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«El miedo que tienen es que estamos señalando el camino”


Entrevista a Sánchez Gordillo
                     «Alimentos expropiados en Andalucía SI fueron entregados a ONG y Ayuntamientos. «Si hay un sub-delito, que sea un juez quien lo juzgue (…) Aquí parece que el Ministro del Interior nos mandó detener sin que un juez lo ordene (…) Somos acusados por el franquismo puro y duro (…) Ir a la cárcel por lo que hemos hecho es un honor (…) Desde la cárcel y cuando salga de ella, seguiremos luchando (…) Si a mi me detuvieran va a haber bastante revuelo en Andalucía (…) El miedo que tienen es que estamos señalando el camino».

 

El diputado de Izquierda Unida y alcalde de Marinaleda (Sevilla), Juan Manuel Sánchez Gordillo, en entrevista para la Brújula del Sur (1) asegura que estaría «orgulloso de entrar en la cárcel» por ayudar a realizar una acción de expropiación forzosa de artículos de primera necesidad, en dos supermercados de Andalucía, para dar de comer a las familias que pasan hambre en esa Comunidad.

Y es que a principio de la tarde en España se ha enterado de que el Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, a quien no duda de calificar de «franquista», ordenó su detención y la de algunos de los líderes del Sindicato Andaluz de Trabajadores -SAT- por llevar a cabo esta acción.

De realizarse de esta manera, el Ministro estaría saltándose los procedimientos judiciales (2).

«Seguiremos luchando y después sw que salga de la cárcel volveremos a expropiar», advierte Sánchez Gordillo.

Artillería mediática contra el pueblo

Ahora mismo, en la España en la que el gobernante Partido Popular ha convertido en delito buscar comida en la basura, los medios de Comunicación arremeten contra el político andaluz, erigiéndose como jueces y representantes de los consorcios económicos.

Es así como le exigen -casi le ordenan- que se disculpe. Tal es el caso del periodista Javier Silvestre, de la ABC Radio, quien además pide que sea la «última vez que tenga que entrevistar a un alcalde que ha robado un supermercado» (3).

La pregunta que surge de inmediato es si el periodista se atrevería a señalar y acorralar de la misma forma a los responsables de la crisis económica que golpea al pueblo español.

«Los fariseos andan en los grandes medios de comunicación. Igual que hay terratenientes, también hay prensatenientes (…) y éste (el periodista de ABC) en mi país forma parte del duopolio de medios (…) en España es de los más reaccionarios», explica el alcalde.

Y remata «aquí lo que hay es una dictadura de los mercados, de los oligopolios comerciales y ni la prensa ni Rajoy gobiernan, sino que gobiernan los bancos alemanes».

Por otra parte, algunos medios replican un información según la cual un banco de alimentos rechazaría las donaciones de la expropiación por su procedencia (4).

Según José Caballero, miembro del SAT, «los alimentos están en manos de la ONG La Corrala, en Sevilla, y en los Ayuntamientos de Espera, Borno y Puerto Serrano de Cádiz».

Andalucía famélica

El diputado de Izquierda Unida presenta datos sobre Andalucía que lo obligan a la acción:

-1.250.000 parados, lo que representa un 34% de la población activa.

-3 millones de pobres, 40% de las familias por debajo del umbral de la pobreza.

-200.000 familias expulsadas de sus casas por no poder pagar la hipoteca a los bancos.

-En el campo, el 2% de los propietarios poseen el 50% de las tierras cultivables y hay más de 500.000 jornaleros sin tierras.

-300.000 familias subalimentadas, según el último informe de Cáritas Diocesana.

-En España hay 1 millón 700 mil familias en las que todos sus miembros están en paro.

«Nosotros (el SAT) hemos hecho una serie de acciones. Una es ocupar tierras (…) y fincas (…) el día de ayer hemos decidido ocupar grandes superficies, en concreto una en Cádiz y otra en Sevilla. Hemos cogido productos de primera necesidad y no los hemos pagado. Se los entregamos a los bancos de alimentos para que se los repartan a la gente».

Franquismo puro y duro

Sánchez Gordillo explica que el objetivo de la expropiación de los supermercados es señalar a los responsables de la crisis, que para él «tienen nombre y apellido, carnet de identidad, (…) lo que ha levantado una polvareda enorme en la derecha y en el gobierno».

La nube de polvo ha sido tal que el «franquismo puro y duro», como nombra y apellida Sánchez Gordillo al Ministro de Interior español, se ha saltado a los jueces.

«Si hay un delito, que sea un juez quien lo juzgue. Aquí parece que el Ministro del Interior nos mandó detener sin que un juez lo ordene (…) Si a mi me detuvieran va a haber bastante revuelo en Andalucía».

Gordillo, que también es profesor de historia, dice haber expropiado «una cantidad ridícula», frente a los beneficios que tienen las empresas expropiadas, las cuales no permiten agremiarse en sindicato a sus trabajadores y obtienen miles de millones de euros de ganancias en plena crisis económica.

«Hay familias que no tienen nada, ni siquiera para comer. A los que señalamos eso intentan criminalizarnos. Ayer hubo un linchamiento contra el SAT y contra mi persona. Hoy estoy dispuesto a que me detengan, iré preso y estoy orgulloso de ir a la cárcel por esto, pero en cuanto salga de allí voy a volver a ocupar fincas, supermercados y bancos».

Los bancos son para Sánchez Gordillo la cueva de Alí Baba y los responsables de la crisis los banqueros. «No puede ser que los que le metieron fuego a esta crisis ahora se conviertan en los bomberos», dice.

¿La chispa que enciende la revolución en España?

«El miedo que tienen es que estamos señalando el camino. Si le recortan, le quitan el empleo, la casa, el subsidio, si se queda sin nada, ¡rebélese! Vaya a los grandes almacenes, a los bancos, o acceda a los medios de producción ocupando tierras, ocupando industrias. Ese es el miedo que ellos tienen y por eso están tan nerviosos. Por eso cometen tantas barbaridades».

A través de la historia está más que demostrado que cuando el pueblo se rebela su inseparable compañera lo maltrata: la represión.

Según el alcalde de Marinaleda «el anuncio de detenciones va en dirección de reprimir y meter miedo para que no haya otra gente que secunde nuestras acciones. Lo peligroso no es el hecho en sí, sino el camino que señalamos: no se puede tirar el alimento mientras la gente no tiene para comer, que haya tierras ociosas mientras hay gente en el paro y no tiene empleo, que hayan empresas que realmente no estaban en crisis, sino que se declaraban en quiebra para cobrar las subvenciones; el camino en el que necesitamos un banco público y que varios banqueros vayan a la cárcel porque han robado a manos llenas. Como quiera que sigamos ese camino, van a ir contra nosotros».

Al SAT le piden más de 50 años de cárcel por acciones no violentas de reclamos, como ocupaciones, marchas, manifestaciones, huelgas de hambre. Pero esto no los detiene, al contrario seguirán luchando. «No vamos a permitir que la crisis la sigan pagando los pobres, mientras los ricos se siguen enriqueciendo».

Finalmente Sánchez Gordillo señaló la Revolución Bolivariana como la esperanza del mundo. «Por eso debe ganar Chávez el 7 de Octubre».

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Escuche el AUDIO completo de la entrevista a Juan M. Sánchez Gordillo: http://soundcloud.com/labrujuladelsur2/entrevista

Para ampliar las informaciones:

(1) La Brújula del Sur es un programa que se transmite en la emisora del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Alba Ciudad (@albaciudad, 96.3 FM) y Radio Rebelde (radiorebelde.info, @radiorebelde915, 91,5 FM), conducido por Ernesto J. Navarro y producido por Indira Carpio Olivo.

(2) Interior ordena detener a los responsables del saqueo de Mercadona: http://www.elconfidencial.com/espana/2012/08/08/interior-ordena-detener-a-los-responsables-del-saqueo-al-mercadona-103492/

(3) Puede escucharlo en: http://www.abc.es/radio/podcast/20120807/hablamos-alcalde-asaltado-supermercados-para-62411.html

(4) En: http://www.eleconomista.es/economia/noticias/4173692/08/12/El-Banco-de-alimentos-rechaza-la-donacion-del-SAT-por-su-procedencia.html

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Marxismos / Continuidad y discontinuidad en el cambio de siglo

 “La clase obrera o es revolucionaria o no es nada”, decía Marx drásticamente»

«Es precisamente en este punto, el de la respuesta sobre el papel actual de la clase obrera y su relación con lo que parecen ser otros sujetos emergentes de la transformación social, donde los marxismos actuales están más enfrentados.»por Francisco Fernández Buey

