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¿Necesitamos una política para una revolución democrática?

Por Emilio Pizocaro

“ Sí la izquierda quiere seguir siendo izquierda requiere con urgencia de un concilio vaticano segundo con su respectivo “agiornamiento”. Urge abrir las ventanas a políticas que razonen una revolución democrática”.

Es hora de mirar con atención lo que ocurre ante nuestros ojos. El malestar está en el aire. Este caluroso verano nos propone de un turbulento otoño. La legendaria dignidad rebelde de los pueblos de España ha vuelto caminar por tierra Andaluza. Esta vez lo ha hecho de la mano del sindicato alternativo de Sánchez Gordillo y Cañamero.

Es el renacer de unos movimientos sociales que nacen desde abajo. El punto de arranque fue del 15M. A partir de ese hito, un variopinto conjunto de movimientos sociales, empiezan a actuar de manera independiente de las cúpulas políticas y sindicales tradicionales. La marcha obrera del SAT, la acciones de desobediencia civil, el movimiento de los constituyentes y el todavía incierto 25-S son parte del mismo proceso.

Los políticos tradicionales, de toda el espectro, se han visto sorprendidos por estos nuevos movimientos que desbrozan el camino para políticas de insumisión y rebelión popular.

Lo que pasa es que la crisis que en sus inicios fue económica, ha devenido en crisis política. Las encuestas de opinión revelan, como para un porcentaje mayoritario de la población, el poder constituido pierde legitimidad por los cuatro costados. Esto incluye a los partidos políticos del sistema, al  gobierno, a la monarquía, a la judicatura, en definitiva a todo el régimen.

En este escenario, de por sí inquietante para el poder, debemos aguzar los sentidos y descubrir el rol que juega cada uno de los actores de un proceso que da recién sus primeros pasos.

Los sobrinos del Tío Sam.

El imperio sabe muy bien que los pueblos se ponen muy peligrosos cuando son capaces de auto-organizarse y crean sus propias estructuras de participación democrática.

Hace unos pocos días la embajada de Estados Unidos mostró públicamente su nerviosismo por la situación política. Lo hizo dando una señal; remitió a sus ciudadanos residentes una carta en la que advierte de conflictos y se les insta “ a alejarse de las manifestaciones que pese a poder tener intenciones pacíficas, pueden terminar en confrontación”.

Barruntamos que este es el primer síntoma manifiesto que como el Imperio muestra su preocupación por los acontecimientos. Entre bambalinas su embajada hace saber al gobierno su inquietud . Sus agentes de la calle Serrano empiezan a mover peones ante cualquiera “eventualidad” y a estudiar el futuro “teatro de operaciones”.

Por su ubicación geográfica, España, puerta del mediterráneo, siempre ha sido relevante para las estrategias geopolíticas de Estados Unidos y la OTAN. El último episodio de la importancia geo-estratégica de España la escenificó Rodríguez Zapatero. El ex-líder socialista  autorizó, a la hora nona y sin consultas al Congreso, la instalación del escudo antimisiles en la base de Rota.

La transición “modélica” puede estar en peligro conjeturan. Norteamérica y sus servicios de inteligencia se la  jugaron a fondo, hace más de 30 años dirigiendo con esmero el relevo bipartidista del franquismo. Ahora de nuevo están al cateo de la laucha . No pueden permitir que se les arranque un pajarito tan sabroso.

Como era de esperar aquí en casa, el poder financiero nativo ha tomado debida nota de la situación. Alarmados, su prensa ya no puede esconder el descomunal desprestigio de un régimen con una “clase política” que vegeta a la sombra de una corrupta promiscuidad con la banca y las grandes finanzas.

Por el momento el imperturbable Rajoy y su gobierno se desprestigia a la velocidad del rayo.  Su política hace gala de una tremenda insensibilidad social. Los politólogos  progresistas elaboran teorías acerca de un Rajoy que no terminará su periodo legislativo.

Lo más probable es que el enfoque de estos especialistas sea apresurado. Sacan cuentas alegres. Sin embargo, lo que se puede verificar es que los piezas del tablero del ajedrez empiezan a moverse.

En el lado más oscuro del cuadrante -y siempre con el respaldo de Estados  Unidos- se mueven las fuerzas de ultraderecha que trabajan para imponer una salida antidemocrática a la crisis política y económica

El periódico Alerta Digital es un buen ejemplo de como el fascismo está vivito y coleando. Estos elementos están conspirando y muestran abiertamente  el trabajo de zapa que realizan hacia las fuerzas armadas.

En los últimos días han publicando dos amenazantes cartas; una de un militar en activo y otra de un coronel retirado. Os ofrecemos un par de titulares para considerar : “la lealtad a España es más importante que ser lacayo de un partido que la está destrozando” y “ han intentado convertir al ejercito en una agrupación pacifista de ilotas sometidos a los herederos políticos que derrotamos en 1939”

(Mirad con cuidado estos enlaces :

1.-  “La lealtad a España es más importante que ser lacayo de un partido que la está destrozando”     2.-  http://www.alertadigital.com/2012/08/28/carta-de-un-coronel-de-artilleria-al-jemad-han-intentado-convertir-al-ejercito-en-una-agrupacion-pacifista-de-ilotas-sometidos-a-los-herederos-politicos-que-derrotamos-en-1939/  )

Quien lea este periódico digital verá que los neo-falangistas no se quedan en chicas. En el mismo diario se ofrece tribuna a la UPyD y al novísimo partido de Mario Conde. Ningún análisis debe subvalorar el rol asignado a las nuevas caras de la demagogia y el populismo de derecha. Al parecer estos partidos están jugando un juego siniestro. Mario Conde y Rosa Diez son las típicas piezas de recambio que en su momento pueden prestarse para una turbia maniobra actuando de consuno con los fascistas.

La CEOE, más conservadora y hábil, no cambia su proyecto propio. Se trata de repetir,  llegado el momento oportuno, el golpe de estado “blando” al estilo de Italia y Grecia. Es decir gobiernos encabezados por tecnócratas con el apoyo abierto o encubierto de partidos de derecha y de “izquierda” como el Pasuk griego y el Partido Demócrata Italiano

En otro lado del tablado, pero subordinado al mismo patrón, está Rubalcaba -hombre educado en Estados Unidos- y la actual directiva del PSOE. Su “oposición soft”, no disimula una apuesta estratégica parecida ; formar un gobierno de concentración nacional con el PP y los partidos nacionalistas de derecha , para salvar lo que queda del capitalismo rentista de la banca ibérica y de la transición amañada.

¿A que juegan los sindicatos mayoritarios?

Actores importes en la crisis, los sindicatos mayoritarios han desilusionado a los trabajadores que dicen representar.  En la cabezas de los máximos dirigentes sindicales tienen solo una triste y derrotada estrategia ;  el pacto con el régimen para salvar lo poco que va a quedando del “estado de bienestar”.

La última de sus “tragaderas” ha sido particularmente sangrante. Después un larga y combativa marcha minera, estas las “glorias” sindicales terminaron pidiendo la vuelta al trabajo sin dar explicaciones ni haber ganado nada.

En efecto, las directivas de los sindicatos mayoritarios se mueven a dos bandas; mientras por un lado visitan a Frau Merkel y se reúnen con el monarca, por el otro organizan la cumbre social llamando a una marcha de protesta sobre Madrid para el 15 de septiembre.

Sin embargo la política de negociar y negociar hasta la derrota final ya no engaña a nadie. Los asociados de los grandes sindicatos han perdido la confianza en sus cúpulas  y estas lo saben. Aunque la Cumbre Social es un paso adelante, en realidad la movida habla del miedo que tienen de ser superadas por las mareas del descontento popular. Está por verse sí son capaces de seguir avanzando al ritmo que marcarán los movimientos sociales.

¿Precisa la izquierda una concilio vaticano segundo?

El cuadro sería incompleto sin el discurso y la actuación de la izquierda institucional. Mientras la militancia de izquierda. sin atender diferencias de enfoque, trabaja duro volcándose con toda sus fuerzas en las movilizaciones organizadas o espontáneas , la cúpula de la izquierda institucional y sus parlamentarios son superados por los hechos.

Aunque comienzan a utilizar con timidez palabras como rebelión todavía no se escucha en las “altas” esferas el vocablo revolución. Se conforman con salir en la foto, cuando en realidad van a la zaga de las acciones de rebelión popular y no tiene política para los nuevos tiempos.

El apoyo de la directiva de la izquierda institucional a las movilizaciones auto-convocadas tiene mucho de contradictorio. Su respaldo a basculado desde la incomprensión hasta la intención de capitalizar la acción de las masas para intereses meramente electorales.

Como en todos los procesos de conflicto social y político tampoco en el caso español faltan aquellos que solo quieren un cambio cosmético. Una parte de la izquierda institucional está esperando compartir el poder con el PSOE (como en Andalucía) sin medir los efectos que para lo propia izquierda tendría una alianza de este tipo y en este momento.

No se trata de oportunidad se trata de oportunismo. Gobernar con social-liberales, a cualquier costo, es un tremendo error. Han olvidado rápidamente la historia. Fue la socialdemocracia alemana la que al apoyar las políticas conservadores de austeridad, en la década del 30 en el pasado siglo, echaron en los brazos del nazismo a una descontenta clase obrera.

Hoy se empiezan abrir paso con cierta lentitud las posiciones por un cambio revolucionario. La ideología socialdemócrata es transversal y hegemónica en la izquierda política y social de España y de Europa . Esta es la razón de fondo porque a un número significativo de dirigentes y de intelectuales de la izquierda institucional ha demorado tanto en asumir la magnitud de las manifestaciones auto-organizadas y la importancia de los nuevos movimientos.

En este asunto se aprecian males endémicos como el sectarismo y un conservadurismo timorato. Son muchos los dirigentes que aún no logran entender como ha sido posible que a través de medios tan poco tradicionales -para la “cultura de izquierda”- como Facebook y Twitter se auto-organicen movimientos que tienen repercusiones e imitadores a nivel internacional.

Pero, el trance de la izquierda institucional es mucho más complejo. A fin de cuentas el parlamento es un buen lugar para ser tribuno y algunos los intelectuales de izquierda han escalado puestos en las universidades. No han vivido mal en los últimos 30 años. Desde esta perspectiva es fácil entender que su objetivo político sea recuperar un nostálgico estado de bienestar que no volverá.

Entonces, lleva razón Slavoj Zizek  al afirmar que : “El mejor indicador de la falta de confianza en sí misma de la izquierda de hoy es su miedo a la crisis: esa izquierda teme perder su cómoda posición de crítica totalmente integrada al sistema, no dispuesta a perder nada. Por lo que, más que nunca, el viejo lema de Mao Ze Dong es pertinente:“Todo bajo el sol está en un caos absoluto; la situación es excelente”.

Quienes pretenden que la refundación de izquierda pasa por la creación de un nuevo partido socialdemócrata, dejan de lado algo que saben perfectamente. La izquierda institucional, en la práctica, no es más que otra representación de políticas socialdemócratas. Su resistencia a pronunciarse por la salida del euro y a trabajar abiertamente por un proceso constituyente nacido desde abajo y con los de abajo , son las dos últimas expresiones de la mentalidad imperante en los círculos dirigentes de esta izquierda del sistema.

En realidad todavía muchos intelectuales piensan, con sinceridad, que no ha llegado la hora de un cambio de fondo. En definitiva, no creen que el capitalismo puede ser superado y que el nuevo siglo viene preñado de revoluciones. No logran ver en la crisis del sistema es un coyuntura para políticas rupturistas  La rémora socialdemócrata recita una letanía muy conocida : la revolución, compañero, es para cuando se den las “condiciones”. En buen romance; para las calendas griegas.

Ha pasado mucho agua bajo los puentes desde la época heroica de los viejos partido obreros. Sin su épica en la segunda guerra habría sido imposible la democracia liberal y las conquistas sociales de la segunda década del pasado siglo. Hoy parte de esa izquierda histórica se ha institucionalizado. La mayoría de sus intelectuales se formaron cuando campeaba el euro-comunismo y nunca pasaron de hacer una oposición DENTRO del sistema.

En el nuevo siglo “ sí la izquierda quiere seguir siendo izquierda requiere con urgencia un concilio vaticano segundo con su respectivo “agiornamiento”. Urge abrir las ventanas a políticas que razonen una revolución democrática”.

Esta “puesta al día” implica un importante “corpus teórico” . Se trata ni más ni menos de cimentar la teoría y la practica de las revoluciones de siglo XXI. Pensamos que las revoluciones construidas “desde abajo” por los movimientos emancipadores de America del Sur y la práctica de horizontalidad democrática de los indignados son el primer paso.

Hay pequeños síntomas del cambio en algunos intelectuales. El eje de discusión debe pasar de la “refundación de la izquierda” a la necesidad urgente de iniciar el debate para la revolución democrática.

Hasta solo algunos meses los partidarios de la refundación aspiraban como máximo a imitar esa nueva versión de los partidos  socialdemócratas europeos representados  por “Die Linke” en Alemania y el “Front de la Gauche” en Francia.

Los porfiados hechos les han dado por el traste. Ambas experiencias han mostrado un reiterado fracaso para enfrentar el neoliberalismo.  No terminaban los escrutinios en Francia y el líder del Front de la Gauche , Melenchón ya estaba pidiendo el voto útil para Francois Hollande . Como era previsible a poco andar el nuevo gobierno “socialista” francés se ha alineado con firmeza con las políticas del imperialismo en Siria y el Medio Oriente.

Este asunto no es un tema menor. Por aquí pasa la línea roja para posiciones consecuentes de izquierda. Hablar de “imperialismos” puede confundir y resulta obsceno para los pueblos que han sufrido y sufren las brutales agresiones del poder imperial.

Oportunamente el historiador Josep Fontana nos recuerda la Defense Planning Guidance de Estados Unidos  “… la nueva estrategia regional de defensa exige que nos esforcemos en prevenir que ninguna potencia hostil domine una región cuyos recursos necesitemos…”

El imperialismo, en la acepción moderna de la palabra, actualizada por Samir Amin y Arrighi, es el actual mecanismo de dominación y explotación del Tercer Mundo por parte de las élites del Primero Mundo.

Este gigantesco poder, que organiza guerras de cuarta generación, busca la solución a su crisis aplicando recetas del más puro y duro del neo-liberalismo en Europa.

Con acierto el economista Claudio Katz, afirma que el resultado de esta política es que el Imperio del capital ha convertido a Europa en el eslabón débil de la cadena de una crisis que es de carácter global. Todos los datos económicos corroboran esta afirmación. El euro es un callejón sin salida y amenaza con contaminar a todo el sistema. Gringolandia mira preocupada al viejo continente. Lo ha dicho Obama; cuando llueve en Madrid hay que sacar el paraguas el Nueva York

El capital financiero todavía ordena y defiende sus intereses estratégicos sin contemplaciones, Ante la sola posibilidad de tener rivales de cierta importancia el imperio es cada vez más agresivo.

Por lo tanto no nos hagamos falsas ilusiones. Transitamos una época convulsa y hay que prepararse para galopar. En este escenario de confrontación puede ocurrir que algunos profetas de la refundación socialdemócrata corran el riego de quedarse predicando en el desierto. Desde sus cátedras no han logrado percibir que la verdadera refundación de los proyectos emancipadores está pasando delante de sus ojos. La pretendida refundación desde las alturas e institucionalizada ha dejado de tener validez.

La verdadera refundación de la izquierda está en la persistencia de las movilizaciones populares que se auto-organizan al margen de los aparatos políticos . Lo más probable es que tras estas movilizaciones  germine una política de rebelión popular que logre articular un proyecto de revolución democrática y social.

Los tiempos que se anuncian vienen agitados. Hay una gran coincidencia que la democracia parlamentaria esta muerta. Ha sido vaciada de contenido por la globalización financiera.

Una vez más Zizek tiene razón cuando asevera que “lo que llamamos “crisis de la democracia” no ocurre cuando la gente deja de creer en su propio poder, sino, al contrario, cuando deja de confiar en las élites”. Esto último explica por que se han hecho carne en el pueblo las consignas “ no nos representan” y “queremos una democracia real”.

El camino recién empieza. Seriamos ilusos e irresponsables sino alertamos que se trata de un ruta saturada de peligros. En los países árabes el imperialismo ha dado clases de cómo puede aprovechar las rebeliones populares en su favor. Como siempre no han trepidado en utilizar la religión y los métodos más criminales.

En épocas como estas, ya no valen los “sorpassos” palaciegos ni las maquinaciones de los aparatos partidarios. Las revoluciones del siglo XXI se construyen con paciencia desde abajo y deberán ser procesos fundados colectivamente por las mayorías. Esta es una regla de oro y también un seguro de vida ante las inevitables maniobras del imperio del capital.

La siguiente cita de la filósofa y activista argentina, Isabel Rauber, da algunas luces de la construcción de la revoluciones del siglo XXI;

Hacer política es imprescindible y fundamental. El problema radica en cómo hacer política de un modo y con un contenido diferente al tradicional, en no ser funcional al poder del capital y, articulado a ello, en cómo superar la desconfianza instalada en las mayorías populares hacia los partidos políticos, los políticos y la política.

El cambio social requiere poner fin al poder del capital, a su lógica de funcionamiento, y a sus mecanismos de hegemonía y dominación…Construir poder desde abajo reclama, por tanto, un cambio cultural y político práctico, indispensable para el análisis y la práctica política actuales de los movimientos sociales y políticos, en tiempo de revoluciones desde abajo.”

Hoy los revolucionarios no tiene otra opción que el compromiso con una multitud que empieza a rebelarse contra el régimen. La historia no perdonaría a la izquierda si NO esta preparada políticamente para este andar con los nuevos sujetos revolucionarios que viene de camino. Será difícil pero no utópico. Las revoluciones democráticas del siglo XXI se están poniendo al orden del día. Todas las manos, todos los corazones y todo el pensamiento crítico debe orientarse a trabajar por ellas.

 

 

 

 

 

 

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Los expertos colocan a la economía mundial en alerta roja

«Todos los componentes de la situación global están orientados en sentido negativo e incluso catastrófico…» Del GEAB.

El GEAB es el Boletín del Grupo Europeo de Anticipación.Este equipo de profesionales dedicados a la prognósis política y economica  tienen un merecido prestigio internacional porque adelantaron la crisis nacida en el 2007 . En su último boletín público pronostican un futuro cercano más que sombrio.

