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Más allá de la democracia

mas-alla-de-la-democracia_dEl filósofo Pablo Bustinduy escribe el prólogo del libro de Dauve y Nesic

Tratar de la democracia implica a abordar, de manera indirecta, el comunismo“.

Gilles Dauvé y Karl Nesic, Más allá de la democracia, 2009.

Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya que sujetar la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual

Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, 1846.

No trataremos de engalanar las derrotas sufridas con el oro de las falsas ilusiones. El partido democrático ha sufrido algunas derrotas; los principios proclamados tras la victoria son cuestionados mientras le disputan palmo a palmo el terreno realmente conquistado; ya ha perdido mucho y pronto se planteará la cuestión de saber qué le queda“.

Heinrich Burgers y Karl Marx, Nueva gaceta renana, 1 de julio de 1848.

El movimiento proletario es el movimiento espontáneo de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. Las proposiciones teóricas de los comunistas no se fundan de ningún modo en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico en constante evolución

Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto comunista, febrero de 1849

La democracia desdoblada y la potencia comunista.Derrotas, muertos, traiciones, el peso indescriptible de todos los fracasos. Tantos futuros pasados, porvenires que nunca llegaron y que se dejó de esperar. Una melancolía que tizna el afecto ya de por sí opaco de la esperanza. Es la conciencia de cargar con palabras desgarradas, que en su afán de nombrar las cosas se quedaron siempre tan lejos y tan cerca de conseguirlo.

En el último texto que escribió en vida, Daniel Bensaïd las llama  palabras heridas. Pero es sintomático que ese mismo texto lleve el título de “puissances du communisme”, potencias del comunismo.

La palabra comunista, quizá la más golpeada por el cierre en falso del largo siglo XX, una palabra agredida en igual medida por enemigos fanáticos y apóstoles autoproclamados, es pese a todo el nombre de una potencia. Bensaïd enumera sus valencias: lo común compartido, lo común como igualdad, lo común como poder. La solidaridad que se opone al cálculo egoísta de la competencia. El derecho a la existencia sobre el de la propiedad; contra la privatización y la mercantilización del mundo, el nombre de otra medida, de otro espacio y otro tiempo, de una afirmación común.

Es el reverso exacto de esta hora desquiciada en la que queda cada vez menos terreno que defender, cuando toca plantearse la amarga cuestión de qué nos queda y la experiencia se disuelve en varias formas de pobreza. Ahí, dice Bensaïd evocando a Benjamin, es donde surge la “actualidad de un comunismo radical”, la actualidad de ese movimiento permanente que anula y supera el estado de cosas vigente. Eso dice hoy la palabra comunista: que su actualidad sigue siendo la nuestra.

Lo dice, eso sí, de otra manera. Trabajar con palabras heridas significa que hay cosas que ya no se pueden hacer, errores que ya no están permitidos. No se puede, por ejemplo, sublimar la incertidumbre y la ansiedad en los mismos fantasmas políticos del pasado. El comunismo no trae la promesa de una redención. No es, decía Marx, un ideal al que sujetar la realidad.

Es hora de reconocerlo: no sabemos de antemano dónde conduce el movimiento comunista, y ya no se puede aparentar que bastará con estudiar su dirección y sus principios (una dinámica de la historia, un hombre transparente a sí mismo) para fundir por fin idea y realidad. Un filósofo al que los autores de este libro no guardan en gran estima lo ha expresado en una fórmula enigmática: el futuro del comunismo ha sido siempre un presente. Es una manera de señalar que la idea comunista no es una relación de medios a fines, que su fuente de sentido y su justificación nunca pueden estar en otra parte, en otro lugar y en otro tiempo.

Cuando Marx decía que el comunismo no es un estado que deba implantarse, sino el movimiento real que anula y supera lo actual, ya estaba afirmando que su fuerza y su necesidad no están en el fin o en el destino del movimiento, sino que son el movimiento mismo. Gilles Dauvé y Karl Nesic trabajan en este libro desde una hipótesis parecida. El comunismo, dicen, no se puede imaginar o definir como otro modo de producción o distribución; no es la misma sociedad de ahora desembarazada de la mercancía y del beneficio.

El comunismo es ante todo actividad; es un movimiento de emancipación que avanza de forma dialéctica, discontinua, contradictoria, pero que muere si se convierte en institución, en objeto, en economía (cualquier definición económica del comunismo, dicen, “mantiene los momentos productivos separados del resto de la vida”; la cuantificación y el productivismo sin freno implican “separar los medios de los fines, someter los segundos a los primeros, y por tanto crear o recrear una economía, y por tanto el trabajo como medio de relación para todas esas necesidades recíprocas”).

Por eso todo su afán consiste en desterrar el pensamiento del comunismo como forma de administración, y más en concreto, como forma de organizar, gestionar y repartir el poder. El movimiento comunista, concluyen, se ahoga en esa lógica de los objetos y las necesidades.

El eje de este libro consiste en darle a este mismo problema el nombre atrevido de democracia, entendida como un conjunto de formas -formas obligatorias, formas de garantía, formas que demarcan, codifican y limitan- incapaces de modificar su propio contenido. El gesto no está libre de provocación, y los autores son los primeros en reconocer que las palabras a menudo nos tienden trampas de todo tipo (tal vez, diría un optimista, esa sea una de las grandes ventajas de las palabras heridas: que nos engañan cada vez menos). Dauvé y Nesic son perfectamente conscientes de lo que suele suceder cuando uno hace una hoguera con el tótem de la tribu, y ellos mismos lo señalan más de una vez: el problema de la democracia no está en lo que se quiere decir al invocar su nombre, sino en lo que se dice sin querer, sin darse cuenta a través de él.

Una sociedad sin capital, sin relación salarial, sin Estado, afirman, solo se creará por medio del movimiento auto-determinado y auto-organizado de la mayoría. En sus propias palabras, una revolución comunista es la “expresión de la capacidad de cualquiera para actuar como un sujeto y para constituirse en una colectividad que se define por sus actos y no por una identidad preestablecida, una colectividad que se inventa a sí misma en la práctica y produce su propia dirección”.

Pero estas certezas, esta suerte de autonomía comunista, no sabría reconocerse en el mismo nombre que, desde la Grecia antigua, ha absorbido la aspiración del pueblo a determinarse a sí mismo. La democracia, de hecho, queda siempre en este libro más acá del movimiento comunista, como la efigie y el símbolo de tantas formas de separación, alejamiento e impotencia que han de ser superadas y anuladas.

Ese es el gesto central del libro: frente al falso dilema del mal menor (¡la democracia es el menos malo de los gobiernos!) y la proyección resolutiva del deseo (¡la democracia no es esto: es otra cosa! ¡vendrá una democracia real!), Nesic y Dauvé pretenden pensar la democracia como problema, y su crítica como una premisa necesaria de la actualidad comunista.

Ese problema, dicen Nesic y Dauvé, queda ilustrado por su propia historia. Hace mucho tiempo que el ideal clásico de la democracia, el del poder del demos o el gobierno por el demos, cedió bajo el peso de la lógica representativa.

El demos, explican, no tiene más realidad que la de una ficción colectiva; salvo muy raras excepciones, todo el mundo sabe que el principio de “gobernar y ser gobernado” no vale más que para una fracción mínima de la población, hasta el punto de que la democracia se ha terminado por asociar con poco más que la sustitución pacífica de las élites por medio de elecciones y el disfrute pasivo de los derechos individuales. Claro que no se trata simplemente de un hecho proporcional o numérico.

El problema es anterior, y es que ese demos ficcional mezcla en un todo de supuestos iguales a gentes muy diferentes: la democracia hace como si la igualdad política consistiera en que el voto de un oligarca y el de un vagabundo valgan exactamente lo mismo. Es algo que explica Marx en Sobre la cuestión judía: en el capitalismo moderno, una ilusoria igualdad política recubre, desagua y sostiene la desigualdad social.

La política se constituye como una esfera separada de la vida en la que el poder político puede circular, renovarse y hasta ponerse en entredicho sin que se incida por ello en la constitución material de la sociedad: entre la jerarquía socio-económica y la esfera política apenas existen puntos de contacto.

