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La nueva “gran coalición” PP-PSOE: Objetivo, organizar la transición a un nuevo régimen monárquico.

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«Derecha y socialdemocracia se han ido turnando y aprobando las directivas que emanan de los grandes oligopolios financieros e industriales. Los tratados son la demostración más evidente: siempre aprobados por el PP y el PSOE, con los añadidos imprescindibles de la derecha vasca y catalana.»

Manolo Monereo

Hemos ido aprendiendo que el bipartidismo es un modo de organizar el poder para impedir  la realización de políticas de izquierda. Desde el principio fue algo más que un injusto y antidemocrático sistema electoral: era el modo, unas veces sofisticado, otras veces burdo, por medio del cual los que no se presentan a las elecciones siempre ganan. La derecha económica y mediática son  gobierno: unas veces como PP, otras  como PSOE.

Hay diferencias, sin ninguna duda, si no las hubiera el negocio no sería posible. Es más, el componente esencial del asunto es que se escenifiquen “radicales” diferencias, debates “dramáticos” y todo tipo de insultos y descalificaciones. Insisto: es necesario que haya diferencias, entre otras cosas, porque las prebendas del ejercicio del poder político son enormemente significativas.

La relación corrupción y bipartidismo es algo establecido. ¿Dónde está el truco? En los límites que no se pueden rebasar, que se corresponden con los intereses estratégicos definidos por los grandes poderes económicos-financieros. Es decir, los dos grandes partidos (siempre hay que añadir a la burguesía vasca y catalana, como parte decisiva del bloque del poder) están de acuerdo en lo fundamental y divergen en lo accesorio. Cuando el bipartidismo entra en crisis, como ahora, se enciende todas las luces de alarma.

La Unión Europea, como he subrayado en más de una ocasión, es el territorio ideal para que se de este consenso fundamental. El mecanismo ha sido y es muy eficaz: los gobiernos aprueban políticas en la Unión Europea que no podrían defender, sin grandes costes, en cada uno de sus Estados y luego las presentan como exigencias obligatorias y permanentes de una Europa abstracta y genérica. Europa lo exige, la Merkel lo manda y los mercados lo requieren.

Así se ha ido desmontando pieza a pieza el Estado social y los mecanismos que regulaban los mercados y promovían el desarrollo. Derecha y socialdemocracia  se han ido  turnando y aprobando las directivas que emanan de los poderes dominantes, de los grandes oligopolios financieros e industriales. Los tratados son la demostración más  evidente de lo que decimos: siempre aprobados por el PP y el PSOE, con los añadidos imprescindibles de la derecha vasca y catalana.

El carácter neoliberal de la construcción europea

La crisis lo ha cambiado todo. Ha puesto de manifiesto el carácter neoliberal  de la construcción europea; ha evidenciado la subalternidad de la clase política bipartidista a los poderes económicos; ha mostrado hasta la saciedad que el objetivo es poner fin a las conquistas históricas del movimiento obrero y sindical, a los derechos sociales y laborales y, es la cuestión de fondo, que estamos ante una descomunal redistribución de renta, riqueza y poder en favor del capital monopolista-financiero.

Los gobiernos conspiran contra sus poblaciones y poco o nada importa que sean de derechas o socialdemócratas. De ahí deviene la crítica al bipartidismo y de aquí, aparentemente, surgen las propuestas a favor de una “gran coalición” a la alemana.

De un posible gobierno de “gran coalición” PP-PSOE se viene hablando desde hace tiempo. Tiene que ver, como antes se indicó, con el agravamiento de la crisis económica y social, el deterioro creciente de la monarquía, el desprestigio de la clase política y, en general, la desafección de una parte significativa de la población de las instituciones y de las formas de la democracia realmente existente. En el fondo, esto es cada vez más reconocido:lo que está en crisis es Régimen político surgido con la constitución del 78.

Un gobierno de coalición PP-PSOE es muy delicado para el futuro del bipartidismo y del propio Régimen e implica riesgos no menores. El sistema funciona porque da la imagen (los medios de comunicación  son decisivos para este propósito) de una polarización, de una contraposición, derecha-izquierda.

Sutilmente se confunde alternancia con alternativa: para impedir que se den alternativas reales entre posiciones ideológicas definidas, es necesario que juegue la alternancia entre opciones compatibles con los intereses de los poderes fácticos y su cada vez más efectivo control sobre la política.

Para decirlo de otra forma: gobierno de coalición ya existe entre el PP-PSOE en las grandes cuestiones de Estado, en los temas de fondo que realmente importan a los poderes realmente existentes.

Explicitar un gobierno conjunto de la derecha y de los social liberales podría beneficiar especialmente a las fuerzas de izquierda que están por un proyecto político y social alternativo, sobre todo, es bueno subrayarlo, porque el bipartidismo es visto por las nuevas generaciones como algo negativo y contrario al pluralismo político. ¿Por qué aquí y ahora proponer un gobierno de coalición?

La razón de fondo, a mi juicio, tiene que ver con el deterioro profundo del Régimen y, más allá, con el nuevo modelo de acumulación que se está configurando por y desde la crisis. Somos la periferia dependiente y subalterna de una estructura de poder organizada en torno a un “núcleo” dominado por la Gran Alemania.

Los poderes económicos, la clase política y la monarquía reinante están de acuerdo con el nuevo papel que se le asigna España en la división del trabajo definida por la Unión Europea y que literalmente nos condena al subdesarrollo social y productivo. Éste es el  nudo  donde se organizan y se entrecruzan las contradicciones.

El objetivo de la gran coalición

La “gran coalición”, sería algo más que un ejecutivo conjunto PSOE-PP. El objetivo parece claro: organizar desde el poder político una nueva transición hacia una (enésima) restauración borbónica; de ahí la radicalidad de la propuesta realizada por los portavoces orgánicos del capital financiero.

Digámoslo con todas sus palabras: hacer una propuesta de este calibre en plena campaña electoral no beneficia al PSOE precisamente, luego ¿por qué se hace? La hipótesis de la que partimos es que se está intentando, de un lado, determinar la agenda política y, de otro, doblegar a una parte del PSOE poco interesado, por ahora, en esta propuesta.

Se podría pensar que uno de los objetivos últimos de esta operación palaciega, financiera y mediática seria remodelar las fuerzas políticas a la italiana, es decir, cambiar el mapa de los partidos y propiciar un sistema electoral mayoritario. Propuestas como éstas se viene haciendo desde hace años y Felipe González no es la primera vez que las defiende.

Organizar la transición a un nuevo régimen tendría objetivos precisos:

  1. garantizar por todos los medios la continuidad de la monarquía, entendida como eje organizador del bloque de poder e instrumento de cohesión entre el poder económico y el político. La tarea más complicada es conseguir la rápida abdicación de Juan Carlos y la entronización de su hijo Felipe como símbolo de la regeneración democrática del sistema;
  2. la reforma de la constitución del 78. El verdadero objetivo es impedir la apertura de un proceso constituyente que signifique en la teoría y en la práctica el autogobierno de los ciudadanas y ciudadanas, la ruptura democrática. Rajoy lo ha dicho una y otra vez: es la Unión Europea la ha cambiado y cambiará aún mas nuestra constitución económica y social, por lo tanto, hacer reformas para adaptarse al que tiene el verdadero poder, al soberano efectivo, los poderes económicos y financiero;
  3. encontrar acomodo a las varias cuestiones “nacionales” del Estado español, poniendo el acento en lo que une a las diversas burguesías: la Monarquía y la UE;
  4. modificar la vigente ley electoral, apostando por un sistema mayoritario y desde ahí modificar las estructuras partidarias. El objetivo: reforzar el bipartidismo y avanzar, lo diríamos así, hacia la norte americanización de la vida pública;
  5. consolidar y convertir en ley lo conseguido ya con las políticas de ajuste: el desmontaje del Estado Social, la perdida de derecho sociales y sindicales y la mercantilización de los servicios públicos;
  6. alinear firmemente a España y a la UE a la política exterior (comercial, político-militar y estratégica) norteamericana. Un dato central será el Tratado Transatlántico de Comercio y de Inversiones que consagra la subalternidad económica y comercial de la UE a la geopolítica del Imperio.

Conseguir esto no será fácil. Se requieren, al menos, tres cosas, una fuerte unidad del bloque de poder en torno a las dos fuerzas mayoritarias; una Izquierda Unida, y en general, una izquierda transformadora débil y sin capacidad de movilización y unidad y, es la clave, la pasividad de las clases trabajadoras, de la ciudadanía.

El 22M puso de manifiesto que hay fuerza para la movilización y el compromiso social si se organiza la unidad y se definen bien los objetivos. Lo que viene está claro: una salida capitalista a la crisis que implique un nuevo régimen monárquico y una democracia “limitada y oligárquica”.

La alternativa está también clara: ruptura democrática para un proceso constituyente que consagre una democracia de hombres y mujeres libres e iguales, que subordine la economía a la sociedad y garantice los derechos sociales de todas las personas. A esto siempre se llamó aquí República.

 

 

 

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Monereo: «La Unión Europea no es refundable»

images (1)Manolo Monereo:  » la Unión Europea no es “renovable” ni “refundable”; además, Europa no es lo mismo que la Unión Europea. “Voy mucho más allá de romper con el euro. soy partidario de “desglobalizar”, “desmundializar”, “reconstruir el estado” (un estado “fuerte”) y así constituir una República soberana, de base municipal, democrática y federalista».
Por Enric Llopis, periodista

Presentación del libro de Manolo Monereo “Por Europa, contra el sistema euro”

Le preguntan al politólogo Manolo Monereo por el “sujeto de la revolución” en las jornadas estatales del Frente Cívico celebradas este fin de semana en Valencia. “Se construye en el mismo proceso de la revolución”, explica, “no está predeterminado”. ¿Ha sustituido el “precariado” a la “clase obrera”? “Que la clase obrera no tenga conciencia de serlo no implica que no exista”, responde. Monereo ha presentado en las jornadas su último libro, “Por Europa, contra el sistema euro” (El Viejo Topo).

En las últimas décadas se han dado transformaciones sustantivas en la estructura y composición de la clase trabajadora, así como en su nivel de conciencia. En España, por ejemplo, todo ello aparece vinculado a los procesos de desindustrialización. Pero no debe olvidarse un fenómeno global: desde 1989, con la caída del campo socialista, se produce la denominada “gran duplicación”, es decir, 2.000 millones de trabajadores aparecen “de golpe” y dispuestos a valorizarse en el mercado mundial. Esa mano de obra es empujada al mercado global con el fin de que la clase trabajadora compita entre sí. Es un fenómeno en el que se insiste poco. “Por eso, a la hora de proponer alternativas, es importante la inserción de la clase obrera en el propio territorio”, apunta Monereo.

El comunismo existe. No es una abstracción. Y existe porque en las sociedades capitalistas se continúa dando una contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Entonces, ¿dónde hallar el sujeto revolucionario? Una gran reserva estratégica para cualquier opción emancipadora esta en los jóvenes (hoy, desde los 15 a los 40 años), hijos de las capas medias y la clase trabajadora, muchos de ellos con buena formación pero sin empleo ni horizonte vital. “Esto será decisivo cara al futuro”. Según Monereo, “podríamos reducir la jornada laboral y repartir el trabajo pero, en lugar de hacerlo, construimos sociedades en las que los individuos se devoran”. Con todo, el socialismo continúa siempre ahí, filtrándose en las contradicciones de la economía capitalista.

En el análisis debe considerarse que la izquierda se enfrenta aún a la gran derrota cultural de los años 90. Y por eso, ahora, “se trata de convencer a gran parte de los trabajadores de que esta sociedad no ofrece alternativa”. La gran cuestión: ¿Cómo se protegen las clases trabajadoras, desamparadas ante la crisis? O dicho de otro modo, ¿cómo despertar y reconstruir el imaginario socialista? El fascismo está al acecho, presto para proporcionarles identidad. Además, a la izquierda se le ha dejado inerme frente al capitalismo. “Y en ello tiene la socialdemocracia la responsabilidad principal”, concluye el politólogo.Lo importante para Monereo es que la resistencia contra la dictadura, los partisanos, el maquis, los viejos militantes obreros y campesinos “se jugaban la vida, morían por un proyecto de transformación social”. Porque el comunismo es, en el fondo, “una religión popular laica” (como venía a considerar Gramsci). “Nosotros hemos de ser profundamente creyentes en que hay que cambiar esta sociedad”.

Y, así, construir el socialismo, una forma de organización social que tiende a desmercantilizar el conjunto de las relaciones sociales, y sobre todo: la fuerza de trabajo (que ha de quedar al margen de las leyes de la oferta y la demanda); la naturaleza (“estamos construyendo un mundo donde nuestra vida no es posible”); la moneda (decía Lenin que la unidad monetaria es “poder concentrado”; por ello, los bancos deberían ser públicos); y el trabajo doméstico, que debería socializarse. Sumadas estas cuatro tendencias, se alcanza la democracia de la vida cotidiana.

En pocas palabras, “fe, voluntad, organización, proyecto y lucha”. Para atravesar el desierto y construir el socialismo. La clave es que durante el trayecto, durante la larguísima transición, “nos vamos cambiando como seres humanos, es decir, para ser libres e iguales nos hemos de construir libres e iguales en el proceso de lucha por la liberación”.

Mientras, hasta que llega la nueva sociedad socialista, habrían de construirse redes de autosolidaridad y autoorganización, que nos vayan liberando de los procesos de mercantilización. Al final, decía Lukacs, el socialismo es la democracia de la vida cotidiana. También, una ciudadanía (a lo Robespierre) con derechos y deberes, “aunque en España siempre hayamos sido súbditos”, recuerda Manolo Monereo.

“Necesitamos un socialismo que le diga a la gente que va a vivir mejor que en el capitalismo, y que va a ser protagonista”. Sabiendo, de nuevo, que hay que afrontar una larga transición para cambiarnos a nosotros como seres humanos (“fue esta la gran verdad del Che”, introduce Monereo). Que los hombres y las mujeres se conviertan en dueños de sus destinos en la fábrica, en el tajo y en los hogares.

Es cierto, por tanto, que la sociedad capitalista está preñada, impregnada de comunismo, que penetra por todas las contradicciones. “Pero no hay socialismo sin que cambiemos nosotros un poco cada día; esto lo aprendí de Jesús de Nazaret, pero también de Anselmo Lorenzo, de Pablo Iglesias, Dolores Ibárruri y Pepe Díaz, que se la jugaron por eso que se dio en llamar socialismo y comunismo”.

El libro “Por Europa, contra el sistema euro” (El Viejo Topo) cuenta con un cuerpo de reflexiones de Manolo Monereo, un prólogo del portavoz estatal del Frente Cívico, Héctor Illueca, y una entrevista del periodista Enric Llopis al politólogo.

El texto se compone de tres grandes bloques. El primero, con reflexiones sobre los cambios geopolíticos que están produciéndose actualmente en el mundo; un segundo gran apartado sobre la Unión Europea y el tercero sobre España, que incluye reflexiones en torno a la identidad nacional. Son tres “nudos” para situarnos “a la altura de los tiempos”, afirma Monereo parafraseando a Ortega y Gasset.

