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Anguita no quiere solo gente de izquierda en el Frente Civico

Entrevista a Julio Anguita

«Yo no quiero gente de izquierdas solo, quiero demócratas que entiendan que la democracia significa utilidad social. La democracia que solo significa votar no me interesa».

Anguita Acaba de cumplir 71 años y desarrolla una actividad frenética. Julio Anguita (Fuengirola, Málaga, 1941) me recibe mientras despide a los compañeros de una televisión que han acudido a su casa a grabarle una entrevista para un reportaje sobre su amigo Vázquez de Sola .

Vive en una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de un Borbón, apodado El Pacificador, al que la tuberculosis llevó, joven, a la tumba. Su piso es uno en los que se ha dividido un rehabilitado caserón blasonado donde él jugaba de niño –me cuenta– cuando era un taller de orfebrería. De inmediato me invita a café, pero fuera, en el bar de enfrente. Me dice que está preparando otros dos libros cuando aún no ha terminado la promoción del último, Combates de este tiempo (El Páramo, 2011), y que redacta materiales casi sin parar para su Frente Cívico, el proyecto que le está haciendo vivir una tercera juventud.

A la salida del bar, la realidad nos golpea de frente. Un hombre de mediana edad, que lleva colgado un cartelón en el que se lee “No tengo para comer”, le llama por su nombre. Anguita se acerca, charla con él durante unos minutos y disimuladamente le pone en la mano unas monedas antes de despedirse. Y de esa realidad comenzamos hablar en el pequeño despacho, repleto de libros, que tiene en su domicilio.

– Usted considera que vivimos en una especie de estado de excepción, una afirmación que quizá pueda parecer exagerada a una parte de esa mayoría social que pretende aglutinar en el Frente Cívico.

– Yo la califico de excepción porque estamos al borde del precipicio. Hay un dato que lo prueba: cuando el 57% de la gente joven no tiene trabajo, ese país ya no existe, no existe… Dentro de 10, 15 o 20 años, los que todavía seguimos ayudando a nuestros hijos, como es mi caso, habremos desaparecido ¿Y qué queda?, ¿qué va a ser de ellos…?

– Y dice que los principales responsables de esta situación son los gobiernos, el anterior y el actual, a los que acusa, nada menos, que de “delito de alta traición”.

– Mis palabras son duras, pero los hechos lo son más. Vamos a ver: cambian la Constitución para que el pago de la deuda sea preferente, una deuda que en gran parte es ilegítima u odiosa, y ponen a su pueblo al pie de los caballos por intereses de la banca. Pues eso se llama delito de lesa patria, que en otros momentos conllevaba juicio sumarísimo. Ellos hablan de la patria, ellos hablan de España. Pues cuando se habla de España y de la patria, eso significa un modelo de un Estado soberano, y si usted vende ese Estado soberano, usted es un traidor a sus habitantes.

– Por tanto, y siguiendo su propia teoría, no cabe otra alternativa que abrir camino a un nuevo proceso constituyente.

– Ahora hablan muchos de proceso constituyente, pero la primera vez que se utiliza esa expresión fue en el año 2001. Lo hizo un servidor en unos materiales sobre la República. Para mí, el proceso constituyente es la autoformación de la conciencia de poder, el proceso por el que el poder que está disperso toma conciencia de sí y se constituye para ejercerlo. La idea, con diferentes matices según los colectivos que la defienden, está en la calle. Y en el fondo eso es el cuestionamiento de la Transición. Aunque algunos no quieren decirlo, yo sí me atrevo a decirlo: la Transición no ha servido. Estamos como estábamos. La Transición era la esperanza de que esto cambiara sin sangre, pero apenas ha cambiado. Es verdad que hay partidos políticos, pero muy amaestrados desde el día 24 de febrero de 1981, no el 23, el 24, en la Zarzuela.

Ahora bien, el Frente Cívico todavía no es ni más ni menos que un deseo, no tiene una formulación teórica ni política; son cosas mías.

– En su opinión, entonces, los partidos políticos, incluido el suyo, no pueden hacer frente a esta situación excepcional.

– Para mí el momento de excepcionalidad no puede ser resuelto por una fuerza política; entre otras razones porque las fuerzas políticas, todas, sin excepción, unas más y otras menos, son máquinas electorales. Y digo sin excepción.

Esto es cuestión de que la ciudadanía sea consciente de que es la única que puede hacer frente a esta situación de excepcionalidad. Pero, claro, hay un problema, porque yo defino a esa mayoría por su situación de dependencia, de agravio, pero esa mayoría no es homogénea. Todo lo contrario: es heterogénea, está abigarrada, está enfrentada, está dividida, tiene motivaciones ideológicas de diversa índole… Entonces, de lo que se trata, al igual que haría un matemático,  es de buscar el común denominador, el punto de coincidencia, que no puede ser ideológico ni simbólico -ni hoz ni martillo, ni puño, ni águila…-; tiene que ser programático, ligado a los intereses más inmediatos.

Eso puede desencadenar en su momento, y si se consigue, ulteriores pasos en la unidad, en la medida en que vayan desapareciendo los tabiques que me separan del otro, y lo único que puede derribarlos es lo concreto. Eso es lo que busco yo: aquello que en un determinado momento pueda unir a la gente pero que tenga una virtud: une a la gente en lo concreto pero desencadena procesos de cambio.

A mí hay una fórmula que me gusta y que le oí una vez a Adolfo Sánchez Vázquez , cuando dijo que todo el mundo está acostumbrado a hablar de la revolución como levantamiento armado, como toma del poder, pero la revolución puede ser una medida nimia que tiene la virtud de poner en marcha un proceso imparable. Entonces, esto de buscar un programa común no es nada que parezca del otro mundo, pero en el momento en que tú lo pongas en marcha desencadena contradicciones que van llegando a crear algo más complejo ¿Por qué? Porque, para mí, en estos momentos, aplicar la Constitución de 1978 es la revolución. Cuando un poder es incapaz de cumplir su propia legalidad, hay que volvérsela en contra. Cuando yo digo que estas 10 medidas que propongo son perfectamente constitucionales, yo sé lo que estoy diciendo. A la gente no le estoy planteando que salga de la Constitución sino que sean conscientes de quienes están realmente fuera de ella.

Esa es la esencia, la almendra de este proyecto del Frente Cívico, que se basa en dos valores máximos -los Derechos Humanos y la Carta de la Tierra– y en cuatro ideas: la democracia radical, la ética, la justicia social y la cultura

Y  ahora a esperar que la gente se organice. Cuesta mucho, porque la gente abomina de los partidos políticos, pero reproduce el modelo de los partidos a la hora de organizarse. Esto es algo más magmático, que sutilmente tiene que organizarse. Esto es, en resumen, quitarle a la derecha una parte muy importante de su base, que no es derechas. Hay que quitársela, porque esa gente que se queda en su casa y no va a la manifestación es la que decide la lucha.

– No parece fácil convencer a esa gente cuando lo que usted plantea es “un cuestionamiento total del sistema”.El Frente Cívico, hoy por hoy, no puede plantearse como cuestionador del sistema. Muchos de sus hombres y mujeres sí. Pero como pretendemos arrastrar por convencimiento a mucha gente que no se cuestiona el sistema, lo que el Frente Cívico debe ser es el máximo común denominador de la mayoría. El cuestionamiento del sistema ya vendrá.

– El cuestionamiento del sistema y la República y el modelo de Estado, que tampoco se recogen en los 10 puntos famosos.

– Yo incido mucho en la parte social. No me quiero meter en si Estado federal o si República porque eso sería una dificultad para unir a la mayoría. Como Julio Anguita yo hablo de eso, pero como Frente Cívico, no.

– Le pregunto, entonces, a Julio Anguita: ¿Cómo valora el proceso independentista abierto por Artur Mas en Cataluña?

– He observado que hay un nacionalismo que es el de Cambó, el de clase burguesa, que no quiere la independencia; quiere, simplemente, tener sus intereses personales, grupales, porque cuando ve que hay movimiento obrero llama a Madrid para que envíe a la Policía. Es la gran estafa que usa un problema real porque esto es un estado plurinacional. En consecuencia, cuando ellos exigen el derecho a decidir, yo estoy de acuerdo; ahora, una vez reconocido el derecho yo voy a combatir que usted se separe porque una Cataluña separada, aparte de que sería inviable, es entregarle un botín a CiU.

– Hablaba antes de que “la gente abomina de los partidos”, pero de su discurso se desprende que usted también abomina de ellos.

– Vamos a ver. Yo soy y he sido un militante disciplinado con la teoría política, pero con determinadas prácticas, determinados tics, no. Para mí el partido no es la explicación de todo. Es una herramienta, es instrumento… ¿La decepción me ha llegado? Sí. Me ha llegado con el tema de Izquierda Unida. El sesgo que ha tomado IU, que empezó ya a tomar en mi época…

– De ahí que haya sido hipercrítico con algunas de las últimas decisiones adoptadas por la formación. A mi me pareció demoledor su artículoLas lentejas de Esaú , a propósito de la coalición de Gobierno PSOE-IU en Andalucía.

– Sí, sí. Me ha parecido un error tremendo. Los datos que he obtenido después son escalofriantes. A mí me ha informado aquí mismo, en este despacho, una persona de la que tengo total seguridad de que no me ha engañado que cuando el PSOE planteó la negociación, preparó un equipo de técnicos para que evaluara las presuntas exigencias de los comunistas feroces en una habitación contigua a la que se celebraban las negociaciones. Y ese equipo de expertos plantea tres líneas de repliegue, de modo que si empujaban mucho en la primera, retrocedían a la segunda, e incluso a una tercera, que ya consideraban innegociable. La sorpresa fue que no tuvieron que pasar de la primera. Había una predisposición a entrar.

– Sin embargo, no tiene una opinión tan negativa sobre la decisión de IU en Extremadura de cerrar el paso al PSOE y permitir un Gobierno del PP.

En el caso de Extremadura, lo único que defendí fue que, ya que habían acordado que la militancia votase, cuando la militancia vota, eso no lo cambia ni dios.

– Un último asunto con respecto a Izquierda Unida. A mí me consta que en la dirección se ve con mucho recelo este proyecto porque creen que actúa en el mismo espacio y que si, en un futuro, tiene una traducción electoral va a competir directamente con la formación.

– Vamos a ver. Yo, curándome en salud, pedí comparecer ante un órgano de dirección del PCE. Comparecí el 4 de octubre de este año a petición mía. Estimaron que ese órgano debía ser la Comisión Permanente y yo comparecí ante la Permanente y expliqué el proyecto con toda la sinceridad del mundo, y lo vieron bien. Tuve, digamos, el plácet, pero no un plácet entendido como vía libre porque yo ya había decidido llevarlo adelante y no iba allí a pedir permiso.

en Izquierda Unida no quieren darse cuenta de que el Frente Cívico podría ser el gran movimiento en el que ellos trabajasen. Eso sí, dejando el carnet a la entrada. Si hay que renunciar a siglas, se renuncia. Somos una herramienta y un instrumento.

