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Ejes de la democracia

imagesPablo Bustinduy, filósofo

«Una opción política que defienda los derechos sociales sólo tiene sentido si la próxima ley general de sanidad nace en la marea blanca, la de educación en la marea verde y la de vivienda, en las asambleas de la PAH. Las palabras solas no valen: la única medida de la democracia es su capacidad de generar realidad»

 

“Y aquel príncipe que se ha apoyado sólo sobre sus palabras, encontrándose desnudo de otras preparaciones, fracasa”.

Niccoló Macchiavelli, Il Principe

1. Hay dos ejes fundamentales que sirven hoy de orientación a la política antagonista: el eje arriba/abajo (que reordena la cuestión del sujeto y apunta a los lugares de la emancipación) y el eje vertical/horizontal (que reordena el “cómo” de la política y apunta a la manera de habitar esos lugares). Estos dos ejes fueron la espina dorsal del 15M, cuyo famoso programa de “mínimos” podría resumirse a posteriori en una doble exigencia: desmontar la escena de la representación política moderna (“no nos representan”) y dar lugar a un proceso radical de democratización política, económica y social (“lo llaman democracia y no lo es”).

¿Pero cómo recorrer el camino entre esos dos polos? ¿Cómo generar formas de institucionalidad que sean tan diferentes del orden existente como capaces de hacerle frente y ocupar su lugar? ¿Qué política requiere esa transición de la representación a la democracia?

2. La lógica de la representación queda ilustrada en la imagen del Leviatán: un cuerpo común sublime y poderoso, formado por una multitud de individuos que encuentran en la figura del representante la coherencia y viabilidad de las que carecen. Esa lógica postula (impone, asume) que todos los ciudadanos están de algún modo presentes en la persona del poder, y a continuación postula (impone, asume) cualquier acto del poder como expresión de la libre voluntad de todos los ciudadanos.

Ese doble movimiento, por el que se hace ficcionalmente presente en el poder lo que parecía estar lejos de él, asegura el reparto de posiciones, capacidades y órdenes de actuación en la vida común y los asuntos políticos. La representación gobierna así las variantes que ella misma ha producido: sujeto y objeto (de poder), actividad y pasividad, autoridad y obediencia, legitimidad y sumisión. La ficción representativa es lo que permite cada vez que la relación entre esos términos se haga asimétrica e intransitiva.

3. La larga odisea del liberalismo intentó mitigar ese problema por medio de las elecciones y la división de poderes, de modo que los ciudadanos pudieran elegir a sus “servidores públicos”, hacerlos responsables de sus decisiones, y se estableciera así una comunicación en doble sentido entre representantes y representados que debería constituir lo esencial de la vida política.

Sin embargo, se trata de un juego de balanzas en el que los pesos están trucados de partida. En las constituciones liberales, las elecciones y los mecanismos de control del poder político sirven para presionar o reemplazar a los personajes de la ficción representativa, pero rara vez logran comprometer su trama: la representación delimita los márgenes de la política como un mundo propio y separado, una esfera estanca y distinta de las otras fuentes de poder (económico, financiero, productivo, cultural, religioso, moral) que segmentan la superficie de lo social.

Cuando se denuncia que hoy en día vivimos gobernados por instancias que nadie ha elegido y que no responden a ningún mecanismo de control democrático, se está apuntando a aquello que la representación deja fuera de sí, a sus efectos de mediación y alejamiento de la política de muchos ámbitos decisivos para la reproducción del poder y de la vida social. Por eso el poder le tiene pavor a la política que sucede fuera de las instituciones: la representación es el mecanismo clave para la acotación de la democracia y la despolitización de la economía que define las sociedades burguesas.

4. Así se explica que muchos movimientos revolucionarios hayan hecho uso en algún momento del mandato imperativo (la comuna de París: delegados revocables en todo momento, trabajando por el salario de un obrero) en su afán de extender, profundizar y ampliar el sentido mismo de la política. Así se explica también que los movimientos democráticos que logran politizar

efectivamente la cuestión de la representación, como ha sucedido en varios procesos latinoamericanos recientes, lo hagan poniendo en juego y en cuestión mucho más que la eficacia de un procedimiento parlamentario o electoral: cada uno de estos procesos desborda la base material misma de la representación liberal, haciendo presente al sujeto que autoriza el poder, aboliendo las distancias verticales (que son distancias de clase) entre representantes y representados, acercando en definitiva todo aquello que el liberalismo político aleja y hace inaccesible, sometiéndolo al control de un poder popular que se hace en los hechos autónomo y efectivo. Igual que la economía, la representación se desfigura y se transforma esencialmente en su proceso de socialización.

5. Las formas organizativas del movimiento democrático son la clave de ese proceso. A menudo, el problema organizativo se plantea sin embargo de manera dogmática: todo liderazgo se asume como una forma estricta de representación, que contamina por principio los efectos producidos y es incompatible con procesos horizontales y democráticos.

Es evidente que hay un problema en este esquema binario: al plano de lo horizontal/vertical le falta una tercera dimensión, los puntos de encuentro entre prácticas y palabras, lugares de condensación, intensificación y aceleración de los procesos. Así es por ejemplo el liderazgo de Ada Colau: no “representa” a las asambleas de la PAH, sino que expresa una acumulación de fuerzas que multiplica la capacidad de cada una para actuar e intervenir en su propia realidad.

6. Socializar la política es vincular prácticas y espacios en los que la hipótesis de la igualdad pueda ponerse a trabajar de manera efectiva. Esas intervenciones tienen a menudo un componente vertical, pero lo esencial no está en el origen sino en el efecto: en cómo son reapropiadas, reorientadas, con qué tensiones y resultados.

Lo esencial no tiene que ver con la “persona” (la máscara, la escena) y sus palabras, sino con la existencia y la intensidad del proceso en el que esas palabras se significan, se socializan, se hacen o no verdad. Parece abstracto, pero es sencillo: una opción política que defienda los derechos sociales sólo tiene sentido si la próxima ley general de sanidad nace en la marea blanca, la de educación en la marea verde y la de vivienda, en las asambleas de la PAH.

Las palabras solas no valen: la única medida de la democracia es su capacidad de generar realidad.

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Algunas consideraciones sobre la independencia y la nación.

Sin título

Puesta al día sobre los sujetos de emancipación desde el republicanismo-democrático.

Andres Piqueras,  Antropólogo Social , profesor de Universitat Jaume I.

La independencia es un término fuerte, que concita corrientes espontáneas de simpatía entre las gentes siempre que no afecte al propio proyecto identitario. En ese caso lo que provoca son reacciones visceralmente antagonistas casi siempre. De forma infalible se acoge con temor desde los poderes instituidos. Especialmente cuando se trata de un proyecto irredente frente al Estado expresado a través de la nación y cuando la construcción nacional del propio Estado se desmorona.

Por eso es oportuno políticamente analizar, aunque sea muy brevemente, qué hay detrás de estas idea-fuerzas.

Desde el punto de vista republicano-democrático, o republicano-plebeyo, de donde saldría entre otros el pensamiento marxista, los seres humanos podemos empezar a sentirnos independientes sólo a partir del momento en que no dependemos de la voluntad de otro para vivir. Es decir, cuando no tenemos que trabajar para otros. O lo que es lo mismo, cuando entre unos y otros seres humanos deja de mediar una relación de explotación. Sólo así pueden éstos empezar a ser dueños de su propia vida.

Tal posibilidad pasa necesariamente por la construcción de una sociedad en la que los medios de producción y de organización estén socializados y por tanto las oportunidades de vida niveladas. Es por eso que a esa sociedad, ya desde hace algún siglo, se la dio el nombre de socialista.

Desde esta perspectiva la independencia siempre requiere, por tanto, de libertad. Esto es, que las personas no estén desposeídas de medios de vida para vivir por sí mismas.

Dicho de otra  manera, la libertad requiere necesariamente de altas cotas de igualdad social. Y sólo con libertad e igualdad de por medio podemos empezar a hablar de democracia en sentido fuerte en cualquier sociedad (entendida aquélla como asociada al autogobierno de las personas en cuanto productoras y ciudadanas libres; libres del trabajo dependiente en todas sus formas -el esclavo, el servil, el doméstico, el asalariado…-). Eso quiere decir también que la participación y la decisión directa sobre los propios procesos económicos, sociales y políticos, prevalecen sobre la delegación y la representación.

¿Qué puede decirse, entonces, acerca de la vía nacionalista a la independencia?

Para poder dar alguna respuesta aceptable, es preciso primero que consideremos las propias vías de construcción de la nación.

Si hablamos de Europa, las antiguas grandes migraciones de pueblos habidas entre el fin del Imperio Romano y la Alta Edad Media trastocarían los anteriores asentamientos ciudadanos, fundando, cuando por fin esos pueblos quedaron asentados en unos u otros lugares al final de la Baja Edad Media, las bases de nuevas identidades étnicas. Con ellas regresó el sentido de la pertenencia a través de la mismidad. Esto es, pertenecen al grupo, a la sociedad, quienes se reconocen como “mismos” en cuanto que descendientes de una supuesta misma línea de ascendencia y en cuanto que pretendidamente hacen las mismas cosas.

No van a importar tanto las desigualdades de estratificación o condición social, entre otras, que pudieran existir entre quienes se atribuyen la mismidad (más tarde identidad) y que en realidad no les hacía tan “iguales”. En todas estas colectividades étnicas, algunas devenidas después en nacionales, la “identidad” prevalecerá por encima de la “igualdad”. O dicho de otra forma, la identidad era la única que confería, cuanto menos formalmente, cierta “igualdad”.

Estas identidades quedarían especialmente ligadas al territorio, a específicas formas de organización sociopolítica y de elaboración de los referentes mítico-religiosos, así como a claves bien perceptibles como el vestido o la lengua. Esta última (caso de sobrevivir) se iría haciendo el principal elemento distinguidor de esos grupos étnicos, conforme otras iniciales características iban siendo laminadas por la imposición de formas económicas, sociales y políticas anejas a la expansión y afianzamiento del capitalismo.

Es de esas etnicidades que surgiría en el siglo XIX, con la construcción del Estado que emprenden las emergentes burguesías (como ente encargado de la gestión y administración de las nuevas relaciones capitalistas), el proyecto nacional. En adelante la nación, entendida como heredera de aquellos ancestrales pueblos étnicos, se entendería posible a través de dos vías fundamentales:

1) Como sustento del Estado, que mediante un proceso de reetnificación de las poblaciones incluidas dentro de sus fronteras, aupa el mito de una gran familia de iguales en sangre: con una pretendida misma ascendencia, misma Historia, misma cultura e incluso misma fe. Sin embargo, la asimilación de esas poblaciones se realizó en lo cultural a partir de una entidad étnica que adquirió una situación hegemónica o dominante en su construcción (como el recurrido ejemplo del Estado francés en torno a lo franco. Ejemplo que intentó seguir el español con más menguado éxito, en virtud de lo castellano).

En los planos económico y social, los Estados europeos no pudieron empezar a generar la conciencia nacional sino hasta la fusión en una de las dos naciones sociales: la de la gentry y la del vulgo, esta última excluida hasta entonces de la ciudadanía. Para ello fue imprescindible la incorporación de la cuestión social como una cuestión de Estado, es decir, una cuestión nacional, de manera que sólo al encauzarse aquella primera podría cobrar vida de facto esta segunda.

