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El Imperio está en crisis

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Thierry Meyssan
¿Hacia un mundo sin Estados Unidos?

El Imperio estadounidense es el residuo hipertrofiado de uno de los dos contendientes de la guerra fría. La Unión Soviética desapareció. Pero Estados Unidos sobrevivió al enfrentamiento y se aprovechó de la ausencia de su competidor para monopolizar el poder mundial.

En 1991, Washington debería –lógicamente– haber dedicado sus recursos a hacer negocios y a avanzar por el camino de la prosperidad. Sin embargo, después de algunas vacilaciones, en 1995 el Congreso –dominado por los republicanos– impuso al presidente Clinton su proyecto de imperialismo global votando por el rearme, a pesar de que ya no había adversario contra quien luchar. Dieciocho años más tarde, y después de haber dedicado sus recursos a una carrera armamentista en la que ya no tenía contendiente, Estados Unidos se halla hoy extenuado frente a los BRICS, que ahora se perfilan como nuevos competidores. La 68ª Asamblea General de la ONU se convirtió el mes pasado en escenario de una rebelión generalizada contra el unipolarismo estadounidense.

Según Mijaíl Gorbatchov, la caída de la Unión Soviética ya se había hecho inevitable desde 1986, cuando el Estado soviético se vio sin recursos ante el accidente nuclear de Chernobil e incapaz de proteger a su población ante aquella catástrofe. Si hubiese que establecer un paralelo, la realidad es que el Estado federal estadounidense no se ha visto aún en una situación comparable, a pesar de que las situaciones de desastre provocadas por los huracanes Katrina, en 2005, y Sandy, en 2012, y las graves carencias de diversas colectividades locales ya demostraron la incapacidad de los Estados federados.

La interrupción, por dos semanas o incluso quizás por más tiempo, del funcionamiento del Estado federal estadounidense no se debe a una catástrofe sino que es resultado de un juego político. Para ponerle fin bastaría con que republicanos y demócratas llegaran a un acuerdo. Pero, por el momento, sólo ciertos servicios, como el de los capellanes militares, han recibido una derogación para seguir funcionando. La única violación verdadera de esa interrupción ha sido la autorización para recibir préstamos por espacio de 6 semanas. Se trata de un acuerdo exigido desde Wall Street, donde no se han registrado reacciones al cierre del Estado federal, aunque sí existía gran inquietud sobre la incapacidad de Washington para enfrentar sus obligaciones financieras.

Antes de su derrumbe, la Unión Soviética trató de salvarse recurriendo al ahorro. De la noche a la mañana Moscú puso fin al respaldo económico que aportaba a sus aliados. Comenzó por sus aliados del Tercer Mundo y pasó después a los miembros del Pacto de Varsovia. Resultado: al verse obligados a tratar de sobrevivir solos, sus aliados se pasaron al otro bando… el de Washington. Aquella deserción, cuyo símbolo fue la caída del muro de Berlín, aceleró más aún la descomposición de la Unión Soviética.

Fue evidentemente para tratar de evitar un fenómeno similar, en momentos en que Rusia está triunfando pacíficamente en el Medio Oriente, que la administración Obama esperó tanto tiempo antes de suspender su ayuda a Egipto. Es verdad que, a la luz de la ley estadounidense, esa ayuda se ha hecho ilegal a raíz del golpe militar que derrocó la dictadura de la Hermandad Musulmana. Pero también es cierto que nada obligaba a la Casa Blanca a llamar las cosas por su nombre. Lo que hasta ahora hizo la administración Obama –a lo largo de 3 meses– fue evitar cuidadosamente la mención de las palabras «golpe de Estado» para seguir manteniendo a Egipto en el bando del Imperio. Y ahora, bruscamente, y sin que se haya registrado el menor cambio en El Cairo, Washington decide “cortar el agua y la luz”.

La apuesta del presidente Obama consistía en reducir el presupuesto estadounidense de manera proporcional y paulatina, para que su país pudiera evitar el derrumbe, abandonara sus extravagantes aspiraciones y se convirtiese nuevamente en un Estado como los demás. La decisión de renunciar a una quinta parte de sus fuerzas armadas fue un buen comienzo. Pero el bloqueo del presupuesto federal y la suspensión de la ayuda destinada a Egipto vienen a demostrar que ese escenario no es factible. El formidable poderío de Estados Unidos no puede disminuir armoniosamente porque puede quebrarse.

 

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El legado de la política

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Iñigo Errejón, Doctor en Ciencias Políticas 

«Contrariamente a lo que repite el relato liberal, no es la conflictividad la que amenaza la democracia, sino su secuestro por parte de poderes oligárquicos y su vaciamiento de contenido y de sentido para regular la vida en común. El ejercicio político cotidiano y la apertura de la discusión son antídotos para defender la democracia de su jibarización liberal».

El norte global, principalmente la Unión Europea, atraviesa una crisis estructural que es, en primer lugar y aunque pudiera parecer lo contrario, una crisis política. Un bloqueo de las posibilidades de imaginar formas diferentes de organizar la convivencia, un estrechamiento radical de lo discutible, de lo representable, de las opciones y de la confianza social que permite la acción colectiva.

Un triunfo del cinismo y la resignación. Es el resultado de décadas de asfixia de la política por el liberalismo autoritario, de acercamiento creciente de las diferentes opciones políticas sistémicas entre sí hasta hacerse difíciles de distinguir, de la conversión de la ideología de mercado en una “técnica” incuestionable, de la entronización del consenso como invisibilización de los dolores y de la destrucción de los lazos comunitarios y su sustitución por los valores del cinismo, la inmediatez y el individualismo asustado y posesivo.

Así, cuando la crisis social y su gestión a la ofensiva por parte de las oligarquías está golpeando a la mayoría social de las poblaciones de la periferia europea, quienes protestan tienen primero ante sí la tarea de recrear el vínculo político y la esfera pública, de dignificar la política e inventar un lenguaje político nuevo para expresar en común y articular todos los dolores e insatisfacciones de los de abajo en una voluntad general con capacidad de reclamar y ejercer el poder político.

No se trata de llevar al pueblo al poder sino, primero, de construir el pueblo.Este panorama cultural e ideológico contrasta con el tiempo político abierto en Latinoamérica, que tuvo en el proceso de cambio venezolano su ariete primero y multiplicador. Toda la región vive un proceso de intensa (re)politización, esto es, de tomas de partido, de circulación de ideas contrapuestas y de apertura del horizonte de futuro de las sociedades. Es algo que se nota en la producción literaria, en los medios de comunicación, en las conversaciones en los espacios públicos o en los altísimos porcentajes de participación electoral en las elecciones de mayor trascendencia política.

Si el neoliberalismo necesitó para desplegarse con éxito en el imaginario colectivo del desprestigio de la política y lo público, los procesos revolucionarios y democráticos se caracterizan por un doble movimiento de expansión e intensión de la soberanía popular: expansión porque han ampliado el abanico de lo que es res pública, asuntos comunes a decidir colectivamente y no coto privado de quienes más dinero tienen; la democracia, así, no se restringe al ámbito de la representación sino que irrumpe en los ámbitos mediático, laboral, productivo, sexual-reproductivo, cultural, de relaciones inter-étnicas, etc.

Intensión porque los códigos jurídicos e instituciones –comenzando por las constituciones redactadas al calor del desborde popular de los viejos sistemas políticos- se ponen al servicio de facilitar, y no impedir, la participación popular en la política, a través de diversas formas que van desde las plebiscitarias a la autogestión pasando por canales de supervisión, fiscalización o control directo.

Este doble movimiento, por razones obvias de resistencia de las élites cuyos privilegios crecen mejor a la sombra y por dificultades en la producción de los nuevos regímenes, no está exento de problemas y conflictos. Pero esta conflictividad es precisamente el rasgo de una vigorización de la política que ya no es mero protocolo entre élites sino posibilidad efectiva de decidir sobre la vida. Contrariamente a lo que repite el relato liberal, no es la conflictividad la que amenaza la democracia, sino su secuestro por parte de poderes oligárquicos y su vaciamiento de contenido y de sentido para regular la vida en común.

El ejercicio político cotidiano y la apertura de la discusión son antídotos para defender la democracia de su jibarización liberal.En otros artículos hemos defendido que el chavismo es una identidad política que ha impregnado la cultura venezolana con algunos de sus rasgos definitorios. Sin duda así ocurre con la reivindicación y la dignificación de la política, operada a lo largo de una década y media de aceleración y expansión democrática, y de hegemonía relativa de un liderazgo como el de Chávez que, lejos de pretender “despolitizar” para facilitar la gobernabilidad conservadora, se esforzó por llevar la pasión por lo común, por la lectura, el pensamiento y la política como terreno de disputa y discrepancia, a cada rincón del país.

Los venezolanos hablan con soltura de política, opinan sobre todo y se saben sujetos de derechos y de poder en colectivo. En otros países la Constitución es apenas un texto legal para expertos, mientras que en Venezuela es un punto de partida, un libro cotidiano, que se lee, conoce, discute y exhibe como emblema de un tiempo político abierto, punto de partida y no de llegada, llave y no candado.

La naturalidad y el vigor con el que reivindican, reclaman o aseveran muestra una sociedad que se ha acostumbrado al uso de la palabra, al desacuerdo y a la discusión, a ser individuo dentro de una comunidad –Pueblo, Patria- cuyo destino depende y exige del compromiso de las gentes corrientes. No se trata de un cheque en blanco ni de una tensión permanente, sino de una idea en apariencia simple pero decisiva, que ha permeado el imaginario colectivo del país: la política no es un oficio de expertos ni dueños del saber y la palabra, sino un arte cotidiano y plebeyo.

Esta transformación cultural no asegura ningún rumbo, pero sí que ninguno podrá decidirse sin la participación de las gentes del común. No asegura una dirección, pero sí la apertura del horizonte histórico. En ese sentido constituye un legado democrático, principalmente para las nuevas generaciones de venezolanos.

No obstante, ningún orden puede descansar exclusivamente en la hiperpolitización ni en la constante pasión política de sus ciudadanos, porque nadie vive en tensión permanentemente ni quiere participar siempre sobre todo. La tarea, entonces, es construir la institucionalidad eficaz y  transparente que sedimente lo alcanzado, produciendo certidumbre y asegurando los nuevos derechos conquistados, desde los del buen vivir hasta los del protagonismo popular.

Es necesario convertir las conquistas revolucionarias en normalidad pública, que generará su propio habitus público- y, al mismo tiempo, preparar ya las bases intelectuales y culturales para un segundo salto en el imaginario colectivo, que parta de las demandas, emociones y anhelos de la juventud y les ofrezca un relato de cambio como avance en el proceso de expansión de la soberanía popular en marcha.

Para ello la inflamación retórica o el léxico de la conflictividad tradicional pueden ser menos de ayuda que un debate honesto, abierto y riguroso sobre las prioridades en el medio y largo plazo en el proceso de transición estatal y un esfuerzo sostenido, de escucha y propuesta, por la renovación de la gramática política revolucionaria, con capacidad de renovar las ilusiones y confianzas de las mayorías sociales.

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Un tiempo de revueltas (lectura de Alain Badiou)

amador fernandezArmando Fernández-Sabater

«Primero fue Túnez, Egipto, la “primavera árabe”. Luego, la indignación en España, Grecia, Estados Unidos, Portugal. Más recientemente, los movimientos en Brasil, Turquía o Bulgaria. ¿Qué tipo de revueltas son estas? ¿Cómo resuenan entre sí? ¿Tienen algo en común? ¿Qué lugar ocupan en la larga historia de la política de emancipación? ¿Comparten problemas o desafíos?»

El filósofo francés Alain Badiou se atreve con estas preguntas enormes. En su libro El despertar de la Historia, ensaya una interpretación a un tiempo filosófica, histórica y política de la onda de rebelión que se propaga un poco por todas partes desde 2011.

Badiou es, en palabras de uno de sus comentaristas, “un gran sistematizador y un excelente periodizador”. Es verdad. Acostumbrados al presente que construyen los medios de comunicación, un presente confuso y sin memoria donde nada parece relacionado con nada y todo se evapora rápidamente, impresiona mucho la claridad y el alcance histórico de su reflexión. El tipo piensa en siglos y épocas, un timeline muy diferente del habitual.

Creo que su relato histórico puede tener varios efectos positivos entre quienes nos sentimos concernidos por el porvenir de todo lo que se abrió con la ocupación de las plazas en mayo de 2011. En primer lugar, mitiga la sensación de urgencia y ansiedad que nos mueve a exigirle a los procesos resultados inmediatos, recordándonos el tiempo largo de las transformaciones reales y su carácter no lineal, sino más bien con mareas altas y bajas. En segundo lugar, atempera el afán de novedades que nos hace saltar constantemente de una cosa a otra y vuelve imposibles los diálogos entre pasado y presente, insistiendo en que lo nuevo es sobre todo una manera inédita de mirar problemas muy, muy antiguos (qué queremos, cómo nos organizamos, etc.).

Por último, puede tal vez ayudarnos a elaborar una noción menos angustiada y angustiosa de responsabilidad hacia lo que sucede, porque muestra cómo la transformación social está y a la vez no está en nuestra mano, depende y a la vez no depende de nuestra voluntad (y nuestro voluntarismo). Es decir, no es un “producto” que se diseña y se ejecuta según un plan maestro, aunque tampoco es un “milagro” que debamos simplemente esperar. Depende de acontecimientos: rupturas en el orden de cosas, imprevisibles y sin autor, que proponen nuevas posibilidades de acción y existencia. Pero sobre todo depende de lo que sepamos hacer con ellos: la política consiste en dar sentido y duración a estos acontecimientos, en cuidar y prolongar algo que no hemos decidido o decretado nosotros, algo que siempre es una sorpresa. Es lo que Badiou llama «fidelidad«.

En el texto que puedes leer a continuación, presento de manera resumida (espero que no demasiado inexacta) las tesis del filósofo, usando para ello muchas veces sus propias palabras, salpicando la exposición de algún comentario al hilo y apuntando al final alguna duda.

Revuelta inmediata y revuelta histórica

Nuestro tiempo está marcado por las revueltas, ¿pero de qué tipo son? Badiou propone una distinción aclaratoria entre “revuelta inmediata” y “revuelta histórica”. La revuelta inmediata es muy breve (una semana a lo sumo), está circunscrita espacialmente a los lugares donde viven los manifestantes, se extiende por imitación entre lugares y sujetos idénticos, ella misma es internamente muy homogénea y por lo general carece de palabras, declaraciones u objetivos.

Badiou está pensando por ejemplo en la revuelta de las periferias francesas de 2005 o en los episodios de pillaje en Londres durante el verano de 2011 (ambos casos provocados por muertes vinculadas a actuaciones policiales más que dudosas). La revuelta inmediata es más nihilista que política. Se consume en el rechazo y en la ausencia de perspectivas. Es incapaz de abrir un porvenir.

Por su lado, la revuelta histórica se desarrolla en un tiempo más largo (semanas, incluso meses), se localiza en un espacio central y significativo de las ciudades, se extiende incluyendo a distintos sujetos, su composición interna no es homogénea sino un mosaico de la población (un poco de todo) y en ella la palabra circula, hay objetivos y demandas (aunque no programas). Badiou está pensando sobre todo en la primavera árabe, pero también incluye aquí al 15-M, Occupy, etc. La revuelta histórica es capaz de unir lo que normalmente está dividido (personas con distintos intereses, identidades, ideologías). Hace presente lo que estaba ausente (o “dormido”, según la metáfora de Sol). No se agota en sí misma, sino que desencadena nuevos procesos.

Las revueltas históricas reabren el juego de la Historia. Por un lado, sacuden la visión establecida del mundo. En nuestro caso, el relato del “fin de la Historia” (la idea de que el matrimonio feliz entre capitalismo y democracia representativa constituye la única forma de organización social viable) y la reducción de la vida a vida privada y búsqueda del propio interés. Por otro, activan la capacidad colectiva de transformación de la realidad. Es decir, descongelan la historia poniendo en marcha otra secuencia de la política de emancipación. En el caso de las revueltas actuales, sería la tercera.

Las tres secuencias de la política de emancipación

La historia de la política de emancipación está organizada en secuencias o fases. Las secuencias se abren por acontecimientos (que generan nuevas posibilidades para la acción colectiva) y se cierran por problemas (puntos de detención y finalmente de parálisis de las prácticas políticas). Entre secuencia y secuencia existen “periodos de intervalo” en los que, como dice la frase célebre, “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.

Entre 1789 (año de la Revolución Francesa) y 1871 (la Comuna de París) se desarrolla la primera secuencia en torno a la idea-fuerza de la revolución entendida como derrocamiento insurreccional del orden establecido. Es la secuencia de formación del movimiento obrero, de las discusiones entre Marx, Bakunin, Proudhon y Blanqui, del socialismo utópico, de las minorías conspiradoras y las barricadas. El problema que agota finalmente esta secuencia es que las insurrecciones, sin concepto fuerte ni organización duradera, son reprimidas y masacradas una y otra vez. La secuencia se sella definitivamente con la sangre de los comuneros en el París revolucionario de 1871.

La segunda secuencia, entre 1917 y 1976, se organiza en torno a la idea de la revolución como conquista (fundamentalmente militar) del poder. El “cerebro” de esta secuencia es, naturalmente, Lenin. Su balance de la primera secuencia es el siguiente: la cuestión principal que deja pendiente es la de la victoria, cómo ganar y cómo hacer que la victoria dure. (Se dice que Lenin, no especialmente dado a las exteriorizaciones físicas de alegría, llegó a bailar en la nieve cuando la Revolución Rusa superó los setenta y dos días que duró la Comuna de París). Y la respuesta es el Partido: una capacidad centralizada y disciplinada, dirigida a tomar el poder y construir un Estado nuevo. A la lógica insurreccional le sucede por tanto una lógica de toma del poder. (A un español le vendrá a la cabeza probablemente como objeción la experiencia anarquista, pero Badiou parece considerar el anarquismo como un “pariente pobre” del marxismo-leninismo que nunca ha organizado realmente una sociedad más allá de algún episodio puntual y excepcional).

La segunda secuencia es la del comunismo estatal, la ciencia de la conquista del Estado, Lenin, Trotsky, Mao… pero también la del terror como herramienta de gobierno. El problema que agota esta secuencia es la identificación absoluta entre política y poder. La relación entre las tres instancias de la política (acción colectiva, organizaciones y Estado) se articula bajo la forma de la representación sin fisuras (“las masas tienen partidos y los partidos tienen jefes”, dirá Lenin).

Y el Estado revolucionario se convierte finalmente en un aparato autoritario y separado de la gente que se relaciona con todo lo que no es él mediante una lógica de guerra: el otro como enemigo que se trata de neutralizar por todos los medios al alcance. La revuelta antiautoritaria de Mayo del 68, con su rechazo de la representación, de la división entre los que saben (y mandan) y los que no (y obedecen), de la política como un asunto exclusivo de partidos y especialistas, marcará el final de esta secuencia.

Intervalos

Como decíamos antes, entre secuencias existen “periodos de intervalo” donde lo viejo está agotado (aunque pesa como inercia) pero no sabemos aún qué es lo nuevo. No hay figuras compartidas y practicables de la emancipación: dispositivos replicables, imágenes comunes del porvenir, “linguas francas”. En los periodos de intervalo, como se puede suponer, el estado de cosas aparece como inevitable y necesario, incuestionable. La hegemonía de las ideas dominantes es muy vigorosa: “las cosas son así”, “siempre habrá ricos y pobres”. Y la rebelión se expresa a menudo teñida de nihilismo y desesperación (“no hay nada qué hacer, pero aún así…”).

El periodo entre 1871 y 1917 fue un intervalo. Desde 1976 vivimos en otro. La secuencia organizada en torno a la idea-fuerza de la toma del poder se cierra (sin que prospere la renovación apuntada durante algunos años por Mayo del 68) y se impone la lectura conservadora de que toda revolución está abocada a la masacre y es mejor asumir por tanto el “mal menor” de la democracia representativa.

Pero algunas experiencias colectivas (como el propio Mayo del 68, el movimiento polaco Solidaridad, el zapatismo o la primavera árabe) empiezan a dibujar una hipótesis bien distinta: no es la idea de transformación del mundo la que ha quedado definitivamente impugnada en las checas y los gulags, sino la respuesta del Partido y la toma del poder.