                                           I
La caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, acontecimientos decisivos en la historia del mundo del siglo XX, han suscitado indudablemente algunos cambios de nota en la orientación de los marxismos durante la última década. Sin embargo, estos cambios parecen haber afectado más al estado de ánimo de los militantes de las organizaciones socialistas y comunistas que a los temas que se abordan desde un punto de vista marxista. Dicho con otras palabras: la relativa continuidad de los asuntos preferentemente tratados por autores que han seguido declarándose marxistas después de la desaparición del “socialismo real” guarda poca relación con el declive, evidente, de la perspectiva revolucionaria que durante más de un siglo inspiró a la mayoría de las organizaciones social-comunistas. El número de personas que desde 1990 votan opciones social-comunistas de inspiración marxista, sobre todo en Europa, ha descendido de forma tan notable como el número de intelectuales que en los últimos quince años siguen declarándose marxistas. A pesar de lo cual, un repaso detallado de la literatura marxista aparecida en revistas y editoriales durante esta fase muestra que apenas hay discontinuidad respecto de los temas que prioritariamente empezaron a abordarse ya al final de la década de los setenta del siglo XX.
En este ensayo me propongo: 1º documentar la observación, que puede parecer paradójica, hecha en el párrafo anterior; 2º ofrecer una explicación argumentada de por qué, a pesar de la dimensión y la influencia mundial de los acontecimientos mencionados, hay más continuidad que discontinuidad entre los marxismos del cambio de siglo y los marxismos de la década de los setenta; y 3º apuntar, al hilo de esa argumentación, algunos de los temas, rasgos o características nuevas de los marxismos en el momento actual.
Una vía posible para documentar la observación de la que he arrancado es comparar los resultados electorales de los partidos comunistas y poscomunistas entre 1990 y 2004, en los países de Europa en que dichos partidos habían alcanzado antes una implantación importante (Italia, Francia, Grecia, España, Alemania, Portugal, etc.), con los temas de los que, en el mismo período, se han ocupado algunas de las revistas teórico-políticas que se suele considerar representativas del área social-comunista: New Left Review, Marxism Today,Monthly Review, Rethinking Marxism, Historical materialism, Democracy and Socialism en el área anglosajona; Il Manifesto, Critica marxista, Liberazione,Rinascita, en Italia; Actuel Marx, La pensée, Critique communiste, Contretemps, en Francia; Das Argument, en Alemania; mientras tanto, El viejo topo, Utopías-Nuestra bandera, Viento Sur, en España, etc (1).
Los resultados electorales de los partidos políticos que siguen llamándose a sí mismos comunistas o que, al menos, no han renunciado a la inspiración marxista y socialmente transformadora son, obviamente, cada vez peores en casi toda Europa. Con algunos matices que no hay que despreciar (en ese periodo IU, por ejemplo, obtuvo algunos de sus mejores resultados, PCF y otros grupos de izquierda marxistas consiguieron juntos un buen porcentaje de votos en alguna elección, RC y PCP han tenido a veces resultados aceptables), la tendencia al declive es evidente: lo que habitualmente se denominaba social-comunismo, que había llegado a ser en algunos países europeos la segunda fuerza socio-política, ya no es hoy ni siquiera la tercera, desplazada en la mayoría de los países en los que tuvo mayor potencial por los partidos verdes, por los nacionalismos o por fuerzas populistas conservadoras. Desde 1990, y en mayor medida durante esta última década, el principal segmento social que sostuvo a los partidos comunistas de Europa durante décadas, la clase obrera, ha ido abandonando el espacio social-comunista para situarse o en el espacio social-liberal, que es el espacio que ha venido a ocupar lo que tradicionalmente representaba la socialdemocracia, o directamente en el espacio neo-liberal y populista conservador (como se ve, sobre todo en Francia y en Italia), o bien en el ámbito, más complejo y oscilante, de la abstención política.
Aunque no es el único factor explicativo (sin duda ya había otros: la pérdida de peso del proletariado industrial frente a categorías emergentes de asalariados; la fragmentación acelerada de las clases trabajadoras en las últimas décadas; el paso de la organización fordista del trabajo de fábrica a una organización posfordista o toyotista, etc.) la derrota del socialismo autodenominado “real”, el hundimiento de la Unión Soviética y la desaparición de lo que se llamó el mundo socialista son motivos que han acabado teniendo una influencia decisiva en la inflexión antedicha. Pues, independientemente de lo que muchos de los trabajadores pensaran antes de la caída del muro de Berlín acerca de cómo llamar a lo que desde 1917 se estaba construyendo en la Unión Soviética, ese otro mundo (se llamara socialismo, protosocialismo, capitalismo de estado o socialismo burocráticamente degenerado) era, por lo general, percibido como algo distinto del capitalismo realmente existente y, en última instancia, como un contrapoder al imperio del capital, de cuya mera existencia, por su simple estar-ahí, se podía esperar, por la reacción que provocaba entre los capitalistas, un tipo de mejoras socio-económicas que ya algunos de los ideólogos de la década de los sesenta empezaron a llamar “estado del bienestar”.
Para aclarar mejor la situación que se ha ido creado entre los marxistas desde 1990 hay que distinguir dos cuestiones que, estando interrelacionadas, no conviene identificar apresuradamente. La primera de ellas viene de muy lejos, casi de los orígenes mismos de lo que empezó a denominarse marxismo en el último tercio del siglo XIX. Y es que ya desde entonces, pero aún más señaladamente desde 1914-1917, ha habido varios marxismos, es decir, varias interpretaciones consolidadas de los escritos filosóficos, económicos y político-sociales de Karl Marx.
La idea, explícitamente formulada por Lukács, de que en cuestiones de marxismo la ortodoxia está en el método no debe llamar a engaño. Pues método, ya en el marxismo de Marx, es una palabra que connota muchas más cosas de lo que la palabra denota para un científico: alude no sólo a la forma en que hay que proceder para captar y exponer datos empíricos, sino también a un estilo de pensamiento, a un programa de investigación, a tesis varias sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza y a la intención de cambiar el mundo en un sentido revolucionario. Como suele ocurrir con las grandes cosmovisiones que en el mundo han sido, de las distintas maneras de interpretar todas esas cosas han salido y se han ido perfilando, también en este caso, marxismos diferentes en la forma de abordar temas básicos de la antropología filosófica, relativos al metabolismo entre seres humanos y la naturaleza entorno, pero también, y sobre todo, muy diferentes en la forma de abordar el mundo socio-político. Las distinciones históricas, primero entre un marxismo revolucionario y un marxismo académico, luego entre un marxismo reformista y un marxismo revolucionario, más tarde entre marxismo ruso-soviético y marxismo occidental y, por último, entre marxismo economicista y marxismo de la subjetividad o entre marxismo humanista y marxismo estructuralista, dan cuenta de ese equívoco acerca de la ortodoxia.
Esto permite explicar que desde el primer momento haya habido versiones tan diferentes y tan contrapuestas de lo que significó la revolución rusa de octubre de 1917 y de lo que se llamó construcción del socialismo. Mientras que un marxista como Lenin podía argüir que lo iniciado en 1917 era precisamente la realización de la perspectiva metodológica y revolucionaria de Marx, un marxista como Kautsky podía declarar, en términos peyorativos, que eso mismo era la negación de la perspectiva que Marx había abierto en El capital, y un marxista como Gramsci acoger positivamente (ateniéndose a la subjetividad, a la voluntad de los actores) aquella revolución que consideraba, sin embargo, como una revolución contra El capital de Marx. Así pues, desde la observación de que, a lo largo del siglo XX, lo que ha habido han sido varios marxismos, y no un sólo marxismo, se entiende mejor que los propios marxistas de 1990 hayan vivido e interpretado de formas tan diferentes la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. A lo que habría que añadir todavía otra diferencia, la espacial: el desarrollo de los acontecimientos no se vio igual en la Europa rica que en los países empobrecidos del mundo.
Podría decirse que para todos los marxistas lo ocurrido entre 1986 y 1990 fue un acontecimiento inesperado y sorprendente. No conozco ninguna prognosis o anticipación marxista anterior a la primera de esas fechas que contemplara la posibilidad del derribo del muro, la disolución del Pacto de Varsovia, la desintegración de la Unión Soviética y la autodisolución del Estado y del partido. Pero, dicho esto, hay que añadir enseguida que mientras unos marxistas valoraron los hechos como si tratara de una gran desgracia, o sea, como el final de un mundo en el que habían puesto grandes esperanzas, otros (entre los que sin duda se encontraba la mayoría de los marxistas de la Europa occidental) vieron estos acontecimientos como una oportunidad histórica positiva para volver a empezar, transitando, por fin, el camino hacia el socialismo que al propio Marx le hubiera gustado recorrer. Se comprende que los hechos no hayan sido vividos ni interpretados de la misma manera por marxistas trotskistas (que desde los años treinta del siglo XX venían denunciando la degeneración burocrática del estalinismo en la URSS), por marxistas libertarios (que desde tiempo atrás consideraron que lo existente en la Unión Soviética no era sino capitalismo de estado), por marxistas maoístas (que calificaban aquella formación social de nueva potencia imperial) o por marxistas eurocomunistas que entre 1969 y 1979 habían dejado de soportar la ideología del “socialismo real”.
Atender a estas diferencias ideológicas previas, o sea, a la existencia previa de diferentes marxismos, tiene importancia para explicar por qué ha resultado ser un contrafáctico la afirmación recurrente de la ideología dominante en el sentido de que 1989 representa no sólo el fin del comunismo sino también el final del marxismo. Pues, de hecho, una buena parte de los marxistas de orientación trotskista, libertaria o eurocomunista, y no sólo ellos, sobre todo en Europa, tendieron a ver los acontecimientos de entonces no como una nueva derrota sino más bien como la confirmación de anteriores previsiones o deseos (por genéricas o genéricos que previsiones y deseos hubieran sido) y, en todo caso como una nueva oportunidad histórica de volver a fundir socialismo y democracia.
Aunque desde 1990 los grandes medios de comunicación de masas (la televisión en primer lugar, pero también los principales medios de difusión escritos) dejaron de ocuparse del marxismo y los marxistas, a no ser para dedicarles algunos sarcasmos o necrológicas, y aunque desde entonces editoriales y librerías de la mayoría de las provincias del Imperio han tendido a tratar al marxismo como a perro muerto (2), lo cierto es que, al menos en el plano de la producción teórica, el marxismo seguía ahí, y no precisamente deprimido. Esto se puede comprobar, por ejemplo, siguiendo la revolución de las revistas arriba  mencionadas.
Es más: si se hace un estudio pormenorizado de los temas abordados entre 1990 y 2000 por la mayoría de estas revistas (en particular por las más influyentes: New Left Review, Marxism Today, Montly Review, Il Manifesto, Actuel Marx) se verá que no sólo predomina en ellas la continuidad, sino que, por lo general, el análisis de lo ocurrido desde la perestroika soviética hasta la desaparición de la URSS, pasando por la caída del muro de Berlín, ha sido hecho con relativa tranquilidad de espíritu y, desde luego, no ha sido vivido como un trauma. La explicación de esto es sencilla y enlaza precisamente con la decantación de los marxismos ya en las décadas anteriores: casi todos los fundadores y colaboradores habituales de estas revistas (Perry Anderson, Robin Blackburn, Eric J. Hobsbawm, Paul Sweezy, Rossana Rosanda, Luigi Pintor, Lucio Magri, Jacques Texier, Jacques Bidet, Georges Labica, Daniel Bensaïd, Michael Löwy) habían roto desde tiempo atrás con el tipo de marxismo canonizado en la Unión Soviética y criticado, con mayor o menor rotundidad, el mundo que entonces se vino abajo.
No se puede decir que en los ensayos y números monográficos publicados por estas revistas (o en los libros y recopilaciones que han propiciado en las casas editoras a ellas vinculadas) desde 1990 hasta el final de siglo haya habido coincidencia de análisis sobre las consecuencias de los principales acontecimientos; y, desde luego, los tonos y talantes con que han sido abordados los problemas contemporáneos (la globalización, la crisis ecológica., los embates contra el estado asistencial, la guerra de los Balcanes, el nuevo papel de China en la economía mundial, la norteamericanización del mundo, etc.) son bastante distintos (3). Pero parece haber habido en esos años al menos un acuerdo bastante generalizado en que la crisis del socialismo llamado “real”, al desideologizar definitivamente la bipolaridad de la guerra fría, acabaría por suscitar también la crisis y, tal vez, el derrumbe del neoliberalismo. Sintomático en este sentido es, por ejemplo, el contenido del número especial que Marxism Today publicó a finales de 1998; y lo es desde su título mismo: The dead of  Neoliberalism.
Esos eran también el tono y el talante de la mayoría de las comunicaciones presentadas durante la conmemoración en París, en 1998, del 150 aniversario de la publicación de El manifiesto comunista, a la que asistieron o se adhirieron varios centenares de intelectuales relevantes de los cinco continentes (4). En esa oportunidad, reconociendo ya sin subterfugios la pluralidad de corrientes surgidas de la lectura y la interpretación de Marx, o sea, que para hablar con propiedad en estos tiempos, debe hablarse de marxismos (en plural) y después de poner en solfa la idea de ortodoxia, los marxistas del final del siglo XX demostraban que el viejo “método”, del que Marx dijo que iba a ser “el horror de la burguesía”, seguía siendo operativo al menos en un ámbito muy querido del propio Marx: el de la historia y la historiografía.
Notas
(1) La lista de revistas no pretende ser exhaustiva. En los últimos años han aparecido otras, algunas de ellas exclusivamente electrónicas, que publican habitualmente ensayos marxistas: Alternative (Italia), Herramienta (Argentina),Memoria y Bajo el volcán (México), Gramsci e o Brasil (Brasil), Rebelión y La Insignia(España).
(2) Dos excepciones: el espacio dedicado a la aparición de Espectros de Marx, de Derrida, en 1993, y el tratamiento que Le monde diplomatique, en sus distintas ediciones (francesa, italiana e iberoamericana), suele dar a libros y ensayos de orientación marxista. Sobre el impacto de la obra de Derrida puede verse: M. Spinker (ed.), En torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, Akal, Madrid, 2002.
(3) Estas diferencias de análisis tienen que ver también con anteriores decantaciones ideológicas de los autores mencionados, muy patentes desde finales de la década de los sesenta, y con obra apreciada ya entonces: Anderson, Blackburn, Bensaid, Löwy proceden de diversas corrientes trotskystas; los demás, en conflictivo diálogo con los partidos comunistas de sus respectivos países (Inglaterra, EE.UU, Italia o Francia).
(4) Véase AA.VV. Le Manifeste communiste aujourd´hui, Les Editions de L´Atelier, París, 1998 (con intervenciones de, entre otros: Samir Amin, Daniel Bensaïd, Jean-Yvez Calvez, Francisco Fdez Buey, Eric J. Hobsbawm, Liêm Hoan´Ngoc, Boris Kagarlitsky, Georges Labica, Michael Löwy, Ellen Meiksins Wood, Jacques Texier y André Tosel).
II
Todavía hoy en día suele haber un acuerdo bastante generalizado, incluso en los ambientes académicos, sobre la bondad teórica de una al menos de las aproximaciones marxistas finiseculares a lo que ha sido la historia del siglo XX, la de Eric J. Hobsbawm sobre “la edad de los extremos” (1). Y, efectivamente, mucho de lo mejor que, en el plano teórico, han producido los marxismos durante la última década ha estado dedicado a encontrar explicaciones plausibles de lo ocurrido entre 1917 y 1990, es decir, a la investigación de las causas y motivos por los que un mundo que pudo ser no fue. Esto incluye una nueva forma de abordar y valorar el papel desempeñado por corrientes y autores que en otros tiempos fueron tratados con la óptica simplificadora de la ortodoxia y el revisionismo. E incluye también un número considerable de investigaciones dedicadas al estudio y revalorización de algunas de las utopías históricas en la línea que abrieron en su momento (y desde lo que entonces se consideraba heterodoxia) Ernst Bloch y Walter Benjamin.
Más allá, pues, de la interpretación lúcida de lo que ha sido el siglo XX, de lo que pudo ser y no fue, los marxistas de estos últimos años, dentro y fuera de las universidades, están escribiendo un importante capítulo de la historia de las ideas que incluye la reconsideración documentada, sensible y renovadora de la obra de personajes clave del siglo XX como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, Georg Lukács, Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Palmiro Togliatti o Ernesto Che Guevara (2). Este es el ámbito en que resulta más patente la continuidad entre los marxismos anteriores y posteriores a la caída del muro de Berlin, tal vez porque, como escribió hace años Pierre Vilar, los historiadores han sido, por lo general, los investigadores menos afectados por la campaña mundial de ruido y furia contra el marxismo.
Las novedades, relativas, en este ámbito de la historiografía en general y de la historia de la ideas y de las ideologías en particular son básicamente tres; y las tres tienen que ver con la hibridación que, mientras tanto, se ha producido entre el materialismo histórico y la crítica de la cultura o la forma de tratar la historia de las ideas desde la tradición hermenéutica o desde las filosofías de la alteridad.
