadera no se hace, sino que sucede sorpresivamente; no se produce, sino que sólo se espera (esa es la paradoja, convertida en cuestión de fe: la política como espera de lo inesperado); viene de ninguna parte y, en última instancia, no va tampoco a ningún lugar.

3. Hay otra mirada sobre el acontecimiento, una forma de ver y de hacer política que no mira sólo hacia atrás sino también hacia delante, que intenta comprender también una palabra fea: su productividad, su manera de afectar la realidad, la capacidad de seguir moviéndose y articulándose en órdenes diferentes, de seguir generando lenguaje, pensamiento, actualidad. Ese intento de comprensión, ese trabajo sobre el límite que ensancha y transforma los ámbitos de lo posible toca sin duda realidades pantanosas, desagradecidas, ambiguas: la estrategia, el horizonte, la voluntad de actuar consciente y decididamente para transformar el estado de cosas existente –aún sabiendo que las condiciones y el contexto de ese esfuerzo siempre vienen dados y no ceden fácilmente ante la belleza de los gestos y la solidez de las razones. Lo verdaderamente bello, sin embargo (y lo difícil también, cuando uno se plantea la obligación de no repetir errores del pasado) es constatar que este trabajo no sólo no es incompatible, sino que depende del acontecimiento que lo desborda y le da sentido, de esa forma de violencia que para Marx era la partera de la historia y para Heráclito, igual a la justicia y el origen de todas las cosas. Negri y Hardt expresan lo esencial de esta idea en un pasaje de Commonwealth: “el acontecimiento está dentro de la existencia y de las estrategias que la atraviesan”.

4. Esto tiene que ver con otra cuestión esencial: el problema de la orientación y la topología misma de la política, que hoy se presenta a menudo bajo forma de oposiciones más o menos lineares entre el arriba y el abajo, lo abierto y lo cerrado, lo vertical y lo horizontal. A la hora de enraizar un nuevo modo de pensar y hacer política, sin embargo, no vale reemplazar una metáfora con otra para decretar así la novedad absoluta del presente. Sin duda el acontecimiento del 15M desnudó una cierta concepción de la “izquierda”, una forma de ser y de hacer política que, en el caso español, funcionaba –sigue funcionando- como la inversión perversa y deformada del régimen del 78 (es la maldición inacabable del esperpento: la CT paseándose a sus anchas por el callejón del Gato). El 15M desbordó ese campo de prácticas y significaciones más o menos estables: un reparto de sentidos, nombres y tareas por el que la izquierda se fue arrinconando en una concepción de sí cada vez más estéril, que camuflaba su propia melancolía en un cinismo marginal, en el resentimiento o la derrisión de aquello que no lograba transformar. El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer. Pero la operación que ubica todo lo que ha venido sucediendo en un “afuera”, en una exterioridad radical al campo que venía ordenando “la izquierda” a su manera, corre el riesgo de olvidar sus propias raíces y, con ello, sus propias condiciones de posibilidad.

5. El pasaje de Commonwealth que he mencionado antes acaba citando, sorprendentemente, un texto del antifascista italiano Luciano Bolis. En el texto, elpartigiano sabe que su sacrificio es apenas un grano de arena en la lucha popular contra el fascismo, pero aún así afirma con palabras graves:

“Creo que los supervivientes tienen el deber de escribir la historia de esos “granos de arena” porque incluso aquellos que, por circunstancias particulares o sensibilidades diferentes, no fueron parte de aquella multitud, entienden que nuestra liberación y el conjunto de valores sobre los que se apoya se pagó con sangre, terror y expectaciones, y con todo lo que hay detrás de la palabra “partigiano”, que todavía hoy se entiende mal, se desprecia y se rechaza con una complacencia vana”

No cometamos ese error: el campo que durante décadas ordenó la izquierda de manera prácticamente hegemónica –dándole una palabra, un orden, un tiempo y un espacio aparentemente lisos en los que, sin embargo, apenas cabía el conflicto, y donde se terminó por negar el movimiento- es el mismo que ahora se trata de habitar, de articular, de poner a trabajar de otra manera. Ese campo es el intervalo entre las “dos ciudades” que nunca coinciden entre sí, el desgarro mismo que habita la democracia y que es fuente de toda emancipación, de toda igualdad, de toda política en sentido estricto. Ese campo no es sencillamente el de unas siglas, una identidad o una manera de interpretar el mundo: es el campo que está detrás de tantos y tantos nombres pasados, de muchos futuros anteriores tejidos de “sangre, terror y expectaciones”; es el campo colectivizado, tomado por las mujeres en lucha y el poder popular, el campo vaciado por el genocidio y el exilio, sacudido por demasiadas derrotas, también por algunas grandes victorias.

6. Ese campo, que habitan todas las luchas por la emancipación, hoy se nos presenta profundamente alterado, casi irreconocible, quebrado por acontecimientos que imponen la tarea de rechazar las cargas adquiridas y responder con gestos, cuerpos y lenguajes nuevos a una realidad y unas necesidades diferentes. Como dice el poema de René Char, otro gran antifascista, hoy se trata de reivindicar que “nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”: sin desterrar la propia historia, se trata de no abdicar la capacidad de ser y obrar de otra manera. Pero no nos descuidemos; olvidar qué es y de dónde viene la izquierda es olvidar qué es y de dónde viene el fascismo, olvidar que ya hubo quien juró estar más allá de las izquierdas y las derechas, ser el puro “abajo” transparente a sí mismo, liberado del pasado y de las taras de la vieja política. No nos descuidemos: hoy en día seguimos pagando intereses de aquellas deudas inconscientes, de la pesadilla que ahogó en sangre la herida misma de la que se nutría.

7. Todo ello tiene que ver con la cuestión del “nosotros” y de los adjetivos posesivos, esa pregunta en primera persona por la que se asoman todos los fantasmas. Reiner Schürmann escribió en su autobiografía que “el nosotros sin temblor me es desconocido”: es el temblor del acontecimiento, el temblor democrático que quiebra la identidad y deshace los nombres con vocación de permanencia.

Es el nosotros como un trabajo inacabable que está a la vez siempre por hacer, un proceso en construcción donde caben más dudas que verdades, donde se manifiesta una voluntad decidida que sin embargo no coincide nunca consigo misma. Es un nosotros que no sabe muy bien a dónde va, pero sí que ha perdido el miedo a decidir, a hacerse fuerte, a equivocarse; es el nosotros que hace de la igualdad una hipótesis de existencia y aspira a trabajar, codo con codo, en el proceso que mira de frente al orden de lo existente y se afana en reformular, de otra manera, la idea de su próxima abolición.

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Jacques Sapir :»El problema de Francia es el euro»

descarga–»El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro». 

Entrevista al economista francés Jacques Sapir, del diario argentino Pagina 12 

Las últimas noticias provenientes del gobierno francés lo ubican lejos de la historia del Partido Socialista y cerca de las políticas de ajuste propias de los gobiernos neoliberales. Para entender la situación económica actual de Francia, entrevistamos a Jacques Sapir, investigador de la Escuela en Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess-Paris), doctor en Economía y director del CEMI (Centro de Estudios en Modos de Industrialización).