(http://www.leap2020.eu/El-GEAB-N-66-esta-disponible-Alerta-Roja-Crisis-sistemica-global-septiembre-octubre-de-2012-Cuando-las-trompetas-de_a11100.html)

«Todos los componentes de la situación global están orientados en sentido negativo e incluso catastrófico. Una vez más, los medios de comunicación están empezando a hacerse eco de una situación de larga data anticipada por nuestro equipo para el verano boreal de 2012. En efecto, bajo una forma u otra, más a menudo en las páginas interiores que en grandes títulos (monopolizados desde hace meses por Grecia y el Euro, nos re-encontramos ahora con los siguientes 13 temas:

1. La recesión global (no hay ningún motor de crecimiento por ninguna parte/ fin del mito de la « reactivación estadounidense »)
2. La creciente insolvencia de todo el sistema bancario y financiero occidental, ahora parcialmente reconocido
3. La creciente fragilidad de los activos financieros claves como las deudas soberanas, los bienes inmuebles y CDS en la base de los balances de los grandes bancos mundiales
4. Caída del comercio internacional
5. Las tensiones geopolíticas (particularmente en Medio Oriente) que se acercan al punto de la explosión de la región
6. El bloqueo geopolítico global permanente en la ONU
7. Rápido colapso de todo el sistema occidental de jubilaciones por capitalización
8. Crecientes fracturas políticas en el seno de los poderes « monolíticos » mundiales (Estados Unidos, China, Rusia)
9. La ausencia de soluciones « milagrosas », como en 2008/2009, a causa de la impotencia creciente de varios grandes bancos centrales occidentales (FED, Banco de Inglaterra, Banco de Japón) y de la deuda de los Estados
10. La credibilidad en caída libre en todos los Estados que deben asumir la doble carga del endeudamiento público y de un excesivo endeudamiento privado
11. La incapacidad para controlar/disminuir la propagación del desempleo masivo y de largo plazo
12. El fracaso de las políticas de estímulo monetaristas y financieras como de las políticas de austeridad « pura »
13. La ineficacia, ahora casi-sistemática, de los recintos internacionales alternativos o recientes, G20, G8, Rio+20, OMC, en todos los temas que ya no forman más una agenda mundial (8) por falta de consenso: economía, finanzas, medio ambiente, resolución de conflictos, lucha contra la pobreza.

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¡No apto para cardíacos!

por Slavoj Zizek

«…Una verdadera izquierda toma en serio una crisis, sin ilusiones, pero como algo inevitable, una oportunidad que debe ser aprovechada al máximo. El punto de partida básico de una izquierda radical es que, aunque las crisis sean dolorosas y peligrosas, son inevitables y el terreno en el que las batallas tienen que ser libradas y ganadas…»

 

En mayo de 2010, estallaron en Grecia grandes manifestaciones después de que el gobierno anunciara las medidas de austeridad que tenía que adoptar para cumplir con las condiciones de la Unión Europea para recibir el capital de rescate destinado a evitar un colapso financiero estatal.

Dos relatos se impusieron durante estos acontecimientos: el del establishment euro-occidental dominante ridiculizaba a los griegos como gente corrupta y floja, malgastadora e ineficiente, acostumbrada a vivir del apoyo de la UE ; por su parte, la izquierda griega veía en las medidas de austeridad un intento más del capital financiero internacional de desmantelar los últimos restos del Estado de Bienestar griego y subordinarlo a los dictados del capital global. Si bien estos relatos poseen una pizca de verdad (y hasta coinciden en su condena de la corrupción de la clase política y dirigente), ambos son fundamentalmente falsos.

El relato del establishment europeo esconde el hecho de que el gran préstamo dado a Grecia será usado para pagar la deuda con los grandes bancos europeos: la verdadera meta de la medida es ayudar a la banca privada puesto que, si el Estado griego cae en bancarrota, aquella será afectada seriamente.

El relato de la izquierda atestigua una vez más la miseria de la izquierda actual: no hay ningún contenido programático positivo en su protesta, sólo un rechazo generalizado a cualquier medida que ponga en riesgo el Estado de Bienestar. (Sin mencionar el hecho poco placentero de que la voluminosa deuda haya pagado también por los privilegios de la clase obrera “común”.)

El misterio subyacente es que todos saben que el Estado griego no pagará y no podrá pagar nunca la deuda: en un extraño gesto de fantasía colectiva, se ignora el obvio absurdo de la proyección financiera en la que se basa el préstamo. La ironía, claro, es que la medida puede sin embargo funcionar en su objetivo inmediato de estabilizar el Euro: lo que importa en el capitalismo de hoy es que los agentes actúen a partir de su creencia en sus posibilidades futuras, aún si realmente no creen en ellas y no las toman en serio.

Esta ficcionalización va de la mano con su aparente contrario: la naturalización despolitizada de la crisis y de las medidas regulatorias propuestas. Estas medidas no son presentadas como decisiones basadas en alternativas políticas, sino como algo impuesto por una lógica económica neutral: si queremos que nuestra economía se estabilice, simplemente tenemos que hacer lo que se nos pide y aguantar el trago amargo…

Sin embargo, no se debe ignorar, otra vez, la fracción de verdad inscrita en esta argumentación: si nos mantenemos dentro de los confines del sistema capitalista global, medidas como estas son entonces realmente necesarias: la verdadera utopía no es un cambio radical del sistema, sino la idea de que se puede mantener un Estado de Bienestar DENTRO del sistema.

El desacreditado Fondo Monetario Internacional (FMI) aparece, así, desde cierta perspectiva, como un neutral agente de la disciplina y del orden, y, desde otra, como un opresivo agente del capital global.

En ambas perspectivas hay un momento de verdad: no se puede ignorar la dimensión del Superego en la manera en que el FMI trata a sus Estados clientes: mientras los reprende y castiga por sus deudas, al mismo tiempo les ofrece nuevos préstamos que todos saben no podrán pagar, ahogándolos aún más en el círculo vicioso de una deuda que genera más deuda.

Por otro lado, la razón por la que esta estrategia del Superego funciona es que el Estado beneficiario del préstamo, totalmente consciente de que nunca tendrá que pagar la deuda en su totalidad, espera –en última instancia- beneficiarse del préstamo. (Sin mencionar la conciencia de que no hay forma de salir del círculo vicioso: si un Estado se aparta del tutelaje del FMI, se expone a la tentación de quedar atrapado en la afección inflacionaria del libre gasto estatal).

Se oye a menudo que el verdadero mensaje derivado de la crisis griega es que no solamente el Euro, sino el proyecto mismo de una Europa unida están muertos. Pero antes de aceptar esta afirmación general debería añadírsele un giro leninista: Europa está muerta, bien, pero ¿qué Europa?

La respuesta es: la Europa post-política de la acomodación al mercado mundial, la Europa que fue repetidamente rechazada en referendos, la Europa experto- tecnocrática de Bruselas. La Europa que se exhibe como la representante de la fría razón europea frente la pasión y corrupción griegas, la que enfrenta lo matemático a lo patético.

Por muy utópico que parezca, hay todavía un espacio para otra Europa, una Europa re-politizada, una Europa fundada en un proyecto emancipatorio compartido, una Europa que dio a luz a la antigua democracia griega, a la Revolución Francesa y a la de Octubre. Es por eso que se debería evitar la tentación de reaccionar a la crisis económica actual con una retirada y retroceso hacia los Estados nacionales plenamente soberanos, en definitiva presas fáciles de ese capital internacional que flota libremente y que puede hacer que un Estado se enfrente a otro.

Más que nunca, la respuesta a cada crisis debería ser todavía MÁS internacionalista y universalista que la universalidad del capital global. La idea de resistir el capital global en nombre de la defensa de identidades étnicas particulares es más suicida que nunca, con el espectro del Juche de Corea del Norte acechando en los alrededores.

Mientras que el descontento popular ha traído consigo el descrédito de la entera clase política griega y el país se acerca a un vacío de poder, existe la posibilidad de que la izquierda (pero ¿qué izquierda y cómo?) tome directamente el poder del Estado. Aquí, sin embargo, comienzan los verdaderos problemas: ¿qué puede hacer la izquierda en semejante situación, con una Grecia agobiada por una deuda que no va a poder pagar nunca, una economía en crisis que depende intensamente del turismo (que, precisamente, sería catastróficamente afectado si un rompimiento con la Unión Europea llegara a ocurrir), etc.?

El peligro radica, claro, en que el sistema capitalista (si nos permitimos esta personificación) permita, entusiasta, que la izquierda asuma el poder y luego se asegurara de que Grecia acabe en un caos económico destinado a servir de lección frente a toda tentación similar futura. Sin embargo, si efectivamente hay una oportunidad de tomar el poder, la izquierda debería aprovecharla y confrontar los problemas, haciendo lo que mejor se pueda de una mala situación (renegociar la deuda y movilizar la solidaridad europea y el apoyo popular hacia su predicamento).

La tragedia de la política es que no habrá nunca un “buen” momento para tomar el poder: la oportunidad de acceder al poder se presentará siempre en el peor momento posible (de debacle económica, catástrofe ecológica, inestabilidad civil, etc.), cuando la clase política dirigente pierde su legitimidad y la amenaza fascista-populista ronda amenazante.

Algo está claro: después de décadas de Estado de Bienestar (o su promesa), en las que los recortes financieros estaban limitados a periodos cortos y justificados por la promesa de que las cosas volverían a la normalidad pronto, estamos entrando a un nuevo periodo en el que la crisis –o más bien, una especie de estado económico de emergencia-, con la necesidad de todo tipo de medidas de austeridad (recorte de las prestaciones sociales, reducción de los servicios gratuitos de salud y educación, inseguridad laboral cada vez mayor, etc.) es permanente y se está convirtiendo en una constante, convirtiéndose en una forma de vida.

Aquí, la izquierda se enfrenta a la tarea difícil de insistir en que estamos hablando de economía política, que no hay nada “natural” en semejante crisis, que el sistema global económico existente se sostiene en una serie de decisiones políticas, insistencia que no debe dejar, al mismo tiempo, de estar totalmente consciente de que, hasta ahora, al seguir dentro del sistema capitalista, violar en exceso sus reglas causa efectivamente colapsos económicos, puesto que el sistema obedece a su propia lógica pseudo-natural.

Entonces, aunque estemos entrando claramente en una fase de explotación ampliada, que es a su vez facilitada por las condiciones del mercado global (tercerización, etc.), deberíamos también tener presente que esta explotación ampliada no es el resultado de un malvado plan tramado por capitalistas, sino que deriva de las urgencias impuestas por el funcionamiento del sistema mismo, siempre al borde del colapso financiero.

Es por esto que hubiera sido totalmente equivocado llegar a la conclusión, a partir de la crisis actual, de que lo mejor que la izquierda puede hacer es esperar que la crisis sea limitada, y que el capitalismo continúe garantizando un relativo alto nivel de vida para un creciente número de gente: una extraña política radical cuya mayor esperanza radica en que las circunstancias continúen haciéndola inoperante y marginal… Esta parece ser la conclusión de Moishe Postone y algunos de sus colegas: puesto que cada una de las crisis que abre un espacio a la izquierda radical también permite un recrudecimiento del antisemitismo, es mejor para nosotros apoyar el capitalismo triunfante y esperar que no haya crisis.

Llevado a su conclusión lógica, este razonamiento supone que, en última instancia, el anticapitalismo es, en tanto tal, antisemita. Es en contra de semejante razonamiento que se tiene que leer el lema de Badiou:“mieux vaut un désastre qu’un désêtre”: se tiene que correr el riesgo que exige la fidelidad a un Evento, aunque el Evento acabe en un “oscuro desastre”.

El mejor indicador de la falta de confianza en sí misma de la izquierda de hoy es su miedo a la crisis: esa izquierda teme perder su cómoda posición de crítica totalmente integrada al sistema, no dispuesta a perder nada. Por lo que, más que nunca, el viejo lema de Mao Ze Dong es pertinente:“Todo bajo el sol está en un caos absoluto; la situación es excelente”.

Una verdadera izquierda toma en serio una crisis, sin ilusiones, pero como algo inevitable, una oportunidad que debe ser aprovechada al máximo. El punto de partida básico de una izquierda radical es que, aunque las crisis sean dolorosas y peligrosas, son inevitables y el terreno en el que las batallas tienen que ser libradas y ganadas.

El anti-capitalismo no escasea hoy en día. De hecho somos testigos de una inundación de críticos de los horrores del capitalismo: abundan los libros, las exhaustivas investigaciones periodísticas y los reportes televisivos sobre compañías que están contaminando sin ningún remordimiento nuestro medio ambiente, sobre banqueros corruptos que siguen recibiendo obscenos bonos mientras sus bancos son ser rescatados con dineros públicos, sobre maquilas en las que niños trabajan horas extras, etc., etc.

Hay, sin embargo, una trampa en toda esta inundación crítica: aunque parezca despiadada, lo que en ella nunca es cuestionado es el marco democrático-liberal de su lucha contra los excesos del capitalismo. La meta (explícita o implícita) es democratizar el capitalismo, extender el control democrático a la economía a través de la presión de los medios de comunicación, de investigaciones parlamentarias, de leyes más duras, de investigaciones policiales honestas, etc., pero nunca se cuestiona el marco institucional democrático del estado de derecho (burgués). Este sigue siendo la vaca sagrada que ni siquiera las formas más radicales de esta “ética anti-capitalista” (el Foro de Porto Alegre, el movimiento de Seattle) se atreven a tocar1.

Es aquí que la idea clave de Marx sigue siendo válida, hoy tal vez más que nunca: para Marx, la cuestión de la libertad no debería ser localizada principalmente en la esfera política propiamente dicha (¿tiene un país elecciones libres?, ¿son los jueces independientes?, ¿está la prensa libre de presiones ocultas?, ¿son los derechos humanos respetados? y una lista similar de preguntas que diferentes instituciones occidentales “independientes” –y no tan independientes- aplican cuando quieren pronunciar un juicio sobre un país).

La clave de una libertad real reside más bien en la red “ apolítica” de relaciones sociales, del mercado a la familia, y en la que el cambio requerido si queremos una mejora real no es una reforma política, sino un cambio en las relaciones sociales “apolíticas” de producción. LO QUE QUIERE DECIR: lucha de clases revolucionaria, no elecciones democráticas u otra medida política en el sentido estrecho del término. No votamos para definir a quién le pertenece qué, no votamos sobre las relaciones en una fábrica, etc, todo esto es procesado fuera de la esfera de lo político y es ilusorio esperar que uno pueda cambiar efectivamente las cosas “extendiendo” la democracia a esa esfera, digamos, organizando bancos “democráticos” bajo el control del pueblo.

Cambios radicales en este campo sólo pueden ser inscritos fuera de la esfera de los “derechos” legales, etc.: en semejantes procedimientos“ democráticos” (que, claro, pueden jugar un rol positivo), y no importa cuán radical sea nuestro anticapitalismo, la solución es buscada aplicando mecanismos democráticos que, no se debería olvidar, son parte de los aparatos estatales de ese Estado “burgués” que garantiza un funcionamiento sin trabas de la reproducción capitalista. En este preciso sentido,

Badiou tenía razón en su afirmación de que, hoy por hoy, el enemigo fundamental no es el capitalismo ni el imperio ni la explotación ni nada similar, sino la democracia: es la “ilusión democrática”, la aceptación de los mecanismos democráticos como marco final y definitivo de todo cambio, lo que evita el cambio radical de las relaciones capitalistas.

Cercanamente relacionada a esta desfetichización de la democracia está la desfetichización de su contraparte negativa, la violencia. Badiou propuso recientemente la fórmula de una “violencia defensiva”: se debería renunciar a la violencia ( la toma violenta del poder estatal) como el principal modus operandi y más bien concentrarse en la construcción de dominios libres, distantes del poder estatal, sustraídos de su reino (como el temprano movimiento Solidaridad en Polonia), y solamente recurrir a la violencia cuando el Estado mismo la usa para aplastar y someter esas “zonas liberadas”.

El problema con esta fórmula es que se apoya en la distinción profundamente problemática entre el funcionamiento “normal” de los aparatos estatales y el ejercicio “excesivo” de la violencia estatal: ¿no es acaso el ABC de la noción marxista de lucha de clases, más precisamente, de la prioridad de la lucha de clases sobre las clases como entidades sociales positivas, la tesis de que la vida social “pacífica”  es en sí misma sostenida por la violencia (estatal), que esa vida social “pacífica” es una expresión y efecto de la victoria o predominio (temporal) de una clase (la dominante) en la lucha de clases?

Lo que esto significa es que no se puede separar la violencia de la existencia misma del Estado (como aparato de dominación de clase): desde el punto de vista de los subordinados y oprimidos, la existencia misma del Estado es un hecho de violencia (en el mismo sentido en que, por ejemplo,

Robespierre dijo, en su defensa del regicidio, que no se tiene que probar que el rey haya cometido ningún crimen específico, ya que la mera existencia del rey es un crimen, una ofensa contra la libertad del pueblo). En este sentido estricto, toda violencia del oprimido contra la clase dominante y su Estado es en última instancia “defensiva”:  si no concedemos este punto, volens nolens “normalizamos” el Estado y aceptamos que su violencia es simplemente una cuestión de excesos contingentes (que serán corregidos a través de reformas democráticas).

Es por esto que el lema liberal típico a propósito de la violencia –a veces es necesario recurrir a ella, pero no es nunca legítima–  no es suficiente: desde la perspectiva emancipatoria radical, se debería invertir este lema. Para los oprimidos, la violencia es siempre legítima (ya que su mismo estatus es el resultado de la violencia a la que están expuestos), pero nunca necesaria (es siempre una cuestión de consideraciones estratégicas el usar o no la violencia contra el enemigo).2

En breve: el tema de la violencia debería ser desmitificado. El problema del comunismo del siglo XX no era que recurriera a la violencia per se (la toma violenta del poder estatal, el terror para mantener el poder), sino un modo general de funcionamiento que hizo esta recurrencia a la violencia inevitable y legítima (el Partido como instrumento de la necesidad histórica, etc.). A principios de los años setenta, en una nota dirigida a la CIA en la que aconsejaba sobre cómo debilitar el gobierno democrático de Salvador Allende, Henry Kissinger escribió sucintamente: “Hagan sufrir la economía”.

Altos representantes de los EEUU admiten abiertamente que la misma estrategia es aplicada hoy en Venezuela: el ex Secretario de Estado Lawrence Eagleburger declaró en el noticiero Fox que el atractivo de Chávez para el pueblo venezolano “sólo funcionará mientras la población venezolana vea que con él existe la posibilidad de un mejor estándar de vida.

Si en algún momento la economía realmente empeora, la popularidad de Chávez dentro de su país con toda seguridad caerá: esa es, en principio, el arma que tenemos contra él, un arma que deberíamos estar usando, es decir, las herramientas económicas para malograr su economía y lograr así que su atractivo dentro del país y la región disminuya. […] Cualquier cosa que podamos hacer para que su economía entre en dificultades, en este momento, es buena, pero hagámoslo de manera que no nos ponga en conflicto directo con Venezuela y si es que podemos hacerlo sin problemas”.

Lo mínimo que se puede decir es que semejantes declaraciones dan credibilidad a la conjetura de que las dificultades económicas enfrentadas por el gobierno de Chávez (escasez de productos y de electricidad, etc.) no son sólo el resultado de la ineptitud de su propia política económica.

Aquí llegamos a un punto político crucial, difícil de aceptar para algunos liberales: claramente no estamos lidiando aquí con procesos y reacciones ciegas del mercado (por decir algo, dueños de tiendas que tratan de obtener mayores ganancias al retirar de sus estantes algunos productos), sino con una elaborada estrategia, totalmente planificada: en esas condiciones, ¿no se justifica plenamente, como medida de respuesta, una especie de ejercicio del terror (redadas policiales a depósitos secretos, detención de los especuladores y coordinadores de la escasez, etc.)?