La primera de esas novedades, ya consolidada académicamente en la última década, son los estudios culturales, en los que la influencia del marxismo, o, por mejor decir, de algunos  autores marxistas (Antonio Gramsci, la Escuela de Frankfurt, Raymond Williams) es innegable, sobre todo en las corrientes que se inspiran en la obra del palestino- norteamericano, recientemente fallecido, Edward Said (3). La segunda novedad es lo que viene llamándose en ingléssubaltern studies, una corriente historiográfica nacida en la India, en parte por inspiración gramsciana, en relación con los denominados estudios poscoloniales y con la pretensión explícita de superar los restos de eurocentrismo que había en los escritos de Marx sobre la colonización británica en la India y que ha seguido habiendo en los marxismos tradicionales; una novedad, de cuyo interés da cuenta la obra de Ranahit Guha (4), y cuya orientación ha ido cuajando también durante los últimos años en América Latina, donde la inspiración gramsciana se junta con la renovación reciente del indigenismo y con la influencia de la obra de Mariátegui, uno de los marxistas más originales de aquel continente.
Y la tercera novedad es lo que podríamos denominar ampliación del análisis crítico de la cultura (tanto en el sentido amplio de la palabra cultura como en su acepción más restringida). En este campo resulta apreciable, una vez más, la hibridación del marxismo con otras corrientes filosóficas o con enfoques propios de la crítica artística, como se puede apreciar, por ejemplo, en obras de orientación tan distinta (pero igualmente sugerentes) como lo son las publicadas en estos últimos años por el poeta, guionista, narrador y crítico de origen británico John Berger, por el pensador norteamericano Fredric Jameson y por el filósofo esloveno Slavoj Zizek, los tres formados en el marxismo pero con un concepto lo suficientemente amplio y libre del mismo como para articularlo o entrecruzar ideas centrales del mismo con las ideas de Lacan (en el caso de Zizek), del posmodernismo y la filosofía de la deconstrucción (en el caso de Jameson) o con clásicos de otras tradiciones, como Leopardi (en el caso de Berger).
Se podría objetar, no obstante, que la comprensión histórica ha sido siempre la parte menos problemática de los marxismos y que ya en otro cambio de siglo Benedetto Croce se mostró dispuesto a admitir que, estando todavía vivo en el campo de la historiografía, el marxismo estaba muerto en todo lo demás. O, ampliando esa afirmación a nuestra época, añadir que después de 1990 el marxismo aún muestra su capacidad de comprensión de la historia pasada, incluyendo la revisión de la historia de sus propias ideas en ese pasado; pero que, en cambio, nada o muy poco tiene que decir acerca de los dos asuntos que más ocuparon a Marx: la interpretación del modo de producir, consumir y vivir en el capitalismo (en un capitalismo que, obviamente, ha cambiado muchísimo desde 1883) y la organización de los sujetos y las voluntades dispuestas a cambiar el mundo del base, o sea, en lo que hace a la teoría del cambio social revolucionario.
Esta objeción nos lleva a la segunda cuestión, que querría diferenciar de la primera.
Pues podría ocurrir, efectivamente, que los marxismos aún tengan argumentos, y argumentos plausibles, para explicar por qué la historia se fue por el lado menos pensado y por qué el socialismo ha sido derrotado en el siglo XX (y aún para recuperar ciertos cabos sueltos de la historia y mostrar que lo que la ideología dominante llama utopía con desprecio no era en su momento una idea descabellada ni lo es en el momento actual), no obstante lo cual hubiera que reconocer, sin embargo, que tanto el análisis socio-económico del capitalismo inaugurado por Marx como sus previsiones acerca de una sociedad regulada y de iguales no dan más de sí.
No hay duda ninguna de que la mayoría de la gente, al menos en la parte del planeta en la que escribo, piensa hoy que las cosas son realmente así: que eso a lo que hemos llamado marxismo y que ahora preferimos llamar marxismos (en plural) aún puede tener cosas que decir sobre la historia en general y sobre la historia de las ideas en particular, pero que se ha convertido en un trasto inútil a la hora de tratar de entender el mundo en que vivimos y de transformarlo. Y ¿qué mejor comprobación de que las cosas son así que la observación, diariamente repetida, según la cual desde 1990 el poder del capital se impone, se amplía, se generaliza y se globaliza mientras el presunto sujeto de la transformación revolucionaria -a la que Marx y los marxistas de las siguientes generaciones aspiraban- se aburguesa, reniega incluso de lo que se hizo en su nombre (y no sólo de las barbaridades, que las hubo), se convierte en accionista y, en última instancia, prefiere convivir con los propietarios de los medios de producción y ofertantes de créditos bancarios a escuchar, votar o unirse a los marxistas del nuevo siglo que todavía siguen diciendo querer cambiar el mundo de base?
Aquella objeción y la pregunta impertinente con que concluye, aunque no necesariamente formulada en los términos cortantes en que aquí se hace, están en el trasfondo de una serie de debates y controversias en el seno de los marxismos actuales. Estos debates y controversias versan sobre si, hablando en general pero con propiedad, hay sujeto histórico de transformación (es decir, si la historia de la humanidad tiene sujeto), si puede seguir diciéndose con verdad que durante décadas y décadas de los siglos XIX y XX ese sujeto ha sido el proletariado industrial y si, aún admitiendo que la historia tenga algún sujeto y el proletariado lo haya sido conscientemente, se puede hallar hoy en día algo equivalente a ese sujeto consciente en el mundo del capital ya globalizado. Pietro Ingrao, Rossana Rossanda, Marco Revelli, Luigi Pintor, Pietro Barcellona, Fausto Bertinotti, y en general toda una serie de autores marxistas que suelen publicar en Il Manifesto, Liberazione, Alternative y otras revistas de la izquierda social-comunista italiana han dedicado páginas interesantes e intensas a esta cuestión y a otra directamente conectada con ella: la prospección de los nuevos sujetos históricos de la transformación social.
Es precisamente en este punto, el de la respuesta sobre el papel actual de la clase obrera y su relación con lo que parecen ser otros sujetos emergentes de la transformación social, donde los marxismos actuales están más enfrentados. Lo cual es comprensible por las implicaciones políticas inmediatas que tiene la respuesta que se dé a la objeción y a la pregunta. Una de las paradojas del momento, que afectaba ya a los marxismos finiseculares, se produce precisamente en este punto. Y se podría formular como sigue.
Los autores más próximos a los sindicatos institucionalizados (al menos en Europa) tienden a reafirmar el papel de sujeto transformador de los trabajadores industriales, aceptando en esto la vieja tesis marxista sobre la centralidad de la oposición entre trabajo y capital; pero puesto que la transformación que se prevé (y que defienden por lo general los sindicatos) no va más allá de la consecución de ciertas mejoras o reformas garantistas en el interior del sistema capitalista, y como esto es un caso que entra en conflicto con otro postulado central de la teoría (“la clase obrera o es revolucionaria o no es nada”, decía Marx drásticamente), la salida habitual suele ser olvidarse del marxismo, al tratar los problemas del presente, precisamente para evitar el conflicto entre teoría y empiria. De hecho, en los sindicatos mayoritarios y en sus proximidades pocas veces se habla ya de marxismo, salvo en actos conmemorativos del pasado.
En cambio, aquellos otros autores que vienen argumentando que la vieja oposición entre el capital y el trabajo ha perdido en nuestros días la centralidad que tuvo en otros tiempos, y que aducen como prueba de ello precisamente la actitud mayoritaria en los sindicatos, por lo que, ateniéndose a ese lado de la observación empírica, postulan que hay que pensar en nuevos sujetos para la transformación deseable de un mundo dominado por la desigualdad (o sea, en aquellos grupos, organizaciones, colectivos, “muchedumbres” o “multitudes” que realmente se mueven en favor de esa transformación), estos otros autores, digo, suelen afirmarse o reafirmarse luego como marxistas, aunque formalmente lo hagan forzando la interpretación de Marx o a sabiendas de que entran en conflicto con una tesis central de la teoría y que, por consiguiente, la nueva contribución a la crítica de la economía política del Imperio está en gran parte por hacer (5).
Es de consideraciones de este tipo (más que del análisis de la historia del socialismo “real”) de donde suelen arrancar las más interesantes controversias que se han producido entre marxistas en lo que llevamos de nuevo siglo. Y tiene el valor de un síntoma, que ratifica lo dicho en el primer punto de este papel, el hecho de que, por ejemplo, el debate sobre la rectificación o renovación no se produjera en la New Left Review en 1990, inmediatamente después de la desaparición de la Unión Soviética y lo que se llamó “caída del comunismo”, sino casi diez años después, al hilo de los nuevos sucesos internacionales (sobre todo el desarrollo de la guerra en los Balcanes), de la estimación de lo que estaba representando la extensión del norteamericanismoen el mundo, y en polémica, precisamente, con las ilusiones de Marxism Today acerca de la “muerte del neoliberalismo”.
Notas
(1) Eric J. Hobsbawm, Historia del siglo XX. Crítica, Barcelona, 1995. Tres libros posteriores, de carácter autobiográfico o dialógico, completan la visión de Hobsbawm: Años interesantes (Crítica, Barcelona, 2003), El optimismo de la voluntad (Paidós, Barcelona, 2004) y Entrevista sobre el siglo XXI (Crítica, Barcelona, 2004).
(2) Aportaciones de mucho interés en el ámbito de la historia de las ideas y las ideologías han hecho en estos últimos diez años, desde perspectivas marxistas diferentes, autores poco (o nada) traducidos en España: Wolfgang Haug (en Alemania), Michael Löwy, Jacques Texier y André Tosel (en Francia), Domenico Losurdo, Antonio A. Santucci, Guido Liguori, Giuseppe Vacca, Alberto Burgio (en Italia), Marshall Berman, Joseph Buttigieg, Frank Rosengarten (en EE.UU), Carlos Nelson Coutinho, Luiz Sérgio Henriques, Marco Aurelio Nogueira (en Brasil).
(3) Véase B. Ashcroft y P. Ahluwalia, Edward Said: la paradoja de la identidad. Edicions Bellaterrra, Barcelona, 2000.
(4) Ranahit Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos (Crítica, Barcelona, 2002); Selected Subaltern Studies (Oxford University Press, 2003); La historia en el término de la historia universal (Crítica, Barcelona, 2003).
(5) Esta es la conclusión de Toni Negri en sus escritos más recientes, relacionados con la polémica que suscitó la publicación de Imperio (traducción castellana: Paidós, Barcelona, 2001). Y para un replanteamiento tan provocador como sugerente de la cuestión véase S. Zizek: “Los cibertrabajadores: ¿por qué no un Lenin ciberespacial?, Memoria, 185, julio de 2004.
III
En un interesante artículo de 1999, titulado “Renovaciones”, Perry Anderson, uno de los fundadores de la revista, anunciaba la apertura de una nueva serie de la NLF y, después de una somera historia de cinco décadas, argumentaba las razones para el cambio. Pero entre esas razones sólo se alude muy de pasada a lo ocurrido en la Europa de Este en la década de los ochenta. La principal razón para la renovación, según Anderson, no hay que buscarla ahí, ni siquiera en la constatación de que, a diferencia de lo que ocurría cuando la revista se fundó, “el marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda”. Pues esto último no es nuevo, a pesar de lo cual la revista había logrado salir de la crisis sin desdoro.
El núcleo fuerte de la argumentación de Perry Anderson en favor de la renovación no será, pues, la derrota del socialismo en la Europa del Este sino más bien la observación crítica de dos actitudes muy características de los últimos tiempos: de un lado, la acomodación (o resignación) de la izquierda ante el triunfo generalizado del capitalismo, no sólo en Europa sino en todo el mundo; de otro lado, la tendencia a la auto-consolación, sobrestimando o hinchando los procesos que parecen ir en una dirección contraria a la generalización del neoliberalismo y, consiguientemente, a “alimentar ilusiones acerca de fuerzas de oposición imaginarias”. Anderson constata que la clase obrera lleva veinte años aletargada, que los trabajadores siguen estando a la defensiva en todas partes y que, por primea vez en las últimas décadas, ni el pensamiento occidental ni tampoco el pensamiento a escala mundial tienen perspectivas que se opongan de forma sistemática al sistema existente.
Podría afirmarse, por tanto -y éste sería el motivo central de la necesidad de la renovación- que la tradición emancipatoria o liberadora se ha roto definitivamente y que hay que partir de la aceptación de una discontinuidad radical en la cultura de la izquierda. Anderson lo dice así: “Todo el horizonte referencial en que se formó la generación de la década de 1960 prácticamente ha sido barrido del mapa, lo mismo el socialismo reformista que el socialismo revolucionario. A la mayoría de los estudiantes de hoy la lista de nombres que va de Bebel a Gramsci pasando por Bernstein, Luxemburg, Kautsky, Jaurès, Lenin y Trotsky les resulta tan remota como una lista de obispos arrianos […] La mayor parte del marxismo occidental ha quedado fuera de circulación”.
Aún así, Anderson todavía salva de la debacle unos cuantos libros marxistas, publicados en la última década, con los que se podría enlazar en esta nueva fase de renovación para establecer un nuevo diálogo intergeneracional: la ya mencionada Age of Extrems, de Hobsbawm, el ensayo de Robert Brenner sobre el desarrollo capitalista desde la segunda guerra mundial, el trabajo de Giovanni Arrighi sobre la evolución y perspectivas del capitalismo, el ensayo de Jameson sobre posmodernidad, el trabajo de Regis Debray sobre los medios de comunicación, la reconstrucción de la geografía que ha estado haciendo David Harvey y algunas cosas de Eagleton y T.J. Clark sobre literatura y artes visuales, respectivamente.
Pero, en realidad y si bien se mira, más allá del reconocimiento de dos obviedades –la acomodación de la izquierda y el aletargamiento de la clase obrera- y a pesar de la afirmación de que en estos años se ha producido una discontinuidad radical, la renovación que ha propuesto Anderson se queda, en su parte propositiva, en una declaración de principios tan generales que recuerdan a los de la vieja izquierda cuando era nueva, aunque ahora haya cambiado, eso sí, el objeto de la crítica y de la polémica. Helos aquí: realismo intransigente (lo que quiere decir, en palabras de Anderson, negarse a cualquier componenda con el sistema, pero también denunciar los eufemismos que subvaloran el poder de ese mismo sistema) y preferencia por el espíritu de la ilustración (frente al de los evangelios). El resto apunta, sobre todo, a aquellas corrientes de pensamiento con las que el marxismo renovado podría dialogar en el cambio de siglo o con las que le conviene mezclarse.
Esto último, lo del diálogo y la hibridación del marxismo con otras corrientes de liberación, es mucho más importante de lo que pueda parecer a simple vista. Pues, una vez que se ha admitido que el marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda – y después de preguntarnos qué se entiende hoy por izquierda, y de contestar a esta pregunta, cosa que Anderson no hace-, lo que se impone es concretar con qué otras corrientes de liberación hay que dialogar e hibridarse y si tal tendencia se va a quedar en un nuevo eclecticismo o está apuntando hacia una nueva teoría unificada, en la que, por así decirlo, se rompe definitivamente el tipo de relación que el marxismo clásico estableció entre base económica y sobrestructuras.
Terminaré con una breve reflexión sobre esto, que afecta a lo que los marxismos han producido durante los últimos cuatro años en el ámbito, sobre todo, de la teoría y de la filosofía política.
La progresiva aproximación a otras tradiciones que históricamente han tenido que ver con la idea de emancipación o liberación de los humanos, o incluso la integración con ellas, es, sin duda, un rasgo diferenciador de las investigaciones marxistas más renovadoras del nuevo siglo. Y no sólo en el ámbito de la historia de las ideas, de los estudios culturales o de la crítica de la cultura, como se ha apuntado antes, sino también, y más en general, en los ámbitos del análisis socio-económico y de la filosofía moral y política. Podría decirse que hasta el año 2000 la aproximación de los marxistas a otras tradiciones y corrientes ha tendido a priorizar el diálogo (a veces crítico, pero casi siempre productivo) con filósofos o pensadores ilustrados como John Rawls, Jürgen Habermas o Amartya Sen, cercanos, por lo demás, en lo político a la tradición liberalsocialista o social-demócrata. Y, efectivamente, esta aproximación había producido ya algunos trabajos de valor como los publicados por Van Parjis sobre las nociones de justicia y renta básica, por Jacques Bidet sobre justicia y modernidad, por Etienne Balibar sobre democracia, racismo y civilización o por Alex Callinicos sobre igualdad. Pero esa situación, a la que había contribuido en buena parte la corriente que en la década de los ochenta se llamó “marxismo analítico” (Gerry A. Cohen, John E.Roemer, E.O. Wright, Van Parijs, el propio Callinicos), ha empezado a cambiar después del año 2000, lo que complica sin duda el proyecto de renovación de Anderson y la NLR.