La renta imperialista (por la que las poblaciones de las sociedades centrales se beneficiaban en diferente proporción de las relaciones de intercambio desigual y de la división internacional del trabajo a favor de sus burguesías)[1] fue decisiva en ese proceso. No hay que ser muy agudo para darse cuenta de que esa circunstancia minó, de paso, las bases objetivas del internacionalismo.

2) A partir del grupo étnico, por complejización y politización del mismo en busca de su correspondencia político-territorial y la creación de su propio Estado (muy pocas grupos étnico-políticos dieron ese paso). El fracaso del proyecto es proclive a conducir bien a la dilución de la identidad étnica en el Estado, bien al irredentismo dentro del mismo

Es ese irredentismo latente o manifiesto el que impulsa a moverse en el terreno de lo nacional-étnico como manera de ganar independencia frente a la entidad incluyente (el Estado). Ésta es, indudablemente, una forma de “independencia”. Pero, en el mundo actual, ¿tiene algún contenido fáctico más, de cara a los seres humanos que componen la entidad “nacional”, en cuanto al enriquecimiento de la calidad de vida colectiva, la capacidad de decisión y participación democrática no sólo en el ámbito político sino también en el laboral, o en el uso y cuidado de los propios recursos, por ejemplo, entre otras muchas consideraciones que deben nutrir de realidad cotidiana el concepto “independencia”?

De nuevo, para poder calibrar mejor esto debemos dar otro paso: se trata ahora de un mínimo análisis de coyuntura del Sistema en el que debe desenvolverse lo nacional.

Puntos de partida para sopesar la cuestión en la fase actual del capital

Punto 1. La reestructuración del poder al interior de la clase capitalista conlleva profundos cambios en la composición del poder mundial y de los poderes en cada formación socio-estatal. Pugnas por la apropiación de la plusvalía mundial entre los diferentes tipos de capitales (productivo-comercial, rentista y de interés-especulativo) y unas y otras burguesías estatales. Sin embargo y al mismo tiempo, unos y otras se coordinan y aprovechan la coyuntura para recomponer el poder de clase y golpear la fuerza histórica conseguida por el Trabajo, rebajando al máximo su poder social de negociación y desbaratando todos los dispositivos de preservación de la fuerza laboral y de regulación de la relación Capital/Trabajo, así como las formas institucionalizadas del mal llamado “pacto de clases” a que fue empujado el capitalismo histórico por la acción del Trabajo.

En estos momentos lo que está en juego para el Capital a escala global es la reestructuración de su dominio de forma compatible con la búsqueda de paliativos a la caída de su tasa de ganancia. O lo que es lo mismo, a medio plazo se trata de recomponer drásticamente las bases económicas del Sistema sin alterar en lo profundo la forma de dominación.

El Estado ha sido hasta ahora la entidad reguladora de la lucha de clasesdonde se dirime la hegemonía y la capacidad de integración o fidelización de las poblaciones a la dinámica del capital (favorecida o perjudicada en virtud de la específica posición de cada Estado en la división internacional del trabajo, dentro del Sistema Mundial).

Pero hoy, además, entidades supraestatales de coordinación capitalista deciden las claves en que esa hegemonía es factible y cómo se realiza. El supra-Estado (la UE, por ejemplo) el G-20, FMI, BM, las transnacionales o grandes grupos de poder industrial-financieros e incluso las propias agencias de calificación de riesgos, ajenos a cualquier atisbo de democracia, toman decisiones y ejecutan programas de domino, sobre-explotación y desposesión que afectan tan directa como dramáticamente a poblaciones de todo el planeta, las cuales no tienen por lo general ni la más remota idea de unas y otros.

Aquel conjunto de entidades internacionales encargadas de velar por los intereses del gran capital, imponen medidas ajenas a los programas políticos sometidos a elección popular y a los compromisos entre los agentes económicos, políticos y sociales a escala de cada Estado.

Lo cual, si por una parte garantiza el dominio de clase y la plusvalía mundial, por otra va erosionando la capacidad de fidelizar poblaciones en cada Estado (es decir, corroe “la paz social”), al tiempo que desbarata los anteriores procesos de reetnificación estatal.

Y esto último es así porque al resquebrajarse la cuestión social, la cuestión nacional vuelve a primer plano como conflicto. Porque en el fondo en las sociedades modernas lo nacional no se sostiene sin lo social, sin la satisfacción de las necesidades sociales. Y esto es válido para cualquiera de las dos vías nacionales que hemos descrito.

Punto 2. La reestructuración del sistema capitalista a escala planetaria deja atrás las bases y acuerdos que construyeron el mundo moderno tras la Paz de Westfalia, donde la soberanía estatal era el principio rector de las relaciones internacionales.

La mayor parte de los Estados, más cuanto más débiles, dejan de ejercer un control efectivo sobre sus recursos estratégicos y su industria, y en general sobre las claves que constituyeron la soberanía de facto: política interna, política exterior, política monetaria, fiscalidad, energía, transportes, comunicaciones, alimentación, formación-conocimiento, etc.

Esto se traduce por una mayor venta de recursos energético-naturales y estratégicos al capital globalizado, así como en una presión creciente de las burguesías locales para rebajar el precio de su fuerza de trabajo (vender más barato también a su población en el mercado laboral global).

Hechos que, a pesar de haber sido llevados a cabo tanto por las burguesías estatales como por las supuestamente “irredentistas”, se siguen pretendiendo hacer compatibles con la enarbolación del nacionalismo por ambas. Se agarran a este truco de mala magia, probablemente, como último recurso para convocar a “la paz social” ante el deterioro de las condiciones de vida de las poblaciones por las que dicen velar.

Se trata de un desesperado intento de reedición de la “igualdad” exclusivamente a través de la “identidad”.

Punto 3. Mientras que la soberanía, la democracia y la independencia real se evaporan por doquier, lo que sí se ha extendido por todo el mundo según se expande su ley del valor es una cultura capitalista, capaz de subordinar al conjunto de formas culturales, principios de organización social y subjetividades a través de los que la diversidad humana había cobrado forma hasta ahora. Una especie de metacultura diferentemente plasmada en atención a las distintas claves históricas de cada formación social con la que el capitalismo interacciona, pero sobre todo en función de los diferentes grados de subsunción formal y real del trabajo al capital.

Digámoslo de otra manera, la expansión mundial de las relaciones sociales de producción capitalistas afectan decisivamente al conjunto de relaciones humanas, a las múltiples formas de interpretar el mundo y, en consecuencia, a los procesos de formación de subjetividades que nutren unas y otras formaciones sociales. La dinámica de anteriores modos de producción ha sido radicalmente alterada y desarticulada, destruyéndose la particular relación entre producción, circulación y consumo que les confería su distintividad. Es decir, se trastoca radical y globalmente el ámbito de las culturas, por lo que cada vez más formaciones sociales han perdido el control sobre sus condiciones de reproducción social y cultural y se han visto sobrepasadas como totalidades socioeconómicas y políticas.

Osea, que el avance capitalista ha ido destruyendo las bases identitarias objetivas de donde surgieron las etnicidades y después la vía nacional.

Los muy variados procesos de subsunción real de las diferentes sociedades a la dinámica capitalista, implican una gran diversidad de formas de extracción de plusvalía, así como de subordinación o dominio social. En esas diferentes dinámicas y “formas” residen las principales claves de conformación de las (nuevas) identidades y actores sociales en el mundo actual. Si eso significa que el concepto y realidad de la nación se pueda modificar en concordancia, está por ver.

Tengamos en cuenta que el hecho nacional es siempre un hecho político, cuya prevalencia y plasmación fáctica, pero también «fenomenológica», traduce, entre otras cuestiones, relaciones de fuerza y poder. Quien domina la escena social impone su realidad nacional. Pero además, quien impone unas determinadas formas de producción y vida está marcando ya la cultura real en la que se mueven los individuos y colectivos.  Más allá de cualquier cultura añorada o imaginada.

¿Elegir a la nación como proyecto emancipador?

¿Tiene sentido, dentro de estos cauces, plantearse hoy la independencia en claves nacionales? ¿Y tiene sentido seguir fundamentando esas claves en el componente étnico?

Ello se antoja especialmente extraño para quienes defienden transformaciones sociales de amplio calado, teniendo en cuenta que la nación hace prevalecer el sentido de unidad entre las clases, de comunión en torno a una identidad que, como vimos, a la postre siempre es étnica. Moverse detrás de las burguesías locales que miran su mejor acoplamiento al capitalismo global, y tener como referente, por ejemplo en el caso europeo, la Europa ultraliberal, de las grandes corporaciones, a la que ninguna de esas burguesías pone en cuestión, es sencillamente suicida para el mantenimiento de cualquier proyecto de soberanía nacional[2].

Por el contrario, cualquier definición identitaria-territorial que busque superar la fase de modernidad burguesa de la que venimos, y de su destrucción de los sustentos de la ciudadanía en cualquiera de sus versiones, debe encontrar sus claves en el pluriorigen y heterogeneidad de sus integrantes. Debe deshacer de una vez los mitos de una única historia, lengua, fe o tradición, ligados al primigenio concepto étnico. Para lo cual debe necesariamente reinventar y repolitizar la ciudadanía (de manera que asegure la participación y la autogestión, capaces de generar identidad por sí mismas).

Sólo así puede entenderse que la nación como propuesta de totalidad en sí y asumida de forma más o menos pasiva, tenga otra posible expresión en cuanto que nación-sujeto, en la medida en que se recrea como proyecto común, capaz de trasladar a unas u otras poblaciones la posibilidad de la autogestión (y autodeterminación), al tiempo que se sustenta en ésta, como una construcción basada en la comunidad de posibilidades de participación (que implica la distribución horizontal de s recursos, la información y la decisión). Que se ampara no tanto, o no solamente, en el “qué somos”, sino en el “qué queremos ser”, a través del voluntario reconocimiento mutuo permanente y colectivamente renovado en el hacer autogestionado.

Eso nos recuerda que en el siglo XX ha habido otra vía de construir la nación que no partió de la clave étnica.

3) Los proyectos nacionales sustentados en revoluciones políticas suscitadas por la segunda descolonización o independencia política. A través de la hegemonía en una entidad político-territorial determinada, de los sujetos del Trabajo como clase heterogénea pero cuyos integrantes tienen en común ubicarse en el lado de los explotados. No se busca, por tanto, la “reetnificación” de la población, sino que se reivindica la nación como forma de emancipación política (contra el colonialismo interno y externo), como proyecto libertario común soberanista.

Es decir, sería en cierta manera un proceso inverso al descrito en la vía 1, pues se trata esta vez de una construcción popular, por el que una concreta población con carácter de clase, actúa para la consecución de su propia entidad “nacional”, entendida como espacio de soberanía política, refundando el Estado (en su versión más fuerte puede contemplar el objetivo de trascender el propio Estado y la posibilidad de existir sin clases, en la realización de otro tipo de ciudadanía).

Probablemente los “orígenes” y marcadores identitarios al menos relativamente “etnificados” siempre tendrán su peso en buena parte de las construcciones territoriales del nosotros, pero la clave es que no se erijan en elemento sine qua non, ni siquiera en el pilar de la adscripción.