Sapir es una de las voces críticas al euro más escuchadas del momento, y en sus últimos libros, La demondialisation y Comment sortir de l’Euro (Cómo salir del euro) realiza duros cuestionamientos al neoliberalismo, tanto a nivel mundial como dentro de la Unión Europea. Desde una posición cercana políticamente al Parti de Gauche y su líder Jean-Luc Mélenchon, la solución que propone para Francia es una salida del euro y una devaluación de la moneda para lograr volver al pleno empleo y la reindustrialización.

¿Cuál es el contexto francés que explica las últimas declaraciones del presidente François Hollande?

–El presidente se encuentra hoy en una situación difícil. Su autoridad se ve erosionada por la ineficacia de la política económica llevada adelante desde junio de 2012. Había prometido «dar vuelta la curva del desempleo» antes de fin de 2013. En los hechos, el desempleo sigue creciendo, y según la forma de calcularlo hoy existen 3,2 millones o 5,5 millones de desempleados.

Coincide con un proceso de desindustrialización.

–La desindustrialización que conoce la economía francesa se está tornando muy preocupante. El crecimiento que se anunció nunca llegó. En verdad, numerosos economistas habían criticado desde el otoño de 2012 la política económica del gobierno y las previsiones optimistas del Ministerio de Economía y Finanzas. Por desgracia, esos economistas tuvieron razón. Pero a ese fracaso económico se sumaron otros factores que pesan sobre su autoridad, y hasta en la legitimidad, del gobierno y del presidente. En primer lugar, se dio la sensación de una falta de profesionalismo sobre muchos temas sensibles. En otras ocasiones, el gobierno dio marcha atrás sobre promesas de campaña. Por último, como es de público conocimiento, la vida privada del presidente está lejos de ser prolija. Por lo tanto, el presidente y el primer ministro llegaron a los anuncios del 14 de enero con una popularidad por el piso.

¿Qué consecuencias podría traer el «pacto de responsabilidad» presentado sobre la economía francesa?

–Tal como fue presentado, el «pacto de responsabilidad» consiste en una negociación con el empresariado, por el cual se disminuyen las cargas de las empresas (10 mil millones anuales entre 2014 y 2017) a cambio de crear 200.000 empleos. Pero ese «pacto» deja muchas preguntas sin respuestas.

La primera remite al análisis de la situación de las empresas francesas. Los estudios del Insee (Instituto de Estadísticas de Francia) muestran que las rentabilidades no bajaron. Los problemas tienen más que ver con la competencia extranjera.

La segunda pregunta es la realidad del compromiso de emplear 200.000 personas a cambio de la reducción de las cargas sociales. Además del hecho de que 200.000 empleos es demasiado poco (el propio ministro Montebourg habla de la necesidad de crear 2 millones de empleos), nada indica que las empresas cumplan con su parte.

Una tercera pregunta es saber de qué manera se financiará esa reducción de cargas sociales. El presidente habló de ahorros en los gastos públicos, pero fuera de unos recortes en las inversiones públicas o en las prestaciones sociales, las posibilidades de ahorro son escasas y azarosas.

Eso nos lleva a una cuarta pregunta: ¿esas reducciones de cargas fiscales no tienen riesgos de iniciar un proceso donde las empresas van a aprovechar para ejercer todavía más presión sobre los salarios y entrar en un círculo deflacionario?

¿Cuáles son las alternativas de política económica para que Francia salga de la crisis económica?

–El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro. Ese problema es evidente en los intercambios con los países extrazona. Desde su creación, el euro se apreció fuertemente frente al dólar, pero también frente al yen japonés y la libra esterlina, con efectos devastadores sobre los países del sur de Europa. Esta situación la están entendiendo cada vez más actores, incluido parte del gobierno francés. Pero el efecto nefasto del euro se hace también sentir en el comercio intrazona.

Desde la creación del euro en 1999, constatamos que las tasas de inflación de los distintos países fueron diferentes, como antes, pero ahora con una política monetaria única. Eso revela la existencia de una inflación estructural, dependiendo de las estructuras económicas de cada país. La diferencia entre las tasas de inflación de Alemania y los países de Europa del Sur llevaron a diferenciales de competitividad de 20 a 40 por ciento según los países.

De allí resulta que los productos alemanes se volvieron cada vez más competitivos en el mercado francés, pero también italiano, español, griego o portugués. En condiciones normales, esa diferencia entre las tasas de inflación estructural se corregía mediante devaluaciones periódicas (o revaluaciones del país donde la inflación estructural es la más baja). Pero ese mecanismo ya no puede funcionar por la existencia de la moneda única.

¿Una salida del euro por parte de Francia significaría el fin de la Unión Europea?

–Es uno de los argumentos que se escuchan por parte de los que abogan a favor del euro. Pero en realidad hay países importantes, como Gran Bretaña y Suecia, que son miembros de la Unión Europea, pero no de la Zona Euro. La Unión Europea existió antes de la puesta en marcha del euro y si el euro desaparece la Unión Europea seguirá existiendo.

Es más: desde la entrada en vigencia del Tratado de Roma y de la Comunidad Económica Europea, vivimos de 1958 a 1999, o sea 41 años, con nuestras propias monedas y construimos la integración europea durante ese período. Nada justifica entonces esa afirmación según la cual el fin del euro sería el fin de la Unión Europea.

El eje de discusión en Francia es entre euroescépticos y proeuropeos, desplazando incluso el eje tradicional entre derecha e izquierda. ¿Cómo explicarlo?

–Sí, es indiscutible que hoy el eje de discusión principal, por lo menos en Francia y en Italia, es la cuestión de Europa y más especialmente sobre la del euro, más que las oposiciones tradicionales entre izquierda y derecha. Y es así porque la situación económica y social está dominada por el euro.

En verdad, lo que provoca la crisis económica, y que lleva al desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales logradas desde 1945, es una parte de la reglamentación europea y sobre todo la existencia del euro. Vemos, en particular en Francia y en Italia, la constitución de un bloque político alrededor de la oligarquía dominante que defiende a cualquier costo el euro y las políticas más reaccionarias de la Unión Europea, mientras que se constituye progresivamente pero en condiciones políticas particulares, otro bloque representando los trabajadores y las clases populares que está fuertemente opuesta al euro.

¿Existen diferencias entre países?

–Los resultados económicos de los países de la Unión Europea son muy divergentes. Algunos tienen excelentes resultados, como Gran Bretaña y Suecia. Y, ¡qué casualidad! Esos países no son parte del euro. Por otro lado, dentro de la Zona Euro, constatamos que el crecimiento es débil, e incluso que algunos países, como España, Grecia, Portugal e Italia, están en recesión. Las divergencias en cuanto a resultados son notables. Pero resulta claro que el euro pesa y mucho en el resultado de gran cantidad de países.