Me explico. Perry Anderson estaba haciendo su propuesta de renovación inmediatamente antes de que saltara a la palestra el movimiento alterglobalizador, o movimiento de movimientos, circunstancia (no prevista) que obliga a revisar ahora las críticas a los eufemismos piadosos que supuestamente engordan, como él decía, por autoconsolación, los procesos contrarios al poder neoliberal: el poder mismo ha reconocido por escrito que lo que viene ocurriendo desde Seattle y Génova es algo más que un incordio para la universalización de las políticas neoliberales. Pero, siendo esto así, y reconociendo la pluralidad, e incluso la heterogeneidad, de las fuerzas ideales de liberación que componen el movimiento de movimientos (además del papel que en ello hayan tenido algunos de los marxismos renovados), parece lógico concluir que es más bien con esas otras corrientes con las que el marxismo del nuevo siglo tendrá que dialogar e hibridarse. Y que para esto la declaración de principios acerca de la prioridad del espíritu de la ilustración sobre el espíritu de los evangelios es más que insuficiente. De ahí que, fuera ya de las instituciones académicas, y sin despreciar el espíritu de la ilustración ni las aportaciones de Callinicos, van Parjis, Balibar y tantos otros, las corrientes marxistas más activas en el movimiento alterglobalizador prefieran ahora dialogar entre ellas e hibridarse con la filosofía latinoamericana de la liberación (Hinkelhammert, Dusel, Fornet-Betancourt, Gutiérrez, Boff, Frei Betto), con el neozapatismo (Marcos), con las distintas corrientes libertarias (en particular con la corriente que representa Noam Chomsky), con el autonomismo leninista-spinozista (Toni Negri), con el ecologismo social (Boochkin, Commoner) o con la tradición de la desobediencia civil, que con Habermas, Rawls o Pettit, señaladamente a la hora de plantear en la práctica qué pueda ser hoy la justicia global en un mundo ecológicamente sostenible.
IV
De esta nueva orientación han salido ya durante estos últimos años algunas aportaciones notables, a las que a veces se denomina, por inercia, neomarxistas o poscomunistas pero que, si bien se mira, enlazan más con el marxismo de la subjetividad y de inspiración holista o sistémica que con lo que fue el neomarxismo del teorema y del análisis de microfundamentos. Es este el marxismo, o -para cumplir con la palabra dicha- el conjunto plural de marxismos, que mayormente está pasando ahora de la forma libro o de la forma revista a la red de Internet (en la que, obviamente, también hay tanta basura al menos como en las librerías).
He usado antes la expresión dialogar entre ellas al referirme a las distintas corrientes marxistas activas en el movimiento de movimientos o movimiento alterglobalizador. Esto exige una aclaración, sobre todo para los más jóvenes, pues en principio suena raro que el diálogo, precisamente entre corrientes marxistas, pueda presentarse ahora como una novedad. Pero así es. Pues desde la década de los sesenta, y señaladamente desde 1968, lo característico de la relación entre las diferentes corrientes marxistas existentes fue el enfrentamiento constante y la intolerancia en la afirmación de lo que cada cual consideraba ortodoxia. Como no querría demorarme en esto -y para evitar consultas a hemerotecas que en la mayoría de los casos resultarían penosas- recomiendo la lectura de algunos de los poemas sarcásticos de Erich Fried, correspondientes a esa época, en los que se parodia con inteligencia y agudeza una situación habitual en la que “mi Marx tira de la barba a tu Marx”, etc. (1). Desde 1990 se produjo en esto una inflexión; una inflexión hacia el reconocimiento recíproco que, poco a poco, y no sin dificultades, se ha ido acentuando en los últimos años. Esto se ve bien en los encuentros que convoca anualmente en París la revista Actuel Marx.
Ocurre, pues, como si los marxistas de las distintas corrientes post-sesentayochistas (maoístas, pro-soviéticos, trotskistas, eurocomunistas, marcusianos, libertarios) que han sobrevivido a la caída del muro de Berlín, a la imposición de las políticas neoliberales y a la disolución de la mayoría de las organizaciones en que militaron hubieran ido llegando a la conclusión de que los principales motivos del antiguo enfrentamiento han caducado, que hay que volver, por tanto, al análisis concreto de la situación concreta contemporánea y que, en la perplejidad que suscita el final de aquel mundo bipolar, conviene empezar escuchando las razones de los otros, de los (en principio) más próximos ideológicamente pero que las circunstancias, cuando no la intolerancia y el dogmatismo, habían convertido en adversarios o en enemigos. Una de las condiciones de posibilidad de este diálogo es el hecho de que hoy en día, a diferencia de lo que ocurría en décadas pasadas, son pocos ya los intelectuales que se declaran marxistas en los ambientes académicos que no tengan al mismo tiempo un vínculo estrecho con las organizaciones o movimientos que se proponen cambiar el mundo de base. Y el que este diálogo entre las corrientes marxistas sea productivo depende sobre todo de la prioridad que se dé al análisis concreto de la situación concreta y a las propuestas constructivas alternativas. Lo que no implica olvidar u ocultar un pasado de controversias, a veces dolorosas, sino volver a estudiar esa historia, ahora en común, para captar qué hilos hay en ella que -como diría Walter Benjamin- aún pueden contribuir a formar el ovillo de nuestra contemporoneidad.
Dicho con otras palabras y para acabar de aclarar la cosa: en este diálogo entre corrientes marxistas tiene sentido polemizar y discutir acerca de si propuestas como la aplicación de la tasa Tobin, el denominado socialismo de bonos, las diferentes variantes del eco-socialismo, el ingreso universal garantizado, la soberanía alimentaria, la sostenibilidad económico-ecológica, la democracia participativa, la desobediencia civil, la campaña hambre cero propuesta por Lula y Frei Betto en Brasil o las “misiones” propiciadas por la revolución bolivariana representan realmente una ruptura con las políticas neoliberales o son sólo medidas paliadoras para cambiar fachadas manteniendo lo esencial de la dominación social. Menos sentido, o ninguno, tiene, en cambio, obcecarse en ver hoy en cada una de esas propuestas -a veces atendiendo sólo al pasado, a la historia de quienes las hacen- persistencias, restos o nuevas manifestaciones de estalinismos, trotskismos o reformismos socialdemócratas. En este punto Perry Anderson lleva razón: no es esperable que la renovación de los marxismos venga de la reproposición de antiguas actitudes hiperideológicas cristalizadas en rótulos que nada dicen a los más jóvenes.
La lista de autores que en los últimos años han publicado siguiendo esta dirección, o sea, en contacto y diálogo con los movimientos sociales alternativos y, sobre todo, con el movimiento de movimientos, sería larga, y el análisis particularizado de las aportaciones que de ahí han salido no cabe ya aquí, pero querría al menos mencionar por abreviar, ilustrar y terminar- los trabajos más recientes de Samir Amin (sobre lo que él llama “el capitalismo senil”), de I.Wallerstein (sobre el carácter de los movimientos antisistémicos y la utopía), de James Petras (sobre la evolución del hegemonismo norteamericano), de Tariq Ali (sobre los nuevos fundamentalismos), de E.O. Wright (sobre la desigualdad, el socialismo del futuro y la utopía concreta), de Toni Negri (sobre imperio, biopolítica, general intellect, poder constituyente y multitud), de Luca Casarini (sobre desobediencia), de John Holloway (sobre antipoder y contrapoder), de Boaventura da Sousa Santos (sobre democracia participativa), del Consejo Latino- Americano de Ciencias Sociales (sobre aspectos centrales de la filosofía política contemporánea) (2).
El carácter heterogéneo de estos trabajos salta a la vista, tanto en lo que hace al análisis y diagnóstico de lo que están representado la globalización, el papel de los Estados Unidos de América y de Europa en la nueva fase o la estructura del Imperio, como en lo que se refiere a la prognosis, a las expectativas, a la evaluación de la correlación de fuerzas en presencia o a las alternativas que se proponen.
Así, por ejemplo, la mayoría de los autores que acabo de mencionar no estaría dispuesta a aceptar la drástica caracterización de Samir Amin, según la cual el capitalismo ha entrado en su fase senil; la tesis de Negri sobre la existencia de un Imperio sin base de operaciones precisamente localizada y sin imperialismo, en el que, por otra parte, la multitud pasa a ocupar el lugar que en otros tiempos ocupó la clase obrera o el proletariado industrial ha sido criticada, y explícitamente rechazada, por James Petras desde Estados Unidos y por Atilio Boron, presidente del Consejo Latino-americano de Ciencias Sociales, desde Argentina; la idea de John Holloway sobre la posibilidad de cambiar este mundo globalizado de las políticas neoliberales sin tomar el poder, es decir, profundizando simplemente los antipoderes embrionarios que han ido surgiendo durante los últimos años, ha dado origen a una sonada polémica que desde América Latina (México y Argentina, sobre todo) se ha traslado a Europa; la propuesta de democracia participativa de Sousa Santos, que se inspira en las experiencias de Porto Alegre y de Kerala, pero que no deja de subrayar la tensión existente entre fuerzas políticas institucionales y espontaneidad socio-política de la ciudadanía de a pie, entra en conflicto tanto con el tipo de socialismo que postula E.O. Wright como con la idea genérica de multitud o muchedumbre y poder constituyente; y las propuestas de Luca Casarini sobre desobediencia y violencia virtual o simbólica, que se inspiran mayormente en la experiencia de los tute bianche durante las manifestaciones del movimiento alterglobalizador contra las instituciones internacionales o, parcialmente, en el neozapatismo, están siendo igualmente discutidas por otros marxistas italianos que intervienen de manera activa en el movimiento de movimientos.
Todo esto, pluralidad, heterogeneidad, críticas y contra-críticas, a veces acompañadas todavía de acusaciones sobre abandonos del marxismo, revisión de sus tesis centrales o de sospechas sobre pasos inadvertidos al campo teórico del adversario, crea cierta confusión. Dentro y fuera del conjunto de movimientos socio-políticos y socioculturales que componen el movimiento de movimientos. Y en ocasiones la confusión es utilizada para abonar la idea -muy recurrente entre aquellas personas que prestan más atención a las polémicas y a las controversias que a los textos que las han originado- de que la izquierda marxista ha entrado en declive porque no tiene teoría. Pero esto último, en mi opinión, es una conclusión falsa, un equívoco muy vinculado todavía a la idea, también falsa históricamente, de que hubo un tiempo en que se contaba con una teoría aseadilla y cerrada acerca de la evolución en curso del capitalismo y con una teoría no menos aseadilla y cerrada acerca de la revolución o de los procesos revolucionarios alternativos al sistema existente. Quien se haya acercado con atención a la historia de los marxismos desde los tiempos de la I Internacional tiene que saber que esa idea de la teoría unitaria, aseadilla y cerrada, tanto en lo que hace al análisis económico-social como en lo que hace a las previsiones sobre la revolución, fue siempre una ilusión; una ilusión, como decía Gramsci, de gentes que pretenden encajonar la historia haciendo abstracción de la voluntad, los deseos y la imaginación de la humanidad que sufre.
Pero hay más: aun suponiendo que in illo tempore haya habido algo así como una teoría marxista compartida de lo que estaba siendo la evolución del capitalismo (lo cual ya es mucho suponer), como entre teoría y decisión de cambiar el mundo hay muchas mediaciones y como la decisión de actuar no se deriva sin más del convencimiento teórico, es natural y comprensible que haya habido simultáneamente varias teorías marxistas (o varias ideas candidatas a serlo) del cambio social y de la transformación revolucionaria. Bastará con recordar a este respecto lo que el principal candidato a teórico de la revolución en esa historia, V.I. Lenin, escribió en un momento decisivorecordando en esto a Napoleón-: “primero se pone uno en marcha y luego se verá”. Y aun suponiendo todavía que lo que éste escribió después del se verá haya sido, a su vez, algo así como una teoría para los revolucionarios de la época, tampoco se puede olvidar que él mismo advirtió, en 1922, ya al borde de la muerte, de los peligros de la generalización de la teoría, basada en lo que se vio en Rusia, a la Europa central y occidental. Si Gramsci, el otro candidato a teórico de la  revolución en Occidente, fue grande es, primero, porque supo ver que no es posible encajonar la historia en teorías y, luego, porque supo escuchar el mensaje final del hombre aquel del primero se pone uno en marcha y luego se verá.
Complicación adicional para marxistas del siglo XXI: si esto que estoy diciendo ya era así in illo tempore, o sea, cuando el mundo que contaba era mayormente esa parte del mundo a la que llamamos Europa, ¿que decir de la teoría económico-social o sociopolítica del mundo-mundo, o sea, de un mundo globalizado e interrelacionado en el que se hablan muchas más lenguas de las que pueden caber en nuestras filosofías y se mezcla un montón de culturas de las que el mejor marxista de los buenos tiempos apenas sabía decir otra cosa que eran culturas de “países sin historia”? Y ¿qué decir de la teoría del cambio social, de la revolución, del cambiar el mundo de base o, simplemente, de la inversión del signo social de la dominación, en un mundo así, en un mundo-mundo, en el que, hablando con propiedad, ni siquiera somos contemporáneos los unos de los otros y en el que tampoco puede darse por supuesto que los intereses de los de abajo coincidan siempre con sus creencias, deseos e ilusiones? Lo más sensato en un mundo así, y sabiendo lo que sabemos, es proponerse humildemente rebajar las ínfulas de la teoría económico-social acerca del capitalismo (senil o no), y aún más las pretensiones de teoría única o unificada del cambio social (revolucionario o no).
Así vistas las cosas, resulta que ya es mucho, cuando, efectivamente, todo lo sólido se disuelve, cuando los ideólogos de la otra parte propician las guerras de civilizaciones y de religiones y cuando los mandamases y mandamenos del Imperio fomentan entre las gentes fundamentalismos varios, el que, en la pluralidad de aproximaciones teóricas construidas por los marxistas del siglo que empieza, tanto para el diagnóstico como para el cambio, y desde lugares tan distintos del planeta, haya más coincidencias que disidencias y se discuta en revistas o en la Red -con la calma y la paciencia que permiten ese mundo intolerable- acerca de qué candidata a teoría explicativa es mejor.
A este respecto, y entrando en algunas de las polémicas marxistas actuales, aún se podría sugerir algunas cosas más para facilitar el diálogo antes dicho. Por ejemplo: que no es lo mismo observar el comportamiento del Imperio desde Duke o Padua que desde Bagdad, Dakar, Buenos Aires o Caracas; que la idea de un Imperio sin imperialismo ofende al sentido común (revolucionario o no); que entre clase obrera (con conciencia o sin conciencia de clase) y multitud hay en el mundo otras configuraciones sociales y socio-culturales intermedias dignas de ser tenidas en cuenta en el análisis; que, una vez hecha la observación de que el poder (todo poder) corrompe, queda aún mucho por decir sobre las articulaciones posibles de antipoderes y contrapoderes en nuestras sociedades, como muestran casos tan diferentes como el de Venezuela y el de Brasil; que lo que navega actualmente con el nombre de desobediencia civil es, desde el punto de vista de la teoría, un híbrido novedoso en el que se dan cita desde Thoreau y Gandhi hasta Marx y Marcos y que tal hibridación no es despreciable; y que, por eso mismo, y por lo que hay en él de reflexión acerca de los movimientos alternativos que en el mundo han sido, en el movimiento que se autodenomina actualmente alterglobalizador tienen cabida el marxismo (en sus diferentes corrientes), el libertarismo (en sus distintas acepciones) y otras tradiciones de liberación de los humanos. El marxista de los inicios del siglo XXI tiene que aceptar, no sólo por lo que ha sido la historia de las revoluciones desde 1870 hasta 1968, sino por lo que es el presente de los movimientos de liberación, que el marxismo es una de las ideologías en presencia pero no la única.
El problema de la izquierda de verdad, marxista o no, no es de teoría. No era ya de teoría in illo tempore (pongamos por caso, en los días de la Comuna de París). Era y sigue siendo un problema práctico: la fuerza, la potencia (económica, militar, política, ideológica) del adversario, en el plano estatal y en el ámbito mundial. Lo que cambia es la forma de articulación de esa fuerza: el modo de producir mercancías, el modo de producir ideología, el modo de producir cultura, el modo de producir información, el modo de manejar los medios de comunicación.
Notas
(1) Erich Fried, Cien poemas apátridas; Anagrama, Barcelona, 1978.
(2) Me refiero sobre todo a: Samir Amin, Más allá del capitalismo senil, El viejo topo, Barcelona, 2003; I.Wallerstein, Utopística. Las opciones históricas del siglo XXI. Siglo XXI, México, 1999 (y, en catalán, Universitat de València, 2003); J. Petras, Las estrategias del Imperio: los EE.UU y América Latina, Hiru, Hondarribia, 2000; Tariq Ali, El choque de los fundamentalismos, Alianza, Madrid, 2002; E.O. Wright, “Propuestas utópicas reales para reducir la desigualdad de ingresos”, en R. Gargarella y F. Ovejero (eds.), Razones para el socialismo, Paidós, Barcelona, 2001; A. Negri, La fábrica de la estrategia: 33 lecciones sobre Lenin, Akal, Madrid, 2003; A. Negri y M. Hardt, Multitude, war and democracy in the age of empire, Penguin Press, 2004; L. Casarini, “Disobbedire e disertare”, en www.sherwood.it; B. da Sousa Santos, Democracia y participación, El viejo topo, Barcelona, 2003; J. Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, El viejo topo, Barcelona, 2003; A. Boron, Imperio, imperialismo, Viejo Topo, Barcelona, 2003.
Publicado originalmente en la revista Pasajes 16, Invierno 2005 / Marx desde Cero
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Febrero de 1977: conversaciones secretas entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo

por Salvador López Arnal

¿De qué habló don Santiago con don Adolfo a lo largo de esas seis horas? Más allá de aquel extrañísimo enamoramiento mutuo, ¿qué pactaron? ¿Quién era don Santiago para pactar lo que pactó? ¿Esa era la forma de defender los intereses de las fuerzas populares por muy difícil que fuera la situación …?

Corre en la red un artículo –siento no poder dar la referencia- en la que don Santiago Carrillo –el “don” es totalmente necesario desde hace unas cuantas décadas- reflexiona sobre la propuesta lanzada por el diario global-imperial, don Felipe González-Gas Natural, y otros medios y fuerzas políticas y económicas en torno a un gobierno de concentración nacional y unos nuevos Pactos generales al estilo de aquellos que fueron llamados en su día Pactos de la Moncloa.

Aunque no es el punto central de esta nota, don Santiago señala cosas como las siguientes:

La idea de un gran pacto de Estado que imite los Pactos de la Moncloa le parece demasiado simple. Don Santiago sigue creyendo que aquel pacto –que lego a publicitarse como un paso firme en el prolongado y difícil camino hacia el socialismo por parte de algunos dirigentes obreros de aquellos años- “contribuyó a crear un clima político y a realizar una serie de pasos en el fortalecimiento del cambio democrático y la superación de la crisis en momentos críticos”. Está claro que no fue eso, o que esencialmente no fue eso pero es igual, pelillos a la mar. La situación actual es radicalmente diferente a la de entonces, señala el autor de Eurocomunismo y Estado, una diferencia enorme, “como de la noche al día”.

Por qué se hicieron aquellos Pactos de la Moncloa, pregunta don Santiago. Su respuesta, la de siempre, la que siempre nos ha costado digerir a tantos y tantas militantes obcecados: “Porque la crisis originaba un descontento social que podía afectar al apoyo que las masas trabajadoras estaban dando a la Transición democrática española, que entonces se enfrentaba ya a amenazas muy serias que provenían de los grandes poderes económicos, de los militares franquistas y de amplios sectores de la Iglesia oficial”. ¿Un descontento social que podía afectar al apoyo que las trabajadoras y trabajadores estaban dando a esa Transición pseudodemocrática española? ¿Y eso era malo?

El Pacto de la Moncloa tenía dos partes, prosigue don Santiago: una política, “en la que por primera vez se estampaban en el papel negro sobre blanco las bases del acuerdo entre los reformistas del franquismo [es decir, entre fascistas que apostaban por la reforma de algunos escenarios del Régimen que había nombrado a don Juan Carlos I sucesor del franquismo] y la oposición democrática, hasta entonces convenidas parcial o tácitamente –pero no escritas”. Santiago Carrillo recuerda que Alianza Popular, el partido de los siete fascistas incorregibles, “dirigida por Fraga”, ese hombre que fue despedido con honores de Estado, se negó a firmar laa parte política de los Pactos. Solo firmaron la parte económica y social, que, señala el que fuera secretario general del PCE, “si bien consignaba concesiones en conjunto, mantenía en lo esencial los avances logrados por el movimiento sindical”. ¿Mantenía en lo esencial los avances logrados por el movimiento sindical antifranquista? ¡Por favor! ¡Como los cuentos de los que nos hablaba León Felipe! ¡Y uno de los más destacados!

Ahora viene lo bueno: la necesidad de que el acuerdo político estuviera sustentado por un pacto social y económico, prosigue el actual militante del PSOE, “ya había sido reconocida por Suárez y por mí en la conversación secreta de seis horas que habíamos mantenido a fines de febrero de 1977 en Aravaca”.

SC prosigue señalando que hoy ya no sería Suárez quien convocase el acuerdo sino “Mariano Rajoy, que sostiene la política de recortes para recapitalizar a los bancos”. Para SC, debemos ser conscientes de que esos recortes, que significan el fin del [muy demediado] Estado del Bienestar español y el retroceso de un siglo –SC dixit- “en la relación de trabajadores y empresarios; la privatización de los servicios públicos, fortalecimiento del sistema bancario y del poder ciego de los mercados; el empobrecimiento del país y la reducción de las libertades democráticas, no admiten pacto alguno entre las fuerzas de izquierda y progresistas y la derecha. Un pacto con esa derecha sería simplemente una capitulación imperdonable”. ¡Menos mal! ¡Rectificar es de sabios! ¡Hasta don Santiago, el tertuliano de la SER, tiene buen sentido cuando se pone!

Déjenme que finalice aquí el relato, no creo que traicione el sentido global de la intervención de don Santiago, y pase al punto básico de este texto.

La cuestión, más allá de la existencia de diferencias reales entre las finalidades de aquellos pactos, reconocidas incluso por algunos de sus muñidores más destacados –Herrero del Miñón por ejemplo- y los pactos que ahora se proponen con la boca pequeña, o la santificación de la figura política de Adolfo Suárez -me evito el comentario dada su actual enfermedad-, o la presentación de la transición-transacción como un acto político casi Inmaculado –como ha comentado agudamente Jorge Riechmann-, la cuestión es: nos tenemos que enterar ahora, 35 años después, de esa reunión “secreta” en Aravaca.