“Vivimos una época terrible, en la que contamos con una ingente cantidad de información y muy poca opinión”. En ese contexto, “uno de los grandes problemas de la izquierda es la falta de una visión/interpretación del mundo capaz de orientar sus políticas y sus alianzas”, explica Manolo Monereo, que se remonta a los clásicos y a sus análisis: Puede que muchos de los datos y las informaciones que Lenin aportaba en su obra “El Imperialismo, estadio superior del capitalismo” no fueran acertados, pero lo importante es que de estos datos sacaba prospectivas. “Contra lo que afirman Kautsky/Negri, la globalización existe”.

Y con una tendencia al conflicto, a la guerra y las revoluciones. “Lenin ofreció una perspectiva histórica que se cumplió al detalle hasta 1945”. “Hoy echo esto en falta”. ¿Cuál es la prospectiva?

Monereo observa en el mundo actual grandes focos de tensión, conflicto y posibilidades de revolución y contrarrevolución (lo que sucede en Ucrania y Venezuela no resulta ajeno a estos procesos). Retornan las grandes potencias, pero también las posibilidades para las clases populares, ya que “lo verdaderamente insoportable era el mundo unipolar”.

En el núcleo de la crisis actual convergen diferentes “nudos”. Primero, una crisis sistémica del capitalismo; En segundo lugar, una gran transición geopolítica internacional que cuestiona la hegemonía de Estados Unidos como imperio, es decir, la multipolaridad. En ese contexto, retornan los estados-nación, “que nunca se fueron; en el neoliberalismo, el estado es enormemente intervencionista, como ocurre, por ejemplo, con el ordoliberalismo alemán”.

Otro “nudo” lo constituye la crisis del Occidentalismo. El mismo día del descubrimiento de América, según Aníbal Quijano, se inauguró el occidentalismo, la modernidad, el capitalismo y el racismo.

En esa crisis se inserta la Unión Europa, “una máquina imperialista en las relaciones internacionales”, subraya Monereo, “en cuyo diseño ya está implícita la condición subalterna respecto a Estados Unidos, y la agresión a otros pueblos y potencias”. Ejemplo reciente de ello es el Tratado de Libre Comercio e Inversiones entre los bloques europeo y estadounidense. A estos factores se agrega una crisis ecológico-social del planeta.

Lo que subraya la crisis actual es el fracaso de la segunda globalización capitalista, iniciada tras la crisis de los años 70; la primera globalización (1870-1914), promovida por una potencia en declive -Gran Bretaña-, se saldó con la guerra de los 30 años (1914-1945). En términos de Karl Polanyi, y en una interpretación que puede trasladarse al presente, a una etapa llamada A (de “globalización feliz” y “mercado autorregulado”), le sucede una etapa B, que implica la reacción de la sociedad al intento del capitalismo de imponer su utopía liberal.

Pero esa reacción de la sociedad puede adquirir forma revolucionaria o fascista. Hoy, señala Monereo, “las poblaciones del Sur de Europa reclaman que alguien les proteja del mercado, de los capitalistas, de los políticos, de los ladrones, pues todos son iguales en el imaginario colectivo de la gente”.

Todo ello tiene mucho que ver con el euro. Así, ¿Qué rol va a desempeñar España (y el Sur de Europa) en la nueva división internacional del trabajo que configura la hegemonía alemana? Por primera vez desde que la Unión Europea existe como “artefacto”, se da una gran estrategia estatal (por parte de Alemania) que compite con los demás países de la Unión por mantener y consolidar su hegemonía.

El proceso comienza con la caída del Muro de Berlín y la Reunificación alemana. En términos más simples, “hay un estado-nación que impone un proyecto de desarrollo hegemónico a costa de los demás estados”. Para ello, “los demás hemos de ser el protectorado de Alemania”. Por eso la Unión Europea es “irreversible” e “irreformable” a la vez.

¿Es casualidad que este proceso lo haya impulsado la socialdemocracia alemana con la Agenda 2010?, se pregunta Manolo Monereo. Y responde: “En Alemania se ha producido una alianza de clases entre los poderes económicos, la clase bipartidista y el apoyo de una parte sustancial de los sindicatos”.

“¿Por decir esto nos pueden llamar germanófobos?”, agrega. “La política neomercantilista alemana se basa en algo muy simple, arruinar al vecino; esto acaba con cualquier posible proyecto de integración”. Hasta este punto, los intereses del estado-nación alemán, pero la siguiente cuestión es por qué se acepta el “diktat” germano en países como España.

El proceso enunciado no puede desarrollarse sin corrupción, afirma el politólogo. “La corrupción es hoy el sistema”, añade. Y hace falta asimismo un “control salvaje de los medios de comunicación” (En España se da un duopolio en manos de Lara y Berlusconi). ¿Es casualidad la liquidación de los directores de La Vanguardia, El Mundo y El País?, se pregunta Monereo. Hoy, “caminamos por una Transición política dirigida por los poderosos”.

“No es casualidad que Pilar Urbano, supernumeraria del Opus Dei y amiga personal de la reina, salga ahora con su libro justo en un momento en que el monarca no quiere abdicar; y que ese libro lo publique José Manuel Lara. Además, la economía española se verá directamente afectada por la nueva división del trabajo en Europa que se está construyendo con la crisis.

Y que se basa en servicios hipertrofiados, sin ningún tipo de industria y con una agricultura residual (sobre ello hay un pacto de clases acordado por las burguesías española, catalana y vasca, que han suscrito todos los tratados europeos; un pacto que garantiza el capital alemán).

Alternativas. Tiene claro Manolo Monereo que la Unión Europea no es “renovable” ni “refundable”; además, “Europa no es lo mismo que la Unión Europea”. Y afirma, frente a esta situación de hecho: “voy mucho más allá de romper con el euro”. Se muestra partidario de “desglobalizar”, “desmundializar”, “reconstruir el estado” (un estado “fuerte”) y así constituir una República soberana, de base municipal, democrática y federalista.

Que se enfrente al actual régimen oligárquico. Una República con soberanía política, económica y cultural, que apunte a la construcción del socialismo (“para que no se nos olvide”) y a una Europa confederal, parte de una Europa euroasiática, que se enfrente al imperialismo talasocrático de predominio anglosajón.

Defiende Monereo una alianza euroasiática (que incluya a Rusia y China) dentro de un mundo multipolar. Más favorable para que los pueblos puedan liberarse.

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El FMI va a la guerra en Ucrania

descarga«Moscú no «invadirá». ¿Para qué? El ajuste estructural del FMI devastará Ucrania más que una guerra. Incluso es posible que la mayoría de los ucranianos termine por implorar la ayuda rusa. Berlín no se enemistará con Moscú».

Pepe Escobar, escritor y corresponsal del periódico Asia Times 

El FMI ha aprobado un préstamo de 17.000 millones de dólares a Ucrania. El primer bloque de 3.200 millones de dólares llegó el miércoles.

Es esencial identificar las condiciones adosadas a este “préstamo” al estilo de la mafia. No hay nada en juego que sea remotamente similar a una reanimación de la economía ucraniana.

El trato está inextricablemente vinculado a la tristemente célebre política de “ajuste estructural” del FMI, la misma receta para todos, conocida por cientos de millones de personas desde Latinoamérica y el Sudeste Asiático hasta el sur de Europa.

Los «cambiadores de régimen» de Kiev han cumplido debidamente lanzando el inevitable paquete de austeridad, desde subidas de impuestos y pensiones congeladas hasta un duro aumento de más del 50% del precio del gas natural que calienta las casas ucranianas. El “pueblo ucraniano” no podrá pagar sus cuentas de gas el próximo invierno.

Predeciblemente el masivo préstamo no beneficia al “pueblo ucraniano”. Kiev está esencialmente en bancarrota. Los acreedores van de los bancos occidentales a Gazprom, a la que deben por lo menos 2.700 millones de dólares. El “préstamo” pagará a estos acreedores; además 5.000 millones del total están destinados a pagos de -qué iba a ser– anteriores préstamos del FMI. Sobra decir que una gran parte de los fondos se la embolsará debidamente –al estilo afgano– el actual grupo de oligarcas alineados con el gobierno de “Yats” en Kiev.

El FMI ya ha advertido de que Ucrania está en recesión y podría necesitar una ampliación del préstamo de 17.000 millones de dólares. La neolengua del FMI la califica de “significativa recalibración del programa”. Esto ocurrirá, según el FMI, si Kiev pierde el control de Ucrania en el este y el sur, lo que ya está progresando.

En el este de Ucrania está el corazón industrial del país –con el mayor PIB per cápita- donde se encuentran factorías y minas claves, en su mayoría en la región de Donetsk, que da la casualidad de que en gran parte está movilizada contra los cambiadores de régimen alineados con los neofascistas y neonazis de Kiev. Si la actual situación persiste, significa que bajarán las exportaciones industriales y los ingresos tributarios.

La prescripción del FMI para el grupo de oligarcas, algunos de los cuales financian activamente a las milicias del Sector de Derechas: mientras enfrentéis una rebelión popular en el este y el sur de Ucrania, tranquilos, recibiréis más dinero del FMI en el futuro. Un verdadero curso acelerado en capitalismo del desastre.

Queremos que invadan

Mientras tanto la escuela delincuente juvenil de diplomacia de Obama mantiene su dirección: el plan es inducir a Moscú a “invadir”. Los beneficios serían inmensos. Washington destruiría de una vez por todas la cooperación estratégica emergente entre la UE, especialmente Alemania, y Rusia, parte de una interacción más orgánica entre Europa y Asia; mantendría a Europa perennemente bajo el control de EEUU; y fortalecería al robocop OTAN después de su humillación afgana.

Bueno, no son delincuentes juveniles por nada. Sin embargo este brillante plan olvida un componente clave: necesitan suficientes tropas competentes dispuestas a aplicar los planes de Kiev. Los cambiadores de régimen disolvieron la policía antidisturbios federal Berkut. Un grave error, porque se trata de profesionales; están desempleados y ahora, con un resentimiento monstruoso, apoyan ampliamente a los ucranianos favorables a la federalización.

Lo que el guión del ministerio de la verdad, impuesto a todos los medios corporativos occidentales, insiste en calificar de “separatistas prorrusos” son en realidad federalistas ucranianos. No buscan la división. No quieren unirse a la Federación Rusa. Lo que quieren es una Ucrania federalizada con provincias fuertes y autónomas…

Mientras tanto, en Ductistán…

Washington reza activamente para que la confrontación entre la UE y Rusia en el frente del gas se salga de control. El gas natural ascenderá a un 25% de los requerimientos de la UE hasta 2050. Desde 2011 Rusia es el principal proveedor, por encima de Noruega y Argelia.

La Comisión Europea (CE), infestada de burócratas, concentra ahora sus ataques contra Gazprom en el gasoducto South Stream cuya construcción comienza en junio. La CE insiste en que los acuerdos que ya se han firmado entre Rusia y siete países de la UE infringen las leyes de la UE (¿Cómo es posible que no lo hayan detectado antes?). La CE querría que South Stream fuera un proyecto “europeo”, no de Gazprom.

Bueno, eso depende de numerosas y serias políticas diplomáticas e internas de varios Estados miembros de la UE. Por ejemplo Estonia y Letonia dependen al 100% de Gazprom. Algunos países, como Italia, importan más del 80% de su energía; otros como el Reino Unido, solo el 40%.

Es como si la CE hubiera despertado repentinamente de su apatía usual y hubiera decidido que South Stream es una pelota de fútbol. Günther Oettinger, el comisionado de energía de la UE, ha estado vociferando que las leyes de competencia de la UE llamadas “el tercer paquete de energía” requerirían esencialmente que Gazprom abra South Stream a otros proveedores. Moscú presentó una queja a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La aplicación rigurosa de una ley recientemente descubierta de la UE es una cosa. Los hechos en el terreno son otra. South Stream podría costar hasta 16.000 millones de euros, pero se construirá, incluso si es financiado por el presupuesto estatal de Rusia.

Además Gazprom ya ha firmado, solo en 2014, acuerdos adicionales con socios alemanes, italianos, austríacos y suizos. ENI de Italia y EDF de Francia son socios desde el comienzo. Alemania, Italia, Bulgaria, Hungría y Austria están profundamente involucradas en South Stream. No es sorprendente que ninguno de ellos esté a favor de más sanciones contra Rusia.

En cuanto a cualquier acción sustancial de la UE para encontrar nuevas fuentes de suministro, es un proceso que tomaría años y debería involucrar la mejor fuente alternativa posible, asumiendo que se llegue a un acuerdo ‘nuclear’ [sobre Irán] con el P5+1 en este año. Otra posible fuente, Kazajistán, exporta menos de lo que podría y seguirá siendo el caso debido a problemas de infraestructura.

Por lo tanto volvamos a la tragedia ucraniana. Moscú no “invadirá”. ¿Para qué? El ajuste estructural del FMI devastará Ucrania más que una guerra. Incluso es posible que la mayoría de los ucranianos termine por implorar la ayuda rusa. Berlín no se enemistará con Moscú. Por lo tanto la retórica de Washington de “aislar” a Rusia se revela como lo que es: delincuencia juvenil.

Lo que le queda al imperio del caos es rezar para que el caos se siga propagando en Ucrania, agotando así la energía de Moscú. Y todo esto porque el establishment de Washington está absolutamente aterrorizado ante la posibilidad de una potencia emergente en Eurasia. No una, sino dos, Rusia y China. Peor todavía: estratégicamente alineadas. Peor todavía, dispuestas a integrar Asia y Europa. Por lo tanto podéis imaginar a un puñado de viejos coléricos en Washington rechiflando como delincuentes juveniles: “No me gustáis. No quiero hablar con vosotros. Quiero que os muráis”.

 

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Ucrania oriental, la lógica de una revuelta

imagesPor Borís Kagarlitski *,sociólogo ruso.

«Para cualquiera en Donetsk, Lugansk, Odessa, Kharkov (e incluso Kiev) que haya mantenido la esperanza de que la Rusia de Putin resolverá todos los problemas mediante su intervención solidaria, los acontecimientos recientes habrán supuesto un chasco aleccionador. Pero este chasco simplemente beneficiará al movimiento. La revolución no solo debe basarse en su propia fuerza sino que ya tiene la fuerza suficiente como para tener éxito. Esto es especialmente cierto puesto que a pesar de la posición tomada por el Kremlin, la simpatía de la sociedad rusa sigue del lado del pueblo insurgente de un país hermano». 

Los burócratas rusos se han visto francamente sorprendidos por la reacción del Occidente oficial -no esperaban tanta ira o condena unánime-. Los políticos europeos están completamente fuera de sí. La prensa mainstream relata terribles historias a sus lectores sobre la agresión rusa contra Ucrania. La televisión emite entrevistas con ministros y diputados de Kiev que imploran llorosos que Europa salve a su país del oso furioso. 