Estos acontecimientos pueden ser leídos por tanto como señales de que se está abriendo paso, lenta y fragmentariamente, una nueva secuencia donde el desafío es inventar una política a distancia del Estado. Esa es la revolución mental y cultural que proponen estos movimientos: concebir la política como creación (de posibilidades) y no como representación (de sujetos o demandas). Una política que exista por ella misma y no subordinada al poder y su conquista.

¿Significa esto que la política por venir debe desentenderse de los problemas del poder y el Estado (como en algunas tentativas de construir una sociedad paralela o en los márgenes de la oficial)? La respuesta es negativa. La política no debe confundirse con el poder, pero tampoco desentenderse de él, sino inventar modos de imponerle cuestiones sin colocarse en su lugar. Obligar al Estado sin ser Estado. Afectar y alterar el poder sin ocuparlo (ni desearlo). El desafío es pensar la articulación entre los tres términos de la política (recordemos: acción colectiva, organizaciones y Estado), no bajo la forma de la representación, sino más bien según un arte de las distancias (es decir, de conflictos y conversaciones entre instancias que no se confunden ni se “traducen” simplemente unas a otras).

Por todo ello, Badiou es muy crítico en general con la izquierda (también la alternativa) que sigue pensando con el cerebro de la secuencia anterior: “traducir” al plano institucional las demandas sociales, cuando los movimientos no se reducen a pedir cosas, sino que son también instancias creadoras de nueva realidad (nuevos valores, nuevas relaciones sociales, nueva humanidad); poner en el centro de toda actividad las elecciones, cuando el procedimiento electoral convierte en número, inercia y separación lo que en la calle se expresa como voluntad colectiva y transformadora (con las enormes decepciones consiguientes: después de Mayo del 68, De Gaulle; después de Plaza Tahrir, los Hermanos Musulmanes); proponer formas delegativas de la política que nos prometen cambiar el mundo sin tener que cambiar un ápice nosotros, etc.

Las formas de pensar de la secuencia anterior (representación, delegación, etc.) mantendrán su relativa vitalidad mientras no se inventen las figuras conceptuales y organizativas de la tercera secuencia. El problema es que aún estamos en un periodo de intervalo: las revueltas no son revoluciones. No saben qué poner en lugar de lo que derriban, ni qué nueva relación instituir entre los tres términos de la política.

En eso consiste la “indecisión” (con trágicas consecuencias) de los manifestantes de Plaza Tahrir: “tiramos gobiernos, ¿y luego qué?” La misma idea de revolución está en crisis. Antes cada grupo o tribu política tenía la suya, pero la referencia era compartida. Ahora ya nadie sabe muy bien qué significa y usamos la palabra en forma lúdica (como la spanish revolution, un guiño al famoso gag de los Monthy Python).

Falta la Idea (escrito por Badiou así, en mayúsculas), es decir, una nueva visión de la vida en común, lo suficientemente clara como para presentarse como alternativa a esta sociedad (la idea comunista jugó ese papel en el pasado). Y una nueva articulación entre los tres términos de la política.

Pero podemos ser optimistas. Las revueltas abren de nuevo lo posible. Eso explica que el texto más entusiasta de la historia de la política de emancipación (El Manifiesto Comunista) se escribiese después de la derrota del levantamiento de 1848. Esa insurrección había abierto una brecha importantísima en la restauración del orden de 1815 tras los desórdenes revolucionarios de 1789. Hay fracasos y fracasos. Hay derrotas muy fecundas.

En un periodo de intervalo el mayor enemigo somos nosotros mismos: nuestra impaciencia, nuestra inconstancia, nuestro miedo a lo desconocido. Se requiere mucho coraje y tenacidad para no recaer las viejas respuestas ni tampoco desalentarse. ¿Cómo orientarnos sin recurrir a las viejas brújulas? No hay recetas ni atajos. La clave está sobre todo en la capacidad de invención de las prácticas reales, que no nos ofrece soluciones (que aplaquen nuestra angustia), pero sí las posibilidades para encontrar esas soluciones.

Por una promiscuidad teórica

Hasta aquí Badiou (o al menos mi resumen). Me gustaría señalar ahora para terminar un riesgo que me parece inherente a los grandes relatos (incluso si están tan bien construidos y hablan tan directamente a nuestro presente como el suyo). Lo haré a partir de los comentarios críticos de Badiou sobre el 15-M que se pueden encontrar en El despertar de la Historia y desperdigados por otras intervenciones posteriores.

A Badiou el 15-M le parece interesante (la toma de las plazas, el “no nos representan”, la creatividad, etc.), pero lo considera finalmente una “imitación débil de la primavera árabe”. Le critica sobre todo tres cosas: 1) no tiene ninguna idea precisa de victoria (como sí tenía la primavera árabe: “fuera Mubarak”, “fuera Ben Alí”), lo cual hace muy incierto su futuro; 2) es esencialmente un movimiento juvenil que no consigue involucrar a las clases populares, lo que explica que la derecha ganase holgadamente las elecciones posteriores; y 3) reclama “democracia real ya”, cuando la democracia es la pantalla de legitimación del poder financiero y por tanto reivindicarla no puede llevarnos muy lejos.

Ninguna de las críticas me convence plenamente. Ciertamente, el 15-M de las plazas no tenía una idea clara y compartida de lo que es una victoria, pero ¿no fue también eso lo que permitió el encuentro entre tanta gente distinta y desconocida entre sí? La energía generada en ese encuentro se ha ido organizando luego en direcciones y hacia objetivos concretos (PAH, mareas) y se mantiene viva, de forma latente y manifiesta. Es verdad que los egipcios y los tunecinos tenían un objetivo claro y eso catalizó las voluntades en un solo sentido, pero ¿y después? Una vez caídos Mubarak y Ben Alí, ¿no están los egipcios y los tunecinos tan perdidos/en búsqueda como nosotros?

Aceptemos que el 15-M de las plazas era fundamentalmente juvenil (aunque pocos espacios más plurales pueden encontrarse en la historia política española reciente). Pero ¿y luego? ¿No se diversificó enormemente el 15-M cuando aterrizó en los barrios o hizo alianza con la PAH? Muchos inmigrantes completamente ajenos a lo que sucedía en las plazas entraron en contacto con el 15-M por ahí. Un acontecimiento no es sólo el evento que lo inaugura, sino el proceso que abre.

El rasgo incluyente del 15-M apareció ya en las plazas pero siguió produciendo efectos de apertura después. Y si es el déficit de heterogeneidad lo que explica que el PP ganase las elecciones, ¿no podríamos decir lo mismo de Mayo del 68 y la victoria posterior de De Gaulle?

Por último, la democracia que se reclamaba (y practicaba) en las plazas, ¿es equivalente de algún modo a la política parlamentaria? El significado de las palabras depende de quién las dice, dónde las dice y cómo las dice. En el contexto del 15-M, la palabra democracia remite más bien a la aspiración de una política ciudadana, no troceada en partidos peleados por el poder, capaz de hacerse cargo de los asuntos comunes (o al menos de tener algo qué decir sobre ellos). Y hay mucho trabajo experimental en marcha para concretar esa aspiración.

En definitiva, el 15-M de Badiou es demasiado un paisaje a vista de pájaro (también me lo parecieron sus comentarios sobre la revuelta turca). Pero, ¿no hay en todo gran relato un punto de distancia y abstracción que tiende a recortar la riqueza (y la complejidad y la heterogeneidad) de las situaciones singulares? Por ese motivo es muy importante que sean los propios habitantes de las situaciones los que generen sus nombres y las categorías para pensarlas.

Y su propio sentido de la orientación. Sin descartar desde luego ninguna aportación externa, pero sin asumir tampoco ninguna como dogma. El amor que nos reclaman muchas veces los grandes filósofos es demasiado excluyente y posesivo. O uno u otro. O Badiou o Negri. O Agamben o Butler. Etc. Es mejor el amor libre o una cierta promiscuidad teórica. Es decir, con cariño y respeto (leyéndoles con atención y tratándoles con cuidado), poder estar con varios a la vez, tocar sin miedo y reapropiarnos de sus cacharros conceptuales, hacer combinaciones inéditas y, sobre todo, pensar siempre desde nuestras propias necesidades, desde nuestra propia biografía y trayectoria, desde las preguntas que nos ponen las situaciones de vida que atravesamos.

 

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Conceptos básicos de El Capital

186530_1280989971_5597357_nMiguel Manzanera Salavert

En la construcción de la ciencia económica contemporánea la investigación de Marx ha jugado un papel fundamental. Y aunque hace un par de décadas se consideró obsoleta y anticuada, hoy en día ha vuelto a revalorizarse ante la profunda crisis del capitalismo neoliberal que están padeciendo los países más ricos del planeta. Lo que Marx explicó hace siglo y medio puede ser importante para salir de la crisis, y seguramente mucha gente estará interesada en conocer un poco mejor sus ideas. En este texto voy a intentar explicar sucintamente el planteamiento fundamental de la economía marxista a partir de El capital, reconociendo que no se trata más que de un esquema general, que no pretende ser exhaustivo.

La distinción entre sustancia y magnitud

En primer lugar, Marx empieza El capital explicando la doble forma del valor económico, valor de uso y valor de cambio. Se trata de una cuestión de método: toda ciencia comienza su estudio estableciendo las magnitudes que son objeto de su investigación, a través de una distinción entre los aspectos cuantitativos y cualitativos en su campo de estudio. En la ciencia económica el valor de uso, expresa los aspectos cualitativos de las cosas en cuanto que sirven para satisfacer necesidades humanas; el valor de cambio, representa el valor cuantitativo de las mercancías producidas por el trabajo humano en cuanto que son objeto de intercambio en el mercado. El precio de las mercancías es su valor de cambio, la magnitud del valor, y sirve como medida en la ciencia económica.

Muchos filósofos de la naturaleza, en sus reflexiones sobre la actividad científica, han afirmado que las cualidades de las cosas no tienen en realidad en sí mismas, sino que solo existen para el ser humano que las percibe: las cualidades naturales son la forma que tiene el ser humano de percibir el universo en el que vive; pero el mundo natural es esencialmente un conjunto de relaciones cuantitativas. En las disciplinas científicas, pues, las cualidades se dejan de lado para hacer ciencia, fundada en la medida y la cantidad. Pero cuando se trata de una ciencia social, el método requiere hacerse más complejo, porque las cualidades forman parte de nuestra naturaleza humana y de lo que queremos llegar a ser como personas. No resulta tan fácil eliminar los aspectos cualitativos en el conocimiento científico de la sociedad, ni es recomendable si es que queremos conservar la humanidad.

Marx está convencido del valor de la ciencia para el desarrollo cultural de la especie humana en su historia, y por tanto plantea esa distinción básica de la investigación científica. De ese modo, El capital comienza exponiendo los fundamentos de la ciencia económica al distinguir en su campo de estudio dos formas del valor económico: la utilidad de las cosas, como su aspecto cualitativo, y el precio, como su aspecto cuantitativo. Marx lo denomina la ‘sustancia del valor’ o ‘valor de uso’, y la ‘magnitud del valor’ o ‘valor de cambio’ (El capital, Vol. I, capítulo 1, punto 1). El precio del mercado es la magnitud del valor económico, es decir, la medida del valor, gracias a la cual se puede establecer una ciencia de carácter cuantitativo. Pero lo que interesa al ser humano concreto que tiene que vivir en el mundo, es la utilidad de los productos que compra para satisfacer sus necesidades; el planteamiento crítico de la economía marxista consiste en indagar hasta qué punto la medida del valor expresada por el precio en el libre mercado capitalista, es adecuada para las necesidades humanas –entre las que se deben incluir además la emancipación de todos los seres humanos-.

El problema de la medida del valor

La intuición de Marx es que la medida del valor económico a partir de los precios mercantiles es básicamente inadecuada para construir una economía humana satisfactoria. Esa idea es fácil de adquirir sobre la base de la observación de la vida social moderna: las crisis capitalistas, la miseria de los trabajadores y los pueblos, la injusta distribución de la riqueza social, la represión política para sostener el orden establecido, la falsificación de la conciencia de los ciudadanos, su esquilmar la riqueza terrestre y los problemas ecológicos, etc. La investigación marxiana trata de averiguar cómo se forman los precios en el mercado, para descubrir por qué no constituyen una medida adecuada del valor económico, con la convicción de que esa investigación pueda proporcionar también alguna idea acerca de cómo podría sustituirse por una medición alternativa. A lo largo de su trabajo, Marx irá desgranando diversos aspectos de esa inadecuación desde distintos ángulos de aproximación.

El intercambio de las mercancías es necesario para toda sociedad desarrollada, cuya estructura económica se organiza mediante la división del trabajo. El incremento de la productividad que produce la especialización de los trabajadores, tiene como contrapartida la necesidad de intercambiar los productos de su trabajo, que se transforman así en mercancías. Se trata de redistribuir la producción económica, para satisfacer las necesidades de todos de modo equitativo. ¿Cómo se realiza ese intercambio?, ¿cómo se debería realizar? Al intercambiar las mercancías que han producido, los productores intentan hacerlo de forma equitativa, y Marx supone que ese intercambio justo se hace sobre la base de la cantidad de trabajo incorporada en su producción, el gasto de energía física que el trabajador ha empleado para producir la mercancía. La medida del valor debe fundarse por tanto en el trabajo empleado en la producción –lo que se denomina como ‘teoría del valor-trabajo’-.

Se debe discutir el papel epistemológico de esa propuesta teórica. Tal como se ha formulado aquí tiene la forma de un ideal normativo, en cuanto que no es una práctica social observable en el presente. Marx la formula como una descripción de lo que los seres humanos debieron hacer en el pasado, o de cómo les gustaría comportarse para ser justos –lo que no deja de ser una aplicación de la teoría del contrato como ideal político normativo-. Pero una ciencia social descriptiva puede prescindir perfectamente de tal hipótesis. Como es sabido, la economía neoclásica, en la que se funda el desarrollo moderno de la producción capitalista, asume que el origen del valor es la propia utilidad de la mercancía, que se traduce en demanda del producto dentro del mercado, sin que el valor del trabajo pueda tener significado para determinar esa operación. De ese modo, la economía se traduce en una mera técnica de organización de la producción basada en la eficacia, sin tomar en cuenta la posibilidad de hacer una asignación justa de los valores. Una ciencia social de este tipo se limita a extrapolar las tendencias presentes, suponiendo que el futuro será igual que el pasado.

De ahí que se proclamara hace algunos años la ideología del final de las ideologías, esto es, la afirmación de que la única racionalidad posible es la eficacia en la producción económica. La refutación de esa tesis, tan de moda en las últimas décadas, es la crisis de superproducción del capitalismo neoliberal, que, como también es sabido, repite un fenómeno ya bien conocido desde hace siglos. Para entender ese fenómeno se hace necesario repasar la teoría de El Capital, que predice esos fenómenos cíclicos de la economía de mercado. Para lo cual es imprescindible reconocer que la racionalidad humana no consiste en la eficacia económica entendida pragmáticamente al modo liberal burgués. Por el contrario, la propuesta del valor-trabajo es una hipótesis, que Marx supone implícita en los comportamientos intencionales de los sujetos humanos, en tanto que personalidades morales de carácter racional que buscan la justicia en sus relaciones sociales. La base para tal supuesto es que la cooperación en el trabajo es beneficiosa para todos, y que es la forma específica de la naturaleza humana.

Sobre la base de esos presupuestos se obtiene el concepto de valor económico fundado en el trabajo. Los intercambios de mercancías toman como pauta para la valoración de los bienes, la cantidad de energía que los trabajadores gastan en la producción de cada mercancía: ‘la forma general del valor… presenta a los productos del trabajo como simple gelatina de trabajo humano indiferenciado…, es la expresión social del mundo de las mercancías’ (El capital, Tomo 1, Sección Primera, Mercancía y dinero, capítulo I, 82, cito por la 9ª edición de la traducción de Pedro Scaron publicada en Siglo XXI). Un tipo de productos se intercambian por una cantidad equivalente de otro tipo, cuando el trabajo empleado en su producción es el mismo.

La primera distorsión: el fetichismo de la mercancía

En esta parte de su investigación, Marx analiza las deficiencias de la forma general del valor para las necesidades del intercambio, y concluye que se hace necesario un equivalente general que puede intercambiarse por cualquier mercancía; ese equivalente es el dinero: la moneda se transforma en la unidad de cuenta económica o medida del valor. Y en esa transformación aparece el primer inconveniente: cuando el dinero, como equivalente general de todas las mercancías, sustituye al intercambio de bienes entre los productores, la cantidad de trabajo aplicada en la producción desaparece como medida del valor, ocultado por la apariencia de un valor autónomo de las mercancías expresado por su precio. La utilidad se muestra como una realidad creada ex nihilo, de la nada, por así decirlo. Ese fenómeno es designado por Marx como ‘fetichismo de la mercancía’, en el Capítulo Primero, punto 4.

Es aquí donde Marx muestra la conciencia epistemológica del método científico, como crítica de la apariencia sensible para encontrar la constitución material del mundo natural: ‘la impresión luminosa de una cosa en el nervio óptico no se presenta como excitación subjetiva de ese nervio, sino como forma objetiva de una cosa situada fuera del ojo’ (op.cit. 88). Las cualidades de las cosas, por ejemplo los colores que vemos, existen en nuestras impresiones, percibidas sensorialmente; pero para nosotros es como si el color existiera realmente en las cosas –y hasta cierto punto, desde la subjetividad, es así-. La percepción del color es una relación entre el sistema nervioso humano y la luz que impresiona la retina; y ésta es una onda corpuscular definible por sus características matemáticas según la física más avanzada.

El proceso de construcción de una ciencia social –nos dice Marx aquí- es análogo: por detrás de las cualidades de las cosas están las relaciones matemáticas expresadas por los precios en una economía mercantil. Sin embargo, por tratarse de relaciones sociales, la naturaleza de lo estudiado debe tratarse con más cuidado: los aspectos cualitativos, como es su sentido de la justicia, no pueden ser suprimidos sin eliminar al mismo tiempo la racionalidad humana. Ésta, además, no se limita a la eficacia productiva –como piensan los economistas liberales-, sino que debe tomar en cuenta la finalidad para la que se hacen las cosas –la satisfacción humana de carácter cualitativo-, finalidad que es el motor de la acción productiva humana.

Eso no significa que el sentido de la justicia no pueda ser cuantificado, como de hecho hace Marx con su teoría del valor-trabajo; significa sólo que debe ser tomado en cuenta. Por otra parte, la finalidad humana del trabajo debe constituirse como un elemento fundamental del análisis económico. Esa existencia puramente subjetiva de los colores es comparable a la utilidad de los objetos –la sustancia del valor-, que el ser humano usa o produce como medios de satisfacción de sus necesidades. La relatividad de las necesidades humanas deriva de su carácter eminentemente subjetivo, si bien existen medios para darles un aspecto objetivo cuantificable, como hace la economía del bienestar en términos de utilidades.

En cambio, la forma del valor –como valor de cambio de la utilidad convertida en mercancía- representa el aspecto cuantitativo del valor. Sin embargo, el análisis de Marx descubre que en la sociedad mercantil se invierte la categorización científica: es el mecanismo de medición cuantitativa lo que toma rasgos de realidad fantasmagórica, de una falsa apariencia de realidad sustancial. Lo que llama ‘fetichismo de la mercancía’ es que en la perspectiva capitalista del mercado, los hombres son tratados como cosas y las cosas como hombres. En el modo de producción mercantil se establecen ‘relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas’ (op.cit. 89).

Algo anda mal en la economía humana para que eso suceda, y es precisamente el mecanismo utilizado para cuantificar el valor de las mercancías: la formación de precios en el mercado. Y la clave de todo el asunto es que para ese mecanismo mercantil, el trabajo se convierte en una mercancía más y desaparece de la conciencia como creador del valor económico. A partir de ahí la fuente del valor económico se presenta como el dinero convertido en capital. Esa falsa conciencia impide organizar la producción de forma científica, como la creencia religiosa en el creacionismo impide concebir la teoría de la evolución de las especies y la superstición del horóscopo impide concebir el universo físico descubierto por la astronomía contemporánea.