¿Qué lecciones se pueden extraer de la crisis del euro para otros procesos de integración regional?

–La crisis del euro indica claramente que no se deben realizar uniones monetarias en cualquier circunstancia. Las estructuras económicas de los países que serán miembros deben ser convergentes, lo que no es el caso en Europa, y debe existir un importante presupuesto asegurando flujos de transferencia entre los países miembros. Construir una unión monetaria implica respetar estrictamente ciertas condiciones. Si no se las respeta, entonces nos encontramos con los problemas a los cuales la Zona Euro se encuentra hoy enfrentada.

En su libro La demundialización usted hace una crítica de la globalización neoliberal. ¿Qué perspectivas existen para esa etapa del capitalismo?

–La globalización recubre en realidad dos procesos: por una parte la globalización comercial y por otra la financiera. Vimos los aspectos extremadamente perversos de la globalización financiera; y numerosos estudios mostraron que la libre circulación de los capitales de corto plazo tuvo más efectos negativos que positivos. En cuanto a la globalización comercial, ella es más aceptable, pero a condición de que eso no conlleve un desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales y que no impida el desarrollo económico de los países que calificamos hoy de emergentes.

Para eso hay que pensar en sistemas de derechos de aduana que igualen las situaciones sociales y ecológicas, pero también que protejan las industrias nacientes. Queda claro que las instituciones actuales, y en particular la OMC, con su prioridad otorgada al libre comercio, quedarán en desuso. Por lo que es de la globalización financiera, se debería prohibir una parte de las operaciones y limitar estrictamente la circulación de los capitales salvo los que implican inversión extranjera directa.

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¡Tienen que pagar la deuda social!

43-45-3-e4326-150x150» …Debemos dejar abiertas las posibilidades que juegan a favor de la rebelión: se ha acumulado mucha rabia, frustración y malestar social que las mil formas de manipulación no logran ocultar».

Manolo Monereo

Los poderes han decretado ya el fin de la crisis económica. Mariano Rajoy lo repite todos los días, Guindos y Montoro lo convierten en doctrina oficial desde su bien ganada fama, es un decir, de sumos sacerdotes de la fe económica neoliberal.

Recientemente, el FMI elaboró un sesudo informe donde anunciaba la buena nueva de un periodo de crecimiento sostenido de la economía mundial. Ha sido una pena: han bastado algunos problemas en Argentina para que todo vuelva a la “normalidad de crisis” que sigue estando ahí y que vino para quedarse.

No hay que darle muchas vueltas. Los problemas de fondo que están en el origen de la presente crisis siguen y, lo que es peor, los grupos de poder económicos dominantes (actores principales y beneficiaros de la misma) están imponiendo sus condiciones y directrices para una supuesta “salida” de una de las mayores crisis estructurales del capitalismo histórico.

Para entender lo que pasa es necesario dotarse de un punto de vista que no caiga una y otra vez en las falsas promesas de las recurrentes “salidas” de la crisis, de las interpretaciones mágicas de los datos macroeconómicos y de las inútiles polémicas entre los que ven el vaso medio lleno o medio vacío.

El punto de vista, a mi juicio, es el siguiente: los gobiernos de la Unión Europea conspiran sistemáticamente contra sus pueblos. La razón: ¿Cómo legitimar en condiciones formalmente democráticas un conjunto de políticas que benefician sistemáticamente a una minoría social y que significan para las mayorías sociales una regresión social y política que solo cabe calificar de civilizatoria?

La mentira, el engaño, la manipulación son los instrumentos básicos, siempre, no se debe olvidar, bajo la amenaza de la represión pura y dura; por lo visto las únicas rebeliones buenas son las que se realizan en Ucrania.

Estás políticas se pueden ejecutar porque existe un “mecanismo único” que enlaza férreamente al capitalismo monopolista-financiero, a la clase política y a los poderes mediáticos. Sin esto nada sería posible. Fontana, viene repitiendo que las clases dominantes han perdido el miedo a los trabajadores y que el fin del horizonte de la revolución social consolida a los poderes existentes. Hay mucha verdad en ello.

Sin embargo, debemos dejar abiertas las posibilidades que juegan a favor de la rebelión: se ha acumulado mucha rabia, frustración y malestar social que las mil formas de manipulación no logran ocultar. Falta, es verdad, consciencia de la propia fuerza, confianza en que las cosas pueden cambiar si luchamos y nos comprometemos en serio. Gamonal y la Marea Blanca madrileña pueden definir un punto de inflexión para iniciar la (contra) ofensiva.

La consigna del poder de dar por terminada la crisis es un arma de doble filo: puede aliviar el malestar pero, a cambio, dar fuerza a la reivindicación social y dar alas al conflicto de masas. Por eso, creo que hay que concentrarse en lo importante: esta crisis ha dejado y está dejando una inmensa deuda social que los poderes tienen que pagar. Nada de vuelta atrás y generaciones perdidas, nada de conformarse con lo que nos dejan. Hay que recuperar el pulso de lo social y la reivindicación justa.

Hay que traducir en imaginarios, en datos y cifras la gigantesca acumulación por desposesión, la descomunal expropiación política que han sufrido estos pueblos, los pueblos de Sur de la Unión Europea. El centro: la deuda social.

Hay que concentrarse en lo importante: esta crisis ha dejado y está dejando una inmensa deuda social que los poderes tienen que pagar. Nada de vuelta atrás y generaciones perdidas, nada de conformarse con lo que nos dejan. Hay que recuperar el pulso de lo social y la reivindicación justa.

Se puede y se debe cuantificar y es inmensa en dinero, en derechos, en condiciones de vida y en sufrimientos. ¿Quién la debe? En primer lugar, la Unión Europea. Hace falta un plan, un gran fondo para los países del sur que les devuelva lo robado, los derechos perdidos y los servicios públicos recortados. Menos literatura sobre una Europa crecientemente alemana y más medios para las personas. Las próximas elecciones europeas deben servir para eso: pagar la deuda social que deben los poderes y una justa reparación del sufrimiento social causado.

En segundo lugar, el gobierno de España. Las políticas de crisis deben se revertidas, las contrarreformas anuladas y los poderes y derechos restablecidos. Cambiar el modelo productivo para satisfacer las necesidades básicas de las personas. Volver a unir cuestión social, democracia y res-pública.

En tercer lugar, las Comunidades Autónomas. Susana Díaz debe pagar, Más debe pagar, todos deben pagar. Ahora se trata de hacer política para las personas, definir la patria como lo que protege lo común y a los comunes y corrientes. Todos juntos para construir un mundo mejor.

Al final la disyuntiva es clara: pagar la deuda odiosa e ilegitima o pagar la deuda social. Una buena noticia: esto depende de nosotros. Nosotras y nosotros decidimos: las personas lo primero.

 

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La oportunidad de la Izquierda Unida en el ciclo electoral

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«Queremos que nuestra voz como militantes cuente en la toma de decisiones colectivas de la organización. ¡Y que ocurra lo mismo como trabajadores en las empresas! Se trata, en resumen, de democratizar todo espacio de la vida política..»