Incluso la fórmula de Badiou de “sustracción o resta, más sólo una violencia reactiva” parece insuficiente en estas nuevas condiciones: la idea de que, ya que el capitalismo está en todas partes y los intentos de abolir el Estado fallaron catastróficamente o acabaron en violencia autodestructiva, deberíamos sustraernos de la política estatal y crear espacios autónomos en los intersticios del poder de Estado, recurriendo a la violencia sólo como respuesta y cuando el Estado ataque directamente esos espacios.

El problema es que hoy el Estado se está volviendo más y más caótico, falla en su verdadera función de apoyo a la circulación de bienes, al punto que no podemos ni siquiera darnos el lujo de dejar que el Estado haga lo suyo.

¿Tenemos el derecho de mantenernos a una distancia del poder estatal cuando este se está desintegrando, convirtiéndose en un obsceno ejercicio de violencia que oculta su propia impotencia?

Todos estos cambios no pueden sino destrozar la cómoda posición subjetiva de intelectuales radicales, posición que podríamos caracterizar recordando uno de sus ejercicios mentales favoritos a lo largo del siglo XX, el afán de “catastrofizar” la situación: cualquiera que fuera la situación real, TENÍA que ser denunciada como “catastrófica” y mientras más catastrófica pareciera, más solicitaba la práctica de este ejercicio: de esa manera, independientemente de nuestras diferencias “simplemente ónticas”, todos participábamos en la misma tragedia ontológica. Heidegger denunció la era actual como aquella de mayor “peligro”, la época del nihilismo consumado; Adorno y Horkheimer vio en ella la culminación de la “dialéctica de la Ilustración ”en un “mundo administrado”; hasta llegar a Giorgio Agamben, que define los campos de concentración del siglo XX como “la verdad” de todo el proyecto político de Occidente.

Recuerden la figura de Horkheimer en la Alemania Occidental de los años cincuenta: mientras denunciaba el “eclipse de la razón” en la sociedad de consumo occidental moderna, AL MISMO TIEMPO defendía esa misma sociedad en tanto solitaria isla de la libertad en el mar de dictaduras totalitarias y corruptas del mundo.

Era como si la vieja e irónica ocurrencia de Winston Churchill sobre la democracia como el peor régimen político posible, en un mundo en que todos los otros regímenes son peores que ella, se repitiera aquí con seriedad: la “sociedad administrada” occidental es la barbarie con la apariencia de civilización, el punto más alto de la alienación, la desintegración de lo individual-autónomo, etc., etc., pero, sin embargo, todos los otros regímenes socio-políticos son peores, de forma que, comparativamente, a pesar de todo, se la tiene que apoyar.

Es irresistible, por eso, la tentación de proponer una lectura radical de este síndrome: acaso lo que los pobres intelectuales no puedan aguantar es el hecho de que llevan una vida básicamente feliz, segura y cómoda, de modo que, para justificar su vocación superior, TENGAN que construir un escenario de catástrofe radical.

En un tratamiento psicoanalítico, uno aprende a esclarecer sus propios deseos: ¿realmente quiero lo que pienso que quiero? Tomemos el caso proverbial de un marido involucrado en una apasionada relación extramarital, que sueña todo el tiempo con la desaparición de su esposa (muerte, divorcio, o lo que sea), desaparición que le permitiría, entonces, vivir plenamente con su amante: pero cuando esto finalmente sucede, su mundo colapsa, descubre que tampoco quiere a su amante.

Como dice el viejo proverbio: algo peor que no obtener lo que uno quiere es realmente obtenerlo. Los izquierdistas académicos se están acercando a tal momento de la verdad: ¿querían un cambio de verdad?: ¡aquí lo tienes! En 1937, en su El camino de Wigan Pier, George Orwell caracterizó perfectamente esta actitud al señalar “el importante hecho de que toda opinión revolucionaria deriva parte de su fuerza de la secreta convicción de que nada puede ser cambiado”.

Los radicales invocan la necesidad del cambio revolucionario como si esa invocación fuera un tipo de gesto supersticioso que produjera su contrario, es decir, como si evitara que el cambio realmente ocurra. Si alguna revolución se produce, debe hacerlo a una distancia segura: Cuba, Nicaragua, Venezuela… todo para que, mientras mi corazoncito se conmueve al pensar en esos acontecimientos en tierras lejanas, yo pueda seguir promoviendo mi carrera académica.

Este cambio radical de la posición subjetiva exigida a los intelectuales de izquierda de ninguna manera significa el abandono de ese paciente trabajo intelectual sin“usos prácticos”. Al contrario: hoy, más que nunca, uno debería tener en mente que el comunismo comienza con el “uso público de la razón”, con el acto de pensar, con la universalidad igualitaria del pensamiento.

Cuando San Pablo dice que, desde un punto de vista cristiano, “no hay ni hombres ni mujeres, ni judíos ni griegos”, afirma con ello que las raíces étnicas, la identidad nacional, etc., no son una categoría de verdad, o, para ponerlo en términos kantianos precisos, cuando reflexionamos sobre nuestras raíces étnicas, practicamos un uso privado de la razón, un uso limitado por presuposiciones dogmáticas contingentes, i.e., actuamos como individuos “inmaduros”, no como seres humanos libres que habitan la dimensión de la universalidad de la razón.

La oposición entre Kant y Rorty respecto de esta distinción de lo público y lo privado es raramente tomada en cuenta, pero es sin embargo crucial: ambos distinguen agudamente entre los dos campos, pero en sentidos opuestos. Para Rorty, el gran liberal contemporáneo, si alguna vez hubo alguno, lo privado es ese espacio de nuestras idiosincrasias en el que mandan la creatividad y la imaginación desbocada, y en el que las consideraciones morales son (casi) suspendidas, mientras que lo público es el espacio de la interacción social en el que deberíamos obedecer las reglas de modo que no dañemos a los otros; en otras palabras, lo privado es el espacio de la ironía, mientras que lo público es el espacio de la solidaridad.

Para Kant, sin embargo, el espacio público de la “sociedad-civil-mundial” alude a la paradoja de la singularidad universal, de un sujeto singular que, en una especie de corto-circuito, evita la mediación de lo particular y participa directamente en lo Universal. Esto es lo que Kant, en el famoso fragmento de su ¿Qué es la Ilustración?, quiere decir por “público” en oposición a “privado”:“privado” no son los vínculos de un individuo en oposición a los vínculos comunales, sino el mismísimo orden comunal-institucional de la identificación particular de uno mismo; mientras que lo“público”es la universalidad transnacional del ejercicio de la Razón misma.

Nuestra lucha debería por lo tanto concentrarse en aquellas iniciativas que son una amenaza al espacio abierto transnacional, como el Proceso de Bolonia (una reforma de la educación superior a nivel europeo), que es un gran ataque concertado contra lo que Kant llamó el “uso público de la razón”.

La idea subyacente de esta reforma –el deseo de subordinar la educación superior a las necesidades de la sociedad, de hacerla útil en la solución de los problemas concretos que estamos enfrentando- apunta a la producción de opiniones expertas destinadas a responder a problemas planteados por agentes sociales.

Lo que desaparece aquí es la verdadera tarea del pensamiento: no ofrecer soluciones a problemas propuestos por “la sociedad” (Estado y capital), sino reflexionar sobre la forma misma en que estos “problemas” son articulados, para reformularlos, para identificar un problema en la manera misma en que lo percibimos. La reducción de la educación superior a la tarea de producir conocimiento experto socialmente útil es la forma paradigmática del “uso privado de la razón ”en el capitalismo global de hoy en día.

Es crucial relacionar este empuje u ofensiva hacia la “racionalización” de la educación superior –que se manifiesta no sólo en privatizaciones directas o en el establecimiento de lazos con el mundo de los negocios, sino también en la tendencia general a orientar la educación hacia su “uso social”, hacia la producción de conocimiento experto que ayude a resolver problemas- al proceso de expropiación de los bienes intelectuales comunes, de privatización del Intelecto General.

Este proceso ha desencadenado una transformación global en el modo hegemónico de la interpelación ideológica. Si, en la Edad Media, el principal Aparato Ideológico de Estado era la Iglesia (la religión como institución), la modernidad capitalista impuso la doble hegemonía de la ideología legal y la educación (el sistema escolar estatal): los sujetos eran interpelados en tanto ciudadanos libres patriotas, sujetos al orden legal, al mismo tiempo que los individuos eran convertidos en sujetos legales a través del sistema educativo universal obligatorio.

Una separación era así mantenida entre el burgués y el ciudadano, entre el individuo egoísta-utilitario preocupado de sus intereses privados y el citoyen dedicado al espacio universal del Estado. Por eso, en tanto que, en la percepción ideológica espontánea, la ideología se limita a la esfera universal de la ciudadanía, mientras que la esfera privada de intereses egoístas es considerada “pre-ideológica”, la separación misma entre ideología y no- ideología es así convertida en ideología. Lo que sucede en la última etapa del capitalismo post-68, “postmoderno”, es que la economía misma (la lógica del mercado y la competencia) se impone progresivamente como la ideología hegemónica:

—En la educación, somos testigos del gradual desmantelamiento del clásico Aparato Ideológico de Estado, la escuela burguesa: el sistema escolar es cada vez menos la red obligatoria ubicada más allá del mercado y organizada directamente por el Estado, portadora de valores ilustrados (liberté, égalité, fraternité). En nombre de la sagrada fórmula de “costos más bajos, mayor eficiencia”, el sistema escolar es progresivamente penetrado por diferentes formas de asociación público-privada.

—En la organización y legitimación del poder, el sistema electoral es concebido, cada vez más, en base al modelo de la competencia de mercado: las elecciones son como un intercambio comercial en el que los votantes “compran” la opción que ofrece cumplir, de la manera más eficiente, la tarea de mantener el orden social, luchar contra el crimen, etc., etc. En nombre de la misma fórmula, “costos más bajos, mayor eficiencia”, inclusive algunas funciones que deberían ser dominio exclusivo del poder estatal (e.g.: manejarlas cárceles) pueden ser privatizadas; el ejército ya no está basado en el reclutamiento universal, sino compuesto de mercenarios contratados, etc. Inclusive la burocracia estatal no es percibida ya en tanto la clase universal hegeliana, como se está haciendo evidente en el caso de Berlusconi.

—Inclusive la configuración de relaciones emocionales es organizada, cada vez más, de acuerdo a las pautas de una relación mercantil. Alain Badiou3            propone un paralelo entre la búsqueda, hoy, de una pareja sexual (o marital) a través de agencias de citas y el antiguo procedimiento de matrimonios arreglados por los padres: en ambos casos, el riesgo mismo de “enamorarse” es suspendido, no hay ningún enamoramiento contingente, el riesgo verdadero del llamado “encuentro amoroso” es minimizado por arreglos hechos con anterioridad, arreglos que toman en cuenta todos los intereses materiales y psicológicos de las partes interesadas.

Robert Epstein llevó esta idea a su conclusión lógica al proporcionar la pieza que faltaba: una vez elegida la pareja apropiada, ¿cómo asegurarse de que ambos se querrán efectivamente? Basado en el estudio de matrimonios arreglados, Epstein desarrolló una serie de “procedimientos para la construcción de afectos”, pues se puede “construir el amor deliberadamente y escoger con quién hacerlo”… Estos procedimientos se apoyan en la auto-cosificación mercantil [self-commodification]: en las citas por Internet o en las agencias matrimoniales, cada pareja posible se presenta a sí misma como mercancía, con una lista de sus cualidades y fotos.

Eva Illouzha explicado perspicazmente la usual decepción que se produce cuando las parejas de Internet deciden encontrarse en la realidad: la razón no radica en la idealización de la auto-presentación, sino en que esa auto-representación se limita necesariamente a la enumeración de rasgos abstractos (edad, pasatiempos, etc.). Lo que falta aquí es lo que Freud llamó der einzige Zug, “la característica única”, ese je ne sais quoi que instantáneamente hace que me guste o me disguste el otro.

El amor es una elección que, por definición, es vivida como necesidad: enamorarse debería ser un acto libre, pues uno no puede ser conminado a enamorarse; y, sin embargo, nunca estamos en la posición de ejercer esa libre elección: si uno decide de quién enamorarse, comparando las cualidades de los respectivos candidatos, eso no es, por definición, amor. Lo que pasa, simplemente, es que, en cierto momento, uno se descubre abrumado por el sentimiento de que ya ESTÁ enamorado y de que no podría ser de otra manera: es como si desde la eternidad el destino hubiera estado preparándome para ese encuentro.

Esta es la razón por la que podemos decir que las agencias matrimoniales son, por excelencia, un instrumento del anti-amor: apuestan a organizar el amor como si se tratara de una real elección libre (al recibir la lista de candidatos seleccionados, escojo el más apropiado).

Y, lógicamente, en tanto que la economía es considerada la esfera de la no-ideología, este feliz mundo nuevo de la cosificación mercantil [commodification] se considera a sí mismo post-ideológico.

Los Aparatos Ideológicos de Estado, claro, siguen ahí, presentes más que nunca; sin embargo, como ya hemos visto, en tanto que, según su propia percepción, la ideología es ubicada en los sujetos, en contraste a lo que sucede con los individuos pre-ideológicos, esta hegemonía de la esfera económica no puede sino aparecer como la ausencia de ideología.

Lo que esto quiere decir no es, simplemente, que la ideología refleje directamente la economía como su base real: quedando totalmente dentro la esfera de los Aparatos Ideológicos de Estado, la economía funciona aquí como un modelo ideológico. De hecho, se justifica plenamente el decir que la economía opera aquí como un Aparato Ideológico de Estado, en contraste con la “verdadera” vida económica que definitivamente no sigue el idealizado modelo liberal de mercado.

¿Qué tipo de desplazamiento en el funcionamiento de la ideología implica esta auto-borradura [self-erasure] de la ideología? Tomemos como punto de partida la noción althusseriana de Aparato Ideológico de Estado.

Cuando Althusser sostiene que la ideología interpela a individuos para hacerlos sujetos, los “individuos” quieren decir aquí seres vivos en los que opera un dispositivo de los Aparatos Ideológicos de Estado, imponiéndoles una red de micro-prácticas; por su parte,“sujeto” NO es una categoría de ser vivo, de sustancia, sino resultado del hecho de que esos seres vivos son atrapados en el dispositivo del Aparato Ideológico de Estado (o en un orden simbólico).

Hoy en día, sin embargo, somos testigos de un cambio radical en el funcionamiento de este mecanismo: Agamben define nuestra sociedad contemporánea post-política/bio-política como una en la que múltiples dispositivos desubjetivizan a los individuos sin producir una nueva subjetividad, sin subjetivizarlos:

De ahí el eclipse de esa política que suponía sujetos o identidades reales (movimientos obreros, burguesía, etc.) y el triunfo de la economía, es decir, de la pura actividad de un gobernar que busca sólo su propia reproducción. La derecha y la izquierda, que hoy se suceden y emulan en la administración del poder, tienen así muy poco que ver con el contexto político del cual nacen los términos que las designan.

En la actualidad estos términos simplemente nombran los dos polos (el que ataca sin escrúpulos la desubjetivización y el que quiere cubrirla con la máscara hipócrita del buen ciudadano de la democracia) de la misma máquina de gobierno6.

La “bio-política” designa esta constelación en la que los dispositivos ya no generan sujetos (“individuos interpelados en sujetos”), sino que apenas administran y regulan la vida desnuda [nuda vida] de los individuos: en la bio-política, todos somos potencialmente homo sacer.

En esta constelación, la sola idea de una transformación social radical puede parecer un sueño imposible. Aquí es crucial distinguir claramente entre dos posibilidades: lo real-imposible de un antagonismo social y la imposibilidad en la que el campo ideológico predominante se concentra. La imposibilidad está aquí redoblada, sirve como máscara de sí misma, la función ideológica de la segunda imposibilidad es ofuscar lo real de la primera imposibilidad. Hoy, la ideología dominante se esfuerza en hacernos aceptar la imposibilidad de un cambio radical, de abolir el capitalismo, de una democracia no restringida a un juego parlamentario, etc., para volver invisible lo imposible/real del antagonismo que atraviesa las sociedades capitalistas.

Este real es imposible en el sentido que es el imposible del orden social existente, i.e., su antagonismo constitutivo, lo que, sin embargo, de ninguna manera implica que este real/ imposible no pueda ser atendido directamente y trasformado radicalmente en un acto “desquiciado” que cambie las coordenadas trascendentales básicas del campo social. Esta es la razón, como nos recuerda Zupancic, por la que la fórmula lacaniana para superar una imposibilidad ideológica no es “todo es posible”, sino “lo imposible sucede”.

Lo real/imposible lacaniano no es una limitación a priori que debería, realísticamente, ser tomada en cuenta, sino el dominio del acto, de las intervenciones que pueden cambiar las coordenadas de ese acto mismo. En otras palabras, un acto es más que una intervención en el dominio de lo posible: un acto cambia las mismísimas coordenadas de lo que es posible y así crea retroactivamente sus propias condiciones de posibilidad. Es por esto que el comunismo también supone lo Real: actuar como un comunista significa intervenir en lo real del antagonismo básico que subyace al capitalismo global de hoy.

Pero la pregunta persiste: ¿que valor tiene y qué significa esta declaración programática sobre lo imposible cuando confrontamos una imposibilidad empírica: el fracaso del comunismo en tanto idea capaz de movilizar grandes masas? En su intervención en la conferencia del 2010 de Marxism Today, en Londres, Alex Callinicos evocó su sueño de una futura sociedad comunista en la que habría museos del capitalismo que expongan al público artefactos de esta formación social irracional e inhumana.

La ironía involuntaria de este sueño es que hoy los únicos museos de este tipo son los museos del comunismo, que exhiben SUS horrores. Entonces, otra vez, ¿qué se puede hacer en semejante situación? Dos años antes de su muerte, cuando estaba claro que no iba a haber ninguna revolución pan-europea, y que la idea de construir el socialismo en un solo país era una tontería, Lenin escribió:

¿Y si la completa desesperanza de la situación, al estimular los esfuerzos de los trabajadores y campesinos multiplicándolos por diez, nos ofreciera la oportunidad de crear los requisitos fundamentales de la civilización de una manera diferente a la seguida por los países de Europa Occidental?7

¿No es este el predicamento del gobierno de Morales en Bolivia, del gobierno de Aristide en Haití, del gobierno maoísta en Nepal? Estos gobiernos llegan al poder a través de elecciones democráticas “justas”, no a través de la insurrección, pero, una vez en el poder, lo ejercen de una manera que es (por lo menos parcialmente) “no-estatal”: directamente movilizando sus partidarios de base y eludiendo la red de representación partidario-estatal.

Su situación no tiene “objetivamente” salida: todo el flujo de la historia está básicamente en su contra y no pueden confiar en que ninguna llamada “tendencia objetiva” los impulse en la dirección “correcta”, todo lo que puedan hacer es improvisar, hacer todo lo que pueden hacer en una situación desesperada. Pero, sin embargo, ¿no les da esto una libertad única? Y ¿no estamos todos –la izquierda de hoy- en exactamente la misma situación?

Tal vez la más sucinta caracterización de la época que comienza con la Primera Guerra Mundial es la bien conocida frase atribuida a Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer.