La segunda distorsión capitalista del valor económico: el interés del capital

Debe quedar claro lo que ese ‘desaparecer’ del trabajo significa: es un desaparecer en la conciencia. A pesar de que el trabajo sigue siendo la fuente del valor económico, la importancia de la moneda como instrumento para fijar el valor resulta tan decisiva, que la persona que lo emplea queda anulada por él; el individuo capitalista es un mero portador de valor de cambio. La función del dinero es esencial para la economía de una sociedad, fundada en la división del trabajo y el intercambio generalizado de mercancías a gran escala; el movimiento de la moneda en el mercado crea una circulación de dinero, que refleja la circulación de mercancías en la redistribución del producto social, como en un espejo formado por los libros contables. Baste pensar en el papel multiplicador del dinero que tienen los bancos, para comprender el enorme poder que acumula el que maneja el instrumento de intercambio. El capital financiero domina la vida social capitalista.

En toda sociedad hay funciones privilegiadas, en dependencia de su importancia para el orden social. En el Estado Antiguo surgido a partir de las culturas campesinas del neolítico, esa función capital consistía en la acumulación del excedente, para solventar necesidades futuras e imprevistos ocasionales. Creo que así se debe interpretar la leyenda de José, el hijo de Jacob, cuando en Egipto adivina el sueño del faraón de las vacas gordas y las vacas flacas, tal como nos lo cuenta la Biblia. La importancia de la custodia de los excedentes, conservados para cubrir futuras eventualidades, explica la realeza en aquellos antiguos estados. En este sentido, la escuela funcionalista americana de Talcott Parsons ha hecho interesantes observaciones.

Ese papel central concede al dinero una potencia que le permite dominar la vida social y subordinar a los trabajadores a su imperio. Entonces el dinero se transforma en capital, dinero que crea riqueza por el préstamo crediticio con interés, o a través de la inversión productiva en la actividad económica (El capital, Sección Segunda, La transformación del dinero en Capital). Es el capital el que crea riqueza, y no el trabajo. Marx lo expresa con una fórmula: D’ = D + ΔD. Determinado como fuente de la riqueza por el mecanismo del mercado, el capital es capaz incluso de comprar fuerza de trabajo; transforma a la propia fuerza de trabajo que crea el valor, en una mercancía que puede comprarse y venderse en el mercado de trabajo a cambio de un salario. El valor no es creado ya por el trabajador, sino por el empresario que compra la fuerza de trabajo y la emplea para su propio beneficio. Y el valor pertenece a quien lo crea, como señalaba John Locke al fundar el liberalismo.

Ese crecimiento del capital, representado por el interés y el beneficio, viene a ser la expresión de la reproducción ampliada de la producción capitalista, su crecimiento compulsivo constante. En el momento en que deja de crecer sobrevienen crisis con sus consecuencias desastrosas: paro obrero, hambrunas y miseria generalizada, guerras civiles e internacionales, sistemas políticos totalitarios, etc. Es además un crecimiento deforme y desequilibrado, que da origen a la sobreproducción de mercancías, al sobredimensionamiento de la capacidad productiva, a la inversión en sectores monstruosos como el armamento de destrucción masiva, etc. El desarrollo del capital es un mecanismo de alienación, pues conduce a que el ser humano pierda el control sobre los procesos temporales, en los que están envueltas tanto la vida personal de los individuos, como la historia colectiva de la sociedad. Las crisis de sobreproducción capitalista, que conducen a conflictos y guerras espantosas, son un claro ejemplo de esa falta de control sobre los procesos históricos. La incapacidad para resolver los problemas ambientales, creando una relación armoniosa y equilibrada con los ecosistemas naturales, son otro ejemplo claro de los inconvenientes del modo de producción capitalista, que puede acabar con la especie humana e incluso con la vida en el planeta Tierra.

Si desde el punto de vista moral, resulta insatisfactorio tratar a los seres humanos como meros portadores de fuerza de trabajo que se compra y se vende en el mercado, desde el punto de vista económico resulta ineficiente a largo plazo. La racionalidad exigible para un sistema económico compatible con el medio ambiente terrestre no se basa en la eficacia capitalista –que consiste en incrementar constantemente el producto nacional bruto-, sino en la eficiencia –cuyo objetivo es alcanzar las satisfacción de las necesidades al menor costo posible, ahorrando lo medios-.

Con esta observación, desarrollamos el marxismo en sentido ecologista, como clave más acuciante de los problemas actuales de la humanidad. Pero volvamos al planteamiento de Marx: la eficacia capitalista solo funciona a corto plazo; ni siquiera es eficaz a largo plazo, porque genera crisis de sobreproducción que conllevan una ingente destrucción de fuerzas productivas en las crisis y guerras que suceden sin final. La injusticia del sistema, que trata a los trabajadores como objetos de compra-venta, genera un desequilibrio en la evolución social que acaba redundando en la destrucción periódica de la riqueza creada. Como en la torre de Babel, los hombres construyen una escalera al cielo que acaban abandonando, no por una maldición divina, sino por la confusión y la ignorancia. Veamos por qué.

La tercera distorsión: la creciente explotación del trabajo y la tierra

En el capítulo IV de la Sección Tercera del Primer Tomo de El Capital, Marx explica que la explotación de los trabajadores nace de haber considerado la fuerza de trabajo como una mercancía. A continuación, en el capítulo V, determina en qué consiste esa explotación, a través de la noción de trabajo excedente que da origen a la plusvalía o plusvalor. Si el plusvalor surge, es únicamente en virtud de un excedente ‘cuantitativo’ de trabajo, en virtud de haberse prolongado la duración del mismo proceso laboral (op.cit. 239). En el modo de producción capitalista ese plusvalor da origen al beneficio del capital, cuando los valores de uso producidos por el trabajador son vendidos en el mercado.

El plusvalor se representa monetariamente mediante el interés del capital prestado o el beneficio del capital invertido. Pero hay una diferencia entre el grado de explotación de los trabajadores y la tasa de ganancia de los empresarios que los emplean. Detengámonos en esos conceptos explicados en el capítulo VII de esa Sección Tercera del Primer Tomo; nos van a mostrar una tercera distorsión que el mecanismo del precio mercantil introduce en la valoración de la producción económica. Nos dice Marx: ‘La tasa de plusvalor es la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital’ (op.cit. 262). Esta tasa de plusvalor es el cociente entre el plusvalor, el excedente de trabajo que el obrero se ve obligado a hacer para su empleador, y el trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, representado por las mercancías que necesita comprar ese mismo obrero para subsistir. Marx construye una ecuación para visualizar esa relación: p/v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, y v = capital variable o capital invertido en la remuneración de los trabajadores).

En este punto de El capital, Marx distingue la tasa de plusvalor y ‘la valorización del valor del Capital adelantado…, como excedente del valor del producto sobre la suma de valor de sus elementos productivos’; indicando que es un error muy frecuente entre los economistas confundir la tasa de plusvalor antes definida con esa valorización del capital. Ésta consiste en los beneficios del capitalista, que se queda con el plusvalor producido por los trabajadores, y se corresponde con el hecho de que el dinero adelantado para poner en marcha la producción genera un rédito que son los intereses del capital.

Si saltamos ahora hasta el Tercer Tomo, Sección Primera (La transformación del plusvalor en ganancia y la tasa de plusvalor en tasa de ganancia), Capítulo II, Marx y Engels definen la valorización del capital como tasa de ganancia, que viene dada por la fórmula p/c+v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, c = capital constante o capital invertido en los factores productivos, y v = capital variable o capital invertido en las remuneraciones de los trabajadores). El plusvalor se hace ganancia capitalista transformándose en dinero al vender los productos en el mercado. La tasa de plusvalor (p/v) se debe hacer tasa de ganancia (p/c+v) en el mismo proceso de venta. Pero mientras la tasa de plusvalor es una relación entre las horas trabajadas para satisfacer las necesidades del obrero y las horas que el obrero tiene que hacer para su patrón, la tasa de ganancia es una relación entre el capital total invertido, C = c+v, y las ganancias del capitalista, el plusvalor convertido en forma monetaria por la venta mercantil de plusvalor.

Si el capitalismo fuera un modo de producción estable, que pudiera sostenerse mediante su reproducción simple, quizás ese problema no sería demasiado grave. Mas no es así. El capitalismo necesita la reproducción ampliada, incrementando siempre las inversiones y las ganancias totales conseguidas mediante el plusvalor arrancado al trabajador. Como consecuencia del desarrollo del modo de producción, el capital constante aumenta permanentemente. Y por tanto, al incrementarse el capital constante, en la fórmula C = c+v, disminuye la proporción del capital variable; con lo cual la tasa de plusvalor (p/v) necesita multiplicarse creciendo exponencialmente, mientras que la tasa de ganancia (p/v+c) lo hace de forma mucho más modesta o incluso puede disminuir.

Ese fenómeno se denomina Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, en la Sección Tercera del Tomo III de El capital: ‘una tasa creciente de plusvalor tiene tendencia a expresarse en una tasa declinante de ganancia’ (op.cit. 309). Marx y Engels exponen en el Capítulo XIV de la misma Sección Tercera cómo el capitalista se esfuerza en contrarrestar esa realidad: elevación del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento de los elementos del capital constante (materias primas, energía, tecnología, infraestructuras, etc.), sobrepoblación relativa (el llamado ‘ejército de reserva’, los parados que actúan como fuerza de trabajo barata a disposición del capitalista), el comercio exterior y el aumento del capital accionariado. Los rendimientos decrecientes del capital deben reponerse aumentando la explotación del trabajo e incrementando exponencialmente la productividad del trabajo, desvalorizando la riqueza terrestre y globalizando la producción económica. Como el capitalista solo invertirá si se garantizan los beneficios, y buscando además que estos crezcan lo máximo posible, la explotación de los trabajadores y de la tierra tiene que incrementarse permanentemente en el sistema.

A continuación en el Capítulo XV de ese mismo Tomo III, los autores exponen las contradicciones del desarrollo capitalista, que han de determinar antes o después su decadencia definitiva y su sustitución por un nuevo modo de producción. La acumulación acelera el descenso de la tasa de ganancia, en tanto con ella está dada la concentración de los trabajos a gran escala y, por consiguiente, una más alta composición del capital (el aumento del capital constante en la fórmula C = c+v). Por otra parte, la baja de la tasa de ganancia acelera, a su vez, la concentración de capital y su centralización mediante la expropiación de los capitalistas menores…

Como señala el Manifiesto Comunista, toda la sociedad tiende a dividirse en las dos clases fundamentales del modo de producción capitalista, eliminando los estratos intermedios. Y como señaló Aristóteles una sociedad estable es aquella que tiene una clase media fuerte y numerosa. La dinámica capitalista conduce inexorablemente a la confrontación de clases y la revolución social. El capitalismo solo dispone de un medio para evitar esa dinámica destructora de sí mismo: ser moderado mediante la intervención del Estado en una economía del bienestar, consiguiendo redistribuir la riqueza mediante los impuestos, la planificación y la producción de bienes públicos. Es necesario superar el liberalismo hacia el capitalismo de Estado, como etapa necesaria para la superación del modo de producción mismo.

La cuarta distorsión: el papel de la innovación tecnológica.

El crecimiento decreciente del rendimiento capitalista, la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, impulsa a los capitalistas a buscar por todos los medios un aumento de sus ganancias. Uno de los medios más eficaces que tiene a su disposición consiste en buscar el apoyo de los científicos que le prestan sus conocimientos para mejorar los rendimientos industriales. El desarrollo tecnocientífico del capitalismo ha sido impresionante en los últimos siglos, pero lo más sorprendente es que detrás de ese desarrollo se encuentre el ansia de beneficios de los empresarios, alcanzado mediante la explotación de los trabajadores. El burgués moderno ha sido descrito por Goethe en el personaje de Fausto, que busca alcanzar la perfección mediante la acción productiva ayudado por el diablo Mefistófeles. El mal es inseparable de la producción, al menos en el orden social capitalista, lo que Schumpeter llamaba la destrucción creativa.

Gracias a la innovación tecnológica se obtiene un incremento multiplicado del plusvalor, necesario para remontar la tendencia a la disminución de las ganancias. El mecanismo que hace posible ese prodigio es denominado plusvalor relativo en El capital, Tomo I, Sección IV. El empresario introduce una nueva técnica, cuando sirve para incrementar la productividad del trabajo, de modo que un obrero puede producir una cantidad multiplicada de mercancías en el mismo tiempo. Como las condiciones laborales de éste son las mismas por término medio que el resto de los trabajadores, esa productividad incrementada multiplica a su vez la cantidad de plusvalor arrancado al trabajo por el capital. Ese aumento en la cantidad de plusvalor se transforma en ganancias extraordinarias, al convertir el valor de los bienes así producidos en dinero por la venta en el mercado. El capitalista puede competir en condiciones ventajosas hundiendo a las empresas rivales, que todavía no se han hecho con la innovación tecnológica, quedándose para sí con toda la plusvalía producida. Marx explica cómo en la India las mercancías inglesas hundieron la industria textil por la competencia. Para ello el gobierno inglés tuvo que abolir las leyes que prohibían la importación y limitaban el comercio, ocupando el territorio.

En ese paso de su exposición Marx expone la distinción entre el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo del siguiente modo: Denomino ‘plusvalor absoluto’ al producido mediante la ‘prolongación’ de la jornada de trabajo; por el contrario, el que surge de la ‘reducción’ del tiempo de trabajo necesario, y del consiguiente cambio en la ‘proporción de la magnitud’, que media entre ambas partes componentes de la jornada laboral, lo denomino ‘plusvalor relativo’ (Volumen 1, Sección Cuarta, Capítulo X, Concepto de plusvalor relativo, op.cit.,383). Lenin expone la diferencia entre plusvalía absoluta y relativa, casi con las misma palabras en su trabajo sobre El plusvalor, que resulta un resumen de la cuestión. Precisamente por su carácter resumido, puede llevar a confusión: hay quien entiende de modo simplificado la diferencia entre plusvalor absoluto y plusvalor relativo, como la diferencia entre alargar la jornada en términos cuantitativos añadiendo más horas de trabajo, plusvalor absoluto, y acortar el tiempo de trabajo necesario para reponer el gasto de fuerza de trabajo expresada en el salario, plusvalía relativa. Pero la cosa tiene más miga.

Para entender bien este párrafo hay que tomar la definición de plusvalor absoluto que Marx realiza en los capítulos anteriores, en la que éste se explica como una realidad constitutiva del modo de producción capitalista, sin la cual no podría funcionar, ni siquiera haber aparecido sobre la tierra. En cambio, el plusvalor relativo es definido como ‘cambio en la proporción de la magnitud’, estos es, como la multiplicación del plusvalor absoluto conseguida mediante la fabulosa productividad que permite la introducción de innovaciones técnicas. Eso significa que la plusvalía relativa es el factor de cambio en el modo de producción capitalista, haciendo posible las inversiones productivas, la recuperación de la tasa de ganancia y la reproducción ampliada del capital.

Pues el efecto de una innovación en la sociedad es mucho más profundo que un mero aumento de productividad; ese aumento modifica el orden social capitalista y la correlación de fuerzas políticas entre las clases sociales, hasta el punto de que pueda hablarse de la creación de una formación social diferente, provocada por los cambios estructurales que trae la innovación tecnológica. Véanse, por ejemplo, las importantes transformaciones de toda índole que ha traído la última revolución tecnológica de la informática: automatización de las fábricas sustituyendo los trabajos físicos que son realizados ahora por máquinas, sustitución de empleados cualificados y funcionarios en la administración de empresas privadas y públicas, revolución en las telecomunicaciones y en el acceso a la información, etc.

Sin embargo, lo que más interesa desde el punto de vista marxista son sus efectos sobre las luchas sociales –puesto que la lucha de clases es el motor de la historia-. Los efectos para la clase obrera son devastadores. Marx se dedica a analizarlos en el Capítulo XIII, Sección IV del Tomo I, a partir de la introducción de la máquina de vapor como fuerza motriz en la industria. En primer lugar, millones de trabajadores fueron lanzados al paro, sustituidos por las máquinas; de ese modo aumenta el número de obreros en busca de trabajo, es decir aumenta la oferta de fuerza de trabajo, que se desvaloriza así por las leyes del mercado. En segundo lugar, aparecieron trabajos que requerían menor fuerza física y menor habilidad, de modo que los profesionales fueron sustituidos por peones, y en algunos casos por mujeres y niños en trabajos que no requerían fuerza física. En tercer lugar, el abaratamiento de las mercancías abarató también la fuerza de trabajo que se sirve de ellas. En todos esos aspectos el precio de la fuerza de trabajo disminuye en beneficio de la valorización del capital. Como señala Marx: la maquinaria desvaloriza la fuerza de trabajo (capítulo XIII del Tomo I, op.cit. 481). Se trata de un resultado de la lucha de clases: la burguesía utiliza la ciencia para derrotar a los trabajadores en un ciclo que lleva de la innovación tecnológica al paro, y de éste al descenso de los salarios y la intensificación de la explotación: Se podría escribir una historia entera de los inventos que surgieron, desde 1830, como medios bélicos del capital contra los amotinamientos obreros (op.cit. 452).

Pero ni la ciencia, ni la técnica, llevan en su esencia el estigma de la explotación y la alienación de los trabajadores. Marx recuerda que la introducción del molino en el modo de producción antiguo, fue saludada por los poetas romanos como un avance que liberaría a las mujeres del pesado trabajo de moler el grano. Solo en el medio social del capitalismo los avances tecnológicos se convierten en elementos para la esclavización de los trabajadores –por los motivos expuestos-. Ello se hace posible porque el orden social burgués está dominado por los poseedores de capital, que pueden hacer las leyes a su medida. En cada coyuntura del proceso de desarrollo del capital, las leyes se ajustan a las necesidades de ese desarrollo. Se trata de una acción conjuntada de medios políticos y técnicos, que hacen posible obtener el sometimiento de los trabajadores.

Así, las consecuencias que la revolución informática ha traído para el siglo XXI son devastadoras desde el punto de vista del desarrollo histórico: la desaparición de la clase obrera  industrial en los países desarrollados con la consiguiente derechización de las sociedades opulentas e imperialistas y la degradación moral que eso supone; paralelamente la descomposición del campo socialista y su transformación en un área pauperizada y sometida al imperialismo; además el neoliberalismo depredador e irracional que conduce a la humanidad al borde de un abismo de caos ecológico con peligro para la biosfera. Por citar algunos ejemplos que me vienen a la mente.

Otra observación importante de Marx acerca del uso de la tecnología por el capitalismo, es que una innovación tecnológica solo será introducida en el sistema cuando produzca un beneficio para el capitalista a través de la plusvalía relativa. No serán introducidas innovaciones que puedan interesar a la población o a los trabajadores, a menos que ayuden al capitalista a mantener su dominio de la sociedad. Por ejemplo, el desarrollo de una maquinaria bélica espeluznante por sus efectos sobre la población, no tiene más sentido que sostener el poder establecido sobre la base del terror y la crueldad. Como puede observarse, las distorsiones graves, que se producen en las aplicaciones tecnológicas de la ciencia por el capitalismo, cuya condición es la plusvalía relativa, conducen a la humanidad al abismo de la desaparición como especie inviable, y ponen en peligro la propia vida en la Tierra.

Los avances técnicos configuran la dinámica del capitalismo, según expone Ernest Mandel en su estudio sobre Las ondas largas del desarrollo capitalista. Las innovaciones aparecen por la necesidad del capitalismo de transformar la estructura productiva con el objetivo de combatir el rendimiento decreciente de sus inversiones de capital. Quizás la explicación de Mandel no se ajuste perfectamente a los hechos, pero la intuición subyacente es correcta y sus aportaciones importantes. En su libro El capitalismo tardío, Mandel estudia los efectos de la informatización sobre la industria capitalista. La onda larga de la revolución informática ha terminado, en el sentido de que el capital ya no es capaz de extraer ganancias extraordinarias a partir de esa tecnología, dado que está extendida por todo el sistema y no sirve para aumentar la competitividad empresarial. Esa realidad ha llevado a buscar rendimientos capitalistas de forma espuria, y a una crisis de superproducción en el área de la construcción de edificios, provocada por el ansia desesperada de beneficios.

Pero hoy ya es evidente que se está preparando un nuevo ciclo productivo, y una nueva formación social asociada a éste, a partir de la revolución agrícola basada en las tecnologías de manipulación genética. Las consecuencias de esa nueva secuencia de desarrollo capitalista son previsibles, en los nuevos desastres que están aguardando a la humanidad en este siglo que acaba de comenzar. Más que nunca se hace necesario comenzar la fase de transición al socialismo basada en el capitalismo de Estado, siguiendo la estela trazada por los comunistas chinos y la República Popular.