En el capitalismo global actual, todo lo que sea poner a la nación como objetivo final, o desideratum en sí mismo, termina siendo además de un proyecto reaccionario por excluyente e indiferente a las desigualdades de la división internacional del trabajo, un salvoconducto para el fracaso del mismo (a no ser que se quiera reeditar para la nación la vía del “socialismo en un solo país”).

Por el contrario, tenderán a ser más viables las entidades “nacionales” que entrelacen sus fuerzas con el conjunto de luchas y sujetos políticos que coagulan en el ámbito estatal, que es donde todavía se mide en primera instancia la correlación de fuerzas Capital/Trabajo.

El sentido más profundo del inter-nacionalismo empieza ahí, como a continuación se explica. Aunque no lo agota, obviamente, ni mucho menos.

¿La nación como el sujeto del “derecho a decidir”?   

Desde un punto de vista republicano-democrático es imprescindible admitir que cualquier otra forma de constituir un nosotros podría independizarse también de la nación. Ahora bien, ¿por qué hemos de intentar rescatar o recuperar la nación para un proyecto independentista, es decir, emancipador social, política y económicamente hablando?

¿Dónde ponemos el corte de la soberanía, del “derecho a decidir”? ¿Por quen la nación y no en comunidades menores o mayores, colectivos humanos de diversos tipos, proyectos cooperativos interculturales, sujetos constituidos a través de diversas identidades políticas?

Una respuesta válida podría ser aquella que argumente que es preciso elegir el ente socio-político con plasmación territorial que nos pueda proporcionar mayores posibilidades de conseguir la democracia como “derecho a decidir” permanente a un mayor espectro de población, no sólo en el ámbito político-institucional sino también en la esfera social y económica, en la oficina y la fábrica, en el barrio y en la comarca, en la escuela y en el espacio doméstico.

Quienes así aducen aprecian la nación por su correspondencia territorial, como reflejo social del ámbito estatal (o bien como un ámbito territorial irredente al Estado), donde hasta ahora se ha resuelto el entramado de la reproducción y legitimidad del orden burgués. También por su capacidad de aglutinamiento, arrastre y arraigo histórico[3]. Sobre todo si tenemos en cuenta que la cuestión nacional resurge con fuerza toda vez que la cuestión social se deteriora (aunque generalmente lo haga en forma defensiva, tendente a excluir a los de fuera –y por tanto reaccionaria-, en busca de un pasado perdido de pertenencia nacional identificada con la garantía de la cuestión social).

La clave radica en que unas condiciones construidas históricamente que fueron capaces de generar una identidad digamos “pasiva”, dada, puedan constituir un sujeto colectivo activo, con proyección política.

Entonces la nación, como proyecto irredente susceptible de devenir insumiso a las políticas desplegadas por el capital global y como confrontador de los procesos en curso, podría erigirse en un ente por la pugna de la independencia, esto es, de la democracia.

Para ello, sin embargo, no deberían perderse de vista al menos dos condiciones sine qua non. Una, tener en cuenta y combatir la división de clases interna, llevando a cabo el proceso de independencia como parte de la hegemonía popular de clase. Dos, realizarlo imprescindiblemente a través del internacionalismo, pero no en el sentido débil de “hacer o mirar por otros”, sino en el fuerte de “federar” o “confederar” esfuerzos y formas de autogobierno y de producción-distribución-consumo. Aquí hay que combinar el ámbito estatal, como prioritario hoy por hoy, con el interestatal.

Las fuerzas para cumplir esas dos condiciones no pueden venir del pueblo o la nación, entendidos como entes homogéneos que diluyen en una supuesta identidad (ya sea “étnica” o “popular”) la estratificación interna y las desigualdades sociales. La transformación social no deviene tampoco, ni mucho menos, de un ente amorfo “que no se sabe qué es”, y que no tiene ideología, o que se predica, a la estela de la nefanda moda postmoderna, “más allá de izquierdas o derechas”, “postpolítico”. No perdamos de vista que las manidas alusiones al 99% reproducen el sentido de homogeneidad social que tan a menudo critican a la nación.

Así que aquí no queda más remedio que ser clásicos e innovadores a la vez.

Clásicos en el tomar buena nota de las bases teóricas que nos han sido legadas por las luchas precedentes. Lo importante es siempre quién hegemoniza un determinado proyecto. Por eso la construcción de un bloque social (conscientemente interclasista) con vocación de constituirse en hegemónico es vital para la izquierda integral (la que busca transformar el sistema, no hacer cambios en el mismo). Esa es su diferencia con quienes pretenden llevar a cabo reediciones frentepopulistas[4] o más inconsistentemente aún recuperaciones de la nación o la multitud del 99%, en tanto que sujetos más allá de las clases.

Donde estamos obligados a innovar, en cambio, es en la interpretación actual y construcción de ese posible bloque social y de su propia hegemonización interna. Todo lo cual no puede desligarse, como siempre fue así, del riguroso análisis de fase del capital, de las fuerzas internas con las que se cuenta, las que hay que enfrentar y las posibles oportunidades y dificultades que ofrece el plano interestatal en el que hay que concurrir.

La Política en grande requiere de, e implica, una guerra de posiciones (Gramsci dixit), esto es, una reforma cultural profunda (un “acto pedagógico”) que transforme los cimientos cultural-ideológicos de la sociedad, para iniciar un periodo de “doble poder” que vaya más allá del cambio de poder formal, y sustente una cultura distintiva de verdad.

Esto es vital para quienes quieren salvaguardar un lugar a la nación en los procesos transformadores. Pues sólo en otras relaciones sociales de producción podremos tener realmente otra cultura.

También sólo siguiendo esa estela la nación podría ser un elemento de combate social. Una construcción histórica propia de un espacio-tiempo político y económico susceptible de dejar paso a otras formas más completas, ricas y solidarias de integración social y relación humana, donde la identidad se construya fundamentalmente en torno a la igualdad de condiciones de vida.


[1] Por eso los Estados plurinacionales más débiles han tenido menos posibilidades de alcanzar un elevado éxito en los procesos de integración de las poblaciones como por tanto en su reetnificación. Hemos de tener en cuenta que el éxito en esa integración hace que el conflicto de clase interno (diluido por mor de una gran entente de clases en torno al progreso –hoy crecimiento-, el consumo y las reformas sociales) sea sustituido en parte por la lucha de clases a escala interestatal (que de paso marca una posición objetiva de competencia entre la clase trabajadora en todo el planeta, máxime hoy al caer el Segundo Mundo o Bloque Socialista y establecerse una sola fuerza de trabajo mundial como un enorme ejército de reserva planetario).

[2] Es decir, la primera pregunta que debería hacerse cualquier proyecto de soberanía o auténtica “independencia” es con qué programa. Seguida de para qué modelo de sociedad o proyecto social (esto es, 1. ¿cuáles y cómo son los pasos que se van a dar? y 2. ¿hacia qué objetivo final?). Cuestiones que están absolutamente ausentes de las propuestas burguesas al respecto, como la burguesía catalana demuestra en todo momento.

[3] Demasiado a menudo el marxismo ortodoxo cometió el error de desconocer las claves locales y de herencia cultural, la importancia de las consolidaciones identitarias. De hecho, han seguido siendo uno de los principales impulsores de la movilización social en determinados ámbitos, propiciando coyunturas de oportunidad para otras movilizaciones y conciencia social (también, por posible contagio, en otros ámbitos territoriales).

[4] Los Frentes Populares, a la postre, fueron una opción surgida de la propia debilidad de la izquierda revolucionaria. Siempre estuvieron hegemonizados por la izquierda integrada, es decir, la izquierda del sistema (la misma que ha hecho a tantos hoy renegar del término “izquierda” por falto de contenido).

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La “anomalía” francesa, último obstáculo para la hegemonía alemana, toca a su fin.

43-45-3-e4326-150x150“La gran tarea de los gobiernos de la Unión ( Europea)  y de sus instituciones es conspirar sistemáticamente contra sus ciudadanos y ciudadanas. Para conseguir esto es necesario una férrea alianza entre el capitalismo monopolista-financiero, los poderes mediáticos y la clase política”.

Manolo Monereo

El 17 de noviembre del 2013 Paul Krugman daba la voz de alarma y denunciaba la existencia de un “complot” contra Francia. Motivo: la rebaja por parte de Standard & Poor’s (S&P) de la calificación del país galo.

Tomaba nota, de un lado, la campaña de importantes medios internacionales de comunicación económica que calificaban a Francia de autentica “bomba de relojería” potencialmente más grave que España, Grecia o Portugal; analizaba, de otro, las variables macro más importantes del país vecino sin encontrar razón alguna para tanto pesimismo y tanta alarma, sobre todo si se comparaban con las de otros países del denominado “núcleo”.

Su conclusión no podía ser más contundente: “Francia ha cometido el imperdonable pecado de ser fiscalmente responsable sin hacer sufrir a los pobres y a los desafortunados. Y debe ser castigada”.

Dos meses más tarde, el conocido Premio Nobel de Economía vuelve al mismo asunto, esta vez con un titular aún más significativo: Escándalo en Francia. El centro de la noticia: el cambio radical de posición del presidente Hollande hacia las tesis neoliberales, reduciendo impuestos a las empresas y recortando el gasto, llegando a reivindicar, nada más y nada menos, que la famosa Ley de Say: “en la realidad la oferta genera demanda”.

Marx y Keynes seguro que darán un salto en sus tumbas y podrán recordar, con ironía, aquello de que cuando las sesudas teorías coinciden con los intereses de los poderosos se garantizan un amplio predicamento a cambio de perder capacidad analítica y predictiva.

El viejo revolucionario, añadiría que el sistema sigue agudizando sus contradicciones y que la crisis seguirá su curso; el liberal, se preguntaría, una vez más, qué tendría que pasar para que los economistas y los políticos de la derecha aprendieran de verdad del pasado y dejaran de poner en peligro el bienestar de las personas y, lo fundamental, la viabilidad del propio capitalismo.

Sin embargo hay que negar la mayor: Hollande no ha cambiado sustancialmente de posición, simplemente ahora está en condiciones de hacer público su “programa oculto”. El PSOE ha hablado mucho en estos años del “programa oculto” del PP, llamando la atención sobre la doblez y la hipocresía de una derecha que dice una cosa en la oposición y hace otra radicalmente diferente en el gobierno.

El verdadero programa oculto de los ex socialdemócratas y de los conservadores no es otro que la trama de poder neoliberal institucionalizada y garantizada por la Europa alemana del euro.

Cuando el presidente francés, una vez más, incumpliendo sus promesas electorales, hizo suyo el “Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Europea” aceptó conscientemente atarse de pies y de manos a unas reglas de juego y a unos objetivos que acentuaban los rasgos “ordo liberales” del Tratado de Lisboa y que de facto la convertían en su verdadero programa-marco de gobierno, en Francia y en todos los países de la zona euro.

Perry Anderson, con su agudeza habitual, advertía ya en Junio del año pasado por dónde estaba caminado realmente el gobierno francés. El giro a la derecha lo daba ya por supuesto, añadiendo dos opiniones de mucho interés, también para nosotros. La primera, que los socialistas estaban mejor preparados que la derecha para aplicar el programa neoliberal, ya que se aseguraban una menor oposición de los sindicatos y que siempre podían usar el espantajo de la vuelta de la derecha al poder para moderar a su base social y electoral.