Y en ese claroscuro surgen los monstruos”8. ¿No son el fascismo y el estalinismo los monstruos gemelos del siglo XX, uno emergente del desesperado intento del mundo por sobrevivir, y el otro del mal concebido esfuerzo de construir uno nuevo? ¿Y 7 qué de los monstruos que estamos engendrando ahora mismo, impulsados por los sueños tec-gnósticos de una sociedad con una población controlada biogenéticamente?

Todas las consecuencias deberían ser deducidas de esta paradoja: tal vez no haya un pasaje directo a lo nuevo, al menos no en la forma en que lo imaginamos, y los monstruos surgen necesariamente de cualquier intento de forzar el pasaje a lo Nuevo. Nuestra situación es por eso totalmente opuesta a la clásica: sabíamos lo que teníamos y queríamos hacer (establecer la dictadura del proletariado, etc.), pero debíamos esperar pacientemente el momento propicio de la oportunidad; hoy, en cambio, no sabemos qué hacer, pero debemos actuar ahora, porque la consecuencia de nuestro no-actuar podría ser catastrófica.

En palabras de John Gray:“Estamos obligados a vivir como si fuéramos libres”9. Tendremos que arriesgarnos a dar pasos hacia el abismo de lo Nuevo en situaciones totalmente inapropiadas, tendremos que reinventar aspectos de lo Nuevo sólo para mantener la maquinaria funcionando y preservar lo que era bueno en lo Viejo (educación, seguro médico…). En breve, de nuestro tiempo se puede decir lo que nada menos que Stalin dijo sobre la bomba atómica: no es apto para cardiacos.

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La muerte de un imprescindible

por  Salvador López Arnal.
No es una necrológica; no tengo suficiente serenidad para escribirla en estos momentos. Es una mala, una muy dolorosa noticia que nunca hubiera deseado escribir: Francisco Fernández Buey, amigo, compañero, profesor, maestro de muchos y muchas de nosotros y nosotras, ha fallecido hace apenas dos horas, en la tarde de este sábado 25 de agosto.

 

Como todos los grandes, no es posible decir nada justo de él en 30, 40 o en 200 líneas. ¿Quién fue, qué fue Francisco Fernández Buey? Entre mil cosas más, una gran, una excelente persona (machadianamente dicho: una buena persona); un filósofo como pocos lo han sido, desde su privilegiado cerebro, su hermosa voz y sus manos hasta su alma más profunda; un profesor inolvidable; un Maestro de estudiantes y ciudadanos; un ecologista antinuclear; un amigo del alma como hemos dicho en tantas ocasiones; uno de los imprescindibles (no es cortesía ni la exageración a él debida); un comunista democrático, un enorme gramsciano comprometido con todas las causas nobles de este mundo “grande y terrible” en el que resistió, pensó, luchó, amó, ayudó y combatió como pocos lo han hecho.

Y hasta el final de sus días, como su compañera Neus Porta, recientemente fallecida también.

El 9 de marzo de 2012 me escribía sin perder detalle de lo fundamental. Era atributo esencial de su ser, marca de su inmensa y generosa casa:

“Gracias, Salva. Sí, leí la carta de la hija de D.Ch. [Dimitris Christoulas]. En El País de hoy sale un buen artículo de Almudena Grandes sobre el asunto.

Ya la noticia del suicidio, con la nota que dejó, me conmocionó. Y realmente es uno de esos acontecimientos que hacen pensar en cosas en las que casi nunca pensamos: es la misma Grecia de la que estaban enamorados los alemanes cultos de todos los siglos… pero también son los mismos Irak e Irán, donde nacieron casi todas las leyendas importantes de la historia de la humanidad. Pues bien: fuera del euro, fuera de Europa, fuera de la historia universal… Y alguien tiene que matarse para decirnos con su muerte algo así como que esto es la vieja dignidad de los siglos olvidados.

Parece que tenían razón los marxistas que decían que el capitalismo niega por completo la historia…

Me gustaría estar bien y poder concentrarme al pensar estas cosas.

Te mando un abrazo grande, Paco”

Dos meses más tarde me comentaba un encuentro inesperado:

“Te llamaré durante el fin de semana, querido Salva.

Una noticia que te hará gracia. Esta mañana, mientras estaban dando con paseo con Eloy por el parque de Villa Amelia, a doscientos metros de casa, va y me encuentro ¿con quién?: con Julio Anguita, al que no veía desde hace años y que, por lo que me ha contado, presentaba un libro esta tarde en Barcelona y le habían alojado en un hotel de aquí al lado. Hemos estado comentado la situación a la que se ha llegado y recordando, no sin cierta añoranza, otros tiempos mejores…

En fin, así es la vida, tan llena ella de cosas inesperadas.

Un abrazo grande, Paco”

El 23 de junio me escribía de nuevo. Me hablaba de otra de sus grandes debilidades, de Walter Benjamin:

“Gracias, Salva. Estos días, con la medicación que me dijo la oncóloga, estoy mejor. He vuelto a salir a dar algunos paseos por las proximidades y el dolor vuelve a estar controlado…

No te puedo ayudar en lo de H.B [Héctor Babiano]. Sí recuerdo haber oído hablar de él a Quim Sempere y a Dolors Folch hace muchos, muchos años. Creo que alguno de los dos (o el mismo Jordi Borja) te puede dar detalles. Por cierto, una de cosas asombrosas que vienen ocurriendo en los últimos tiempos es que los archivos de la brigada político-social en Barcelona, de los que se dijo (cuando los pedíamos los rojos) que habían desaparecido, «aparecen convenientemente» en manos igualmente convenientes cuando conviene. Esto me recuerda algo que escribía Walter Benjamin en las llamadas tesis sobre la historia sobre los perdedores y la muerte… pero, bueno, no nos pongamos tristes.

Te mando un abrazo grande, Paco”

Añadía: “Javier Aguilera [un amigo y compañero de Iu de Jaén] me ha mandado una camiseta con el indio Gerónimo de las de las «citas secretas». Le tengo que dar las gracias, pero antes querría encontrar una foto en la que se ve un cartel enorme de Gerónimo que teníamos en una de las paredes de casa y en la que está además Eloy [Fernández Porta] recién nacido… Tempora!!!”

El 6 de julio volvía hablarme de Jorge Riechmann, del mundo y de las dificultades para entender algunas de sus nudos esenciales:

“Querido Salva,

Gracias por el mensaje y por tus amables palabras.

Efectivamente, estoy algo mejor. Mañana tengo la «simulación» para la radioterapia, en la Platón, y por la tarde seguramente sabré a qué atenerme sobre la sesiones. Te llamaré por teléfono mañana por la tarde y te daré noticias.

Mientras tanto, y aunque con cierta dispersión, voy leyendo cosas, tomando notas y (cuando tengo fuerzas) escribiendo algo. Sigo las novedades del mundo como puedo e intentando entender lo que dicen los economistas al respecto. La verdad es que cuesta…entender este mundo y entenderles a ellos. Me llegó ayer el último «topo» y entre otras cosas leí tu bondadosa reseña de los «poemas inválidos» de Jorge. Por cierto, hoy estaba Jorge aquí, en Barcelona, comí con él y cambiamos impresiones.

Te mando un abrazo grande y muchos recuerdos para Mercedes y Daniel, Paco”

Nos vimos el último 14 de abril. Vino con su hermana Charo Fernández Buey, a la plaza de los indignados, la tradicionalmente llamada “plaza de Catalunya”. Celebrábamos un acto republicano. Tuvo la fuerza y generosidad de agradecerme un paso de una entrevista a Julio Anguita que rebelión publicó ese mismo día:

“SLA: Una cosa más: mientras leía sus respuestas he pensado varias veces en un amigo suyo que es también maestro, profesor y amigo mío. Le hablo de Francisco Fernández Buey. Estoy seguro, completamente seguro, sin atisbo de duda que diría otro maestro común, que Paco suscribiría las cosas que usted ha ido señalando. ¿Le importa que le dediquemos esta conversación?

J.A. No sólo no me importa sino que es todo un honor”.

Este mismo sábado, 25 de agosto de 2012, se ha celebrado, como todos años, la liberación de París de la ocupación nazi. Por vez primera, si no ando errado, ha ondeado la bandera republicana, la tricolor, una de las pocas banderas en las que Paco Fernández Buey se reconoció hasta el final de sus días. La noticia, dudo si llegó a conocerla, le hubiera emocionado. En lo más hondo. Como a todas nosotras, como a todos nosotros.

Amigo, camarada y compañero de Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey -un día se presentó en una mesa redonda muy masculina como Paca Fernández Buey- codirigió con él una colección inolvidable. “Hipótesis” era su nombre; la editó Grijalbo a mediados de los setenta. Uno de los volúmenes publicados fue la biografía del inidio Gerónimo que su amigo y camarada tradujo, presentó y anotó.

Una de estas anotaciones de Sacristán mereció más de una vez su atención, su comentario y su reflexión poliética como él mismo solía decir. P or último, escribía Sacristán, “los indios por los que aquí más nos interesamos son los que mejor conservan en los Estados Unidos sus lenguas, sus culturas, sus religiones incluso, bajo nombres cristianos que apenas disfrazan los viejos ritos. Y su ejemplo indica que tal vez no sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo”. Paco también creía que había que dar batallas que se saben (o parecen) perdidas. Dio muchas en su vida. Nos enseñó con ellas.

Unos versos de Luis Cernuda -no por muy conocidos menos sustantivos- eran muy de su agrado. Yo solía repetírselos con frecuencia (y pensaba para mi: también Paco ha conseguido que no seamos unos pingos almidonados). Él sonreía. “¡Qué plomo!, ¡otra vez”, pensaría. Pero nunca me lo dijo. No puedo ni quiero dejar de recordarlos ahora.

Hablan de él, de su vida, de su historia, de lo que –entre muchos otras cosas- le importó realmente.

[…] Que aquella causa aparezca perdida,

nada importa;

Que tantos otros, pretendiendo fe en ella

sólo atendieran a ellos mismos,

importa menos.

Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece

como en aquellos días:

noble y tan digna de luchar por ella.

Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido

a través de los años, la derrota,

cuando todo parece traicionarla.

Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias

por el ejemplo. Gracias por que me dices

que el hombre es noble.

Nada importa que tan pocos lo sean:

Uno, uno tan sólo basta

como testigo irrefutable

de toda la nobleza humana.

No sé decir más por ahora, no puedo decir más. ¡Te hemos querido tanto, Paco! ¡Te queremos tanto, Paco!

PS1. “Las redes sociales están llenas de pésames y frases de amistad. ¡Que pena!”, me comenta Manel Márquez. “A la buena gente se las conoce /en que resultan mejor cuando se las conoce”.

PS2: Mi compañera, la trabajadora social Mercedes Iglesias Serrano, me recuerda un e-mail que envío a sus amigos el 8 de abril de 2012. Dice así: “Dimitris Christulas, 77 años, farmacéutico griego empobrecido por el uso capitalista de la crisis: él sí dio su vida por nosotros, o sea, por vosotros… los agradecidos”.

PS3: Les copio un enlace que vale la pena. Es un texto de José Luis Moreno-Pestaña: http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2012/08/francisco-fernandez-buey.html

 


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Marxismos / Continuidad y discontinuidad en el cambio de siglo

Ha muerto Paco Fernández Buey, filósofo y militante comunista. Sin lugar a dudas uno de los grandes del pensamiento emancipador .

Que la tierra te sea leve, compañero.

Hace solo unos días publicamos un trabajo del hombre que sigue siendo un referente del pensamiento crítico . Hoy colocamos nuevamente a disposición de nuestro lectores este trabajo.

“La clase obrera o es revolucionaria o no es nada”, decía Marx drásticamente”

“Es precisamente en este punto, el de la respuesta sobre el papel actual de la clase obrera y su relación con lo que parecen ser otros sujetos emergentes de la transformación social, donde los marxismos actuales están más enfrentados.” por Francisco Fernández Buey

I

 

 

La caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, acontecimientos decisivos en la historia del mundo del siglo XX, han suscitado indudablemente algunos cambios de nota en la orientación de los marxismos durante la última década. Sin embargo, estos cambios parecen haber afectado más al estado de ánimo de los militantes de las organizaciones socialistas y comunistas que a los temas que se abordan desde un punto de vista marxista.

 

 

Dicho con otras palabras: la relativa continuidad de los asuntos preferentemente tratados por autores que han seguido declarándose marxistas después de la desaparición del “socialismo real” guarda poca relación con el declive, evidente, de la perspectiva revolucionaria que durante más de un siglo inspiró a la mayoría de las organizaciones social-comunistas.

 

 

El número de personas que desde 1990 votan opciones social-comunistas de inspiración marxista, sobre todo en Europa, ha descendido de forma tan notable como el número de intelectuales que en los últimos quince años siguen declarándose marxistas. A pesar de lo cual, un repaso detallado de la literatura marxista aparecida en revistas y editoriales durante esta fase muestra que apenas hay discontinuidad respecto de los temas que prioritariamente empezaron a abordarse ya al final de la década de los setenta del siglo XX.

 

 

En este ensayo me propongo: 1º documentar la observación, que puede parecer paradójica, hecha en el párrafo anterior; 2º ofrecer una explicación argumentada de por qué, a pesar de la dimensión y la influencia mundial de los acontecimientos mencionados, hay más continuidad que discontinuidad entre los marxismos del cambio de siglo y los marxismos de la década de los setenta; y 3º apuntar, al hilo de esa argumentación, algunos de los temas, rasgos o características nuevas de los marxismos en el momento actual.

 

 

Una vía posible para documentar la observación de la que he arrancado es comparar los resultados electorales de los partidos comunistas y poscomunistas entre 1990 y 2004, en los países de Europa en que dichos partidos habían alcanzado antes una implantación importante (Italia, Francia, Grecia, España, Alemania, Portugal, etc.), con los temas de los que, en el mismo período, se han ocupado algunas de las revistas teórico-políticas que se suele considerar representativas del área social-comunista: New Left Review, Marxism Today,Monthly Review, Rethinking Marxism, Historical materialism, Democracy and Socialism en el área anglosajona; Il Manifesto, Critica marxista, Liberazione,Rinascita, en Italia; Actuel Marx, La pensée, Critique communiste, Contretemps, en Francia; Das Argument, en Alemania; mientras tanto, El viejo topo, Utopías-Nuestra bandera, Viento Sur, en España, etc (1).

 

 

Los resultados electorales de los partidos políticos que siguen llamándose a sí mismos comunistas o que, al menos, no han renunciado a la inspiración marxista y socialmente transformadora son, obviamente, cada vez peores en casi toda Europa. Con algunos matices que no hay que despreciar (en ese periodo IU, por ejemplo, obtuvo algunos de sus mejores resultados, PCF y otros grupos de izquierda marxistas consiguieron juntos un buen porcentaje de votos en alguna elección, RC y PCP han tenido a veces resultados aceptables), la tendencia al declive es evidente: lo que habitualmente se denominaba social-comunismo, que había llegado a ser en algunos países europeos la segunda fuerza socio-política, ya no es hoy ni siquiera la tercera, desplazada en la mayoría de los países en los que tuvo mayor potencial por los partidos verdes, por los nacionalismos o por fuerzas populistas conservadoras.

 

 

 

Desde 1990, y en mayor medida durante esta última década, el principal segmento social que sostuvo a los partidos comunistas de Europa durante décadas, la clase obrera, ha ido abandonando el espacio social-comunista para situarse o en el espacio social-liberal, que es el espacio que ha venido a ocupar lo que tradicionalmente representaba la socialdemocracia, o directamente en el espacio neo-liberal y populista conservador (como se ve, sobre todo en Francia y en Italia), o bien en el ámbito, más complejo y oscilante, de la abstención política.

 

Aunque no es el único factor explicativo (sin duda ya había otros: la pérdida de peso del proletariado industrial frente a categorías emergentes de asalariados; la fragmentación acelerada de las clases trabajadoras en las últimas décadas; el paso de la organización fordista del trabajo de fábrica a una organización posfordista o toyotista, etc.) la derrota del socialismo autodenominado “real”, el hundimiento de la Unión Soviética y la desaparición de lo que se llamó el mundo socialista son motivos que han acabado teniendo una influencia decisiva en la inflexión antedicha.

 

 

 

Pues, independientemente de lo que muchos de los trabajadores pensaran antes de la caída del muro de Berlín acerca de cómo llamar a lo que desde 1917 se estaba construyendo en la Unión Soviética, ese otro mundo (se llamara socialismo, protosocialismo, capitalismo de estado o socialismo burocráticamente degenerado) era, por lo general, percibido como algo distinto del capitalismo realmente existente y, en última instancia, como un contrapoder al imperio del capital, de cuya mera existencia, por su simple estar-ahí, se podía esperar, por la reacción que provocaba entre los capitalistas, un tipo de mejoras socio-económicas que ya algunos de los ideólogos de la década de los sesenta empezaron a llamar “estado del bienestar”.

 

 

 

Para aclarar mejor la situación que se ha ido creado entre los marxistas desde 1990 hay que distinguir dos cuestiones que, estando interrelacionadas, no conviene identificar apresuradamente. La primera de ellas viene de muy lejos, casi de los orígenes mismos de lo que empezó a denominarse marxismo en el último tercio del siglo XIX. Y es que ya desde entonces, pero aún más señaladamente desde 1914-1917, ha habido varios marxismos, es decir, varias interpretaciones consolidadas de los escritos filosóficos, económicos y político-sociales de Karl Marx.

 

 

 

La idea, explícitamente formulada por Lukács, de que en cuestiones de marxismo la ortodoxia está en el método no debe llamar a engaño. Pues método, ya en el marxismo de Marx, es una palabra que connota muchas más cosas de lo que la palabra denota para un científico: alude no sólo a la forma en que hay que proceder para captar y exponer datos empíricos, sino también a un estilo de pensamiento, a un programa de investigación, a tesis varias sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza y a la intención de cambiar el mundo en un sentido revolucionario.

 

 

 

Como suele ocurrir con las grandes cosmovisiones que en el mundo han sido, de las distintas maneras de interpretar todas esas cosas han salido y se han ido perfilando, también en este caso, marxismos diferentes en la forma de abordar temas básicos de la antropología filosófica, relativos al metabolismo entre seres humanos y la naturaleza entorno, pero también, y sobre todo, muy diferentes en la forma de abordar el mundo socio-político. Las distinciones históricas, primero entre un marxismo revolucionario y un marxismo académico, luego entre un marxismo reformista y un marxismo revolucionario, más tarde entre marxismo ruso-soviético y marxismo occidental y, por último, entre marxismo economicista y marxismo de la subjetividad o entre marxismo humanista y marxismo estructuralista, dan cuenta de ese equívoco acerca de la ortodoxia.

 

 

 

Esto permite explicar que desde el primer momento haya habido versiones tan diferentes y tan contrapuestas de lo que significó la revolución rusa de octubre de 1917 y de lo que se llamó construcción del socialismo. Mientras que un marxista como Lenin podía argüir que lo iniciado en 1917 era precisamente la realización de la perspectiva metodológica y revolucionaria de Marx, un marxista como Kautsky podía declarar, en términos peyorativos, que eso mismo era la negación de la perspectiva que Marx había abierto en El capital, y un marxista como Gramsci acoger positivamente (ateniéndose a la subjetividad, a la voluntad de los actores) aquella revolución que consideraba, sin embargo, como una revolución contra El capital de Marx.