En cuanto a si esto tendrá traducción electoral, tengo que decir que cuando yo presenté esto en Sabadell, en mi horizonte no figuraba ir a las elecciones. No sé si el Frente Cívico lo decidirá en el futuro. Hoy por hoy, yo no lo veo por una razón: en el momento en que el Frente Cívico se transforme en una plataforma electoral, volvemos a lo de siempre: las listas, las instituciones…

– Pero hay que intervenir en política.

– ¿Interviene en política Emilio Botín? Y manda ¿no? Pues lo mismo digo yo. El poder no es sentarse en el Gobierno, el poder es que con tu presencia y tus acciones dictas lo que hay que hacer. Claro, esto se llama la calle, pero, para mí, la calle no es la pelea callejera; para mí, la calle es la hegemonía de pensamiento, la articulación en valores que a la sociedad la unifican… Ese es el poder. Ese es el que yo quiero.

– También hay otros modelos, como el de Syriza, que usted ha elogiado en repetidas ocasiones.

– Si yo no lo niego teóricamente. Lo que quiero decir es que ahora vamos con esto. Yo no sé cómo se van a presentar las cosas. No sé si en un momento de emergencia se puede plantear esa posibilidad. Pero, por favor, no nos transformemos en un partido político porque, entonces, la hemos liado. Y, sobre todo, gente tan dispersa como la mayoría, lo más que puede hacer es una plataforma electoral.

– La fase inicial del Frente Cívico coincide en el tiempo con la eclosión en Internet de su nombre y de sus ideas. Se le considera poco menos que un visionario por haber adelantado en 1994 que el Tratado de Maastrich nos iba a conducir al actual desastre, y el vídeo que recoge su discurso del 23 de febrero de 1999 en Cáceres [arriba], durante un homenaje a José Saramago, se convierte en viral. ¿Le sorprendió a usted este fenómeno?

– La gente cree que yo tengo el don de la adivinación, y siempre tengo que explicar que tuve un equipo económico de primera línea –Martín Seco, Salvador Jové, Pedro Montes, Jesús Albarracín, Albert Recio, Juan Torres, Miren Etxezarreta, Carlos Berzosa…–, la crème de los economistas de izquierdas. Y cuando se presenta el Tratado de Maastricht, nuestra posición estuvo dictada por lo que estábamos viendo, lo que estábamos leyendo.

Además recuerdo dos hechos de entonces que avalaban como correcta nuestra posición: uno, cuando me bajo de la tribuna del Congreso después de hacer el discurso sobre Maastricht, salgo a dar un paseo por la M-30 [pasillo que rodea la Cámara], se me acercan Isabel Tocino y Rodrigo Rato, y me dicen: “Llevas razón, pero no podemos hacer otra cosa”; y dos, Salvador Jové se encuentra con Josep Borrell en el aeropuerto de Barcelona y le dice lo mismo: “Lleváis razón, pero no podemos hacer otra cosa”. Hasta que llega Felipe González, en mayo de este año, y dice en El País: “cuando construimos la moneda única se nos olvido…”, y enumera los argumentos que nosotros dimos entonces.

Siempre he creído que la política es un arte agrario: hay que saber esperar. Y yo esperaba que aquello diera sus frutos, pero no sabía cómo. Hasta que un día alguien subió a YouTube el vídeo de mi discurso en el acto con Saramago y, claro, empezó la bola y, de pronto, llegó el boomen un momento en el que aparece el 15M, las Mesas de Convergencia, y mi nombre crea una expectativa.

– ¿Fue entonces cuando surgió la idea del Frente Cívico?

– La idea surge un día en el que yo fui para grabar un programa de 59 segundos. Lo retrasaron y tuve que quedarme a dormir en Madrid. Entonces, quedamos a cenar los de siempre: Pedro Montes, Manolo Monereo, Fernández Steinko… Y hablando surge la idea. Me encargan de redactarla y en marzo de este año, cuando presento mi libro Combates de este tiempo en Madrid, les llevó una propuesta, que gusta pero todavía no arranca. Y en junio, cuando voy a Sabadell a presentar el libro, se produce un hecho que me motiva a cambiar la intervención que tenía prevista y lanzar la idea.

Yo me fui a escribir mi discurso a un jardín bellísimo que hay al lado del hotel en el que me alojaba y veo pasar a un señor muy decrépito y a un joven; se sientan, me quedo mirando y me digo “Ese es Paco Fernández Buey ”. Llamo a Manolo Monereo, le pregunto, me dice que Paco está muy enfermo, y le pido opinión sobre si le parece conveniente que me acerque a él. “Acércate”, me dice. Y efectivamente, me acerqué, me abrazó –fue una cosa muy entrañable porque hacia tiempo que no nos veíamos–, le comenté la idea y me animó. En ese momento decidí cambiar mi intervención y lanzar la idea en Sabadell. Eso se graba en vídeo [abajo] y se vuelve a formar una en la red…

– Y se sigue formando cada vez que aparece una intervención suya, con comentarios muy elogiosos, en la mayoría de los casos…

– Sí, eso es por rachas: primero fue la satanización, ahora la divinización; bueno…

– La satanización por la supuesta ‘pinza’ con el PP durante su etapa como parlamentario.

– Algún día tendré que utilizar un documento que tengo por ahí. Un día, tomando café, José María Aznar me djo que presentáramos una moción de censura contra Felipe González. Yo le pedí que me lo diera por escrito, y me lo dio. Proponía hacer la moción e, inmediatamente después de ser elegido presidente, convocar elecciones. Le respondimos que no, también por escrito. Si hubiéramos hecho ‘pinza’, a Felipe González le hubiéramos quitado de en medio. Y esa es la prueba de que no la hicimos.

– Le hablaba antes de esos comentarios elogiosos, la mayoría, pero, invariablemente, leo algunos que le reprochan su cercanía de aquellos años con otro influyente personaje de la derecha: Pedro J. Ramírez.

– Seguro que me critican, como yo también puedo criticar la cercanía de ellos al diario El País. Me tuve que servir de lo que tenía. El diario El Mundo me daba cancha porque eso les valía a ellos para ir contra el PSOE, pero yo colocaba mi discurso. Como no teníamos medios, era necesario aprovechar todo lo que había, pero nunca renuncié a mi discurso.

– Hemos hablado del origen del Frente Cívico. Avancemos para conocer su desarrollo. El pasado 24 de noviembre se celebró aquí, en Córdoba, el primer encuentro estatal del movimiento.

– Sí, una asamblea en la que por primera vez nos hemos dado un órgano de dirección, porque hasta ahora éramos la gente del Colectivo Prometeo  y yo. Y una asamblea no exenta de ciertas tensiones porque todavía hay esta cosa del interasamblearismo, de perder el tiempo discutiendo sobre la asamblea, y la asamblea no es un fin en sí misma, es un instrumento de participación. Este es un debate muy de la izquierda alternativa.

– Y del 15-M.

– Del 15-M tenemos que aprender mucho. Tenemos que aprender lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Las dos cosas.

– ¿Algún colectivo del 15-M se ha sumado al Frente Cívico?

– Democracia Real Ya pidió una entrevista y nos reunimos con ellos en Córdoba. Nos dijeron, más o menos, algo sí: “como pensamos lo mismo, únanse ustedes a nosotros”. Les dijimos que se trataba de elaborar un programa y que convendría tener unas relaciones fluidas. “Ya nos veremos”, dijeron, pero no hemos vuelto a saber de ellos. Después he tenido relación con el Foro Valores, que está muy en la línea de Federico Mayor Zaragoza .

Esos encuentros nos han parecido muy positivos porque en un momento determinado, cuando esto cuaje, yo quiero tener un encuentro con determinadas personalidades españolas como el propio Mayor Zaragoza. Yo no quiero gente de izquierdas solo, quiero demócratas que entiendan que la democracia significa utilidad social. La democracia que solo significa votar no me interesa.

– Volvamos a la reunión de Córdoba. Se ha creado una Comisión Coordinadora Nacional con representantes de todas las provincias y de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, en la que también están personas de su confianza como Pedro Montes, Víctor Ríos, Manolo Monereo… y Jorge Verstrynge. Me sorprendió mucho leer que figura entre los miembros de la Coordinadora del Frente Cívico.

– Vamos a ver. Yo conozco a Verstrynge desde hace mucho tiempo y he hablado mucho con él. Ya estuvo asesorando en cosas a Paco Frutos. Y es una persona curiosa por su proceso de cambio, pero para mí es muy valioso porque aquí tampoco damos puntada sin hilo, y su incorporación me permite a mí dejar claro que en el Frente Cívico a nadie se le pregunta de dónde viene sino a dónde quiere ir. Eso todavía no lo entienden los que se mantienen fijos en el estereotipo de que estar en un partido o tener una ideología supone un compartimento estanco, y yo quiero diluir esos compartimentos estancos porque mientras nosotros sigamos metidos en compartimentos estancos, la derecha siempre nos ganará.

– ¿Tuvieron ocasión de hacer balance sobre el número de adscritos que tiene ahora mismo el Frente Cívico?

– Calculamos que los adscritos hasta ahora son unas 50.000 personas. Cálculos ponderados, eh, no estoy vendiendo ninguna moto. Claro, todavía no pagan una cuota, pero poco a poco. Yo no tengo prisa. Si yo quiero preparar un arma importante tengo que ir despacio, porque yo quiero que esto sea un poder, y un poder que ejerza y que llegue incluso hasta la desobediencia civil. ¿Por qué? Porque cuando se tiene el poder y se tiene mayoría, la desobediencia civil ya no es desobediencia.

– En la reunión del día 24 de noviembre también decidieron preparar una Asamblea Constituyente. ¿Para cuándo?

– Queremos que en mayo o junio del próximo año, en un proceso de abajo a arriba, se funde el Frente Cívico con todos los requisitos necesarios de un proceso constituyente. Eso va a ser muy difícil porque, primero, no tenemos dinero.

– ¿Han pensado cómo se va a financiar el proyecto?

– De momento, para esta reunión, la gente se ha pagado el viaje y la comida. Supongo que con el tiempo habrá que poner una cuota, pero yo prefiero que eso lo decida la gente y que no sea una imposición de la Coordinadora.

– ¿Tras la Asamblea Constituyente usted piensa seguir como referente?