La segunda era más sutil: dado que los gobiernos, todos los gobiernos, aplican políticas especialmente negativas para la ciudadanía, necesitan de “un suplemento ideológico” capaz de polarizar el debate público y hacer resaltar las diferencias. El suplemento de Sarkozy fue la “identidad nacional”; el de Hollande, “matrimonio para todos”; en nuestro país parece que será el aborto y sus contornos.

Para entender lo que pasa y lo que nos pasa es fundamental comprender bien el papel que cumple la Unión Europea en el discurso político. Europa (así, confundiendo esta con La UE) es el instrumento, la justificación y, en último lugar, la coerción necesaria para hacer avanzar el neoliberalismo en todos y cada uno de los países europeos. Lo que no podría realizarse, sin grandes conflictos sociales y políticos, en cada uno de los países individualmente considerados, se ejecuta en el conjunto de la Unión sin poner en grave peligro la gobernabilidad y la estabilidad del sistema.

El dispositivo europeo es enormemente eficaz: sirve de coartada (Europa lo ha decidido ya), de justificación, (no podemos dar marcha atrás en el proceso de unidad e integración europea que es un bien en sí mismo) y de coerción (no cumplir los tratados es condenarse a salir del euro y de la UE). La clave: desconectar la soberanía popular de las decisiones fundamentales que afectan a las poblaciones.

Es la otra cara del proceso de integración: consciente y planificadamente se ceden parcelas vitales de la soberanía estatal a instancias no democráticas, ligadas estructuralmente a los grupos de poder económico, que toman decisiones obligatorias para los Estados y para las personas. La Troika es esto: los administradores generales de los poderes económicos unificados tras el Estado alemán.

Hollande quiere, con el apoyo de la patronal y de las instituciones de la Unión, dar por concluida la “anormalidad francesa”. Lo que esto significa es claro: poner fin a un Estado fuerte, capaz de controlar el mercado, asegurar los derechos sociales y garantizar una ciudadanía plena e integral. En el centro está la República, sus valores, sus instituciones y, más allá, la legitimidad del sistema político. Hollande afronta un reto común a todos los gobiernos de la zona euro: ¿cómo conseguir en condiciones democráticas que las poblaciones acepten la degradación de los servicios públicos, la pérdida de los derechos sindicales y laborales y el retroceso sustancial en la condiciones de vida de las personas?

Desde otro punto de vista se puede decir que la gran tarea de los gobiernos de la Unión y de sus instituciones es conspirar sistemáticamente contra sus ciudadanos y ciudadanas. Para conseguir esto es necesario una férrea alianza entre el capitalismo monopolista-financiero, los poderes mediáticos y la clase política.

Hay un dato que no se puede olvidar en este contexto y es el papel de Alemania. La cuestión se podría definir del siguiente modo: para que el Estado alemán pueda construir una sólida hegemonía en la UE, los demás Estados deben de ser “menos Estados”, es decir, tiene que haber un debilitamiento estructural de los Estados nacionales y sus instrumentos de regulación y control. Aquí es donde aparece la dimensión geopolítica. Francia es el único país que está en condiciones de oponerse a la gran Alemania y liderar a los países del Sur. La Francia republicana, rebelde y nacional-popular sigue siendo la gran reserva espiritual y material de la democracia plebeya.

Hablar aquí, como he hecho tantas veces, de Vichy es pertinente. De nuevo se produce una alianza de los poderes económicos franceses y el Estado alemán para derrotar al movimiento popular y republicano, a la izquierda realmente existente. Hollande es el eje de esta alianza. No es de extrañar su agresiva política internacional, su alineamiento férreo con los sectores más duros de la Administración norteamericana y su supeditación al Estado de Israel.

¿Alguien se puede extrañar de que, en un contexto caracterizado por la construcción de democracias “limitadas y oligárquicas”, la degradación de las condiciones de vida y la pérdida radical de derechos, crezca la extrema derecha y el populismo nacionalista de Marie Le Pen?

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Pablo Iglesias pone las cartas sobre la mesa

images«Proponemos algo sencillo: que el candidato o la candidata surja de un proceso abierto a todos los ciudadanos sin control de censo, y eso es sencillo de hacer». 

Elorduy de Diagonal entrevista a P. Iglesias

Tras una participación intensa en debates televisivos, Pablo Iglesias (Madrid, 1978) presentó el 17 de enero Podemos, una iniciativa electoral de cara a las elecciones europeas de mayo. Su paso ha generado un debate en torno a la representación de la izquierda en las instituciones.

En un principio, Pode­mos ha apelado a las individualidades, no a colectivos o a movimientos, ¿por qué esta estrategia?

El análisis del que partíamos era la extrema debilidad de la izquierda social y de los movimientos y de sus articulaciones. Llegamos a la conclusión de que íbamos a hacer un gesto de audacia. Éramos conscientes de que íbamos a recibir críticas, y críticas justas.Nor­malmente, quien tiene que asumir las críticas es quien hace algo, no quien plantea un diagnóstico correcto.

Si hubiera organizaciones de la sociedad civil y movimientos sociales mucho más fuertes no tendría sentido este tipo de actuación ni sería llamativo que alguien como yo fuera a los medios de comunicación. Enten­día­mos que esa debilidad necesitaba de gestos que sirvieran para generar lo que para nosotros es imprescindible: un empoderamiento desde abajo a partir de un gesto de ruptura que fuera capaz de ilusionar a la gente.

La izquierda de la que venimos ha tenido dificultades para salir de su propio gueto. Con un gesto así lo que pretendíamos era correr. Si esto no sirve para que se produzcan formas de empoderamiento social y popular en barrios, ciudades y pueblos, habremos fracasado, aunque tuviéramos un magnífico resultado electoral.

Para que esto funcione, los círculos que plantea Podemos tienen que estar mucho más definidos. ¿Cómo se articula esa fórmula de liderazgo y empoderamiento?

Cuando decimos que no somos un partido ni queremos serlo, no sólo asumimos la belleza de la afirmación, sino también sus contradicciones. No hay un comité de dirigentes que ha hecho un diseño de lo que va a ocurrir en los próximos meses. ¿Existe un plan preciso para ver lo que tienen que hacer los círculos de Pode­mos? Evidentemente, no. So­mos cons­cientes de que la forma movimiento es irrepresentable, incontrolable. No estamos llamados a ser líderes de nada, y no porque la existencia de líderes esté mal,sino porque los procesos de desbordamiento implican que haya portavoces que puedan funcionar mientras la gente quiera.

¿Cómo interactúa Podemos con IU antes y después de las europeas?

La mano tendida hacia IU es sincera y parte de un análisis triste. La izquierda política española, con todas sus características, es una condición para que puedan ocurrir muchas cosas. Creo que no se puede prescindir de las organizaciones políticas de la izquierda tradicional independientemente de sus bagajes, de los que unos me gustan y otros no me gustan. Creo que ese proceso de encuentro se tiene que dar.

Ojalá sea antes de las elecciones europeas si podemos confluir en torno al método. Si no se puede dar, yo seguiré trabajando para que ese encuentro se produzca después. Sé que los encuentros raramente se dan partiendo de las buenas intenciones, ni siquiera en el nivel de los movimientos sociales, sino de la fuerza que tengas. Si demostramos que Podemos deja de ser el proyecto que tienen en la cabeza Pablo Iglesias y unas cuantas personas más y se convierte en apuesta política y en una forma de organización, el encuentro de la izquierda será no sólo deseable, sino inevitable, ni siquiera ellos lo podrán evitar.

¿Es una piedra de toque la posibilidad de pactos con el PSOE?

Nosotros no vamos a bajar línea, sino que vamos a abrir la discusión. Me parece que los pactos con el PSOE plantean un problema de tipo estratégico que es aspirar a ser la fuerza política bisagra de una fuerza política que no es igual que el PP pero que se mueve en las mismas claves de régimen, que tienen que ver con su concepción de Europa, su concepción de la entrega de soberanía y en el fenómeno de las castas políticas. ¿Eso quiere decir que los que llegan a acuerdos con el PSOE son unos traidores? No creo que necesariamente sea así. Pero quien piense que en este país se puede transformar algo aspirando a ser el socio menor en un Gobierno con el PSOE se equivoca. Ésta es la opinión de Pablo Igle­sias, en Podemos hay no sólo diferencias de matiz, sino distintas posiciones.

Sin embargo, eres tú quien aparece en Cuatro y escribe en Público.

Si juego el papel que estoy jugando es porque hemos asumido utilizar algo que es el resultado de una interacción de factores: por una parte el “estilo Tuerka”, de intervención en los medios, que pusimos a funcionar primero en el programa [La Tuerka, que se emite en TeleK] y después con mayor o menor alcance en medios de masas.

En mi caso, el alcance fue enorme y decidimos utilizarlo para hacer política, con todas las contradicciones que eso implica, porque ¿qué pasa si Vasile o Lara descuelgan el teléfono y dicen “aquí no se llama más al coleta”? Pues que habremos perdido un instrumento de propaganda política crucial y que además no está en nuestras manos. Así de precario y de fino es el terreno en el que nos movemos.

En el caso de que se dé ese bloqueo mediático, seguiremos haciendo La Tuerka como venimos haciendo y seguiremos saliendo en los medios de comunicación más afines al movimiento si quieren que salgamos. Éramos conscientes de las contradicciones a las que nos enfrentábamos, de las críticas que iban a venir y también de la brutalidad de un gesto como el nuestro en los ámbitos políticos de los que provenimos, pero también pensamos que esto ha generado una ilusión de la que estamos satisfechos. Encon­trar mil personas en Asturias y 700 en Zaragoza revela que hacemos algo digno de respeto.

¿Qué plazos se marca Podemos de aquí a mayo?

No estamos agobiados por los plazos. A partir del 9 de febrero estableceremos los contactos con movimientos sociales e iniciativas ciudadanas para hacerles una propuesta en torno al método, y esa propuesta es sincera. Si alguien piensa que se puede negociar puestos en listas no nos conoce y no ha entendido nada.

Proponemos algo sencillo: que el candidato o la candidata surja de un proceso abierto a todos los ciudadanos sin control de censo, y eso es sencillo de hacer. Entenderemos si IU u otras formaciones como Anova o las CUP nos dicen que, a pesar de la hermandad o la simpatía, no se dan las condiciones. En ese escenario, de acuerdo con unos pocos, o con nadie más, valoraremos la fuerza y el respaldo que tenemos. Si nos vemos en una dirección similar a la que llevamos, seguiremos adelante.

¿Cómo encaja el uso del término patriotismo en el modelo europeo de Podemos de cara a unas elecciones que se juegan en ese espacio?

La cuestión de la patria responde a una disputa del lenguaje. Hay una crítica implícita a la manera en la que la izquierda ha regalado el discurso del sentido común. La noción que yo manejo identifica la patria con los derechos sociales, la libertad, y la opone con la noción de patria que amenaza los derechos de los catalanes y los vascos. Se trata de disputar el lenguaje en los medios.

A pesar de que el Parlamento Euro­peo es una institución con capacidad legislativa disminuida, muy vulnerable a la presión de los lobbies, es al fin y al cabo un espacio que permite discutir de Europa y decir que el problema no es Europa sino esta Unión Europea y una institucionalidad puesta al servicio de los bancos y las élites que acaba con todo.