 

 

 

Así pues, desde la observación de que, a lo largo del siglo XX, lo que ha habido han sido varios marxismos, y no un sólo marxismo, se entiende mejor que los propios marxistas de 1990 hayan vivido e interpretado de formas tan diferentes la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. A lo que habría que añadir todavía otra diferencia, la espacial: el desarrollo de los acontecimientos no se vio igual en la Europa rica que en los países empobrecidos del mundo.

 

 

 

Podría decirse que para todos los marxistas lo ocurrido entre 1986 y 1990 fue un acontecimiento inesperado y sorprendente. No conozco ninguna prognosis o anticipación marxista anterior a la primera de esas fechas que contemplara la posibilidad del derribo del muro, la disolución del Pacto de Varsovia, la desintegración de la Unión Soviética y la autodisolución del Estado y del partido. Pero, dicho esto, hay que añadir enseguida que mientras unos marxistas valoraron los hechos como si tratara de una gran desgracia, o sea, como el final de un mundo en el que habían puesto grandes esperanzas, otros (entre los que sin duda se encontraba la mayoría de los marxistas de la Europa occidental) vieron estos acontecimientos como una oportunidad histórica positiva para volver a empezar, transitando, por fin, el camino hacia el socialismo que al propio Marx le hubiera gustado recorrer.

 

 

 

Se comprende que los hechos no hayan sido vividos ni interpretados de la misma manera por marxistas trotskistas (que desde los años treinta del siglo XX venían denunciando la degeneración burocrática del estalinismo en la URSS), por marxistas libertarios (que desde tiempo atrás consideraron que lo existente en la Unión Soviética no era sino capitalismo de estado), por marxistas maoístas (que calificaban aquella formación social de nueva potencia imperial) o por marxistas eurocomunistas que entre 1969 y 1979 habían dejado de soportar la ideología del “socialismo real”.

 

 

 

Atender a estas diferencias ideológicas previas, o sea, a la existencia previa de diferentes marxismos, tiene importancia para explicar por qué ha resultado ser un contrafáctico la afirmación recurrente de la ideología dominante en el sentido de que 1989 representa no sólo el fin del comunismo sino también el final del marxismo. Pues, de hecho, una buena parte de los marxistas de orientación trotskista, libertaria o eurocomunista, y no sólo ellos, sobre todo en Europa, tendieron a ver los acontecimientos de entonces no como una nueva derrota sino más bien como la confirmación de anteriores previsiones o deseos (por genéricas o genéricos que previsiones y deseos hubieran sido) y, en todo caso como una nueva oportunidad histórica de volver a fundir socialismo y democracia.

 

 

 

Aunque desde 1990 los grandes medios de comunicación de masas (la televisión en primer lugar, pero también los principales medios de difusión escritos) dejaron de ocuparse del marxismo y los marxistas, a no ser para dedicarles algunos sarcasmos o necrológicas, y aunque desde entonces editoriales y librerías de la mayoría de las provincias del Imperio han tendido a tratar al marxismo como a perro muerto (2), lo cierto es que, al menos en el plano de la producción teórica, el marxismo seguía ahí, y no precisamente deprimido. Esto se puede comprobar, por ejemplo, siguiendo la revolución de las revistas arriba  mencionadas.

 

 

 

Es más: si se hace un estudio pormenorizado de los temas abordados entre 1990 y 2000 por la mayoría de estas revistas (en particular por las más influyentes: New Left Review, Marxism Today, Montly Review, Il Manifesto, Actuel Marx) se verá que no sólo predomina en ellas la continuidad, sino que, por lo general, el análisis de lo ocurrido desde la perestroika soviética hasta la desaparición de la URSS, pasando por la caída del muro de Berlín, ha sido hecho con relativa tranquilidad de espíritu y, desde luego, no ha sido vivido como un trauma.

 

 

 

La explicación de esto es sencilla y enlaza precisamente con la decantación de los marxismos ya en las décadas anteriores: casi todos los fundadores y colaboradores habituales de estas revistas (Perry Anderson, Robin Blackburn, Eric J. Hobsbawm, Paul Sweezy, Rossana Rosanda, Luigi Pintor, Lucio Magri, Jacques Texier, Jacques Bidet, Georges Labica, Daniel Bensaïd, Michael Löwy) habían roto desde tiempo atrás con el tipo de marxismo canonizado en la Unión Soviética y criticado, con mayor o menor rotundidad, el mundo que entonces se vino abajo.

 

No se puede decir que en los ensayos y números monográficos publicados por estas revistas (o en los libros y recopilaciones que han propiciado en las casas editoras a ellas vinculadas) desde 1990 hasta el final de siglo haya habido coincidencia de análisis sobre las consecuencias de los principales acontecimientos; y, desde luego, los tonos y talantes con que han sido abordados los problemas contemporáneos (la globalización, la crisis ecológica., los embates contra el estado asistencial, la guerra de los Balcanes, el nuevo papel de China en la economía mundial, la norteamericanización del mundo, etc.) son bastante distintos (3). Pero parece haber habido en esos años al menos un acuerdo bastante generalizado en que la crisis del socialismo llamado “real”, al desideologizar definitivamente la bipolaridad de la guerra fría, acabaría por suscitar también la crisis y, tal vez, el derrumbe del neoliberalismo. Sintomático en este sentido es, por ejemplo, el contenido del número especial que Marxism Today publicó a finales de 1998; y lo es desde su título mismo: The dead of  Neoliberalism.

 

 

 

Esos eran también el tono y el talante de la mayoría de las comunicaciones presentadas durante la conmemoración en París, en 1998, del 150 aniversario de la publicación de El manifiesto comunista, a la que asistieron o se adhirieron varios centenares de intelectuales relevantes de los cinco continentes (4). En esa oportunidad, reconociendo ya sin subterfugios la pluralidad de corrientes surgidas de la lectura y la interpretación de Marx, o sea, que para hablar con propiedad en estos tiempos, debe hablarse de marxismos (en plural) y después de poner en solfa la idea de ortodoxia, los marxistas del final del siglo XX demostraban que el viejo “método”, del que Marx dijo que iba a ser “el horror de la burguesía”, seguía siendo operativo al menos en un ámbito muy querido del propio Marx: el de la historia y la historiografía.

 

Notas

 

(1) La lista de revistas no pretende ser exhaustiva. En los últimos años han aparecido otras, algunas de ellas exclusivamente electrónicas, que publican habitualmente ensayos marxistas: Alternative (Italia), Herramienta (Argentina),Memoria y Bajo el volcán (México), Gramsci e o Brasil (Brasil), Rebelión y La Insignia(España).

(2) Dos excepciones: el espacio dedicado a la aparición de Espectros de Marx, de Derrida, en 1993, y el tratamiento que Le monde diplomatique, en sus distintas ediciones (francesa, italiana e iberoamericana), suele dar a libros y ensayos de orientación marxista. Sobre el impacto de la obra de Derrida puede verse: M. Spinker (ed.), En torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, Akal, Madrid, 2002.

(3) Estas diferencias de análisis tienen que ver también con anteriores decantaciones ideológicas de los autores mencionados, muy patentes desde finales de la década de los sesenta, y con obra apreciada ya entonces: Anderson, Blackburn, Bensaid, Löwy proceden de diversas corrientes trotskystas; los demás, en conflictivo diálogo con los partidos comunistas de sus respectivos países (Inglaterra, EE.UU, Italia o Francia).

(4) Véase AA.VV. Le Manifeste communiste aujourd´hui, Les Editions de L´Atelier, París, 1998 (con intervenciones de, entre otros: Samir Amin, Daniel Bensaïd, Jean-Yvez Calvez, Francisco Fdez Buey, Eric J. Hobsbawm, Liêm Hoan´Ngoc, Boris Kagarlitsky, Georges Labica, Michael Löwy, Ellen Meiksins Wood, Jacques Texier y André Tosel).

 

II

 

 

 

Todavía hoy en día suele haber un acuerdo bastante generalizado, incluso en los ambientes académicos, sobre la bondad teórica de una al menos de las aproximaciones marxistas finiseculares a lo que ha sido la historia del siglo XX, la de Eric J. Hobsbawm sobre “la edad de los extremos” (1). Y, efectivamente, mucho de lo mejor que, en el plano teórico, han producido los marxismos durante la última década ha estado dedicado a encontrar explicaciones plausibles de lo ocurrido entre 1917 y 1990, es decir, a la investigación de las causas y motivos por los que un mundo que pudo ser no fue. Esto incluye una nueva forma de abordar y valorar el papel desempeñado por corrientes y autores que en otros tiempos fueron tratados con la óptica simplificadora de la ortodoxia y el revisionismo. E incluye también un número considerable de investigaciones dedicadas al estudio y revalorización de algunas de las utopías históricas en la línea que abrieron en su momento (y desde lo que entonces se consideraba heterodoxia) Ernst Bloch y Walter Benjamin.

 

 

 

 

Más allá, pues, de la interpretación lúcida de lo que ha sido el siglo XX, de lo que pudo ser y no fue, los marxistas de estos últimos años, dentro y fuera de las universidades, están escribiendo un importante capítulo de la historia de las ideas que incluye la reconsideración documentada, sensible y renovadora de la obra de personajes clave del siglo XX como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, Georg Lukács, Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Palmiro Togliatti o Ernesto Che Guevara (2). Este es el ámbito en que resulta más patente la continuidad entre los marxismos anteriores y posteriores a la caída del muro de Berlin, tal vez porque, como escribió hace años Pierre Vilar, los historiadores han sido, por lo general, los investigadores menos afectados por la campaña mundial de ruido y furia contra el marxismo.

 

 

 

 

Las novedades, relativas, en este ámbito de la historiografía en general y de la historia de la ideas y de las ideologías en particular son básicamente tres; y las tres tienen que ver con la hibridación que, mientras tanto, se ha producido entre el materialismo histórico y la crítica de la cultura o la forma de tratar la historia de las ideas desde la tradición hermenéutica o desde las filosofías de la alteridad.

 

 

 

La primera de esas novedades, ya consolidada académicamente en la última década, son los estudios culturales, en los que la influencia del marxismo, o, por mejor decir, de algunos  autores marxistas (Antonio Gramsci, la Escuela de Frankfurt, Raymond Williams) es innegable, sobre todo en las corrientes que se inspiran en la obra del palestino- norteamericano, recientemente fallecido, Edward Said (3).

 

 

 

La segunda novedad es lo que viene llamándose en ingléssubaltern studies, una corriente historiográfica nacida en la India, en parte por inspiración gramsciana, en relación con los denominados estudios poscoloniales y con la pretensión explícita de superar los restos de eurocentrismo que había en los escritos de Marx sobre la colonización británica en la India y que ha seguido habiendo en los marxismos tradicionales; una novedad, de cuyo interés da cuenta la obra de Ranahit Guha (4), y cuya orientación ha ido cuajando también durante los últimos años en América Latina, donde la inspiración gramsciana se junta con la renovación reciente del indigenismo y con la influencia de la obra de Mariátegui, uno de los marxistas más originales de aquel continente.

 

 

 

Y la tercera novedad es lo que podríamos denominar ampliación del análisis crítico de la cultura (tanto en el sentido amplio de la palabra cultura como en su acepción más restringida).

 

 

 

En este campo resulta apreciable, una vez más, la hibridación del marxismo con otras corrientes filosóficas o con enfoques propios de la crítica artística, como se puede apreciar, por ejemplo, en obras de orientación tan distinta (pero igualmente sugerentes) como lo son las publicadas en estos últimos años por el poeta, guionista, narrador y crítico de origen británico John Berger, por el pensador norteamericano Fredric Jameson y por el filósofo esloveno Slavoj Zizek, los tres formados en el marxismo pero con un concepto lo suficientemente amplio y libre del mismo como para articularlo o entrecruzar ideas centrales del mismo con las ideas de Lacan (en el caso de Zizek), del posmodernismo y la filosofía de la deconstrucción (en el caso de Jameson) o con clásicos de otras tradiciones, como Leopardi (en el caso de Berger).

 

 

 

Se podría objetar, no obstante, que la comprensión histórica ha sido siempre la parte menos problemática de los marxismos y que ya en otro cambio de siglo Benedetto Croce se mostró dispuesto a admitir que, estando todavía vivo en el campo de la historiografía, el marxismo estaba muerto en todo lo demás.

 

 

 

O, ampliando esa afirmación a nuestra época, añadir que después de 1990 el marxismo aún muestra su capacidad de comprensión de la historia pasada, incluyendo la revisión de la historia de sus propias ideas en ese pasado; pero que, en cambio, nada o muy poco tiene que decir acerca de los dos asuntos que más ocuparon a Marx: la interpretación del modo de producir, consumir y vivir en el capitalismo (en un capitalismo que, obviamente, ha cambiado muchísimo desde 1883) y la organización de los sujetos y las voluntades dispuestas a cambiar el mundo del base, o sea, en lo que hace a la teoría del cambio social revolucionario.

 

 

Esta objeción nos lleva a la segunda cuestión, que querría diferenciar de la primera.

 

 

 

Pues podría ocurrir, efectivamente, que los marxismos aún tengan argumentos, y argumentos plausibles, para explicar por qué la historia se fue por el lado menos pensado y por qué el socialismo ha sido derrotado en el siglo XX (y aún para recuperar ciertos cabos sueltos de la historia y mostrar que lo que la ideología dominante llama utopía con desprecio no era en su momento una idea descabellada ni lo es en el momento actual), no obstante lo cual hubiera que reconocer, sin embargo, que tanto el análisis socio-económico del capitalismo inaugurado por Marx como sus previsiones acerca de una sociedad regulada y de iguales no dan más de sí.

 

 

 

No hay duda ninguna de que la mayoría de la gente, al menos en la parte del planeta en la que escribo, piensa hoy que las cosas son realmente así: que eso a lo que hemos llamado marxismo y que ahora preferimos llamar marxismos (en plural) aún puede tener cosas que decir sobre la historia en general y sobre la historia de las ideas en particular, pero que se ha convertido en un trasto inútil a la hora de tratar de entender el mundo en que vivimos y de transformarlo.

 

 

 

Y ¿qué mejor comprobación de que las cosas son así que la observación, diariamente repetida, según la cual desde 1990 el poder del capital se impone, se amplía, se generaliza y se globaliza mientras el presunto sujeto de la transformación revolucionaria -a la que Marx y los marxistas de las siguientes generaciones aspiraban- se aburguesa, reniega incluso de lo que se hizo en su nombre (y no sólo de las barbaridades, que las hubo), se convierte en accionista y, en última instancia, prefiere convivir con los propietarios de los medios de producción y ofertantes de créditos bancarios a escuchar, votar o unirse a los marxistas del nuevo siglo que todavía siguen diciendo querer cambiar el mundo de base?

 

 

 

Aquella objeción y la pregunta impertinente con que concluye, aunque no necesariamente formulada en los términos cortantes en que aquí se hace, están en el trasfondo de una serie de debates y controversias en el seno de los marxismos actuales.

 

 

 

Estos debates y controversias versan sobre si, hablando en general pero con propiedad, hay sujeto histórico de transformación (es decir, si la historia de la humanidad tiene sujeto), si puede seguir diciéndose con verdad que durante décadas y décadas de los siglos XIX y XX ese sujeto ha sido el proletariado industrial y si, aún admitiendo que la historia tenga algún sujeto y el proletariado lo haya sido conscientemente, se puede hallar hoy en día algo equivalente a ese sujeto consciente en el mundo del capital ya globalizado. Pietro Ingrao, Rossana Rossanda, Marco Revelli, Luigi Pintor, Pietro Barcellona, Fausto Bertinotti, y en general toda una serie de autores marxistas que suelen publicar en Il Manifesto, Liberazione, Alternative y otras revistas de la izquierda social-comunista italiana han dedicado páginas interesantes e intensas a esta cuestión y a otra directamente conectada con ella: la prospección de los nuevos sujetos históricos de la transformación social.

 

 

 

 

Es precisamente en este punto, el de la respuesta sobre el papel actual de la clase obrera y su relación con lo que parecen ser otros sujetos emergentes de la transformación social, donde los marxismos actuales están más enfrentados. Lo cual es comprensible por las implicaciones políticas inmediatas que tiene la respuesta que se dé a la objeción y a la pregunta. Una de las paradojas del momento, que afectaba ya a los marxismos finiseculares, se produce precisamente en este punto. Y se podría formular como sigue.

 

 

 

 

Los autores más próximos a los sindicatos institucionalizados (al menos en Europa) tienden a reafirmar el papel de sujeto transformador de los trabajadores industriales, aceptando en esto la vieja tesis marxista sobre la centralidad de la oposición entre trabajo y capital; pero puesto que la transformación que se prevé (y que defienden por lo general los sindicatos) no va más allá de la consecución de ciertas mejoras o reformas garantistas en el interior del sistema capitalista, y como esto es un caso que entra en conflicto con otro postulado central de la teoría (“la clase obrera o es revolucionaria o no es nada”, decía Marx drásticamente), la salida habitual suele ser olvidarse del marxismo, al tratar los problemas del presente, precisamente para evitar el conflicto entre teoría y empiria. De hecho, en los sindicatos mayoritarios y en sus proximidades pocas veces se habla ya de marxismo, salvo en actos conmemorativos del pasado.

 

 

 

 

En cambio, aquellos otros autores que vienen argumentando que la vieja oposición entre el capital y el trabajo ha perdido en nuestros días la centralidad que tuvo en otros tiempos, y que aducen como prueba de ello precisamente la actitud mayoritaria en los sindicatos, por lo que, ateniéndose a ese lado de la observación empírica, postulan que hay que pensar en nuevos sujetos para la transformación deseable de un mundo dominado por la desigualdad (o sea, en aquellos grupos, organizaciones, colectivos, “muchedumbres” o “multitudes” que realmente se mueven en favor de esa transformación), estos otros autores, digo, suelen afirmarse o reafirmarse luego como marxistas, aunque formalmente lo hagan forzando la interpretación de Marx o a sabiendas de que entran en conflicto con una tesis central de la teoría y que, por consiguiente, la nueva contribución a la crítica de la economía política del Imperio está en gran parte por hacer (5).

 

 

 

 

Es de consideraciones de este tipo (más que del análisis de la historia del socialismo “real”) de donde suelen arrancar las más interesantes controversias que se han producido entre marxistas en lo que llevamos de nuevo siglo. Y tiene el valor de un síntoma, que ratifica lo dicho en el primer punto de este papel, el hecho de que, por ejemplo, el debate sobre la rectificación o renovación no se produjera en la New Left Review en 1990, inmediatamente después de la desaparición de la Unión Soviética y lo que se llamó “caída del comunismo”, sino casi diez años después, al hilo de los nuevos sucesos internacionales (sobre todo el desarrollo de la guerra en los Balcanes), de la estimación de lo que estaba representando la extensión del norteamericanismoen el mundo, y en polémica, precisamente, con las ilusiones de Marxism Today acerca de la “muerte del neoliberalismo”.