– Me tendré que someter a la urna y, si soy elegido, seguiré como referente, pero no como líder, dirigente o candidato.

 

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Política literal y política literaria

Amador Fernadez-Savater

Un ensayo sobre la potencia política de la ficción, como cuestionamiento de la realidad establecida y de las identidades obligatorias, como creación de nuevas posibilidades de existencia y de comunidad, desde la Revolución Francesa hasta el 15-M.

Los que estamos aquí, en Tahrir, Sol, Syntagma o Zuccotti, ¿quiénes somos, cómo nos llamamos? Indignados, 99%, la gente de Tahrir… Son algunos nombres de los diferentesnosotros que han hecho su aparición en las plazas. Esos nombres, ¿tienen alguna importancia? Toda una inercia nos lleva a pensar que no, que “sólo son palabras”. Una especie de sustancia diferente a la realidad, una sustancia sin sustancia. Además son palabras extrañas, casi vacías de significado, sin límites o fronteras precisas, ni referentes muy claros, que cualquiera puede atribuirse… En definitiva, sospechosas. Sospechosas para todas las policías interesadas en saber “quién hay detrás” de cada movimiento. Sospechosas (por “metafísicas” y “poéticas”) para todas las tradiciones políticas y sociológicas serias. Sospechosas para el mismo sentido común: “¿cómo van a ser el 99%? Eso es imposible”.

Y sin embargo, aunque estos nombres -flotantes, sin referentes claros, imprecisos, imposibles- no se inscriben en ninguna tradición política explícita y determinada, tienen una larga historia. Hay quien los asocia a la posmodernidad y sus juegos de lenguaje, pero memorias con más alcance remontan su aparición muchos siglos atrás. Señalan de hecho que son consustanciales a la misma política de emancipación. Es decir, que son tan viejos como la acción política, pero a la vez siempre jóvenes en su aparecer. Cada vez que hay prácticas de emancipación, es decir desacuerdo e interrogación radical sobre los modos de vivir juntos, surge uno de esos nombres. Levantando siempre las mismas sospechas de todas las policías, los pensadores serios y el sentido común.

Las palabras son fuerzas materiales. Nos hacen y deshacen. Indignados, 99%, la gente de Tahrir… han sido ingredientes constitutivos de las plazas, absolutamente determinantes para abrirlas como lugares comunes, desplazando las identidades que nos separan cotidianamente. Para abrir espacios de todos y de nadie necesitamos dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser: la fuerza del anonimato. Pero paradójicamente el anonimato no consiste en el rechazo de los nombres, sino más bien en asumir un nombre compartido. Un nombre de cualquiera contra los nombres separadores.

La obra de Jacques Rancière es una invitación muy bella y apremiante a tomarnos en serio las palabras, la efectividad de los actos de palabra, nuestra propia naturaleza como animales poéticos. Para él, acción política y literatura coinciden en un punto: ambas pasan por el poder las ficciones, las metáforas y las historias. La política de emancipación es una política literaria o política-ficción que inventa un nombre o personaje colectivo que no aparece en las cuentas del poder y las desafía (a partir de una situación, agravio o injusticia concreta). Ese nombre no es de nadie en particular, sino que en él caben todos los que no cuentan, no son escuchados, no tienen voz, no deciden y están excluidos del mundo común.

A continuación voy a mezclar mis palabras con las de Rancière para exponer su teoría de la ficción política y luego pensar las potencias y los problemas de algunos “nombres de cualquiera” que han emergido con el movimiento 15-M.

La ficción política: tres operaciones

Según Rancière, una ficción política hace tres operaciones simultáneas: crea un nombre o personaje colectivo, produce nueva realidad e interrumpe la que hay.

El nombre o personaje colectivo no expresa ni refleja un sujeto previo, sino que es la creación de un espacio de subjetivación -esto es, de transformación de los lenguajes, las percepciones y los comportamientos- que simplemente no existía antes. Es decir, ese personaje colectivo no estaba ya contado entre las partes de la sociedad como grupo real, colección de individuos con tales o cuales características, cuerpo objetivable, ni siquiera latente. Existe cuando se manifiesta y se declara a sí mismo como existente, autodenominándose. Por esa razón nunca aparece como una realidad clara y distinta (una cosa, un sujeto o una sustancia), sino más bien como un fantasma: borroso e intermitente, inasignable e incorpóreo, precario y móvil, perturbador e ilegítimo.

Ese nombre o personaje colectivo interrumpe la realidad en tanto que mapa de lo que se puede ver, sentir, hacer y pensar. El marco que determina lo posible y lo imposible, lo visible y lo invisible, el sentido y el ruido, lo real y lo irreal, lo legítimo y lo ilegítimo, lo tolerable y lo intolerable. Interrumpe asimismo la realidad entendida como orden de las clasificaciones, las designaciones y las identidades que hacen a las cosas a ser lo que son. La distribución jerárquica de lugares, poderes y funciones: división del todo social en categorías, grupos y subgrupos; asignación de cada cual a una casilla, con un papel y unas capacidades determinadas, según tales o cuales predicados o propiedades (títulos, origen, estatus, rango o riqueza), etc.

Esta realidad (como distribución jerárquica de los lugares) no es menos “ficticia” que la ficción, pero no se reconoce a sí misma como tal. Se hace pasar por lo único que hay y puede haber. Busca siempre fundamentarse y justificarse en un supuesto ser-así de las cosas. Odia los puntos vacíos o polémicos, los restos que no encajan en su distribución de las partes (los elementos flotantes o inasignables).

El personaje colectivo de la ficción política produce nueva realidad porque redefine el mapa de lo posible: no sólo modifica lo que se puede ver, hacer, sentir y pensar acerca de la realidad, sino también quién puede hacerlo. Impugna la distribución jerárquica de lugares y funciones en nombre de las capacidades de cualquiera y la igualdad de las inteligencias. Muestra paisajes inéditos: hace ver cosas que no se veían, pone en relación lo que estaba disperso, hace surgir otras voces y otros temas, otros lenguajes y otros enunciados, otras escalas y otros razonamientos, otras legitimidades y otros hechos. Y ofrece ese paisaje inédito a todos, a cualquiera. Como un don, un regalo, una nueva posibilidad de existencia.

La ficción política interrumpe y crea, crea e interrumpe. Simultáneamente. Es un poder de desclasificación y un poder de creación. Hace lo común deshaciéndolo, deshace lo común y lo rehace.

Encontramos aquí y allá, dispersos en los libros de Rancière, algunos ejemplos históricos que clarifican mucho la noción de ficción política. Vamos a repasar brevemente cuatro: el hombre-ciudadano de la Revolución Francesa, el proletariado, el eslogan “todos somos judíos alemanes” de Mayo del 68 y la consigna “nosotros somos el pueblo” coreada en las manifestaciones de 1989 en Alemania del Este.

Hombre-ciudadano

Seguramente fue el conde Joseph de Maistre, uno de los enemigos más brillantes de la Revolución Francesa, defensor ultramontano del absolutismo monárquico y el Antiguo Régimen, quien captó mejor la naturaleza ficticia de la subversión ilustrada, al declarar: “en el curso de mi vida he visto franceses, italianos, rusos; y hasta sé, gracias a Montesquieu, que uno puede ser un persa. Pero con el hombre nunca me he encontrado; si existe, es en mi total ignorancia”.

Según De Maistre, el hombre-ciudadano -presupuesto y protagonista de la Revolución Francesa- es una nada, una ilusión, un imposible, una abstracción, una quimera, una fábula, una mentira. No se puede ver con los ojos ni tocar con las manos. Para el conde, existen franceses, italianos y rusos, distribuidos a su vez en lugares y funciones según su posición de nacimiento en el Antiguo Régimen (realeza, nobleza, campesinado), todo ello conforme a leyes naturales “de las cuales no se puede decir otra cosa sino que existen porque existen”. Cada cual debe ocupar su lugar y conformarse a él. Ver, sentir, hacer y pensar lo que el lugar autoriza. Reproducir la identidad.

Si De Maistre no ve nada es porque la ficción revolucionaria inventa un espacio que no existía antes, interrumpiendo el orden de las clasificaciones que define la realidad, cuestionando la necesidad de lo necesario y suspendiendo la orden dada a las subjetividades de ser lo que son. El nuevo espacio mental redefine lo posible y lo imposible, lo visible y lo invisible, lo tolerable y lo intolerable. Desencaja a los seres y a las cosas de la naturalidad de los lugares propios (origen o condición). Uno ya no es quien es según el lugar y la posición social de nacimiento, sino en tanto que está dotado de razón. En igualdad con el resto de seres humanos. La ficción dibuja y construye así un nuevo “nosotros”, un espacio de subjetivación donde cualquiera puede contarse.

Los revolucionarios franceses deciden “hacer como si” ya no fuesen súbditos del Antiguo Régimen, lo que la realidad les obliga a ser, sino ciudadanos capaces de pensar, decidir, redactar una Constitución y gobernarse. Se redefinen a sí mismos según otra figura de referencia. La capacidad igual de todos para pensar se convierte en la base de una nueva dignidad. “Individuos abstractos”, protesta De Maistre: los hombres-ciudadanos no se ajustan ni dependen de los criterios de competencia, fortuna o respetabilidad que confieren el derecho a decidir en el Antiguo Régimen. Hombres “sin atributos”, es decir, sin las propiedades, los títulos, los honores o las riquezas necesarias para gobernar. Hombres “sin raíces” que ya no están “plantados en el suelo” del origen o la posición social, sino que han sido arrancados a él por la ficción igualitaria.

“Es una locura encargar una sociedad a una asamblea que delibera, porque ninguna Constitución puede ser resultado de una deliberación”. Las Constituciones según De Maistre sólo pueden recoger y transcribir lo que hay, esas leyes “de las cuales no se puede decir otra cosa sino que existen porque existen”. La nueva Constitución revolucionaria será estéril, augura el conde, porque es artificial y contra natura. Asociar derechos a un fantasma, basar toda una sociedad en una nada, está destinado al peor de los fracasos. Es una rebelión imposible contra lo dado: la revolución como “acto satánico”. Pero la historia de los últimos dos siglos -todo lo que ha implicado como efecto la ficción política del hombre-ciudadano- muestra bien claro que las ficciones políticas producen realidad y generan efectos que transforman el mundo de abajo a arriba, trastornando todos los ordenamientos supuestamente naturales y eternos. Las fábulas son cosas serias.