Dentro de ese espacio separado, los ciudadanos pueden actuar la ficción de la igualdad a condición de hacer como si no fueran diferentes: para ser iguales en lo jurídico y lo político, han de disociarse de todo lo que marca su vida cotidiana, sus ingresos, su trabajo, sus relaciones, las jerarquías y las fuerzas que hacen pesar sobre otros o que otros hacen pesar sobre ellos.

Así los grandes conflictos y los intereses enfrentados que resultan de su desigualdad social quedan suspendidos, olvidados o diluidos en los lugares estancos de la política. El resultado es conocido: un demos capado, gigantesco pero pasivo, con capacidades limitadas y circunscritas, repartidas por igual entre todos los sujetos con la condición de que no las usen (casi) nunca para (casi) nada.

La tesis de Nesic y Dauvé consiste en afirmar que ese desplazamiento, por el que seres desiguales aceptan o son obligados a tratarse como iguales, no es ni mucho menos exclusivo de la democracia, sino que es el presupuesto ideológico mismo del intercambio mercantil y la relación salarial.

El capitalismo, explican, también se basa en la supuesta igualdad de lo que reúne, en el intercambio “libre” y “voluntario” de bienes y servicios, dinero y mercancías, tiempo y trabajo, y en la escenificación constante de la competencia entre partes que se relacionan en condiciones de una igualdad supuesta, abstracta, falaz.

Esa es la continuidad entre el capitalismo como lógica de equivalencias y la democracia como mecanismo capaz de sublimar la diferencia social para repartir el poder, una y otra vez, de forma pacífica y simbólicamente efectiva.

La democracia aparece así como la forma ideal del capitalismo, como el suplemento político que lo completa y refuerza, organizando la gestión y el aplacamiento de sus conflictos y diluyendo en la imagen del pueblo las desigualdades y la división política de los sujetos que supuestamente lo forman. Así funciona el argumento: un silogismo por el que la democracia se identifica con la esfera política, la política con la representación y la representación con la lógica capitalista de la separación entre política y economía, vida y trabajo, medios y fines, formas y contenidos.

La democracia aparece entonces como el nombre propio de esa escisión fundamental, y significa a la vez un estado de cosas y el orden que las rige, una forma de gobierno y una lógica social. Ese es el nudo democrático que la crítica comunista se plantea deshacer.

El problema, sin embargo, que el gesto que cierra de esta manera el nombre propio de la democracia tal vez corra el riesgo de caer en la misma falla que pretendía evitar: detener el movimiento real de emancipación en lugar de darle más fuerza. Es algo que podría formularse a partir del título de un libro excelente escrito por Ellen Meiksins Wood: la posibilidad de pensar “La democracia contra el capitalismo”.

El relato encaja en principio con la tesis de Nesic y Dauvé: Wood explica que la presuposición histórica de la democracia moderna fue la devaluación de la esfera política y el traspaso de lo sustancial del poder al terreno de la propiedad privada y el mercado, donde la desigualdad y la ventaja material asumen las funciones de expropiación y acumulación que antes se ejercían por medio del privilegio jurídico y del monopolio de la decisión y la palabra política.

Como Nesic y Dauvé, Meiksins Wood entiende que en el capitalismo los mecanismos de apropiación ya no dependen directamente de esas jerarquías políticas, y que por tanto la democracia formal puede coexistir perfectamente con la dominación social –siempre y cuando no se desborde los lindes de su propia esfera separada.

Pero a diferencia de ellos, Wood deja espacio para pensar la democracia también como algo distinto. Para ella, la democracia no es solo el nombre de la separación y el blindaje político capitalista; es también, de hecho, una capacidad histórica de resistencia, es el nombre de la emancipación material del trabajo y de la lucha inmanente entre las “dos ciudades”, de la división social entre ricos y pobres que desgarra el todo social desde dentro e impide que el poder se cierre sobre sí mismo en una representación perfecta.

En las paredes de la representación suena así el eco de la democracia como poder popular, como resistencia, roce y disrupción, como expresión de un demos que es a la vez el nombre de las clases bajas y de la comunidad política en su conjunto, el nombre común de la parte y el todo, de la parte enfrentada al todo, de su ecuación y su adecuación imposibles.

Frente al nombre propio de la democracia surge entonces su nombre común, un nombre impropio y desgarrado que se expresa a través de otro movimiento dialéctico, igualmente entrecortado y contradictorio, igualmente cargado de potencias que no se dejan reducir del todo.

Negar ese otro movimiento sería hoy en día insensato. Las palabras, como decía el texto de Bensaïd, no son inmunes al tiempo histórico del que se nutren y que ayudan a articular. Ese tiempo, hoy, es el de un paisaje en transformación: el capitalismo occidental ya no está en medida de asegurar el crecimiento y una mejora sostenida, por tenue o marginal que resultara, de las condiciones de vida de la mayoría.

Por el contrario, se ha desatado una ofensiva radical para nutrir la reproducción financiera del capital a partir de la desposesión pura y dura, y para una parte creciente de quienes sufren esa ofensiva el conflicto asume la apariencia de un enfrentamiento irreconciliable entre capitalismo y democracia. Así se vuelve a descubrir la valencia silenciada de los desiguales, de quienes no se dejan representar pero reclaman decididamente la voz y el cuerpo material que se les ha hurtado.

La movilización del demos que renuncia a su propia pasividad es el sabotaje de las fronteras mismas de lo político, y la galvanización de esa base material que, ante el asedio y la ofensiva incesante de las fuerzas del mercado, ya no puede mantenerse apartada de la escena. La democracia es hoy el nombre desdoblado de la potencia constituyente frente a la representación constituída, de una lucha de clases en acto.

Eso no quiere decir que haya que apresurarse a levantar sin más la bandera democrática: sabemos que no será suficiente. Pero hay algo que no se puede negar: la democracia nombra la herida por la que hoy sangra el cuerpo político del soberano, y una línea de fuerza para su posible superación.

Aquí es donde la oposición de democracia y comunismo, de sus dos trayectorias sinuosas y mil veces interrumpidas, adquiere otra relevancia y un interés creciente. Tal vez vivamos hoy en día un momento parecido al que media entre las dos últimas citas que abren este prólogo, entre el mes de julio del 48, cuando Marx habla de las derrotas del partido democrático, y el de enero del 49, cuando convoca a las fuerzas del movimiento comunista.

Si escuchamos lo que dice en el Manifiesto, la diferencia entre un texto y otro no puede deberse simplemente a “ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo” en el trascurso de esos pocos meses.

Más bien cabría pensar que las fuerzas de los comunistas y las del partido democrático (que no era, recordémoslo, un Partido, sino la suma heterogénea y compleja de elementos unidos en su lucha contra el absolutismo y la reacción) cruzaron en ese momento sus trayectorias materiales para después volverse a alejar, a enfrentarse, a cruzarse de nuevo.

Tal vez otra historia política de esos cruces y alejamientos (en las calles de París unos años más tarde, y después en las de San Petersburgo, Berlín, Barcelona o La Habana) permitiera pensar la democracia y el comunismo no como dos palabras que se oponen entre sí, como si una expresara negativamente lo que la otra manipula y mistifica, sino como dos polos, dos valencias, dos órdenes de un mismo movimiento dialéctico, contradictorio y desdoblado, que avanzara o retrocediera hacia la abolición de lo actual a través de las prolongaciones, composiciones y disgregaciones entre uno y otro, sin llegar a desembocar nunca en ninguna parte.

Esa historia estaría a la vez cerca y muy lejos de la que desarrolla este libro. En buena lógica de la culminación, Dauvé y Nesic piensan la superación de la democracia en el comunismo, pero hoy sabemos que esas trascendencias nunca suceden sin dejar restos, rastros, huellas de su propia incompletud que vuelven para perturbar el sueño de los supuestos vencedores.

No; democracia es hoy una palabra tan herida como comunismo, y solo en el salto dialéctico e indirecto entre una y otra, en la reapropiación democrática de los medios de producción y en la socialización efectiva de las trayectorias y las capacidades, puede rearmarse la resistencia ante el ataque incesante, voraz y suicida de la reacción capitalista.

La democracia como nombre común, el comunismo como nombre democrático: sin la simbiósis herida entre los dos, sin el roce productivo de sus relevos e interrupciones, es difícil que la resistencia pueda estar a la altura de su tarea.