Alberto Garzón, diputado IU

Si hiciésemos una foto a la sociedad española en el momento actual, a inicios de 2014, probablemente lo primero que nos llamaría la atención es el explícito y permanente conflicto político. Las calles se han llenado en los últimos años de ciudadanos que defendemos espacios de poder que en otro tiempo creíamos asegurados. Cuestiones educativas, sanitarias, de vivienda, salariales, laborales en general o, sencillamente, una mezcla de todo.

El proceso de desamortización social que estamos viviendo es real y, de hecho, puede explicarse atendiendo a sus fundamentos económicos y a la necesidad de supervivencia de un sistema económico implacable con el ser humano. No obstante, creo que podemos señalar tres factores que ayudan a entender el mapa político en el que nos situamos.

En primer lugar, hasta el momento las luchas sectoriales han predominado sobre las luchas estructurales. Las diferentes mareas, que expresan un movimiento de protesta heredero del 15M, no han terminado de confluir en una gran marea o tsunami ciudadano. En segundo lugar, la actitud es esencialmente defensiva. La percepción es que estamos ante una regresión social efectiva, y que el deber moral o la necesidad vital trata de impugnar. Y en tercer lugar, la manifestación institucional de todo ello es el desencanto y el descrédito respecto al sistema político, por un lado, y el creciente peso relativo de organizaciones políticas que tratan de canalizar el descontento, por otro lado.

Este último punto merece la pena abordarlo con rigor. Se ha hablado de desplome del bipartidismo, y bien creo que es así. La ciudadanía ha dejado de confiar, en términos generales, en los dos partidos políticos que han gestionado el país durante el tiempo en el que se gestaba el desastre actual. La intención de voto parece un buen indicador de ello. Sin embargo, ese fenómeno no se ha traducido en un ascenso igual de otras formaciones políticas. En realidad, la verdadera beneficiada del proceso es la suma de la abstención y el voto en blanco. Los datos no dejan lugar a dudas:

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Probablemente esto se deba a que los ciudadanos no impugnan únicamente el bipartidismo sino el sistema político mismo. Asociada la política institucional española a un eje izquierda-derecha, donde PSOE y PP representaban ambos polos, el fracaso de ambos partidos es también el fracaso de ese eje como forma de identidad política. Que es, no cabe duda, el eje dominante en el que ha operado la política desde la Revolución Francesa.

Así las cosas, no podemos quedarnos en la epidermis del problema. Tratemos, más bien, de profundizar en las causas últimas de este fenómeno. Y me parece encontrar al menos tres importantes. La primera, el proceso de desdemocratización de las instituciones públicas, que incluye la mercantilización del espacio público y el regalo de los instrumentos políticos a instituciones alejadas de la ciudadanía (como el BCE o la Comisión Europea).

El efecto es que la gente no siente que el Parlamento sea útil, en un sentido amplio. La segunda, que los casos de corrupción se perciben como generalizados y se asocian a la estructura oligárquica de los partidos políticos, desconectados totalmente de los representados. Así, a partir de la falta de mecanismos radicalmente democráticos en los partidos se ha creado un imaginario de clase política corrupta que lo abarca y contamina prácticamente todo. La tercera, que la frustración natural producto de una grave crisis económica se dirige a quienes, al menos formalmente, deberían dar respuesta a los problemas de la ciudadanía y sin embargo no lo están haciendo. ¿A quién interpelar sino a los formalmente propios representantes?

En este contexto Izquierda Unida está consiguiendo sentirse representante de, aproximadamente, el mismo porcentaje de representados que en 1996. Pero a la vez es incapaz de absorber el desencanto político que está, por el contrario, nutriendo las filas de la abstención y el voto en blanco. Esa creciente abstención proviene fundamentalmente de las filas de los dos partidos mayoritarios, y probablemente poco o nada identificados con las posiciones más radicales del eje izquierda-derecha.

Lo que tenemos es un sector cada vez más amplio de la ciudadanía que no se siente representado y que está, de facto, fuera del sistema político. Está desilusionado, desencantado, destensado políticamente. Sin embargo, según las encuestas es un sector que simpatizó con el 15M, apoyando su filosofía e incluso sus propuestas, pero también con la Plataforma de Afectados por las Hipotecas.

Es un sector, como apunta Fernández Liria en su reciente artículo, que comparte con los sectores más ideologizados las reivindicaciones sociales de resistencia, esto es, posee un sentido común que dice que no es justo que nos roben nuestros derechos. Por lo tanto no es un sector despolitizado per se, sino un sector sencillamente sin ilusión política. Perciben el actual sistema como algo gris, producto de formas de organización que no se adecúan a las necesidades sociales actuales.

Si se acepta lo anterior entonces no tenemos más remedio que reconocer que no estamos ante un problema de programa político, en el sentido clásico de la palabra, sino en un problema de enfoque político. Porque si uno se sigue moviendo en un marco con el que no se identifica un sector creciente de la población, sólo puede aspirar a mantener reducidos porcentajes de aceptación.

Si, por el contrario, uno aspira a dar un salto cualitativo entonces sabe que tiene que cambiar las formas organizacionales y de mensaje para generar la ilusión, que es el requisito indispensable para poner en marcha el programa sustantivo. Estamos ante la diferencia entre aspirar a gestionar el 15% del voto o por el contrario aspirar a construir mayorías sociales. Hay un largo trecho entre ambas posiciones, a pesar de que se sitúen bajo el mismo programa formal.

Un ejemplo claro de todo esto ocurrió con el 15M. A nadie se le escapó que las demandas formales de Democracia Real Ya, primero, y de las Asambleas del 15M, después, eran en muchos casos plenamente coincidentes con el programa de la izquierda alternativa y, particularmente, de IU. Sin embargo, IU no logró por si sola canalizar la frustración del modo masivo que sí lo consiguió el 15M. No era tampoco entonces un problema de programa político.

Lo que estoy diciendo es que la Revolución Social tiene que ir necesariamente de la mano de la Revolución Política. Y esto, naturalmente, no es nada nuevo. Ya Louis Blanc lo señaló en el siglo XIX cuando trataba de convencer de las ventajas del republicanismo, como paradigma político, a los trabajadores que empezaban a difundir ideas socialistas. Pero también está vinculado con las formas de comunicación política, y tanto el jacobino Robespierre como el bolchevique Lenin sabían que no había otra manera de convencer y estimular al pueblo que a través de la palabra bien expresada.

El primero defendió sus tesis roussonianas con una consigna tan básico como la del derecho a la existencia y el segundo no ignoró que los sesudos debates de teoría marxista debían terminar traducidos en poderosas consignas políticas como la de Paz, tierra y pan. Siempre los debates teóricos fundamentan las ideologías, mientras que los discursos se sitúan en el plano de la cristalización concreta. No en vano, Marx escribió El Capital, pero también El Manifiesto Comunista.