¿De qué habló don Santiago con don Adolfo a lo largo de esas seis horas? Más allá de aquel extrañísimo enamoramiento mutuo, ¿qué pactaron? ¿Quién era don Santiago para pactar lo que pactó? ¿Esa era la forma de defender los intereses de las fuerzas populares por muy difícil que fuera la situación y aunque la ultraderecha –no hay que olvidarlo- agitase diariamente sus águilas imperiales? ¿No existe una cosa llamada lucha de clases -de la que ahora está escribiendo precisamente Domenico Losurdo- y no era el caso que la correlación de fuerzas no era entonces tan desfavorable como ahora? ¿No había entonces ganas de combate? ¿La batalla estaba perdida?

No es que ahora la situación sea distinta. No, no es sólo eso. Es que ahora la ciudadanía indignada y en creciente movilización, y las fuerzas obreras y populares organizadas no admitiríamos que nadie pactara a nuestras espaldas “conquistas” tan esenciales como la bicolor, la tergiversación de nuestra historia, el perdón de los torturadores y asesinos, el pacto económico de clases y, como propina, un sistema político que tiene que ver con la democracia –es otro de los puntos del 15M- lo mismo que la filosofía de Hegel con las lógicas multivaloradas, la lógica difusa y la teoría cantoriana de los transfinitos. Nada, nada de nada.

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La economía política de los señoritos y la transición de España al subdesarrollo

por Manolo Monereo
La sucesión vertiginosa de malos acontecimientos nos está impidiendo pensar las mutaciones que se están produciendo en las estructuras productivas, en el sistema financiero, en la composición de clases y en el marco institucional y cultural de nuestro país. Las crisis capitalistas no son nunca una parálisis o un derrumbe sin más; cada crisis es el inicio de profundas reestructuraciones, de cambios fundamentales. El problema es, como decía el viejo poeta, no confundir las voces con los ecos e intentar percibir las tendencias de fondo, sabiendo que “la salida a la crisis” va a marcar a nuestro país durante generaciones.

Para comenzar, hay que partir de tres datos que me parecen especialmente significativos:

El primero, las declaraciones de Draghi. Según nos dicen las crónicas, han sido 16 palabras para decir que el Banco Central hará todo lo necesario para sostener al euro y que las medidas que se tomarán serán suficientes. No ha dicho más. De golpe, todo cambió, la prima de riesgo cayó y las bolsas obtuvieron avances muy significativos. Esta intervención del antiguo empleado de Goldman Sachs demuestra, al menos tres cosas: a) que la especulación es la que gobierna hoy la economía del mundo; b) que hay soluciones “técnicas” que podrían desactivarla sustancialmente; c) el enorme poder de un señor que, por definición, no depende de ningún poder democráticamente constituido y que se convierte en “el señor del dinero”, en un dictador omnímodo sobre nuestras vidas.

El segundo, la dramática cifra del desempleo en España. La EPA del segundo trimestre nos dice que ya llegamos a casi 5.700.000 parados y que las previsiones apuntan a alcanzar los 6 millones al final de este año. El paro juvenil alcanza cifras trágicas: más del 53%. Más de 1.700.000 hogares tienen a todos sus miembros desempleados y casi el 44% de todos los parados son ya de larga duración. Obviamente, detrás de estos datos aparecen las primeras consecuencias de la reforma laboral. Es los que se llama la “devaluación interna”: un conjunto de drásticas medidas para disminuir los salarios reales, reducir la capacidad contractual de los trabajadores y anular el ya escaso poder de los sindicatos.

El tercero son las previsiones del Fondo Monetario Internacional, que nos dicen que la recesión continuará este año, el que viene y gran parte del 2014, que el paro no bajará del 24% hasta el 2015 y que éste no bajará del 20% hasta el 2017, es decir, 10 años de crisis. Una década completa de crisis (mucho más si se tienen en cuenta sus consecuencias de todo tipo) que configura una realidad social marcada por una tasa de paro de más del 20% y un conjunto de políticas que promueven la desregulación, la desprotección laboral y social y la inseguridad social convertida en permanente.

Esta realidad social dice mucho de lo que pasa y nos pasa como país y como Estado: una Unión Europea en manos del capital financiero (eso es lo que hay detrás de la “independencia” del Banco Central) y al servicio de los intereses geopolíticos de Alemania; el uso alternativo de la crisis para desmantelar el Estado social y poner fin a las conquistas históricas del movimiento obrero y, más allá , la puesta en práctica del programa neoliberal que no es otro que la transformación radical del vigente modelo social y de las relaciones de este con las instituciones democráticas y con la política. Como he insistido muchas veces, estamos ante una autentica contrarrevolución y, en este sentido, el pasado no volverá.

Lo que aparece requiere de atención y de debate público. ¿Qué tipo de país está deconstruyendo la crisis? ¿Qué tipo de estructuras productivas-sociales están propiciando las políticas de crisis? ¿Qué tipo de inserción en Europa está reconfigurando las diversas y radicales medidas impuestas al alimón por los poderes económicos? Estamos hablando de POLÍTICA y de correlaciones de fuerza que se están estructurando por y desde la crisis y sobre las cuales las clases populares, la izquierda y los movimientos tienen que intervenir sin la espera al día final o, como decía un viejo maestro, que nos toque la lotería de la historia.

La hipótesis de la que se parte es que España como Estado vive una crisis orgánica, estructural y sobreestructural a la vez, y que es necesario un proyecto histórico social que no sólo defina un nuevo modelo productivo, sino que organice un bloque político-social capaz de convertir al sujeto popular en el eje de la reorganización social y política de nuestro país. Algunos han hablado de una estrategia nacional-popular; otros hablamos de una perspectiva democrático-republicana. Lo decisivo, en todo caso, es que las clases populares intenten disputar la hegemonía a las clases dirigentes y organizar en torno a ellas un proyecto viable de país.

Hace poco unos conocidos economistas ligados a FEDEA lanzaron un artículo-manifiesto con el comprometido título “No queremos volver a la España de los cincuenta”. El artículo era significativo por lo que decía, por lo que no decía y por lo que apuntaba. Algunos entendieron que estábamos ante una propuesta que exigía unos “cirujanos de hierro”, tecnocráticos, más allá de las formaciones políticas existentes aunque con apoyo de éstas. No entramos en este debate. Lo fundamental era el pronóstico: la apocalipsis más terrible si España saliera del euro y si las instituciones europeas quebraran.

Paradójicamente, las políticas que ellos aconsejaban y que, de una u otra forma se están aplicando, nos llevan, si no a los años cincuenta, sí a un modelo social y productivo bastante similar al del franquismo con consecuencias políticas e institucionales que nos acercaran a algunos rasgos del mismo.

Ahora es el momento de situar a la UE y a Alemania en el centro de la crisis que vive nuestro país. Yanis Varoufakis nos advertía hace bien poco de los riesgos de los análisis conspirativos de la historia y de la demonización de Alemania. Lo tomamos al pie de la letra. Una de las concepciones más repetidas de la “vulgata globalitaria” es la idea de que los Estados nacionales han perdido su relevancia política. Sin embargo, eso no se cumple en la economía-mundo capitalista y menos en la UE. En primer lugar, porque la globalización ha sido, en gran medida, el proyecto de un Estado nacional llamado EEUU para perpetuar su hegemonía en un momento en que ésta estaba en cuestión. En segundo lugar, porque el neoliberalismo llega, planificadamente, a través de los Estados y ha significado una intervención masiva de éstos en la economía, en la sociedad y en las relaciones internacionales. Por último, porque en la UE los Estados siguen siendo elementos fundamentales y, además, están ordenados jerárquicamente. Para decirlo de otra manera, todos somos iguales pero algunos son más iguales que otros.

Las rogativas a la señora Merkel son tan habituales que ya se ha convertido en un “sentido común” y las declaraciones del presidente del Bundesbank son analizadas como si estuviésemos delante del oráculo de Delfos. No se trata de conspiración, aunque estas existen y han existido siempre. Es algo mucho más que eso: los Estados nacionales existen y una de las características más sobresalientes de los más fuertes consiste en dotarse de estrategias para consolidar sus posiciones de poder (y de los recursos necesarios para ello), en este caso, en la singular correlación de fuerzas europea. Esto es lo que hace el Estado alemán, es decir, el conjunto de aparatos e instituciones que tienen en su centro un gobierno estrechamente unido a un bloque de poder que él organiza y mantiene. No hablamos de alemanes o alemanas en general, nos referimos a específicas estructuras de poder.

Diversos autores (Rafael Poch, Lazzarato, Vicent Navarro…) coinciden en que la actual política europea de Alemania está marcada por su reunificación y las diversas vías para salir de la grave crisis económica que dicha reunificación supuso. La salida a la crisis y el euro siempre fueron de la mano; es más, se puede deducir que la llamada Agenda 2010 (impulsada por socialdemócratas y verdes, cosa que es bueno recordar pensando en el presente y sobre todo en el futuro) respondía a una estrategia nacional para ganar competitividad económica y cuota de mercado en una Unión que se ampliaba sustancialmente. La contradicción era evidente: una competencia entre naciones cuando la integración se profundizaba encontraría límites tarde o temprano. Mientras que la economía de la Unión crecía, las contradicciones no bloqueaban el proceso; cuando la crisis llegó, estas emergieron con fuerza.

La convergencia nominal y posteriormente el sistema del euro profundizaron las diferencias entre sistema productivos muy heterogéneos. Se fue configurando una enorme periferia interna, primero en el interior de la zona euro, donde un núcleo central determinaba la dinámica económica y acentuaba las diferencias; y por otro, una periferia en el Este europeo claramente determinada (algunos lo han llamado neocolonización) por Alemania. Así, los llamados PIGS se fueron convirtiendo en economías eminentemente compradoras y, por tanto, acumulando déficits en cuenta corriente de grandes proporciones. Los países centrales, economías vendedoras, acumularon grandes excedentes que fueron usados para financiar a las economías deficitarias.

Esas fueron las realidades que se fueron consolidando en la etapa de expansión, es decir, una Alemania que se había preparado conscientemente para convertirse en una poderosa maquinaria exportadora precarizando su fuerza del trabajo, reduciendo salarios y prestaciones sociales e incrementando brutalmente las desigualdades. Todo ello no hubiese sido posible sin lo que podemos llamar “el sistema euro”, que es algo más que una moneda, y que implicaba un Banco Central Europeo (independiente de la soberanía popular) que imponía unas reglas de juego las cuales forzaban a los singulares Estados a la realización de un conjuntos de políticas caracterizadas por la austeridad fiscal (hoy constitucionalizada), la “desinflación competitiva” y el desmantelamiento del Estado Social.

Lo que se quiere decir es que ahora estamos plenamente en una “guerra económica” que viene de lejos y que pone en crisis al conjunto de la Unión y específicamente a los países del Sur. Lo fundamental es señalar la tendencia de fondo que viene de la etapa precrisis: la conformación de un centro y de una periferia dependiente. Las políticas de crisis están acentuando esta dependencia que agrava hasta límites insoportables el desempleo, la pobreza, y la desigualdad social en todas partes. Estas medidas van mucho más allá: se está destruyendo tejido productivo, estructuras empresariales viables e incrementando enormemente las disparidades regionales. Es en este sentido en el que antes se argumentaba cuando se decía que estamos ante una crisis orgánica de España como Estado, como sociedad y como estructura social y productiva.

Hay un aspecto que Varoufakis señala de pasada pero que es muy importante, a mi juicio, para entender las dinámicas de clase y geopolíticas hoy dominantes. Las clases dirigentes, los poderes económicos, la plutocracia dominante en estas naciones no sólo no se oponen a esta dinámica, sino que apuestan abiertamente en favor de ella para poder así desmantelar las conquistas históricas de las poblaciones y, específicamente, del movimiento obrero. Aparece de nuevo algo que comentaba hace años Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón cuando hablaba (refiriéndose al papanatismo europeísta de nuestra clase política) de síndrome de Vichy, recordando al régimen instaurado por la Alemania nazi en Francia derrotada que sirvió a la derecha para “ajustarle las cuentas” a las fuerzas democrático-republicanas, al movimiento obrero y a la izquierda política. Aquí se produce el mismo fenómeno: una potencia externa (la Unión Europea) crea las condiciones para que los poderes económicos y la clase política impongan un conjunto de políticas que le “ajusten las cuentas” a las clases trabajadoras, al movimiento obrero organizado y a la izquierda alternativa y transformadora.

La derecha española aparece así con la cara de siempre: llenarse la boca de palabras como España, Nación y Patria para convertirse en un instrumento principal de una nueva colonización al servicio de sus intereses mezquinos y patrimonialistas. El “que se jodan” hay que verlo no como la respuesta de una persona descerebrada sino una reacción típicamente de clase, de desprecio a los de abajo, de ajuste de cuentas frente a unas clases populares que han violado el “orden natural de las cosas”.

Estamos ante una crisis de un determinado modo de concebir Europa y la inserción de España en ella: o se rompe con esas reglas de juego que nos subordinan, empobrecen y cercenan la soberanía popular, o lo que estamos realmente consolidando es un proceso que nos lleva al subdesarrollo económico, social y político con la activa complicidad de nuestras clases dirigentes. Para decirlo más claro, estamos ante una auténtica Economía Política de los Señoritos, por y para unas clases parasitarias que nos liquidan como Estado y como pueblo.