En su movimiento conjunto, sin embargo, surge de nuevo el espectro que hiela la sangre a la vieja Europa: el de una potencia comunista integral, libre, empeñada en afirmar su fuerza, cuyo futuro sigue siendo un presente, a la vez efecto y condición de las capacidades de todos y de cualquiera.

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Rajoy cae, la democracia no ha llegado todavía

indignados_n-365xXx80-1«Más organización social, más presión del abajo hacia el arriba, más conexiones entre los espacios, más desborde, han sido los elementos de toda esta fase destituyente. Lo que viene ahora es el desafío de la revolución democrática hecha por la gente, desde la gente, sin mediadores, sin tutelas».

Ya hemos demostrado que podemos. Se acercan tiempos interesantes.»

De http://madrilonia.org/

Dos imágenes pueden servirnos para anunciar el actual cambio de fase institucional. Las sucesivas portadas de el periódico El Mundo sobre Baácenas que culminan en la colección de SMS enviados por Mariano Rajoy; y la declaración de Rubalcaba en la que declara la ruptura con el gobierno y pide a Rajoy que dimita, todo ello acompañado con una posible (si bien apenas anunciada) moción de censura.

En este momento es transparente para cualquiera que el gobierno, si no todo el aparato del Estado, es una institución-mafia que sostiene no sólo al Partido Popular, amén del resto del arco electoral, sino también todo un modelo económico ligado directamente al boom inmobiliario y sus intereses.

Si abrimos un poco la mirada y atendemos al caso de los EREs andaluces vemos este modelo de institución-mafia sostenido en este caso sobre las ayudas públicas y las redes clientelares vinculadas al sindicato UGT. Algo similar podríamos hacer con el caso Palau, etc.

Hablar de corrupción como un fenómeno particular, aislado, sin conexión con las formas de gobierno de los últimos 35 años y en concreto de la expansión del ciclo inmobiliario es, simplemente, falso. En todos los casos, se trata de formas de gobernabilidad apuntaladas en el territorio y que hoy están sometidas a la implosión interna y el acoso externo.

Esta aceleración de la crisis institucional es fruto de, al menos, cuatro factores. En primer lugar, la creciente preocupación en las élites del país para encontrar recambios y nuevas narrativas que sean capaces de servir a la recomposición de los consensos sociales; una capacidad hoy por hoy arruinada.

El segundo es el enfrentamiento entre dichas élites por ocupar un lugar en ese nuevo marco narrativo de la “regeneración democrática”.

El tercero tiene que ver con la «independencia», siempre parcial, de la magistratura, en relación con las acusaciones populares o partidistas así como el papel de determinados jueces y juezas.

Y el cuarto y más importante, es la presión constante, creativa y desbordante de la gente en las redes y en la calle sea en forma de «Rodea el Congreso», sea mediante toma de viviendas o escraches, Mareas, etc.

De esos cuatro factores sólo el que se desarrolla en las calles, las redes y las plazas tiene capacidad real de impulsar la discusión sobre un nuevo marco democrático capaz de superar del régimen del 78. Dicho de otra forma, los elementos de «regeneración democrática» que hoy se colocan encima de la mesa apuntan más bien a un intercambio de caras dentro de una misma élite.

Nos proponen un escenario de control interno de la corrupción dónde habrá, es probable, más transparencia, pero no vivienda; dónde los políticos responderán por sus casos de corrupción, pero sin un sistema de sanidad o una educación realmente universales y públicos; y, sobre todo, dónde los avances en términos de democracia real directa y participada seguirán siendo subsidiarios al pago de la deuda.

La caída de Rajoy, que políticamente puede conjugarse ya en tiempo pasado, es una buena noticia, como lo son todos los momentos en los que el régimen político expone abiertamente su fragilidad, pero la democracia no está aquí todavía. Sus enemigos, el actual bloque de poder, van a tratar de esquivarla, una vez más, acelerando los tiempos de la recomposición.

Más organización social, más presión del abajo hacia el arriba, más conexiones entre los espacios, más desborde, han sido los elementos de toda esta fase destituyente. Lo que viene ahora es el desafío de la revolución democrática hecha por la gente, desde la gente, sin mediadores, sin tutelas.

Ya hemos demostrado que podemos. Se acercan tiempos interesantes.

16/07/2013

Madrilonia

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JUEVES 18J : BARBACOA DE CHORIZOS EN LAS SEDES DEL PP

2013_7_15_PHOTO-7c24bf0fca445fc7c7da21a03dacab4b-1373898105-13LLAMAMIENTO

Este jueves 18 tendrá lugar una acción de protesta frente a sedes del PP y edificios gubernamentales de diversas ciudades (*). Las concentraciones están convocadas por personas que participan en colectivos surgidos antes, durante y después del 15 de mayo de 2011 y pretenden señalar la corrupción de altos cargos políticos y élites financieras y empresariales, la inexistencia de una verdadera democracia y la consiguiente pérdida de derechos de la inmensa mayoría de la sociedad.

La convocatoria, nacida una vez más en las redes sociales y que se define como independiente de partidos o sindicatos, está abierta a la adhesión de personas y colectivos (mareas, asociaciones vecinales, asambleas…).

La protesta pretende poner de manifiesto la gravedad de una situación endémica en el actual régimen político y económico, que vulnera sistemáticamente los principios elementales de la democracia mientras recorta derechos colectivos y prestaciones públicas. Paralelamente, van saliendo a la luz las conexiones evidentes entre las donaciones de empresas y concesiones públicas o decisiones políticas que les benefician.

La falta de ética de los poderes públicos ante el incumplimiento de sus compromisos y la utilización de su estatus en beneficio propio, sin que exista posibilidad de exigir responsabilidades ante esas actividades, está claramente conectada con una élite empresarial que los financia y con la que están en total connivencia.

La solución debe pasar por la convergencia en un proceso verdaderamente democrático y transparente, donde los protagonistas no sean los poderes económicos, sino las personas y el respeto a los Derechos Humanos y a una vida digna. Desde esta premisa, no es suficiente con un cambio superficial o una nueva alternancia dentro del bipartidismo, totalmente insertado en las dinámicas de corrupción. La solución tampoco pasa por un gobierno de tecnócratas impuesto por el FMI, el Banco Mundial o la Comisión Europea.

Es necesario un proceso constituyente con la participación de toda la sociedad para construir desde abajo un sistema democrático, con representantes políticos sometidos a un verdadero control y revocación ciudadana cuando incumplan sus compromisos; es la única salida para que los intereses partidistas no se sitúen por encima del bienestar de todas las personas.

Por todo ello, el jueves 18 de julio se invita a la ciudadanía a salir de nuevo juntas a la calle paraseñalar a la mafia que nos gobierna, exigir su dimisión inmediata y la apertura de un proceso constituyente para reiniciar la democracia desde abajo.

(*) En el momento de enviar este comunicado, son 12 ciudades que convocan a las 19 o a las 20h. La lista actualizada se puede consultar en http://www.facebook.com/events/522514887802107/

En esta convocatoria participan personas vinculadas a los siguientes colectivos y asambleas: Democracia Real Ya! Madrid, Asamblea de Vivienda de Madrid, Comisión de Difusión en Red, Asamblea Popular de Majadahonda, Asamblea Popular de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, Madrilonia, Patio Maravillas, enRed, Marea Blanca, otras asambleas populares, grupos de trabajo surgidos en torno al 15M y mareas por la defensa de lo público.

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El fin del fin de la historia y por qué la era de las revoluciones está sobre nosotros.

bini.jpg.pagespeed.ce.03MeeP6QM-«Las actuales revoluciones se caracterizan por una organización democrática radical, que suele excluir a las instituciones jerarquizadas y centralizadas como los partidos políticos tradicionales, a la vez que incluyen la demanda de desarrollo social – es decir políticas económicas y democratización del sistema».

Por BINI ADAMCZAK, escritora alemana

Traducción: Enrique Prudencio 

Dos años después del comienzo de la primavera árabe, mientras que las luchas de 2011 continúan aún en diferentes formas, una nueva serie de protestas aparece en el mundo: Turquía y Brasil.

Los que pensaban que los nuevos movimientos democráticos desaparecerían con la rapidez que habían surgido, pueden ver que se está demostrando lo contrario: su Yer Taksim, su Yer Direnis. Taksim está en todas partes, en todas partes está la resistencia, es la consigna que nos recuerda que no hemos vuelto a la “normalidad” todavía. Lo que por otra parte no ocurrirá. Hemos entrado en una nueva situación histórica que tiene poco que ver con lo que la generación de los que ahora tienen entre 15 y 45 años de edad han tenido que aceptar hasta hace poco, en la vida política y cotidiana “normal.”