¿Qué hacer?

Pienso que Izquierda Unida tiene que decidir a qué aspira como colectivo. Y si, como pensamos algunos, nuestra aspiración es construir la mayoría social, entonces tenemos que adaptar nuestra organización al contexto sociopolítico en el que nos situamos. Ello pasa, necesariamente, por entender que los ciudadanos estamos reclamando participación en todos los niveles.

Queremos que nuestra voz cuente, de modo que queremos que nuestros votos en democracia no sean secuestrados por los bancos, las grandes fortunas o la troika. Pero también queremos que nuestra voz como militantes cuente en la toma de decisiones colectivas de la organización. ¡Y que ocurra lo mismo como trabajadores en las empresas! Se trata, en resumen, de democratizar todo espacio de la vida política.

De ahí que una de las formas de recuperar la ilusión de quienes han tirado la toalla pase también por democratizar las instituciones del Estado y las de representación política. Es decir, un verdadero proceso constituyente que proporcione nuevas reglas al juego democrático.

Y ya tenemos debates que se sitúan en la superficie de esa cuestión. La reclamación de primarias abiertas es un síntoma de que hay reivindicaciones de esa naturaleza. Sin embargo, las primarias abiertas no suponen, a mi juicio, solución ninguna. Y en su tipo ideal no tienen encaje ideológico en un partido emancipatorio, como expuse hace unos días.

Pero incluso aceptando sus virtudes, que existen, las primarias se quedarían cortas porque se refieren únicamente a la elección de candidatos. Y lo cierto es que lo verdadera y sustancialmente democrático es la participación permanente del representado en la tarea del representante.

Es decir, llevar el debate a aspectos tales como la rendición de cuentas, los revocatorios, la transparencia y, desde luego, la habilitación de ágoras para debatir con sinceridad. Se trata, como recordaba el otro día, de neutralizar la ley de hierro de la oligarquía en el seno de las organizaciones políticas. De impedir, en definitiva, que unas pocas personas ostenten el poder efectivo, y la soberanía, que pertenece a la colectividad. Tanto en el Estado, donde el sujeto soberano es el ciudadano, como en los partidos políticos, donde lo es el militante.

Si aceptamos este enfoque entonces tampoco tenemos más remedio que aceptar que las próximas elecciones europeas no son unas elecciones más. Son el primer punto de encuentro de un ciclo político, compuesto por tres procesos electorales, que responde a un contexto socioeconómico que abre la factibilidad de emancipación social. Lo importante no es, ni ahora ni nunca, el resultado electoral per se sino el tejido social que se logra articular de cara a un objetivo político más ambicioso.

Me parece más apropiado que el objetivo sea la transformación de la frustración social existente –y ello remite lógicamente al sector abstencionista- en un compromiso político bien definido, todo lo cual únicamente puede lograrse a través de dos mecanismos. El primero, que la organización se sitúe en el conflicto político cotidiano y no concentre todas sus fuerzas en el ámbito institucional. El segundo, que permita en su seno la total participación democrática, que es además la cuna de la legitimidad.

Por eso la elección de la candidatura de Izquierda Unida para estas elecciones -y la naturaleza del proceso correspondiente- no puede ser entendida como un mero accidente en el terreno. Se trata de una oportunidad para comenzar un proceso de adaptación organizativa a un contexto socioeconómico como el descrito más arriba. Se trata de definir, también a través de las formas, si aspiramos al 15% o a la mayoría social.

En efecto, iniciar un proceso de radicalidad democrática es, en realidad, ponernos manos a la obra en la construcción de las mayorías sociales y trabajar por la reconquista de la democracia. Dar al pueblo lo que le pertenece, su soberanía y su derecho a la existencia, es a fin de cuentas el motor de todas las revoluciones modernas.

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Partir de cero

descarga«El vigente sistema político, empezando por la casa real, no va a permitir cambios radicales que afecten a su actual estatus, aunque salgan millones de ciudadanos a protestar por las calles».
Miguel Riera de El Viejo Topo

 

A estas alturas del viaje, es lícito preguntarse qué queda de sano en las instituciones españolas. Algo habrá, desde luego, pero cuesta bastante verlo. Al menos aparentemente, la gusanera de la corrupción ha invadido todos los espacios, y lo ha hecho desde hace ya bastante tiempo.

Que haya tardado tanto en explotar jurídica y mediáticamente sólo es explicable porque los sufridos ciudadanos hemos estado desviando la mirada de la punta del iceberg, evidenciando una tolerancia suicida ante los primeros brotes que fuimos conociendo.

Pero lo cierto es que hay corrupción en la esfera política (y no sólo económica; también moral); en la justicia; en el mundo financiero; incluso en el domicilio del mayor comisionista del país: la casa real. La mentira campa por doquier, llegando a veces a ser tan obvia que uno puede llegar a dudar de la salud mental del mentiroso (recordad, lectores y lectoras, como ejemplo de mentira estúpida, que el presidente del gobierno dijo hace relativamente poco, en rueda de prensa con corresponsales extranjeros, que no le constaba que hubiera ningún cargo del PP imputado).Al nivel que han llegado las cosas, lo que este país necesita no son simples reformas, sino un cambio radical de naturaleza moral. Una recuperación de principios olvidados hace décadas. Además, ¿alguien cree de veras que con los partidos políticos actuales se van a alcanzar las profundas reformas que el país pide a gritos? ¿De verdad alguien puede llegar a pensar que PP y PSOE, acompañados por PNV, CiU y otros, van a permitir un nuevo proceso constituyente? ¿Que van a impulsar la despolitización de la justicia? ¿Que aceptarán una nueva ley electoral que pueda menoscabar sus intereses?No seamos ingenuos.El vigente sistema político, empezando por la casa real, no va a permitir cambios radicales que afecten a su actual estatus, aunque salgan millones de ciudadanos a protestar por las calles. Eso pudo suceder en el pasado, pero ahora la fortaleza de los intereses cruzados es tal que resistirá cualquier embate. El cinismo con que se nos miente desde arriba revela bien a las claras que se creen inmunes, y me temo que verdaderamente lo son.Por eso, porque hay que cambiar de paradigma moral, hay que dejarse de palabrería y empezar por suprimir el pilar sobre el que se asienta todo el sistema: la monarquía.

Sólo con la llegada de una república será posible partir de cero, empezar de nuevo. No se me escapa que el régimen republicano no es per se inmune a la corrupción, al cinismo, la mentira, el abuso de poder. Todo eso puede pasar bajo una república. Pero, al menos, tendríamos una oportunidad.

Así pues, pienso que deberíamos poner la reivindicación republicana como mascarón de proa de cualquier otra reivindicación. Que los partidos que se dicen republicanos (pero que no hacen nada efectivo por traer la república) deberían gritar un día sí y al otro también que hay que proclamar ya la IIIa República. Aunque a su alrededor hayan muchos sordos.