De hecho, la reputación de la Rusia de Putin en el Oeste no es precisamente maravillosa -es incluso peor que la de la Unión Soviética de Breznhev-. Pero a lo que asistimos ahora está completamente fuera de lo habitual. No hubo nada parecido durante la Guerra Fría, durante el conflicto checheno o durante el choque entre Rusia y Georgia. No vale la pena ni mencionar la acción de Yeltsin al bombardear el parlamento ruso; en ese momento, el Oeste liberal aplaudió. 

En Moscú la gente esperaba críticas tras la anexión de Crimea. Pero de eso hace más de un mes y las autoridades del Kremlin no han hecho nada nuevo desde entonces. Varias veces al día repiten, como un mantra, palabras con el fin de demostrar que respetan la integridad territorial de Ucrania; que no piensan anexionar nada más; que han pedido a Occidente trabajar conjuntamente la crisis… pero las críticas no han cesado. Mientras tanto, cuanto más absurdas son las declaraciones de los actuales gobernantes de Kiev, más ávidamente y con más satisfacción se acogen con entusiasmo.

Solo tras la firma del acuerdo de Ginebra del 17 de abril entre Ucrania, Rusia y Occidente hubo una cierta suavización: los oficiales europeos descubrieron de repente que en Ucrania era «necesario tratar con grupos que no responden ni a Kiev ni a Moscú» y se reconoció que «faltaban pruebas claras» de la interferencia de Moscú. Pero en cualquier caso se lanzaron advertencias de que si las autoridades rusas no se comportaban, quizás aparecerían pronto tales pruebas. 

Los argumentos del Kremlin en esta disputa no han funcionado y no podían funcionar, por la simple razón de que los políticos occidentales no están especialmente interesados por el momento en lo que la Rusia oficial esté pensando o haciendo. Estos políticos saben perfectamente bien que no hay ninguna invasión rusa y esto, precisamente, es el principal problema internacional para ellos.

Admitirlo sería tanto como admitir que el gobierno en Kiev ha ido a la guerra contra su propio pueblo. Hablar de la República Popular de Donetsk como un fenómeno político independiente es imposible, puesto que esto implicaría plantear la cuestión de los motivos para la protesta popular y pasar lista a sus demandas.

Hablar de agentes del Kremlin y de las omnipresentes tropas rusas -a las que es imposible descubrir pero que han ocupado cerca de la mitad de Ucrania sin disparar un tiro o incluso sin mostrarse en territorio ucraniano- interpreta el mismo papel de propaganda contra la República de Donetsk que el que interpretaban en la propaganda antibolchevique de 1917 las historias sobre espías alemanes y sobre el dinero del Cuartel General alemán. 

De lo que se trata aquí no es tanto de desacreditar a los oponentes de las actuales autoridades, presentándolos como traidores a su país, como de ocultar la esencia de clase del movimiento que ha surgido, su base social.

Un miedo semiinconsciente ha prendido en el público liberal, desde intelectuales y políticos hasta burguesía decente y casi progesista, y los está forzando a creer los disparates más obvios, a repetir cualquier basura manifiesta mientras la lucha de clases ni se menciona ni se piensa en ella en cualquier forma seria. Es decir, la lucha de clases no como se describe en tomos aprendidos y en el mejor cine de vanguardia, sino tal como ocurre en la vida real y tal como llega a ser un hecho de la política práctica. 

Las nuevas autoridades de Kiev dirigen las mismas acusaciones a las fuerzas del anti-Maidán en el sudeste y le dan las mismas vueltas a las teorías conspirativas sobre ellas que la propaganda de Yanukovich empleaba hace unos meses al discutir sobre Maidán. Pero todo esto se repite a una escala diez o cien veces mayor que antes y está tomando formas absolutamente grotescas.

Los paralelismos entre el Maidán y el anti-Maidán son bastante genuinos. El dinero extranjero, por supuesto, ha sido un elemento en ambos casos, así como lo ha sido la influencia extranjera. El dinero extranjero que fluía a Maidán era estadounidense y europeo occidental, mientras en el caso del anti-Maidán ha sido ruso (o más probablemente, el dinero ruso ha estado implicado en ambos casos). Occidente, sin embargo, no solo multiplicó por mucho el gasto, sino que también invirtió el dinero mucho más sabia y efectivamente.

Pero al igual que la victoria del Maidán en febrero no fue y no podía haber sido el resultado de las maquinaciones políticas de Occidente, las exitosas revueltas de centenares de miles (y quizá millones) de personas en el este de Ucrania no se pueden explicar sobre la base de la interferencia rusa. 

Mucho más importantes que las semejanzas entre estos dos movimientos, sin embargo, han sido las diferencias. Las distinciones clave que se deben extraer no son solo ideológicas, aunque merece sin duda hacerse la comparación entre los dos eslóganes dominantes -fascista en el caso del Maidán, demandas de derechos sociales en Donetsk, acompañadas en este último caso por el canto de la Internacional-.

Las diferencias ideológicas en última instancia reflejan la fundamentalmente diferente naturaleza social y base de clase de los dos movimientos. Por supuesto, la revuelta del sudeste no solo es una negación del Maidán sino también su fruto y continuación, igual que Octubre de 1917 fue simultaneamente el fruto y la continuación de la revolución de Febrero y su negación.

La naturaleza elemental de una crisis revolucionaria, una vez ha girado fuera de control, saca de su órbita nuevos estratos de la sociedad, nuevos grupos y clases que anteriormente no habían participado en política. 

Hasta hace poco la lucha política era un privilegio de la «sociedad activa», formada por la intelligentsia liberal y las clases medias de la capital, a cuya ayuda era siempre posible sumar un cierto número de miembros apasionados de grupos marginales, sobre todo jóvenes desempleados del oeste de Ucrania. El concepto de democracia que muchos en la izquierda compartían, incluso de forma no hablada, con sus colegas liberales era el de la política como un asunto para profesionales o como entretenimiento para las capas medias.

En esta representación, a la masa de trabajadores (no solo en el sudeste sino en Kiev también) se les asignaba en el mejor de las casos el rol de votantes o de espectadores pasivos, y en el peor, de conejillos de Indias sobre los que experimentar.

La idea que esta masa de gente silenciosa y aparentemente apolítica, preocupada por su lucha cotidiana por la supervivencia, pudiese tener un papel activo e independiente en los acontecimientos no entraba en la cabeza de la intelligentsia liberal o de las élites políticas de cualquier tendencia. Incluso hoy esta idea se percibe por esa gente como una imposibilidad, una pesadilla inverosímil. 

 

La revuelta de los hooligans 

Los acontecimientos de la primavera de 2014 tenían que producirse tarde o temprano. Los precursores de estos desarrollos ni siquiera tuvieron lugar en Ucrania, sino en Bosnia, donde, en desafío a todas las convenciones, multitudes de trabajadores airados y desempleados ocuparon las calles en oposición al sistema establecido, uniéndose bajo eslóganes comunes y destruyendo los esquemas políticos tradicionales basados en la división de la sociedad en grupos étnico-religiosos. 

Las olas de lucha que han barrido las ciudades del este y el sur de Ucrania, igual que las protestas de Bosnia, han alterado abruptamente la sociología de la vida política. Al frente han estado las masas, con sus demandas, intereses, esperanzas, ilusiones y prejuicios. Son categoricamente diferentes de los héroes románticos de los libros infantiles y su conciencia de clase estaba inicialmente a nivel embrionario. Pero una vez empezaron a actuar estaban destinados a aprender y comprender la ciencia de la lucha social. 

Debe reconocerse que la experiencia del Maidán no se ha desperdiciado. Levantados contra las autoridades de Kiev, los habitantes del sudeste ucraniano hicieron uso de los mismos métodos con cuya ayuda los radicales del ala derecha forzaron el régimen anterior para someterlo a su voluntad. Las manifestaciones callejeras progresaron rápidamente a la toma de edificios administrativos.

Pero los activistas en Donetsk y Lugansk, al rechazar limitarse a la toma de edificios de las administraciones provinciales, anunciaron la creación de sus propias repúblicas populares. Mientras la república popular en Lugansk a mediados de abril seguía siendo básicamente un eslógan del movimiento de masas, en Donetsk pronto empezó a tomar las características de un régimen alternativo.

Ayudaba a ello la toma de comisarias de policía y otras instalaciones estatales. Algunas de las tomas las llevaron a cabo multitudes rebeldes, pero en muchos casos también estuvieron implicados grupos armados disciplinados -antiguos miembros de las fuerzas especiales de la policía Berkut y otros órganos de órden público que habían sido despedidos por el nuevo gobierno de Kiev o que habían desertado (algunas unidades abandonaron el servicio prácticamente con toda su fuerza, llevándose con ellos sus armas y municiones). 

La propaganda de la Kiev oficial respondió describiendo a los antiguos oficiales de sus propias fuerzas de órden público como fuerzas especiales spetsnaz rusas. Pero entre la población del sudeste ucraniano, con simpatías por Rusia, estas acusaciones no sirvieron para desacreditar la revuelta sino que más bien le hicieron propaganda. Cuanto más las autoridades en Kiev y sus partidarios hablaban de intervención directa rusa en la región e incluso de su «ocupación», más se unía la gente de las localidades implicadas en las protestas. 

El principal desencadenante de la revuelta, sin embargo, no fue la simpatía pro-rusa de la población local, o incluso la declarada intención de los gobernantes de Kiev de revocar la ley que había dado al ruso el estatuto de «lengua regional». El descontento se había estado formando durante mucho tiempo en el sudeste, y la gota final que causó que se desbordase el vaso fue el grave empeoramiento de la crisis económica que siguió al cambio de gobierno en Kiev.

Tras firmar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional las autoridades decretaron grandes subidas en el precio del gas y las medicinas y la explosión social se hizo inevitable. En el oeste del país y en la capital, la indignación creciente se frenó durante un tiempo mediante el uso de la retórica nacionalista y la propaganda antirusa. pero cuando se aplicó a los habitantes del este este método tuvo el efecto contrario. Al intentar apagar el fuego en el oeste, las autoridades lanzaron petróleo a las llamas en el este. 

«Me resulta difícil creer el cambio en mis compatriotas», escribe el residente en la ciudad de Gorlovka Yegor Voronov en el site ucraniano Liva. «Hace solo seis meses eran gente normal y corriente que veía la televisión y se quejaba por el mal estado de las carreteras y de los servicios comunales. Ahora son luchadores. Tras varias horas junto al edificio de la administración provincial no me encontré ni a una sola persona que viniese de Rusia.

La gente era de Mariupol, Gorlovka, Dzerzhinsk, Artemovsk, Krasnoarmeysk. De pie junto a mí había residentes normales de Donbass -la gente con la que viajamos cada día en el autobús, con la que coincidimos en las colas, con la que nos peleamos cuando dejan la puerta del descansillo abierta-. No eran la clase media de Kiev, separada de la gente por sus «circunstancias» especiales, sino trabajadores normales. Y no hay que negarlo, hay un montón de desempleados en estos sitios.

Ahí estaba toda esa gente a la que en el último mes y medio se le había estado «implorando» en las oficinas privadas y las empresas estatales un recorte en sus miserables salarios. Así que esta es otra conclusión: cuanto más se recortan o estrujan los salarios de los residentes de Donbass hoy, más opositores se encontrará Kiev en el este». 

La gente que ha estado protestando contra las autoridades en Donetsk, Lugansk y muchas otras ciudades ucranianas no tenía un conocimiento particular de la política o incluso un programa claro de acción. La confusión de sus eslóganes junto al uso simultáneo de símbolos religiosos y soviéticos o revolucionarios debe ofender sin duda a los estrictos connoisseurs de la ideología proletaria.

El problema es que esos mismos ideólogos han estado tan inconmensurablemente alejados de las masas no solo como para ser incapaces y reticentes a insuflar la «conciencia correcta» en sus filas, sino incluso para ayudarles a dar sentido a las cuestiones políticas actuales.

Mientras el movimiento ha encontrado a tientas su camino espontáneamente y con dificultad durante su recorrido político, elaborando una expresión general del sentimiento antioligárquico y de la protesta social, los miembros de la izquierda, excepto unos cuantos activistas en Donetsk y Kharkov se han dedicado a abstractas discusiones en los grandes espacios de internet. 

Era completamente predecible que la intelligentsia liberal, tanto la ucraniana como la rusa, respondiese a las protestas de las masas con un estallido de odio y desprecio. Los trabajadores que tomaron las calles recibían muchísmos nombres despectivos. Eran ridiculizados como «lumpen», «basura», «hooligans», y esto es lo más curioso, como vatniki [«chaquetas acolchadas»].

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la figura caricaturesca del vatnik , copiada del personaje de los dibujos animados estadounidenses Bob Esponja, sugería precisamente un individuo absolutamente leal a las autoridades estatales y completamente dominado por la propaganda gubernamental. En este sentido, la gente en Ucrania que más se merece ser vista como vatniki son los intelectuales, quienes repiten acríticamente cualquier propaganda del nuevo gobierno, hasta la más absurda. 

Hay que destacar que en la competición de mentiras librada por los servicios de propaganda de Moscú y Kiev, fueron los ucranianos quienes ganaron con claridad el primer premio. No es que los rusos mintiesen menos, pero los de Kiev mentían más temerariamente y con más inventiva, sin mostrar la menor preocupación por la verdad y sin ni siquiera tener en cuenta si las imágenes de televisión que mostraban tenían alguna relación con el comentario.

La última consistía solamente de apasionados relatos sobre vehículos armados repeliendo multitudes de tropas de las fuerzas especiales rusas que estaban intentando forzar a los hambrientos soldados a alimentarse con jamón y pepinillos caseros. 

No sorprende en absoluto que la intelligentsia liberal haya visto a la gente normal de Donetsk, o de cuaqluier otro sitio, como enemigos y una amenaza para el «progreso» (tal como lo entiende la intelligentsia ). Es mucho más interesante ponderar las razones por las que un cierto sector de la izquierda en ambos lados de la frontera hablaba igual que los liberales.

A medida que se desarrollaban los acontecimientos los liberales de izquierda ucranianos al menos refinaron sus puntos de vista y reconocieron que algunas de las demandas del Donbass estaban justificadas (lo que se puede calibrar a partir de los materiales de la conferencia en Kiev «La izquierda y el Maidán»).

Pero los pensadores rusos y occidentales tomaron una posición completamente irreconciliable, solidarizándose completamente con el gobierno de Kiev y los líderes de la Unión Europea. Importantes cantidades de «euroizquierdistas» expresaron también esos puntos de vista, especialmente aquellos entre ellos que previamente habían insistido en la necesidad de situar el foco sobre temas como el multiculturalismo, la tolerancia y la corrección política. 

Al observar todo esto, el especialista en ciencias políticas de Kiev Vladimir Ishchenko dijo con desaliento: «Es una extraña sensación cuando el ejército ya está con el pueblo y muchos izquierdistas (¡¡¡anarquistas!!!) todavía siguen con las autoridades.» 

Obviamente, esta situación no se puede explicar puramente sobre la base de la lógica ideológica. La gente y los grupos aquí implicados buscan trazar su pedigrí político hasta una mitologizada y petrificada revolución de 1917. Es significativo que en muchos casos empleen los mismo argumentos contra la revolución que se está produciendo actualmente en el sudeste de Ucrania que los que usaban contra los bolcheviques sus oponentes hace algo menos de cien años.