 

 

 

 

Notas

 

(1) Eric J. Hobsbawm, Historia del siglo XX. Crítica, Barcelona, 1995. Tres libros posteriores, de carácter autobiográfico o dialógico, completan la visión de Hobsbawm: Años interesantes (Crítica, Barcelona, 2003), El optimismo de la voluntad (Paidós, Barcelona, 2004) y Entrevista sobre el siglo XXI (Crítica, Barcelona, 2004).

(2) Aportaciones de mucho interés en el ámbito de la historia de las ideas y las ideologías han hecho en estos últimos diez años, desde perspectivas marxistas diferentes, autores poco (o nada) traducidos en España: Wolfgang Haug (en Alemania), Michael Löwy, Jacques Texier y André Tosel (en Francia), Domenico Losurdo, Antonio A. Santucci, Guido Liguori, Giuseppe Vacca, Alberto Burgio (en Italia), Marshall Berman, Joseph Buttigieg, Frank Rosengarten (en EE.UU), Carlos Nelson Coutinho, Luiz Sérgio Henriques, Marco Aurelio Nogueira (en Brasil).

(3) Véase B. Ashcroft y P. Ahluwalia, Edward Said: la paradoja de la identidad. Edicions Bellaterrra, Barcelona, 2000.

(4) Ranahit Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos (Crítica, Barcelona, 2002); Selected Subaltern Studies (Oxford University Press, 2003); La historia en el término de la historia universal (Crítica, Barcelona, 2003).

(5) Esta es la conclusión de Toni Negri en sus escritos más recientes, relacionados con la polémica que suscitó la publicación de Imperio (traducción castellana: Paidós, Barcelona, 2001). Y para un replanteamiento tan provocador como sugerente de la cuestión véase S. Zizek: “Los cibertrabajadores: ¿por qué no un Lenin ciberespacial?, Memoria, 185, julio de 2004.

 

III

 

En un interesante artículo de 1999, titulado “Renovaciones”, Perry Anderson, uno de los fundadores de la revista, anunciaba la apertura de una nueva serie de la NLF y, después de una somera historia de cinco décadas, argumentaba las razones para el cambio. Pero entre esas razones sólo se alude muy de pasada a lo ocurrido en la Europa de Este en la década de los ochenta. La principal razón para la renovación, según Anderson, no hay que buscarla ahí, ni siquiera en la constatación de que, a diferencia de lo que ocurría cuando la revista se fundó, “el marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda”. Pues esto último no es nuevo, a pesar de lo cual la revista había logrado salir de la crisis sin desdoro.

 

El núcleo fuerte de la argumentación de Perry Anderson en favor de la renovación no será, pues, la derrota del socialismo en la Europa del Este sino más bien la observación crítica de dos actitudes muy características de los últimos tiempos: de un lado, la acomodación (o resignación) de la izquierda ante el triunfo generalizado del capitalismo, no sólo en Europa sino en todo el mundo; de otro lado, la tendencia a la auto-consolación, sobrestimando o hinchando los procesos que parecen ir en una dirección contraria a la generalización del neoliberalismo y, consiguientemente, a “alimentar ilusiones acerca de fuerzas de oposición imaginarias”. Anderson constata que la clase obrera lleva veinte años aletargada, que los trabajadores siguen estando a la defensiva en todas partes y que, por primea vez en las últimas décadas, ni el pensamiento occidental ni tampoco el pensamiento a escala mundial tienen perspectivas que se opongan de forma sistemática al sistema existente.

 

Podría afirmarse, por tanto -y éste sería el motivo central de la necesidad de la renovación- que la tradición emancipatoria o liberadora se ha roto definitivamente y que hay que partir de la aceptación de una discontinuidad radical en la cultura de la izquierda. Anderson lo dice así: “Todo el horizonte referencial en que se formó la generación de la década de 1960 prácticamente ha sido barrido del mapa, lo mismo el socialismo reformista que el socialismo revolucionario. A la mayoría de los estudiantes de hoy la lista de nombres que va de Bebel a Gramsci pasando por Bernstein, Luxemburg, Kautsky, Jaurès, Lenin y Trotsky les resulta tan remota como una lista de obispos arrianos […] La mayor parte del marxismo occidental ha quedado fuera de circulación”.

 

Aún así, Anderson todavía salva de la debacle unos cuantos libros marxistas, publicados en la última década, con los que se podría enlazar en esta nueva fase de renovación para establecer un nuevo diálogo intergeneracional: la ya mencionada Age of Extrems, de Hobsbawm, el ensayo de Robert Brenner sobre el desarrollo capitalista desde la segunda guerra mundial, el trabajo de Giovanni Arrighi sobre la evolución y perspectivas del capitalismo, el ensayo de Jameson sobre posmodernidad, el trabajo de Regis Debray sobre los medios de comunicación, la reconstrucción de la geografía que ha estado haciendo David Harvey y algunas cosas de Eagleton y T.J. Clark sobre literatura y artes visuales, respectivamente.

 

Pero, en realidad y si bien se mira, más allá del reconocimiento de dos obviedades –la acomodación de la izquierda y el aletargamiento de la clase obrera- y a pesar de la afirmación de que en estos años se ha producido una discontinuidad radical, la renovación que ha propuesto Anderson se queda, en su parte propositiva, en una declaración de principios tan generales que recuerdan a los de la vieja izquierda cuando era nueva, aunque ahora haya cambiado, eso sí, el objeto de la crítica y de la polémica. Helos aquí: realismo intransigente (lo que quiere decir, en palabras de Anderson, negarse a cualquier componenda con el sistema, pero también denunciar los eufemismos que subvaloran el poder de ese mismo sistema) y preferencia por el espíritu de la ilustración (frente al de los evangelios). El resto apunta, sobre todo, a aquellas corrientes de pensamiento con las que el marxismo renovado podría dialogar en el cambio de siglo o con las que le conviene mezclarse.

 

Esto último, lo del diálogo y la hibridación del marxismo con otras corrientes de liberación, es mucho más importante de lo que pueda parecer a simple vista. Pues, una vez que se ha admitido que el marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda – y después de preguntarnos qué se entiende hoy por izquierda, y de contestar a esta pregunta, cosa que Anderson no hace-, lo que se impone es concretar con qué otras corrientes de liberación hay que dialogar e hibridarse y si tal tendencia se va a quedar en un nuevo eclecticismo o está apuntando hacia una nueva teoría unificada, en la que, por así decirlo, se rompe definitivamente el tipo de relación que el marxismo clásico estableció entre base económica y sobrestructuras.

 

Terminaré con una breve reflexión sobre esto, que afecta a lo que los marxismos han producido durante los últimos cuatro años en el ámbito, sobre todo, de la teoría y de la filosofía política.

 

La progresiva aproximación a otras tradiciones que históricamente han tenido que ver con la idea de emancipación o liberación de los humanos, o incluso la integración con ellas, es, sin duda, un rasgo diferenciador de las investigaciones marxistas más renovadoras del nuevo siglo. Y no sólo en el ámbito de la historia de las ideas, de los estudios culturales o de la crítica de la cultura, como se ha apuntado antes, sino también, y más en general, en los ámbitos del análisis socio-económico y de la filosofía moral y política. Podría decirse que hasta el año 2000 la aproximación de los marxistas a otras tradiciones y corrientes ha tendido a priorizar el diálogo (a veces crítico, pero casi siempre productivo) con filósofos o pensadores ilustrados como John Rawls, Jürgen Habermas o Amartya Sen, cercanos, por lo demás, en lo político a la tradición liberalsocialista o social-demócrata. Y, efectivamente, esta aproximación había producido ya algunos trabajos de valor como los publicados por Van Parjis sobre las nociones de justicia y renta básica, por Jacques Bidet sobre justicia y modernidad, por Etienne Balibar sobre democracia, racismo y civilización o por Alex Callinicos sobre igualdad. Pero esa situación, a la que había contribuido en buena parte la corriente que en la década de los ochenta se llamó “marxismo analítico” (Gerry A. Cohen, John E.Roemer, E.O. Wright, Van Parijs, el propio Callinicos), ha empezado a cambiar después del año 2000, lo que complica sin duda el proyecto de renovación de Anderson y la NLR.

 

Me explico. Perry Anderson estaba haciendo su propuesta de renovación inmediatamente antes de que saltara a la palestra el movimiento alterglobalizador, o movimiento de movimientos, circunstancia (no prevista) que obliga a revisar ahora las críticas a los eufemismos piadosos que supuestamente engordan, como él decía, por autoconsolación, los procesos contrarios al poder neoliberal: el poder mismo ha reconocido por escrito que lo que viene ocurriendo desde Seattle y Génova es algo más que un incordio para la universalización de las políticas neoliberales.

 

Pero, siendo esto así, y reconociendo la pluralidad, e incluso la heterogeneidad, de las fuerzas ideales de liberación que componen el movimiento de movimientos (además del papel que en ello hayan tenido algunos de los marxismos renovados), parece lógico concluir que es más bien con esas otras corrientes con las que el marxismo del nuevo siglo tendrá que dialogar e hibridarse. Y que para esto la declaración de principios acerca de la prioridad del espíritu de la ilustración sobre el espíritu de los evangelios es más que insuficiente.

 

De ahí que, fuera ya de las instituciones académicas, y sin despreciar el espíritu de la ilustración ni las aportaciones de Callinicos, van Parjis, Balibar y tantos otros, las corrientes marxistas más activas en el movimiento alterglobalizador prefieran ahora dialogar entre ellas e hibridarse con la filosofía latinoamericana de la liberación (Hinkelhammert, Dusel, Fornet-Betancourt, Gutiérrez, Boff, Frei Betto), con el neozapatismo (Marcos), con las distintas corrientes libertarias (en particular con la corriente que representa Noam Chomsky), con el autonomismo leninista-spinozista (Toni Negri), con el ecologismo social (Boochkin, Commoner) o con la tradición de la desobediencia civil, que con Habermas, Rawls o Pettit, señaladamente a la hora de plantear en la práctica qué pueda ser hoy la justicia global en un mundo ecológicamente sostenible.

 

IV

 

De esta nueva orientación han salido ya durante estos últimos años algunas aportaciones notables, a las que a veces se denomina, por inercia, neomarxistas o poscomunistas pero que, si bien se mira, enlazan más con el marxismo de la subjetividad y de inspiración holista o sistémica que con lo que fue el neomarxismo del teorema y del análisis de microfundamentos. Es este el marxismo, o -para cumplir con la palabra dicha- el conjunto plural de marxismos, que mayormente está pasando ahora de la forma libro o de la forma revista a la red de Internet (en la que, obviamente, también hay tanta basura al menos como en las librerías).

 

He usado antes la expresión dialogar entre ellas al referirme a las distintas corrientes marxistas activas en el movimiento de movimientos o movimiento alterglobalizador. Esto exige una aclaración, sobre todo para los más jóvenes, pues en principio suena raro que el diálogo, precisamente entre corrientes marxistas, pueda presentarse ahora como una novedad. Pero así es. Pues desde la década de los sesenta, y señaladamente desde 1968, lo característico de la relación entre las diferentes corrientes marxistas existentes fue el enfrentamiento constante y la intolerancia en la afirmación de lo que cada cual consideraba ortodoxia.

 

Como no querría demorarme en esto -y para evitar consultas a hemerotecas que en la mayoría de los casos resultarían penosas- recomiendo la lectura de algunos de los poemas sarcásticos de Erich Fried, correspondientes a esa época, en los que se parodia con inteligencia y agudeza una situación habitual en la que “mi Marx tira de la barba a tu Marx”, etc. (1). Desde 1990 se produjo en esto una inflexión; una inflexión hacia el reconocimiento recíproco que, poco a poco, y no sin dificultades, se ha ido acentuando en los últimos años. Esto se ve bien en los encuentros que convoca anualmente en París la revista Actuel Marx.

 

Ocurre, pues, como si los marxistas de las distintas corrientes post-sesentayochistas (maoístas, pro-soviéticos, trotskistas, eurocomunistas, marcusianos, libertarios) que han sobrevivido a la caída del muro de Berlín, a la imposición de las políticas neoliberales y a la disolución de la mayoría de las organizaciones en que militaron hubieran ido llegando a la conclusión de que los principales motivos del antiguo enfrentamiento han caducado, que hay que volver, por tanto, al análisis concreto de la situación concreta contemporánea y que, en la perplejidad que suscita el final de aquel mundo bipolar, conviene empezar escuchando las razones de los otros, de los (en principio) más próximos ideológicamente pero que las circunstancias, cuando no la intolerancia y el dogmatismo, habían convertido en adversarios o en enemigos.

 

Una de las condiciones de posibilidad de este diálogo es el hecho de que hoy en día, a diferencia de lo que ocurría en décadas pasadas, son pocos ya los intelectuales que se declaran marxistas en los ambientes académicos que no tengan al mismo tiempo un vínculo estrecho con las organizaciones o movimientos que se proponen cambiar el mundo de base. Y el que este diálogo entre las corrientes marxistas sea productivo depende sobre todo de la prioridad que se dé al análisis concreto de la situación concreta y a las propuestas constructivas alternativas. Lo que no implica olvidar u ocultar un pasado de controversias, a veces dolorosas, sino volver a estudiar esa historia, ahora en común, para captar qué hilos hay en ella que -como diría Walter Benjamin- aún pueden contribuir a formar el ovillo de nuestra contemporoneidad.

 

Dicho con otras palabras y para acabar de aclarar la cosa: en este diálogo entre corrientes marxistas tiene sentido polemizar y discutir acerca de si propuestas como la aplicación de la tasa Tobin, el denominado socialismo de bonos, las diferentes variantes del eco-socialismo, el ingreso universal garantizado, la soberanía alimentaria, la sostenibilidad económico-ecológica, la democracia participativa, la desobediencia civil, la campaña hambre cero propuesta por Lula y Frei Betto en Brasil o las “misiones” propiciadas por la revolución bolivariana representan realmente una ruptura con las políticas neoliberales o son sólo medidas paliadoras para cambiar fachadas manteniendo lo esencial de la dominación social.

 

Menos sentido, o ninguno, tiene, en cambio, obcecarse en ver hoy en cada una de esas propuestas -a veces atendiendo sólo al pasado, a la historia de quienes las hacen- persistencias, restos o nuevas manifestaciones de estalinismos, trotskismos o reformismos socialdemócratas. En este punto Perry Anderson lleva razón: no es esperable que la renovación de los marxismos venga de la reproposición de antiguas actitudes hiperideológicas cristalizadas en rótulos que nada dicen a los más jóvenes.

 

La lista de autores que en los últimos años han publicado siguiendo esta dirección, o sea, en contacto y diálogo con los movimientos sociales alternativos y, sobre todo, con el movimiento de movimientos, sería larga, y el análisis particularizado de las aportaciones que de ahí han salido no cabe ya aquí, pero querría al menos mencionar por abreviar, ilustrar y terminar- los trabajos más recientes de Samir Amin (sobre lo que él llama “el capitalismo senil”), de I.Wallerstein (sobre el carácter de los movimientos antisistémicos y la utopía), de James Petras (sobre la evolución del hegemonismo norteamericano), de Tariq Ali (sobre los nuevos fundamentalismos), de E.O. Wright (sobre la desigualdad, el socialismo del futuro y la utopía concreta), de Toni Negri (sobre imperio, biopolítica, general intellect, poder constituyente y multitud), de Luca Casarini (sobre desobediencia), de John Holloway (sobre antipoder y contrapoder), de Boaventura da Sousa Santos (sobre democracia participativa), del Consejo Latino- Americano de Ciencias Sociales (sobre aspectos centrales de la filosofía política contemporánea) (2).

 

El carácter heterogéneo de estos trabajos salta a la vista, tanto en lo que hace al análisis y diagnóstico de lo que están representado la globalización, el papel de los Estados Unidos de América y de Europa en la nueva fase o la estructura del Imperio, como en lo que se refiere a la prognosis, a las expectativas, a la evaluación de la correlación de fuerzas en presencia o a las alternativas que se proponen.

 

Así, por ejemplo, la mayoría de los autores que acabo de mencionar no estaría dispuesta a aceptar la drástica caracterización de Samir Amin, según la cual el capitalismo ha entrado en su fase senil; la tesis de Negri sobre la existencia de un Imperio sin base de operaciones precisamente localizada y sin imperialismo, en el que, por otra parte, la multitud pasa a ocupar el lugar que en otros tiempos ocupó la clase obrera o el proletariado industrial ha sido criticada, y explícitamente rechazada, por James Petras desde Estados Unidos y por Atilio Boron, presidente del Consejo Latino-americano de Ciencias Sociales, desde Argentina; la idea de John Holloway sobre la posibilidad de cambiar este mundo globalizado de las políticas neoliberales sin tomar el poder, es decir, profundizando simplemente los antipoderes embrionarios que han ido surgiendo durante los últimos años, ha dado origen a una sonada polémica que desde América Latina (México y Argentina, sobre todo) se ha traslado a Europa; la propuesta de democracia participativa de Sousa Santos, que se inspira en las experiencias de Porto Alegre y de Kerala, pero que no deja de subrayar la tensión existente entre fuerzas políticas institucionales y espontaneidad socio-política de la ciudadanía de a pie, entra en conflicto tanto con el tipo de socialismo que postula E.O. Wright como con la idea genérica de multitud o muchedumbre y poder constituyente; y las propuestas de Luca Casarini sobre desobediencia y violencia virtual o simbólica, que se inspiran mayormente en la experiencia de los tute bianche durante las manifestaciones del movimiento alterglobalizador contra las instituciones internacionales o, parcialmente, en el neozapatismo, están siendo igualmente discutidas por otros marxistas italianos que intervienen de manera activa en el movimiento de movimientos.

 

Todo esto, pluralidad, heterogeneidad, críticas y contra-críticas, a veces acompañadas todavía de acusaciones sobre abandonos del marxismo, revisión de sus tesis centrales o de sospechas sobre pasos inadvertidos al campo teórico del adversario, crea cierta confusión. Dentro y fuera del conjunto de movimientos socio-políticos y socioculturales que componen el movimiento de movimientos. Y en ocasiones la confusión es utilizada para abonar la idea -muy recurrente entre aquellas personas que prestan más atención a las polémicas y a las controversias que a los textos que las han originado- de que la izquierda marxista ha entrado en declive porque no tiene teoría.

 

Pero esto último, en mi opinión, es una conclusión falsa, un equívoco muy vinculado todavía a la idea, también falsa históricamente, de que hubo un tiempo en que se contaba con una teoría aseadilla y cerrada acerca de la evolución en curso del capitalismo y con una teoría no menos aseadilla y cerrada acerca de la revolución o de los procesos revolucionarios alternativos al sistema existente. Quien se haya acercado con atención a la historia de los marxismos desde los tiempos de la I Internacional tiene que saber que esa idea de la teoría unitaria, aseadilla y cerrada, tanto en lo que hace al análisis económico-social como en lo que hace a las previsiones sobre la revolución, fue siempre una ilusión; una ilusión, como decía Gramsci, de gentes que pretenden encajonar la historia haciendo abstracción de la voluntad, los deseos y la imaginación de la humanidad que sufre.