Proletariado

Ranciére cuenta dos historias para resumir en qué consiste para él la ficción política proletaria. La primera es la reunión en 1792 de nueve trabajadores en una taberna de Londres con una idea común: toda persona adulta en posesión de razón tiene la capacidad (y debe por tanto tener el derecho) de elegir a los miembros del Parlamento. Para luchar por ello, esos nueve trabajadores constituyen una “sociedad de correspondencia” cuya primera regla reza así: “que el número de nuestros miembros sea ilimitado”. E.P. Thompson, el célebre historiador del movimiento obrero, considera esa misma escena como el acontecimiento inaugural de la formación de la clase obrera inglesa.

La segunda historia cuenta que, siendo juzgado en 1832 por sedición, el juez pregunta al célebre revolucionario francés Auguste Blanqui por su profesión. “Proletario”, contesta Blanqui. El juez objeta: “pero eso no es una profesión”. Y Blanqui, que tampoco era lo que se entiende por un trabajador proletario, replica fulgurante: “es la profesión de treinta millones de franceses que viven de su trabajo y están sin embargo privados de derechos políticos”.

Ranciére, él mismo historiador del movimiento obrero, explica que ‘proletario’ es un término que viene de la Antigua Roma donde servía para designar a la multitud de los que se dedicaban a la pura y simple reproducción. Arrancada a su contexto, esa palabra antigua viaja en el tiempo para nombrar, no una forma de “cultura” o de ethos colectivo que de pronto cobra voz, sino un espacio de subjetivación donde cualquiera (Blanqui incluido) puede ingresar. No un grupo social determinado, un sector específico o una parte del todo, sino más bien “la parte de los sin parte” que perturba el mapa de lo posible. Un espacio que no preexiste, sino que se crea y manifiesta en el conflicto y la interrupción de la realidad. No una sustancia: un acontecimiento.

Proletario es el nombre de la emancipación posible de la humanidad entera. “Una clase que ya no es una clase”, dice Marx, “sino la disolución de todas las clases”. “No una clase social particular”, explica Mao, “sino simplemente los amigos de la Revolución”. Un nombre vacío que representa la igualdad de cualquiera con cualquiera. Una nada en la que caben todos.

La ficción política proletaria interrumpe la desigualdad jerárquica inscrita en el reparto capitalista de lo sensible, resumida perfectamente en esta frase de Taylor, el inventor de la cadena de montaje: “los trabajadores son una mezcla de orangután y robot”. Es decir, los que trabajan con sus manos no pueden pensar, los productores son autómatas y animales que necesitan a la clase dominante para organizarse y hacer su trabajo. Los proletarios del siglo XIX deciden “hacer como si” no fuesen la mezcla de orangután y robot que la realidad les obligaba a ser, sino personas iguales a las demás en inteligencia y facultades, capaces de leer, pensar, escribir y autoorganizar su trabajo.

Así, la ficción proletaria desplaza los cuerpos fuera de los lugares asignados, capacitando para hacer lo que era imposible y al mismo tiempo estaba prohibido. Cambia el destino de los lugares dados: por ejemplo resignifica las fábricas como espacios de organización, debate y acción política, no sólo de trabajo sometido, mudo y alienante. Hace ver lo que se quería ocultar y hace escuchar como razones lo que sólo se percibía como sufrimiento físico. Y altera y modifica para siempre el mapa de la realidad: el trabajo no será más un tema privado entre el patrón y el trabajador, sino un asunto público y colectivo donde se juega la definición que una sociedad se hace de la justicia.

«Todos somos judíos alemanes”

Mediados de mayo del 68. El gobierno francés impide regresar a París desde Alemania a uno de los líderes del movimiento, Daniel Cohn-Bendit, nacido en Francia pero con pasaporte alemán y de padres judíos. Los políticos y la prensa conservadora se ceban con él: es un elemento peligroso y, para más inri, “un judío alemán”. Enseguida se organizan manifestaciones de solidaridad donde se corea el siguiente eslogan: “todos somos judíos alemanes”. Se trata de lo que Ranciére denomina un “enunciado imposible” o una “identificación imposible”. Está claro que los que lo gritan en las calles no son judíos alemanes, sino que asumen el estereotipo estigmatizante del enemigo resignificándolo como nombre colectivo, sin ninguna confusión posible con un grupo sociológico o una identidad real. ¿Qué realidad interrumpe ese enunciado imposible? Identificándonos con lo que el poder excluye, nos des-identificamos del poder. Identificándonos con quien no debemos, nos des-identificamos de quien somos. En este caso, “un buen francés”. Y nos re-identificamos con nuevos posibles en otro espacio de subjetivación donde cualquiera puede contarse sin tener que pedir permiso a nadie ni pasar ningún filtro de identidad.

«Nosotros somos el pueblo”

Es el grito-consigna de la revuelta de los alemanes del Este contra la dictadura soviética en 1989. Se empieza a corear en las “manifestaciones de los lunes” en Leipzig y pronto se extiende por toda Alemania del Este. ¿Qué se afirma al gritarlo? Al menos dos cosas. Por un lado, “no somos lo que el Estado soviético dice que somos (agentes de la CIA o hooligans), sino gente cualquiera, tú mismo si lo deseas”. Por otro, “el pueblo no es lo que decís que es, ese objeto pasivo y mudo que el Estado representaría, sino algo distinto”. Desde la cúpula del Estado se contesta: “miraos, no sois el pueblo, sólo sois una minoría (sospechosa). ¿Cómo unos cuantos miles de personas en la calle se pueden arrogar el derecho de representar a los millones que no lo hacen?” La operación que hace ese nombre colectivo (el más clásico entre los clásicos: el pueblo) es abrir una distancia con respecto a la representación misma y sus “nombres separadores” (con los que se clasifica, estigmatiza y criminaliza). Y en esa distancia acoge otras posibilidades, otras legitimidades, otras voces y otras razones. Crea el espacio para un pueblo fantástico, que no aparece en ningún censo ni estadística, pero que al mismo tiempo tira abajo los muros y transforma la realidad.

Desdoblamientos

Según Rancière, el efecto de la política-ficción (o de la ficción política) es el desdoblamiento: uno se divide en dos. Mediante la ficción nos des-incorporamos (abandonamos un cuerpo) y nos re-incorporamos (a un campo nuevo de posibilidades). Hacemos “como si” fuésemos algo distinto de lo que somos y de ese modo generamos efectos de realidad. La ficción es una fuerza material desde el momento en que creemos en ella y nos organizamos en consecuencia.

Cada cuerpo que se convierte en actor de uno de estos personajes colectivos experimenta interiormente ese desdoblamiento. El conflicto atraviesa y divide a cada cual. Vivimos dos vidas a un tiempo. Uno es italiano, inglés o ruso, pero también un ser humano capaz de pensar y redactar una Constitución. Un cuerpo sometido a un trabajo alienante y mudo, pero también un proletario capaz de leer y escribir. Un francés, pero también un “judío alemán” solidario con los que no caben en Francia. Seres dobles, que ya no están sólo “a lo suyo”, es decir lo que les toca hacer y pensar según su lugar, sino abiertos a paisajes inéditos, conexiones improbables, otras capacidades. Seres anfibios, dice Rancière, que viven “entre” distintas identidades, emborronando las fronteras entre clases y saberes.

A través de la ficción nos sustraemos de la comunidad como lugar obligatorio de pertenencia y nos inscribimos en comunidades azarosas o aleatorias, porque no se dan entre quienes comparten tales propiedades o cuales predicados, sino entre las singularidades cualquiera, imposibles de anticipar, que se sienten interpeladas. Comunidades sensibles, no definidas por una identidad común sino por una sensibilidad compartida. Comunidades fuera de lugar y, precisamente por ello, capaces de incorporarse en cualquier lugar. No tanto un sujeto político sólido y con sede permanente, como espectros que tienen sus momentos y lugares de aparición.

La ficción es la potencia de humanización por excelencia: si los seres humanos no somos simplemente un “producto necesario” de las determinaciones biológicas y sociales, sino que tenemos la capacidad de hacernos un cuerpo nuevo, la ficción actualiza y verifica esa potencia, interrumpiendo los automatismos, haciéndonos insumisos a nuestro destino escrito en los genes, los apellidos, el lugar de nacimiento o la condición social.

Política literal y política literaria

“Todo eso es imposible”. Siempre hay una voz que lo declara. Los revolucionarios franceses dicen “somos hombres” y De Maistre responde: “no existe tal cosa, es una locura”. Blanqui proclama “mi profesión es proletario” y el juez objeta: “eso no es una profesión”. Los alemanes corean “nosotros somos el pueblo” y el Estado soviético replica: “nada de eso, sólo sois una minoría, ¿es que no lo veis?” Pero una y otra vez no se ve, se ve otra cosa, se ve doble.

Ese desacuerdo no sólo se da entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, como podía pensarse de los ejemplos previos, sino en el interior mismo del pensamiento crítico y las prácticas de emancipación. Porque también la emancipación se ha pensado y se piensa como afirmación de una identidad (de clase, nacional, cultural, étnica, sexual). Es lo que podríamos llamar “política literal”. La política literal dice: “somos lo que somos, tomemos conciencia, reivindiquemos lo nuestro, lo propio”. Política pedagógica, que opone un saber que (nos) falta a la ignorancia organizada de lo que somos. Política de la libre expresión, que opone el desarrollo de una identidad a la represión que la inhibe.

Pero la emancipación puede pensarse de otra manera: somos y no somos lo que somos. La política literaria no “expresa” una situación, una cultura o un modo de vida, sino que disocia las apariencias de la realidad, lo que somos y lo que podemos. A través de las ficciones nos volvemos capaces de acciones prohibidas o imposibles para nuestra identidad, origen o condición. No reivindicamos un trozo más grande del pastel (el que nos toca según tal o cual identidad), sino que planteamos algunas preguntas que cuestionan la naturaleza misma del pastel. No afirmamos lo propio, sino más bien lo impropio: compartido y transversal, de todos y de nadie. La política-ficción es este desdoblamiento que pone un mundo en otro, esta “guerra de los mundos” que recrea incesantemente un mismo y único mundo, un mundo común.

Así puede entenderse la polémica de Rancière contra el marxismo de Althusser o la sociología crítica de Bourdieu: la política para Rancière no pasa por adquirir un saber que nos falta y la ciencia posee, ni tampoco por encontrar una conciencia propia, correcta y adecuada a la propia identidad, sino por desidentificarse de una cultura y una identidad dadas mediante un proceso de subjetivación. Las palabras y las apariencias no son aquí “reflejo” o “máscara” de la realidad (según las usemos bien o mal), sino una fuerza material que puede llevarnos más allá de las determinaciones que nos constituyen, más allá de nuestro destino. El saber que emancipa no es tanto el que describe adecuadamente la realidad, como el que redescribe la experiencia común. Y los nombres políticos no son la expresión del interés de un grupo social concreto, sino el nombre de un cuestionamiento del reparto social de los papeles que nos interpela a todos.