Hemos asistido a un cuarto de siglo de hegemonia reaccionaria, con el colapso político y moral del movimiento de izquierda (no solamente en el territorio de la antigua URSS, sino también en otros países). Durante muchos años, la actuación según lo políticamente correcto y la observancia de los derechos de las minorías se supone que ocuparon el lugar de la política de clase y de masas.

Nada de esto, por supuesto, ha pasado sin que haya tenido algún efecto. En el nivel de la conciencia social hemos sido arrojados un siglo y medio atrás. Parte de la responsabilidad corresponde a la intelligentsia, quien hace mucho olvidó su misión popular y se ha dedicado a refinados juegos culturales e ideológicos en lugar de trabajar con las masas y para las masas. 

Precisamente por esta razón el movimiento en Donetsk con todas sus contradicciones e incluso absurdos, como los iconos y las banderas tricolor junto a la bandera roja, ha proporcionado una imagen excelente del estado de desarrollo a partir del cual surgieron las acciones de los trabajadores del siglo XIX. Mientras tanto, la República de Donetsk, si lo examinamos con atención, recuerda más que nada las formaciones políticas espontáneas que los trabajadores creaban «antes del advenimiento del materialismo histórico». 

Ante nosotros está la clase obrera real -tosca, atolondrada y falta de corrección política-. A cualquiera que le desagrade el estado ideológico y cultural actual de la clase debería ir y trabajar con las masas. Lo bueno es que nadie impide a la gente ir a esta multitud con banderas rojas y panfletos socialistas (a diferencia del Maidán, donde las banderas se hacían trizas y los agitadores de izquierda eran golpeados y arrojados fuera de la plaza). 

El futuro de la República de Donetsk sigue indeciso y esto supone una enorme oportunidad histórica de la que no había ni rastro en las manifestaciones del Maidán, cuyos líderes no siempre podían controlar a la multitud pero matenían un control rígido y efectivo de la agenda política.

Por contraste, la República de Donetsk formula su agenda desde abajo, literalmente sobre la marcha, en respuesta al estado de ánimo público y al curso de los acontecimientos. Estrictamente hablando, esta república ni siquiera es un estado -más bien equivale a una coalición de comunidades diversas, la mayor parte de ellas autoorganizadas.

En esencia, es la perfecta encarnación de la idea anarquista del orden revolucionario. Curiosamente, los anarquistas rechazan tener nada que ver con ello, prefiriendo repetir la retórica estatal y patriótica de los nuevos gobernantes de Kiev. 

No es difícil entender que la razón por la que la auto-organización de la República de Donetsk funciona relativamente bien es porque los restos del viejo aparato administrativo siguen con sus actividades cotidianas como si nada fuera de lo común estuviese sucediendo, mientras todas las cuestiones del gobierno se reducen en última instancia a la organización de la defensa.

¿Pero es esto tan diferente de la Comuna de París (no la comuna idealizada y romántica, sino la que realmente existió)? Si la república popular en Donetsk sobrevive mucho más, inevitablemente cambiará y está lejos de ser cierto que lo haga para bien. Pero al guerrear su primera batalla, la república ya ha demostrado el enorme potencial de la auto-organización de las masas.

Gente desarmada consiguieron detener unidades del ejército ucraniano y llevar a cabo agitación entre los soldados, reventando la «operación antiterrorista» que había iniciado Kiev. Esta resistencia pacífica no solo pasará a la historia sino que será una parte importante de la experiencia social colectiva de los trabajadores ucranianos y rusos.  Catástrofe de la clase media 

Los acontecimientos en Kiev que empezaron el invierno de 2013 se pueden describir legítimamente como la última «revuelta de la clase media». Si empezamos con el principio del nuevo siglo, estos levantamientos han recorrido literalmente el mundo entero, desde los Estados Unidos a Brasil y los países árabes. Rusia y Ucrania no han sido excepciones.

Pero aunque estas revueltas han tenido toda una serie de características en común, sus agendas políticas no han sido siempre similares en absoluto. En algunos casos eslóganes generales democráticos han sido combinados con la demanda de reformas sociales progesistas en interés de la mayoría de la población, mientras en otros casos estos eslóganes se han mezclado con el más primitivo egoismo de grupo, transformando en realidad la retórica democrática en una cobertura para programas que en esencia han sido claramente antidemocráticos. 

Esta incoherencia no es un accidente. Dada la extremadamente insegura posición que la clase media ocupa en la sociedad contemporánea, es también extremadamente inestable desde el punto de vista ideológico y político, tendente a dar tumbos a izquierda y derecha. Igualmente, no es casualidad que en los países del «centro» global la protesta de la clase media sea más a menudo progesista, mientras en la periferia sucede al revés.

Cuanto mayor es la clase media, y más conscientes su miembros de su posición como trabajadores contratados, menos ilusiones tiene la clase respecto a su posición, sus atributos y sus perspectivas. En contraposición, las capas medias más estrechas en los países de la periferia y semiperiferia se inclinan más a menudo a ilusiones elitistas y a ver su posición como amenazada no por la puesta en marcha de reformas neoliberales sino por las reclamaciones de los desposeidos e invariablemente de las órdenes más bajas «retrógradas» de una mayor porción del pastel.

Mientras tanto, la autoestima de la clase media, su idea de sus propias capacidades y perspectivas a menudo equivale a un conjunto de las más improbables ilusiones y mitos. Cuanto más periférica es la economía de un país, más ridículos resultan ser estos puntos de vista. 

Estas concepciones erróneas pueden, naturalmente, corregirse. Cuando un país tiene una fuerte tradición cívica y hay un movimiento de izquierda, se puede desarrollar un proyecto de modernización radical democrática , e incluso en tales circunstancias esto dejará tras de sí a una parte de la clase media -como ocurrió, por ejemplo, en Venezuela-. Pero tan pronto como tal proyecto encuentra dificultades o deja de moverse hacia adelante vemos cómo una sección de la clase media se vuelve abruptamente a la derecha. 

La paradoja se encuentra en el hecho de que el movimiento de la intelligentsia de izquierda, a la que durante muchos años le ha faltado cualquier conexión con la gente trabajadora pero ha sido una carne con la clase media, ha compartido en su mayor parte las vacilaciones de su base social. Para la izquierda mantener sus vínculos con la clase media no plantea grandes problemas, teniendo en cuenta que la estructura social de la sociedad moderna es hoy muy diferente de la que había en tiempos de Marx.

Pero la tarea de la izquierda es trabajar para la formación de un amplio bloque social de la clase media con la mayorìa de la sociedad y sobre todo con la clase obrera.

Si no es así, la agenda polìtica de la clase media se vuelve reaccionaria y la izquierda, al servir a esta agenda, no solo termina desorientando y confundiendo a sus camaradas, sino que objetivamente (y no solo objetivamente) impulsa los intereses de la reacción. En última instancia, las víctimas de este proceso incluyen a esa misma clase media. 

Esto es lo que sucedió en Ucrania. O más concretamente, en Kiev. 

Rehenes del Maidán 

Al observar los acontecimientos, los ideólogos de la clase media ilustrada se han visto forzados a mencionar la indisimulada hegemonía de la derecha y a captar hacia donde se dirige el vector político del movimiento. Pero se han limitado a dar excusas triviales del tipo «los fascistas y los seguidores de Bandera no fueron los únicos en el Maidán». Es como si el debate estuviese en la composición de la multitud y no en sobre quién representaba el rol dominante dentro de la multitud, ejerciendo la hegemonía ideológica y política. 

En cierto sentido, la situación hubiera sido menos peligrosa si la multitud en Kiev hubiese estado formada únicamente por fascistas convencidos. Incluso entre los militantes de las «centurias» banderistas no todo el mundo era un fascista comprometido. La gente no nace adhiriéndose al fascismo más que al comunismo, al socialismo o, creáse o no, al liberalismo.

Pero las filas banderistas, tras llevar a cabo la correspondiente socialización, terminar en las centurias y tomar parte en sus acciones, se están convirtiendo realmente en genuinos fascistas. El Maidán acabó siendo una auténtica amenaza a la democracia principalmente porque los ultraderechistas consiguieron ganar el liderazgo de las masas de individuos corrientes de las clases medias de la capital, así como de la juventud estudiantil y una parte de la intelligentsia.

Los intelectuales de izquierda liberal, a pesar de ver claramente quién estaba presente en los ingredientes del cóctel del Maidán y quién estaba agitando la mezcla, se unieron al proceso en lugar de manifestarse en contra.

Estos intelectuales tienen por tanto una responsabilidad directa no solamente de las consecuencias políticas de lo que sucedió, sino también del destino personal de mucha gente a los que arrastraron al movimiento. Al apoyar el proceso de Maidán, los liberales de izquierda entregaron a la gente común a la reelaboración ideológica, permitiendo y ayudando a su transformación en «material humano», un recurso para su uso en la puesta en marcha de la agenda de la derecha (puesto que no había ninguna otra agenda en el Maidán y no podía ser de otra forma ante la completa hegemonía de las fuerzas reaccionarias).

Crearon una atmósfera psicológica y cultural favorecedora de una nueva ola de reformas antisociales, planeada por los líderes políticos de la oposición ucraniana. Por supuesto, hablar contra el Maidán en un contexto de euforia general, soportando la presión de los medios de comunicación de masas y la hegemonía conservadora-nacionalista era difícil y a veces también peligroso. Los militantes del Maidán empezaron a usar la violencia física contra los disidentes incluso antes de que el poder terminase en sus manos . 

Más tarde, un mes y medio después de los acontecimientos en Kiev, otra gente salió a las calles de las ciudades ucranianas, gente sin nada en común con la clase media de la capital, y el estado de ánimo y el estilo del discurso de los intelectuales cambió enormemente. Los intelectuales críticos con la república de Donetsk recopilaron pruebas con la tenacidad y el espíritu mezquino de un fiscal provincial al que se le ha confiado un caso que claramente se está hundiendo.

Al Maidán se le perdonó su uso agresivo de la violencia, los cócteles Molotov lanzados no contra vehículos acorazados sino directamente a la gente, a los reclutas a los que el gobierno habia alineado en cordones. Mientras tanto, la república de Donetsk ha sido condenada por los intentos de sus partidarios de detener tanques con sus manos desnudas, sin armas y sin disparar a nadie.

Por lo que respecta a la república, nada se deja pasar. No es necesario decir que ha habido muchas cosas en las protestas en el este de Ucrania que se oponen a nuestras ideas de una estética revolucionaria «correcta», pero ¿por qué han sido los intelectuales de izquierda tan indulgentes con la estética del Maidán en lo que parecen circunstancias comparables? ¿Por qué han perdonado los retratos de Bandera, las «banderas de un país extranjero» (la Unión Europea), los símbolos nazis, los eslóganes racistas y, lo más importante, la agenda abiertamente antisocial, reaccionaria y antidemocrática de los líderes oficiales del movimiento? 

Los dobles estándares son sin duda la norma para la propaganda, pero en este caso hablamos no de periodistas de la televisión estatal sino de intelectuales, quienes se enorgullecen de su independencia y pensamiento crítico. 

Las protestas en el sudeste ucraniano parecerían haber dado a los intelectuales todo aquello con lo que habían soñado durante muchos años, si debemos creer sus palabras y escritos. ¿No debería haber encantado a «verdes» y anarquistas la resistencia no violenta, detener en seco la maquinaria militar estatal?

¿No son los grupos locales organizados espontáneamente el mecanismo ideal para el autogobierno? ¿Y por qué está en desacuerdo la aparición en las calles de una masa de trabajadores con las profecías y llamamientos de los marxistas? ¿Por qué no se alegran los intelectuales de izquierda? ¿Por qué se unen al coro de fascistas e instigadores de pogromos que piden represalias sangrientas para los rebeldes o, en el mejor de los casos, mantienen un vergonzoso silencio? 

Aquí, tal como indicaban las enseñanzas del doctor Freud, encontramos lo que no es tanto inconsistencia ideológica como terror inconsciente. El motivo por el que los intelectuales atacan la república de Donetsk no es solo y no tanto porque deseen condenarlo, como porque esperan justificarse a sí mismos, probarse a sí mismo que no se han equivocado, y lo que es más importante, cerciorarse de que no hay culpa alguna que les afecte por su apoyo a los nacionalistas del Maidán. Todo su refinamiento intelectual y toda su agudez de mente se ha dirigido a pergueñar argumentos para justificar a la extrema derecha o la colaboración con sus miembros. 

El apoyo acrítico mostrado por los intelectuales al Maidán es terrible no solo porque les fuerza a una posición moralmente catastrófica. Mucho peor es que una vez que se encuentran en esta vía les resulta muy difícil salirse.

Tomar esta posición aisla a los intelectuales no solo de las masas que se han alzado en una protesta genuinamente revolucionaria en el sudeste de Ucrania, sino también de la gran cantidad de partidarios y activistas del Maidán que ayer tenían dudas, hoy están desilusionados y mañana se unirán a las protestas, quizá en las primeras filas.

La gente normal puede cambiar sus puntos de vista, incluso en dirección opuesta, de forma relativamente fácil y sin vergüenza. Pero no los intelectuales. La gente normal siempre pueden decir simplemente: «Me han decepcionado». Los intelectuales tienen que confesar: «He decepcionado a la gente». 

 

Donetsk a la sombra de Moscú 

No es un secreto que las masas rebeldes del sudeste ucraniano han contado con el apoyo de Moscú. Al desplegar banderas tricolor y gritar eslóganes sobre su amor por Rusia han esperado sinceramente arrastrar de su lado al estado hermano. Esta esperanza ha unido a la gente que sueña con la unificación con Rusia, otros que buscan la federalización de Ucrania y aún aquellos otros que simplemente esperan que el poder de Rusia defenderá a los residentes de la región contra la represión de Kiev. Pero desde el principio, el Moscú oficial ha tomado una posición ambigüa sobre los acontecimientos.

Aun apoyando claramente un movimiento dirigido contra el abiertamente inamistoso gobierno de Kiev, está menos preparado para patrocinar una revolución popular, aunque su resultado sirviese para expandir el estado ruso. Los funcionarios del Kremlin no disfrutan con la idea de recibir como nuevos súbditos masas de gente rebelde que están organizadas, a menudo armadas y que han adquirido el hábito de la lucha activa por sus derechos. Esto es especialmente cierto en el contexto de una creciente crisis socioeconómica en Rusia misma. Las revoluciones a veces se exportan, pero hay pocos oficiales estatales que quisieran importar una. 

Moscú nunca ha querido conquistar Ucrania o desmembrarla. Esto no es así porque el Kremlin haya sido leal a los intereses de un estado vecino sino simplemente porque al liderazgo ruso le ha faltado cualquier plan estratégico. Las élites rusas de hoy son básicamente incapaces de pensar estratégicamente. Dos circunstancias han exacerbado la situación. En primer lugar, se ha demostrado imposible consolidar los resultados conseguidos en Crimea.