Conclusiones

Los rasgos estructurales del modo de producción capitalista, lo configuran como un modo de producción que no puede dejar de crecer y desarrollarse, pero ese crecimiento lo hace de un modo deforme y monstruoso, atravesando crisis pavorosas y provocando guerras constantes. El desarrollo del capitalismo, que Marx llama ‘la reproducción ampliada del capital’, es una necesidad del sistema de explotación y una consecuencia de la injusticia que constituye su mismo fundamento. Esa injusticia se constituye como desvalorización del trabajo humano vivo para valorizar el capital, trabajo humano muerto, y se traduce en la alienación histórica, el hecho de que la sociedad se constituya como una dinámica sin control posible por la razón humana. La opresión de los individuos se corresponde con la alienación social e histórica.

Es claro que la ciencia económica liberal es incapaz de aportar soluciones a la crisis que ella misma ha creado. Ésta muestra además que el capitalismo neoliberal ha acabado ya su función histórica de restablecer la hegemonía mundial de la OTAN. Podemos observar que la emergencia de la República Popular China ha trastocado el panorama internacional, no solo como potencia hegemónica en la producción de mercancías, sino también frenando el expansionismo militarista del imperialismo. Queda muy poco para que sustituya también la expansión industrial y tecnológica del neoliberalismo, por un desarrollo más apropiado a las necesidades humanas.

Los problemas que la economía neoliberal ha traído a la humanidad, ya estaban previstos en el análisis de Marx y Engels. Y demuestran que su crítica era acertada. Aquí hemos interpretado esa crítica desde un punto de vista epistemológico, como las insuficiencias provocadas por la medición capitalista del valor económico. Lo que la experiencia histórica nos aporta respecto de las tesis de El capital, es una nueva distorsión introducida por el precio mercantil en la medida del valor: su ignorancia respecto de las utilidades producidas por la naturaleza de forma gratuita y limitada, que son destruidas por la falsa eficacia capitalista, con la consecuente crisis ambiental y caos ambiental. La experiencia reciente no modifica la intuición fundamental de Marx y Engels, sino que la hacen más acuciante y radical.

Es evidente que se está preparando una nueva formación social capitalista, que intentará explotar las biotecnologías en beneficio del dominio de las grandes empresas de la agroindustria. Resulta tan peligroso manipular las fuentes de la vida, que esa nueva innovación tecnológica habrá de ser cuidadosamente planificada. Sin embargo, la mayor parte de los estudiosos de este tema señalan que el actual uso de los OGM (organismos genéticamente modificados) está resultando desastroso para la vida y los ecosistemas. Dado que las empresas utilizan la innovación tecnológica para su propio beneficio, y no para mejorar la calidad de vida de las poblaciones, es de esperar que esto siga siendo así, a menos que la población se oponga a tales desarrollos.

La necesidad de cambiar ese modo de producción es evidente. También es claro el fracaso de haber intentado hacerlo de modo compulsivo, a través de una dictadura férrea y quemando etapas previas. Según muestran los hechos históricos recientes, el camino para superar el capitalismo pasa por la construcción de un capitalismo de Estado con una economía mixta, estatal y privada, como fase de transición hacia el socialismo.

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Sumando para transformar

cartell_confluenciaAsamblea de confluencia Xarxa Socialista Unificada de Catalunya – Socialismo 21

Documento Político (borrador a debate)

Estamos en unos momentos terribles para las mayorías sociales. Cada vez es mayor la tentación de buscar una salida militar al colapso económico (financiero, de recursos energéticos, etc.) del sistema.

Después de la destrucción del Afganistán, Irak o Libia, ahora las viejas potencias coloniales encabezadas por los EE.UU. pretenden intervenir en Siria. Pero en este proceso van quedando al descubierto sus debilidades. Ahora ya ni tan solo pretenden en Oriente Próximo una remodelación de la zona por ponerla a su servicio. Saben ya hace tiempo que no disponen de suficiente fuerza militar y política. Lo que quieren es sencillamente destruir cualquier poder que se les oponga y generar vacíos en la articulación social para seguir drenando recursos e imponer su globalización.

Además, ahora tienen enfrente una opinión pública que sabe que también es una guerra contra las poblaciones del Centro, que se ven abocadas a una creciente precariedad, en Estados cada vez más policiales, desde Nueva York hasta la Plaza de Cataluña. Los montajes mediáticos de las grandes compañías, que han recurrido incluso a la manipulación de sectas de ultraizquierda oscuramente gestionadas, han intentado frustrar los movimientos de oposición a la guerra. Pero los ciudadanos de los EE.UU. y del Reino Unido se han opuesto con firmeza a esta guerra, mostrando el creciente aislamiento del complejo militar-industrial global.

Por cierto, no podemos dejar de denunciar la patética intervención del PSOE para espolear a un temeroso y escaldado PP a implicar a nuestro país en una intervención militar en Siria aunque la ONU no se haya definido. Seguramente éste es el precio a pagar para que ex-ministros de defensa tengan contratos millonarios en universidades americanas. Se trata de una vergonzosa sumisión que ningún compromiso político debería llevar a que fuera pasada por alto desde la izquierda transformadora. Se trata de un motivo adicional para no seguir empleando en el discurso político el concepto de izquierda separado de su praxis concreta. La ciudadanía está ya harta de que en nombre de conceptos etéreos (por ejemplo, “ser de izquierdas”) se la fuerce a acatar por imperativo legal gobiernos enfangados en el proyecto neoliberal. El socialismo francés, con Hollande convocando una vez más a la guerra, ha sido la última muestra penosa de la falta de conexión entre lo que se hace y los principios o las etiquetas que se invocan.

Hay que desarrollar con toda energía una acción continuada contra la guerra y el imperialismo, vinculando esta lucha con la resistencia contra los recortes.

Mientras suenan los tambores de guerra, otra agresión más silenciosa sigue desarrollándose contra nuestro pueblo. Un pueblo que en toda Europa está sometido a un gobierno fáctico que no se presenta a las elecciones. En la Europa que tantas lecciones de democracia pretende dar al mundo, los poderes financieros gobiernan mediante la corrupción de las instituciones políticas, sociales y jurídicas. Desorientada, la población se ve cada vez más agredida dentro de un marco que culturalmente ha aparecido, hasta hace poco, como democrático y legítimo.

Una gran parte de la izquierda ha asimilado el discurso elaborado por los lobbies, mitificando la Unión Europea. Incluso se han convertido en predicadores y apóstoles que sin rigor, con una ingenuidad y fanatismo propios de los conversos a una fe, han vestido esta construcción neoliberal con los términos de progreso, internacionalismo, pacifismo, garantías sociales y democráticas. Pero pese a toda la propaganda europeísta, ahora en la UE hay 115 millones de personas en riesgo de pobreza (23%) y de 100 a 150 más en el umbral de esta situación. La realidad ya no se puede encubrir con discursos y sueños desconectados de la realidad. En cambio, desde 2008 se han dado a los bancos 4,6 billones de euros, mientras que, en los últimos 15 años, los tres millones de millonarios europeos han visto crecer sus activos mucho más que la suma total de las deudas que ahora tienen los países de la UE. Por supuesto que con ese dinero se podría resolver todo el problema de la deuda, pero, como dice Peter Schwarz, “la actual aristocracia financiera tiene tan poca intención de ceder sus privilegios como la aristocracia francesa de antes de la revolución de 1789” .

El desarrollo de la UE que deriva del Tratado de Maastricht es una pieza fundamental de este proceso. Pero la UE está fracasando como proyecto, no sólo porque no evita que caiga el nivel de vida, no sólo porque la gran mayoría de sus Estados miembros han quedado hipotecados por una deuda ilegítima que no es posible reembolsar, no sólo porque su sistema monetario es insostenible, sino porque también se ha colapsado su capacidad de producción y de penetración en los mercados. Todos los sacrificios impuestos en nombre de la competitividad han llevado paradójicamente a que la UE haya perdido en los últimos 10 años peso en el PIB mundial y en el comercio internacional.

Por esta razón en los últimos meses, ante el temor a un estallido del euro, el Banco Central Europeo ha relajado sus normas. En contra de lo que dicen sus propias leyes y los tratados, desde principios de este año el BCE (como hace la Reserva Federal en los EE.UU.) ha comenzado a crear dinero y a inyectarlo en la economía. La particularidad es que presta a los bancos para que compren deuda de los Estados, permitiendo así que los bancos privados obtengan grandes beneficios con el diferencial entre el interés que les cobra el BCE (casi cero) y el que ellos cobran a los Estados para adquirir deuda pública al precio de una inflada prima de riesgo.

Se trata de medidas de último recurso, que no revertirán el colapso productivo ni la destrucción de empleo y riqueza en la UE. Son solamente unos remiendos para impedir de momento el estallido del euro, pero que no generan ocupación. Antes al contrario, cuantos más rendimientos sacan los bancos de esta actividad especulativa, menos les interesa invertir en la producción de bienes y servicios. Es decir, menos dinero prestan a las empresas productivas, y éstas se paralizan y quiebran.

Por lo tanto, de momento se ha evitado el estallido del euro (por un colapso del pago de la deuda de España o Italia), pero la producción sigue reduciéndose y, con ella, el empleo. Los países, pues, no pueden devolver la deuda, la van pagando a base de contraer más deudas. Por lo tanto, es sólo una cuestión de tiempo que el sistema financiero europeo estalle.

Lejos de reconocer este riesgo, el poder trata de ganar tiempo con la publicación de datos parciales con los cuales intenta seguir recitando la letanía de que estamos saliendo de la crisis. Los intereses electorales empujan al poder a tratar de hacer juegos de manos con las estadísticas. Cierto que algunos indicadores pueden dar la apariencia de recuperación, pero el problema de fondo sigue creciendo. No podemos dejarnos engañar por las cifras. Es cierto que los bancos pueden ganar más, porque el Estado les ha comprado los activos tóxicos a través del “banco malo”, o porque les vende deuda a un alto interés, o porque les regala recursos públicos a precio de saldo con las privatizaciones de urgencia. También la manipulación directa de las cifras contribuye a falsear la realidad, cuando se esconde el paro, o se contabiliza el trabajo a tiempo parcial de pocos días como creación de empleo. Pero la sociedad no mejora: aumentan el paro, la pobreza y la emigración. También las condiciones objetivas para impulsar y sostener una nueva resistencia social.

Mientras el sistema pende de un hilo, el reducido número de oligarcas que se está beneficiando del ataque a los derechos sociales se sienten cada vez más envalentonados ante una respuesta dispersa y poco efectiva de las grandes mayorías. Su osadía es tal que, no contentos con los enormes sacrificios impuestos, este verano reclaman ya otros nuevos: una nueva reducción directa de los salarios del 10%, aumento de los impuestos sobre el consumo (IVA), reducción de las prestaciones sanitarias y educativas, destrucción del sistema público de pensiones acabando con su revalorización con arreglo a la inflación, etc.

Convencidos de su impunidad, se permiten alimentar conspiraciones en forma de denuncias cruzadas que, con el objetivo de lograr una mayor sumisión de los políticos a los empresarios, acaban por poner en evidencia la putrefacción del sistema. También los neoliberales quieren un proceso constituyente. Pero lo quieren en un sentido contrario al nuestro. Y hay que andar con cuidado, porque ellos tratan de desviar de mil maneras el malestar de la gente, para destruir los espacios de participación política y sustraer a las clases populares las conquistas democráticas obtenidas en el siglo XX, a menudo con terribles esfuerzos y sacrificios.

Hoy lo que hace falta es más política, no acabar con la política. El discurso antipolítico es extremadamente peligroso, pues cierra el paso a la posibilidad que tienen los de abajo de cambiar las cosas de forma inclusiva, participativa y pacífica. La antipolítica se expresa también cuando se apela a la irracionalidad, las creencias religiosas, los mitos culturales o las patrias, etc. Es una manera de quitar poder a la ciudadanía para evitar que intervenga de manera racional, inclusiva y democrática. Es una manera de imponer salidas en nombre de intereses abstractos, ya sean patrias o supuestos óptimos técnicos. Se trata de someternos a un poder que, disfrazado bajo banderas o equipos de expertos, sustrae la capacidad de decidir a los de abajo y les impone políticas favorables a los poderosos.

Ante este reto no basta con pedir la dimisión del gobierno de Rajoy o de Mas. Es el sistema el que hay que cambiar. Un sistema que podemos visualizar en la monarquía, que es parte de la corrupción que padecemos, pero no el único elemento. Hay que denunciar el papel del Rey, pero también a la Corte de los 40 empresarios que acompañan a Rajoy y Mas. Todos ellos conspiran, acuerdan o se pelean para tratar de impulsar una refundación conservadora del sistema.

Es evidente que ha acabado un ciclo político. Nuestros adversarios están ya impulsando propuestas de refundación del Estado, para ver de mantener su dominación política. Y eso pasa en todo caso por darle un carácter más liberal, más antidemocrático, más elitista y más injusto.

Hay que alertar a la ciudadanía sobre los llamamientos a falsas refundaciones del sistema que sólo pretenden que todo cambie para que todo siga igual. Dichas propuestas pretenden mantener como sea el dominio de las élites financieras que hoy se expresan en el sistema monetario europeo, creado para asentar ese dominio y arrebatar la democracia política a los pueblos de Europa. Aun así, en un marco social cada vez más inestable, esas élites no acaban de ponerse de acuerdo sobre cómo refundar su dominio.

Unos pretenden modernizar la monarquía con cambios estéticos, otros ya insinúan una república liberal que recentralice el Estado de manera que los gobiernos de las autonomías pierdan capacidad de hacer política social. Otros, finalmente, proponen fracturar el Estado español: unos, los políticos profesionales, para seguir teniendo un discurso que llegue fácilmente a la ciudadanía y obtener un espacio electoral; otros, desde los poderes financieros internacionales, para asegurar más fácilmente su dominio sobre Estados que tengan una capacidad más reducida de negociación con las instancias políticas salidas de Maastricht.

La Constitución de 1978, aun cuando tiene elementos que ahora hay que preservar, ha quedado superada y deslegitimada. Nuestro horizonte ha de situarse en un proceso constituyente que, basándose en el apoderamiento popular, abra paso a otra sociedad, asentada sobre unas bases diferentes, favorables a las mayorías.

Sin embargo, en este proceso de superación, en Cataluña nos encontramos con un problema añadido. Como ya señalamos hace más de dos años, ante la descomposición del Estado de la transición, las clases dominantes ven una posibilidad de legitimarse en el discurso nacionalista. Es un viejo recurso que no teme insistir en fórmulas y eslóganes de triste tradición en Europa. El triunfo de la voluntad fue, antes que lema de un cartel de CiU, el título de una película de propaganda nazi, fundamental en la construcción de su discurso. Las sucesivas secesiones de Yugoslavia llevaron al país a una vorágine de guerras civiles crueles y absurdas, en que salieron perdiendo todos los pueblos ante el discurso irracional de los diferentes nacionalismos, cosa que permitió a los sectores más corruptos hacerse con el poder en todas las nacionalidades, rompiendo todos los compromisos sociales anteriores.

En este proceso, la izquierda tiene una enorme responsabilidad por haber abandonado el discurso propio, la lucha por la hegemonía cultural. Trabajando sólo a corto plazo electoral, se ha colocado a remolque de los medios de comunicación, del discurso dominante, tratando de no salirse de lo “políticamente correcto”. Un discurso marcado por las grandes empresas mediáticas y los medios públicos en manos de las oligarquías, que tienen como prioridad mantener el estado de explotación y, sólo secundariamente, preferencias por una u otra forma política de dominio.

El problema nacional, además, es un tema que divide toda la sociedad por cuestiones culturales y de sentimientos. Incluso nuestra organización, que no está fuera de la sociedad, corre ella misma el riesgo de fracturarse por esta cuestión si no acertamos en el discurso y las formas. No hay, obviamente, una cultura mejor que otra, pero cada persona tiene la suya, que vive con más o menos intensidad y que queda como último referente cuando se diluye el discurso y la esperanza de cambio social.

Por lo tanto, es necesario construir una propuesta, con todo el cuidado pero con toda la energía y sin complejos, para presentar un discurso propio que, sobre la base de los intereses objetivos de las mayorías sociales, nos ayude a salir de la postración y la derrota ideológicas actuales.

Estamos en un momento de grave crisis económica, ante un auge del discurso de diferentes nacionalismos antagónicos, situación en la que sabemos, desde la cultura marxista y desde la mera lógica aplicada a los fenómenos sociales en interés de los de abajo, que:

  • Los trabajadores y, por extensión, la inmensa mayoría de la ciudadanía tienen unos intereses comunes y urgentes en poner freno a los recortes y a la pérdida de derechos.
  • Nuestros adversarios intentan dividirnos y confrontarnos con problemas inventados o agudizando problemas reales a un nivel muy por encima del que objetivamente tienen.

No es nuevo este mecanismo. Como es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, pongamos un ejemplo. En los países árabes, el problema objetivo de la gran mayoría de la población es el expolio de la renta de los recursos petroleros a manos de las multinacionales y sus intermediarios locales: las oligarquías en el poder. Sin embargo, subjetivamente, para mucha gente su mayor problema es poder ejercer su variante religiosa, sin los límites que suponen las otras sectas. No es un problema totalmente inventado, pues es verdad que hay una larga tradición de persecución de minorías (chiítas, salafistas, etc.). Es obvio que la solución no puede ser renunciar cada uno a sus creencias, y menos después de conflictos que han sembrado de insultos, venganzas e incluso cadáveres aquellas sociedades. Para cualquiera persona que lo vea a distancia, la solución es encontrar un marco social que sea satisfactorio para la inmensa mayoría y haga posible la convivencia entre todas las partes. Es evidente que imponer una solución a favor del 60% de la población contra la cultura del 40% no hará más que perpetuar el sufrimiento de todo el mundo. ¿Cómo actúan las oligarquías? Por medio de la provocación, el terrorismo, el espoleo de los conflictos en el marco de unas sociedades atrasadas en que esta chispa encuentra una gasolina a punto para prender dramáticamente en perjuicio de millones de personas.

Cuando se está dentro de este medio social no es fácil construir un discurso transformador. Sigamos con ejemplos. El partido Tudeh de los comunistas del Irán, que estaba fuertemente arraigado entre las comunidades más pobres del país, se vio arrastrado por el discurso de Jomeini, que explicaba la emancipación en clave religiosa contra los “opresores” ajenos a la versión chiíta del Islam, ampliamente predominante al país. Muchos progresistas, entre ellos los comunistas, pensaron que era mejor apoyar este discurso irracional como medio más eficaz para liberarse de la dictadura del Sha. Suponían que, una vez derribado el Sha, las masas entenderían que el origen del problema era el imperialismo y no el alejamiento de la ortodoxia islámica. Es decir, se dejaba para más adelante que las personas fanatizadas mejoraran su nivel de conciencia y superasen el discurso integrista. Esperaban que después de caer el Sha, después del gran día, aquel proceso se convertiría en un primer paso hacia el socialismo. Sin embargo, como bien sabemos, las cosas no fueron así. Dado que no se realizó un trabajo para lograr la hegemonía cultural, una vez caído el Sha se continuó radicalizando el fanatismo, lo que condujo a una persecución religiosa y cultural de la cual el Tudeh fue una de las primeras víctimas.

Los que creen que la radicalización de ciertos nacionalismos considerados más “progresistas” que otros conduce a la libertad y el progreso no conocen la historia más reciente. Entre nosotros no puede haber ninguna clase de tentación nacionalista, respecto de ningún nacionalismo: ni el español ni el catalán. Nosotros somos una organización de marxistas catalanes, una organización nacional catalana, que busca encontrar salidas aceptables para todas las culturas que conforman Cataluña. Nosotros, por muy de moda que esté la patriotería, no podemos ser sus potenciadores y debemos buscar soluciones aceptables para la mayoría y para las minorías, para todas las culturas presentes en el país.

Partiendo de que queremos el apoderamiento de las personas, debemos defender el derecho a decidir, pero no tal como los nacionalistas lo están formulando en Cataluña, entendido únicamente como derecho de secesión respecto de España y sin ningún contenido social.