Ficciones 15-M

Lo que quisiera a partir de aquí es repasar algunos enunciados que emergen con el movimiento 15-M como ficciones inclusivas y políticas. Me doy cuenta de que el orden del texto sugiere que lo que viene a continuación es una especie de “aplicación” de la teoría de Ranciére a algunos casos concretos. Pero casi podría decir lo contrario: son estos ejemplos vividos en primera persona los que me han permitido entender interiormente las reflexiones del filósofo. En realidad se trata de un encuentro, como siempre que acontece el pensamiento, entre lo que leemos, lo que vivimos y lo que inventamos por nuestra cuenta, sin saber muy bien qué poliniza qué.

Desde el primer día, las plazas tomadas del 15-M se propusieron como espacios de apertura constante: no un gesto de separación o una trinchera, sino la invitación a cualquiera a encontrarse, pensar y organizarse juntos para hacernos preguntas y buscar respuestas (precisamente porque se admite que nadie las tiene). Invitar no es una operación sencilla: hay que confiar en el desconocido, saber acoger, tener algo que ofrecer, estar dispuesto a dejarse alterar por lo que el otro tiene que traer, permitir al otro reapropiarse el espacio y reconfigurarlo a su gusto, etc. En esa preocupación por el otro que no está ya aquí, entre nosotros, residía una parte importante de la tensión creativa de las acampadas. La consigna de “respeto” que circulaba con tanta fuerza nombraba la exigencia y el desafío de elaborar una convivencia entre diferentes y desconocidos, poniendo siempre en primer plano lo que une y no lo que separa (siglas, violencia, lenguajes y comportamientos excluyentes). Lo más difícil hoy en día cuando el otro se nos aparece repetidamente como un obstáculo o una amenaza.

Para invitar al otro a pensar y desafiar juntos al poder necesitamos dejar de ser quienes somos, porque “en tanto que” lo que la realidad nos obliga a ser sólo puede haber choque, relación instrumental o desigualdad, pero no encuentro o composición horizontal. Las ficciones políticas crean terreno común, nos permiten dejar de ser lo que somos y encontrarnos “en tanto que” otra cosa, un nosotros abierto e incluyente. Indignados, personas, 99%, Sol o 15-M son los nombres o personajes colectivos a través de los cuales se ha desarreglado el orden de las clasificaciones que organiza el escenario político local como un tablero de ajedrez (PSOE/PP, izquierda/derecha, las dos Españas), para poder así autoconvocarnos en tanto que 99% de personas afectadas por la estafa política y económica de la crisis.

Indignados

Al principio funcionó más como una etiqueta mediática que como un nombre propio. No recuerdo que circulara o prendiese demasiado en las plazas. Pero eso cambió más tarde, cuando la gente identificada con el 15-M se reapropió del término (otro episodio más del toma y daca constante de resignificaciones de imágenes y palabras entre el poder y la gente cualquiera).

¿Qué realidad interrumpe esta ficción? Indignados no se define con respecto al trabajo: los indignados no son los trabajadores, ni siquiera los precarios o los parados. Tampoco se define con respecto a un marco nacional: los indignados no son “los ciudadanos” ni siquiera “el pueblo”. La desidentificación opera aquí con respecto a las formas de representación tradicional: sindicatos, para los trabajadores; partidos políticos, para el pueblo y los ciudadanos.

Indignados dispone un nosotros muy abierto, definido por una acción y una actitud. Cualquiera puede sentirse indignado, cualquiera puede percibir como intolerable el estado de cosas, cualquiera puede rechazar ser una mercancía en manos de políticos y banqueros. La indignación no remite a una identidad sociológica o ideológica (“estos” o “aquellos”), sino a una decisión subjetiva, potencialmente accesible a cualquiera.

Se critica el nombre de indignados porque evoca una protesta sin pensamiento ni construcción, cuando el movimiento 15-M no se agota en el rechazo o el grito (como han interpretado, desde muy lejos, algunos ilustres intelectuales y opinadores). Unos pocos días después de tomar la plaza, no se podía decir que estábamos allí sólo gritando nuestra indignación contra nadie, sino también por la belleza y la potencia de estar juntos, desplegando un formidable pensamiento práctico y situado, reinventando las formas de hacernos cargo en común de lo común. La pregunta que se plantea entonces es: ¿están las palabras cargadas irremediablemente de sus significados previos o las podemos hacer decir otras cosas, asociándolas a otras prácticas y otros contextos, incluso desplegando en ellas otros significados (la dignidad que encierra la palabra indignados por ejemplo)?

Personas

Al comienzo de la acampada, se dio un debate en varios grupos y comisiones sobre si debíamos denominarnos personas o ciudadanos. Mucha gente consideraba la palabra “personas” más adecuada y eficaz en la situación abierta. De hecho, el primer texto que se lanzó desde la plaza de Sol decía: “los que estamos aquí no somos colectivos ni organizaciones, sino personas que han venido libremente…”.

Como dicen los amigos de Onda Precaria, la palabra personas “dejaba atrás las siglas, las ideologías, pero también las identidades prefijadas (obreros, ciudadanos…) y permitía interpelar a muchos. Permitía volver a mirarse a los ojos y confiar en el otro, porque allí estaba en Sol, codo a codo conmigo y con el de más allá, contra políticos y banqueros, para que las personas no fueran tratadas como mercancías. Al llamarnos personas, hacíamos tabla rasa y nos identificábamos como iguales: era como decir ‘no me importa de dónde vengas, no te pediré ninguna credencial, sé que eres como yo’”.

Vacía de color y peso político, “personas” podía cargarse por ello mismo de una potencia inédita y circular como una palabra creíble. Indicaba el deseo de otro comienzo, de otro punto de partida por fuera de la política desprestigiada de los políticos.

“Personas” recoge al mismo tiempo la confianza en lo personal, una de las pocas dimensiones de la vida contemporánea que aún merece nuestra estima. Es el atractivo de la intimidad, donde -a pesar de los mil cálculos y estrategias que la atraviesan- aún sentimos que el otro se nos muestra sincera y espontáneamente, de forma sencilla y directa, sin temor al juicio ni agenda oculta. El mismo empuje de las redes sociales le debe algo a esto: la conexión se da uno a uno, persona a persona. En las redes sociales la intimidad sale además del ámbito afectivo inmediato y se hace pública, desdibujándose las fronteras público/privado, amigo/desconocido.

Estas formas de conexión uno a uno ya se habían activado políticamente en el pasado. Si por ejemplo confiamos en la convocatoria anónima que nos llamó a protestar frente a las sedes del PP dos días después del atentado terrorista del 11-M en 2004, fue precisamente porque no la firmaba ninguna organización política y nos llegaba reenviada por numerosos amigos. Como no nos movía una identidad o una ideología, sino una afectación sensible y en primera persona por lo que estaba ocurriendo, sólo una convocatoria al mismo tiempo anónima y personal podía galvanizar la protesta.

En el 15-M la “intimidad” no sólo se hace pública, sino que se encarna en calles y cuerpos. Durante las semanas de acampada, el grado de exposición personal en las intervenciones públicas era asombroso, se compartían las preocupaciones e inclinaciones más profundas como si hubiesen caído por un momento la vergüenza y el pudor que no dejan compartir normalmente lo más íntimo con desconocidos. En las asambleas se aplaudían mucho (en silencio, con las manos) las intervenciones más personales: por ejemplo las que balbuceaban y tanteaban para encontrar sus propias palabras. Las aspas de rechazo se levantaban enseguida contra los discursos más automáticos, más codificados, menos afectados por la situación.

Se ha pensado la acción política con el esquema de lo publico y lo privado, pero hoy quizá podríamos repensarla según lo íntimo y lo común. Lo íntimo no es lo privado, todo lo contrario. Es a la vez lo más propio y lo más impropio -transversal, tuyo y mío, de todos y de nadie. Qué sorpresa escuchar de pronto al otro decir exactamente lo que yo pienso en una asamblea, expresar en público lo que a mi me pasa. El filósofo Santiago López Petit habla a este respecto de la “interioridad común” como motor de las nuevas politizaciones anónimas. Lo que yo me digo a mi mismo en soledad – mi verdad– resuena y circula inesperadamente como una verdad colectiva y compartida con otros muchos (a quienes ni siquiera conozco). Como verdad común que funda un nuevo nosotros.

Por último, el uso de la palabra “personas” me recuerda a la historia de Ulises y el cíclope Polifemo. En determinado momento Polifemo le pregunta a Ulises su nombre y Ulises responde: “mi nombre es Nadie; Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos”. Esa astucia le permitirá escapar junto a sus compañeros después de herir a Polifemo en su único ojo: los demás cíclopes se burlan de su hermano cuando les pide ayuda porque ha sido atacado por “Nadie”.

El poder es siempre una máquina de estereotipar: nombrar, encasillar, separar, estigmatizar, criminalizar. En el caso del 15-M, los estereotipos como “anti-sistema” o “perroflautas” han tratado de distinguir entre “la gente normal” y “los que protestan”: los sospechosos. Romper lo común. Pero el 15-M ha inventado mil formas de pinchar los estereotipos, desde el humor que ridiculiza y vacía las imágenes del miedo hasta la invitación constante a cualquiera a acercarse a ver con sus propios ojos la realidad que se estaba construyendo en las plazas, reproponiéndose a sí mismo una y otra vez como espacio de cualquiera.

Cuando los cíclopes mediáticos y políticos preguntan al 15-M: “¿cuál es tu nombre?”, responder “somos personas” ha sido otra manera de escapar. Personas es un nombre vacío en el que cabe cualquiera, una nada que nos incluye a todos. La palabra personas proviene curiosamente de “máscara”: la máscara que usaban antiguamente los actores de teatro para dar vida a sus personajes. Las ficciones políticas son nombres colectivos y máscaras que nos permiten a la vez hacernos invisibles al poder y accesibles para los demás.

Somos el 99%

En la acampada de Sol una pancarta dice: “somos todos”. Un enunciado muy parecido se convierte luego en el lema central del movimiento estadounidense Occupy: “somos el 99%”. De rebote, en ese campo de resonancias que es el movimiento global de las plazas, el lema del 99% se empieza a usar también en España. “Somos el 99%” es sin duda uno de esos “enunciados imposibles” de que habla Rancière. Una afirmación paradójica e imposible (“mentira” desde un punto de vista objetivo y literal) según la cual una minoría en la calle dice ser la mayoría, todos.