La anexión de Crimea a Rusia fue incuestionablemente una improvisación y no tanto por parte de Moscú como de las élites de Crimea, quienes reaccionaron ante una situación que había cambiado y la explotaron para servir a sus intereses. Pero una vez Crimea ha sido anexionada, la tarea principal con la que se enfrentó la diplomacia rusa fue defender la adquisición. Parte de esto suponía sacrificar los intereses del sudeste ucraniano.

Mientras tanto la sociedad rusa, a diferencia de la intelligentsia liberal, ha apoyado masivamente a los insurgentes de Donetsk y esto ha puesto al Kremlin en una situación muy difícil. Animar enfáticamente tal estado de ánimo implicaría crear una cultura de resistencia y revuelta en las masas.

Pero un abrupto cambio de curso, lo que implicaría un rechazo a apoyar a los rebeldes, sería arriesgado. El estado de ánimo patriótico cultivado por las autoridades rusas se enfrentaría al carácter de la protesta. 

En una situación así la política del Kremlin es necesariamente ambigua y contradictoria, pero hemos sido testigos de un momento curioso de verdad cuando se firmó el acuerdo entre Rusia, Ucrania y Occidente en Ginebra el 17 de abril. A primera vista todo parecía completamente adecuado y convencional. Hubo llamamientos a la reconciliación, el desarme y las concesiones mutuas.

Pero incluso antes de que empezase la reunión, el lado ruso, supuestamente por motivos técnicos, renunció a su demanda de que representantes de la Ucrania del sudeste tomasen parte en las charlas. Más tarde se dijo que la delegación rusa en Ginebra había presentado el punto de vista de las organizaciones del este ucraniano, específicamente, del Partido de las Regiones y otras estructuras oligárquicas. La República Popular de Donetsk, la única fuerza que une genuinamente a la población y controla la situación a nivel local, ni siquiera fue mencionada. 

El texto del documento resultante indicaba claramente que Moscú no se opondría a la liquidación de la república de Donetsk: «Los pasos a cuya puesta en marcha hacemos un llamamiento son los siguientes: todas las organizaciones armadas ilegales deben ser desarmadas; todos los edificios ocupados ilegalmente deben ser devueltos a sus legítimos propietarios; y todas las calles, plazas y otros lugares públicos ocupados en todas las ciudades de Ucrania deben ser despejados. Se debe promulgar una amnistía para todos los opositores excepto aquellos que hayan cometido crímenes graves». 

En principio, la idea principal que subyace al acuerdo, y que unió a los diferentes lados, fue un rechazo a reconocer la república de Donetsk como un hecho político. Hubo consenso sobre este punto que servía como base real del pacto.

La subsección sobre el desarme de «formaciones ilegales» fue escrita de una forma calculada para adaptarse a las nuevas autoridades de Kiev. Formalmente, la subsección propone el desarme de ambos lados. Pero el gobierno de Kiev conserva su ejército, los servicios de seguridad y la Guardia Nacional.

La república de Donetsk no tiene formaciones armadas aparte de la milicia «ilegal». Lavrov informó tras el acuerdo que por formaciones ilegales el tenía en mente también a la Guardia Nacional, pero no hay ni una palabra sobre esto en el texto del acuerdo. El lado ucraniano y Occidente interpretarán el acuerdo de manera diferente, y en términos jurídicos tendrían completamente la razón: la Guardia Nacional fue creada por una decisión oficial del gobierno con el consentimiento de la Rada Suprema.

Por lo que respecta a las «salvajes» centurias y los elementos del Sector de Derechas que todavía no habían sido legalizados mediante la incorporación a la Guardia Nacional, el gobierno de Kiev mismo sueña con su desarme puesto que ya han surgido conflictos con ellos. 

Aún más importante, sin embargo, es la demanda para retirarse de los edificios ocupados y la eliminación de las barricadas en calles y plazas. Si esta cláusula se cumple significará la autoliquidación de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y el retorno a las antiguas posiciones de los administradores nombrados por Kiev. Esto a pesar de que fueron precisamente estos nombramientos los que provocaron el levantamiento.

Para gobernar a las provincias sud-orientales, Kiev nombró a oligarcas odiados por el pueblo, dando a estas figuras autoridad política además de su poder económico. 

Vale la pena señalar que este punto no es compensado por ninguna concesión que equilibre. Nada se dice, por ejemplo, sobre la retirada oficial de las llamadas operaciones antiterroristas en el este de Ucrania y no se sugiere que las unidades militares deban ser retiradas a los lugares en los que normalmente están estacionadas. Esto sería perfectamente comprensible considerando el obvio fracaso de las operaciones y la decrepitud del ejército. 

En suma, Moscú firmó un acuerdo que ofrecía la capitulación del levantamiento a cambio de una promesa abstracta de empezar un proceso constitucional abierto e «inclusivo» ¡y ni siquiera proponia conversaciones directas con los insurgentes! Naturalmente a los representantes del gobierno ucraniano no se les pidió que diesen un proyecto claro sobre cómo se llevarían a cabo los preparativos de esta reforma. 

Los diplomáticos rusos tenían tanta prisa por firmar el acuerdo de Ginebra con Kiev que ni siquiera se molestaron en pedir la eliminación de la desgraciada prohibición de la entrada en Ucrania de hombres adultos procedentes de la Federación Rusa. Esto a pesar de que la prohibición contradice todas las normas internacionales y equivale a una brecha directa y flagrante de derechos humanos, como los negociadores rusos hubieran debido señalar ante la presencia de los representantes occidentales. 

La Kiev oficial no perdió tiempo en explotar las oportunidades que se le habían dado. El primer ministro Arseny Yatsenyuk amontonó amenazas sobre los rebeldes de Donetsk y Lugansk pidiendo la rendición inmediata y haciendo referencia al acuerdo de Ginebra, en el marco del cual «Rusia se vio forzada a condenar el extremismo». 

El arresto de Konstantin Dolgov, uno de los líderes de la coalición de centroizquierda Unidad Popular, los ataques por parte del Sector Derecho a los puestos de control de la república de Donetsk y los actos de represión contra activistas, todo lo cual siguió inmediatamente a la firma del acuerdo de Ginebra, confirmaron que Kiev no tenía en mente ni un diálogo demócratico ni un acuerdo de paz. Incluso si el gobierno de Turchinov y Yatsenyuk hubiese estado dispuesto a hacer concesiones, lo hubieran impedido los nacionalistas radicales, sin cuyo apoyo el nuevo régimen no podría existir. 

Por su parte, los líderes de la república de Donetsk declararon que estaban satisfechos de encontrar la expresión en el acuerdo de Ginebra de un «cambio en la posición de los países occidentales en relación con los acontecimientos en Ucrania.» Pero como no habían sido invitados los representantes de la república a la reunión en Ginebra y no habían firmado el documento, los líderes de Donetsk no se consideraban vonculados a él. 

«Nos vemos obligados a declarar que nuestra advertencia sobre la inutilidad jurídica y el absurdo político de un diálogo ‘con todos los ucranianos’ sin la participación de los representantes legales de la Ucrania oriental y la República Popular de Donetsk se ha demostrado, desgraciadamente, completamente justificada. Ignorar la voluntad del pueblo del Donbass ha tenido un resultado previsiblemente triste: los resultados de las discusiones solo se pueden valorar como un conjunto de llamamientos semicoherentes inútiles, imposibles de realizar en la práctica, dirigidos por algunas figuras oscuras a gente sin nombre y sujetas a su aplicación en un periodo indeterminado de tiempo y de una forma desconocida.

En la actualidad estos llamamientos no reflejan ni las realidades políticas ni la nueva situación legal que ha surgido desde la proclamación de la República Popular de Donetsk, sobre cuyo territorio no tienen fuerza legal.» 

El acuerdo de Ginebra no será aplicado. ¿Cómo puede alguien forzar al pueblo a llevar a cabo tal acuerdo cuando este pueblo acaba de empezar a sentir su fuerza? ¿Cuando los tanques dan la vuelta y huyen de ellos?¿Cuando son capaces de detener columnas del ejérctio simplemente con abucheos y obscenidades? El pueblo no rendirá sus posiciones solo porque importantes caballeros en Ginebra, sin preguntar a nadie realmente en el lugar hayan decidido tomar sobre sí mismos el destino de otros. 

Para cualquiera en Donetsk, Lugansk, Odessa, Kharkov (e incluso Kiev) que haya mantenido la esperanza de que la Rusia de Putin resolverá todos los problemas mediante su intervención solidaria, los acontecimientos recientes habrán supuesto un chasco aleccionador. Pero este chasco simplemente beneficiará al movimiento. La revolución no solo debe basarse en su propia fuerza sino que ya tiene la fuerza suficiente como para tener éxito. Esto es especialmente cierto puesto que a pesar de la posición tomada por el Kremlin, la simpatía de la sociedad rusa sigue del lado del pueblo insurgente de un país hermano. 

Por lo que se refiere a Rusia misma, las capas dirigentes están en riesgo de seguir en el agujero que conciencudamente han excavado. Al rendir sus posiciones en la cuestión ucraniana, se están volviendo contra el estado de ánimo patriótico cuyo surgimiento ellos han potenciado de todas las formas posibles en los últimos meses.

Por supuesto, ningún hecho convencerá a la gente que considera a Putin un héroe irreprochable o, en el otro lado, un villano de cuento de hadas. pero esta gente, aunque llenen de spam el 70 por ciento de internet con sus arengas, son sin embargo una minoría.

*Borís Kagarlitski es sociólogo y Coordinador del proyecto Crisis Global del Transnational Institute y director del Instituto de la Globalización y Movimientos Sociales (IGSO) de Moscú.

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Una pesadilla sin retorno: la Europa neoliberal

descarga (1)Por Héctor Illueca Ballester

La obra de Milton Friedman constituye una referencia ineludible para comprender la auténtica naturaleza del denominado neoliberalismo. Laureado con el Premio Nobel de Economía en 1976, es sin lugar a dudas el referente más importante de la teoría política monetarista, que orienta e inspira la política económica adoptada en muchos países del mundo y muy especialmente en la Unión Europea. Sus ideas y opiniones, ancladas en la prehistoria de la ciencia económica, han adquirido una influencia cada vez mayor en nuestro continente a medida que la crisis se ha ido transformando en una recomposición capitalista en clave autoritaria y conservadora. Por decirlo claramente: la teoría elaborada por Milton Friedman y otros ideólogos conservadores como Hayek, constituye la sustancia vertebradora de la tentativa reaccionaria que se proyecta en la actualidad sobre el teatro político de Europa. Su apelación al mercado como principio rector de la organización social y económica ocupa un lugar preponderante en la praxis económica de los gobiernos europeos, tanto de las potencias centrales como de los países periféricos que comparten el espacio económico de la eurozona.

El razonamiento básico de Milton Friedman, expresado en su obra Capitalismo y libertad, es que sólo hay dos maneras de coordinar las actividades económicas de millones de personas: una forma política, que se basa en la coerción de un aparato especializado y se desarrolla mediante la intervención del Estado; y una forma extrapolítica, que se basa en la cooperación voluntaria de los individuos y se desarrolla a través del mercado. La forma política, o sea, el Estado, representa la coerción, la opresión y el autoritarismo; la forma extrapolítica, o sea, el mercado, representa la cooperación, la autonomía y la libertad individual. Bien entendido que éste es un modelo teórico y, en consecuencia, se presenta en la realidad bajo diversas formas, nunca en estado puro. El Estado y el mercado constituyen principios antagónicos que se entremezclan y coexisten en una sociedad determinada, pero uno de ellos acaba por imponerse y contamina con su lógica a todo el cuerpo social. Para Friedman, la victoria del Estado implica la claudicación definitiva de las libertades individuales. El triunfo del mercado, en cambio, garantiza el disfrute de las posesiones terrenales sin interferencias coercitivas de ninguna especie.

Esta concepción del orden social abona la consideración del Estado como un agente externo a la sociedad, una respuesta patológica del orden social que debe separarse de la economía para proteger la libertad y la autonomía individual. La separación de política y economía, he aquí el núcleo duro del pensamiento neoconservador progresivamente difundido a partir de la II Guerra Mundial. La clave es excluir al Estado de la economía para consagrar el imperio del mercado, la ley del más fuerte, el darwinismo social que se reproduce en el mercado. La abstención del Estado en la economía permite que la explotación capitalista se reproduzca sin turbulencias, viabilizando un programa abiertamente reaccionario y favorable a los sectores más privilegiados de la sociedad. A veces, hay que decirlo, son necesarias ciertas dosis de despotismo político para imponer planes de ajuste estructural a las poblaciones, pero eso nunca ha representado un problema para los ideólogos del neoliberalismo. Milton Friedman lo admitía con una naturalidad pasmosa, casi con desparpajo, afirmando que sus recetas económicas sólo podrían aplicarse si el Estado disponía de suficiente fuerza política para imponerlas.

Pues bien, el proceso de construcción europea concentra y resume los principales postulados de la doctrina neoliberal arriba enunciada: crear un marco político que reduzca a la mínima expresión la gestión de la economía a través de las políticas macroeconómicas, bajo la premisa de que el mercado constituye un sistema estable que tiende a autorregularse. Esta ha sido la constante desde sus primeros pasos en el Tratado de Maastricht, cuando se aprobaron los criterios de convergencia, hasta las reformas más recientes que pretenden reforzar la gobernanza de la zona euro (Pacto por el Euro, Pacto Fiscal). Esta realidad pudo permanecer oculta mientras el crecimiento económico extendía un velo de silencio sobre las destrucciones sociales que estaba provocando el mercado único, pero la crisis ha revelado de manera despiadada la auténtica naturaleza del proyecto europeo: una gigantesca operación política orientada a secuestrar la soberanía popular y sustraer las políticas económicas al control democrático de la ciudadanía.

En efecto, la implantación del euro hizo desaparecer las monedas nacionales, que constituían uno de los principales símbolos de la soberanía. De este modo, los Estados renunciaron al principal instrumento del que disponían para afrontar los desequilibrios comerciales internacionales: la devaluación de la moneda. Ello tenía especial importancia en países periféricos como España e Italia, que tradicionalmente habían recurrido a esta medida para equilibrar la balanza comercial y mejorar su posición en el esquema europeo, reduciendo los diferenciales de competitividad con Alemania y otros países. Paralelamente, la creación de un Banco Central Europeo independiente permitió aislar la política monetaria de cualquier interferencia democrática, ignorando las necesidades específicas de cada país en la determinación de los tipos de interés, que pasó a vincularse a la situación registrada en la media de la Eurozona.

La existencia de la moneda única y de un Banco Central independiente definieron un espacio económico progresivamente liberado de las interferencias y regulaciones que tradicionalmente han caracterizado el modelo europeo, alumbrando un nuevo tipo de capitalismo puro, hipercompetitivo y plenamente mercantilizado. A modo de corolario, la capacidad de los Estados para realizar políticas fiscales se limitó estrictamente en el Tratado de Maastricht, primero, y en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, después, que establecieron objetivos sumamente rigurosos en materia económica y presupuestaria. Atados de pies y manos, los gobiernos de la periferia quedaron atrapados en la trampa del mercado autorregulado, sin apenas margen de maniobra. Al desencadenarse la crisis, vieron reducirse sus ingresos e incrementarse sus gastos por el juego de los estabilizadores automáticos, haciendo imposible cumplir el objetivo de déficit máximo, fijado en el 3 por ciento del PIB. Acosados por los mercados y abandonados por el BCE, los países del sur de Europa emprendieron drásticos recortes en el gasto público para satisfacer aquel objetivo. Sin embargo, los recortes no han hecho sino agravar los problemas de crecimiento y alejar los objetivos de reducción del déficit, provocando una espiral diabólica que agudiza y empeora la situación de crisis.