Aunque me gustaría construir un futuro en una gran alianza con los europeos del sur, y me gustaría construir ese futuro en el marco de una Europa de los pueblos, ¿quién soy yo para decirle a un vasco o un catalán o un gallego que se tiene que identificar con un proyecto de país de países? Creo que en este caso lo fundamental es una alianza de la ciudadanía en la defensa de la democracia, de la soberanía entendida como esas atribuciones estatales que permiten la existencia de servicios públicos y el derecho a decidir sobre todas las cosas.

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Después de Yugoslavia, ¿le ha llegado el turno a Ucrania?

images«El 1º de enero de 2014, el control de la revuelta cambia de manos. El partido nazi  Svoboda organiza una marcha con antorchas que reúne 15 000 personas, en memoria de Stepan Bandera (1909-1959), el líder nacionalista que luchó contra los soviéticos aliándose con los nazis». 

Thierry Meyssan, intelectual francés fundador de la Red Voltaire

Después de desmembrar Yugoslavia con una guerra civil de 10 años (de 1990 a 1999), ¿ha decidido Estados Unidos destruir Ucrania de la misma manera? Eso hacen pensar las maniobras que está preparando la oposición para su realización durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi.

Ucrania ha estado dividida históricamente entre el oeste, con una población favorable a la Unión Europea, y el este, cuya población es favorable al acercamiento con Rusia. A esos dos grupos se agrega una pequeña minoría musulmana en Crimea. Después de la independencia, el Estado ucraniano fue debilitándose. Aprovechando la confusión, Estados Unidos organizó en 2004 la llamada «revolución naranja» [1], que puso en el poder un clan mafioso proatlantista.

Cuando Moscú respondió anulando sus subvenciones al precio de gas, los occidentales dieron la espalda al gobierno naranja a la hora de pagar sus compras de gas a precio de mercado. El gobierno naranja perdió la elección presidencial de 2010 y la presidencia pasó a manos de Viktor Yanukovich, político corrupto y a veces pro-ruso.

El 21 de noviembre de 2013, el gobierno ucraniano renuncia al acuerdo de asociación negociado con la Unión Europea. La oposición responde a esa decisión con una serie de manifestaciones en Kiev y en la parte occidental del país, manifestaciones que rápidamente toman un cariz insurreccional.

La oposición exige elecciones legislativas y presidenciales anticipadas, pero se niega a formar un gobierno cuando el presidente Yanukovich le propone hacerlo, luego de la renuncia del primer ministro. Ya para entonces,Radio Free Europe –radio del Departamento de Estado estadounidense– había bautizado las manifestaciones como Euromaidan y, posteriormente, como Eurorrevolución.

Por otro lado, el servicio de seguridad de la oposición lo garantiza Azatlyk, un grupo de jóvenes tártaros de Crimea que regresó para eso de la yihad en Siria, en la que participaron con el respaldo del senador estadounidense John McCain [2].

La prensa atlantista también respalda a la «oposición democrática» ucraniana y denuncia la influencia rusa. Altas personalidades de los países miembros de la alianza atlántica incluso se han tomado el trabajo de presentarse personalmente ante los manifestantes, como la secretaria de Estado adjunta y ex embajadora de Estados Unidos ante la OTAN Victoria Nuland y el ya mencionado senador estadounidense John McCain, también presidente de la rama republicana de la NED. La prensa rusa denuncia, por el contrario, que los manifestantes pretenden derrocar desde la calle las instituciones ucranianas democráticamente electas.

Al principio, el movimiento parece ser un intento de reeditar la «revolución naranja». Pero el 1º de enero de 2014, el control de la revuelta cambia de manos. El partido nazi Svoboda [Libertad] organiza una marcha con antorchas que reúne 15 000 personas, en memoria de Stepan Bandera (1909-1959), el líder nacionalista que luchó contra los soviéticos aliándose con los nazis. A partir de ese momento, las paredes de la capital ucraniana se cubren de consignas antisemitas y se registran ataques callejeros contra personas de origen judío.

La oposición proeuropea se compone de 3 partidos políticos:

- La Unión Panucraniana «Patria» (Bakitchina), de la oligarca y ex primera ministro Yulia Timochenko (quien actualmente se halla en la cárcel cumpliendo varias condenas por malversación de fondos públicos), partido encabezado ahora por el abogado y ex presidente del parlamento Arseni Yatseniuk.
Defiende la propiedad privada y el modelo liberal vigente en Occidente. Obtuvo un 25,57% de los sufragios en las elecciones legislativas de 2012.

- La Alianza Democrática Ucraniana por la Reforma (UDAR) del ex campeón de boxeo Vitali Klichko.
Dice ser demócrata-cristiana y obtuvo un 13,98% de los votos en las elecciones de 2012.

- La Unión Panucraniana Libertad (Svoboda), del cirujano Oleh Tyahnybok.
Esta formación proviene del Partido Nacional-Socialista de Ucrania. Se pronuncia por retirar la nacionalidad ucraniana a los judíos. Obtuvo un 10,45% de los votos en las elecciones legislativas de 2012.

Estos partidos, representados en el parlamento ucraniano, cuentan con el respaldo de:

- El Congreso de los Nacionalistas Ucranianos, grupúsculo nazi nacido de las antiguas redes stay-behind de la OTAN en el antiguo Bloque del Este [3].
Es sionista y se pronuncia por la anulación de la nacionalidad de los judíos ucranianos y su expulsión hacia Israel. Obtuvo un 0,08% de los votos en las legislativas de 2012.

- La Autodefensa Ucraniana, grupúsculo nacionalista que ha enviado sus miembros a luchar contra los rusos en Chechenia. También los envió a Osetia durante el conflicto georgiano.

La oposición ha recibido también el apoyo de la iglesia ortodoxa ucraniana, en rebelión contra el Patriarcado de Moscú.

Desde que el partido nazi salió a la calle, los manifestantes –a menudo protegidos con cascos y uniformes paramilitares– levantan barricadas y asaltan los edificios oficiales. Algunos elementos de las fuerzas policiales también han procedido brutalmente, llegando incluso a torturar detenidos. Se afirma que han muerto varios manifestantes y que se cuentan cerca de 2 000 heridos. Los desórdenes siguen propagándose en las provincias de la parte occidental del país.

Según nuestras propias informaciones, la oposición ucraniana está tratando de introducir material de guerra comprado en mercados paralelos. Por supuesto, la compra y traslado de armas en Europa Occidental es imposible… a no ser que se haga con el consentimiento de la OTAN.

La estrategia de Washington en Ucrania parece ser una mezcla de las recetas que ya han funcionado anteriormente, durante las «revoluciones de colores», con las fórmulas recientemente aplicadas en las «primaveras árabes» [4].

Estados Unidos ni siquiera trata de ocultarlo, al extremo de haber enviado a Ucrania una alta funcionaria, Victoria Nuland –adjunta de John Kerry en el Departamento de Estado– y el senador John McCain –quien es también presidente del IRI, la rama republicana de la NED [5]–, para expresar su apoyo a los manifestantes.

Al contrario de los casos de Libia y Siria, Washington no tiene en Ucrania yihadistas que se encarguen de sembrar el caos –aparte de los extremistas tártaros, pero estos están en Crimea. Así que decidió utilizar a los nazis, con los que el Departamento de Estado ya había trabajado anteriormente en contra de los soviéticos y a los que organizó en partidos políticos después de la independencia.

El lector neófito puede encontrar chocante esta alianza entre la administración Obama y los nazis. Pero hay que recordar que el presidente estadounidense Ronald Reagan rindió públicamente homenaje a varios nazis ucranianos, entre los que se encontraba Yaroslav Stetsko, primer ministro ucraniano bajo el III Reich y posteriormente convertido en jefe del Bloque de Naciones Antibolcheviques y miembro destacado de la Liga Anticomunista Mundial [6]. Uno de sus lugartenientes, Lev Dobriansky, fue embajador de Estados Unidos en Bahamas. Y la hija del propio Dobriansky, Paula Dobriansky, fue subsecretaria de Estado para la democracia (sic) en la administración de George W. Bush.

Fue precisamente la señora Dobriansky quien financió durante 10 años una serie de estudios históricos destinados a hacer olvidar que el Holodomor, la gran hambruna que asoló Ucrania en 1932-1933, también devastó Rusia y Kazajstán y hacer creer que fue una decisión deliberada de Stalin tomada para acabar con el pueblo ucraniano [7].

La realidad es que Washington, que respaldó el partido nazi alemán hasta 1939 y siguió haciendo negocios con la Alemania nazi hasta finales de 1941, nunca tuvo se planteó problemas morales hacia el nazismo, como tampoco se los plantea en este momento cuando respalda militarmente el yihadismo en Siria.

Las élites de Europa Occidental, que tanto utilizan el nazismo como pretexto para perseguir a los aguafiestas –como puede comprobarse en Francia con la polémica sobre la «quenelle» de Dieudonné M’Bala M’Bala [8]– han olvidado el verdadero significado de la palabra «nazi». En 2005, cuando la entonces presidenta de Letonia, Vaira Vike-Freiberga, rehabilitó el nazismo, prefirieron mirar para otro lado como si fuera algo sin importancia [9].

Ahora, apoyándose en meras declaraciones a favor de la Unión Europea, su candoroso atlantismo los lleva a respaldar al peor enemigo de los europeos. La guerra civil podría comenzar en Ucrania, durante los Juegos Olímpicos de Sochi.

[1] «Moscú y Washington se enfrentan en Ucrania», por Emilia Nazarenko y la redacción, Red Voltaire, 24 de noviembre de 2004.

[2] «Yihadistas dan servicio de seguridad a los manifestantes de Kiev», Red Voltaire, 4 de diciembre de 2013.

[3] De ese mismo vivero procede el líder de la «revolución naranja». Cf. «La biografía oculta del padre del presidente ucraniano», Red Voltaire, 22 de abril de 2008.

[4] «“Primavera árabe” a las puertas de Europa», por Andrew Korybko, Oriental ReviewRed Voltaire, 4 de febrero de 2014.

[5] «La NED, vitrina legal de la CIA», por Thierry Meyssan,OdnakoRed Voltaire, 11 de octubre de 2010.

[6] «La Liga Anticomunista Mundial, internacional del crimen», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 de enero de 2004.

[7] Ver L’Holodomor, nouvel avatar de l’anticommunisme «européen», por la profesora Annie Lacroix-Riz, 2008.

[8] «El “enemigo público” del establishment francés», por Diana Johnstone, CounterpunchRed Voltaire, 24 de enero de 2014.

[9] «La presidenta de Letonia rehabilita el nazismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 20 de marzo de 2005.

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Gamonal: entre la izquierda y la identificación colectiva

imagesUna pregunta importante 

“¿ La agenda política va a estar marcada por aquello que preocupa a la izquierda, o por contra, por lo que preocupa a los trabajadores.?”

Guillem Murcia, Rebelión

 “Se  acusa a la gente que hace propuestas de ruptura con el status quo de “perjudicar a la izquierda” o de “dividirla”, es extraño. Parece que la preocupación esté únicamente depositada en el bienestar de ese ente abstracto, esa metáfora que es la izquierda”.