El enunciado recibe las mismas críticas que aquel “nosotros somos el pueblo” y por las mismas razones: “no sois el 99%, sino una minoría muy concreta (y sospechosa)”. Para remachar el argumento se comparan siempre las cifras de asistentes a manifestaciones y las de votantes en las urnas electorales, como diciendo “esto es lo que sois de verdad, tantos, menos que los que aceptan la representación”. Aquí de nuevo chocan las dos políticas: literal y literaria. La política literal piensa aquí la realidad según un esquema de todo y partes, de partes y partidos, de mayorías y minorías, de proporciones aritméticas y geométricas. Todo ello expresado perfectamente en los gráficos de los resultados electorales, una persona un voto, los distintos colores representando a las partes/partidos, etc.

Pero como explica Rancière, algo pasa precisamente cuando no salen las cuentas. La política literaria desdobla la realidad. Desarregla el esquema del todo y las partes añadiendo una parte suplementaria: la parte de los sin parte. No un espacio donde se habla por todos, sino donde se habla para todos. Que no interpela a estos o aquellos, sino que parte de preguntas y problemas transversales que pueden afectar a gente muy distinta, como por ejemplo un desahucio -por citar uno de los puntos de politización del 15M- puede afectar a una persona religiosa o a un laica, de derechas o de izquierdas, monárquica o republicana.

Aunque una lectura enfatiza la oposición que establece entre el 1% que acapara la riqueza y la decisión política frente al 99% de desposeídos, la fuerza del lema no me parece tanto cuantitativa o descriptiva, como literaria y performativa. Somos el 99% significa “nuestro hacer y decir se dirige indistintamente a todos”, implica voluntad de apertura, pregunta y preocupación por los que no están yaentre nosotros, problematización del confort autorreferente de las identidades, confianza en la inteligencia igual de los desconocidos, en la capacidad de cualquiera para hacerse cargo de los asuntos comunes. Y las palabras tiene efectos prácticos.

Durante los primeros días de la ocupación de la plaza de Zuccotti, Occupy Wall Street era un espacio habitado casi exclusivamente por activistas y militantes políticos. Fue en ese momento cuando el lema del 99% se empezó a extender, empujado en un primer instante por algunas personas que deseaban abrir la situación. Mucha gente distinta se sintió interpelada por la consigna y se acercó a Zuccotti. Los lenguajes y comportamientos políticos más autorreferenciales y excluyentes tuvieron que modificarse para acoger a los desconocidos que llegaban. Y así la consigna del 99% transformó materialmente la situación.

Sol

Cuando a principios de agosto de 2011 las autoridades decidieron desmantelar los restos del campamento de Sol y arrancaron la placa que el 15-M había colocado bajo la estatua del caballo de Carlos III (que decía “dormíamos, despertamos”), miles de personas se autoconvocaron inmediatamente en manifestaciones de protesta que pusieron en jaque un despliegue policial inédito. Sol es un espacio muy importante para los madrileños vinculados al 15-M, en el que meses después del campamento se siguen realizando todo tipo de reuniones, asambleas y concentraciones. Pero al mismo tiempo Sol es también un espacio simbólico y metáfora de metáforas: por ejemplo, kilómetro cero, el “nuevo comienzo” que para Hannah Arendt define lo propio de la política; los lemas “ensólate”, “ensolación” y sus mil variantes, que remiten al espíritu, la energía y la emoción que se vivía en el campamento, relacionada con el pasaje de la impotencia a la potencia, de la competencia a la cooperación, del cinismo a la confianza; la imagen del “despertar”, no sólo como un despertar de las conciencias, sino también como despertar de la pesadilla del individualismo, de los cuerpos anestesiados y blindados a lo que tenemos en común, etc.

La ficción política de Sol evoca un posible ya realizado: el pequeño mundo y la pequeña ciudad que se construyeron en la plaza durante tres semanas, un “taller de democracia al aire libre” (como dijo alguien en una asamblea) donde experimentar modos de participación común en los asuntos comunes. Un espacio no sólo de protesta y denuncia, sino de organización de la vida colectiva: espacio habitable, participado y de cualquiera (“cabemos todos, os necesitamos a todos” dice un vídeo sobre el campamento de Sol recogiendo un sentir muy común). Experiencia de protagonismo y poder hacer, de toma colectiva de la palabra, contra las jerarquías instituidas del saber y el monopolio privado de la decisión política. Experiencia de libertad, no tanto como posibilidad de escoger entre opciones dadas, sino de reinventar colectivamente las reglas de juego. Experiencia de hacer mucho con poco, de otra idea del lujo o la riqueza, ya no asociada al consumo o al dinero, sino a las relaciones y a otra experiencia del tiempo. Experiencia de lo común y redescubrimiento del otro como cómplice frente al “sálvese quien pueda” imperante en la vida normal… Un posible ya realizado, pero que la ficción Sol no sólo mantiene en el recuerdo, sino que nos convoca a actualizar, retomar y desarrollar.

15-M

A última hora me doy cuenta de que podríamos pensar el mismo nombre 15-M como personaje colectivo.

La fecha no indica tanto una identidad, como más bien un corte, un umbral, un punto de no retorno que interrumpe el tiempo homogéneo de la repetición. Asumir una fecha como nombre de un movimiento implica el reconocimiento de que el “nosotros” que se abre es más del orden del acontecimiento que de la identidad. Es decir, como explica Santiago López Petit, que “no preexistía, no estaba latente, sino que ha surgido en el mismo momento que hemos tomado las plazas. Por esto es un nosotros abierto, abierto a todo el que quiere entrar y formar parte de él”. 15-M es un nombre que acoge a todo aquel que se sienta interpelado y tocado por lo que arrancó ese día.

Al mismo tiempo hay quien señala que aceptar la fecha como un nombre colectivo implica el riesgo de quedar aferrados a una imagen detenida y cristalizada, anclados a un origen. Como si el acontecimiento fuera el que fue y no admitiera nuevas versiones ni actualizaciones. El movimiento quedaría de ese modo preso en un bucle identitario: sólo es 15-M si repite los haceres y decires que se reconocen como 15-M. Una forma de negarse a sí mismo como movimiento, como proceso, como experimento sin modelo (ni siquiera él mismo).

Un nosotros abierto. Las plazas no establecieron nunca una frontera clara entre dentro y fuera, sino que más bien alentaban una circulación permanente. Pero eso no significa que el 15-M sea un espacio neutral. Un espacio de cualquiera no es un espacio plano. El 15-M hace y dice cosas. Se define por aquello que hace y dice. Una práctica, no una identidad. Pero su hacer y decir no tiene interlocutores predefinidos: “estos” o “aquellos” (la izquierda, los movimientos sociales, etc.), sino (potencialmente) cualquiera. La capacidad de mantener viva la interpelación a cualquiera es una prueba constante, material y concreta. Que pasa tanto por los lenguajes y las estéticas, como por los tiempos o las formas organizativas de la acción política.

Después de abandonar las plazas, el 15-M se convirtió en una especie de súper-héroe colectivo que aparecía inesperadamente allí donde se cometía una injusticia. Esa leyenda tenía que ver con la intervención de muchas personas que habían pasado por las plazas en el bloqueo de desahucios o redadas racistas de la policía en los barrios. ¿Eran intervenciones del 15-M? Imposible de decir. Lo que aparecía y desaparecía así era un nuevo clima social que aprovechaba, atravesaba y enriquecía muchas veces estructuras previas para actuar. ¿Qué significa que el 15-M sea un clima? Que no sólo es un movimiento o una estructura organizada compuesta de asambleas y comisiones, sino también otroestado mental y otra disposición colectiva hacia la realidad, marcada por la experiencia empoderadora de las plazas y diseminada por la sociedad entera.

El nombre 15-M se debate en esa tensión. Como clima, es un nombre de cualquiera. Difuso, reapropiable y abierto. Como organización, es un nombre que se refiere a una realidad delimitada: siglas que conviven o compiten con otras siglas, con un adentro y un afuera.

Ficción e identidad

“Nosotros no es un lugar al que se pertenece, sino un espacio al que se ingresa para construirlo”, dice el filósofo Diego Tatián. Identidad política e identidad sociológica no coinciden. Es más: la identidad política supone una determinada ruptura con la identidad sociológica. Dejar de ser lo que la realidad nos obliga a ser, abandonar los lugares a los que simplemente pertenecemos, desdoblarnos. La identidad política es más bien un espacio que se inventa. Entre cualquiera que comparta, no tales o cuales predicados, sino ciertas preguntas, principios o búsquedas. Más una sensibilidad que un mismo lugar en el casillero sociológico. La identidad política es una identidad no identitaria, sino abierta, inacabada, en construcción permanente. Lo que a lo largo de este texto hemos llamado una ficción. La acción política pasa por estas “fábulas”, estas “palabras mal empleadas”, estos “imposibles” que ponen tan nerviosas a las policías de la sociedad y el pensamiento.

Pero la ficción política vive siempre al borde de su desaparición: la cristalización identitaria. El fantasma queda entonces encerrado en un lugar, una estructura, un bando, un sujeto-autor. Se materializa pesadamente en un cuerpo representable. La parte de los sin parte se convierte en un segmento identificable de la sociedad que ya no interpela a cualquiera. Un lugar de borde duro y hostil con el afuera, homogéneo hacia dentro, que excluye las anomalías y desprecia la idea de una inteligencia igual de todos.

Así, el hombre-ciudadano considera que las mujeres, los negros o los proletarios no caben, porque no son tan hombres-ciudadanos como los demás. El proletariado localiza elementos sospechosos que conviene depurar para preservar la pureza: artesanos, pequeño-burgueses, lumpen. Se alzan voces desde el 99% que hablan de rebajar el “porcentaje” porque “se nos puede meter cualquiera” y es preferible que “sólo estemos los más militantes”. En Sol se grita “esta es nuestra plaza” contra los peregrinos que circulan por ella cuando el Papa visita Madrid en verano de 2011, convirtiendo de nuevo el espacio de cualquiera en un espacio propio, en una propiedad con un propietario.

Identidad y ficción, sustancia y acontecimiento, política literal y política literaria. No hay fórmula para inclinar de un lado la balanza definitivamente. Sólo podemos construir y reconstruir, contra los lugares en los que nos clava el destino y las razones que los justifican, la confianza en las capacidades de cualquiera para darse un cuerpo nuevo. Una y otra vez, una y otra vez.

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¡El Gran pacto!

“Afiláis las lanzas al mismo tiempo que vuestras lenguas mientras le ofrecéis la cama al amo, le abrís la puerta al imperio y le dais nuestras hijas al prostíbulo del mercado. Y nos pedís que os ayudemos en una guerra santa, invitándonos a un gran pacto, eso sí, sellado con el sufrimiento y el sudor de este pueblo.”