Tal como hoy lo ha formulado la Asamblea Nacional de Cataluña, se pretende que el pueblo niegue su capacidad constituyente y se defina únicamente entre la Constitución superada de 1978 o la independencia formal de España, pero bajo la férula de los tratados europeos. Su derecho a decidir se limita a que escojamos entre Berlín y Madrid, pero nunca fuera del marco neoliberal del sistema que nos han impuesto en los últimos decenios.

El eficaz recurso de las fuerzas conservadoras a la movilización social, tradicionalmente característica de la izquierda, ha descolocado a una izquierda sin capacidad analítica. Una izquierda que se mueve sólo entre el electoralismo inmediato y el seguidismo de las manifestaciones públicas de las masas, independientemente de su orientación (“¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.”). Olvidan que la gente también puede equivocarse. Que el poder puede engañar a las personas y movilizarlas a su favor. La izquierda tiene claro que el hecho de que gane electoralmente el neoliberalismo no es un motivo para aceptar su discurso. Pero, en cambio, cuando el poder alcanza la hegemonía cultural y moviliza la sociedad en la forma tradicionalmente propia de la izquierda (manifestaciones, cadenas, concentraciones, etc.), parece que no podemos hacer otra cosa que aceptarlo y sumarnos. Y hay que decir que esta resignación la encontramos desde la izquierda más moderada a la más radical: es una enfermedad que ha devenido transversal.

Por supuesto que hay razones que lo explican. El nacionalismo catalán no ha sido un nacionalismo que oprimiese a otros pueblos y ha sido históricamente antifascista. El nacionalismo español ha actuado de forma chapucera e insultante contra Cataluña, ha impugnado su último Estatuto (por cierto, devaluado previamente por la ahora independentista CiU), ha marginado de la cultura del Estado las lenguas diferentes del castellano y las ha perseguido en lugares donde son minoritarias (Aragón, Valencia…), ha obstruido la transparencia en la distribución de los fondos comunes, ha espoleado el anticatalanismo en otros territorios del Estado, etc. Todas ellas son razones que explican la aceptación del discurso nacionalista, pero que no la justifican.

¿Qué hacer en este contexto? Tenemos elementos en nuestra cultura que nos permiten trazar unas líneas orientadoras que, aunque genéricas, marcan unas posiciones que no podemos abandonar so pena de situarnos fuera de la tradición emancipadora:

  • Defender el derecho de autodeterminación de los pueblos.
  • Defender a las minorías nacionales y a las naciones oprimidas. Lo cual incluye el derecho de todas las minorías a ser respetadas e implica oponerse resueltamente a cualquier formación política o Estado que justifique, promueva o haga suya cualquier forma de limpieza étnica.
  • Defender proyectos de convivencia no excluyentes, de carácter federal.

En general no tenemos problemas en la aceptación colectiva de estos principios generales. El gran problema que ahora tenemos es que, en el marco de la renuncia a la hegemonía por la izquierda que se quería transformadora, no hemos concretado aquí y ahora cuál puede ser el proyecto federal de convivencia. En ausencia de este proyecto, el derecho a decidir ahora y aquí queda reducido al ejercicio de la independencia. Y de una independencia muy concreta, la que nos somete a la UE y al neoliberalismo.

En realidad, bajo lo etiqueta de “derecho a decidir” se esconde una propuesta constituyente que, una vez más, se hace de espaldas a la participación de la gente. Con la propuesta de secesión de España y sumisión a la UE como única salida, nos encontramos, después de los aspavientos, celebraciones y discursos, nuevamente delante de una forma de pensamiento único. Que tiene, además, un alto riesgo.

Un conflicto entre nacionalismos en el seno del Estado español puede, en el mejor de los casos, situar este problema como prioritario en la agenda política de España y Cataluña, por delante de la progresiva destrucción de derechos políticos y sociales. En el peor de los casos, puede derivar en la confrontación violenta, donde es evidente qué clases sociales pondrán los cadáveres a uno y otro lado (como en Yugoslavia).

Pero incluso si el proceso fuera pacífico y aceptado por el nacionalismo español y su ejército (cosa que ya es mucho suponer), entrañaría un nuevo nivel de conflictos en Cataluña. Al día siguiente de la independencia tendríamos el mismo grado de sometimiento a Bruselas y Berlín, los mismos recortes, los mismos privilegios para los bancos y los “mercados”. Pero entonces ya no se podría echar la culpa a Madrid y habría que buscar nuevos enemigos para canalizar la frustración. Efectivamente, al día siguiente, Boi Ruiz o su sucesor continuaría destruyendo la sanidad pública, alargando las colas de espera e imponiendo el “copago”; Mas Culell o quien lo suceda continuaría subiendo las tasas universitarias y despidiendo personal del sector público. Si en lugar de CiU gobierna ERC, sometida a la disciplina de los mercados impuesta por la UE, continuará aplicando la misma lógica que ya aplica ahora al dar apoyo a las políticas neoliberales de CiU desde el Parlamento. Se invocará, como ahora, el interés supremo de la patria, las amenazas de los enemigos que nos rodean. Pero como no habrá suficiente con eso, habrá que inventar nuevos enemigos. Y éstos serán los “malos catalanes”, aquellos que ha llegado tarde, que no tienen apellidos adecuados, que no pronuncian de manera ser apropiada la lengua única o muestran poco entusiasmo en los rituales patrióticos. Al día siguiente descubriríamos al enemigo interno, como pasó en las repúblicas bálticas. Ahora en Letonia hay un 21% de la población sin voto ni derecho de ciudadanía porque no habla el letón lo bastante bien. En Estonia es el 10%. Señalemos que ésta es una situación tolerada por la formalmente democrática UE, 20 años después de la independencia de aquellos países. En Cataluña podría ocurrir también que los “xarnegos” de las ciudades industriales se convirtiesen en los nuevos parias, y su situación no sólo los perjudicaría a ellos, sino a todos los trabajadores catalanes, con salarios presionados a la baja por una nueva ola de sin-papeles o de ciudadanos de segunda. Por supuesto, entre las consecuencias políticas estaría el crecimiento del nacionalismo fascista entre unos y otros, y una permanente desestabilización de Cataluña y de la Península Ibérica. Sería nuestro tránsito, no a una Suiza mediterránea, sino a una república “bananera”, semicolonia de Alemania.

¿Qué hacer frente a estos riesgos? Lo que seguro que no podemos hacer es mirar a otro lado y sumarnos a los discursos patrióticos y simplistas promovidos por el poder. Pero a la hora de hacer propuestas, las cosas no son sencillas, no podemos improvisar un discurso propositivo después de años de mutismo y seguidismo.

Hay que articular una propuesta federal que sea aceptable y atractiva para la gran mayoría de los ciudadanos. Una propuesta que pluralice el derecho a decidir, hoy reducido a la opción entre independencia sí o no.

En la vía hacia la emancipación socialista, entendemos que hoy hay que dar contenido a la propuesta de República Catalana Federal y Social. Una república en la que la ciudadanía tenga toda la soberanía para decidir su política económica y su vinculación con los otros pueblos. Una vinculación imprescindible si se quiere disponer de la fuerza suficiente para imponerse a los grandes poderes financieros catalanes, españoles e internacionales.

Esta propuesta ha de abrirse paso en Cataluña, pero también en el resto del Estado español. Es necesario que, a partir de nuestra articulación estatal con Socialismo 21, se impulse el debate y la propuesta concreta federal por todo el Estado. Necesitamos que también al otro lado del Ebro se entienda que España es plurinacional. Que se entienda esta diversidad como una riqueza y no como un problema. Que se entienda que hay que construir desde abajo, respetando y defendiendo la diversidad cultural, respetando la autonomía, estableciendo relaciones fraternales y de solidaridad, que superen las imposiciones o cualquier pretensión de superioridad lingüística o cultural.

¿Cuáles son las bases de este federalismo fraternal y solidario? Podemos formular ya ahora algunos principios:

  • No está limitado por ningún marco anterior, sea la Constitución Española o el Tratado de Maastricht.
  • Da el derecho supremo a decidir a la ciudadanía, entendida como conjunto de personas que habitan un territorio, sin exclusiones ni prelaciones por motivos de lengua, cultura, sexo o religión.
  • Reconoce la libertad de las personas para usar los vehículos lingüísticos y culturales de su preferencia. Reconoce el derecho a la protección de toda cultura y lengua presentes en nuestro territorio. Establece el catalán como lengua de comunicación propia y facilita su acceso, oponiéndose a toda discriminación o exclusión por deficiencias en su conocimiento. Entiende el conocimiento universal del castellano como una riqueza y no como un problema para Cataluña.
  • Busca construir puentes de convivencia entre sus ciudadanos, penalizando toda propaganda que promueva el odio y la confrontación entre lenguas y culturas.
  • Establece mecanismos presupuestarios transparentes, basados en la solidaridad, la capacidad, la progresividad fiscal y la igualdad ante la ley.
  • Articula la organización social sobre la base de la subsidiaridad, consistente en aproximar a la ciudadanía, tanto como sea técnicamente posible, las competencias de decisión. Es decir: todo cuanto sea posible decidir a nivel de barrio o municipio (gasto público local, servicios locales, etc.) se ha de decidir en dicho nivel con la máxima participación de las personas implicadas. Todo aquello que afecte a un ámbito más general (pensiones, sistema fiscal, moneda) ha de decidirse al nivel más alto, asegurando que las instituciones sean controladas por representantes apoderados plenamente por la ciudadanía.

Hay que dar poder a la ciudadanía, para que, desde abajo, imponga formas avanzadas de democracia y articule una nueva solidaridad social que sea capaz de hacer frente a los poderosos adversarios que hoy tenemos.

Hoy nuestro instrumento principal es la agitación política y cultural contra aquellos que imponen la dictadura del capital mediante formas cada vez menos sutiles. Hay que generar otro relato de futuro posible contra el Leviatán que nos espera si nos resignamos.

Además, es necesario que este discurso alternativo tenga estructura organizada. Sin ella nada es posible en un mundo controlado por los sistemas de comunicación en manos de los monopolios y por unos órganos de seguridad y control al servicio de los poderosos.

En tercer lugar, esta organización ha de ayudar a consolidar las resistencias, a darles cuerpo orgánico y a enlazarlas transversalmente con otras resistencias.

Hoy, el Frente Cívico – Somos Mayoría es un movimiento en esta dirección que hay que impulsar, una vez se ha constituido formalmente a nivel estatal el pasado mes de julio. Ahora hay que desarrollarlo en cada localidad y sector de Cataluña. Y hacerlo de manera inclusiva, implicándolo y vinculándolo a los movimientos sociales emergentes. El FCC ha de crecer en su acción social, liderando la convergencia entre movimientos, promoviendo la resistencia y asociando a miles de personas en defensa de un programa de oposición activa a los recortes, para hacer posible una salida de la crisis favorable a la mayoría.

Esto implicará realizar un gran esfuerzo en el impulso de las campañas que la Mesa y Coordinadora del FCSM vaya promoviendo en los próximos meses a nivel estatal.

Pero aquí en Cataluña debemos continuar además actuando en los movimientos sociales donde estamos presentes para impulsar la respuesta social.

En particular, hay que dar un último impulso a la ILP por la Renta Garantizada, que ya ha sido un éxito al denunciar al nacionalismo conservador, extender la solidaridad con los excluidos y ayudar a organizar los parados. Una vez acabe la recogida de firmas, habrá que continuar proponiendo medidas de movilización para ir impulsando la construcción de tejido social sobre propuestas concretas y condicionar la decisión del Parlamento de Cataluña.

Además es necesario que abramos un nuevo frente en el ámbito de la defensa de las pensiones. Hemos creado la Sectorial de Personas Mayores de XSUC-S21 y hemos promovido un importante contrainforme que denuncia las falsedades del discurso neoliberal. Ahora hay que pasar a alzar la resistencia de manera creativa e imaginativa, procurando que el millón de pensionistas de Cataluña se ponga en pie y pare las agresiones contra el sistema público de pensiones.

Finalmente, debemos reforzar nuestro trabajo en el seno de EUiA e ICV. Sabemos que son organizaciones que tienen un débil latido interno y que están muy condicionadas por su deriva institucionalista, que las ha ido convirtiendo partidos clásicos de profesionales de la política. Pero aún hay cientos de miles de personas, básicamente de izquierdas, que las consideran su opción electoral. Las encuestas en este sentido muestran un aumento notable (especialmente de IU en el resto del Estado) en las proyecciones de futuras elecciones.

Que situemos como prioridad el impulso de los movimientos sociales no nos debe hacer perder de vista la necesidad de intervenir también en el plano electoral e institucional. En este ámbito, nuestro objetivo no es tanto intervenir en las listas (aunque no todas las personas son iguales y no es indiferente quién tiene la proyección pública en cada momento), sino condicionar el máximo posible el discurso, el programa y las formas de intervenir. Hay que sacar dichas formaciones políticas a la calle, hacer que se “mojen” sus cargos institucionales en otra dinámica, condicionar sus decisiones para que no queden fácilmente secuestradas dentro de alianzas o gobiernos de concentración. Y que, si lo hacen, sea con la máxima contestación desde fuera y desde dentro.

Mucha gente aún cree, o quiere creer, que basta con un cambio de voto para cambiar las cosas. Deshacer esta ilusión nos obliga también a irrumpir en el ámbito de aquellas formaciones políticas con propuestas, crítica e iniciativa. Por lo tanto, en la medida en que nuestros activistas tengan el convencimiento, la fuerza y la posibilidad de intervenir, hay que actuar también en este frente de lucha ideológica y política.

Estamos a las puertas de momentos de gran convulsión económica y social. Se abre una oportunidad de cambio con la que no podemos dar al traste. Pero, además, existe una necesidad objetiva de crear esperanza en un sentido emancipador, porque, en el terremoto social que estamos viviendo, o abrimos una salida hacia la fraternidad y el socialismo, o los poderosos condenarán la sociedad a la destrucción, la violencia y la tiranía. Desde este reto hay que llamar a las personas más conscientes, los mejores activistas sociales, todos aquellos y aquellas que entienden la dimensión de la tragedia que vivimos y están dispuestos a trabajar de forma solidaria y creativa, a dar un paso adelante. A todas ellas las convocamos a ocupar su lugar en nuestra organización para la reflexión, la organización y la lucha.

Documento organizativo

La XSUC y S21 hemos dado un paso adelante formalizando nuestra organicidad y constituyéndonos como asociación con fines políticos y de carácter alternativo al sistema. Sabemos que sin sujeto revolucionario organizado no hay posibilidad de cambio. Sabemos que es necesario un instrumento orgánico para el debate y la configuración del proyecto transformador de carácter socialista, pero queremos hacerlo sin fracturar más el rompecabezas de la izquierda transformadora.

El 26 de mayo de 2012, en su IIIª Sesión Plenaria, la Asamblea de la Xara Socialista Unificada de Catalunya acordó la constitución del Comité de enlace con Socialismo21. Por otro lado, en la IIª Asamblea Estatal de Socialismo21, celebrada en Málaga entre el 2 y el 4 de noviembre de 2012, se acordó iniciar un proceso de confluencia entre las dos organizaciones. Proceso del que ahora cerramos una etapa.

Con el proceso de confluencia que cerramos el 13 de octubre de 2013 damos un paso más para forjar el tejido de un nuevo sujeto revolucionario, que tenga capacidad teórica, política y organizativa para impulsar la superación del sistema. Pero no cerramos el proceso, que continúa en construcción y que necesita de la complicidad y el compromiso de muchas más personas.

Hemos decidido constituir una organización que no se propone intervenir a corto plazo en el espacio electoral y que, en cambio, sitúa su prioridad en desarrollar la actividad allá donde otros han renunciado prácticamente a estar presentes. No queremos crear fracturas abriendo nuevos espacios electorales, porque entendemos que falta un trabajo previo de construcción de tejido social. Entendemos que es mucho más fácil construir una organización para el cambio si superamos debates contaminados por intereses personales y desprovistos de perspectiva transformadora. Pero que quede claro que no fracturar no significa no intervenir y que, por lo tanto, nos reservamos el derecho a intervenir activamente en el seno de la izquierda transformadora para promover o criticar las propuestas en el ámbito institucional, sin ninguna clase de sumisión ni hipoteca.

Nosotros no tenemos una propuesta cerrada ni acabada. Pero sabemos que, si logramos construir tejido social, las grandes mayorías encontrarán la forma de unirse, definir prioridades y establecer caminos para generalizar la desobediencia ciudadana y abrir un proceso constituyente. Es en este marco donde se ha de definir qué modelo de sociedad es el más adecuado para la ciudadanía.

En el marco de este proyecto, reivindicamos la necesidad de reunir a todos aquellos que comparten un horizonte socialista. Sabemos que sin un análisis colectivo de la situación concreta, sin un intercambio de información y propuestas, sin un estudio cuidadoso de las experiencias del pasado y el presente, no es posible confrontar con éxito el sistema. Compartimos la idea de que es necesaria la articulación de un sujeto político revolucionario, que se proponga la superación del sistema vigente. Una organización que, sin esconder su proyecto socialista, haga posible primero la resistencia y después el cambio.

La Xarxa Socialista Unificada de Catalunya y la asociación de ámbito estatal Socialismo 21 compartimos la necesidad de establecer un método orgánico de trabajo que haga viable un proceso de emancipación socialista a partir del proyecto político enunciado anteriormente.

Queremos construir un nuevo sujeto político que asegure tanto una elaboración colectiva en tiempo real como una estructura regular que sea capaz de arraigar en el territorio y en los diversos sectores de trabajadores para impulsar nuestro proyecto de emancipación social. Sabemos que los trabajadores reaccionan contra las agresiones si disponen de instrumentos adecuados, y por eso tratamos de ayudar a construirlos. Pero para ir más allá de la resistencia y abrir los caminos de la emancipación son también necesarios instrumentos de concienciación que ayuden a entender la naturaleza de la explotación a la que estamos sometidos y que permitan descubrir y trazar las vías para cambiar de raíz las reglas del juego, cambiar el sistema social.

Hemos aprendido de la historia del movimiento obrero que una organización de este tipo se caracteriza por atender a la formación de sus afiliados, estimular el debate y la reflexión, estudiar colectivamente, en la práctica, las formas de lucha, proponer iniciativas y acciones, extender las experiencias y las resistencias. Procedemos del hilo rojo del marxismo, una tradición política y cultural que aporta un instrumento teórico extremadamente valioso como método de interpretación de la realidad social. Pero sabemos que ésta se hace en el día a día, a partir del análisis crítico de la realidad y de los intentos de transformación social. Mientras el capitalismo ha entrado en una etapa senil, por más que se presente a sí mismo como la única posibilidad de organización social, nosotros afirmamos que las vías para su superación no están escritas y son diversas. Es por eso por lo que aprendemos de la realidad para transformarla. Es por eso por lo que estudiamos a todos los grandes revolucionarios y pensadores de nuestra tradición y nos inspiramos en su ejemplo, pero sin cerrarnos en ninguna clase de dogmatismo ni esquema preconcebido. Es por eso por lo que buscamos nuevas vías, sin miedo a encontrar nuevos caminos, sin encerrarnos en la lectura de ningún manual ni catecismo, escuchando y considerando todas las voces críticas y evaluando todas las propuestas en el ámbito de la práctica social, con la única finalidad de hacer posible acabar con la explotación de la persona por la persona.

En el siglo XXI, una organización para la transformación social ha de ser altamente participativa y ha de estimular la creatividad y la iniciativa de sus afiliados. No resultan ya útiles las estructuras piramidales en las que no es posible elaborar propuestas sin la aprobación y el control de la dirección, en que muy pocas personas concentran la información y el poder de decisión, en que se separa la praxis cotidiana del proyecto final que se proclama. No hay más que mirar a nuestro alrededor para observar cómo el sistema ha aprendido a neutralizar las viejas organizaciones. Hoy es necesario el uso intensivo de la inteligencia colectiva organizada y potenciada en todas sus capacidades. Éste es el verdadero tesoro de los de abajo: que somos la inmensa mayoría. Pero para que este tesoro pueda hacerse valer, es necesario trabajar en red, activar tejidos orgánicos que tengan al mismo tiempo autonomía y coordinación.

Desde nuestra organización hemos ido construyendo un tejido que hoy está presente a lo largo y ancho de Cataluña en espacios muy diversos. Hemos alcanzado un desarrollo interno que nos ha permitido intervenir, proponer, ayudar a impulsar la transformación y definir un proyecto político de cambio. Ahora bien, aún tenemos una estructura territorial muy débil, pocas organizaciones locales y en los centros de trabajo. Necesitamos dar un salto cualitativo, sin renunciar a nuestro estilo de trabajo.