Si no se hace así, si no lo conseguimos (y la verdad es que el asunto no tiene buena pinta) haremos buena la famosa frase de Lampedusa: cambiaremos algo, pero para que nada cambie.

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Los movimientos sociales y ciudadanos también ganan

images«Es la explosión del movimiento 15M, es decir, “el no nos representan” y “la democracia directa de los ciudadanos frente a una democracia representativa que antepone los intereses de los representantes a los de los representados»(J.Pastor)

Alejandro Torrus de Cuarto Poder

No es habitual verlo. Sobre todo en un país que ha construido su marca en base a jueces sentados en el banquillo por investigar crímenes de lesa humanidad o por encarcelar a un banquero. Pero también ocurre. La victoria de la Marea Blanca frente al gobierno de Ignacio González y el proyecto privatizador de la Sanidad iniciado por Esperanza Aguirre se suma a la victoria de los vecinos de Gamonal sobre el ayuntamiento de Burgos. Son dos ejemplos recientes.

Pero no son las únicos. También los trabajadores del servicio de limpieza de Madrid y Málaga han conseguido sus objetivos y el Equipo de Legal Sol se ha impuesto  a Cifuentes en los tribunales. Los movimientos sociales también ganan y el tejido ciudadano creado al calor de la explosión de ‘eso’ llamado 15M, junto a la labor de sindicatos, trabajadores y usuarios de los servicios públicos, comienza a dar sus frutos.

“Empieza a haber un punto de inflexión. Parecía que se había llegado al techo de la protesta social y que la elite gobernante seguía autista. Sin embargo, Gamonal ha hecho que el miedo comience a cambiar de bando. De hecho, ha sido el miedo el que ha llevado al ayuntamiento de Burgos a rectificar en su deseo de construir el bulevar.

La Marea Blanca ha sido otra rotunda victoria que puede generar esperanzas a los ciudadanos para desbloquear esta situación política de crisis”, explica a cuartopoder.es Jaime Pastor, profesor de Ciencia Política en la UNED especializado en nuevos movimientos sociales.

imagesLa ecuación que explica el optimismo de Pastor es lógica. Si la movilización social ha conseguido la victoria, ahora esa lucha y protesta social se intensificará debido al efecto positivo de la victoria. La lucha social pasa de ser un mero derecho a ‘la rabieta’ para convertirse en un camino que en España también puede conducir a la victoria.

Este punto de vista de Pastor es compartido, incluso con más rotundidad, por Manuel Monereo, politólogo y cofundador del Frente Cívico-Somos Mayoría. Bajo su punto de vista, la victoria de la Marea Blanca es la “primera victoria sustancial del pueblo contra el neoliberalismo en España”. Una victoria que da comienzo, asegura, a una nueva etapa para las reivindicaciones sociales.

“Es el momento de pasar de ser reactivos a ser activos. Es decir, es el momento de que los movimientos sociales dejen de protestar contra los recortes para comenzar a exigir a las instituciones nacionales y europeas que nos paguen lo que nos deben, que no es otra cosa que lo que han recortado en los últimos años”, asegura Monereo, que justifica su razonamiento de la siguiente manera: “Si Rajoy dice que la crisis ya ha terminado es que es el momento de que nos devuelvan lo que es nuestro. Sin saberlo, Rajoy está sembrando el caldo de cultivo que permite una rebelión ciudadana”, asegura el politólogo.

Dos modelos de lucha y un elemento en común

Sin embargo, los éxitos no suceden porque sí ni a esta “nueva etapa” o “punto de inflexión” que señalan los expertos se ha llegado de manera autómata. Detrás de cada una de las victorias hay un modelo de organización y una forma de entender la ciudadanía y los derechos sociales que se refleja en organizaciones más o menos estables, democráticas y participativas, que han encontrado una respuesta diferente frente a cada uno de los problemas que desde la política se ha ido planteando a los ciudadanos.

Así, la lucha de los vecinos del Gamonal y la lucha de la Marea Blanca son dos modelos de lucha social exitosos completamente diferentes. Gamonal, a juicio de Pastor, es un modelo de lucha social “de dimensión barrial defensivo” frente al proyecto de construcción del bulevar.

“El conflicto de Gamonal nace cuando se agotan todas las formas de protesta tradicional y el alcalde sigue priorizando sus intereses sobre la ciudadanía. Es ahí cuando nace un conato de violencia que lleva al conflicto a abrir todos los telediarios y que termina haciendo retroceder al alcalde mostrando que la movilización no era cosa de cuatro locos”, explica.

La Marea Blanca, por el contrario, es un ejemplo de “movilización sostenida en el tiempo” que ha sabido “reinventarse y adaptarse a lo largo de la lucha” y que, como gran novedad, “ha sumado el frente judicial a la movilización ciudadana y social”. “La movilización social, tan fuerte y tan prolongada en el tiempo, ha sido un factor clave para que la Justicia sea más sensible a las demandas ciudadanas y pudiera demostrar la vulnerabilidad jurídica de los métodos empleados por el Gobierno del PP de Madrid”, explica Pastor.

A pesar de sus diferencias, es posible encontrar un elemento común en ambas movilizaciones y también en las otras luchas que mantienen los movimientos sociales. Ese elemento común se trataría de las ideas ancla que se extendieron por la ciudadanía con la explosión del movimiento 15M, es decir, “el no nos representan” y “la democracia directa de los ciudadanos frente a una democracia representativa que antepone los intereses de los representantes a los de los representados”, explica Pastor.

Para Monereo, la pieza fundamental del cambio que ha hecho a la ciudadanía más combativa es que “se ha perdido el miedo a la crisis”. Y para que este cambio llegara a producirse, asegura el politólogo, ha sido fundamental la irrupción del movimiento 15M. “El 15M es la gran fuerza subterránea que gobierna la política española. Los jóvenes y los precarios se han convertido en los sujetos del cambio de la política española. Sin ellos no hay transformación posible”, asegura.

Más cercanos a la política

Otra prueba más de que la ciudadanía española está cada vez más concienciada con la política y con una ciudadanía activa que salga a la calle a reclamar sus derechos es la reciente Encuesta Social Europea, en la que participó la Universidad Pompeu Fabra, que señala que un 25,8% de los encuestados ha participado en, al menos, una manifestación en el último año, cuando la media en Europa se sitúa en el 6,7%.

A pesar de este incremento en la participación en manifestaciones, los datos de confianza de la encuesta constatan una fuerte desafección de los españoles, no sólo hacia los políticos y hacia los partidos, sino también de las instituciones, como el Parlamento español. Por tanto, los españoles no están cada vez más alejados de la política, muy al contrario, están cada vez más alejados de los políticos, de los partidos y de las instituciones.

Lección para sindicatos y partidos de izquierdas

La desafección de la ciudadanía de las instituciones oficiales, el aumento de la participación de la protesta social y el éxito que esta está cosechando dan razones a Pastor para asegurar que tanto sindicatos como partidos políticos deben aprender de la dinámica de los nuevos movimientos sociales. Sobre todo, asegura Pastor, los sindicatos ya que estos han sido habitualmente los promotores y conductores del conflicto social y la reivindicación ciudadana.