Llegados a este punto del razonamiento, se entiende mucho mejor la verdadera naturaleza del proceso de construcción europea, en la que conviene insistir de nuevo: separar al Estado de la economía para que la explotación capitalista se desarrolle sin turbulencias. Lógicamente, si el tipo de cambio ha desaparecido, la política monetaria ha sido transferida y la política fiscal se encuentra limitada por una estricta disciplina presupuestaria, la única variable que puede servir de base para un ajuste económico en una situación de crisis es la flexibilidad de los salarios. Esto es lo que explica que las actuaciones estatales de control sobre el mercado y de protección de los derechos sociales estén siendo destruidas al ritmo de los dictados de la unión económica y monetaria. El dumping social no sólo no se ha combatido, sino que se ha fomentado, situando la regulación del trabajo asalariado como único factor de competitividad y desencadenando un feroz darwinismo normativo para reducir los estándares laborales y de protección social.

En este contexto, salir del euro constituye una alternativa posible y deseable para nuestro pueblo, que se enfrenta a la necesidad de recuperar la soberanía para superar la gravísima crisis que atravesamos. Como he defendido en otro lugar, ello sería el primer paso de una estrategia constituyente que pretenda el reequilibrio de la economía en el marco de un desplazamiento del poder económico y social hacia el Trabajo. Una estrategia que empieza con el impago de la deuda soberana y se amplía a una salida unilateral del euro que permita a nuestro país escapar del cataclismo de la devaluación interna impuesta por la Unión Europea. La solución no pasa por un europeísmo débil y subordinado al diktat de Berlín, sino por trabar relaciones de solidaridad entre las clases populares del Estado con la finalidad de impulsar una alternativa general para romper con la Europa de Maastricht. Es la hora de abolir el euro, recuperar la soberanía y encarar una reconstrucción europea al servicio de los pueblos y no de los poderosos. Mañana podría ser demasiado tarde.

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La crisis continúa y se agravará.

images«La crisis continúa y mucho peor que eso, en cualquier momento puede recrudecerse y agravarse la situación desoladora que vive el país. No pasará mucho tiempo antes de que esto ocurra y, con el gobierno desahuciado por sus mentiras y errores, ya tendrá poco sentido imputarle su manipulación»

Por Pedro Montes

Este comentario tiene un objetivo sólo transitorio. Va dirigido a la izquierda como una contribución analítica para la comprensión de la situación económica actual y sus perspectivas, de modo que se diseñe una estrategia a partir de un diagnóstico certero.

Se trata de denunciar y poner de manifiesto que los intentos del gobierno por dar por concluida la crisis económica y afirmar que estamos instalados en la recuperación son falsos.

La crisis continúa y mucho peor que eso, en cualquier momento puede recrudecerse y agravarse la situación desoladora que vive el país. No pasará mucho tiempo antes de que esto ocurra y, con el gobierno desahuciado por sus mentiras y errores, ya tendrá poco sentido imputarle su manipulación, sino que la tarea fundamental será como combatir los nuevos zarpazos de la crisis.

Por parte del PP, entonces, toda su preocupación será justificar por causas extrañas y espurias el fracaso de su política y los traspiés de sus pronósticos, cuando hay señales inequívocas del panorama peligroso que presenta la economía del país. El gobierno de Zapatero reconoció tardíamente la crisis, los de ahora, siempre con gran desprecio a los ciudadanos, pretende engañarnos anticipando su fin, en una nueva versión de los brotes verdes del PSOE. Por decirlo clara y brevemente, lo peor de la crisis no ha pasado, lo cual, dicho en medio del desastre actual, no deja de ser el anuncio de una catástrofe.

La propaganda no se compadece con la realidad

La cadencia de la evolución de la economía no se ajusta a las necesidades y tiempos del gobierno. Y es así como éste, tratando de comunicar la superación de la crisis, ha pasado en muy poco tiempo de hablarnos de incipientes indicios, de estar a punto de doblarse la esquina, de asaltar las trincheras de la recuperación, de doblar el cabo de Hornos, a asegurarnos que ya la economía tiene unas perspectivas totalmente favorables. Todo ello cuando los indicadores económicos, lentamente elaborados según transcurre el tiempo real, si sustentan una leve mejora de la situación, arrojan también datos contradictoria cuando no negativos.

Pero las elecciones están muy cerca y, ante tantas agresiones cometidas, surge la necesidad de propalar que se ha seguido una política correcta. De ahí, insistir en la recuperación y reforzar unas predicciones bastante fantasmales. Como prueba, el pronóstico de una economía avanzando en firme, cuyo PIB crecerá en 2014 en un 1,2% y en un 1,8% en 2015 (último objetivo proporcionado, frente al 1,5% anunciado anteriormente, justo el día después de conocerse los resultados sombríos de la EPA en el primer trimestre del año).

En una realidad tan compleja como la economía se pueden encontrar datos sobre aspectos parciales que pueden inducir, por la desesperación, a interpretarlos como señales indiscutibles de un cambio de situación. Como a un enfermo grave, puede caerle la temperatura algunos ratos (disminuir la prima de riesgo), o puede dejar de vomitar (atenuar la destrucción de empleo), o puede visualizarse algún aspecto favorable, como la evolución de los beneficios o una buena temporada turística, pero no por ello cabe afirmar que la salud se ha recobrado y la enfermedad desaparecido.

Precisamente, varios días antes de conocerse la EPA del primer trimestre, el gobierno, en su delirio propagandístico, anunciaba que entre este año y el siguiente se iban a crear 650.000 nuevos puestos de trabajo, o 600.000 en una corrección a la baja. No obstante, la destrucción de 185.000 en los tres primeros meses del año, abate sus previsiones y lo compromete a crear ya sólo en siete trimestres 785,000 nuevos empleos. Como puede interpretarse, todo un disparate. Aunque las cifras del empleo y paro dan mucho juego para analizar la evolución de la crisis y el efecto de la última reforma laboral: son, básicamente, las que utiliza el gobierno para insistir en un cambio de tendencia según una lectura sorprendente: cada vez estamos peor, pero empeoramos más lentamente.

Endeblez estadística

Leyendo el informe del Banco de España sobre la evolución económica en el primer trimestre de este año, con la intención de indagar en la información de base en la que se sustentan los pronósticos oficiales, se puede leer un primer párrafo que, paradójicamente, a pesar de afirmar que la economía mejora, da lugar a muchas dudas. Vale la pena reproducirlo:

“Durante el primer trimestre de 2014 la economía española prolongó la trayectoria de paulatina recuperación de la actividad en un contexto en el que se produjeron un avance adicional en la normalización de los mercados financieros y la consolidación gradual de la mejoría del mercado laboral. Según la información disponible —todavía incompleta—, se estima que el PIB aumentó un 0,4 % en tasa intertrimestral (frente al 0,2 % del período octubre-diciembre), lo que situaría por primera vez la tasa interanual también en terreno positivo (0,5 %), tras nueve trimestres consecutivos de tasas interanuales negativas”.

Esas tasas es lo mínimo que se despacha en crecimiento. Menos, entra en el orden de magnitud de los errores de estimación. ¿Quién compraría un coche de segunda mano o una recuperación ofrecida en tales términos?

La endeblez estadística de la campaña de la recuperación del gobierno es manifiesta. Rastreando y exprimiendo la información se encuentran algunos datos que han mejorado con respecto al pasado, pero otros revelan problemas agudizados, de manera que la valoración global de la situación, en el mejor de los casos, podría retrotraernos a varios meses anteriores cuando el PP, necesitado de algo positivo que ofrecer después de tanto desastre y sufrimientos causados, empezó a anunciarnos que había ya indicios de haber tocado, pero no para afirmar que la economía ha emprendido ya el camino definitivo de la salida de la crisis. El gobierno, empleando el gobelino método de insistir, se creyó su propia propaganda, cuando lo más favorable que se puede mencionar sobre la recuperación son las propias previsiones del gobierno, cuya credibilidad es simplemente nula

Los problemas de fondo: la deuda exterior y pública

El asunto principal no es si realmente la economía ha mejorado levemente, lo que significaría entrar en el debate artificial que se ha suscitado sobre la evolución “macro” (lo que ve el gobierno de positivo para su campaña) y la evolución micro (lo que sufren los ciudadanos en términos de paro, salarios, precariedad, los desahucios, etc., etc…), que sique profundamente hundida. La incógnita fundamental pendiente es si hay riesgos de agravamiento serio de la crisis en el próximo futuro, es decir, antes de que se confirme esta más que discutible recuperación de la que se habla. Y se puede afirmar con bastante contundencia que existen serios peligros de que la crisis origine momentos muy dramáticos, que conmocionen aún más al país económica y socialmente (dejemos ahora la política).

La España va bien de Aznar y la euforia ridícula de Zapatero con aquello de la liga de campeones, la solvencia del sistema financiero español y el ritmo vertiginoso al que nos aproximamos a Francia e incluso a Alemania, todo se fue a pique repentinamente al declararse la crisis del sistema financiero internacional en septiembre de 2008, con la quiebra del banco norteamericano de inversión Lehman Brothers.

La causa no fue otra que la economía española estaba enormemente endeudada con el exterior y que, desatada la crisis y activada la vigilancia, nuestro país pasó a ser un deudor muy sospechoso y bastante insolvente, en un clima general de incertidumbre, desconfianza y agujeros financieros insondable. El desarrollo de nuestra crisis económica ya lo conocemos, con el cierre del crédito, la prima de riesgo disparada, el rescate del sistema bancario y el aumento del déficit y el endeudamiento del sector público.

En efecto, al final del año 2007 los pasivos exteriores brutos de la economía española ascendían a 2,25 billones de euros, tras haberse multiplicado por más de 4 desde la implantación del euro en 1999, como consecuencia del endeudamiento derivado de los déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente y la participación de la empresas y la banca española en la euforia financiera de aquellos años, endeudándose a chorros y expandir sus activos Principalmente en Latinoamérica. De esos 2,25 billones, solo correspondían 0,19 billones a las Administraciones Públicas, en deuda pública colocada en el exterior, que mantenían entonces una posición bastante saneada.

Al final del 2013, después del hundimiento económico de los últimos años, se ha corregido el déficit exterior y se ha logrado un ligero superávit de la balanza corriente en 2013 por la postración de la actividad, pero todavía los pasivos exteriores superan los 2,3 billones de euros con la particularidad de que la parte correspondiente a las administraciones públicas es ahora de 0.35 billones de euros. Un profundo desequilibrio tanto del sector privado como público que constituye una rémora muy agobiante para la economía española en los próximos tiempos, susceptible de ocasionar incidentes financieros graves y descontrolados.

¿Qué pasa con la deuda pública?

En la evolución del sector público reside uno de los aspectos más negativos y peligrosos de la situación económica comparada con la del principio de la crisis. Las Administraciones Públicas llegaron a tener en el trienio 2005-07 un ligero superávit, pero, sobrevenida la crisis, con la particular explosión de la burbuja inmobiliaria, los ingresos públicos cayeron drásticamente y, a pesar de las políticas de ajuste y austeridad, los déficit del sector público han cobrado en los últimos tiempos cotas insólitas.

La consecuencia inevitable ha sido un rápido e intenso crecimiento de la deuda pública, cuyos intereses constituyen una pesada carga para las propias cuentas del sector y exige una renovación continua de dicha deuda en unas condiciones todavía dominadas por la inestable situación financiera internacional y la insolvencia potencial de nuestro país.

Algunos datos: de 2009 a 2012 el déficit de la Administraciones Públicas ha oscilado en torno al 10% del PIB y todavía en el año 2013, después del perseguirse drásticamente su reducción desde mayo de 2010, con Zapatero plegándose a las exigencias de la Troika, ha sido del 7 % del PIB siete, incluida la deuda asumida por el Estado para ayudar a la banca. La deuda de las administraciones públicas, que al final de 2007 no llegaba a los 400.000 millones de euros, supera ya el billón, en cifras redondas el 100% del PIB, sin incluir otros casi 150. 000 millones de avales del Estado y lo oculto en las alfombras de la Administración.

Estos datos referidos al vuelco de las cuentas públicas son decisivos para entender la tesis de este artículo sobre la continuidad de la crisis y su posible agravación. Todos los mensajes de recuperación chocan con la que será sin duda alguna la política económica que aplique el gobierno muy próximamente. Más recortes, más ajustes, mayor austeridad, en esa lucha bastante difícil y contradictoria por acabar con el déficit público, tal y como lo exigen los poderes económicos.

Tanto el FMI como la Comisión Europea no dejan de emitir señales sobre la necesidad de dichos ajustes y recortes, aparte claro, de no olvidar nunca flexibilizar más el mercado de trabajo. Se apuesta por una recuperación que no sólo no cuenta con motores que la empujen sino que existe el freno poderoso del déficit público. (Así estaba escrito este párrafo antes de conocerse que con nocturnidad el gobierno ha enviado a Bruselas un documento sobre la actualización del plan para el cumplimiento del Pacto de Estabilidad en el que se apuntan nuevos recortes salvajes para pensionistas, funcionarios, parados, dependencia…)

La continuación del déficit de las cuentas públicas induce un crecimiento de la deuda pública, que ya roza el nivel de lo impagable. No se quiere mencionar este dato para comparar situaciones antes de la crisis y ahora, un pequeño olvido de la manipulación, pero es definitivo para poner de manifiesto que la economía española está más socavada e inestable que al comienzo de la crisis.

La evolución de la prima de riesgo con una caída en los últimos tiempos sensible se aporta en sentido contrario como dato concluyente, pero bastaran pequeños acontecimientos traumáticos para que se dispare nuevamente como corresponde a la deuda soberana de un país altamente endeudado. No se han inventado todavía remedios sin graves consecuencias para enfermedades de este tipo (quitas, reestructuración, rescates….). El país está instalado sobre una bomba financiera, con lo que implica de inestabilidad latente en lo inmediato y de peligros futuros.

¡Que no se distraiga la izquierda y medite sobre cómo afrontar el futuro si estos comentarios tienen verosimilitud!

 

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Ucrania: Una clase acelerada de geopolítica

images«Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva era donde se cuestiona, cuando no se rechaza, el paradigma occidental envuelto en valores que sólo sirven a una minoría pequeña, arrogante y capitalista tal y como hoy se entiende la globalización neoliberal. EEUU sabe que ya no tiene el poder que tenía y se defiende como una fiera herida, lo que le hace mucho más peligroso.». 