Sobre las Columnas de Hércules y la Cúpula de Sefarad, la luna creciente marca tu cuna. Ojos grandes y oblicuos de caramelo, caballo andaluz, deja tus cascos en mis manos, que en las fraguas del Sacromonte he de herrarte para tiempos venideros.

Más allá del callejón de la Inquisición, pasado el lugar donde estuviera el castillo de San Jorge, el aprendiz de poeta entró en un local buscando la calor del té. El río Betis discurría tras las vidrieras. A las espaldas del caminante los comensales convertían, con el alcohol de la sobremesa, las palabras en estrategias guerreras y llamaban a “Un Gran Pacto”, una cruzada contra los impíos. Entre sus conocidas caras faltaba la de Escipión.

Treinta y cinco años echando sal sobre las heridas de esta tierra que, aferrada a sus troncos, busca las yemas desde donde florecer. Y vosotros, caballo de Troya en el jardín del Hospital de las Cinco Yagas, ebrios en la opulencia, década tras década poniendo en nuestras copas adormideras de la Alpujarra, queréis ¡ahora! despertarnos del letargo para serviros en la batalla. Pero, ¿contra quién y para qué? ¿No sois vosotros legionarios de este rey y formáis parte de sus mesnadas? ¿Quiénes son los caballeros del levante, del norte y del centro en esta quimera? ¿No son acaso los mismos que os regalaron el caballito de madera?.

Afiláis las lanzas al mismo tiempo que vuestras lenguas mientras le ofrecéis la cama al amo, le abrís la puerta al imperio y le dais nuestras hijas al prostíbulo del mercado. Y nos pedís que os ayudemos en una guerra santa, invitándonos a un gran pacto, eso sí, sellado con el sufrimiento y el sudor de este pueblo. ¡Un Gran Pacto contra la intransigencia, los insolidarios, los radicales nacionalistas y el centralismo!. Vosotros que engrasáis todos los días nuestras cadenas y grilletes, hijos de Tomás de Torquemada,que os huelen las manos a la tea que prende la pila de madera donde ardemos. Muertos, estáis muertos y sobre la espalda de Babieca, botín en Isbilya, caballo andaluz, putrefactos hasta el alma queréis dirigir la contienda para conservar la soldada.

Y yo, aprendiz de poeta,escuchando el sonido de vuestras babas que caen sobre la mesa frente a la Torre del Oro.

Se me hizo amargo este té tunecino de miel y piñones de la tarde cuando, buscando un lugar tranquilo donde otear la Introducción a la Historia Universalde Ibn Kaldoun, os encontré a vosotros, mercenarios. Pero estáis muertos. Sobre el lomo de Bucéfalo convertido en un jumento sólo podéis ofrecernos una misa de difuntos, y aunque vayamos todos al entierro, en la caja de pino sólo hay un difunto y tiene vuestro rostro.

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“ESPAÑOLES, LA CONSTITUCIÓN HA MUERTO”

Y ha sido asesinada con premeditación y alevosía por parte de los mismos que se han aprovechado del pacto constitucional diseñado durante la transición, una oligarquía formada por el poder financiero y las grandes multinacionales y una clase política mayoritariamente puesta al servicio de estos grupos económicos, que son los que les financian. Insaciable, como sus dueños europeos y mundiales, la minoría que nos gobierna no quiere siquiera cumplir sus propias reglas de juego y nos impone otras a nuestras espaldas. La Constitución ha sido vaciada de sus contenidos y puesta al servicio de los poderosos para defender intereses opuestos a los nuestros.

Ante esta reconfiguración autoritaria de los poderes, contra este fraude democrático, la única salida es ejercer nuestra soberanía como pueblo,  dotándonos, desde abajo, de una nueva Constitución que dé salida a la multiplicidad de problemas que oprimen nuestras vidas.

Desde los cientos de desahucios diarios hasta los millones de parados, pasando por el desmantelamiento de la educación, la sanidad, los servicios públicos esenciales y el pago de una deuda que no nos corresponde, la solución común a todas nuestras reivindicaciones pasa por el inicio de un proceso constituyente democrático que nos una y responda a todas nuestras necesidades.

Frente a esta Constitución fallecida, convertida en papel mojado, hagamos una nueva que traslade verdaderamente nuestra voluntad, en la que todos los derechos que en ella se reconozcan se apliquen obligatoriamente y podamos pararle los pies a cualquier gobierno que no cumpla con sus compromisos y con nuestro mandato.

Recuperemos el sentido de la democracia y construyámosla entre todos y todas. 

CAMBIEMOS LAS REGLAS DEL JUEGO

¡¡PROCESO CONTITUYENTE DEMOCRÁTICO YA!!

MOVIMIENTO CONSTITUYENTES

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Hay que enterrar el cadáver insepulto de la constitución.

Emilio Pizocaro

El hedor ha traspasado los muros de palacio alcanzado los confines del reino. Una noche del verano del 2011 doña Constitución recibió un golpe mortal de parte de dos supuestos hidalgos;  Zapatero y Rajoy. Desde ese día no se ha podido recuperar. Fue rematada con sucesivas puñaladas en forma de salvajes recortes a los derechos sociales por el partido de turno en el poder. Hoy doña Constitución yace sin vida.

La pregunta es, ¿porque no se ha enterrado el cadáver de este instrumento jurídico que debería ser la casa de todos ?  O dicho de otra manera ¿quienes sostienen el “ancien régime” y su difunta  constitución?

Los hechos dan testimonio del  pacto no escrito entre la “clase política” y los señores de la banca. Este compromiso, articulado a la sombra de los sables en la transición, ha vivido alimentado por más de 30 años de argamasa y ladrillos.

El maridaje entre la “clase política” y la banca es innegable. España es el país que con más desfachatez muestra las desnudeces del poder constituido. La puerta giratoria entre los cargos políticos y los directivos de la finanzas está a la vista de todo el que quiera mirar. Como decía cierto personaje “son los mismos”. Exacto, son los mismo que se repiten una temporada en el Partido y  la siguiente en el Banco o en la Caja. El ejemplo paradigmático es Rodrigo Rato. Solo hace una semana ha sido protegido de la comisión de investigación de Bankia por un acuerdo entre el PP y el PSOE.

Pocos son los integrantes de la “clase política” que se salvan. La corrupción nuevamente salpica al PP, al PSOE y a CIU en Andalucía, Cataluña, Madrid y en un largo etcétera de comarcas. Pero, cuidado…  hay que decir toda la verdad, porque en la miel todo se pega. Los consejeros de las Cajas nombrados por la dirigencia de los dos sindicatos mayoritarios y por la izquierda institucional tampoco se salvan. Lamentablemente han servido de auxiliares y parientes pobres del sistema.

Al régimen le llego la postrera hora. El pacto de la transición ha muerto en beneficio de las finanzas, colocando en evidencia la incapacidad histórica de las oligarquías de Hispania para producir desarrollo y progreso sostenido.

La especulación inmobiliaria con sus ponzoñosas secuelas en recorte de derechos sociales nos demandan que enterremos de una vez por toda la constitución . Esta ya tiene muy mal olor. Para el sepelio necesitamos a todo el pueblo como protagonista de una revolución democrática que saque limpiamente a los privilegiados del régimen.

En realidad la actual dispersión de la luchas ciudadanas , no son de por sí un hecho negativo. Todas las manifestaciones desenmascaran el desprestigiado tinglado del sistema , pero las acciones desperdigadas están mostrado ser insuficientes. El empeño es histórico y de largo aliento, La alternativa es conquistar una democracia real y para ello es necesario terminar definitivamente con lo que el filósofo francés, Alain Badiou, llama el capital-parlamentarismo.

El camino está claro. Al poder constituido de la “partitocracia” hay que oponer el poder constituyente de un pueblo organizado que lucha por un cambio democrático del sistema. Ha llegado la hora de una coordinación que permita pasar otro nivel de eficacia en el combate.

Articular un movimiento social para una revolución democrática, popular y plurinacional es ahora un imperativo. Este no puede ser una “operación política”. Decirlo de esa manera es restar entidad y perspectiva al movimiento.

De lo que se trata, es construir un Proyecto Político que ilusione , que inspire una gran cambio de modelo económico y político. Un proyecto que permita al pueblo la posibilidad de elegir en el sentido más amplio del termino y que no delegue en supuestos “representantes” las grandes decisiones que nos atañen a todos y todas.

Necesitamos un proyecto revolucionario que incluya a la gran mayoría. Más allá de diferencias, identidades , parcelas o parroquias. En este movimiento no sobra nadie. Para derrotar a las fuerzas del capital, de la inercia y de los administradores del sistema hay que tener mucho músculo.

El movimiento deberá recoger la experiencia secular de nuestros pueblos. También deberán tener un lugar destacado los nuevos movimientos nacidos hace apenas año y medio. Ellos nos han vuelto ha enseñar que la épica del cambio revolucionario está en la lucha en la calles y no en las moquetas del parlamento.

La ética de un movimiento democrático-revolucionario y por ello  “constituyente” de una nueva realidad político-social para los pueblos de España debe ser intachable. Aquellos que se dicen transformadores no solo deben actuar como incorruptibles sino que deben ser incorruptibles.

Todavía queda mucho camino por delante, será duro. Adelantarse o atrasarse puede resultar mortal para las fuerzas del cambio. Y doña Constitución merece un entierro con todas la de la ley.


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Deuda ilegítima

Pedro Montes

No he sido partidario, hasta ahora, como muchos sectores de la izquierda lo reclaman, de distinguir entre la deuda pública legítima e ilegítima.  Entendía que la deuda pública emitida, junto con los ingresos fiscales, aportaban los fondos necesarios para el mantenimiento del gasto público, y que, sin perjuicio de las barbaridades y disparates que se han cometido, como los aeropuertos sin aviones, o los AVE sin viajeros, no había forma de distinguir que parte de la deuda podría considerarse ilegítima y que parte razonable como fuente de financiación pública, no digamos en términos de los tenedores de la deuda pública.

Pero hay que cambiar de punto de vista con las enormes cantidades que se están dedicando a refinanciar  y sanear (ya veremos) el sector crediticio. En Bruselas se acaba de aprobar un inmenso plan de ayudas a la banca, de 30, 40 o 50.000 millones de euros (nada está claro) que son, con independencia de cómo se computen y de las marañas legales que se adopten para confundir, deuda que asume el Estado. Ahora sí. En la medida que esta deuda se destina al objetivo inequívoco de subvencionar a la banca adquiere el carácter de ilegítima. Ésa banca ha sido un negocio privado, sus directivos han sido incompetentes e inmorales en grado sumo, y practican con saña los desahucios de los modestos deudores, como para que, en un alarde de cinismo social sin precedentes, ahora deban compensarse sus balances quebrados.