El fin de la historia ha llegado a su fin. Cuando Francis Fukuyama anunció el “fin de la historia” en 1992, se limitó a decir que no habría alternativa al capitalismo liberal, nunca más. En este relato no tenemos que poner en cuestión ese “nunca más” característico de la ideología burguesa. Lo hicieron los zapatistas en 1994, los movimientos contra la globalización lo hicieron en Seattle en 1999 y en Génova en 2001.

Al mismo tiempo, el final de la historia caracteriza una realidad innegable. Y fue precisamente en su crítica donde esta realidad se confirmó. En ningún otro momento de la historia un lema como “otro mundo es posible” habría sacado tanta gente a la calle. Mientras que en otros momentos históricos la pregunta hubiese sido ¿Cuál de los mundos posibles es más necesario y deseable?, la pregunta durante este tiempo era si había alguna alternativa en absoluto al mundo existente.

El fin de la historia marcó la realidad en la historia del mundo que surgió después de la caída del bloque socialista, y fue validada 10 años después, con el 11/9. Esta realidad ha cambiado los motivos principales con los que trató de justificarse la política de la competitividad. La esperanza de un futuro mejor fue reemplazada por el temor de que el futuro fuera aún peor que el presente. Y este presente, que progresivamente ha ido degradando las vidas de la mayoría, sería al parecer, para siempre.

Ahora bien, el fin de la historia es la historia misma. Visto desde el futuro que ya ha comenzado, esta époc histórica habrá comenzado en 1991 y habrá durado exactamente 20 años, hasta la primavera árabe. Como si la historia estuviese astutamente tratando de encontrar la fase más eficaz para su regreso, este regreso ha tenido su principio – entre todos los lugares posibles – en esa región del mundo que tanto el colonialismo como el nuevo orden mundial han considerado ahistórica o caminando hacia atrás en el mejor de los caso.

Periodistas de televisión del noroeste del mundo miraban los fotogramas, acelerados por la tecnología de la comunicación, de las revoluciones de Túnez y Egipto y se reconocían a sí mismos en los activistas de la pantalla: “ellos” parecíamos “nosotros”.

Al igual que en los grandes ciclos revolucionarios del siglo XX – 1917, 1968 y en menor grado 1989 – en 2011 las revoluciones se expanden de ciudad en ciudad y de región en región, cruzando las fronteras estatales.

Y lo mismo que en los ciclos anteriores en este ciclo también se inician en la periferia del orden global y avanzan con más o menos éxito de Sidi Bouzid a El Cairo y más adelante a Deraa, a Al-Manama y Sanaa, “corazón de la bestia”; a Atenas, Madrid, Tel Aviv, Londres, Santiago de Chile y de ahí a Wisconsin, Nueva York, Frankfurt, Oakland, Moscú, Estambul, Ankara, Sao Paulo y Río de Janeiro.

En algunos lugares, como por ejemplo Túnez, Grecia y Turquía (aquí sobre todo con la lucha de los kurdos), muchos años de huelgas y protestas precedieron a los acontecimientos actuales. No obstante, cada una de las insurrecciones actuales fue inesperada, aunque algunas más que otras, sobre todo en los países árabes, donde en la última década se ha dado la tendencia a implantar la democracia por medio de la guerra.

Lo cual se puede aplicar también a Israel, donde cada cuestión política y social se ha sobredimensionado y siempre ha quedado zanjada por medio de la guerra persistente. Y lo mismo ocurre respecto de EE.UU., que no ha visto esas grandes protestas y amotinamientos por la emancipación desde la década de 1960. Y también es de aplicación a Rusia que es prácticamente la patria del periodo posterior al fin de la historia, donde la tradición autocrática del zarismo ha hecho que cualquier intento de emancipación parezca tan fútil como azaroso.

Incluso después de dos años de rebeliones por todo el mundo, nos sorprendimos de nuevo con la ocupación del Parque Gezi en Turquía y con un movimiento de masas brasileño en lucha por el cambio social. Ninguno de estos levantamientos fue predecible, o por lo menos nadie se jactó a posterior de haberlo previsto. Pero, en general las revoluciones plantean no solo la cuestión de su imprevisibilidad sino también la de su reconocibilidad una vez que han empezado a caminar.

La incertidumbre de muchos espectadores acerca de si los procesos que estaban viendo en la televisión, calificados de revoluciones, tenían realmente o no antecedentes históricos. A menudo, y probablemente debido a que resulta más agradable de esta manera, se han identificado revoluciones donde nunca han ocurrido, aunque la desilusión al descubrir el engaño también queda registrada.

Un mes antes de la Revolución Rusa de Febrero, Lenin predijo: “Nosotros los viejos, probablemente no viviremos para ver las batallas decisivas de esta próxima revolución.” Y Shlyapnikov, el líder bolchevique de Petrogrado, dijo incluso después de producirse “esta próxima revolución”, el 27 de febrero de 1917: “No hay revolución y no tendremos revolución a corto plazo. Tenemos que adaptarnos a un largo periodo de reacción.”

Es precisamente en su improbabilidad en lo primero que coinciden los diversos movimientos rebeldes de 2011. Generalizando solo este criterio de improbabilidad, podría resultar paradójicamente probable que se diera un movimiento revolucionario incluso en Alemania.

El antagonismo y la diferencia.

La diversidad de probabilidades históricas inherentes a las situaciones revolucionaras hace que resulte difícil interpretarlas. El curso ambiguo de una revolución suele emerger solo retrospectivamente. Sin embargo, esta ambigüedad es también el efecto de una historiografía homogeneizadora que se fabrica sobre todo por parte de los revolucionarios que fueron capaces de institucionalizarse como victoriosos.

Incluso la primera revolución socialista victoriosa (1917 en Rusia) no pudo cumplir con la repetida afirmación de una trayectoria franca y directa, o que al menos tuviera un programa claramente definido.

Los bolcheviques, por ejemplo, gracias a los cuales la revolución se hizo inmortal con el nombre de la “revolución de octubre”, eran una facción poco conocida al comienzo de la revolución. Incluso sus consignas más básicas, como “Tierra y Libertas”, se interpretan de formas muy diferentes. Los campesinos, por ejemplo, terminaron aplicándolas de formas inesperadas y no deseadas por los “autores” de la consigna: sencillamente se apoderaron de las tierras feudales por la fuerza – sin intervención del Estado – y establecieron las comunas rurales.

Tales irregularidades se produjeron a pesar de que el partido comunista, que surgió de la revolución como aparente vencedor, tenía el corazón puesto en la eliminación de la ambigüedad política y a favor de una línea política clara, con métodos expeditivos y efectos contrarrevolucionarios.

Tal vez hay un reduccionismo leninista específico de la revolución encarnada en una creencia: que la polifonía del órgano de la revolución debe ser silenciada en favor de la lógica de la decisión y debe tener una sola voz encarnada por una la línea del partido, un comité central y un líder.

Por tanto, la ambigüedad de las revoluciones actuales no es una novedad postmoderna ni algo que debamos desear que desaparezca precipitadamente, aunque pueda resultar confuso y potencialmente amenazador ver las banderas de los ultranacionalistas rusos junto a las banderas del arco iris LGBT y las pancartas anarquistas, en las manifestaciones contra Putin o nacionalistas turcos marchando junto a izquierdistas, feministas, kurdos y “anticapitalistas musulmanes” en Estambul.

Tal vez la tarea asignada a una política revolucionaria no sea la de ver un antagonismo en cada diferencia, ni meras diferencias entre antagonismos reales.

Revolución y reacción.

Los revolucionarios rusos de 1917 estaban convencidos de que sólo podían tener éxito si la revolución se extendía a todo el mundo capitalista. Pusieron todas sus esperanzas en Alemania y esta les decepcionó. Hoy Alemania desempeña un importante papel una vez más: el papel de centro contrarrevolucionario (el que ha interpretado con maestría históricamente).