Por Alberto Cruz de CEPRID

Rusia: Dos pasos adelante, uno atrás y el nuevo orden geopolítico mundial 

Una clase acelerada de geopolítica. A eso estamos asistiendo desde hace algo más de dos meses, justo cuando comenzó la crisis de Ucrania, junto a la constatación –inapelable- de la decadencia y declive de EEUU como superpotencia. Sin embargo, la situación a la que estamos asistiendo tiene un calado mucho mayor en el tiempo que esos dos meses largos y hay que remontarse algo más atrás, casi un año.

Con la crisis de Ucrania (un país fallido, donde el único poder es el que representan los neonazis amparados por Occidente) ha habido quien ha centrado el foco de la atención en si EEUU era capaz de derrocar tres gobiernos a la vez –Siria, Ucrania y Venezuela- pero no en lo realmente importante: la chulería y prepotencia estadounidense le ha llevado a cometer un error de grueso calibre, del que ya no se va a reponer: enfrentar a dos grandes potencias, China y Rusia, de forma simultánea y eso ha reforzado la alianza entre ellas.

La actualidad que nos marcan los medios corporativos capitalistas no debe hacernos olvidar que todo lo que está aconteciendo tiene unos orígenes, que no son otros que la aprobación, en enero de 2012, de la nueva Doctrina de Seguridad Nacional de EEUU en la que se certifica el “giro” hacia Asia por parte de una superpotencia en decadencia acelerada (1). Era el último intento de mantener el dominio mundial y conviene realizar una lectura del artículo mencionado para tener unos antecedentes de lo que está ocurriendo ahora.

En esa DSN Rusia sólo jugaba un papel secundario. EEUU consideraba que estaba neutralizada en el Occidente europeo –rodeaba de bases de la OTAN por todos los lados, menos por uno: Ucrania- y sólo tenía que preocuparse por los países orientales (Turkmenistán, Azerbaiján, Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán) para que no tuviesen la tentación de caer en la órbita de Moscú, ya aislada del resto de Europa. 

Por lo tanto, siguió adelante con su política asiática azuzando las tensiones con China, negando las reivindicaciones de Beijing sobre el Mar de China o exacerbando las disputas entre este país y Filipinas y Vietnam. La prepotencia estadounidense ha sido tal que o no se ha percatado de que tanto Moscú como Beijing habían tomado buena nota de lo que significaba esa DSN o ha hecho caso omiso considerándolo, poco menos, que un juego de críos. Y eso pese a que el acercamiento entre los dos países, escenificado para los profanos en los vetos conjuntos a las pretensiones occidentales sobre Siria, se fortalecía con cada iniciativa estadounidense.

La colaboración entre Rusia y China ha ido cada vez a más. Lejos parece que están los enfrentamientos ideológicos y políticos de la década de 1960 y nunca han estado más cerca que ahora. Mientras Occidente azuzaba a los neonazis de Kiev a la revuelta en lo que considerada último movimiento para cerrar el cerco contra Rusia, Moscú y Beijing realizaban maniobras militares conjuntas (dos en lo que va de año) y estrechaban lazos económicos, políticos y militares (la última reunión entre los jefes de los respectivos ejércitos se produjo durante los Juegos de Invierno de Sochi) que se sancionarán de forma definitiva en la visita que Putin va a realizar a China este mes de mayo. 

Rusia está preparando el terreno para un progresivo cierre de la UE al gas ruso y nada menos que el 30% de la producción de gas y petróleo va a ir destinada a China, país que ve los cielos abiertos con la crisis de Ucrania porque, de un plumazo, mata una de las bazas de EEUU: el cerco marítimo a China. EEUU tiene en la actualidad el 60% de toda su flota de combate en los mares asiáticos y podrían dificultar el suministro energético y de alimentos que llega a China de otros continentes como América Latina o África. Pero el acuerdo con Rusia hace ineficaz ese bloqueo porque los dos países tienen frontera terrestre.

Con la retaguardia segura, Rusia ya sólo tenía que preocuparse por el flanco occidental, donde EEUU movía sus piezas para completar el control del tablero de ajedrez del que hablaba Brzezinski: Ucrania. Primero, quitando a Rusia su acceso al mar Mediterráneo (no lo pudo hacer en Siria, donde Rusia mantiene la base de Tartus); segundo, poniendo la OTAN a las mismas puertas de Moscú. Así que no había tiempo que perder y Rusia actuó en consecuencia, con determinación y con dureza. Como dice un refrán, “los rusos tardan mucho en ensillar, pero luego montan deprisa”.

Masivo rechazo a Occidente

Hay un dato que conviene resaltar: la anexión de Crimea a Rusia, previa votación en un referéndum de autodeterminación, contó con el apoyo unánime de todo el parlamento ruso, desde la derecha nacionalista hasta los comunistas. Este dato es crucial para entender lo que está pasando en Rusia y el por qué de la actitud de Putin. Ese apoyo unánime no es más que la constatación de un sentimiento, cada vez más extendido entre los rusos, de romper cualquier vínculo con las instituciones europeas a quienes consideran –con toda la razón- como “los perros falderos de EEUU” (2). 

Desde hace dos meses no hay encuesta en la que no aparezca un número cada vez mayor de rusos que no quieren saber nada de Occidente (72%, cinco puntos más que en 2013) mientras que aumenta de forma significativa el de quienes apuestan por “un camino de desarrollo propio” (46%, en 2006 este porcentaje era sólo del 15%) sin descartar “el retorno de Rusia al socialismo” al que aspira el 28%, cuatro puntos más que en 2013 (3). Por si todo ello fuese poco, una nueva encuesta certifica que el 56% de los rusos consideran que la famosa “perestroika” de Gorbachov “causó más daño que provecho” para el país (4). Estas son algunas de las razones por las que hoy la tercera ciudad de Rusia en número de habitantes, Novosibirsk –un millón y medio de habitantes-, cuenta con alcalde comunista desde el 9 de abril de este año ganando ampliamente a la candidatura de Rusia Unida, la formación de Putin.

Está claro que Putin está aprovechando el momento y, de esta forma, romper de forma definitiva con cualquier veleidad “euro-yeltsinista” en Rusia. Los “liberales” pro-occidentales están en las catacumbas en estos momentos y sin posibilidad alguna de recuperar la influencia que tuvieron durante la presidencia de Yeltsin o, en menor medida, pero la tuvieron, durante la etapa en la que Medvedev fue presidente (ahora es primer ministro). 

Este sector abogaba, entre otras cosas y sin entrar en consideraciones de política interna, por una mayor colaboración con la OTAN o una alineación sin fisuras con Occidente en lo referente a la cuestión nuclear de Irán –Medvedev incluyó los misiles S-300 en el material bloqueado como consecuencia de las sanciones aprobadas por la ONU pese a que no es material ofensivo, sino defensivo y, por lo tanto, no incluido en las sanciones (5)- y no se opuso a la agresión militar occidental contra Libia (recuérdese el enfrentamiento, público, que tuvieron Medvedev y Putin sobre este tema).

Como bien entendieron Rusia y China tras la aprobación de la DSN de Obama, la UE no pinta nada a nivel geopolítico y sólo hay que tener en cuenta a EEUU. De ahí que ambos países hayan incrementado sustancialmente su presupuesto de defensa que, en el caso de Rusia, ha llegado hasta extremos muy similares a los que tuvo el Ejército de la URSS. Esta es la razón por la que EEUU no sabe muy bien qué hacer tras el puñetazo encima de la mesa dado por Putin y se limita a movimientos prácticamente simbólicos con la OTAN, pero sin una estrategia clara, puesto que no todos los integrantes europeos de la OTAN están por la labor de molestar a Rusia. Es el caso de Alemania.

Pongamos, por ejemplo, el caso de las famosas sanciones. Las que ya han impuesto tanto EEUU como la UE son de risa, y “las serias consecuencias” –el mantra recurrente occidental- a las que se enfrentaría Rusia si la crisis sigue adelante no son más que humo. No es la primera vez que los occidentales se tienen que tragar sus bravatas. Ya ocurrió en 2008, cuando Rusia intervino militarmente tras la agresión de Georgia contra Osetia del Sur, y lo mismo cuando los más aguerridos congresistas de EEUU pidieron al gobierno de Obama la imposición de sanciones por el apoyo de Rusia a Siria o por otorgar asilo a Snowden.

Rusia no es otro país más, de esos que Occidente –que dice representar los “valores democráticos”, como acaba de demostrar en Ucrania respaldando un gobierno filofascista- suele incluir en su lista de imposición de sanciones si no hacen lo que Occidente dice que hay que hacer. Aunque haya sido un país cándido, incluido Putin, como cuando aceptó plagar Asia Central de bases estadounidenses con la pretendida misión de “combatir el terrorismo” a raíz de la invasión a Afganistán en 2001. Esa candidez ha desaparecido y ya nada será igual.

La crisis de Ucrania ha dejado bien patente que Rusia ha vuelto a lo más alto de la geopolítica. Ya lo había hecho con Siria, pero ahora ha dado un paso más. Está escenificando que está madura para romper con la dependencia occidental y recuperar el componente nacional de toda la industria. Esta fue una de las consecuencias que, para Rusia, tuvo el ingresar en la Organización Mundial del Comercio. 

Hoy no es pequeño el número de historiadores que consideran que los logros de la política de industrialización de Stalin en la década de 1930-1940 se explican por los bloqueos comerciales y crediticios occidentales contra la URSS. El resultado es que la URSS supo aprovechar la situación para crear un poder económico e industrial que le permitió ganar la II Guerra Mundial pese a la brutal invasión nazi. No es infrecuente leer este símil en los periódicos rusos y no es porque nos acerquemos a una nueva conmemoración, el 9 de mayo, de la derrota nazi.

Téngase en cuenta la encuesta antes mencionada y los últimos movimientos rusos. Ha habido analistas que han considerado la conferencia de Ginebra sobre Ucrania como una “cesión” de Rusia frente a las presiones de Occidente. Sin embargo, no es más que un movimiento geopolítico inspirado en Lenin, un paso atrás cuando antes lo que se ha hecho ha sido dar dos pasos hacia adelante: un retroceso táctico cuando se ha ganado una posición estratégica. La retirada táctica de Rusia ha sido aceptar en la mesa al gobierno filofascista de Kiev, al que había negado –y sigue negando- cualquier representatividad, y la ganancia estratégica es que en dicha conferencia no se ha dicho ni una sola palabra sobre Crimea. 

Si es que ha habido retroceso, puesto que ese gobierno filofascista está sumido en un absoluto caos y asistiendo impotente al fortalecimiento gradual y constante de la resistencia popular antifascista –y sí, prorrusa- en el Este. Aquí también hay una cierta confusión entre quienes dicen que esta resistencia popular está alentada por oligarcas y la realidad, donde quien está haciéndose con el control son milicias y movimientos claramente populares y de corte socialista. 

Las banderas con la estrella roja de cinco puntas sobre la bandera rusa son cada vez más patentes. Además, el gobierno filofascista de Kiev no es nada de fiar (¿o no hay que recordar que un día antes del golpe contra Yanukovich la llamada “oposición” que hoy forma ese gobierno filofascista había firmado otro acuerdo certificando la celebración de elecciones y el levantamiento de las protestas del famoso Maidan?) como acaba de quedar claro con el ataque a un puesto civil en Slavianks en violación flagrante de lo acordado en esa conferencia.

Rusia, ahora, devuelve la jugada porque en ese acuerdo lo que se recoge es el desarme de los neonazis, algo que ni siquiera se plantean los títeres de Kiev y sus patronos occidentales que, por el contrario, insisten en que quienes se tienen que desarmar son las milicias populares de Donetsk y otros lugares. Pero, algo que ha pasado desapercibido, este acuerdo de Ginebra se produjo casi en el mismo momento en el que Putin recomendaba a las empresas rusas anular su registro en el extranjero y llevar sus acciones a la Bolsa de Moscú para protegerse así de posibles sanciones futuras y “proporcionar seguridad económica al país” (6).

La hipótesis de la autosuficiencia industrial, en absoluto descartable, serviría para que Rusia completase el “giro asiático” que está poniendo en marcha con la Unión Euroasiática… y el reforzamiento de su alianza estratégica con China y los BRICS.

El fin de Occidente: el acuerdo ruso-chino y los BRICS

Porque este es el otro componente del tablero ucraniano: pese a las alucinaciones occidentales sobre la existencia de un malestar en Pekín por el movimiento de Moscú, y ponen como “ejemplo” la abstención en la ONU –por esa regla de tres, también habría que hablar de malestar de Israel con EEUU puesto que también se abstuvo en la votación de la Asamblea General que rechazó el referéndum de autodeterminación de Crimea-, China está con Rusia.

Sólo hay que leer lo que publican periódicos como el “Diario del Pueblo”, el órgano de expresión del Comité Central del Partido Comunista: “Las teorías políticas, económicas y de seguridad de la Guerra Fría aún influyen a mucha gente en su concepto del mundo, y algunos occidentales siguen imbuidos de resentimiento hacia Rusia” (7). 

O la agencia estatal “Xinhua”: “Rusia podría no estar más tiempo interesada por competir por la preeminencia global con Occidente, pero cuando esto se refiere a la limpieza del caos que Occidente creó en su patio trasero, los líderes rusos una vez más dan prueba de su credibilidad en la planeación y ejecución de acciones eficaces para contrarrestarlo” (8). ¿Aún hay dudas? Pues la coincidencia de criterios a nivel de ministros de Asuntos Exteriores entre los dos países, Sergei Lavrov y Wang Yi, es total respecto a Ucrania (9). 

Entre otras cosas, porque también China tiene que enfrentarse a una mentalidad de “guerra fría” como sucedió cuando en julio del año pasado amplió su Zona de Identificación de la Defensa Aérea en el Mar de China Meridional, movimiento que fue rechazado por EEUU y sus aliados, como Japón. Y, por si todo ello fuese poco, aquí está el esclarecedor artículo de un general, Yang Yucai, integrante del Grupo de Estudios de Crisis del Ejército Popular de Liberación: “la alta eficiencia de la Administración Putin en la gestión de la crisis regional es impresionante; esta alta eficiencia se deriva de una institución de seguridad unida, de un alto nivel de planificación estratégica y de una sólida base jurídica [en referencia a la defensa del derecho internacional]. China debe sacar sus conclusiones al respecto” (10).

Muy atrás están ya las críticas que China realizó a Rusia por la guerra de Georgia (2008) puesto que China siempre ha insistido en la no injerencia en los asuntos internos. Porque nada en la situación actual de Ucrania garantiza a China que el gobierno filofascista que se ha instalado en Kiev cumpla los acuerdos firmados en diciembre de 2013 con Yanukovich por los que ambos países se convertían en “socios estratégicos” garantizando la inversión china en áreas como infraestructuras, aviación, industria aeroespacial, energía, agricultura y finanzas por un importe de 30.000 millones de dólares. 

Los chinos tienen muy presente lo que pasó en Libia (2011), donde los acuerdos que había firmado con Gadafi fueron “suspendidos” –y no reanudados hasta ahora- por el gobierno títere impuesto por Occidente. Además, China está deseosa de aumentar su cooperación energética con Rusia. El comercio entre los dos países no ha hecho más que crecer desde 2011, estipulándose que en 2020 se alcanzarán los 200.000 millones de euros (11) con un dato significativo: rusos y chinos ya vienen poniendo en marcha que ese intercambio comercial no tiene por qué estar basado en el dólar y hay datos concretos de utilización de sus propias monedas (rublo y yuan) en este intercambio.