“La Marea Blanca es el espejo en el que deben mirarse los sindicatos y las organizaciones de izquierdas. Ha sabido crear estructuras más participativas y democráticas donde los sindicatos han participado, sí, pero cediendo el protagonismo a los activistas”, asegura Pastor, que señala que los sindicatos deben reconocer un mayor protagonismo a los individuos de base dentro de sus organizaciones.

“Los sindicatos aún tienen mucho que decir, pero deben reformarse yreconocer que ellos ya no tienen la centralidad en la movilización pero que pueden contribuir a la autorrealización del individuo y de los trabajadores reconociendo su protagonismo y creando estructuras más representativas y participativas”, sentencia el profesor de Ciencia Política de la UNED.

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J.C. Monedero: “Emplazamos a los partidos antitroika para salir de estas aguas estancadas”

descarga“Podemos es un aguijón en la complacencia de la política institucional. Son vitaminas para la desobediencia y la falta de resignación”

Entrevista a Juan Carlos Monedero

Aitor Rivera El Diario

El profesor de Ciencias Políticas de la UCM Juan Carlos Monedero (1963, Madrid) encabeza con su firma el manifiesto que sirvió de pistoletazo de salida de Podemos, el proyecto político que tiene su cara más reconocible en el también politólogo y presentador de televisión Pablo Iglesias.

Los motivos que le han llevado a implicarse directamente en Podemos los expone en su último libro ‘Curso urgente de política para gente decente’ (Seix Barral, 2013) y, dice, siguen plenamente vigentes. Monedero visita la redacción de eldiario.es para exponer su visión de la crisis económica y política y para emplazar a las fuerzas de izquierda a abrirse y sumar para detener “el austericidio” impuesto por la troika.

Pregunta. El libro se titula ‘Curso urgente de política para gente decente’. ¿No hay gente decente en la política española?

Respuesta. Casi lo contrario. “Curso urgente” porque se está cambiado en contrato social en Europa: o nos damos prisa o, si se consolida, luego será muy difícil cambiarlo. Y “decente” porque la gente tiene que entender que lo que está pasando ocurre porque ha delegado y se han quedado sin herramientas para gestionar su propia vida. La decencia y la dignidad comparten raíz en su origen indoeuropeo ‘dec’ que hace referencia a algo que te pertenece y no te pueden quitar ni en la peor de las condiciones.

En un mundo donde todo se ha convertido en mercancía, incluida la política, o recuperamos el control de las decisiones colectivas o estamos condenados a ser objetos mercantiles en un mundo sin dignidad.

P. Dice que el contrato social se está modificando, ¿pensábamos que era inamovible, que no hacía falta protegerlo porque no corría peligro?

R. Hay una arremetida del capital. Se ha venido haciendo fuerte para cambiar las reglas básicas de convivencia. Por ejemplo, estas mismas Navidades una empresa se permitía el lujo humillante de sortear un puesto de trabajo como señal clara de que hemos perdido lo que ha sido el pivote de nuestra democracia, que es el derecho a un trabajo digno.

P. En el libro dice que no podemos delegar y que tampoco vale con recordar que somos inocentes mientras señalamos que hay políticos que son unos sinvergüenzas.

R. El proceso de delegación ha implicado una cartelización de los partidos: dejan de ser órganos de la sociedad y pasan a ser del Estado. Ya no viven de las cuotas ni se definen por cuestiones ideológicas sino por captar el mayor número de votos. Entienden que es más importante tener detrás a un medio de comunicación que un sindicato; se identifican más con líderes que con ideologías…

Si tú delegas todo (tu ocio, tu educación, tu participación política) al final estás desarmado y, si por las razones que sea, se te cierra el acceso a esos elementos no tienes herramientas para defenderte. Has entregado tus armas, el que iba a defenderte se ha convertido en tu enemigo y ni siquiera entiendes qué ha pasado. Como dijo Ortega y Gasset: “Lo que nos pasa es que no sabemos qué nos pasa”.

P. Parece que la gente esté perpleja, que no entiende.

R. Todo se ha convertido en mercancía y nosotros también, por lo que somos objeto de subasta en el mercado cotidiano. La gente canalla está muy envalentonada porque, si todo son mercancías, lo único que les separa de ser el nuevo emperador es el dinero. Pero la gente decente, la gente que no quiere ser devorada pero no quiere devorar; que no quiere ser víctima pero tampoco verdugo; que no quiere vivir en el mundo avasallando y humillando…

Con las armas melladas del viejo pensamiento no entendemos nada. Si queremos enfrentar los cambios en el mercado de trabajo con los criterios productivistas de jornada laboral de ocho horas, de competitividad del modelo anterior no vamos a ningún lado. Cometemos errores como alargar la edad de jubilación o la jornada laboral.

P. Pero eso se intentó en Francia y aquella experiencia duró poco y fue un fracaso en términos políticos.

R. Porque el enemigo es global y las respuestas son nacionales, por lo que estás condenado a fracasar. Por eso es tan importante reinventar Europa, porque la única posibilidad que tenemos es en un ámbito supranacional. Sin cambiar el euro, las políticas de austeridad, sin replantear la autonomía del capital financiero…

P. No hay que salir de Europa, entonces.

R. Abandonar Europa sería como romper los telares porque generaban desempleo cuando lo que hay que hacer es ponerlos a tu servicio, igual que no se trata de romper los ordenadores sino de hacerte hacker. No se trata de romper el euro sino de reinventar otra Europa y otra moneda común.

Hace 40 años la izquierda hizo el diagnóstico de la crisis del Estado social y la derecha compró ese diagnóstico pero planteó una terapia más agresiva que consistía en cambiar el sentido común: abrir las fronteras, privatizar los bienes públicos, controlar los medios de comunicación, rebajar el acceso a las universidades, convertir a la escuela en una especie de formación profesional, …

Nos han convertido en zombis, en una sociedad de empresarios donde el mensaje es que cada uno seamos empresarios de nosotros mismos, de manera que nos organizamos en la vida como empresarios: estudias para colocarte mejor, te autoexplotas, etcétera.

P. Competimos entre nosotros como si fuéramos empresas

R. Sí, y se asienta en tres elementos: el mercantilismo, la individualidad y, en tercer lugar, a través de la desconexión. En un mundo supuestamente conectado hay una gran desconexión que se traduce en el hecho de que no conoces a tu vecino, que vivimos en ciudades donde realmente no podemos encontrarnos ni conocernos. No quedan espacios para salirte, como Neo en Matrix, no hay nada que te chirríe para dar un paso a un lado y decir: “pero qué vida llevo, si trabajo más que un esclavo en Grecia; si no soy feliz; si casi todo lo que hago lo hago con la nariz tapada”.