No se si volveremos o no a los cincuenta. De lo que sí estoy convencido es que estamos asistiendo a una involución civilizatoria que pondrá en cuestión nuestros modos de vida y de trabajo y nuestros derechos y libertades.

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Crisis de Estado: crisis de la Izquierda

por Eduardo Luque Guerrero

España vive una situación de auténtica excepcionalidad histórica. El deterioro económico alcanza cimas difícilmente imaginables. El agujero sin fondo que representa la crisis de Bankia y el rescate del sector financiero muestran, una vez más, la ineficacia de los órganos de regulación; desde el Banco de España hasta el Tribunal de Cuentas.

No es únicamente un problema de descontrol de las cuentas públicas, no es efecto únicamente de una caterva de “facinerosos” sino un proceso perfectamente articulado en las más altas estructuras del poder político y financiero.

La ineficacia, la ineptitud del gobierno Rajoy está alarmando a sectores importantes de la propia burguesía nacional e internacional. Las críticas vertidas por los grandes bancos a la gestión del ministro Guindos en la crisis de Bankia es un ejemplo más. El gobierno del PP, incapaz de articular ninguna respuesta más allá del consabido recorte ya sólo confía en la ayuda exterior. La creencia de que las institucionales financieras dejarían de cuestionar su política si imponía medidas draconianas de golpe, se ha revelado como una fantasía irracional.

Mientras, la protección judicial que reciben los «ladrones de guante blanco» sonroja por su desfachatez. En definitiva en este país nadie era responsable de nada. Muy pocos habían levantado la voz, y, menos aún, la habían querido escuchar. El país está sumido en una enorme crisis moral y ética.

Prácticamente no hay institución estatal, autonómica o local donde no afloren escándalos de corrupción. Los grandes fastos públicos, carreras de coches, campeonatos del mundo, regatas, construcciones públicas faraónicas sin utilidad…..obnubilaron a una parte importante de la población, que pensó que, a su escala, podía aprovecharse de la situación.

Aquellas macro construcciones son hoy los escándalos inmobiliarios que llenan las páginas de los diarios. Fue el momento en que los pequeñísimos ahorradores especulaban con el ladrillo, comprando y vendiendo pisos sobre plano. Esta sensación de “Laissez faire” permitió en muchas comunidades ganar elección tras elección a auténticos delincuentes de cuello blanco.

Nuestro país ha demostrado una y otra vez que no entiende la corrupción como un baldón en lo ético y lo político. España no ha castigado electoralmente la corrupción. Ha sido percibida por la ciudadanía como una “pillería”, el si “…yo estuviera también lo habría hecho…” fue una frase ampliamente asumida. Nada escapa a esta lacra; al bochorno internacional que supuso el caso Garzón siguió la malversación de caudales públicos en la cúspide del Tribunal Supremo.

La corrupción, la evasión de divisas, el cohecho, la posible malversación de fondos públicos en la casa real ha dejado de ser elucubración periodista y convertirse en una realidad palpable. La apropiación del dinero público de forma generalizada en los partidos políticos mayoritarios y su utilización para sufragar las campañas electorales es la guinda en este pastel. El descontrol en las cuentas de los corporaciones locales (hay ayuntamientos que tardarán 7000 años en pagar sus deudas) asombra.

No hay prácticamente actividad pública que no esté siendo cuestionada. El panorama es desolador. Se han roto los mimbres que mantenían unido el proceso de la transición política y el escaso «Estado de bienestar». Nos enfrentamos a una crisis de Estado que evolucionará rápidamente hacia una crisis de sistema. Oteamos que el nuevo modelo que se nos propone será en lo social más individualizado y aún más fragmentado. Por ello la propuesta lanzada por Julio Anguita en Barcelona tiene especial valor. Es necesaria una reconstrucción de los formatos de la acción política.

En paralelo la que habría de ser una alternativa emancipadora por parte de la izquierda adolece de grandes vacíos. El agotamiento de la propuesta de IU se hace cada vez más patente. La falta de respuesta de la dirección federal a la situación andaluza, o la escasa belicosidad en el caso Bankia demuestran hasta que punto es rehén del “lobby” andaluz o madrileño.

Las pocas reuniones del Confederal donde se trató el asunto del gobierno PSOE-IU sumaron una amplísima mayoría de intervenciones en contra de la participación en el gobierno andaluz. Incluso los grandes valedores del acuerdo posterior se mostraron disconformes en un principio.

Es evidente que el apego a la institución ejerce un poderoso influjo, todo ello sumado a las limitaciones en los métodos de análisis y a la falta de coraje político hacen una dirección timorata, paralizada, abocada al trabajo parlamentario e institucional como único referente y objetivo.

El desencanto de la ciudadanía hacia los dos partidos mayoritarios que se observa en las manifestaciones de los funcionarios tras los últimos recortes, abren claramente un espacio social que debería ocupar las fuerzas de izquierda con un claro discurso en contra de esta Unión europea y ésta moneda única. En política no existen los espacios vacíos. Si IU no es capaz de conectar con la realidad, lo harán otras fuerzas venidas desde la derecha o la extrema derecha.

Mientras, la  tensión en Andalucía se hace insoportable, más cuando se tiene la sensación de la existencia de nepotismo en la configuración de los aparatos técnicos de la Junta por parte de IU y el PCE. No deberíamos engañarnos pensando que la actual situación es fruto del último escenario electoral, bien al contrario.

La historia de los conflictos de IU siempre ha estado influida por tres grandes aspectos: la primera la dependencia de la IU respecto al PCE, donde la problemática de este partido ha influido en IU y viceversa; la segunda ha sido la política de alianzas y la tercera las dificultades en el análisis teórico y la propuesta alternativa. Estos debates han estado en la base de los problemas de la formación.

Las sucesivas escisiones que ha sufrido IU han tenido siempre como colofón la posición respecto a la otra izquierda, el PSOE. Las anteriores rupturas fracasaron en gran medida porque la dirección apostó por mantener a IU como referente alternativo. La salida de la escena política de Julio Anguita propició una decidida aproximación hacia el partido socialista o formaciones ecologistas de moda en aquel momento.

La victoria de Cayo Lara, pareció dar un cierto respiro a la formación, no olvidemos que el Coordinador General vino encumbrado por su propuesta de Refundación de IU.  Hoy, olvidado todo esto. Desde la Secretaria General del PCE y desde el Parlamento Europeo, dan por agotado el proyecto político de Cayo. De hecho la toma de la Secretaria General del partido comunista por parte de Centella y el manejo de las sucesivas crisis que se han presentado en el PCE, Asturias, Extremadura, Cataluña….., muestran sin ambages que la operación gobierno de coalición andaluz, hacía mucho que se había puesto en marcha.

En ese sentido el informe que presentó Julio Anguita en el último congreso del PCE, mostró la radiografía de una organización moribunda, donde la escasa superestructura institucional oculta un enorme vacío de propuesta, de participación y de músculo social. El último Congreso del PCE escenificaba algo así como una liturgia laica, con sus ritos, con sus momentos de exaltación casi mística, pero que no podían ocultar otros designios, menos ideologizados y mucho más pragmáticos.

Podemos afirmar , sin faltar a la verdad, que la actual situación de crisis en el interior de IU y del PCE, es una gran victoria del PSOE que desde el inicio de la transición esperaba incrementar el espacio electoral a costa de la base social de IU. Hoy, por los propios errores y la  propia debilidad de esta organización está a punto de conseguirlo. En esta tesitura la articulación de nuevos espacios de confluencia en defensa de lo público se hace imprescindible.

En ese empeño debemos construir colectivamente procesos de unidad política con otras narraciones que nos sean afines. Un discurso sólido, fundamentando en las necesidades individuales y colectivas que se contraponga y contrarreste el lenguaje dominante.

Porque los valores de la izquierda alternativa perviven en el seno de la sociedad española, las huelgas Generales, la resistencia a los desahucios, las movilización en defensa de los pozos mineros, señalan una tendencia aún difusa pero creciente, es necesario recuperar la ética de la solidaridad, de lo colectivo sobre lo individual, es necesario la agrupación de las fuerzas alternativas dispersas en este naufragio colectivo para reconstruir y reencontrar el hilo rojo que nos proyecte hacia un nuevo modelo hacia una nueva realidad colectiva.

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Cambios en la estrategia militar de Estados Unidos

por Gilberto López y Rivas, Antropólogo

«Hace algún tiempo, se podía trazar la expansión del imperialismo contando las colonias. La versión estadounidense de la colonia es la base militar. Siguiendo la política de cambio global de bases, se puede aprender mucho acerca de nuestra cada vez mayor posición imperial y del militarismo que crece en su vértice. El militarismo y el imperialismo son hermanos siameses unidos por la cadera».

 

A partir de la aplicación de la antropología en los afanes contrainsurgentes de Estados Unidos y de la presencia de científicos sociales como asesores en el terreno de las brigadas de combate de ese país en sus guerras neocoloniales, un numero creciente de profesionales de esta disciplina nos hemos dado a la tarea de estudiar la magnitud, características y consecuencias de este descomunal esfuerzo imperialista por mantener su hegemonía militar para salvaguarda de sus intereses económicos, corporativos y geoestratégicos en el mundo. Así, el colega antropólogo David Vine, quien prepara un libro en torno a las más de mil bases militares estadounidenses en 150 países (a las que hay que sumar las 6 mil bases internas), publicó el artículo «La estrategia del nenúfar»,http://www.lahaine.org/index.php?p=31349 , en el que informa sobre la transformación silenciosa que el Pentágono lleva a cabo de todo el sistema de bases militares fuera de territorio estadounidense, lo cual significa una nueva y peligrosa forma de guerra.

Acorde con Vine, los militares estadounidenses aumentan la creación de bases en todo el planeta, que ellos llaman nenúfares (esas hojas o plantas que flotan en la superficie de las aguas y que sirven a las ranas para saltar hacia su presa) y que consisten en “pequeñas instalaciones secretas e inaccesibles con una cantidad restringida de soldados, comodidades limitadas y armamento y suministros previamente asegurados… Semejantes bases nenúfares se han convertido en una parte crítica de una estrategia militar de Washington en desarrollo que apunta a mantener la dominación global de Estados Unidos, haciendo más con menos en un mundo cada vez más competitivo, cada vez más multipolar”.

Chalmers Johnson, otro académico crítico de su gobierno y estudioso de estos temas, sostiene que “esta enorme red de establecimientos militares en todos los continentes, excepto la Antártida, constituye una nueva forma de imperio –un imperio de bases con su propia geografía que no parece que podría ser enseñada en una clase de una secundaria cualquiera. Sin comprender la dimensión de este mundo anillado de bases en el ámbito planetario–, uno no puede intentar comprender las dimensiones de nuestras aspiraciones imperiales, o el grado por el cual un nuevo tipo de militarismo está minando nuestro orden constitucional.” (“America’s Empire of Bases” en Tomdispatch. com)

Johnson plantea que la rama militar del gobierno estadounidense emplea a cerca de medio millón de soldados, espías, técnicos y contratistas civiles en otras naciones, y que esas instalaciones secretas, además de monitorear lo que la gente en el mundo, incluyendo los ciudadanos estadounidenses, están hablando, o enterándose del contenido de faxes y correos que se están enviando, benefician a las industrias que diseñan y proveen de armas a sus ejércitos. Asimismo, «una tarea de esos contratistas es mantener a los uniformados miembros del imperio alojados en cuartos confortables, bien comidos, divertidos, y suministrados con infraestructura de calidad vacacional. Sectores enteros de la economía han venido a depender de los militares para sus ventas». Durante la guerra de conquista de Irak, Johnson informa que el Departamento de Defensa, mientras ordenaba una ración extra de misiles de crucero y tanques que disponían de municiones con uranio empobrecido, también adquirió 273 mil botellas de un bloqueador de sol que benefició a empresas de esos productos situadas en Oklahoma y Florida.

A diferencia de las grandes bases que parecen ciudades, como las que ocupan las fuerzas armadas en Japón y Alemania, los nenúfares son construidos con discreción, tratando de evitar la publicidad y la eventual oposición de la población local, informa Vine. Se trata de bases operativas pequeñas y flexibles, “más cerca de zonas de conflicto previstas en Medio Oriente, Asia, África y Latinoamérica… Los funcionarios del Pentágono sueñan con una flexibilidad casi ilimitada, la capacidad de reaccionar con notable rapidez ante eventos en cualquier parte del mundo, y por lo tanto algo que se acerque a un control militar total del planeta”.

En lo que toca a nuestra América, Vine señala que «después de la expulsión de los militares de Panamá en 1999 y de Ecuador en 2009, el Pentágono ha creado o actualizado nuevas bases en Aruba y Curazao, Chile, Colombia, El Salvador y Perú. En otros sitios, el Pentágono ha financiado la creación de bases militares y policiales capaces de albergar fuerzas estadounidenses en Belice, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Costa Rica, y aun en Ecuador. En 2008, la armada reactivó su Cuarta Flota, inactiva desde 1950, para patrullar la región. Los militares pueden desear una base en Brasil y trataron infructuosamente de crear bases, supuestamente para ayuda humanitaria y de emergencia, en Paraguay y Argentina». No dudamos que una de las razones del golpe de Estado contra el presidente Lugo fue su negativa a instalar bases en territorio paraguayo.