Un aspecto importante de esta cooperación hace referencia al suministro de petróleo y gas y Rusia encuentra un consumidor ávido de ambos productos en China, a un nivel muy superior al que ambos países tienen ahora, como ya se ha dicho más arriba y que se sancionará en la visita de Putin a Beijing en mayo. Y a la inversa. Anticipándose a la supuesta retirada de capital europeo y estadounidense de Rusia si la cosa en Ucrania va a más, los chinos ven el cielo abierto para sus inversiones: “se creará un vacío que debe ser rellenado porque Rusia necesita inversiones foráneas; todo eso abre oportunidades para inversores chinos” (12). Vamos a ver cómo en la visita de Putin estos factores aparecen en primer plano.

Pero, con ser importante esta alianza, que pone fin a la supremacía occidental, no lo es menos que se está reforzando como nunca el eje BRICS, del que Rusia y China son los principales motores. El enojo de los BRICS ante la falta de interés de Occidente en ir más allá de la palabrería –en 2010 se acordó reformar el sistema de cuotas del FMI, acorde con el mayor papel económico de los países BRICS, sin que hasta el momento haya habido iniciativa alguna en ese sentido- está generando movimientos inéditos a nivel geopolítico: ya hay un Banco Mundial alternativo, el Banco de Desarrollo de los BRICS, con capital de 50.000 millones de dólares y será en junio, tras el mundial de fútbol de Brasil, donde en la cumbre que ha de celebrarse en este país se dé un paso más reforzando dicho banco y ampliando a otros países su ámbito de intervención. 

Al mismo tiempo, en la última reunión del FMI (11 de abril), los BRICS no sólo criticaron el estancamiento a la reforma de cuotas que impone Occidente sino que dieron un ultimátum para su reforma con la amenaza, también, de poner en marcha una “alternativa al viejo sistema” en la que ya se ha dado un primer paso: un fondo de reservas propio en el que desaparece el dólar y se relega al euro en favor de las monedas nacionales de los BRICS, al tiempo que se apuesta por la internacionalización de la moneda china, el renminbi (yuan).

El fin de una era

Gramsci dijo hace 100 años que la crisis se produce cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo lo termina de nacer. En eso estamos. La postura de Rusia en Siria y ahora en Ucrania es un claro desafío a la prepotencia hegemónica estadounidense, aunque en este último país se está defendiendo del “castigo” que pretendía imponerle EEUU por haberse atrevido a desafiar la hegemonía estadounidense para reemplazarla por un sistema multipolar –que no es lo mismo que “multilateral”- donde se respete el derecho internacional. Está claro que ya no va a haber una vuelta atrás en el viejo orden mundial y que esta es una de las razones por las que los filofascistas de Kiev y sus patronos occidentales aceptaron ir a la mesa de negociaciones con Rusia.

Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva era donde se cuestiona, cuando no se rechaza, el paradigma occidental envuelto en valores que sólo sirven a una minoría pequeña, arrogante y capitalista tal y como hoy se entiende la globalización neoliberal. EEUU sabe que ya no tiene el poder que tenía y se defiende como una fiera herida, lo que le hace mucho más peligroso. Por eso no sería extraño que dentro de poco asistiésemos a un contraataque contra Rusia que no será ni en Siria –donde los “contras” puede que estén recibiendo material sofisticado, y es muy aleccionador ver las páginas web de los neonazis ucranianos “hermanando” sus “luchas” en Siria y Ucrania- ni en Ucrania –un país que no es país, en bancarrota y desestructurado- sino en la retaguardia rusa de Asia Central. EEUU tiene que dejar este verano la base de Manas en Kirguizistán y Rusia ya ha tomado posiciones en dicho aeropuerto junto a un sustancioso acuerdo comercial firmado con el país ex soviético. Otras antiguas repúblicas de la URSS están mirando con mucha atención lo que ocurre en Ucrania, y EEUU lo sabe como ya indicaba en la DSN de 2012.

Por lo tanto, será aquí donde EEUU intente responder a Rusia. Más en concreto, en Turkmenistán. En este país ya se vienen produciendo curiosos ataques provenientes de Afganistán y no será sorprendente que se incrementen en los próximos meses oscuros episodios de violencia que serán utilizados para que el gobierno turkmeno, formalmente neutral, se vea desestabilizado y tenga que optar entre EEUU –que ya ha ofrecido su colaboración militar para “combatir a los terroristas afganos”- o Rusia.

El nuevo mapa geopolítico está tomando forma; el nuevo orden, también. No va a ser un proceso ni fácil ni tranquilo pero, por el momento, Rusia y China tienen en sus manos las principales cartas de la baraja y las están jugando bien. 

Tanto que periódicos como el International New York Times (nombre actual del Internacional Herald Tribune) se ven obligados a editorializar sobre la crisis de Ucrania haciendo un llamamiento a la clase política estadounidense sobre “los fallos” cometidos por EEUU y la UE en el espacio post-soviético, y no sólo en Ucrania, en lo referente al aislamiento y cerco a Rusia –“EEUU y la UE actuaron alegremente sin tener en cuenta las consecuencia de sus actos”, dice textualmente-, para terminar diciendo que “en Ucrania estamos viviendo una crisis del viejo orden que exige nuevas formas de pensar, nuevas precauciones, una nueva comprensión de los profundos desafíos de este interregno histórico”. Porque, en caso contrario, y tras reconocer que “la influencia [de EEUU] en el extranjero sigue disminuyendo”, llegamos a una situación en la que “asistimos al desmoronamiento del status quo” –en referencia al predominio de EEUU- que el periódico estadounidense identifica con un “desorden internacional sin precedentes desde 1930” (13).

EEUU y la UE cada vez pintan menos en la escena geopolítica. Siguen siendo actores importantes, pero ya no cruciales. Ahora hay otros que están, cuando menos, a su mismo nivel si no por encima. Tal vez sea una simple anécdota, pero una muestra de cómo asistimos a un nuevo tiempo lo acaba de proporcionar el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad, la organización tuareg del norte de Mali, al solicitar el apoyo de Rusia a su estado, proclamado el 6 de abril de 2012, y que está siendo combatido por el gobierno de Mali –formalmente hay una tregua desde junio de 2013- con el apoyo de Francia.

Notas:

(1) Alberto Cruz, “La nueva estrategia de defensa de EEUU: el último intento por mantener el dominio mundial”, http://www.lahaine.org/index.php?p=59471
(2) RBC Daily, 7 de abril de 2014.
(3) Ibid.
(4) Novosti, 28 de abril de 2014.
(5) Irán ha puesto una demanda millonaria contra Rusia por incumplimiento de contrato. Rusia sabe que va a perder la demanda y está negociando la entrega a Irán de otros misiles de capacidad similar, como los Tor, aunque Irán rechaza un cambio insistiendo en los S-300. Con la crisis de Ucrania se ha vuelto a hablar de un acuerdo Rusia-Irán sobre el tema, sin especificar en qué consistiría aunque se dice que incluiría la compra de petróleo iraní a pesar de las sanciones, así como la construcción de mini-refinerías o la explotación de yacimientos de gas en territorio iraní.
(6) Bloomberg, 9 de abril de 2014.
(7) Diario del Pueblo, 26 de febrero de 2014.
(8) Xinhua, 8 de marzo de 2014.
(9) Efe, 3 de marzo de 2014.
(10) Global Times, 22 de abril de 2014.
(11) Alberto Cruz, “La cooperación entre Rusia y China: el nuevo enfoque geoestratégico que pone fin al poder de Occidente”http://www.lahaine.org/index.php?p=57539
(12) Diario del Pueblo, 13 de marzo de 2014.
(13) Internacional New York Times, 16 de abril de 2014.

albercruz@eresmas.com. CEPRID

 

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Los tratados neoliberales de la UE, el verdadero programa común del PP-PSOE

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«El ridículo se convierte en tragedia cuando destacados socialdemócratas terminan gobernando (después de “durísimas” campañas electorales contra la derecha y las “suicidas” políticas ordoliberales ), como François Hollande, para finalmente hacer lo que la derecha de Sarkozy no fue capaz de llevar a cabo».

Por Manolo Monereo

Comienza la campaña y de nuevo asistimos a “feroces” y “despiadados” debates y mutuas agresiones entre PP y PSOE. Viendo y oyendo las cosas que dicen el señorito Cañete y la señora Valenciano parecerían que estamos ante dos opciones políticas radicalmente opuestas que expresan proyectos de país y de Europa antagónicos.

Quizás entran algunas dudas cuando ambos reclaman que no se vote a los partidos pequeños y que se siga apostando por el bipartidismo. Si al final, como parece previsible, hay un debate televisivo a dos tendremos el escenario adecuado para que están elecciones sean cosas de dos, o que al menos, lo aparenten.

A estas alturas, sabemos con bastante precisión lo que ha significado para este país el bipartidismo: modo de organizar el poder para que sigan mandando los que no se presentan a las elecciones, es decir, los poderes económicos, auténticos y cada vez más determinantes “señores” de esta limitada y oligárquica democracia. El bipartidismo limita el pluralismo y cercena las posibilidades para construir una real y unitaria alternativa a neoliberalismo.

El mecanismo funciona siempre de la misma forma: la derecha económica siempre gobierna, unas veces con la derecha política y otras veces con una izquierda que no lo es y que impide que se hagan políticas realmente de izquierdas. Hay alternancia, no hay alternativa. Es más, parecería que muchas veces la derecha económica prefiere al PSOE: se divide a la izquierda social y política y se impide que avance una propuesta alternativa a las políticas dominantes. Todo ganancias.

Las cuestiones europeas son las más adecuadas para ocultar las identidades de fondo, los consensos básicos existentes entre los partidos dinásticos mayoritarios, apoyados, esto nunca se debe olvidar, por las derechas nacionalistas catalanas y vascas. El por qué de esto es, hoy, insisto, hoy, fácil de entender. Por su propia naturaleza, las cuestiones relacionadas con la Unión Europeas son cosas de especialista, expertos, lobistas de diversos y complicados pelajes.

Conforme avanza el proceso de deconstrucción de los Estados sociales nacionales y de la progresiva concentración de poder en las instituciones de la Unión, más se practica el secretismo y los acuerdos “bajo mesa” a varias bandas: entre los grupos industriales-financieros, los funcionarios y las fuerzas políticas mayoritarias, con la activa participación, paradojas del proyecto, de las instituciones económicas internacionales, como el FMI, firmemente controladas por “el amigo” norteamericano.

Esta crisis ha puesto de manifiesto algo fundamental y que los pueblos del Sur de la Unión conocen con bastante precisión: el poder político no reside en la soberanía popular sino en unas instituciones opacas a la democracia, estrechamente dependientes de los poderes económicos y al servicio de un proyecto contrario a los intereses mayoritarios de las poblaciones.

Se podría afirmar que estas políticas reaccionarias son posibles porque las ordenan y mandan las instituciones de la Europa del euro; en cada uno de los Estados individualmente considerados serian imposibles o significarían la caída de los gobiernos que las aplicaran. El ‘chantaje’ europeo funciona, y para que esto ocurra tiene que haber un acuerdo de hierro entre las fuerzas políticas mayoritarias, es decir, las varias derechas y una socialdemocracia contraria a las políticas socialdemócratas.

Todo el entramado jurídico-institucional que legitima el poder omnímodo de eso que se llama la Troika se ha fundamentado hasta sus más mínimos detalles en un acuerdo estratégico de fondo, entre los grupos de poder económicos y la clase política bipartidista, es decir, entre la derecha y la llamada socialdemocracia. Insisto, todas y cada una de las directivas, resoluciones y tratados que concentraron el poder de decisión en la Troika y que acordaron un conjunto sistemático de contra-reformas profundamente contrarias a los intereses mayoritarios de las poblaciones (en lo que podemos denominar una descomunal desposesión de patrimonio público, derechos y libertades de las sociedades y las personas), fueron decididas y ejecutadas por la derecha y los socialistas.

No hay que irse demasiado lejos en el tiempo. Bastará partir del vigente Tratado de Lisboa de diciembre del 2007, y sobre todo, el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza (TECG) y el Tratado Constitutivo del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), ambos del 2012 y que significaron, en la practica y en la teoría, la radicalización neoliberal de los anteriores tratados y, lo que es mucho más grave, la legalización de un Estado de Excepción que deviene en permanente.

Los datos básicos de estos tratados no deberían olvidarse, señalan un punto de no retorno de una socialdemocracia que deja definitivamente de serlo y se convierte en aliado estratégico de la derecha económica para liquidar derechos sociales, sindicales y laborales y poner fin al Estado Social. Estos tratados, en síntesis imponen a cada uno de los estados, y a la soberanía popular, un conjunto de reglas “permanentes” y “obligatorias”, entre ellas las siguientes:

  1. Los presupuestos deberán estar equilibrados, o con superávit. Esta regla, se considerará respetada si el déficit estructural no supera el 0,5% del PIB.
  2. Todos los Estados deben de introducir en su constitución esta regla de oro, y establecer mecanismos de corrección automáticos.
  3. Cuando los Estados no cumplen los criterios antes anunciados se someten a un Procedimiento de Déficit Excesivo, teniendo que presentar un conjunto de programa de reformas estructurales a la Comisión y al Consejo, que lo aprobaran en su caso y harán seguimiento riguroso de su puesta en marcha.
  4. Se establecen un conjunto de sanciones casi automáticas para todos los países que incumplan las reglas establecidas.
  5. En quinto lugar, la comisión europea y el tribunal de justicia de la UE refuerzan considerablemente su papel como garantes de que las reglas neoliberales se cumplen a rajatabla.

Resulta cuando menos indecente que el PSOE y sus representantes vengan a estas alturas a hablar de la Europa social o de la lucha contra el “austericidio”, cuando ellos están por delante y por detrás tanto en el Parlamento Europeo como en el Parlamento español de los Tratados que consagran o constitucionalizan las políticas neoliberales.

O mejor dicho el llamado ordoliberalismo alemán. El PSOE en estas cuestiones ha sido un adelantado y no un sufridor paciente. Hay que recordar, la memoria es clave en época electoral, que la única reforma sustancial de nuestra inmaculada Constitución del 78 se realizó precisamente para asegurar la máxima jerarquía jurídica estas reglas neoliberales y que las propuso un gobierno del PSOE.

El asunto llega ya al ridículo cuando la propuesta de los socialistas europeos para presidir la Comisión es nada mas y nada menos que Martin Schulz, destacado dirigente del partido socialdemócrata alemán, principal aliado gubernamental de la señora Merkel.

El ridículo se convierte en tragedia cuando estos destacados “socialdemócratas” terminan gobernando (después de “durísimas” campañas electorales contra la derecha y las “suicidas” políticas ordoliberales ), como François Hollande, para finalmente hacer lo que la derecha de Sarkozy no fue capaz de llevar a cabo. ¿Alguien puede extrañarse de que en un contexto así definido la extrema derecha y los populismos de derechas crezcan y se desarrollen?

 

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