A partir de ahora conformamos una única organización, federada en el Estado español con Socialismo 21 y con voluntad de incorporar nuevos colectivos, cuadros y activistas de la tradición emancipadora marxista.

Puede parecer complejo que nos propongamos construir al mismo tiempo un nuevo tejido social en los territorios de Cataluña y una propuesta política de Frente Cívico que, articulado en torno a un programa mínimo, genere un movimiento sociopolítico que haga frente a la ofensiva neoliberal, así como un sujeto revolucionario que, aspirando a transformar la sociedad en una dirección socialista, impulse la generación de una conciencia que se proponga superar el actual sistema y cree un tejido orgánico capaz de desarrollar una propuesta política que haga viable el cambio. Pero en realidad son partes de un mismo proceso, que hemos de saber desarrollar simultáneamente. XSUC-S21 sólo podrá ser útil si se proyecta en el seno de nuestra sociedad impulsando, además de la reflexión, propuestas concretas de intervención, en los movimientos sociales en general y en el movimiento obrero en particular.

Además debemos intervenir en el plano institucional, reforzando las opciones electorales más favorables para los trabajadores. Hoy, el marco de EUiA-ICV es el punto de referencia institucional de un sector muy importante de trabajadores y activistas. Hay que mantener la posición en este ámbito de la realidad política, sin perder autonomía ni renunciar a expresar todas las criticas necesarias, pero manteniendo este espacio como un ámbito de trabajo y acción, y saber emplear a fondo las facilidades y complicidades institucionales que podemos encontrar en su seno.

Sólo podrá el nuevo sujeto revolucionario pasar de pretender serlo a serlo de verdad, si al mismo tiempo construimos un tejido social de oposición al sistema actual que incorpore y dé vida a las grandes mayorías. Es en ellas donde nos reforzaremos hasta hacernos invencibles por el sistema que ahora nos ahoga, persigue y amenaza.

La XSUC-S21 ha de tener presencia en los centros de trabajo y ha de poseer, además, núcleos sectoriales de actividad. Pero sin arraigar en el territorio no podremos convertirnos en una fuerza crítica que sea suficiente para impulsar la sociedad en una nueva dinámica que permita, más pronto que tarde, crear otra hegemonía. Por lo tanto, independientemente de las iniciativas que desarrollamos para consolidar los espacios centrales de la organización, tales como comunicación, iniciativa política y organización, los espacios sectoriales de movimiento obrero, movimientos sociales y solidaridad, es necesario que cada asamblea territorial haga un plan de trabajo concreto y gradual para dotarse de un campo de trabajo donde vaya en esta dirección de apoderamiento y socialización ciudadana.

Finalmente, hay que recordar que la propuesta socialista siempre supone una perspectiva internacionalista que permita articular la resistencia general al sistema desde nuestro espacio concreto. Hay, por lo tanto, que impulsar una cultura internacionalista y de paz, promoviendo una visión antiimperialista que incluya el movimiento por la paz, fortaleciendo los organismos de solidaridad con Latinoamérica y reforzando la relación transversal con los movimientos políticos y sociales europeos de cariz anti-neoliberal. Hay que impulsar, por lo tanto, un Espacio de Solidaridad en nuestra organización.

Para asumir las tareas propuestas necesitamos un funcionamiento más regular, estructurado y organizado. Para hacer frente a los retos que se nos vienen encima, hay que adaptar XSUC-S21 mediante algunas reformas organizativas que nos permitan cubrir satisfactoriamente estas tareas a partir de la experiencia de los últimos meses de trabajo del la Comité de enlace. Proponemos adoptar en esta Asamblea de confluencia las siguientes medidas:

  • Constituir a todos los niveles en el ámbito de Cataluña una única organización bajo la denominación “XSUC-S21”. La organización mantendrá la publicación de FARGA en Cataluña y la pagina web XSUC.CAT vinculada al Estatal de S21.
  • Incorporar XSUC-S21 al Comité Permanente Estatal de Socialismo21.
  • Asumir el programa de XSUC-S21 como un elemento de compromiso e identidad colectiva de toda la afiliación.
  • Constituir los organismos de la nueva organización con las personas más adecuadas, por su capacidad y disponibilidad, de las dos organizaciones anteriores.
  • XSUC-S21 contribuirá financieramente al sostenimiento estatal de Socialismo21, proporcionalmente a su peso organizativo.
  • Dotarnos de un modelo orgánico articulado en Asamblea de activistas, Consejo y Junta. Esta estructura se dotará, para el trabajo cotidiano, de asambleas territoriales, comisiones y sectoriales.

Pasamos en seguida a examinar las funciones y propósito de cada elemento de la estructura:

La Asamblea de activistas comprende el conjunto de los afiliados y expresa su soberanía para abordar toda cuestión relevante y toda decisión estratégica de la organización. En ella se debate la situación política y se establece la estrategia y las líneas generales de trabajo. Vista la experiencia, proponemos celebrarlas normalmente de forma más espaciada en el tiempo que lo que era costumbre en la anterior XSUC y acercar su frecuencia a la habitual en Socialismo21, es decir, con periodicidad anual. El método de trabajo ha de dar prioridad al consenso por encima del recurso a las votaciones mecánicas, garantizar el respeto al disenso y la pluralidad, pero también la operatividad y la cristalización de acuerdos que orienten un trabajo práctico en el marco de la realidad social en la que estamos inmersos. La Asamblea escogerá los miembros permanentes de la Junta, que serán responsables delante de la misma de la ejecución de sus acuerdos.

El Consejo de activistas está compuesto por los coordinadores de las comisiones y sectoriales, los responsables territoriales y los miembros de la Junta. El Consejo tendrá una frecuencia ordinaria bimestral. Sus sesiones estarán abiertas a la participación de todos los activistas siempre que sea técnicamente posible. Se levantará acta pública de sus acuerdos. Tal como hemos ido haciendo hasta ahora, cuando una persona no pueda asistir, hay que asegurar la participación de otro miembro de su comisión. Si hay un tema particular que tratar, deben asistir los cuadros más implicados, tanto en la Junta como en el Consejo. En caso de que una persona abandone su responsabilidad por el motivo que sea (enfermedad, agotamiento, imposibilidad laboral, etc.), la Junta cooptará otra persona para cubrir aquella responsabilidad hasta la siguiente Asamblea.

La Junta, escogida en la Asamblea, se reunirá cada semana de manera ordinaria. Estas sesiones estarán abiertas a todos los miembros del Consejo. Se levantará acta pública de sus acuerdos. Proponemos conformar inicialmente la Junta con las siguientes personas: Xavier Bernat, Miguel Candel, Rosa Cañadell, Empar Cogollos, Carme Conill, Eva Duran, Albert Escofet, Ivan Escofet, Ramon Franquesa, Anna Gabarró, Ernesto Gómez de la Hera, Pedro Jiménez, Eduardo Luque y Diosdado Toledano.

Las asambleas territoriales agruparán de manera regular a los afiliados de un territorio. Se constituirán en el ámbito geográfico que los afiliados consideren más útil para su intervención cotidiana (barrio, ciudad o comarca). Tendrán como tarea llevar al territorio el desarrollo de nuestro proyecto. Para cumplir estas tareas conformarán los equipos de trabajo que les permitan continuidad y coordinación. Desde Organización hay que establecer progresivamente un censo de responsables territoriales y comisiones permanentes de las asambleas territoriales.

Las comisiones asegurarán, en el marco de un trabajo colectivo, el desarrollo del trabajo en las siguientes áreas como mínimo: comunicación (Farga, web, comunicación 2.0, propaganda, relación con medios de comunicación), iniciativa cultural (impulso político del Ateneo), formación (cursos, conferencias y material de apoyo argumental), movimientos sociales (impulso y apoyo de los movimientos y sus iniciativas), mundo del trabajo (análisis, impulso y apoyo frente el conflicto laboral), organización y finanzas (administración de los recursos económicos y actualización de censos), solidaridad internacional (impulsar la coordinación con los movimientos emancipadores de todo el mundo y, muy en particular, de Europa y América Latina) y relaciones políticas (relaciones con otras fuerzas e impulso del proceso de confluencia del socialismo revolucionario).

Las sectoriales aseguran la coordinación de los activistas implicados en frentes de lucha homogéneos, para elaborar propuestas a partir del intercambio de información, así como ayudar al impulso de las respectivas luchas sectoriales. Se plantea actualmente la conformación de las siguientes áreas, como mínimo: educación, salud, personas mayores, universidad, solidaridad y jóvenes.

Acabamos con algunas reflexiones más concretas:

Esta Asamblea no cierra la posibilidad de incorporar otras organizaciones, colectivos y personas a un proceso que, como la dinámica política, está muy lejos de haberse cerrado. Con la proyección de nuestra imagen pública hay que ser cuidadosos para no caer ningún comportamiento de exclusión ni de soberbia.

Por lo que respecta a la cuestión financiera, necesitamos más recursos para ampliar nuestra actividad. Nuestras obligaciones financieras quedan ahora incrementadas por la contribución al proyecto estatal S21. Hay que regularizar las cuotas y hacer un esfuerzo para formalizar la afiliación, cosa que, además, tiene un sentido político y de compromiso. En el caso de parados, pensionistas y personas con dificultades económicas, debemos encontrar los mecanismos de contribución no financiera que les permitan sentirse plenamente implicados en el proyecto. Por otro lado, hay que buscar nuevas formas creativas de financiación de nuestra actividad. Hay que buscar formas de colaboración externa, desarrollando actividades culturales que ayuden a nuestra financiación. En todo caso, debemos seguir con la idea de dirigir nuestros recursos a la actividad política y apoyarnos en el trabajo voluntario y no profesional de nuestros activistas en la medida de sus posibilidades, sea en forma de contribuciones en las reuniones en que participen, sea a través de una cuenta bancaria.

Tenemos pendiente desarrollar un plan de formación y captación que permita mejorar la capacidad de análisis y argumentación de nuestros cuadros y acercarnos a sectores que nunca han trabajado políticamente, especialmente entre los jóvenes.

Hay que regularizar el proyecto del Ateneo Octubre, asegurando una dirección, implicando a más personas que colaboren y reforzando su programación. Esta experiencia ha de extenderse a aquellos territorios donde tengamos más incidencia, creando más ateneos.

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La Marca Malaya. Este reino huele a podrido

Carlos_Martinez_presidente_Attac_EspanaCarlos Martinez 

Uno de los hechos que más contundentemente manifiestan lo que es la “marca España” del PP y su Estado de café con leche en la Plaza Mayor -de Madrid, por supuesto- es el caso Malaya. Desde sus inicios con las mayorías absolutas de un mafioso autoritario llamado Jesús Gil, varias veces condenado y que llegó a la ciudad -ya en esos momentos con una gran población de aluvión- Marbella, a hacer negocios, especular con el ladrillo y de paso construirse un mini-estado a su medida.

Marbella que previamente a nivel local vivió una crisis de sus agrupaciones políticas locales, el desmembramiento de la izquierda y el centro-izquierda con un plan de urbanismo atascado y “tele-dirigido”, adobado todo ello con una mala gestión, lo que  facilitó el acceso en olor de multitudes de un personaje vergonzoso para cualquier persona medianamente normal y con algo de cultura, ya sea popular o política. Marbella, votó en varias ocasiones a Gil e incluso a su ridículo sucesor por amplias mayorías absolutas. El GIL de hecho no fue derrotado en las urnas sino por un juez justiciero, atípico y valiente que instruyó el sumario e inició el caso Malaya. Eso es la marca España.

Pero hay más. La marca España también nos deja una sentencia para este caso conocido como Malaya, que demuestra que la justicia española y la practicada en Sicilia, Regio Calabria, Zelaya o Ciudad Juarez bajo las metralletas de la mafia o el narcotráfico, están al mismo nivel. A personajes como Roca o Julian Muñoz les ha salido muy barato delinquir. Aunque no solo a ellos, sino a su corte de los milagros, constituida por constructores afines y ex-concejalas cómplices. Daba rabia y vergüenza ver salir de los juzgados a un tipo conocido como Sandokan celebrando su triunfo.

El condenado Roca, feliz y su mujer con una sonrisa de oreja a oreja pues su marido no estará ya más de tres años en la cárcel y luego a disfrutar de lo ocultado bajo las losetas y en los paraísos fiscales, que para eso están. Las multas, esas no las pagarán pues son insolventes y lo que les queda “legalmente” no da para nada.

Ese es el panorama de la cutre burbuja inmobiliaria, que ha dejado en el Reino de España un montón de especuladores chulos, incultos y cutres enriquecidos y millones de parados y paradas así como los mismos bancos y cajas de ahorros que les prestaron un dinero que seguramente también pagó extorsiones a políticos y políticas con un gran agujero que ahora los ciudadanos y ciudadanas burlados por una sentencia injusta, miedosa y parcial, pagando la quiebra bancaria y con la deuda de impresentables, ladrilleros y bancarios sin escrúpulos convertida en deuda pública. Pegándola a base de recortes, despidos y pensionazos varios.

No quiero olvidar que Marbella está en Andalucía. A todos los efectos, lo recuerdo.

Este reino de la corrupción esta podrido. Huele mal y el régimen del 78 que no fue capaz de depurar a la Justicia -como carrera- franquista, está igualmente putrefacto. Nada en este sistema es capaz de regenerarse. Pero la corrupción también es capaz de manchar al pueblo. Engañarlo, darle migajas y hacerlo feliz con un puñado de higos. No me meto con la gente, como escape a la incapacidad manifiesta de las izquierdas y los sindicatos, así como los movimientos sociales a conectar con ella, sino porqué un pueblo al que le quitan las becas de sus hijos, le suben la tarifa eléctrica de forma abusiva y ladrona, paga la gasolina más cara de su historia, le roban sus pensiones y no ha reaccionado ya con contundencia, perdonen ustedes pero algo de responsabilidad tiene.

Franco hizo una guerra civil lenta y de exterminio. Practicó una cruel limpieza étnica y dejó el miedo metido en el cuerpo para generaciones. Esto que digo, ni es mentira, ni es una tontería. La derecha heredera de Franco, toda ella, sea política o económica, lo sabe y por eso aquí siguen habiendo muertos en las cunetas y varios gobiernos socialistas no tuvieron el valor, ni la vergüenza para destruir el mausoleo de Franco en el valle de Cuelgamuros. Franco cambió sociológicamente al pueblo y ahora hemos de reaccionar y rebelarnos ya de una vez. En la transición casi lo conseguimos, pero nos frenaron nuestros dirigentes y encima los militares de Franco dieron un golpe de estado de advertencia. Golpe de estado, por cierto, tampoco nunca clarificado.

De esos polvos, estos lodos. Ladrillazos, corrupción, favoritismos judiciales y gubernamentales para la familia real y el partido de la derecha. Esa es la marca España.

Por eso hemos de reaccionar. Hemos de construir el sujeto político amplio, popular y social, profundamente social que nos libere de la oligarquía rentista y cutre que nos domina. Los banqueros que hace más de cien años que nos atracan y los herederos de Franco.

No apostar ahora por frentes sociales para la resistencia y la regeneración. Amplios, convergentes y con un programa que acabe con la reforma laboral, la reforma financiera, la justicia corporativa y conquiste la democracia, la banca pública, defienda y extienda lo público y el sector público, haga una reforma fiscal progresiva y proponga una nueva ley electoral, el derecho a decidir y una nueva Constitución, es un suicidio colectivo. Muchas y muchos, no estamos dispuestos a suicidarnos. Algunos y espero cada vez más incluso propugnamos el tránsito hacía el socialismo en una nueva sociedad más justa, verde y defensora de la madre tierra.

 

 

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¿Dónde se encuentra el pueblo soberano?

images«…No son las votaciones, el procedimiento, tal como sostiene el procedimentalismo Político, lo que garantiza la existencia y poder de la Democracia. Y para muestra basta el botón de la actual realidad en España»

Exposición de Joan Tafalla en el Campamento Dignidad de Mérida
                       
Buenos días a todas y todos,

Agradezco a los organizadores del Campamento Dignidad la oportunidad de dirigirme a vosotros. Espero que mi intento de trasladaros algunas de las reflexiones que hemos hecho en nuestro librillo escrito al alimón con mi amigo y sin embargo camarada, Joaquin Miras, os sean de alguna utilidad, en vuestra lucha y en vuestra reflexión. Hablaré en plural por estoy presentando las líneas generales de un modesto material de debate interno que, de ninguna manera aspiraba a ser libro. Bueno, yo le llamo “librillo”. Como ambos somos trabajadores de la enseñanza, ya se sabe: cada maestrillo…2.

Desmontando dos críticas “contundentes”.

Os adelanto que el librillo ha recibido dos críticas supuestamente contundentes.

La primera, es el silencio. Ese silencio puede tener motivos diversos y variopintos: el principal es que desde hace unos cuantos años somos dos extraterrestres en el mundo de la izquierda. Dicho menos simpáticamente: somos marginales, lo que decimos no interesa, o bien no se comprende.

A este silencio quizás haya contribuido el mismo título que promete una crítica tan dura a la izquierda institucional que se considera mejor ni leer ni hablar de ello. Sobretodo en unos momentos en que esa maquinita de la ilusión que son las encuestas electorales permiten creer que IU y el resto de la izquierda plural pueden crecer y ponerse en condiciones de tocar poder por activa como ya lo hacen en Andalucía o por pasiva como aquí en Extremadura.

Mejor dejar, para más adelante en esta misma intervención, la reflexión sobre qué cosa es el poder y que cosa, muy diferente, es el gobierno.

La segunda crítica sedicentemente “contundente” proviene de quien dice haber leído el librito y afirma estar de acuerdo con él pero considera que el libro no contesta de ninguna manera a la pregunta clave de todos los tiempos: “¿Qué hacer?”.

Ya sabéis: esa pregunta angustiosa que se hiciera Chernichevsky en 1863: “¿Qué hacer?”. Esa pregunta que obsesionó a Lenin durante toda su vida. Más allá de la respuesta concreta que diera en su librito de 1902 a los problemas de organización de la socialdemocracia rusa, podemos decir que esta pregunta le persiguió a Lenin durante toda su carrera hasta sus últimos escritos de marzo de 1924.

¿Qué hacer? Siempre es una pregunta angustiosa que aparece ante nosotros bajo un aspecto angustiosamente urgente. En nuestra cultura parece imprescindible responder decidida e inmediatamente. Vamos, sin dudarlo ni un instante, como sin pensarlo.

Pero, queridos y pacientes amigos, las cosas nunca son fáciles, y las respuestas a esa pregunta, tampoco.

Ai ahora yo me presentase ante vosotros cual Moisés que hubiera subido al monte Sinaí del marxismo, y desde esta sillita o desde un púlpito, os enseñase unas tablas (o un librillo) y anunciase que tengo la respuesta a esa pregunta escrita en estos papeles que me sirven de guión, tendríais el derecho y yo diría más, la obligación de desalojarme a empujones, o, contando con vuestra indulgencia, también podríais darme unas palmaditas en el hombre y decirme:

Mi intención es solo trasladaros mi experiencia. Empecé a militar hace 43 años y he hecho, como decimos en Catalunya, “tots els papers de l’auca”. He vivido luchas, algunas victorias y numerosas derrotas. Sobre esta experiencia he intentado reflexionar individualmente, a veces ayudado por Joaquin Miras y también gracias al colectivo que se autodenomina Espai Marx. Modestamente, creo que alguna de estas reflexiones os pueden interesar, aunque no siempre, vayáis a estar de acuerdo con ellas.

De acuerdo pero… ¿Qué hacer?

Volviendo a la dichosa pregunta, cuando queremos darle una respuesta no se puede ceder a la precipitación y al pragmatismo. Repetir una y otra vez los mismos errores no ayuda mucho. Y ello por dos razones:

  • La primera razón consiste en que la respuesta a Lenin en 1902, se piense lo que se piense de ella, venía precedida de una tarea de análisis dura y rigurosa. El no creía que se pudiera contestar a la pregunta de cualquier manera, digamos “ a la que salta” y sin haber realizado un análisis estratégico que por su parte, el había hecho en su obra anterior “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Quienes nos dicen menos reflexionar y más actuar no podrán aducir torticeramente, el argumento de autoridad.
  • En segundo lugar por que Lenin, contestando a la famosa pregunta en 1902 (insisto: se piense lo que se piense de ella) no dio una respuesta pragmática, digamos de navegación de cabotaje, si no más bien estratégica. El qué hacer de Lenin de 1902 representaba el inicio de un largo camino. Un camino que debía abrirse a medida que se recorría, un camino para el que no hubo ningún atajo. Dejadme hacer un ejercicio ucrónico: si no hubiera pasado la primera guerra mundial, podemos pensar que ese canino hubiera durado bastantes más de los quince años que van desde 1902 a 1917.