P. Ese no vernos en las calles, no conocernos y no interactuar se rompió el 15M.

R. La pregunta que me hacen mucho por América Latina es: “oye, el 15M solo ha valido para traer al PP y para empeorar las condiciones de vida”. Pero ese es un mal análisis porque todo este empeoramiento iba a venir igual, forma parte del modus operandi del régimen del 78. Lo puso en marcha el PSOE y lo ejecuta el PP, pero podría ser perfectamente al revés: lo podía haber puesto en marcha el PP y lo habría ejecutado el PSOE sin mover un músculo.

Sin el 15M nos pasaría lo mismo pero encima la gente vería que es la única alternativa. El 15M les ha enseñado que esto no es una crisis, que es una estafa. Gamonal es una señal de la importancia del 15M, es una expresión del aprendizaje puesto en marcha desde entonces. Los vecinos desconfiaron de un alcalde que les dijo, “vale, tenéis razón, regresad a vuestras casas”. Y la gente dijo: “no, he aprendido que si regreso a mi casa estoy perdido”. Y la gente se quedó.

Al mismo tiempo el 15M es una válvula de presión para los partidos de la izquierda. Ha apelado a la estructura de los partidos desde el centro a la izquierda: PSOE, IU, ICV, Bildu… está haciendo su tarea donde le corresponde.

P. Dice que el trabajo del 15M es lento por definición. ¿Podemos es una manera de acelerar el proceso ante la urgencia en la que estamos?

R. Podemos es un aguijón en la complacencia de la política institucional. Son vitaminas para la desobediencia y la falta de resignación. Podemos es una piedra en el estanque: no es una piedra contra nadie, remueve unas aguas que estaban estancadas y donde había mucha gente que quería que entrara oxígeno y no entraba.

Somos ciudadanos normales implicados de siempre en la política que reclamamos que la ciudadanía se implique y encuentre razones para saber que sí que se puede cambiar las cosas y para emplazar a los partidos políticos antitroika y antiaustericidio con compromiso radical con los derechos humanos para que den los pasos necesarios para salir de esta resignación y de estas aguas estancadas.

P. ¿Y qué es, entonces, Podemos?

R. No es un partido ni una candidatura ni un programa, porque todas esas cosas las tiene que hacer la gente desde abajo y discutiendo. Con Podemos no queremos ni unas nubes ni la luna, queremos el cielo entero. Y como dice el poeta Juan Carlos Mestre, “las estrellas son para quien las trabaja”.

P. El manifiesto con el que se lanzó Podemos es muy amplio y habla de nacionalizar la banca y también del 99% y “de los de arriba y los de abajo”.

R. Y habla de la emoción. Claro.

P. Pero me refiero más a los diez puntos del manifiesto.

R. La política es agregación y cuando agregas cosas en el resultado final hay cosas que te gustan más y otras que te gustan menos. Yo me identifico más con la primera parte; otros, que han encontrado también razones para apoyar a Podemos, igual se identifican más con los diez puntos.

En cualquier caso lo que está emocionando por todo el Estado es precisamente lo novedoso, el emplazamiento para construir una nueva política, por tanto cuando tengamos que discutir las bases programáticas lo que va a pesar más no son las estructuras burocráticas, sino el entusiasmo de quien otra vez entiende que no está escrito que haya que resignarse.

P. Esa renovación, antes de lanzar Podemos, intentaron ejecutarla en una estructura preexistente como es IU.

R. Yo ahí no estaba. Nosotros nos empezamos a preguntar qué estaba pasando cuando se rompe Suma [el intento de armar una candidatura amplia alrededor de IU] porque como ciudadanos pensábamos que iba a haber la inteligencia suficiente como para implicar a la ciudadanía.

Nos damos cuenta de que hace falta que surja algo desde fuera que aguijonee esa lógica perversa y complaciente que no le importa perder una oportunidad tan importante como unas elecciones europeas en un momento donde la troika nos está asfixiando.

Algunos que hacemos este análisis le planteamos a Pablo: “tenemos obligaciones como ciudadanos; no podemos quedarnos mirando cómo se nos desmorona nuestro país; tenemos que hacer lo que nos toca como ciudadanos y tenemos que decir a la ciudadanía ‘vamos que podemos, vamos a reemocionarnos”.

P. Decía antes que en la antigua política existe una preponderancia del liderazgo sobre la ideología y sin embargo Podemos necesita un liderazgo reconocible para presentarse y lograr apoyos.

R. No es una contradicción, sino una lectura correcta de la debilidad de la democracia española. Es evidente que presentar a Pablo es un recurso para romper las inercias: ojalá los partidos progresistas españoles hubieran tenido la fortaleza suficiente como para impedir la reforma del artículo 135 de la Constitución o para plantar cara a las políticas de recortes que golpean el artículo 1 de la Carta Magna.

Pero la constatación de esta profunda debilidad es que solo se podemos tirar una piedra; y una piedra la tira un brazo, pero la piedra no es lo relevante, sino las olas que produce. Y es en las olas donde Podemos es un proyecto radicalmente de la ciudadanía. Y esa ciudadanía empoderada va a elegir quién quiere que encabece la lista, que no tiene por qué ser Pablo Iglesias.

La contradicción no es sino la única salida que se nos ha ocurrido en un momento de gran debilidad de la democracia española.

P. El objetivo primero es crear una red de círculos por toda España que irán destinados a formar un partido y luego concurrir a las Europeas.

R. Hay pasos previos. El primero es crear esos círculos donde puede estar gente que puede estar militando en diferentes partidos. A mí me emocionaría que los círculos de Podemos se encargasen de los comedores populares en todo el Estado y que fuéramos nosotros desde esos círculos quienes ayudáramos a toda la gente con dificultades para alimentarse. Y puedes militar en IU, Equo o IA y encontrarte en algo novedoso donde lo que nos interesa es lo que nos une, no lo que nos separa. Y eso permitirá reencontrarnos a todas las fuerzas progresistas sobre la base de lo que compartimos.

Una vez que tenemos esas estructuras estamos emplazando a las fuerzas para que asuman nuestra metodología: que abran las primarias a toda la gente.

P. Cayo Lara ya ha rechazado unas primarias abiertas.

R. Igual no es una decisión que le corresponde a Cayo Lara sino a los órganos de dirección de IU porque IU es un partido democrático.

P. ¿Tendrán que asumir el manifiesto?

R. No, no.

P. Pero ya hay partidos que asumen las primarias abiertas

Pues ahí nos tendremos que poner de acuerdo. Si compartimos una metodología que implica emplazar a la ciudadanía a que se corresponsabilice, de lanzar un mensaje a los partidos de que tienen que empezar a cambiar su forma de operar y meter elementos heredados del 15M en su funcionamiento y mantener un presupuesto político amplio de lucha contra el austericidio y defensa de los derechos humanos, ahí tenemos una base de entendimiento.

Sería una frivolidad que eso que asombró al mundo y que generó una mirada de simpatía en todo el planeta de repente lo dilapidemos. Seríamos unos frívolos. Por eso hemos decidido tirar esta piedra al estanque.

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