Con su política deflacionaria, bajos salarios, divisas y exportaciones baratas, Alemania ha contribuido en grandísima medida a la crisis – que ahora se agrava por la aplicación de las medidas de austeridad – y al mismo tiempo se lucra con ella (que es por lo que “Blockupy Frankfurt es tan importante. Para demostrar que la exportación alemana de la crisis también conduce la importación de protesta mundial).

Hoy en día, una vez más, el éxito de las revoluciones dependerá de su capacidad para dinamizarse y radicalizarse entre sí. A pesar de las diferencias entre los movimientos de distintos países, resultan obvias las similitudes entre ellos, evidentemente: la movilización digital, ocupación de plazas públicas – Plaza Tahrir, Puerta del Sol, Plaza Syntagma, Plaza de la Libertad, Plaza de Taksim – protestas no violentas, si es posible, y posicionamiento contra el Estado.

Por encima de todo, estas revoluciones se caracterizan por una organización democrática radical, que suele excluir a las instituciones jerarquizadas y centralizadas como los partidos políticos tradicionales, a la vez que incluyen la demanda de desarrollo social – es decir políticas económicas y democratización del sistema.

El carácter global de los movimientos revolucionarios se ha hecho visible cuando los manifestantes de Egipto han salido con pancartas que muestran su solidaridad con los trabajadores en huelga de Wisconsin, cuando las manifestaciones de solidaridad con los turcos concentrados en Taksim y hasta campamentos similares a los suyos, aparecieron en Nueva York, así como en Atenas y Berlín.

Un grupo enseña al otro grupo nuevas formas de protesta y organización. Al mismo tiempo el grupo puede aprender precisamente del hecho de que otro grupo adopte su estrategia, y que el derrocamiento de un dictador o de un consejo militar no conduce directamente a una democracia digna de este nombre. Justo cuando los manifestantes egipcios conquistaron la libertad de prensa, los periódicos y la radio-televisión pública de Grecia se cerraron porque ya no eran rentables.

Esta limitación de la democracia capitalista se demuestra más claramente cuando el ex presidente griego George Papandreou anunció un referéndum sobre el paquete de rescate impuesto por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y El FMI. A pesar de que el referendo ya era extorsivo porque preguntaba si Grecia deseaba permanecer en la Unión Europea o no, fue cancelado dos días más tarde, después de que intervinieran los primeros ministros de las potencias económicas más fuertes de Europa, Angela Merkel y Nicolas Sarakozy.

Algunos meses más tarde, los políticos alemanes recomendaron aplazar las elecciones en Grecia o, mejor aún, nombraron comisario del presupuesto que podría anular al parlamento griego. La posibilidad de un Gauleiter fue rechazada. Pero las condiciones impuestas por las medidas de austeridad, no eran muy diferentes al final. Al gobierno griego se le controla férreamente por el Grupo de expertos de la Comisión Europea y el FMI y debe transferir regularmente una suma de dinero para el rescate de la deuda a una cuenta especial, en la que puede ingresar pero no sacar dinero.

La democracia – tal es la lección de esta demostración de poder – queda limitada bajo las condiciones del capitalismo y totalmente anulada en el momento en que puede causar problemas al sistema. Por ello los gobiernos electos pueden ser sustituidos por expertos cuya “experiencia” consiste en que se les otorga competencia para ejecutar los requisitos impuestos por el capital. ¿Para qué queremos sufragio universal, si no tenemos nada que votar?

La Crisis y el Capital

El carácter explosivo de los movimientos revolucionarios deriva de esta situación, por inofensivos que todavía puedan parecer. La crisis financiera mundial que explotó en 2008/2010 es la peor desde la Gran Depresión de 1929 y la crisis de 1974, y sigue en expansión. Aquí el capitalismo presenta su sinsentido absoluto, su disparate como sistema económico.

En EE.UU. y España hay personas se ven obligadas a vivir en tiendas de campaña. Aunque se construyeron decenas de millones de viviendas de más y la mayoría están vacías, los vecinos son desahuciados por no poder pagar los plazos de la hipoteca. En España, Grecia e Italia se lamenta la escandalosa tasa de desempleo juvenil y al mismo tiempo se retrasa la edad de jubilación.

En Alemania se incrementa la tasa de productividad del trabajo (las misms mercancías se producen en menos tiempo) y la vez se aumentan las horas de trabajo. En Grecia, con el fin de evitar la bancarrota que produciría un empobrecimiento social, se incrementa el empobrecimiento social (a pesar de que puede provocar la bancarrota).

Sin embargo, las clases dominantes no pueden o no desean encontrar una salida a la tragedia (algo que suele ser un indicador de una inminente situación revolucionaria). Mientras que los intelectuales burgueses de Europa, como Charles Moore o Frank Schirrmacher, lloran por la izquierda para salvar el capitalismo, la derecha norteamericana sostienen a través de su canal de propaganda FOX NEWS que el coste de los rescates no deben pagarlos los multimillonarios, sino más bien el 50% de los pobres. “Estos pobres, se dice, no son pobres, después de todo, ya poseen frigorífico”.

Lo nuevo de esto no es el escándalo moral, sino la ineptitud del capital para trascender sus intereses particulares. De esta manera, ni el imperio estadounidense puede ser rescatado, ni se reproduce el modo de producción capitalista.

No obstante, hay que resolver la crisis. Los movimientos revolucionarios actuales, al igual que sus antecesores, se ven amenazados por la misma corrupción, no menos antisistémica. Y al mismo tiempo, movimientos fascistas, reaccionarios o islamistas radicales, están listos y a mano en todo el mundo.

En Hungría, por ejemplo, esas fuerzas reaccionarias han adquirido gran poder con el gobierno de Fidesz y el movimiento Jobbik. En Grecia, como resultado de la crisis, los fascistas se han convertido en solo dos años el tercer partido del país, como si la historia quisiera repetirse. Consecuencias reaccionarias a la crisis son, entre otras, la segregación sexista y la exclusión racista. Por otra parte, está el keynesianismo militar, históricamente exitoso, la supresión de la competencia y la destrucción productiva del capital: esto significa la guerra.

Las revoluciones democráticas por lo tanto, deben poner fin al mal y evitar lo peor. En su intento histórico mundial para abolir la explotación, el socialismo ha caído en desgracia lamentablemente y con efectos duraderos. Pero ahora el modelo liberal democrático también pierde gran parte de los atractivos que, comparado con los países del Pacto de Varsovia, tenía hace veinte años. El eterno presente del capital ha terminado por ahora. Por primera vez en nuestro tiempo, la historia está abierta de nuevo a las sugerencias.

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Un “cambio cosmético” no es la solución

descargaComunicado de prensa de Construyendo La Izquierda- La alternativa Socialista

 La Coordinadora de CLI-AS ante la grave situación social, política y económica que vive el estado español, manifiesta una vez más la necesidad de construir y ya un amplio frente o bloque social y político de clase y de todos y todas las víctimas de la crisis.

Un programa sencillo y claro con propuestas sociales, democratizadoras y consecuentemente socialdemócratas como la defensa del sector público o la nacionalización de la banca y la intervención del estado en la economía. Un programa que sirva de punto de inicio del camino que nos debe llevar hacia un proceso constituyente que ponga punto final al régimen caduco del 78 que, como vemos estos días, tiene todos sus estamentos corrompidos y en estado de descomposición.

Este proceso debe finalizar con el alumbramiento de una nueva constitución que garantice de forma plena la igualdad de derechos, la justicia social, el reparto justo de la riqueza, la democracia participativa y directa, y la búsqueda del bien común y la felicidad de la ciudadanía.

CLI-AS entiende que no es posible enfrentarse con éxito a esta situación únicamente desde la acción institucional y por tanto desea arrimar su brazo en favor de la movilización social y junto con los movimientos sociales convocar contra la corrupción y gritar a los cuatro vientos: Sí hay dinero, pero está en manos de los poderosos y sus tramas negras de evasión y especulación financiera.

Para ello, convocamos a todos los partidos de izquierdas y sindicatos a la unidad de acción, abandonando todo cálculo electoral y siendo conscientes que el tiempo del dialogo social está superado ante el ataque que los poderes económicos están infringiendo al 99% de la sociedad, los de abajo.

Debemos poner toda nuestra capacidad movilizadora así como la presencia institucional y mediática al servicio del objetivo común que no debe ser otro que el de, junto a las organizaciones sociales, devolver el poder a su legitimo dueño, el pueblo.