Ésa deuda es ilegítima y en su día, si hay oportunidad, no se pagará. Se echa mano para justificar el rescate bancario a la catástrofe que podría desencadenar el hundimiento de algunas instituciones financieras importantes. La respuesta no puede ser admitir el chantaje sino exigir que todas aquellas actividades fundamentales para el funcionamiento de la economía estén nacionalizadas y bajo el control público. El sistema es de una voracidad ilimitada. El pueblo soberano  no debe permitir ser expoliado con los falsos rescates. Somos mayoría.

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Matria

por Marcos González Sedano

Nos ofrecéis para salvarnos toda la tierra de la tierra, y nosotros apenas necesitamos para vivir las riberas  del Gran Río.

Despojados de lo superfluo, nos enfrentamos al espejo y este nos invita a un paseo por el alma donde nos reconocemos en los demás. Y ese Ser universal no puede ser el veneno que nos mate, sino la miel que nos alimente.

Nosotros somos quien somos, hijos de Astarté, de Helvia, madre de Séneca y abuela de Lucano, descendientes de Aïsha al-Hurra (Aixa), hermanos de Marianita Pineda. Somos los restos humanos que quedaron al vencer por primera vez en una batalla a un ejercito de Napoleón. Los que pusimos la mesa, el papel, la pluma, la tinta, el vino y la sangre para escribir la primera constitución española. Fuimos las espaldas desde donde la Junta Suprema de Andalucía paró al absolutismo. Los Jornaleros y campesinos rebelados contra la injusticia en la «Revolución del pan y el queso», ajusticiados en la ciudad de Loja. Los insurrectos en la campiña y la sierra de Cádiz, juzgados en el proceso de «La mano negra».

Los que formaban parte de las cuerdas de presos camino de Filipinas. Los ejecutados en la ciudad de Jerez en aquella ignominia. Los que sentamos  las bases para redactar la primera constitución andaluza, la de Antequera de 1883. Los mismos jornaleros que al grito de ¡Viva Andalucía Libre! vivimos el  Trienio Bolchevique, abriendo paso al «Manifiesto de la Nacionalidad» en 1919. Somos los que pusimos cuerpo y alma contra la dictadura de Primo de Rivera. Las mujeres de la Fábrica de Tabacos de Sevilla que se remangaron para construir la ciudad.

Nosotros somos quien somos, los que vimos en la II República nuestra liberación, los que luchamos por la reforma agraria de 1932 y el Estatuto de Autonomía de Andalucía de 1933, los que pusimos los muertos en Casas Viejas y tomamos las armas de la palabra y las otras contra el golpe fascista de 1936, los que llenamos las cárceles, marchamos al exilio, los que aún hoy ocupan las fosas comunes diseminadas por nuestros campos, cementerios y cunetas.

Los que quedaron aquí para ser la mano de obra barata del señorito y de los otros pueblos y conspiramos contra la dictadura desde las parroquias, los grupos de teatro, la música, la poesía y el tajo. Somos Cristóbal Ibáñez Encinas, Manuel Sánchez Mesa, Antonio Huertas Remigio, obreros de la construcción de Granada asesinados por el régimen en la huelga de 1970. Javier Verdejo Lucas, abatido por las balas en la Playica de San Miguel de Almería mientras escribía ¡Pan , Trabajo y Lib…!

Y somos los mismos que un 4 de Diciembre de 1977 tomamos las calles de nuestra Matria, reconociéndonos una vez más a nosotros mismos. Y aquel día de nuevo la sangre manchó las piedras de la calle (que la tierra le sea leve al obrero malagueño José Manuel García Caparrós). Y seguimos caminando por las veredas de nuestra tierra hasta 1983, cuando mil jornaleros entre los que se encontraba Juan Antonio Romero, «El Comandante», hijo de Badalatosa, volvieron a poner encima de la mesa el eje central de las reivindicaciones de nuestro pueblo: la Reforma Agraria. Como si doscientos años de lucha no fueran suficientes.

Y aquí estamos aún. Siendo quienes éramos, mujeres y hombres de este lugar, al Sur del Norte y al Occidente del Oriente. Y con lo que hemos escrito y vivido podríamos llenar todas las estanterías de la Biblioteca de Alejandría. Somos los que echamos la red a la mar y la semilla a la tierra, los que construimos las ciudades y hacemos el pan, somos… Y de nuevo en una encrucijada, viendo cómo nuestro propio parlamento legisla contra nosotros en el nombre de la izquierda y por imperativo legal, como si alguna vez nos hubiesen regalado algo. Pero nosotros, Matria, encontraremos el camino.

Andalucía, otoño de 2012.

 

Marcos González Sedano

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Santiago Carrillo, la muerte y la memoria

Artículos Debates Internacional
Por Alberto Arregui, miembro de la Presidencia Ejecutiva Federal de IU
         «…En estos momentos, una generación de jóvenes se encuadra en el PCE y busca transformar la sociedad. Quienes nos consideramos comunistas sin partido, vemos en ese esfuerzo una esperanza. Pero me permito decirles una cosa: no será volviendo la cara e ignorando la política de abandono del marxismo, de pactos con la burguesía y con la monarquía llevadas a cabo por los dirigentes del partido que encabezaba Carrillo, como encontrarán el camino…»
                                                        Debo reconocer que sólo una vez en mi vida he celebrado la muerte de una persona; la del dictador. En general los individuos desempeñan un papel limitado en la historia y uno de los méritos del materialismo histórico es comprender que, salvo excepciones, son los procesos históricos quienes crean a los personajes y no al revés. Personalizar conduce a errores, sin embargo muchos personajes históricos son el símbolo de una época, o de una política.

Tampoco comparto la extendida costumbre de celebrar las supuestas virtudes de los recién fallecidos, por el mero hecho de que acaban de morir. Este parece ser el caso de Santiago Carrillo, hoy cubierto de alabanzas mientras busca a Caronte, con un cigarro en la boca en lugar del óbolo. No es difícil adivinar que tras esos panegíricos, lo que se está ensalzando es la política de Carrillo, de la dirección del PCE, y la del PSOE por tanto, en los años 70.

No participo del coro, más bien voy a desafinar: yo vinculo a Carrillo con el lado más oscuro y más nefasto de la historia de la izquierda en el Estado español. Es cierto que no todo es mérito suyo, sería un error garrafal utilizarlo de pim-pam-pum arrogándole la responsabilidad de lo que fueron decisiones compartidas por la mayoría aplastante de la dirección del Partido Comunista de España en la llamada Transición Democrática.

Don Santiago colaboró, con otros muchos, a descafeinar en todo lo posible las huellas del marxismo en el movimiento comunista. Su libro “Eurocomunismo y Estado” (*) es un compendio de la conversión del viejo partido vinculado al mal llamado “socialismo real” en partido socialdemócrata. Deudor de Bernstein, sustituye la lucha de clases por el adoctrinamiento, y el concepto marxista del Estado por el demócrata burgués. “El camino, dentro aún de esta sociedad, antes incluso de llegar al gobierno las fuerzas socialistas, es una acción enérgica e inteligente por la democratización del aparato del Estado. El punto de partida para ésta, reside precisamente en lograr que la ideología burguesa pierda la hegemonía sobre los aparatos ideológicos” (Eurocomunismo y Estado, pg. 67).

Su triunfo fue que, aunque abandonó el PCE, dejó sus ideas detrás y hoy las doctrinas socialdemócratas, acerca del Estado y rechazando el marxismo, expuestas en aquella obra (al tiempo que el PCE, bajo su dirección, la de Pasionaria y otros muchos, renunciaba formalmente al “leninismo”) son las que empapan la política de los dirigentes del PCE. Tanto es así que, incluso hoy, cuando su militancia joven comprende lo nefastos que fueron los pactos secretos con el gobierno franquista de la monarquía que desembocaron en la Constitución de 1978, el PCE, oficialmente, sigue alabando aquella dejación de las posiciones de la izquierda.

Sí, dejación era aplaudir a los grises cuando cargaban en las manifestaciones, aceptar la bandera “nacional”, la monarquía, la renuncia al derecho de autodeterminación de los pueblos…la conciliación de clases, el olvido de la memoria histórica en aras a una “reconciliación” unilateral, dejando hasta hoy los cadáveres en las cunetas, ninguna depuración de los cuerpos represivos y del ejército de la dictadura (pensemos en la UMD), los derechos intactos de la iglesia… Y, por supuesto, no sólo no se tocó el poder económico que había respaldado a Franco sino que se corrió en su ayuda con los Pactos de la Moncloa.

¡Qué poca memoria! Pero no era sólo el secretario general, fue la mayoría del Comité Central del PCE quien respaldó su pacto con Suárez en la Pascua de 1977 que supuso el abandono de ideas esenciales de la izquierda antifranquista. “En estos días, no en estos días, en estas horas puede decidirse si se va hacia la democracia o si se entra en una involución gravísima” (Don Santiago dixit). Ni un solo voto en contra en el Comité Central, sólo 11 abstenciones. Parapetados tras la bandera de los vencedores, se hicieron la foto de los vencidos, abandonaron cualquier lucha por un proceso constituyente como el que hoy piden, sin ir más lejos, los propios militantes del PCE e IU.

El mismo Carrillo diría después: “Suárez -y al fondo el Rey-, de un lado, y el PCE de otro, hemos sido artífices principales de la estabilidad del régimen democrático” (Memorias de la Transición, pg. 56).

El PCE era un gran partido, y en la Transición, después de una lucha heroica de su militancia en la dictadura, quebró la espina dorsal de sus bases, obligando a una renuncia que se aceptó por disciplina, pero que redujo las bases del partido a cenizas. Que hoy el partido comunista sea sólo un pálido reflejo de lo que era en la transición, lo debe, en gran medida a la política de la dirección encabezada por Carrillo pero que, no olvidemos, estaba compuesta por otras gentes que apoyaron lo que él representaba.

En estos momentos, una generación de jóvenes se encuadra en el PCE y busca transformar la sociedad. Quienes nos consideramos comunistas sin partido, vemos en ese esfuerzo una esperanza. Pero me permito decirles una cosa: no será volviendo la cara e ignorando la política de abandono del marxismo, de pactos con la burguesía y con la monarquía llevadas a cabo por los dirigentes del partido que encabezaba Carrillo, como encontrarán el camino. La historia, se repetiría, entonces como tragedia, ahora sólo sería una patética farsa, que comienza elevando a los altares a los responsables de una sombra de claudicación que nos cubre todavía.

(*) En el libro “La izquierda y el Estado”, se hace un análisis detallado de las principales ideas de esta obra que, con las posturas de Marchais y Berlinguer, teorizó el giro de los partidos comunistas del sur de Europa, hacia la socialdemocracia.

 

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