Por mi parte, hace algunos años que vengo pensando que en nuestra situación concreta, ahora y aquí tiene poco que ver con la situación a la que se enfrentaban los socialdemócratas rusos hace 111 años, cuando respondieron a la pregunta ¿qué hacer?

Tras la experiencia de todo el siglo XX, tanto en lo nacional como en lo internacional, me parece imperativo añadir a esa pregunta otras dos que se me antojan tanto o más importantes:

  • ¿Cómo hacerlo?
  • Y, pensándolo bien, ¿qué no hacer?

Creo que nuestra situación se parece mucho más a del Lenin de 1922-1923, que a la del Lenin de 1902. A la hora de establecer analogías o de encontrar lecturas de referencia prefiero los escritos de ese Lenin maduro, experimentado, que los de 1902.

Esos escritos nos presentan a un hombre angustiado por la transformación incontrolada de la revolución en algo que se le escapaba de las manos. Un Lenin que, a través de la NEP, solicitaba a la historia, un tiempo de prórroga para empezar como dice textualmente, de nuevo. Esa prórroga que la historia, implacable, no concedió debía permitir que la revolución cultural se abriese paso. Una revolución cultural sin la cual no es posible construir una nueva sociedad, un nuevo estado, un nuevo ethos que definan una etapa diferente, que sirvan a la superación del capitalismo.

Nuestro librillo, parte de la base de que se debe empezar de nuevo en la mayoría de los aspectos y también de la idea de que es precisa una profunda revolución cultural en la izquierda y, que, en sus diversas expresiones, va con un gran retraso respecto a la revolución cultural que se está produciendo en el conjunto de lo que denominamos en expresión clásica, el pueblo trabajador.

Espero demostrar que la crítica según la cual en el libro no respondemos a la pregunta ¿qué hacer? No es cierta. Al hilo de un brevísimo resumen de los contenidos del libro, mi intervención de hoy tratará de glosar brevemente algunos de los conceptos teóricos que se encuentran en el trasfondo de nuestra propuesta. Mi idea es, se comparta o no el análisis y las propuestas del librillo, ayudar a debatir en torno a algunos de esos conceptos.

El cruce de tres crisis produce impaciencias.

En la situación española se entrecruzan tres crisis: la así llamada crisis económica, así llamada crisis ecológica y la así llamada crisis del régimen de 1978.

Este entrecruzamiento de crisis está comportando, la necesidad de acelerar las tareas de procesos de constitución de nuevas fuerzas políticas o de reacomodación de viejas fuerzas políticas a la nueva situación. En los últimos tiempos solemos leer apocalípticos análisis que predicen la cercanía de una crisis y caída del régimen actual y la proximidad de la tercera república en el conjunto de España ( si hablamos de la izquierda de ámbito español) o de la independencia de Catalunya o de Euzkadi, o de cualquier otra región o nacionalidad si nos referimos al archipiélago de las izquierdas soberanistas o independentistas).

Suenan las trompetas del sitio de Jericó y todos los capitanes, coroneles, generales y algún que otro mariscal se aprestan al asalto final y a la ocupación de sus nuevas responsabilidades en el nuevo o en los nuevos estados a crear. Lástima que tras esos trompetazos resaltados en negrita o prodigando un léxico más o menos sonoro, pero sobretodo críptico y apocalíptico se haga un triple salto mortal y se vaya a aterrizar, sin red, en los programas electorales o se proclamen procesos constituyentes de estado, de nación o de clase o de multitud y, se aterrice más o menos bruscamente en procesos de organización o reorganización, alianza o coalición entre fuerzas políticas electorales. Procesos legítimos, naturalmente, pero aceptémoslo, bien alejados de los apocalípticos análisis predictores de crisis de régimen y de inminentes terceras repúblicas.

¿Cómo analizamos, por nuestra parte la situación actual?

Por un lado, la así llamada crisis económica nos parece que corresponde a una nueva fase de acumulación de capital mediante la expropiación del conjunto del pueblo trabajador. Es una forma de no verla como un fenómeno natural ineluctable e inevitable. Tratamos de ver la economía como producto del hombre, no como algo ajeno a él, algo que cual Dios omnipotente determina su cultura, su modo de vida y su conciencia. No somos de ninguna manera partidarios de esa reducción anti marxiana de los criterios enunciados por Marx en su prólogo de 1857 a la crítica de la economía política.

Las privatizaciones, la precarización, las externalizaciones, la pérdida de soberanía se corresponden con una nueva fase de acumulación de capital. Una acumulación que enriquece a unos pocos y que empobrece o proletariza o incluso convierte en sub-proletarios a grandes mayorías. Tanto David Harvey como Peter Linnebaugh han comparado ese inmenso robo, esa expropiación con los cercamientos de campos y con la destrucción de los bienes y de los usos comunes de la tierra, con el fin de privatizarlos que se hicieron durante los siglos XVI, XVII y XVIII en la Inglaterra. Un proceso que Marx describió detenidamente en el capítulo de su libro El Capital dedicado al gran secreto de la acumulación primitiva de capital3.

Sólo que ahora de trata de un fenómeno inconmensurablemente mayor. La población concernida por esos fenómenos es muchísimo mayor, los países afectados son casi todos los del planeta.

Durante el siglo XX, bajo el impulso de la revolución de Octubre, bajo el impulso de las grandes luchas del movimiento obrero y bajo el impulso de los grandes movimientos de liberación nacional que destruyeron inmensos imperios coloniales y dieron la libertad a muchísimos pueblos, indujeron a pensar que se le había puesto brida al caballo desbocado del capitalismo. El pacto social de 1945 produjo los treinta años de oro de los que nos habla Hobsbawm.Como afirma Joseph Fontana, el capitalismo había encontrado una contraparte, y, como el miedo guarda la viña, en la parte Europea del mundo se propiciaron cambios.

Tras la implosión de las formaciones sociales del llamado “socialismo real”, el capitalismo ha dejado de tener miedo, ya no existe ningún poder real que se le oponga y el caballo del egoísmo, de la ambición de riqueza, de la explotación, de la alineación y de la opresión corre desbocado, nadie tira de sus bridas sueltas, tratando de frenar o controlar sus instintos salvajes.

El keynesianismo ya no es posible. Quien no toma en cuenta esta realidad, quien mantiene la ilusión en la vuelta a la “belle époque”, a los años de oro que van de 1945 a 1985, o a su remedo durante la burbuja inmobiliaria sueña, aunque parezca estar despierto.

Y el sueño está permitido para el hombre particular, pero le está prohibido al ciudadano (polytés o político). Es decir a quien quiere vivir libre, sin ser dominado. Con contundencia, en nuestro librillo afirmamos que toda propuesta política que no se atenga a esa realidad es una propuesta demagógica. Quizás esa contundencia duela a algunos compañeros y amigos.

En Europa la destrucción de la URSS (dejo de lado, naturalmente el análisis rigurosamente crítico de la experiencia del así llamado socialismo real, no hay aquí ni tiempo ni espacio) y el retroceso del ejército rojo ( que por otra parte ha dejado de serlo) desde el Elba a las fronteras de la Federación rusa, sumado a esa operación de reparto imperialista del territorio de la vieja Europa que es la creación de la Unión europea, ha abierto una nueva situación geopolítica. Alemania, tras la anexión de la RDA, ejerce un rol hegemónico, casi sin discusión, sobre el conjunto de los pueblos europeos.

Los viejos sueños de los creados de una ciencia llamada geopolítica se han cumplido con creces. El espacio vital (lebensraum) al que aspiraba el imperialismo alemán y cuya conquista desencadenó la segunda guerra mundial ha sido conquistado, no con la ayuda de la werhmacht, si no mediante la política y la economía. Con creces.

Hoy no existe soberanía nacional en Europa si no se sale de la órbita del imperialismo alemán. Los defensores de la unidad de la España eterna y los defensores de la independencia de Euskadi o de Catalunya se mienten ellos mismos o simplemente mienten conscientemente cuando olvidan este hecho esencial.

Lo que hoy se necesita es la más coherente unión libre de los pueblos de España o quizás mejor de la península ibérica, para liberarse conjuntamente del imperialismo alemán.

Un epifenómeno de esa dominación imperial global es la ausencia de soberanía monetaria y financiera. Salir del euro es condición necesaria para hacer una política económica favorable para el pueblo trabajador. Naturalmente que no es condición suficiente, pero no por ello es menos necesaria.

Quien afirme en un programa electoral que es posible hacer políticas keynesianas (que ya he dicho que son imposibles en la actual correlación de fuerzas geopolíticas mundiales) sin tener, por lo menos, soberanía monetaria es o un ingenuo o un demagogo.

Un epifenómeno de toda esta situación es la situación sindical. La cooptación del movimiento obrero organizado está más que culminada en nuestro país. Sin la colaboración, por activa o por pasiva, de las centrales sindicales mayoritarias, una parte importante del cronograma expropiador de la actual fase del capitalismo no sería posible, o por lo menos no lograría victoria tras victoria sin la menor resistencia.

La culminación de la mundialización del capitalismo somete a la clase obrera a un proceso de subasta a la baja del salario y de las condiciones de vida y de trabajo.

Lo peor del colaboracionismo sindical con el régimen de dominación imperial no son sus consecuencias en lo económico y en lo social. Lo peor de todo ello es la derrota cultural sin precedentes.

La liquidación cotidiana, en el puesto de trabajo, en el corazón de las relaciones sociales y de la lucha de clases, de la autonomía de las clases subalternas. Derrota cotidiana y permanente de la conciencia de clase aplastada por maquinarias burocráticas productoras al por mayor de los valores de resignación y de sumisión.

No extraemos de eso ningún discurso antisindical. Si una crítica radical y sin contemplaciones del sindicalismo verticalista del régimen de 1978. Incomprensible, nos parece, que algunos augures de la crisis “irremisible” de este régimen, no consideren entre sus tareas esenciales, el relanzamiento del sindicalismo de clase.

Esas derrota viene en nuestro país a sumarse a la derrota y genocidio físico y cultural de la guerra de 1936-39 y a la derrota del pujante movimiento obrero de los años sesenta-setenta perpetrada mediante los pactos de la Moncloa y con la sucesiva liquidación de la democracia interna en el interior del sindicato y en general de la democracia obrera.

Las centrales sindicales mayoritarias han sido, son y seguirán siendo la mayor maquinaria de liquidación de la autonomía de clase que haya existido en nuestro país. Las centrales sindicales mayoritarias son parte integrante de un régimen del que se predice una crisis ineluctable. Sorprende que apocalípticos análisis sobre la crisis del régimen del 78, no vengan nunca acompañados de ninguna indicación de tareas al respecto.

Ninguna fuerza consistente ha reflexionado sobre el rol de la Nueva División Internacional del Trabajo inaugurada tras la crisis de 1973-74, en todo ello y sobre las dificultades de la reconstrucción del sindicalismo de clase en ese contexto. En nuestro librillo argumentamos toda esa situación y hemos resumido esta situación con la conocida expresión: los quieren no pueden y los que pueden ( cada vez pueden menos) no quieren de ninguna de las maneras.

Si no somos nadie para decir ¿qué hacer? (eso es tarea colectiva. Pero si que somos quien puede decir alto y claro “qué no hacer”. Si que tenemos la autoridad que nos proporciona la experiencia y el estudio para dar indicaciones de “como hacer las cosas”. El librillo aunque algunos no las sepan encontrar, está lleno de indicaciones en ese sentido. No hay más sordo que quien no quiere oir.

La crisis de civilización.

Hablemos ahora brevemente de la crisis de civilización. Se trata de una crisis de cultura. Cultura entendida, naturalmente como forma de vida, como vida cotidiana, como ethos. Las bases sociales de la cultura europea occidental fraguada durante los treinta años dorados basada en las conquistas sociales de los pacto social de 1945 (salarios relativamente altos, urbanización, industria, altas tasas de empleo, seguridad social, sanidad y enseñanza pública, alto nivel de consumo, petróleo barato y abundante) han desaparecido para no volver.

Pier Paolo Pasolini, ampliando de manera genial los análisis culturales de Gramsci, anunció premonitoriamente en los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado cómo la destrucción de las culturas campesinas autónomas, a la urbanización salvaje y los avances de la homogeneización cultural, unidos al tremendo rol destructor de la autonomía cultural de los medios de comunicación estaban socavando las bases sobre las que se fundamentaba la posibilidad de resistir el imaginario capitalista. Para Pasolini, con esa mutación antropológica se destruían las condiciones de posibilidad de la transformación social.

Cada vez era más difícil que las grandes mayorías contasen con la capacidad de imaginar un mundo diferente, con el sentimiento la necesidad y con la certeza de ese mundo diferente fuera posible. El último Luckacs analizó de manera penetrante y clarividente también sobre las consecuencias de estos cambios.

La cultura, entendida como modo de vida, era el concepto central de estos análisis, que escandalizaron y provocaron no solo a la derecha, como era de desear, si no también a la izquierda.

La izquierda, en general, respondió a esos análisis con el homenaje hipócrita y con el silencio.

En los setenta, otro gran olvidado de la izquierda actual, Enrico Berlinguer advirtió de la necesidad de crear una nueva cultura de la austeridad, propuesta que no fue comprendida por la mayoría de la izquierda y que, fue usada y recuperada por el neoliberalismo.

En la actualidad a esa larga crisis civilizatoria y cultural se le unen nuevos motivos de urgencia: la crisis ecológica y el peak oil. A la falta de capacidad del planeta para soportar la universalización los niveles de consumo energético europeos o USA, se le une la certeza de la cercanía del peak oil. La civilización del petróleo, la más destructiva está en sus últimas fases.

El periodo del agotamiento varia según los pronósticos entre 10 y 30 años. Algunos dirán:”¡ largo me lo fiáis!”. Pero nadie puede ocultarse que el escenario más probable es el de la película Mad Max pero a nivel planetario. Muchas de las guerras de los últimos años forman parte de este escenario. O sea que, Mad Max ya está aquí, aunque aún no haya llegado al territorio de la vieja Europa.

Del análisis de esta crisis cultural aparece tarea central la necesidad de una profunda revolución cultural. Un cambio radical de forma de vida. Ya hemos antes como Lenin pedía una prórroga temporal para permitir que se desarrollase esa revolución cultural. El pensamiento de la izquierda en éste como en tantos temas nos parece francamente débil. Ni se investiga ni se actúa de acuerdo con estos nuevos parámetros de la realidad.

Así pues, lo que falta no son las condiciones objetivas, tenemos plétora o superávit de condiciones objetivas. Lo que falla, lo que no existe son las llamadas condiciones subjetivas.

La pregunta clave que deberíamos estar haciéndonos sería: por qué, a pesar de la barbarie de las medidas expropiatorias, por que, a pesar del paro, de la generalización de la pobreza, de la proletarización de grandes sectores de las clases medias, a pesar de la destrucción del futuro de las nuevas generaciones, las grandes masas aún no se levantan. ¿Por qué no se produce una revolución?

Se nos aduce la aparición del 15 M, las diversas mareas, los movilizaciones del SAT, la inmensa experiencia de la PAH, las corralas, el campamento Dignidad, las movilizaciones. Se afirma que no somos sensibles a estas realidades. La simple lectura de las páginas 29- 30 muestra como esa crítica no tiene nada de cierto.

Otra cosa es que magnifiquemos estas movilizaciones sociales hasta negarnos a ver que el demos, el pueblo no está aún por la labor.

La mayoría se refugia aún en la idea de los malos tiempos pasaran, que es posible volver a aquella “belle époque” en que las condiciones económicas permitían un crecimiento que deparaba empleo de calidad y el aumento permanente de la expectativas de consumo, la posibilidad de que el hijo de obrero fuera la universidad y por tanto la posibilidad de un ascenso social, en que el Estado ( entendido en sentido estricto de sector público procuraba bienestar, salud y educación para todos. Volver a un pasado que se mitifica, del que se olvidan o se desconocen las condiciones de posibilidad.

La izquierda keynesiana ( aunque levante el puño y cante ritualmente la Internacional) es producto y expresión de esa cultura general y alimenta, con su pragmatismo y su falta de proyecto ese pensamiento nostálgico y utópico al mismo tiempo.

Ya tenemos pues un quehacer: La revolución cultural. Nos queda lo más difícil de definir: como hacerlo, donde hacerlo y, como decía al principio, sobretodo: qué no hacer.

Empecemos por eso: qué no hacer.

El cambio radical de cultura no puede, ni debe ser, y previsiblemente no será encabezado por especialistas de la política que realicen la habitual ingeniería social desde la instituciones especializadas de la administración de los estados, al margen y por encima de la sociedad. Una revolución cultural para ser tal requiere que sea la gente la que la realice desde su praxis habitual, en la vida cotidiana, con la creación de nuevas pautas de vivir, nuevos usos, nuevas costumbres de vida, sobrias, autónomas, auto construidas.

Se trata para decirlo con Gramsci de una reforma intelectual y moral, de la creación de un nuevo ethos, de las forma de vida que configura un nuevo orden social, un nuevo estado, entendido también en el sentido de gramsciano como un estado integral.

Pongamos un ejemplo de aroma gramsciano: la reforma protestante como cambio de vida de grandes masas que dio lugar a una nueva civilización ( alfabetización generalizada, surgimiento de un republicanismo popular y democrático ( la guerra campesina encabezada por Thomas Munzer en alemania, la revolución inglesa en el siglo XVII, la revolución americana y la revolución francesa en el siglo XVIII). Gramsci confrontaba esa tremenda revolución cultural con el Renacimiento italiano como fenómeno de élites que es integrado en la Contrarreforma y financiado por los Médicis, por el Dux de Venecia o por el Papa).

Ese es el sentido real de la expresión gramsciana “reforma intelectual y moral”. Ahí se encuentra la base del planteamiento de que una revolución debe conquistar la hegemonía cultural antes de conquistar el poder. El nuevo estado debe estar configurado ya en el hacer de las gentes, de los millones y millones que producen las revoluciones reales.

Pongamos otro ejemplo, éste más ligado a nuestra historia. La República no venció en las elecciones municipales del 14 de abril de 1931. La república empezó a ganar desde que, tras el golpe de Pavía, cuando las clases dominantes de este país trataron de exorcizar la aparición de una alternativa democrática, como fuera la 1ª república frente al liberalismo oligárquico, el régimen de la Restauración, basado en formas políticas caciquiles y clientelares de dominación y la cooptación de diversos sectores.

La república empezó a ganar en la medida que republicanos, socialistas y anarquistas, en la medida de obreros y campesinos mantuvieron una cultura de vida, que es la máxima forma de expresión de una cultura política, al margen de la cultura dominantes: sindicatos, cooperativas, ateneos, partidos, y más allá de ello: cooperación, ayuda mutua, luchas, experiencias masivas, lecturas en voz alta de libros y periódicos. El nuevo estado, el nuevo ethos la nueva cultura tardó un largo plazo en constituirse: hablamos de sesenta, setenta, ochenta años.

La revolución política que supuso la llegada de la segunda república, hecho de lo que los historiadores llaman la “corta duración” no se produce, no se puede producir sin esa larga acumulación de fuerzas, de potencia, de poder. Hablo de lo que los historiadores llaman “fenómenos de larga duración”.

Se trata de la creación y articulación un pensamiento cotidiano autónomo de las clases dominantes. Una acumulación de potencia cultural que es producto de la praxis y de la experiencia colectiva, muchas veces a través de procesos duros y violentos, como la semana trágica (1909), o la huelga general de 1917, o el bienio bolchevique ( 1919-1920) protagonizado por los jornaleros andaluces, o el trienio negro (1920-123) con el intento de la patronal catalana de aniquilar a la CNT mediante el asesinato y la ley de fugas.

Cuando hablamos de acumular fuerzas y de la paciencia no hablamos por supuesto de pasividad. No hablamos de esperar pasivamente a que pase el cadáver del sistema por delante de nuestras puertas. Hablamos de procesos formidables y masivos de creación de conciencia de clase, de constitución de clase en medio de duras y violentas luchas de clases.