Por tanto solo es cuestión de voluntad política, acabar con un gobierno corrupto e ilegitimo y lograr alcanzar un acuerdo democrático alternativo, transformador, solidario, profundamente social y por la justicia. No es momento de cambios cosméticos que sirvan para cambiar todo sin que nada cambie. No vale un cambio de nombres en la jefatura del gobierno y del estado.

Desde CLI-AS manifestamos toda nuestra disposición a andar este camino con todas aquellas organizaciones que deseen la transformación de esta sociedad, desde el respeto y reconocimiento a las organizaciones, la coherencia en las ideas y programas, y la honradez en las acciones, y siendo conscientes que en el camino encontraremos dificultades que sabremos superar por el bien común y la responsabilidad que tenemos con la sociedad.

Nacimos como un movimiento que en su ADN lleva grabado la búsqueda de la unidad acción de la izquierda y no para ser uno más en la sopa de letras electoral y dividir más si cabe el voto de la izquierda real y transformadora. Nacimos para sumar y con la convicción de que no debemos buscar presencia institucional si esa no sirve para transformar la sociedad.

Por ello, desde la consciencia que es fundamental conformar una mayoría electoral que ocupe las instituciones para arrancar el poder a la oligarquía económica y política, CLI-AS llama a la construcción urgente de un amplio frente o bloque socio-político, de las personas y movimientos que piensan que ante tanto recorte y hurto masivamente organizado por quienes nos gobiernan es imprescindible un profundo cambio en el estado español.

 

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Julio Anguita: “Hay condiciones para una revolución”

descargaTexto completo de la entrevista del diario El Comercio a Julio Anguita

Conversaciones sobre la III República’. El nuevo título de Julio Anguita y Carmen Reina no esconde su contenido. Ni lo pretende. El excoordinador de IU llegó ayer a Gijón de la mano de la editorial El Páramo para presentar el libro con el que lanza un claro mensaje de cambio a la sociedad. Una sociedad, anima, que ha de hacerse con el control de los acontecimientos.

-Recala en Asturias para hablar de república. Y lo hace con un libro.

-Es un libro de dos autores, que recoge una propuesta muy concreta de tercera república. Creemos que el momento de pasear la bandera republicana y hablar de ella de manera inconcreta -o refiriéndose siempre a la segunda- ya ha pasado. Es la hora de presentar una propuesta concreta. En el libro, los autores explicamos los motivos que nos llevan a hacer la propuesta y hablamos, por ejemplo, de la austeridad inherente a la república -muy diferente a la defendida por el gobierno, porque república no significa vivir mal-, del estado federal o de la importancia de Iberoamérica, mayor que la de Europa.

-Hace poco se formó un gran revuelo cuando dijo que habría que meter al Rey en un tren y ponerle en la frontera.

-No fue exactamente así: me preguntaron y contesté, pero siempre existe cierta tentación por parte de los medios… No quiero hablar del Rey. Lo que siempre he dicho es que vamos a construir república y, una vez construida, a este señor se le mete en un tren y punto. A mi no me preocupa el monarca, sino el proyecto de república. A eso me refería.

-Tras el ‘caso Nóos’, ¿cuál sería una salida digna para la Monarquía?

-Dignidad y Monarquía son dos conceptos que en la historia de España siempre han sido antitéticos.

-La situación económica del país es mala, pero usted dice que será aún peor.

-No lo digo yo, lo dicen los datos. Me reúno con economistas, con gente que sabe más que yo, porque creo que es lo que un político debe de hacer. Ya lo advertimos cuando entramos en la moneda única y, ahora, esto no va a mejor, va a peor.

-Entonces, ¿insta a la sociedad a hacer frente al actual poder político?

-Soy miembro de un partido político pero, tal y como está la situación, ningún partido puede resolver esto. Éste es un problema de la sociedad, que tiene que auto organizarse. La sociedad está dividida, tiene valores contrapuestos, pero hay que buscar un denominador común en esa mayoría, alcanzar un programa con unos puntos concretos y la voluntad de erigirse en un contrapoder.

-¿Cree que estamos ante uno esos caldos de cultivo que preceden a los grandes acontecimientos?

-Caldos de cultivo hay muchos, el problema es que cuajen o no. En la Historia aparecen sólo los que cuajan. Algún día habrá que escribir las revoluciones que no fueron porque, en realidad, son muchas más que las que triunfaron. Habrá que esperar… Pero, desde luego, condiciones hay.

-¿Piensa aún que la única salida a la crisis pasa por abandonar el euro?

-Absolutamente. Hay que tener bien claro que los que hemos firmado ese manifiesto (que apuesta por la salida de la moneda única) advertimos de que va a ser duro, aunque no tanto como esto. Con un 57% de paro juvenil, peor que esto no va a ser. Desde nuestro punto de vista, salir del euro es la única salida y esperamos, también, que se nos unan otros países, sobre todo, del sur de Europa. En algún sitio tiene que empezar y, estando en el euro, salida no hay ninguna. Me baso en lo que indican los estudios desde hace años y en las propias palabras de Felipe González, que el año pasado confesó sus errores en un artículo.

-Y en ese marco, la corrupción se vuelve protagonista. ¿Qué ha ocurrido?

-La corrupción ha existido durante toda la Transición. Existió también en el franquismo, pero no salía en la prensa. España es un país fundamentalmente corrupto, desde la época de la Restauración con Fernando VII. No es un país que haya vivido una revolución cívica: es un país de viejas estructuras enquistadas, donde el poder ha sido siempre su criado. Lo que ocurre ahora responde a una forma de ser, de estar, que parte de la población ya ve sin escandalizarse. Si la gente de un país sigue votando a ladrones, la cosa está mal.

-¿Pero hay hacia dónde mirar?

-¡Claro que sí! Hacia aquí, por ejemplo. Me podrán acusar de muchas cosas, pero de eso no. ¡Claro que hay a quien mirar! Cuando se dice que todos los políticos son iguales, no es más que una forma de justificar nuestra propia concupiscencia. Los políticos somos hijos de nuestro pueblo, somos como el resto de la sociedad. ¿Quién no ha escuchado en un chigre «yo, si pudiera, haría lo mismo»? Pero creo que, cuando llegamos ahí, tenemos la responsabilidad de cambiar de actitud, para que pueblo vea que se puede seguir otro camino.

-¿Qué le parecen los líos de Bárcenas y las acusaciones de financiación irregular al PP?

-No suelo hablar mucho del tema. Éste es un señor que tendrá que justificar su fortuna y que sabe muchas cosas. Detrás de él, están ni más ni menos que todos los cohechos que ha podido haber… ¡Pero eso es algo habitual!

-¿Se está desviando la atención de los desahucios a los escraches?

-Es una cuestión de fariseísmo social. Nadie protestó por el escrache del cobrador del frac, pero cuando alguien va ante un político se habla de los pobres niños que lo sufren. Es de una hipocresía tremenda. Lo mejor es no hacer ni caso y seguir haciéndolos.

-El PCA organiza la presentación de su libro. ¿Cree que puede reconducirse la situación con IU?

-Confieso mi ignorancia sobre la situación, no es que quiera escurrir el bulto… Pero sí sé que hace falta un gran replanteamiento de toda la izquierda o de todos los que se consideran como tal. Hace falta sentarse para hablar, no de lo inmediato, sino de qué significa ser de izquierdas. Es un debate que quise lanzar y fracasé. Si los compañeros se sentasen para plantearse por qué somos de izquierdas, podría tomarse una vía de encuentro.

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Las tramas negras o como salir de esta

Carlos_Martinez_presidente_Attac_EspanaCarlos Martínez

Politólogo, Alternativa Socialista

La corrupción está alcanzando en el estado español, cotas inaceptables. No solo por la financiación ilegal del PP, que por cierto cualquier persona informada conocía hace años, -lo que ocurre es que ahora se puede demostrar- debido tal vez a alguien se le ha ido la mano, o no… Es decir algo suena.

El caso de los ERE en Andalucía, también muy grave y encima chapucero, en el que el PSOE andaluz está pringado quiera o no y su táctica de avestruz, pesimamente gestionada, está resultando ser un balón de oxígeno para el “tocado” PP, que de esa forma tiene excusa del “y tú más” aunque la verdad lo de Gürtel, Bárcenas, etc. etc. así como el asunto CAM y otras lindezas superan ya todos los limites imaginables y además sitúan a la derecha españolista en el lugar que ciertamente les corresponde en cuanto a su bajeza moral.