Hace unos años, una serie de grupos y organizaciones antifascistas, anarquistas y socialistas, tanto ingleses como escoceses, decidieron confluir para formar un partido político estable. A todos ellos les unía su oposición al capitalismo y la vía del New Labour, y, más allá de la retórica habitual de la izquierda anticapitalista, su principal preocupación era poner las cuestiones que atañían a la clase obrera en el foco de la acción política.

La Independent Working Class Association (IWCA) lleva desde el inicio de sus días intentando canalizar las demandas de los trabajadores de los council estates (proyectos públicos de vivienda de carácter más o menos uniforme destinados a alojar a familias de renta baja) británicos, enfrentándose cara a cara a la ultraderecha que intenta pescar votos de trabajadores blancos en las aguas revueltas de las barriadas con altas tasas de desempleo, y denunciando el falso dilema de tener que elegir entre los conservadores o el New Labour.

Quizás su análisis de la sumisión inconsciente de buena parte de la izquierda al discurso thatcherista de fragmentación feudal de la sociedad y de la espiral descendente provocada por las identity politics que acaba en destinos reaccionarios, sea el más interesante dentro de todos los partidos radicales británicos, Socialist Worker Party o coalición RESPECT incluidos.

Para ejemplificar su actitud de intentar hacer que fuesen los propios habitantes de los estates los que ejerciesen el poder político en los mismos, la IWCA adoptó un eslogan conciso y contundente: “Working-class rule for working-class areas” o “Gobierno de la clase obrera en áreas de clase obrera”.

Es de suponer que los fundadores de la IWCA estarían muy satisfechos de haber sabido que, casi veinte años después, los habitantes de un barrio a miles de kilómetros de los estates que ellos querían representar, pero en condiciones no tan diferentes, llevarían a la práctica su eslogan.

Porque ésa ha sido la historia de Gamonal que ha saltado a los medios. Un barrio que se nutrió en los años 60 de inmigración proveniente del éxodo rural, afligido por el paro, gobernado por un consistorio que es incapaz de adaptarlo al paso del tiempo, por desidia o desinterés, y que hace unos meses empezó a protestar contra el proyecto de construcción de un bulevar que lo atravesaría y mutilaría.

Un bulevar con un coste de más de 8 millones de euros, que dejaría a la mayoría de vecinos incapaces de aparcar (de la forma precaria a la que ya se ven obligados a hacerlo). La historia la cuenta con detalle Ignacio Escolar, haciendo hincapié en el combo de abandono del gobierno municipal hacia el barrio y corrupción inmobiliaria rampante en Burgos (Escolar 2013)⁠.

Cuenta con un protagonista interesante: el mismísimo promotor de la obra del bulevar con aparcamiento privado es un empresario de la construcción condenado por corrupción urbanística a siete años y tres meses de prisión, de los cuales, misteriosamente, sólo llegó a cumplir nueve meses. Tiene una alta influencia en la política municipal y autonómica, y es propietario de un grupo de comunicación con varios periódicos.

Tras meses de protesta pacífica, estallaron finalmente los disturbios en el barrio al empezar las obras. La narrativa en los medios era curiosa: en Antena 3 Noticias, por ejemplo, se hablaba de “violencia en una protesta vecinal contra unas obras” pero se tranquilizaba al espectador al afirmar que las mismas continuarían una vez pasados los enfrentamientos. Daba la casualidad de que el conflicto coincidió con choques entre la policía y jóvenes de otro barrio trabajador, éste en Melilla.

En este caso sí que se mencionó la alta tasa de desempleo, mientras que en el caso de Gamonal la sensación que le quedaba a uno tras ver el informativo era que unos cuantos gamberros se habían dedicado a reventar una protesta vecinal. Vándalos por un lado, y cuatro vecinos que se habían quejado un poco, pero ningún problema, porque en breve las obras continuarían y se terminarían. Como se ha sabido después, eso no ha sido así, y tras enfrentamientos prolongados entre la policía y los vecinos, el ayuntamiento ha dado marcha atrás en el proyecto, al menos por ahora, y el bulevar ha quedado sin construir.

El seguimiento del conflicto en medios de comunicación de izquierda y en redes sociales había sido intenso, apoyando la lucha de los vecinos y vitoreando cada nueva noche de caceroladas y barricadas. Cuando se conoció la paralización de las obras, la alegría fue generalizada.

El problema es que el debate se volvió a trasladar al consabido eje rotatorio de “violencia sí-violencia no”. En varias ocasiones, las opiniones parecían quedarse en alabanzas a las gónadas de los trabajadores que viven en ese barrio, y a proclamar que, de exhibir ese comportamiento, todo cambiaría y numerosas demandas hasta ahora ignoradas, serían tenidas en cuenta.

Es un problema que el debate en la izquierda tienda a dar vueltas en torno a manifestaciones visibles conflicto y no a los procesos que delimitan los bandos de ese conflicto, desarrollados entre bambalinas, pero en nuestra opinión, mucho más relevantes. En el caso de Gamonal, lo que ha motivado una actuación colectiva ha sido en gran medida la identificación colectiva de los vecinos del barrio como agraviados por dos problemáticas relacionadas y que se retroalimentan: la desigualdad material y el déficit democrático.

Desigualdad material porque en un barrio con una guardería a punto de cerrar por falta de 13.000 euros, el dinero municipal, el de todos los ciudadanos, se iba a destinar a un bulevar que no parecía destinado a resolver las necesidades del barrio, sino que de hecho iba a a acrecentarlas en algunos aspectos (como por ejemplo, la falta de aparcamiento que comentábamos). En un barrio especialmente afectado por el paro derivado de una crisis económica causada por intereses como el del propio impulsor del proyecto, la visión a medio y largo plazo no era de mejoría.

Déficit democrático porque, la falta de previsión de mejoría no se podía achacar a la simple falta de recursos, sino a la desviación de los mismos para satisfacer intereses ajenos, no de los vecinos. Es decir, los vecinos pudieron constatar como su representación democrática era prácticamente inexistente.

Su voz, su opinión en cómo destinar los recursos de todos, iba a pasar desapercibida, porque la de otro u otros pesaban mucho más. Isidro López compara este desarrollo de frustración participativa con el caso de un diseño urbano que habría intentado cambiar la disposición de las paradas de autobús y que tuvo que tirarse atrás al ver encima del mismo a los jubilados que no querían cambiar su rutina al usar el transporte público.

Este plan tenía en cuenta una suerte de participación ciudadana, pero una que la reducía a dejar opinar a los ciudadanos sin que tuviese ningún efecto en el resultado final (López 2014)⁠. Es decir, a oír sin escuchar.

Algo a lo que parece suscribirse Victor Soriano Piqueras, que escribía en el Huffington Post a favor del proyecto, defendiendo la necesidad de “marginalizar el aparcamiento” y mostrando su tristeza porque una “masa social” hubiese tomado la calle para protestar contra la construcción del bulevar. Para Soriano, el proyecto era un paso hacia “ciudades a escala humana, que sirvan para la interrelación social, para el comercio, para el ocio, para el juego de los niños o el paseo de los adultos”.

De hecho, considera que la participación de los propios ciudadanos en los procesos urbanísticos “ha conducido hasta ahora a resultados indeseados y técnicamente incorrectos”. Hay que tener en cuenta que lo que Soriano defiende era un proyecto urbanístico que no iba a “maginalizar el aparcamiento” en pro de una ciudad más sostenible o la potenciación del transporte público.

Como explica Ignacio Escolar en el artículo que hemos citado, el proyecto urbanístico consistía en la construcción de un bulevar con aparcamiento privado, con plazas de alto coste que además ni siquiera serían en propiedad, sino en alquiler de 40 años. Eso no es incentivar otras formas de transporte que no sean el coche. Eso sería considerar irrelevantes las necesidades de transporte, de unos vecinos que tienen que desplazarse, sea para el trabajo o para su vida cotidiana.

Y eso a Soriano parece no importarle, porque para él lo relevante es un análisis técnico que llega a una conclusión determinada, y si los propios afectados en la misma están en desacuerdo, están equivocados. El razonamiento es altamente incongruente si se tiene en cuenta que según Soriano, el proyecto se inscribía en la dirección de hacer las ciudades “pensadas para lajoie de vivre” (sic) (Soriano 2014)⁠.

Sería interesante saber cómo determina Soriano mediante la “técnica” Soriano la forma de hacer que los ciudadanos disfruten y gocen de la vida, según la expresión francesa que utiliza, máxime cuando parece considerar que los propios vecinos no tienen voz ni voto en el tema.

¿O es que piensa que la “joie de vivre” que quiere promover el proyecto va a ser la de otros, no la de los vecinos del barrio? ¿Qué sentido tiene hacer ciudades a para la “interrelación social”, como dice él, de otras personas que no incluyen ni por asomo a los trabajadores que viven en el propio barrio? ¿Será un proyecto que permitirá a gente con alto nivel adquisitivo pasear por el barrio y contemplar a los vecinos, como si fueran turistas, o como si visitasen un zoo?

Es de esta forma en que creemos que, con la confluencia de la desigualdad material y el déficit en la representación democrática, los vecinos pudieron verse a sí mismos como un sujeto colectivo, receptor de un agravio unitario, y por tanto, responder de forma agregada al mismo. No es tanto el que respondiesen con cacerolas, piedras, gritos o votos, sino el que los que sufren una injusticia se percibiesen a sí mismos como sujeto colectivo afectado por una problemática común y capaz de ejercer una respuesta, dirigida de forma concreta.

Por supuesto, a ello ayudan años de una tradición asociativa y de convivencia comunitaria de antiguo pueblo reconvertido en barrio, trato cotidiano y relación interpersonal que parece que se daban en el barrio (Gómez 2014). En comentarios y viñetas posteriores al estallido del conflicto se quería representar a España como un mapa repleto de cerillas, de las cuales, la que estaba encendida y supuestamente iba a desencadenar la llamarada, estaría en Gamonal.

Esa imagen convive con las continua indignación de parte de la izquierda sobre la “pasividad” de los trabajadores españoles ante la situación socioeconómica: explicaciones de economía sumergida, “alienación” del ciudadano medio o teorías de la conspiración sobre “cortinas de humo” urdidas por taimados políticos de los que se dice que son capaces de manipular a las masas pero a la vez, perder las elecciones (Miranda 2013)⁠.

El problema es que mientras la izquierda se empeñe en intentar ver los productos finales, como los disturbios y las llamaradas, y no el proceso subyacente que ha llevado a que se articule con esas fronteras de identificación de “nosotros los vecinos de un barrio trabajador versus un ayuntamiento que ni nos escucha ni hace uso de los recursos para resolver nuestros problemas”, lo que va a hacer es crear humo.

Es por eso que es hasta cómico el leer a algunos insistir en la caricatura del 15-M como únicamente un agitar las manos delante de la policía o extrañas derivaciones supersticiosas de biodanzas u observadores de chemtrails. A riesgo de simplificar, e intentando captar su forma más básica, el 15-M se generó en gran parte por la interacción de los dos ejes de desigualdad material y déficit democrático.

De un lado, un elevado paro juvenil y falta del futuro de bienestar material que supuestamente se había acordado de forma implícita entre generaciones. Del otro, un régimen representativo que parecía reducido al turnismo más decimonónico posible, y aquejado de numerosos casos de corrupción.