Una acumulación de fuerzas que nadie puede decretar, planificar, controlar desde un centro. Una acumulación de fuerzas que se da o no al margen del voluntarismo de las vanguardias. Se trata de una creación de la voluntad, de la conciencia a partir del sentido común y de la experiencia que no puede ser de otra manera que a través de un periodo generalmente dilatado en el tiempo.

Estudiando la revolución francesa he encontrado este tipo de acumulación por un periodo de más de un siglo ( entre 1661 y 1789) en la obra de La rebellion française4.

¿La constitución del pueblo en soberano?

Debemos ahora distinguir entre proceso constituyente de un sujeto social autónomo, sea éste una clase o un pueblo-nación, con respecto de los procesos de constitución de una fuerza política y con respecto de los procesos constituyentes de los nuevos estados, producto de las revoluciones.

Desde el capítulo del manifiesto comunista de 1848 titulado “Burgueses y proletarios” hasta las indicaciones de A. Gramsci sobre la historia de las clases subalternas, al estudio de EP Thompson sobre la formación de la clase obrera inglesa, tenemos bastantes estudios sobre los procesos de constitución de clase.

Esos sujetos colectivos populares no dejan muchas huellas en los archivos. El pueblo, antes de la masiva alfabetización de mediados del siglo XX, no escribía mucho sobre él mismo. Muchas veces hay que buscar sus huellas en los atestados de los comisarios de policía, en los sumarios de los procesos judiciales, en las opiniones, normalmente adversas al pueblo de las élites sobre el populacho, sobre la multitud, sobre la masa.

Podemos distinguir diversas fases en estos procesos. Se empieza por procesos moleculares, muy localizados en el tiempo y en el espacio. Pongamos el campamento Dignidad o las corralas, las ocupaciones de un cortijo o la concentración ante una oficina bancaria.

Con el tiempo y la experiencia esos procesos pueden ser absorbidos por determinadas concesiones, ser reprimidos y desaparecer o bien pueden vertebrarse, federarse o confederarse hasta constituir las grandes organizaciones sindicales o políticas autónomas con respecto a las clases dominantes.

Estos procesos no son procesos lineales ni regulares en el tiempo. Sufren avances y retrocesos, atraviesan largos momentos de aparente pasividad al lado de periodos de tremendas aceleraciones. La clase, en sus inicios, atraviesa fases corporativas, de carácter defensivo, donde impera la disgregación por oficios, por territorios, por sectores, por experiencias. Se trata de una fase en que solo se trata de defenderse de las tremendas agresiones del capitalismo.

Estas luchas defensivas suelen venir aún supeditadas a la cultura dominante y por tanto en la mayoría de las ocasiones se carece de la conciencia autónoma. La clase en proceso embrionario de construcción es aún subalterna, dominada muchas veces por la ideología dominante. Articula su pensamiento a partir de las tradiciones seculares.

Pero la experiencia, el debate sobre las luchas y sus formas la van dotando de conciencia autónoma. Al modo de ver de los autores de éste librillo, la fase en la que nos encontramos en nuestro país en la situación concreta actual es ésta. No negamos que la fase actual contenga en potencia un desarrollo futuro pero creemos, quizás erróneamente, que aún no estamos en esa fase.

Equivocarse de fase, impacientarse, intentar sustituir la lenta pedagogía de la experiencia colectiva y de la lucha de clases, por las conclusiones elaboradas en otras épocas o desde laboratorios exteriores al propio proceso constituyente suele ser el pecado de impaciencia cometido por las vanguardias elitistas.

Sustituir a las masas por las minorías vanguardistas suele comportar llevar a los sectores avanzados de las mismas a derrotas cuyas consecuencias suelen ser terribles para el movimiento: paralización, desmoralización, desconfianza en las propias fuerzas, confirmación del reaccionario sentido común de que las cosas han sido siempre igual y no se pueden cambiar, fatalismo y resignación.

La constitución del proletariado en clase es un acto democrático. No es algo que una vanguardia pueda hacer en nombre del mismo. La velocidad del proceso viene dada no por la urgencias, impaciencias del protagonismo de éste o aquel dirigente o grupo de dirigentes.

La velocidad del proceso, las aceleraciones y frenazos vienen determinados por el desarrollo concreto de la lucha de clases y deben ser producto de la decisión democrática, acertada o no de las masas afectadas.

Dependiendo de esa dinámica compleja, muy compleja, la clase puede iniciar procesos de unificación a nivel de una determinada formación social. Estos procesos de unificación pueden tener resultados diversos.

Desde la burocratización la ausencia de democracia de clase, el sustituismo y la creación de una clase sindical o política que basándose en la delegación y la falta de autonomía del sujeto social acaba teniendo intereses propios y diferenciados.

Es la vía para la cooptación, la integración y de nuevo la sumisión. Numerosos ejemplos históricos de ello: desde el socialismo real hasta el PT del Brasil. Joaquin Miras ha desarrollado la ligazón que existe entre el proceso de constitución de clase y la democracia en diversos materiales y artículos.

Gramsci señaló que ese proceso hacia la autonomía y la unificación de la clase solo se culmina a través de la constitución de la clase en un nuevo estado. Naturalmente el concepto de estado usado por Gramsci es el de lo que él llama “estado integral” negando la separación que hace el liberalismo político entre estado y sociedad civil.

Para que la clase deje de ser subalterna y acabe siendo autónoma de verdad, debe crear un ethos, debe conquistar la hegemonía (que es combinación de consenso y coerción), debe destruir el estado actual y debe crear un nuevo estado. El resto de opciones supone a medio o largo plazo la integración y la cooptación.

Los procesos constituyentes de fuerzas políticas

Otra segundo nivel es el de los procesos constituyentes de fuerzas políticas. Las refundaciones, las coaliciones, los procesos que la actual coyuntura en que se cruzan las tres crisis (económica, de civilización y de régimen) se han acelerado enormemente.

La ebullición es absoluta, propuestas, manifiestos, frentes, procesos constituyentes, desde abajo, desde arriba, de lado, de perfil o de frente. Cargos políticos, asesores, politólogos, aspirantes, todo el mundo muestra músculo, se viste con sus mejores galas, se reparte el piel del oso, olvidando que antes habría que cazarlo.

El marxismo imperante en este mundo super- estructural es el camarote de los hermanos Marx.

Los autores de este librillo expresamos nuestra más amplia desconfianza ante esa tremenda agitación e impaciencia electoral. Consideramos que se trata de una de las vías a través de las que la crisis de régimen se resolverá, previsiblemente, en una remodelación del modo de dominación.

Ante la ausencia de potencia y de una voluntad organizada del pueblo nuestra previsión es que, de nuevo se cumplirá el enunciado de Lampedusa : “Es necesario que algunas cosas cambien para que nada cambie”.

De nuevo Gramsci nos facilita un instrumental precioso para comprender fenómenos como el que estamos contemplando. En los Cuadernos de la Cárcel dedicó mucha atención al análisis histórico pormenorizado de la que fue la revolución sin revolución que fue la unificación italiana durante el siglo XIX conocida en aquel país como Il Risorgimento.

En las paginas de los Cuadernos de cárcel dedicadas a esa reflexión globalizadora acuñó dos conceptos que nos parecen claves y que usamos en el librillo dándolos por conocidos: Revolución pasiva y transformismo. En las páginas 64 a 75 de nuestro librillo hemos esbozado el esquema de una interpretación de la historia de nuestro país usando el concepto de revolución pasiva bajo el título: “La experiencia española: tres revoluciones pasivas con un genocidio intercalado”.

El apartado del librillo donde usamos mayormente del concepto transformismo es el situado al final: “El duro dilema: entre el rudo trabajo de Sísifo o bailar al compás del tango Cambalache”. Creo que en intervención de hoy he dado numerosos ejemplos de lo que es el transformismo, y por tanto no es necesario que me extienda más.

El proceso constituyente de un nuevo estado precisa de la constitución de un pueblo soberano5

Cuando expresamos nuestra convicción de que se debe crear un Soberano, estamos planteando, desde luego, una convicciónnormativa, moral.

Nadie sino el Pueblo puede hablar en nombre del Pueblo. En este principio se basa la Democracia. Y el Pueblo, el Soberano, o existe como realidad organizada, deliberante y activa, o es un recurso literario para justificar opciones políticas particulares.

Pero además estamos tratando sobre la existencia –y sobre la imperiosa necesidad de crearlo, en caso de que no exista, de una Causa Eficiente, de una Fuerza que sea la Condición de Posibilidad, que tenga la capacidad de poner en obra y llevar a término los objetivos y proyectos políticos que el mismo Pueblo Soberano se proponga.

De un poder, esto es, de un Poder Hacer, que sea capaz de ejecutar lo que se plantee la Voluntad soberana. Hablamos de un poder real, de poder sustantivo que posibilita que quien desea un objetivo político, un fin, un proyecto, tiene, a la par de la Voluntad de desearlo, la fuerza para realizarlo.

Esa fuerza que de eficacia a la Voluntad del Pueblo solo puede proceder de la propia organización del Pueblo como agente activo para desarrollar su praxis y crear y controlar desde su vida cotidiana, la actividad que produce y reproduce la sociedad.

La Voluntad de Sujeto Soberano, deliberante, solo podrá realizarse si el mismo Sujeto se autoconstruye como Bloque organizado, como movimiento de masas objetivo, microorganizado, estable, capilar, que elabora e impone un cambio ya en la vida social con su presencia y actividad.

Es más sólo se construye y existe Voluntad Subjetiva colectiva, capacidad de desear fines nuevos, en la medida en que se construye, y si existe, un movimiento democrático articulado, objetivo, de cuya experiencia se concluya para todo el mundo el interés de opinar, la importancia de organizarse para deliberar y actuar, el interés de imaginar proyectos que orienten la propia praxis, de imaginar proyectos que sin esa experiencia de praxis que los hace verosímiles como expectativa, y posibles como realidad en potencia, no son de recibo, y con razón, para el sentido común de cualquier persona sensata.

Solo un poder sustantivo sobre la sociedad puede fundamentar sustantivamente una Democracia. A su vez, una democracia sustantiva, posibilita, entre otras actividades políticas y una vez se ha alcanzado un grado muy grande de poder sobre la realidad social, por un lado, la votación de las leyes por parte del Soberano, previa deliberación colectiva, y por otra, la elección de agentes mandatados para aplicarlas; elección que no tiene que ser forzosamente, exclusivamente, mediante votación también, sino que puede ser por sorteo, como en la antigüedad clásica, o como en la elección de magistrados para tribunales jurados y para mesas electorales, en el presente.

Pero no son las votaciones, el procedimiento, tal como sostiene el procedimentalismo Político, lo que garantiza la existencia y poder de la Democracia. Y para muestra a contrario, nos basta el botón de la actual realidad.

Es el poder sustantivo del Soberano organizado sobre la realidad el que impone y el que puede garantizar la Democracia y la eficacia de las votaciones, entre otras cosas; y lo hace tan solo en la medida en que existe como poder real sobre la realidad social y cultural.

Porque si el Pueblo se constituye, realmente, en Soberano con Voluntad activa y operante, y desarrolla como Sujeto organizado su acción de creación de una realidad nueva, -él mismo lo es ya en sí mismo, por ser un nuevo Sujeto operante-, y de una cultura nueva, en la sociedad, esa cultura nueva, que incluye su activismo protagonista, y que está constituida por las nuevas prácticas, los nuevos usos de vivir y hacer, las nuevas mores, esto es, la nueva Reforma Moral, el nuevo ethos, es ya en sí misma una constitución nueva, que hará quebrar a la antigua constitución de vida y con la constitución escrita vieja, y exigirá que el proceso culmine en la redacción de una nueva constitución escrita.

De la bondad del estiércol

Acabo ya. En resumidas cuentas, se trata de lo siguiente:

  • no sólo es preciso saber el qué hacer en política,

  • se trata también de saber qué no hacer,

  • y sobretodo ¿como hacerlo?

Sobre todo ello nuestro librillo habla bastante, quizás mal y desordenadamente pero habla de todo esto.

Pero nos falta otro elemento esencial que es el ¿cuándo? Es la reflexión entre tiempo y política.

Yo empecé a militar hace 43 años. Durante unos más de treinta años compartí militancia con gentes que habían sobrevivido a la guerra y al genocidio franquista, algunos de ellos habían continuado luchando en la resistencia anti-nazi, habían poblado los campos de exterminio, habían sobrevivido a la cárcel, al hambre, habían construido desde la nada organizaciones sindicales y políticas.

Una frase repetida entre todos ellos era, se la oigo aún a algunos de ellos:

– “no me arrepiento de haber luchado por mi gente, yo quizás no vea el futuro pero vosotros queridos camaradas si que lo veréis y cuando lo veáis guardad un recuerdo para mi y para los que nos hemos quedado por el camino pero con nuestro esfuerzo lo hemos hecho avanzar”.

Me admiró siempre esta templanza ante el discurrir del tiempo, esa paciencia, esa coherencia, esa perseverancia, ese activismo sostenido en el tiempo, en la “larga duración” que dicen los historiadores.

Viniendo para acá observaba los olivares colocados en pendientes inverosímiles en esas sierras que bordean la llanuras cerealeras de vuestra Extremadura. Es misma sensación que he tenido en Andalucía, o en alguna zona de mi Catalunya, en Cerdeña o en Grecia, en nuestro mediterráneo, vaya.

El paisaje, ese paisaje labrado durante siglos por el hombre me trajo el recuerdo de aquella historia en que un viejo griego de avanzada edad, cercano ya a su muerte, plantaba un olivo. Esa actitud sorprendía a sus vecinos quienes no acertaban a comprender esa actividad supuestamente inútil.

Ante las preguntas o las sonrisas irónicas de los que le observaban respondía: “Planto ese olivo por amor a mi tierra y a mi gente. Este paisaje es obra de nosotros los hombres y en ese paisaje deberán alimentarse mis descendientes. Por eso planto ese olivo, para asegurar el futuro de mi descendencia”. Con ello, el dejaba su huella anónima impresa en el paisaje.

Esa comprensión del tiempo político es la que noto a faltar en los últimos tiempos. La comprensión de que no trabajamos para nosotros, la comprensión de que nosotros quizás no veamos el fruto de nuestro trabajo molecular en nuestro barrio, en nuestra empresa, en nuestra escuela, en nuestro centro de salud, en nuestro colectivo de afectados por las hipotecas o por las preferentes. La comprensión de que aunque sea anónimamente nuestro trabajo también dejará su huella en el paisaje o, en ese caso, en la sociedad.

Es un tópico pero no por ello menos real que para que llegue la cosecha es necesario labrar, sembrar, expurgar las malas hierbas, podar, abonar, rociar con el sulfato, volver a laborar la tierra, mirar al cielo con temor o con esperanza.

Equivocarse de fase, impacientarse y tratar de recolectar sin hacer todas esas duras tareas es tarea vana.

En una entrevista de presentación de nuestro librillo publicada en la revista El Viejo Topo del pasado mes de Julio decíamos: “… creemos que ahora lo que toca es asumir que alguien –“álguienes”- ha de ser estiércol que abone en silencio la realidad social, para que haya futuro. Ser estiércol hoy, tal como escribía Antonio Gramsci. Fuera de esta tarea todo nos parece vanidad”.

 

1 Estas notas son las que llevaba en la mano para leer en la escuela de formación del Campamento Dignidad en Mérida, el día 9 de agosto de 2013. Tratando de abreviar hice una intervención oral siguiendo el esquema de este texto. La intervención oral se puede encontrar en: http://manel-marquez.blogspot.com.es/2013/08/video-jornadas-de-debate-y-formacion.html .

2 MIRAS, Joaquín y TAFALLA, Joan, La izquierda como problema, Barcelona, El Viejo Topo, 2013

3 Marx, Karl, El capital, Tomo 1, capítulo XXIV, Barcelona, Edicions 62, segon volum, pp. 391-443.

4 NICOLAS, Jean, La rébellion française, Mouvements populaires et concience sociale ( 1661- 1789), Paris ëditions du Seuil, 2002, 610 p. Véase mis notas de lectura de este libro en: http://lacarmagnole.blogspot.com.es/2011/07/la-rebellion-francaise.html

5 Reproduzco aquí íntegramente las pp. 60-63 de nuestro librillo.

 

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Estados Unidos ya no asusta a nadie.

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«Nunca antes se había visto tan cuestionada la autoridad de los dueños del mundo, al menos públicamente, lo cual muestra que, después de su retroceso en Siria, ya no logran intimidar a los demás».

Thierry Meyssan,Intelectual francés, fundador de la Red Voltaire. 

   Estados Unidos estimó en 1991 que el derrumbe de su rival iba a permitirle liberar las sumas que hasta entonces había reservado a su propio presupuesto militar y dedicarlas a la prosperidad estadounidense.

Después de la Operación Tormenta del Desierto, el presidente George Bush padre había empezado a reducir el formato de sus fuerzas armadas. Su sucesor, Bill Clinton, fortaleció aquella tendencia. Pero el Congreso republicano electo en 1995 cuestionó esa opción e impuso un rearme, a pesar de que no se percibía enemigo alguno en el horizonte. Los neoconservadores lanzaban así el país al asalto del mundo, con intenciones de crear el primer imperio global.

No fue hasta que se produjeron los atentados del 11 de septiembre de 2001 que el presidente George Bush Jr. decidió invadir, uno tras otro, Afganistán e Irak, Libia y Siria, y luego Somalia y Sudán para terminar con Irán, antes de volverse hacia China.

El presupuesto militar de Estados Unidos llegó a representar más del 40% del gasto militar a nivel mundial. Pero aquella extravagancia ha llegado a su fin. Ante la crisis económica, Washington se ha visto obligado a optar por el ahorro. En un solo año, el Pentágono ha licenciado una quinta parte de los efectivos de sus fuerzas terrestres, renunciando además a varios de sus programas de investigación.

Ese brutal retroceso, que sólo está comenzando, ya ha desorganizado el sistema en su conjunto. Es evidente que Estados Unidos, a pesar de todo su poderío –superior al de los 20 Estados más grandes del mundo, incluyendo Rusia y China– ya no está actualmente en condiciones de librar grandes guerras clásicas.

Así que Washington renunció a atacar Siria, cuando la escuadra rusa se desplegó a lo largo de la costa mediterránea. Para utilizar sus misiles Tomahawk, el Pentágono habría tenido que dispararlos desde el Mar Rojo, sobrevolando estos Arabia Saudita y Jordania. A lo cual Siria y sus aliados no estatales habrían respondido con una guerra regional, sumiendo así a Estados Unidos en un conflicto demasiado grande para sus capacidades actuales.

En un artículo de opinión publicado en el New York Times, el presidente ruso Vladimir Putin abrió fuego al subrayar que «el excepcionalismo americano» constituye un insulto a la igualdad entre los seres humanos y no puede acarrear otra cosa que desastres.

Desde la tribuna de la ONU, el presidente estadounidense Barack Obama le respondió que ninguna otra nación, ni siquiera Rusia, quería cargar con el peso que porta Estados Unidos y que si este país se dedica a estar haciendo de policía mundial es precisamente para garantizar la igualdad entre los humanos.

Esa afirmación no es nada tranquilizadora ya que Estados Unidos reafirma así que se siente superior al resto del mundo y que –a sus ojos– la igualdad entre los humanos no pasa de ser una cuestión de igualdad entre sus súbditos.

Pero el hecho es que ya se rompió el hechizo. La presidenta de Brasil, Dilma Roussef, cosechó aplausos al exigir –también desde la tribuna de la ONU– que Estados Unidos se disculpe por su espionaje contra el resto del mundo, mientras que el presidente de la Confederación Helvética denunciaba la política estadounidense de fuerza.

El presidente de Bolivia, Evo Morales, habló de llevar a su homólogo estadounidense ante la justicia internacional acusándolo de crímenes contra la humanidad y el presidente serbio Tomislav Nikolic denunció la farsa de los tribunales internacionales que sólo condenan a los adversarios del Imperio, etc.

Hemos pasado así de las críticas emitidas por unos cuantos Estados antiimperialistas a una rebelión internacional generalizada, a la que se suman incluso los aliados de Washington.

Nunca antes se había visto tan cuestionada la autoridad de los dueños del mundo, al menos públicamente, lo cual muestra que, después de su retroceso en Siria, ya no logran intimidar a los demás.

 

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