Pero, no lo olvidemos, el caso “PP” que es como debiera llamarse el conocido como “Barcenas”, ha sido destapado al alimón por dos piezas clave del sistema y del régimen vigente, como son “El Mundo” y “El País” es decir los grupos económicos que hay tras ellos, lo cual hace sospechar que poderosas manos se mueven por detrás y preparan algo. El stablhisment madrileño que domina el estado español, seguro que tiene recambio y solución a sus problemas y esta puesta al descubierto de las miserias del PP, seguramente preparada de antemano, tendrá sus motivaciones y sus beneficiarios.

Hace tiempo que se sabe que Rajoy, tiene poderosos enemigos y que la plutocracia dominante, tiene la voluntad de controlar más férreamente una situación que se les puede ir de las manos, pues la gravedad de la crisis financiera, se puede llevar muchas cosas por delante, incluida la monarquía, que es la clave de bóveda del ya corrupto régimen del 78 y los beneficios de los oligarcas que realmente mandan.

No obstante también hay otra corrupción, no menor y no menos dañina y asquerosa y es la de las privatizaciones. El sector público español lleva más de treinta años vendiéndose muchas veces como autentico saldo. Habría que auditar todas las privatizaciones de fábricas, astilleros, bancos, servicios y seguros, así como solares y tierras. Dilapidar lo público o lo expropiado como RUMASA o REPSOL entre otras operaciones, exigiría una revisión.

En el aznarato, hubo privatizaciones muy numerosas y muy opacas, pero Felipe González ya inicio la tendencia con entusiasmo. Ahora ya sin sector industrial, ni bancario, ni de comunicaciones público, en la época de Rajoy le ha tocado el turno a lo último que quedaba y por tanto las ventas alcanzan a la sanidad, la educación o las pensiones.

Opino, creo que las privatizaciones, que son expropiaciones de patrimonio común y de todas y todos en beneficio de propietarios privados, en especial empresas muy grandes y grandes bancos, en situaciones de muy poca transparencia son parte del germen del régimen corrupto en el que ha devenido el de 1978.

Todo esto sea dicho sin olvido ni menoscabo para con la gran corrupción, latrocinio y miseria generalizada que fue la cruel dictadura franquista.

Y ante tanto robo, expropiación fraudulenta y “liberalizaciones” para construir monopolios privados, saldos con hospitales y universidades, financiaciones ilegales de partidos en especial el PP y negocios incluso de queridas reales ¿Qué hacemos?

La Unión Europea también es responsable con sus políticas neoliberales de nuestra ruina, expolio público y desierto productivo. Todo ello en beneficio de capitales e intereses extranjeros. No lo olvidemos a la hora de hacer programa.

Oposición al régimen de expolios.-

La debilidad de la oposición convencional es bien visible. La ausencia de organización socio-política que sea capaz de generar la resistencia contundente y la ofensiva de las clases populares es exasperante. El PSOE no es capaz de frenar su propio hundimiento a pesar del mal gobierno y corrupción del PP, además el mismo partido socioliberal, tiene demasiadas causas pendientes.

Por otro lado el PSOE es junto el PP pilar fundamental del sistema y por tanto, está preso de las mismas deudas y además en temas fundamentales como el sistema financiero o la llamada deuda pública y la monarquía pacta con el Partido Popular. Ambos son coincidentes en su defensa de la Europa alemana y neoliberal. El PSOE de Andalucía, además se acaba de meter en un jardín de unas elecciones primarias en las que está haciendo el ridículo más espantoso e introduciendo de forma innecesaria una crisis suplementaria en el propio PSOE estatal y dejando a su socia de Gobierno, IU-CA en una posición delicada, acrecentada por el escándalo de los ERE y las contradicciones casi diarias del Gobierno autónomo.

Es cierto que IU-CA ha dado pasos interesantes y tomado medidas decididas en vivienda y protección social, sí, pero el Gobierno andaluz gobierna respetando el objetivo de déficit que Madrid y Bruselas imponen y existen serias dudas acerca de si esa situación se va a poder mantener. Por otro lado lo que sus socios del socioliberalismo pretenden también con las “primarias” es además de apartar el cáliz de los “eres”, tomar la iniciativa política y creen los muy ingenuos, pueden recuperar la mayoría absoluta.

No olvido y vuelvo hacía atrás en el relato, que CiU y PNV también son fuerzas sistémicas, en especial CiU y que últimamente el PP ya ha encontrado su muleta en UPyD, que además capta la sangría de votos derechistas, con hábiles maniobras de despiste, acrecentadas por la ausencia de una opción de izquierdas, no ya con posibilidades de crecer, hecho este que indudablemente se dará, sino de gobernar, de ser recambio de poder, que al fin y al cabo es lo que importa.

La situación de crisis política y del régimen, así como de crisis financiera, económica y social, pero sobre todo la inmunda transferencia de rentas de las clases populares en beneficio de los ricos, que se está produciendo, exigen un profundo cambio tanto constitucional como de las políticas públicas que se están imponiendo.

IU debe decir y ya alto y claro, si desea “exportar” el modelo andaluz en el estado español y si va a apoyar al socioliberal PSOE actual, -si es que este se deja y sus compromisos con las oligarquías económicas no le aconsejan la gran coalición con la derecha- escenario más que posible. O bien apuesta por acompañar en la construcción de un amplio bloque popular de poder cívico y antineoliberal.

Un Frente Amplio, democrático y con un programa social y de reconstrucción del bienestar, el reparto, la reforma fiscal y la banca pública, así como la defensa de la soberanía estatal y popular. Lo repito, pues lo he escrito ya, cincuenta diputados sirven para hacer a Eduardo Madina o Rubalcaba, en el mejor de los casos, presidente del Gobierno. O para seguir siendo oposición.

Gobernar, alcanzar el gobierno, que es un paso para alcanzar el poder, es muy difícil e IU no tiene hoy por hoy y sola capacidad para ello, ni masa crítica que los sostenga en el gobierno del estado. Un gobierno de izquierdas y que aplique medidas realmente socialdemócratas y de progreso, tendrá muchas dificultades, pero es imprescindible alcanzar el gobierno y cambiar las cosas, plantarle cara a Europa, acabar con las privatizaciones, recuperar y nacionalizar sectores estratégicos. Garantizar las pensiones, recuperar el empleo público y apoyar decididamente a pymes, economía social y las cooperativas, así como a sectores económicos no especulativos y productivos.

Para eso hacen falta no cincuenta, sino al menos ciento setenta diputados y diputadas y seis mil personas cualificadas, cuanto menos para llenar organigramas del estado y puestos que no se pueden dejar en manos de personas supuestamente neutrales que ya sabemos cómo se las gastan los “profesionales”.

Es posible alcanzar el gobierno.-

Yo diría que imprescindible. Hay que acabar con tanto latrocinio y con tanto robo de los de arriba a los de abajo y tanta privatización.

Han privatizado la política. Se están repartiendo el Estado. Nos están empobreciendo y vuelve a haber hambre. Nos llaman demagogos, bien, más vale ser demagogo que chorizo y sinvergüenza.

Hay que construir una alternativa de Gobierno y tener voluntad de Gobierno. Dar confianza y seguridad, pero a los humildes, a las clases obreras, a los pequeños empresarios, a las y los que sufren, a las y los desempleados.

Hay que tener un liderazgo solvente capaz de generar esa confianza. Liderazgo político y social, pero también personal. Seamos serios, se puede ser muy participativo y democrático, pero alguien tendrá que representarnos y se puede tener una dirección colegiada, pero solvente y querida. Sin gobernar tampoco podremos avanzar hacia la democracia participativa y real, ni hacía el necesario cambio constitucional.

Es pues imprescindible construir una gran convocatoria convergente y ciudadana, una alianza de toda la izquierda transformadora, que ilusione y además puesto que se trata de una experiencia, participativa y diferente, con parámetros políticos novedosos, servirá para empoderar al pueblo, a los pueblos del estado español y además ese empoderamiento será imprescindible, pues una opción de gobierno diferente, democrática, social y socializante, así como con un nuevo paradigma económico y ecológico, necesitará de mucho y decidido respaldo cívico, pues será atacada sin piedad.