 

Pero hay más: aun suponiendo que in illo tempore haya habido algo así como una teoría marxista compartida de lo que estaba siendo la evolución del capitalismo (lo cual ya es mucho suponer), como entre teoría y decisión de cambiar el mundo hay muchas mediaciones y como la decisión de actuar no se deriva sin más del convencimiento teórico, es natural y comprensible que haya habido simultáneamente varias teorías marxistas (o varias ideas candidatas a serlo) del cambio social y de la transformación revolucionaria. Bastará con recordar a este respecto lo que el principal candidato a teórico de la revolución en esa historia, V.I. Lenin, escribió en un momento decisivorecordando en esto a Napoleón-: “primero se pone uno en marcha y luego se verá”. Y aun suponiendo todavía que lo que éste escribió después del se verá haya sido, a su vez, algo así como una teoría para los revolucionarios de la época, tampoco se puede olvidar que él mismo advirtió, en 1922, ya al borde de la muerte, de los peligros de la generalización de la teoría, basada en lo que se vio en Rusia, a la Europa central y occidental. Si Gramsci, el otro candidato a teórico de la  revolución en Occidente, fue grande es, primero, porque supo ver que no es posible encajonar la historia en teorías y, luego, porque supo escuchar el mensaje final del hombre aquel del primero se pone uno en marcha y luego se verá.

 

Complicación adicional para marxistas del siglo XXI: si esto que estoy diciendo ya era así in illo tempore, o sea, cuando el mundo que contaba era mayormente esa parte del mundo a la que llamamos Europa, ¿que decir de la teoría económico-social o sociopolítica del mundo-mundo, o sea, de un mundo globalizado e interrelacionado en el que se hablan muchas más lenguas de las que pueden caber en nuestras filosofías y se mezcla un montón de culturas de las que el mejor marxista de los buenos tiempos apenas sabía decir otra cosa que eran culturas de “países sin historia”? Y ¿qué decir de la teoría del cambio social, de la revolución, del cambiar el mundo de base o, simplemente, de la inversión del signo social de la dominación, en un mundo así, en un mundo-mundo, en el que, hablando con propiedad, ni siquiera somos contemporáneos los unos de los otros y en el que tampoco puede darse por supuesto que los intereses de los de abajo coincidan siempre con sus creencias, deseos e ilusiones? Lo más sensato en un mundo así, y sabiendo lo que sabemos, es proponerse humildemente rebajar las ínfulas de la teoría económico-social acerca del capitalismo (senil o no), y aún más las pretensiones de teoría única o unificada del cambio social (revolucionario o no).

 

Así vistas las cosas, resulta que ya es mucho, cuando, efectivamente, todo lo sólido se disuelve, cuando los ideólogos de la otra parte propician las guerras de civilizaciones y de religiones y cuando los mandamases y mandamenos del Imperio fomentan entre las gentes fundamentalismos varios, el que, en la pluralidad de aproximaciones teóricas construidas por los marxistas del siglo que empieza, tanto para el diagnóstico como para el cambio, y desde lugares tan distintos del planeta, haya más coincidencias que disidencias y se discuta en revistas o en la Red -con la calma y la paciencia que permiten ese mundo intolerable- acerca de qué candidata a teoría explicativa es mejor.

 

A este respecto, y entrando en algunas de las polémicas marxistas actuales, aún se podría sugerir algunas cosas más para facilitar el diálogo antes dicho. Por ejemplo: que no es lo mismo observar el comportamiento del Imperio desde Duke o Padua que desde Bagdad, Dakar, Buenos Aires o Caracas; que la idea de un Imperio sin imperialismo ofende al sentido común (revolucionario o no); que entre clase obrera (con conciencia o sin conciencia de clase) y multitud hay en el mundo otras configuraciones sociales y socio-culturales intermedias dignas de ser tenidas en cuenta en el análisis; que, una vez hecha la observación de que el poder (todo poder) corrompe, queda aún mucho por decir sobre las articulaciones posibles de antipoderes y contrapoderes en nuestras sociedades, como muestran casos tan diferentes como el de Venezuela y el de Brasil; que lo que navega actualmente con el nombre de desobediencia civil es, desde el punto de vista de la teoría, un híbrido novedoso en el que se dan cita desde Thoreau y Gandhi hasta Marx y Marcos y que tal hibridación no es despreciable; y que, por eso mismo, y por lo que hay en él de reflexión acerca de los movimientos alternativos que en el mundo han sido, en el movimiento que se autodenomina actualmente alterglobalizador tienen cabida el marxismo (en sus diferentes corrientes), el libertarismo (en sus distintas acepciones) y otras tradiciones de liberación de los humanos. El marxista de los inicios del siglo XXI tiene que aceptar, no sólo por lo que ha sido la historia de las revoluciones desde 1870 hasta 1968, sino por lo que es el presente de los movimientos de liberación, que el marxismo es una de las ideologías en presencia pero no la única.

 

El problema de la izquierda de verdad, marxista o no, no es de teoría. No era ya de teoría in illo tempore (pongamos por caso, en los días de la Comuna de París). Era y sigue siendo un problema práctico: la fuerza, la potencia (económica, militar, política, ideológica) del adversario, en el plano estatal y en el ámbito mundial. Lo que cambia es la forma de articulación de esa fuerza: el modo de producir mercancías, el modo de producir ideología, el modo de producir cultura, el modo de producir información, el modo de manejar los medios de comunicación.

 

Notas

 

(1) Erich Fried, Cien poemas apátridas; Anagrama, Barcelona, 1978.

(2) Me refiero sobre todo a: Samir Amin, Más allá del capitalismo senil, El viejo topo, Barcelona, 2003; I.Wallerstein, Utopística. Las opciones históricas del siglo XXI. Siglo XXI, México, 1999 (y, en catalán, Universitat de València, 2003); J. Petras, Las estrategias del Imperio: los EE.UU y América Latina, Hiru, Hondarribia, 2000; Tariq Ali, El choque de los fundamentalismos, Alianza, Madrid, 2002; E.O. Wright, “Propuestas utópicas reales para reducir la desigualdad de ingresos”, en R. Gargarella y F. Ovejero (eds.), Razones para el socialismo, Paidós, Barcelona, 2001; A. Negri, La fábrica de la estrategia: 33 lecciones sobre Lenin, Akal, Madrid, 2003; A. Negri y M. Hardt, Multitude, war and democracy in the age of empire, Penguin Press, 2004; L. Casarini, “Disobbedire e disertare”, en www.sherwood.it; B. da Sousa Santos, Democracia y participación, El viejo topo, Barcelona, 2003; J. Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, El viejo topo, Barcelona, 2003; A. Boron, Imperio, imperialismo, Viejo Topo, Barcelona, 2003.

Publicado originalmente en la revista Pasajes 16, Invierno 2005 / Marx desde Cero

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Yo voy a Madrid el 25 de septiembre, también el 15

Por José Coy, activista social

Yo voy a Madrid el 25septiembre, no acabo de decidirlo, ya lo tenía claro desde el mismo momento en el que un buen amigo y compañero me incluyo en grupo cerrado de facebook  de lo que se ha llamado hasta ahora ocupa el congreso.

Un grupo en el que me di de baja por discrepar tanto en determinados contenidos, como formas a pesar de que la convocatoria de una movilización en torno al congreso me parecía una buena idea, por que a las personas paradas, afectadas por la crisis y los recortes de derechos, nos sobran los motivos de plantarnos delante de un parlamento que actualmente esta ocupado por los mercados a través de la mayoría de fuerzas políticas que están a su servicio.

Sin embargo hay que recordar, porque las generalizaciones son muy malas y se prestan a no ver los detalles de la realidad, a veces de forma mezquina e intencionada, que en ese mismo parlamento hay pequeñas fuerzas políticas, -que no hace falta nombrar por que es de sobra conocido aunque determinados sectores no lo quieran ver- que se pronuncian mediante el voto y las intervenciones previas de forma continua y continuada contra los diferentes recortes y agresiones que estamos padeciendo la mayoría social.

No voy a entrar en los detalles de las discrepancias y matices – por cansancio y hartazgo de repetirlo tanto- que planteaba y planteábamos, diversas personas activistas de diversos movimientos en la famosa reunión hecha publica  por la la sexta y otros medios. Sí, la misma reunión que en el programa televisivo Al Rojo Vivo, se dijo que se apagaron los móviles para garantizar el secreto de lo allí debatido. Por cierto, yo no apague el móvil ni lo metí en ninguna caja por que me parecía ridículo una “ reunión secreta y clandestina” que se sabia en días previos en medios “tan  secretos” como faceebook.

Esto, que lo cuento como anécdota no es solo eso, es una constatación de que bastantes cosas se han hecho mal desde el principio lo que ha provocado malos entendidos y multitud de dudas  sobre la gestación de esta convocatoria. Se han hecho tantas cosas tan mal, que incluso  aquellos que compartimos  la oportunidad de la convocatoria, pero matizamos determinados aspectos hemos sido casi “ despellejados” por las esquinas de internet con insultos varios por parte de algunas promotoras del evento.

Ya se sabe en que consiste el sectarismo “si no estas conmigo al 100% estas en contra de todo” y por la tanto “si hoy eres mi amigo, al minuto siguiente eres mi enemigo” y te conviertes de un segundo a otro en  poco mas “que un lacayo del sistema” o “un sucio  reformista”….la izquierda fantástica y sectaria y autoproclamada “vanguardia e iluminada” es así, siempre ha sido así.

Me queda que decir al respecto, que no solo  me di de baja yo, en ese “grupo secreto” de facebook, antes que yo lo habían hecho cerca de la mitad de sus iniciales componentes.  Si se hubiesen hecho las cosas de forma abierta, inclusiva y buscando consensos, tal vez nos podríamos haber ahorrado tantos ríos de tinta sobre el origen dudoso  de esta convocatoria.

Dicho todo esto, a modo de ubicación  insisto en la necesidad de que el 25sep, vayamos al congreso a decirle a los llamados mercados que lo tienen ocupado, que ya esta bien de recortes y de políticas de austeridad, que nos están destrozando la vida,  y el país,  en forma de mas precariedad, exclusión social y pobreza extrema, laminando derechos sociales y humanos.

Yo voy a Madrid el 25sep, por que soy un parado, afectado por las hipotecas y la crisis y se en lo que consiste padecer dicha situación en primera persona; tanto yo, como mi familia Voy a Madrid, por que hace falta ir construyendo un movimiento ciudadano unitario y transversal autoorganizado por la  base en los pueblos, barrios, centro de trabajo y estudio, que se mueva en clave de ruptura con el régimen y su sistema.

Por que el problema es el capitalismo y el neoliberalismo es su aplicación concreta, que ha demostrado en la actualidad su carácter inhumano en el conjunto del planeta y desde su mismo nacimiento como sistema.

Un movimiento que actúe de dique de contención a las actuales políticas antisociales, pero que a su vez sea capaz de recuperar derechos sociales perdidos. Cuyas señas de identidad sea la insumisión, la desobediencia civil activa, la rebelión ciudadana permanente, la sublevación continuada y el empoderamiento y protagonismo ciudadano, porque hay que desobedecer a aquellos gobiernos que practican políticas  que no defienden a la gente y solo defiende a la banca y a las multinacionales.

Desobedecer es nuestro derecho y organizar la resistencia también; aún cuando poner en practica ese derecho, conlleve represión por parte de quienes ya la practican, contra aquellos que le plantan cara al gobierno como hemos visto o estamos viendo en la luchas mineras en León y Asturias, en las movilizaciones jornaleras en Andalucía o en los piquetes ciudadanos que paralizamos desahucios o ocupamos viviendas desahuciadas por los bancos, para que sean recuperadas por las familias que la han perdido por culpa de esta crisis sistémica.

Por tanto sobran los motivos para ir a Madrid tanto el 15, como el 25 de septiembre. Y creo que hay que ir de forma transversal independientemente de las siglas de cada cual,  mucha gente activista sabemos que hay que ir, por que se acercan aún peores tiempos de los que ya hemos vivido y vivimos, si no lo evitamos, este país va directo hacia tiempos pasados, con mas represión y cero derechos.

Quieren que empecemos de nuevo a luchar por recuperar derechos que tanto conflicto a costado, es decir; todo lo que se ha conseguido en décadas de luchas que costaron vidas, prisión, torturas, exilios, destierros, miseria…incluidas dos guerras mundiales, nos lo están arrebatando en unos cuantos meses casi de un plumazo. A golpe de eslogan publicitario en el que vienen a decir que nos destrozan la vida, pero es por nuestro bien.

Sobre la movilización del 15sep, creo que no se trata solo de manifestarnos  por el centro de la City Madrid, se pueden hacer muchas mas cosas que un solo paseo, ya hemos demostrado muchas veces que hay capacidad de llenar las calles de las citys, hay que empezar a ser contundente, hay que empezar a demostrar potencia ciudadana, poder ciudadano autoorganizado. Hay que empezar a desbordar desde ya las calles y no solo las calles. Sobre el 25sep.

Creo que hay que garantizar  el carácter democrático, antineoliberal y no violento de la convocatoria…mucho se ha hablado al respecto, pero es cierto que  hay cierta preocupación mas que razonada y lógica que al gobierno le pudiera interesar una “orgía de violencia loca y excesiva”.

La memoria histórica pasada y reciente nos dice que en momentos determinados de grandes contradicciones y agudización del conflicto social desde el poder, se utilizan determinados episodios violentos para criminalizar movimientos sociales y desplegar una oleada de represión individual y colectiva, para vaciar de capacidad de respuesta la contestación social imprescindible.

Por ello creo que no deberíamos “picar el anzuelo” por que la convocatoria del 25sep no debería de convertirse en una “ratonera” o una “carnicería represiva” tengo la sensación y “perdón” por mi “seguro error de apreciación” que mucha gente que vamos a Madrid ese día, tenemos la misma sensación que tiene un ratón “cuando va a coger un queso, aun sabiendo que cuando lo coja, va a ser atrapado por una trampa” y esa sensación entre otras, es lo que está jugando contra esta convocatoria cuando no debería ser así, ya que manifestarse ante un parlamento estatal –ocupado por los mercados y fariseos de la especulación- debería de ser de lo mas normal, como lo es cuando nos hemos manifestado -varias veces además- ante parlamentos autonómicos  como el murciano u delante mismo de los Ayuntamientos símbolos del poder local.

En todo caso conociendo al señor ministro de interior y como se las gasta cuando se trata de defender a “ nobles marqueses” en Andalucía o a grandes empresas de la distribución alimentaria, que por cierto destrozan el pequeños comercio local como es de sobra conocido. Es de esperar un gran despliegue policial y bastantes “palos” a quienes estemos por tal evento, pero creo que se deberá garantizar al máximo –si ello ocurriera- la acción radicalmente no violenta por parte de quienes nos manifestemos.

Ya se que es difícil pero deberíamos tenerlo muy claro, quienes vayamos a Madrid ese día o al menos deberíamos tenerlo claro la inmensa mayoría. Digo la inmensa mayoría, por que es evidente que siempre puede haber un grupito de gente y “no solo gente” -en Cataluña los mossos de esquadra cuando se visten de paisano, lo saben hacer de  “ de modo muy profesional y efectivo”- cuyo interés sea romper el carácter de la movilización, para que se hable de violencia en vez de reivindicaciones y contenidos.

Se trata de salir de ese dia, que puede tener carácter histórico y  ser comienzo de algo grande -como lo fue el Domingo 15 de mayo del 2011- en cuanto a movilización sostenida en el tiempo desde la autonomía ciudadana, con fuerza y unidad, con la opinión publica a favor de las reivindicaciones que planteamos  y no al revés como le interesa al gobierno y sus amos.

Valga un ejemplo muy gráfico y reciente que sirva de ejemplo …cuando los mossos de esquadra, intentaron levantar la acampada en Barcelona a golpes de porra, la gente levanto las manos y esa imagen de mossos golpeando a gente pacifica provocó que, en unas horas solamente, las plazas de todo el país se llenaran de nuevo de asambleas ciudadanas.

Otro ejemplo; Cuando en la paralización de desahucios la Guardia civil o la policía nos arrastra por los suelos o nos golpea y no respondemos de forma violenta, ese gesto hace que circulen las imágenes por todos lados y es lo que nos da fuerza ante la ciudadanía y por ello el movimiento de afectados por la hipoteca es cada vez mas fuerte y potente……por que entramos directos al corazón de la gente. El 25 de septiembre creo que se trata de eso, de entrar directo al corazón y a las retinas de la gente para combatir la resignación y demostrar que SI SE PUEDE, como gritamos en los piquetes ciudadanos anti-desahucios.

Si fuera al contrario y se “picara el anzuelo y cogiéramos el queso” como he dicho antes, creo que le haríamos un enorme favor al gobierno y a los fariseos del templo de los mercados y se bloquearía la posibilidad de un otoño potente en movilización social, y alejar, quizá por mucho tiempo, los resultados de tantos sacrificios.

Por último no he dicho nada de las reivindicaciones originarias de la convocatoria por que estoy de acuerdo, solo me queda que decir que al no ser una movilización que no se va a solicitar autorización, sobran por razones evidentes siglas y nombres de colectivos…me consta que estamos debatiendo esto en muchos movimientos y considero, que independendiente de la posición de cada colectivo, el 25 de sep tiene que ser una inmensa marea transversal de ciudadanía que lucha por un futuro que nos quieren arrebatar y mejorar un presente que nos están destrozando.

Se trata en definitiva de que el 25sep y después “pongamos loquitos y de los nervios” a los poderosos, como tan bien lo están haciendo mis hermanos ANDALUSIS…….Y no que los poderosos especuladores, nos  corran a palos con saña y con una posterior represión y manipulación mediática.

Como hemos gritado cientos de miles de voces en las calles y plazas…..esto empieza ahora!!!! ….SI SE PUEDE!!!

*Activista social, sindicalista ciudadano

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Reflexiones sobre el 25 de septiembre

Artículo del periódico digital Madrilonia.org que es un estímulo a la polémica.

 ¿Cómo conseguir una democracia real, el fin del sistema de partidos tal y como lo conocemos, nuevas formas de decisión directa y organización de la vida en común?

Eso es lo que tenemos que pensar: ¿cómo podemos decidir un nuevo ordenamiento político de forma democrática y construido desde abajo? ¿De qué forma una nueva Constitución puede superar a la antigua y sumar apoyos evitando los ataques del 1% que vive a nuestra costa? ¿Cómo se puede extender este proceso a escala europea, en tanto único nivel en el que es posible una democracia capaz de imponerse a la dictadura financiera?

La calma agostera se termina. Después de un final de julio muy convulso, el parón estival parece estar sirviendo para recuperar fuerzas ante un otoño que apunta a una clara escalada en el descrédito de los gobernantes, es decir, un punto de no retorno en el proceso destituyente de lo que llaman democracia y no lo es. Todas las fuerzas serán necesarias.