Saber generar y canalizar este proceso de autoidentificación colectiva ante un agravio, y en especial, la certeza de que es posible responder al mismo de forma agregada, es clave para llevar a cabo un cambio político de envergadura y profundidad. Y aunque pueda parecer algo excepcional o difícil, no se trata de una tarea necesariamente imposible.

Al describir el proceso de ascenso al poder de Rafael Correa en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, Íñigo Errejón observa cómo se trata en todos los casos de figuras que “desplegaban un discursorefundacionalista que reunía a todas las dolencias sociales y las articulaba contra el orden imperante” (Errejón 2013)⁠. El contexto de América Latina y Europa del Sur puede ser diferente, pero no absolutamente incompatible en cuanto a dinámicas sociales.

Hoy en día una mayoría de la población está viendo como sus recursos materiales son reducidos en pro de los intereses de una élite, y las instituciones democráticas que supuestamente deberían servir para canalizar sus reivindicaciones, parecen prestar mucha más atención a la voz de elementos dentro de ese grupo privilegiado, que a la suya.

Sería útil que el énfasis de la izquierda, por tanto, se dirigiese a resaltar la existencia, y el crecimiento agigantado de esa desigualdad material y a ofrecer representatividad real y tangible a problemas cotidianos, como de hecho ya están haciendo las distintas Plataformas de Afectados por la Hipoteca, mareas.

Sería ésa una forma de redibujar las fronteras de los actores en el escenario político capaz de cohesionar una mayoría social rupturista. Es por eso que es un tanto deprimente y desesperanzador que, semanas después del conflicto en Gamonal, uno de los temas más candentes en los medios de difusión y comunicación de la izquierda, y en sus redes sociales, sean las discusiones acerca de nuevas o viejas candidaturas, a veces en términos muy agrios y acusaciones ya clásicas.

Todo ese esfuerzo que se vuelca en acusar a gente que hace propuestas de ruptura con el status quo de “perjudicar a la izquierda” o de “dividirla”, es extraño. Parece que la preocupación esté únicamente depositada en el bienestar de ese ente abstracto, esa metáfora que es “la izquierda”.

Por volver al análisis que hacían los militantes de la IWCA que mencionábamos anteriormente, resulta interesante recordar una entrevista realizada a uno de sus portavoces en el boletín del Red Action (uno de los partidos que se agrupó para fundar la IWCA, compuesto por militantes del trotskista Socialist Worker Party, que habían sido expulsados del mismo por protagonizar enfrentamientos callejeros violentos con bandas fascistas). En ella, el entrevistado afirmaba:

1, Any agenda must be dominated by what interests the working class rather than what preoccupies the Left. 2, What interests particular working class communities is not likely to bear any resemblance to the issues that occupy the Left, […] (Red Action 1997)⁠.

En Gamonal ya se ha dado, aunque sea de forma parcial, ese “working- class rule for working-class areas” que preconizaba la IWCA. Está por ver si en el resto del estado se va a cumplir lo que sugerían en la entrevista citada: si la agenda política va a estar marcada por aquello que preocupa a la izquierda, o por contra, por lo que preocupa a los trabajadores. Es decir, por los intereses y agravios que han sufrido y continúan sufriendo, y que permitirían trazar una conciencia política mayoritaria con voluntad y, sobre todo, con posibilidades de cambio.

 

Referencias citadas:

Errejón, Í., 2013. Sin manual, pero con pistas: algunas trazas comunes en los procesos constituyentes andinos (Venezuela, Bolivia, Ecuador). Viento Sur. Available at: http://vientosur.info/IMG/pdf/VS128_I_Errejon_Sin_Manual.pdf.

Escolar, I., 2013. Qué está pasando en Burgos. Eldiario.es. Available at: http://www.eldiario.es/escolar/pasando-Burgos_6_217738233.html.

Gómez L. “Gamonal es sinónimo de resistencia.”El Pais [Internet]. Burgos; 2014 Jan 15. Available at:http://politica.elpais.com/politica/2014/01/14/actualidad/1389726363_777780.html

López, I., 2014. Vecinos, ecologistas, tecnócratas. Available at: http://lasarmasdebrixton.wordpress.com/2014/01/16/el-gamonal-vecinos-ecologistas-tecnocratas/.

Miranda, A., 2013. “El debate soberanista en Cataluña no es más que una cortina de humo para evitar que la gente se cuestione el capitalismo.”Larepública.es. Available at: http://www.larepublica.es/2013/12/video-alberto-miranda-el-debate-soberanista-en-cataluna-no-es-mas-que-una-cortina-de-humo-para-evitar-que-la-gente-se-cuestione-el-capitalismo/.

Red Action, 1997. Declaration of independence. Interview with the IWCA. Red Action Bulletin.

Soriano, V., 2014. ¿Ciudad de “pijos”, ciudad de “obreros”? Huffington Post. Available at: http://www.huffingtonpost.es/victor-soriano-i-piqueras/ciudad-de-pijos-ciudad-de_b_4590498.html.

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Nosotros y el temblor: notas sobre Podemos, la izquierda y el acontecimiento.

images (1)«El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer.»

Pablo Bustinduy.

Es un problema que conocemos bien en política: la negación, doctrinalmente plegada sobre sí, nunca es portadora por sí sola de la afirmación. 

Alain Badiou, Éloge du théâtre

1. La democracia y lo inesperado se llevan bien. El tiempo de la irrupción –de lo imprevisible, lo irreductible- interrumpe la distribución del poder, pone freno a su simple descarga y reproducción. No sólo eso: la escisión democrática abre su propio ámbito de existencia, todos los puntos de fuga, de bifurcación, de quiebra, por los que la realidad respira el oxígeno que ella misma produce, que ella misma libera. Como mostró el 15M, no hay democracia sin acontecimiento, sin ese proceso equívoco  y singular que desdobla los campos significados y libera las prácticas y el lenguaje de su simple reproducción mecánica, previsible, repetitiva. La cuestión política, sin embargo, consiste en decidir desde dónde se mira ese acontecimiento y qué hacer a partir de él.

2. Hay una mirada que tiende a ver el acontecimiento hacia atrás, celebrando su haber sido, su ocurrir sorprendente e inefable: el acontecimiento adquiere su significado retrospectivamente, en un proceso que trata de comprenderlo, interpretarlo y reinterpretarlo, mantener su fidelidad a él. El problema de esa mirada es que todo puede acabar convertido en un asunto de pureza, un medirse con un origen milagroso, extraordinario, frente al que toda comparación ha de salir perdiendo. La conversación genera entonces una especie de pecado original (la imagen de una inocencia tan ansiada como trágicamente perdida), y al cabo su propia casta sacerdotal: guardianes de la pureza, del deber ser de las palabras y los hechos, que acaban viendo sólo lo que no es y encuentran profanaciones por todas partes. El problema de esa mirada es que osifica aquello que querría mantener vivo, aquello que querría simplemente dejar ser: la mirada se convierte así en una forma de negación que acaba desertificando la política misma, pues sostiene que la única política verdadera no se hace, sino que sucede sorpresivamente; no se produce, sino que sólo se espera (esa es la paradoja, convertida en cuestión de fe: la política como espera de lo inesperado); viene de ninguna parte y, en última instancia, no va tampoco a ningún lugar.

3. Hay otra mirada sobre el acontecimiento, una forma de ver y de hacer política que no mira sólo hacia atrás sino también hacia delante, que intenta comprender también una palabra fea: su productividad, su manera de afectar la realidad, la capacidad de seguir moviéndose y articulándose en órdenes diferentes, de seguir generando lenguaje, pensamiento, actualidad. Ese intento de comprensión, ese trabajo sobre el límite que ensancha y transforma los ámbitos de lo posible toca sin duda realidades pantanosas, desagradecidas, ambiguas: la estrategia, el horizonte, la voluntad de actuar consciente y decididamente para transformar el estado de cosas existente –aún sabiendo que las condiciones y el contexto de ese esfuerzo siempre vienen dados y no ceden fácilmente ante la belleza de los gestos y la solidez de las razones. Lo verdaderamente bello, sin embargo (y lo difícil también, cuando uno se plantea la obligación de no repetir errores del pasado) es constatar que este trabajo no sólo no es incompatible, sino que depende del acontecimiento que lo desborda y le da sentido, de esa forma de violencia que para Marx era la partera de la historia y para Heráclito, igual a la justicia y el origen de todas las cosas. Negri y Hardt expresan lo esencial de esta idea en un pasaje de Commonwealth: “el acontecimiento está dentro de la existencia y de las estrategias que la atraviesan”.

4. Esto tiene que ver con otra cuestión esencial: el problema de la orientación y la topología misma de la política, que hoy se presenta a menudo bajo forma de oposiciones más o menos lineares entre el arriba y el abajo, lo abierto y lo cerrado, lo vertical y lo horizontal. A la hora de enraizar un nuevo modo de pensar y hacer política, sin embargo, no vale reemplazar una metáfora con otra para decretar así la novedad absoluta del presente. Sin duda el acontecimiento del 15M desnudó una cierta concepción de la “izquierda”, una forma de ser y de hacer política que, en el caso español, funcionaba –sigue funcionando- como la inversión perversa y deformada del régimen del 78 (es la maldición inacabable del esperpento: la CT paseándose a sus anchas por el callejón del Gato). El 15M desbordó ese campo de prácticas y significaciones más o menos estables: un reparto de sentidos, nombres y tareas por el que la izquierda se fue arrinconando en una concepción de sí cada vez más estéril, que camuflaba su propia melancolía en un cinismo marginal, en el resentimiento o la derrisión de aquello que no lograba transformar. El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer. Pero la operación que ubica todo lo que ha venido sucediendo en un “afuera”, en una exterioridad radical al campo que venía ordenando “la izquierda” a su manera, corre el riesgo de olvidar sus propias raíces y, con ello, sus propias condiciones de posibilidad.

5. El pasaje de Commonwealth que he mencionado antes acaba citando, sorprendentemente, un texto del antifascista italiano Luciano Bolis. En el texto, elpartigiano sabe que su sacrificio es apenas un grano de arena en la lucha popular contra el fascismo, pero aún así afirma con palabras graves:

“Creo que los supervivientes tienen el deber de escribir la historia de esos “granos de arena” porque incluso aquellos que, por circunstancias particulares o sensibilidades diferentes, no fueron parte de aquella multitud, entienden que nuestra liberación y el conjunto de valores sobre los que se apoya se pagó con sangre, terror y expectaciones, y con todo lo que hay detrás de la palabra “partigiano”, que todavía hoy se entiende mal, se desprecia y se rechaza con una complacencia vana”

No cometamos ese error: el campo que durante décadas ordenó la izquierda de manera prácticamente hegemónica –dándole una palabra, un orden, un tiempo y un espacio aparentemente lisos en los que, sin embargo, apenas cabía el conflicto, y donde se terminó por negar el movimiento- es el mismo que ahora se trata de habitar, de articular, de poner a trabajar de otra manera. Ese campo es el intervalo entre las “dos ciudades” que nunca coinciden entre sí, el desgarro mismo que habita la democracia y que es fuente de toda emancipación, de toda igualdad, de toda política en sentido estricto. Ese campo no es sencillamente el de unas siglas, una identidad o una manera de interpretar el mundo: es el campo que está detrás de tantos y tantos nombres pasados, de muchos futuros anteriores tejidos de “sangre, terror y expectaciones”; es el campo colectivizado, tomado por las mujeres en lucha y el poder popular, el campo vaciado por el genocidio y el exilio, sacudido por demasiadas derrotas, también por algunas grandes victorias.