Pero hemos de crear ilusión y generar confianza en nuestras capacidades, inteligencia, espíritu de sacrificio y honestidad.

Lo que hay ya se conoce y su tremendo fracaso también. Si bien el fracaso social y económico del neoliberalismo, es su triunfo político y sobre todo su beneficio, el beneficio de los de arriba, el de las escasas familias oligárquicas que dominan el estado español. Todo se está haciendo en beneficio de unas castas ya conocidas. El sufrimiento y la desesperanza en el futuro de millones de personas, exige nuestra coalición ilusionante y también nuestra capacidad para mover ya el patio. Todo está demasiado tranquilo para las tropelías que están cometiendo.

Aunque sea solo por dignidad habría que llamar ya a las movilizaciones y exigir la dimisión del Gobierno y nuevas elecciones. Pero mientras estas se producen o no, hay que llenar las calles.

Termino afirmando, que o nos movilizamos o las izquierdas serán laminadas sin piedad por los enemigos de clase. Ellos, los amos, necesitan un gobierno más fuerte y autoritario todavía. Rajoy, su “Maricomplejines”, está claro que no les es suficiente. Además la Troika y el FMI exigen más. No nos engañemos las oligarquías hispanas y su rey, están felices con esas exigencias. Por tanto, ni vamos a poder negociar, ni nos van a dar tregua, ni podemos seguir esperando no se sabe qué. Falta energía, coraje, decisión y valor. Falta contundencia en la denuncia y en el verbo. Falta que digamos basta pero de verdad.

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Una Europa alemana: Vichy para todos

43-45-3-e4326-150x150Manuel Monereo

Leyendo el último libro de Rafael Poch –La quinta Alemania (Icaria, 2013), escrito junto con Ángel Ferrero y Carmela Negrete– las cosas se entienden mejor y podemos verlas con perspectiva. El dato central: la reunificación alemana, en el contexto de la disolución del Pacto de Varsovia y de la desintegración de la URRS, cambió la naturaleza de la Unión Europea.

Al principio, no se notó demasiado: había que pagar la enorme factura de la anexión de la RDA y hacerlo en condiciones que no pusieran en peligro lo delicados equilibrios de poder en una Europa y un mundo que cambiaba aceleradamente. Lo que vino después es conocido: la Agenda 2010 del gobierno socialdemócrata-verde (lo de rojo-verde me parece excesivo) presidido por Schröder.

Los autores lo analizan detalladamente: un gobierno teóricamente de izquierdas realiza un sistemático desmontaje del Estado social alemán con el objetivo explícito de devaluar los salarios y debilitar el poder de los sindicatos. Una vez más, haciendo lo que la derecha no se atrevería a realizar y practicando eso que los medios suelen denominar el “coraje reformista” de los políticos que responsablemente gobiernan más allá de las ideologías de derecha e izquierda.

Estos son los famosos “deberes” que ya hicieron los alemanes y que ahora nos toca realizar a nosotros, los holgazanes del sur de la UE. Se suele olvidar que el ajuste en estos países ha sido mucho más duro y en menos tiempo y, lo fundamental, que las respectivas bases de partida eran muy diferentes, es decir, que los derechos sociales eran mucho más significativos en el centro que en la periferia.

Lo que la llamada Agenda 2010 ponía de manifiesto era claro y preciso. El Estado alemán (es decir, la alianza entre la patronal, el gobierno, la clase política, con la complicidad de una parte de la dirección sindical) diseñó una estrategia de desarrollo nacional neo-mercantilista con el objetivo de ganar mercados de los demás países de la Unión en base a su superioridad tecnológica, a una brutal devaluación salarial y a las nuevas reglas del “sistema euro”.

Al final, lo que se ha ido consolidando es un “núcleo” exportador-acreedor en torno a Alemania y una periferia subalterna importadora-deudora, condenada a transitar rápidamente hacia el subdesarrollo.

Como Anguita dijo en los noventa, la Unión Europea en gestación liquidaría el Estado social, los derechos laborales y sindicales y terminaría por dividir duraderamente a Europa, a la de verdad, que es mucho más que la UE.

Situadas así las cosas, se podrá entender sin demasiadas dificultades que estamos ante un cambio de naturaleza de la integración europea que, más temprano que tarde, la hará inviable en el futuro. ¿Por qué? Porque la integración es incompatible con estrategias estatales basadas en disputar mercados, empleos y beneficios a costa de los demás países, sobre todo cuando estos son más débiles.

Las políticas de “arruinar al vecino” son siempre inaceptables, mucho más cuando, teóricamente, se está en proceso de integración europea en base a una moneda única que impide, entre otras cosas, devaluar y controlar la política monetaria. Este es el verdadero problema del euro: una moneda extranjera para todos los Estados miembros al servicio de la estrategia nacional de Alemania.

Si esto es así ¿por qué los demás gobiernos, sobre todo del sur, lo aceptan? Una primera respuesta parece evidente: los fundamentos jurídico-políticos de la UE constitucionalizan el ordoliberalismo alemán convirtiendo en obligatorias las políticas que sirven a los intereses de los poderes económicos dominantes. Toda la llamada construcción europea es un perfecto “sistemas de cierres” que la convierten en (casi) irreversible, no dejando otro resquicio que acatarla (aceptar las políticas neoliberales como las únicas posibles) o romper abiertamente con ella. Una ratonera, como diría Martín Seco.

Sin embargo, creo que hay otra razón más de peso, más de clase, con un carácter “fundador de un Nuevo Orden Europeo”. Una metáfora podría explicarlo mejor. Me refiero a la Francia de Vichy y es debida (ampliada y redefinida) a Miguel Herrero. Como es sabido, Vichy hace referencia a la ciudad-balneario donde residía el gobierno títere impuesto por las tropas alemanas tras la derrota de Francia en la Segunda Guerra Mundial.

Lo característico de dicho gobierno fue una tercera entidad (la Alemania hitleriana) vino a resolver el conflicto existente en la república francesa entre el movimiento popular democrático y de izquierdas y las clases conservadoras y de derechas. Los tanques alemanes dieron la victoria a las clases dominantes y condenaron a la cárcel, a la tortura, al exilio y a la muerte a los patriotas republicanos que unieron rápidamente liberación nacional con emancipación social.

Las clases dominantes de la zona sur del euro están resolviendo sus problemas al modo francés de Vichy: aprovechar el poder de las fuerzas económicas-financieras alemanas (las finanzas siempre han sido la continuación de la guerra por otros medios) para liquidar los derechos sociales y laborales, cambiar, en sentido reaccionario, el modelo social y convertir nuestro débil sistema político en una democracia “limitada y oligárquica”. Hay una alianza entre las clases dominantes de los países del sur en torno a la burguesía alemana, para legitimar el Estado de excepción global e imponer un nuevo orden social y económico europeo.

El problema es que a los españolitos y españolitas nos toca la periferia, es decir, una estructura productiva débil y dependiente, con una industria poco significativa y controlada por las trasnacionales, mucho turismo de masas y una agricultura y pesca residual. En un espacio económico así configurado no caben derechos sociales y sindicales, trabajo decente y pensiones dignas. Será el Reino de la desigualdad y se provocará una enorme concentración de renta, riqueza y poder en manos de una restringida y maciza oligarquía y una clase política subalterna y corrupta.

¿Pesimismo? Para nada: realismo bien informado. Miremos a nuestro alrededor y reflexionemos ¿Alguien nos hubiera dicho hace apenas cuatro años que nos encontraríamos ante esta involución que solo cabe calificar de civilizatoria? ¿Alguien cree que esta deriva no va a continuar para peor?

Lo que se está produciendo es la crisis del Régimen constitucional del 78 y la transición hacia otra cosa que está recién comenzando. Las clases dominantes españolas (incluidas las burguesías vasca y catalana, siempre ha sido así) a lo suyo y a lo de siempre: aliados subalternos de los que mandan y dispuestos a vender, una vez más, a las gentes de este país. Su único proyecto: mandar, repartirse las migajas de la explotación y poner fin a esa fechoría histórica de una democracia basada en la igualdad, la justicia y la emancipación social.

¿Qué hará la plebe y que harán las izquierdas después de tantos desengaños y estúpidas ilusiones?

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