Sin tener en cuenta la contestación espontánea a los nuevos recortes que seguramente el gobierno anuncie a principios de septiembre, lo cierto es que tenemos un mes atravesado por multitud de convocatorias importantes para los intereses de la ciudadanía: la entrega de firmas por la dación en pago y el alquiler social universal; las más que previsibles huelgas que coincidirán con el inicio del curso escolar en diferentes comunidades autónomas; la cumbre social del 15 de septiembre propuesta por los dirigentes de CCOO y UGT de cara a seguir manteniendo su presencia mediática; y la más que probable huelga general para el día 26 de septiembre (ya en marcha en Euskadi y Galicia).
Pero la convocatoria que está generando mayor controversia y seguimiento en redes sociales es la del 25S y su llamamiento a “Ocupar el congreso”. Desde Madrilonia.org queremos aportar nuestra reflexión sobre lo que supone esta cita cuando se abren escenarios posibles para darle un último empujón a Mariano y al bipartidismo.

“Lo llaman democracia y no lo es” y “No nos representan” son los gritos que despertaron al 15M y que desde entonces se han venido repitiendo en cada manifestación. En los últimos quince meses hemos vivido las movilizaciones más intensas desde los años setenta. A las grandes concentraciones (15M, 19J, 15O, 12M) le han acompañado las mareas de educación, sanidad y distintos empleados públicos. Por si esto fuera poco, el movimiento se ha extendido; de sus orígenes en el Norte de África ha pasado a Europa a través de Sol y se ha convertido en global gracias a los “Occupy” que surgieron en EEUU.

Pero es preciso reconocerlo: aunque es cada vez mayor el número de personas que participa en alguno de los conflictos abiertos, todavía no se ha obtenido ninguna victoria significativa en comparación con la capacidad de movilización y el gran apoyo social hacia los “indignados”. Ni se han detenido los recortes, ni se ha llevado a los tribunales a ninguno de los responsables políticos y económicos de esta gran estafa. Esto se debe a que el problema de la crisis es político, no económico. Los que manejan las instituciones no gobiernan para la gente, sino que obedecen a los intereses financieros al mismo tiempo que tratan de mantenerse como casta privilegiada.

Vivimos bajo una dictadura impuesta por las grandes agencias financieras, y ejecutada por dos agresivos gendarmes: el BCE y el gobierno alemán. En la cadena de mando europea, el gobierno español es sólo un mero intermediario: algo así como el gobierno de una comunidad autónoma que obedece a los recortes dictados por el gobierno central.

Nuestro principal problema es la ausencia de democracia, y esto tanto a nivel local/estatal como europeo: mientras no recuperemos la capacidad de decisión no habrá posibilidad de impedir los recortes, liquidar la deuda ilegítima y avanzar en derechos. O dicho de otro modo, nuestro problema no es la escasez de dinero o bienes (la riqueza es gigantesca y está en manos de los mercados financieros) sino cómo se manejan los recursos.

Señalar al poder político es fundamental. Respecto al 25S, creemos que es una convocatoria no del todo bien planteada: es excesivamente ambiciosa en sus presupuestos sin aportar un plan más o menos creíble para conseguirlo (“Nos mantendremos en el Congreso hasta que el gobierno caiga”); se reconoce en tendencias netamente ideológicas (anarquismo, izquierda, comunismo, incluso reduciendo el 15M a una ideología) y nos ofrece ya un programa acabado como si, sencillamente, alguien lo fuera a poner en práctica.

Y sin embargo, pensamos que es una cita necesaria porque declara de forma explícita que el problema es político y persigue escalar el nivel de movilización en este sentido. Señala al gobierno surgido del Parlamento, de hecho, a todo gobierno que surja del actual régimen constitucional. Un régimen que da carta blanca al ejecutivo para hacer lo que le venga en gana, sin tener que preguntar a la población, sin necesidad de que rinda cuentas aunque lo que haga no responda a su programa electoral, llegando a perjudicar seriamente la salud pública, acabando con la igualdad de los ciudadanos ante la ley, dejando a millones de personas sin ingresos o en condiciones laborales lamentables y reduciendo drásticamente las expectativas de toda una generación de jóvenes.

Pero, ¿qué puede ocurrir si el 25S «sale bien»? Por paradójico que parezca, el gobierno puede caer. Es tan frágil que cualquier nueva desestabilización puede llegar a tumbarlo. Otro episodio de subida descontrolada de la prima de riesgo, o incluso un nuevo ciclo 15M pero a las puertas del Congreso son quizás suficientes para que engrose la lista de los gobiernos más breves de la historia del país. La cuestión aquí no es que las movilizaciones tengan capacidad para poner otro gobierno.

El recambio ya está pensado y seguramente pasará por alguna combinación de un gobierno tecnócrata a lo Monti y/o un gobierno de concentración nacional de PSOE-PP con apoyos condicionados de CIU y PNV. Si esto sucede, los grandes partidos estarán todos del mismo lado frente a la población y habremos acabado con la eficacia política del bipartidismo: ese régimen en el que el descontento con un determinado partido lo capitalizaba automáticamente otro de los grandes partidos, por el mero hecho de no haber estado en el gobierno, evitando una puesta en cuestión global de los grandes acuerdos de Estado.

Pero incluso si el gobierno no cae, si se mantiene precariamente como hasta ahora, el 25S puede ganar. Bastará con que durante unos días, una semana, se fije en todo el planeta esta imagen: un parlamento cercado por decenas de miles de personas que exigen la dimisión del gobierno y la democratización del país y de Europa, esto es, el fin de la dictadura. La repercusión política será tan grande que seguramente el escenario político se verá de nuevo transformado.

¿Hay alternativa al 25S? Quizás otro 25S mejor preparado, mucho más incluyente y con objetivos más razonables. Pero cuando ya tenemos una convocatoria y todo un mes para prepararla, resulta mejor aprovecharla, aportando ideas y poniendo encima de la mesa la importancia de que la cita sea pacífica e inclusiva. Si el 15M y las diferentes mareas sociales en defensa de lo público no toman el 25S, seguramente resulte un momento tenso y sin la potencia suficiente.

Recordemos el bloqueo al Parlament catalán como momento que provocó una fuerte criminalización por parte de las empresas de comunicación y los partidos políticos que fue desactivada gracias a la respuesta social del 19J. Si el 25S fracasa, tal vez podríamos vernos abocados a una repetición de convocatorias poco ambiciosas y sin demandas claras, o lo que es peor, asistir a la resurrección de Toxo y Méndez como oposición al gobierno y a los recortes.

Nosotros tenemos claro que las cúpulas de UGT y CCOO estarían dispuestas a legitimar un gobierno PP-PSOE (el gran pacto de estado del que vienen hablando) siempre que se les tenga en cuenta y para ello necesitan recuperar, mediante las movilizaciones, parte del protagonismo y la legitimidad perdidas en las últimas décadas.

Si pensamos en el momento que estamos viviendo, deberíamos reconocer que la fase destituyente prácticamente ha concluido: casi todo el mundo sabe que el gobierno es un pelele de las fuerzas económicas que realmente mandan, la democracia se desvela como una plutocracia (gobierno de los ricos) en la que la gente común tenemos poco que decir y los bienes públicos aparecen como la finca privada de una clase política y una oligarquía económica que los utilizan a su antojo.

La deslegitimación del régimen lo sitúa ante una posición de clara fragilidad, pero si no hacemos algo, si no aprovechamos la energía social que ha inundado las calles, no descartemos que se impongan el chantaje de los mercados y la mediocridad de la casta política. Ir lento no asegura continuidad. Ir lejos no depende solo de uno mismo.

Una pregunta asoma en el horizonte: ¿qué pasará después de que caiga el gobierno? ¿Cómo conseguir una democracia real, el fin del sistema de partidos tal y como lo conocemos, nuevas formas de decisión directa y organización de la vida en común?

Eso es lo que tenemos que pensar: ¿cómo podemos decidir un nuevo ordenamiento político de forma democrática y construido desde abajo? ¿De qué forma una nueva Constitución puede superar a la antigua y sumar apoyos evitando los ataques del 1% que vive a nuestra costa? ¿Cómo se puede extender este proceso a escala europea, en tanto único nivel en el que es posible una democracia capaz de imponerse a la dictadura financiera?

La conclusión es clara: el reto actual pasa por lanzar un proceso verdaderamente democrático. Nuestras expectativas son que el 25S sea una demostración de fuerzas que ponga sobre la mesa la necesidad de un proceso deliberativo y vinculante. Dar un paso atrevido que active a miles de cerebros en un proceso constituyente que cuente con la participación del 99%.

Y para ello, sólo el 15M, como red de redes, como grupos y como clima social, es capaz de liderar este proceso. Si no empezamos a dar respuestas a cómo ponerlo en marcha, quedaremos o bien a merced de los gestores profesionales de la protesta o bien atrapados en el rechazo impotente a lo existente y por lo tanto, en la criminalización y la represión.

Sea como fuere, en la medida en que el 25S, apunta al principal obstáculo político (el actual ordenamiento constitucional), puede ser un buen comienzo si se toma como tal. Los cambios que se produzcan en España pueden trastocar la dictadura de las elites en Europa y abrir una resquicio para conseguir una democracia europea digna del tal nombre. We must go on!

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El BCE no salvará ni al euro ni a Europa

por Jacques Sapir , economista francés

« Los países europeos se enfrentan a una elección:  O  muere la Unión Europea (UE) o se disuelve la zona del euro. Si se persiste en la política actual, la zona euro y la UE con ella, entra en una recesión, y luego una depresión a largo plazo.»

El esquema propuesto, conjuntamente con los gobiernos de la zona euro, tienen dos componentes: por un lado, el BCE incrementaría sus compras de deuda soberana de los países en dificultades en el mercado secundario, una política que se describe como «no convencionales «en virtud de las disposiciones del Tratado de Maastricht,o por el contrario, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y su sucesor, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM) compra directamente títulos de la deuda soberana en el mercado primario.

Tengan en cuenta la declaración de Mario Draghi, al pie de la letra y verán cuáles serían las consecuencias en el corto y mediano plazo. También hay que preguntarse si el BCE realmente quiere salvar la moneda única.

I. Las consecuencias de una acción directa del Banco Central

Suponiendo que el BCE puede lanzar o encontrar un compromiso legal para la recompra de la deuda soberana de los países masivo en crisis, ¿que pasaría?

Desembolsar alrededor de 1000 millones de euros 

Primero deberá evaluar la cantidad que el BCE debería pagar. En España, el gobierno de Mariano Rajoy ha reconocido que las necesidades se estiman en 300 millones de euros hasta finales de 2012.Lo hecho por este país no se puede negar a los demás. Grecia, necesita recursos  estimados de 60 a 80 billion de euros. Italia también es un «cliente» potencial, cuyos requisitos cuantitativos (la fecha de la transacción) son entre 500 y 700 millones de dólares. Se trata de 860 a 1 080 mil millones de la deuda soberana que el BCE debe comprar en un tiempo relativamente corto (menos de 6 meses).

Estos recursos no son imposibles de movilizar, pero no son menos importantes.Representan entre 3 y 4 veces la cantidad de compras de títulos públicos realizadas por el BCE desde el inicio de la crisis. Esto representan un salto cualitativo y no sólo de cantidad.

¿ Recapitalización del Banco Central Europeo?

El impacto en el balance del BCE sería considerable. Al parecer, entre 1.071 (860 + 211 ya están en el balance general) y 2.91 1 (1 080 + 211 ya está en el balance) millones de dólares en títulos públicos. Es de suponer que entre un tercio y la mitad de estos títulos no serán reembolsables dentro de los fallos calculados.

El BCE  debe admitir que ha creado dinero ex nihilo o debe pedir dinero a los Estados para recapitalizar la zona del euro entre 330 y 650 euros millones de dólares.

¿Qué pasa con la aceptabilidad política de este gasto por los Estados?

El tema de la creación de dinero ex nihilo no es la inflación (de uso frecuente), pero sí el actual marco legal; la compatibilidad del funcionamiento del BCE con la Constitución alemana. El Bundesbank prohibe hacer este tipo de creación de dinero. Por tanto para resolver esta recapitalización debe cambiar la Constitución alemana , lo que plantea problemas políticos de una magnitud mayor. En el caso de Francia, la contribución podría ser de entre 70 y 140 millones de euros.

¿ Crisis de liquidez o crisis de competitividad?

A menudo se argumenta que la intervención resolvería la crisis del euro.Pero la crisis de liquidez se debe a la crisis de la competitividad. Es esta última es la que provoca el aumento de las tasas de interés y la crisis de liquidez. En este aspecto el BCE no puede hacer nada. La permanencia de la crisis de la competitividad es inevitable y será la causa de la reaparición de la crisis de liquidez.

Además y  a pesar que el BCE ha realizado la primera amortización de la deuda en el mercado secundario, ninguno de los países que se han beneficiado de estas operaciones la han devuelto a los mercados financieros.

Por lo tanto, lo que debe resolver, de forma permanente, Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia es tal vez recurrir a la capacidad de financiación del BCE.

Los importes indicados en el mediano plazo sería aún más significativo que los mencionados anteriormente, y podría alcanzar entre 2 000 y 5000 mil millones de euros.

Un diagnóstico equivocado.

La hipotética política del BCE que nos imaginamos aquí ilustra un importante error de diagnóstico sobre la crisis en la zona euro.

Esta crisis no es una crisis de deuda soberana!

Se trata de una crisis de competitividad en relación con las estructuras económicas y demográficas de los heterogéneos  países de la zona euro,  exacerbadas por el funcionamiento diario de la moneda única.

El euro provoca un crecimiento muy lento en algunos países (Italia, Portugal y, en menor medida, Francia) y la desindustrialización acelerada en otros países (Irlanda, Portugal, España, Grecia e incluso Francia). Con el estallido de la «burbuja» de las tasas de interés, históricamente bajas desde 2002 a 2008, estos dos fenómenos se han traducido en un aumento de la deuda soberana en los países afectados.

¿ Resolver el síntoma – la crisis de la deuda – o  agravar  la enfermedad?

Las actuales políticas  que tratan de resolver la crisis empeorará la situación: hay países que se sumergirán en una recesión – o incluso depresión – lo que significa que se reducen los ingresos fiscales y aumenta significativamente el desempleo.

Si queremos abordar la raíz del problema, a saber, la crisis de la competitividad, es necesario medir la importancia de los países afectados y  los costos de transferencia.

En realidad la implementación de una política  «no convencional» por el BCE es posible, pero se trata de un cambio cualitativo cuyas consecuencias no fueron calculadas y no aportan una solución a la crisis en la zona euro.

La única perspectiva que ofrece esta política es la instalación de una crisis de a largo plazo.

II. La crisis de la competitividad va a estallar en el euro o de la UE

El BCE no tiene el poder para resolver la crisis del euro. Incluso con estas acciones combinadas de los Estados miembros no hay solución. Europa va a explotar después de una «década perdida», como la de la Gran Depresión o  la zona euro se disolverá.

Lapolíticas Impasse de deflación de los salarios

La crisis de competitividad se refleja en el saldo de los países con déficit comercial (excepto Alemania) y el aumento de la cantidad de la cuenta de destino, en este último país.

Las experiencia de políticas de costos laborales más bajos  en los países de la zona euro (Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia), ha tenido  consecuencias catastróficas. La violenta contracción de la demanda interna no sólo provoca un fuerte aumento del desempleo, sino que, además, una disminución de la productividad.  Esto se produce cuando las nuevas medidas de ajuste, cuyos efectos sobre el desempleo se combinan con las medidas anteriores.

Dentro de dos años, incluyendo los efectos inducidos – y no sólo los efectos directos –  podemos llegar a una tasa de desempleo de hasta el 52% en Grecia, 35% en Portugal, el 32% en España, del 22 % al 25% en Francia e Italia.Estos niveles son más o menos los mismos que durante la «Gran Depresión» de los años 1930.

Las transferencias fiscales son políticamente imposibles.

Otra solución, de acuerdo con la moneda única sería establecer los flujos de remesas a países excedentarios a países deficitarios. Sin embargo, los montos involucrados son enormes.

Ellos pueden estimarse en un 10,8% del producto interno bruto (PIB) de España para apoyar a España. El 13,1% del PIB en Italia para apoyar a Italia. Un 12,3% del PIB para apoyar a Portugal en Portugal. El el 6,1% del PIB en Grecia para apoyar a Grecia. Dado el nivel de los costes laborales, la estructura y la cantidad de beneficios, los salarios y el peso de la estructura del PIB, esta política costaría a Alemania del 12,7% del PIB (2012) en las transferencias fiscales hacia 4 países en crisis.

Tales cantidades haría añicos los riñones de la economía alemana y son obviamente políticamente imposible. Cabe señalar aquí que la disolución de la zona euro, acompañada de devaluaciones en diferentes países , sólo cuesta 2% al 2,5% del PIB en Alemania. Por ello no es sorprendente que la mayoría de los alemanes  se pronuncien en contra de la moneda única (51% en contra y un 29%). Por lo tanto es de esperar que la oposición política de Berlín,  para evitar las transferencias , se va a endurecer en las próximas semanas.

¿El regreso de la Gran Depresión?

Los países europeos se enfrentan a una elección:  O  muere la Unión Europea (UE) o se disuelve la zona del euro. Si se persiste en la política actual, la zona euro y la UE con ella, entra en una recesión, y luego una depresión a largo plazo.  Es necesario hacer la comparación con la crisis de la década de 1930, la «Gran Depresión» . El peso político y económico de la UE se redujo significativamente, y el Viejo Continente se convertirá en «el  enfermo de todo el mundo.»

La Unión Europea no va a soportar los efectos de esta crisis. Los países dejarán el euro, uno después del otro. El primero probablemente será Grecia, seguida por Portugal y España. Este será el  efecto,de  las medidas «no convencionales» del BCE al tratar de restablecer la solvencia externa en cualquiera de estos países. La especulación alcanzará nuevas alturas y las medidas unilaterales adoptadas por cada país (incluyendo los impagos de la deuda) se extendería rápidamente. Poco a poco, todas estas son medidas que constituyen la UE será desafiado.

Sin embargo, si se adopta  una política de disolución coordinada y concertada de la zona euro, se actuaría correctamente. Si se permite  que los países afectados realicen los ajustes necesarios por las devaluaciones – se  tendría un costo mucho más bajo en términos de desempleo – ahorrarían un gran esfuerzo para la UE. Esta política ofrece una  perspectiva a medio plazo, para reconstruir una forma más flexible de integración monetaria en una moneda común.

En el mejor de los casos, suspendido por tres años …

Las políticas «no convencionales» del BCE, que están disponibles, sólo retrasará de dos a tres años  la crisis del euro. Por tanto, debemos preguntarnos si, políticamente, vale la pena el esfuerzo. En estos tres años en el mejor de los casos estaríamos frente a una crisis peor que la que conocemos hoy en día, con una situación  de abierto deterioro de Francia.

Muchos economistas, entre ellos dos premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman, han argumentado que la continuación de esta política para salvar el euro es criminal. Baste decir aquí que las medidas previstas por el BCE, llegan demasiado tarde y no resuelven los problemas de fondo de la zona euro.

La razón, tanto en el orden económico y político es no ser terco porque se corre el riesgo de hacer estallar la UE y exacerbar el conflicto entre Alemania y otros países.

La disolución de la zona del euro, realizada a finales de 2012 como un acto europeo, es actualmente la única solución que puede evitar un desastre.

* Jacques Sapir es director de estudios en el EHESS y Director del CEMI-EHESS

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