6. Ese campo, que habitan todas las luchas por la emancipación, hoy se nos presenta profundamente alterado, casi irreconocible, quebrado por acontecimientos que imponen la tarea de rechazar las cargas adquiridas y responder con gestos, cuerpos y lenguajes nuevos a una realidad y unas necesidades diferentes. Como dice el poema de René Char, otro gran antifascista, hoy se trata de reivindicar que “nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”: sin desterrar la propia historia, se trata de no abdicar la capacidad de ser y obrar de otra manera. Pero no nos descuidemos; olvidar qué es y de dónde viene la izquierda es olvidar qué es y de dónde viene el fascismo, olvidar que ya hubo quien juró estar más allá de las izquierdas y las derechas, ser el puro “abajo” transparente a sí mismo, liberado del pasado y de las taras de la vieja política. No nos descuidemos: hoy en día seguimos pagando intereses de aquellas deudas inconscientes, de la pesadilla que ahogó en sangre la herida misma de la que se nutría.

7. Todo ello tiene que ver con la cuestión del “nosotros” y de los adjetivos posesivos, esa pregunta en primera persona por la que se asoman todos los fantasmas. Reiner Schürmann escribió en su autobiografía que “el nosotros sin temblor me es desconocido”: es el temblor del acontecimiento, el temblor democrático que quiebra la identidad y deshace los nombres con vocación de permanencia.

Es el nosotros como un trabajo inacabable que está a la vez siempre por hacer, un proceso en construcción donde caben más dudas que verdades, donde se manifiesta una voluntad decidida que sin embargo no coincide nunca consigo misma. Es un nosotros que no sabe muy bien a dónde va, pero sí que ha perdido el miedo a decidir, a hacerse fuerte, a equivocarse; es el nosotros que hace de la igualdad una hipótesis de existencia y aspira a trabajar, codo con codo, en el proceso que mira de frente al orden de lo existente y se afana en reformular, de otra manera, la idea de su próxima abolición.

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Jacques Sapir :»El problema de Francia es el euro»

descarga–»El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro». 

Entrevista al economista francés Jacques Sapir, del diario argentino Pagina 12 

Las últimas noticias provenientes del gobierno francés lo ubican lejos de la historia del Partido Socialista y cerca de las políticas de ajuste propias de los gobiernos neoliberales. Para entender la situación económica actual de Francia, entrevistamos a Jacques Sapir, investigador de la Escuela en Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess-Paris), doctor en Economía y director del CEMI (Centro de Estudios en Modos de Industrialización).

Sapir es una de las voces críticas al euro más escuchadas del momento, y en sus últimos libros, La demondialisation y Comment sortir de l’Euro (Cómo salir del euro) realiza duros cuestionamientos al neoliberalismo, tanto a nivel mundial como dentro de la Unión Europea. Desde una posición cercana políticamente al Parti de Gauche y su líder Jean-Luc Mélenchon, la solución que propone para Francia es una salida del euro y una devaluación de la moneda para lograr volver al pleno empleo y la reindustrialización.

¿Cuál es el contexto francés que explica las últimas declaraciones del presidente François Hollande?

–El presidente se encuentra hoy en una situación difícil. Su autoridad se ve erosionada por la ineficacia de la política económica llevada adelante desde junio de 2012. Había prometido «dar vuelta la curva del desempleo» antes de fin de 2013. En los hechos, el desempleo sigue creciendo, y según la forma de calcularlo hoy existen 3,2 millones o 5,5 millones de desempleados.

Coincide con un proceso de desindustrialización.

–La desindustrialización que conoce la economía francesa se está tornando muy preocupante. El crecimiento que se anunció nunca llegó. En verdad, numerosos economistas habían criticado desde el otoño de 2012 la política económica del gobierno y las previsiones optimistas del Ministerio de Economía y Finanzas. Por desgracia, esos economistas tuvieron razón. Pero a ese fracaso económico se sumaron otros factores que pesan sobre su autoridad, y hasta en la legitimidad, del gobierno y del presidente. En primer lugar, se dio la sensación de una falta de profesionalismo sobre muchos temas sensibles. En otras ocasiones, el gobierno dio marcha atrás sobre promesas de campaña. Por último, como es de público conocimiento, la vida privada del presidente está lejos de ser prolija. Por lo tanto, el presidente y el primer ministro llegaron a los anuncios del 14 de enero con una popularidad por el piso.

¿Qué consecuencias podría traer el «pacto de responsabilidad» presentado sobre la economía francesa?

–Tal como fue presentado, el «pacto de responsabilidad» consiste en una negociación con el empresariado, por el cual se disminuyen las cargas de las empresas (10 mil millones anuales entre 2014 y 2017) a cambio de crear 200.000 empleos. Pero ese «pacto» deja muchas preguntas sin respuestas.

La primera remite al análisis de la situación de las empresas francesas. Los estudios del Insee (Instituto de Estadísticas de Francia) muestran que las rentabilidades no bajaron. Los problemas tienen más que ver con la competencia extranjera.

La segunda pregunta es la realidad del compromiso de emplear 200.000 personas a cambio de la reducción de las cargas sociales. Además del hecho de que 200.000 empleos es demasiado poco (el propio ministro Montebourg habla de la necesidad de crear 2 millones de empleos), nada indica que las empresas cumplan con su parte.

Una tercera pregunta es saber de qué manera se financiará esa reducción de cargas sociales. El presidente habló de ahorros en los gastos públicos, pero fuera de unos recortes en las inversiones públicas o en las prestaciones sociales, las posibilidades de ahorro son escasas y azarosas.

Eso nos lleva a una cuarta pregunta: ¿esas reducciones de cargas fiscales no tienen riesgos de iniciar un proceso donde las empresas van a aprovechar para ejercer todavía más presión sobre los salarios y entrar en un círculo deflacionario?

¿Cuáles son las alternativas de política económica para que Francia salga de la crisis económica?

–El problema principal de los países del sur de Europa, y de Francia en particular, es la existencia misma del euro. Ese problema es evidente en los intercambios con los países extrazona. Desde su creación, el euro se apreció fuertemente frente al dólar, pero también frente al yen japonés y la libra esterlina, con efectos devastadores sobre los países del sur de Europa. Esta situación la están entendiendo cada vez más actores, incluido parte del gobierno francés. Pero el efecto nefasto del euro se hace también sentir en el comercio intrazona.

Desde la creación del euro en 1999, constatamos que las tasas de inflación de los distintos países fueron diferentes, como antes, pero ahora con una política monetaria única. Eso revela la existencia de una inflación estructural, dependiendo de las estructuras económicas de cada país. La diferencia entre las tasas de inflación de Alemania y los países de Europa del Sur llevaron a diferenciales de competitividad de 20 a 40 por ciento según los países.

De allí resulta que los productos alemanes se volvieron cada vez más competitivos en el mercado francés, pero también italiano, español, griego o portugués. En condiciones normales, esa diferencia entre las tasas de inflación estructural se corregía mediante devaluaciones periódicas (o revaluaciones del país donde la inflación estructural es la más baja). Pero ese mecanismo ya no puede funcionar por la existencia de la moneda única.

¿Una salida del euro por parte de Francia significaría el fin de la Unión Europea?

–Es uno de los argumentos que se escuchan por parte de los que abogan a favor del euro. Pero en realidad hay países importantes, como Gran Bretaña y Suecia, que son miembros de la Unión Europea, pero no de la Zona Euro. La Unión Europea existió antes de la puesta en marcha del euro y si el euro desaparece la Unión Europea seguirá existiendo.

Es más: desde la entrada en vigencia del Tratado de Roma y de la Comunidad Económica Europea, vivimos de 1958 a 1999, o sea 41 años, con nuestras propias monedas y construimos la integración europea durante ese período. Nada justifica entonces esa afirmación según la cual el fin del euro sería el fin de la Unión Europea.

El eje de discusión en Francia es entre euroescépticos y proeuropeos, desplazando incluso el eje tradicional entre derecha e izquierda. ¿Cómo explicarlo?

–Sí, es indiscutible que hoy el eje de discusión principal, por lo menos en Francia y en Italia, es la cuestión de Europa y más especialmente sobre la del euro, más que las oposiciones tradicionales entre izquierda y derecha. Y es así porque la situación económica y social está dominada por el euro.

En verdad, lo que provoca la crisis económica, y que lleva al desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales logradas desde 1945, es una parte de la reglamentación europea y sobre todo la existencia del euro. Vemos, en particular en Francia y en Italia, la constitución de un bloque político alrededor de la oligarquía dominante que defiende a cualquier costo el euro y las políticas más reaccionarias de la Unión Europea, mientras que se constituye progresivamente pero en condiciones políticas particulares, otro bloque representando los trabajadores y las clases populares que está fuertemente opuesta al euro.

¿Existen diferencias entre países?

–Los resultados económicos de los países de la Unión Europea son muy divergentes. Algunos tienen excelentes resultados, como Gran Bretaña y Suecia. Y, ¡qué casualidad! Esos países no son parte del euro. Por otro lado, dentro de la Zona Euro, constatamos que el crecimiento es débil, e incluso que algunos países, como España, Grecia, Portugal e Italia, están en recesión. Las divergencias en cuanto a resultados son notables. Pero resulta claro que el euro pesa y mucho en el resultado de gran cantidad de países.

¿Qué lecciones se pueden extraer de la crisis del euro para otros procesos de integración regional?

–La crisis del euro indica claramente que no se deben realizar uniones monetarias en cualquier circunstancia. Las estructuras económicas de los países que serán miembros deben ser convergentes, lo que no es el caso en Europa, y debe existir un importante presupuesto asegurando flujos de transferencia entre los países miembros. Construir una unión monetaria implica respetar estrictamente ciertas condiciones. Si no se las respeta, entonces nos encontramos con los problemas a los cuales la Zona Euro se encuentra hoy enfrentada.

En su libro La demundialización usted hace una crítica de la globalización neoliberal. ¿Qué perspectivas existen para esa etapa del capitalismo?

–La globalización recubre en realidad dos procesos: por una parte la globalización comercial y por otra la financiera. Vimos los aspectos extremadamente perversos de la globalización financiera; y numerosos estudios mostraron que la libre circulación de los capitales de corto plazo tuvo más efectos negativos que positivos. En cuanto a la globalización comercial, ella es más aceptable, pero a condición de que eso no conlleve un desmantelamiento progresivo de las conquistas sociales y que no impida el desarrollo económico de los países que calificamos hoy de emergentes.

Para eso hay que pensar en sistemas de derechos de aduana que igualen las situaciones sociales y ecológicas, pero también que protejan las industrias nacientes. Queda claro que las instituciones actuales, y en particular la OMC, con su prioridad otorgada al libre comercio, quedarán en desuso. Por lo que es de la globalización financiera, se debería prohibir una parte de las operaciones y limitar estrictamente la circulación de los capitales salvo los que implican inversión extranjera directa.

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