Ahora que muchos científicos sociales han desterrado de la academia el uso de términos «ideologizados» como lucha de clases o imperialismo, por considerarlos demodé, destacó una conclusión clave del colega Johnson en lo que toca a la expresión militar de este último concepto: «Hace algún tiempo, se podía trazar la expansión del imperialismo contando las colonias. La versión estadounidense de la colonia es la base militar. Siguiendo la política de cambio global de bases, se puede aprender mucho acerca de nuestra cada vez mayor posición imperial y del militarismo que crece en su vértice. El militarismo y el imperialismo son hermanos siameses unidos por la cadera».

¿Cuando será el siguiente salto de la rana desde el nenúfar más próximo a la presa?

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Los sindicatos y los movimientos sociales dicen ¡BASTA!

Declaración Cumbre Social

«Ha llegado el momento de decir basta. Así lo demuestran miles de ciudadanos y ciudadanas que salen a la calle en distintos puntos del país -quizás por primera vez en mucho tiempo- para defender sus derechos. El 19 de julio fueron millones de personas las que llenaron las calles de España para rechazar los recortes del Ejecutivo. Y en agosto volverán a salir manifestarse a pesar del periodo estival.»

CELEBRADA EN MADRID EL 25 DE JULIO DE 2012, CON LA PARTICIPACIÓN DE CC.OO, UGT. CGT Y 150 ORGANIZACIONES SOCIALES ENTRE LAS CUALES ESTÁ SOCIALISMO21

Cuando en la segunda mitad de 2008, la economía productiva de Estados Unidos y Europa se empieza a contagiar del enorme fraude iniciado en el sistema bancario norteamericano con la emisión de unos sofisticados productos financieros por valor de billones de dólares, los dirigentes políticos europeos no se pusieron de acuerdo sobre el impacto de la crisis.

Unos negaron reiteradamente que la crisis financiera llegara a adquirir la dimensión de crisis económica y productiva internacional; otros agitaron en sus respectivos países el deterioro de los grandes indicadores macroeconómicos para arremeter contra sus adversarios políticos en el Gobierno y acusarles de incapacidad e insolvencia. Reclamaron desde la oposición las conquistas del Estado de bienestar y proclamaron solemnemente su compromiso con los derechos sociales y laborales.

Unos y otros desoyeron las iniciativas de voces autorizadas de la economía y fundamentalmente del movimiento sindical, exigiendo otra política para salir de la crisis y medidas para la reactivación económica, el empleo y la cohesión social. Después de vagas promesas de inversión pública dirigida a activar la creación de empleo, los mandatarios de todo el mundo abrazaron la misma política que había provocado la crisis: fuerte des-regulación de derechos, incompatibilidad entre el Estado social y el equilibrio de las cuentas públicas, y máxima prioridad para contener el déficit en el menor tiempo posible.

Tras cuatro años de liberalismo en estado puro el resultado no admite dudas: más crisis, más recesión, más desempleo, menos cohesión social, me- nos Estado e incremento sostenido de la injusticia y la exclusión social. La política y la democracia empezaron a ser derrotadas por la economía especulativa y los mercados financieros.

En España, la situación se nos antoja paradigmática. Los que gobernaron ayer acabaron asumiendo “por responsabilidad” los postulados del neoliberalismo. Los que lo hacen hoy ganaron las elecciones con un programa y gobiernan con otro. Un des- carnado ejercicio de fraude democrático que en el caso del Gobierno de Mariano Rajoy parece no tener límites.

En poco más de seis meses ha acabado con la arquitectura del derecho laboral que surgió de la transición democrática; hace más difícil la vida a las personas en paro; empobrece a la inmensa mayoría de asalariados y pensionistas; se muestra hostil con la inmigración; niega el presente y el futuro de los jóvenes; ensancha el territorio de la desigualdad entre géneros y vuelve a negar el derecho de las mujeres a decidir sobre el aborto; corta de raíz la cooperación al desarrollo; penaliza la actividad de los autónomos; ningunea la investigación y la ciencia; abandona a las personas dependientes y a quienes les atienden; arrincona la cultura; deteriora los servicios públicos y asesta un duro golpe a la educación y sanidad públicas; cuestiona y/o niega derechos y libertades en una acusada deriva autoritaria; exhibe una voluntad enfermiza de perseguir a los sindicatos y colectivos de representación ciudadana; se obsesiona con el déficit; olvida la inversión pública, la actividad económica y el empleo; camina inexorablemente hacia los 6 millones de parados a finales de 2012. Y todo ello para tratar de encontrar la confianza de los mercados financieros y de la Unión Europea, que no solo no logra, sino que recibe a cambio humillación y desprecio.

Ha llegado el momento de decir basta. Así lo demuestran miles de ciudadanos y ciudadanas que salen a la calle en distintos puntos del país -quizás por primera vez en mucho tiempo- para defender sus derechos. El 19 de julio fueron millones de personas las que llenaron las calles de España para rechazar los recortes del Ejecutivo. Y en agosto volverán a salir manifestarse a pesar del periodo estival.

No vamos a parar. En septiembre, las organizaciones que hemos participado en la Cumbre Social nos proponemos inten- sificar la movilización social y democrática para hacerla más contundente y masiva. Recurriremos a todos los instrumentos que la Constitución pone en nuestras manos y expresaremos el firme rechazo de la mayoría de la sociedad a unas medidas que arruinan la economía, contraen el consumo y quiebran el modelo de convivencia de los últimos 35 años.

EL 15 DE SEPTIEMBRE CENTENARES DE MILES DE CIUDADANOS Y CIUDADANAS MARCHARÁN A MADRID DESDE TODOS LOS RINCONES DE LA GEOGRAFÍA ESPAÑOLA PARA DECIR NO A TANTA INJUSTICIA.

De inmediato emplazaremos al Gobierno a que no prolongue ni profundice una política tan ineficaz como injusta y convoque un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie sobre las medidas aprobadas. Si no lo hiciera, seremos las organizaciones de la Cumbre Social las que llevemos a cabo la convocatoria de una CONSULTA POPULAR y con el resultado de la misma actuar en consecuencia. ASÍ NO SE PUEDE SEGUIR.

Madrid, 25 de julio de 2012

 

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“La revolución llega cuando menos se la espera”

por Enrique Llopis, Rebelión
“La revolución llega cuando nadie la espera; la puntualidad no es su fuerte”, afirmaba el filósofo y dirigente trotskista, Daniel Bensaïd. La activista e investigadora en movimientos sociales y políticas agroalimentarias, Esther Vivas, retoma estas palabras como antídoto frente al derrotismo, en un presente marcado por la crisis, los planes de austeridad y los recortes.
“El 14 de mayo de 2011 nadie hubiera dicho que al día siguiente se ocuparían las plazas y comenzarían, de manera inesperada, actos de desobediencia civil en todo el estado; nadie hubiera vaticinado el nacimiento del 15-M”, asegura.

Invitada por la plataforma Auditoria Ciutadana del Deute del País Valencià, Esther Vivas ha presentado en Valencia el libro “Planeta indignado. Ocupando el futuro” (Ed. Sequitur), que la activista ha escrito en colaboración con Josep Maria Antentas. Durante su intervención, Vivas ha repasado las causas del surgimiento del 15-M, sus logros y principales retos, coincidiendo con el primer aniversario del movimiento de losindignados.

¿Por qué eclosiona el 15-M? ¿Por qué mucha gente que nunca se había movilizado o permanecía en su casa, víctima del desencanto, decide salir a la calle? En primer lugar, a juicio de Esther Vivas, por la gran crisis económica y social del sistema capitalista en la que estamos inmersos. “La indignación aumenta a medida que el 99% de la población se empobrece y paga los platos rotos de una crisis que no ha generado; la gente dice basta y quiere opinar; no entiende, por ejemplo, que los sueldos de los directivos de las empresas del IBEX 35 sean 90 veces superiores a los del asalariado medio; o un incremento del 9% del valor de los grandes patrimonios (en 2010 respecto al año anterior); o que Telefónica anunciara en 2010 un recorte del 20% de la plantilla mientras declaraba beneficios un 20% superiores a los del año anterior. Estas noticias actuaron como motor de la indignación popular en mayo de 2011”.

Además, en un contexto de protesta global y de luchas internacionalistas (la primavera árabe, sobre todo en Túnez y Egipto, o el referéndum en Islandia por el que el pueblo se niega a asumir la deuda con los bancos británicos y holandeses) se empieza a romper con la resignación. “Pensar que podemos cambiar las cosas es el primer paso para efectivamente cambiarlas; es ésta una de las grandes aportaciones del 15-M”, subraya Vivas. Un año después, agrega la activista, “en el estado español los ciudadanos estamos pagando el rescate de la banca; es éste otro elemento que aviva la protesta; porque nosotros no vamos a ver ni un euro de los 100.000 millones destinados a reflotar los bancos españoles”.

Un año después de que el 15-M eclosionara en las plazas, se convocaron manifestaciones en todo el estado que demostraron que el movimiento continuaba con buena salud, sólo que se había retirado a los barrios y pueblos para desarrollar un trabajo más sectorial. A la hora del balance, Vivas resalta que el “gran triunfo del movimiento es sobre todo simbólico, es decir, extender la indignación en el imaginario colectivo”; pero además se han conseguido pequeñas victorias de carácter “defensivo”, como el freno de los desalojos de personas que no pueden afrontar sus hipotecas.

Más aún, “el 15-M ha impulsado el interés de los de abajo por reapropiarse de la política, hoy en manos de los políticos profesionales que copan las instituciones”, opina la activista. Este punto, que hoy resulta muy evidente, “no lo era tanto antes del 15-M”. Consignas como “no somos una mercancía en manos de políticos y banqueros” o la denuncia del mecanismo de “puertas giratorias” (trasvase continuo de políticos a la gran empresa privada y de ejecutivos a las instituciones) son aportaciones de los indignados.

También el 15-M ha sido capaz de construir un discurso contrahegemónico y alternativo al oficial, subraya la coautora de “Planeta indignado”. Al lapidario “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” repetido por políticos y tertulianos, el 15-M responde que “han robado por encima de nuestras posibilidades” y que esto “no es una crisis, es una estafa”. Es decir, “señalan que la crisis tiene culpables –las elites políticas y económicas, el 1%- y que nosotros –el 99% de la población- sufrimos las consecuencias”. Además, el movimiento ha conseguido aumentar el listón de la protesta y de las demandas populares.

Porque, según Esther Vivas, “hay prácticas legales que resultan ilegítimas, y otras totalmente ilegítimas pero que se consideran ajustadas a la ley”. Así, la opinión pública apoya en las encuestas la ocupación de edificios para alojar a personas desahuciadas, cuando anteriormente estas acciones se criminalizaban. “Si preguntáramos a la gente por la nacionalización de la banca o el impago de las deudas contraídas por una minoría, muchos estarían de acuerdo”, opina Vivas. Las diferentes encuestas sobre apoyo popular a las demandas del 15-M oscilan entre el 80% (cuando irrumpió el movimiento, según el estudio de El País) y el 70% actual.

La activista e investigadora pone el énfasis en que hoy “se ocupan plazas, se resiste a los desalojos y cada vez más gente ve positiva la desobediencia civil”. Pero esto implica también correr mayores riesgos. Porque el gobierno plantea endurecer el código penal para castigar los actos de desobediencia cívica. “Cada vez irá a más la represión y la criminalización de la protesta”, augura Esther Vivas. “En junio de 2011 el conseller de Interior, Felip Puig, nos tildó de perroflautas para distanciarnos de la opinión pública, pero no lo consiguió; cuando las personas mayores promovían encierros y ocupaban ambulatorios ponían de manifiesto la pluralidad del movimiento; ¿eran también ellos perroflautas?”.

Pero insistieron. Vivas recuerda cómo se dijo que Barcelona se erigió en “el centro del radicalismo europeo, en un eje que atravesaba Atenas y Berlín; pero en las protestas del 12 de mayo de 2012 se comprobó que quien realmente ejercía la violencia eran los cuerpos policiales”. “Desde la huelga general del 29 de marzo se ha producido una gran escalada represiva: 113 personas han resultado detenidas en Cataluña. Cuatro personas fueron apresadas en Sabadell hace una semana por participar en piquetes. La secretaria de organización de la CGT en Barcelona, Laura Gómez, también fue detenida el día de la huelga por participar en una performance junto al edificio de la bolsa”.

“Hay, además, casos de imputados por ocupación de edificios, las multas exorbitantes a los estudiantes del Luis Vives en Valencia; jóvenes que han perdido el ojo por el impacto de las pelotas de goma en Barcelona, politraumatismos como resultado de las cargas, ¿es esto violencia radical?”, se interroga Esther Vivas. Según la investigadora y activista, “los procesos de criminalización y represión irán en aumento; pretenden aplicar los recortes por las buenas o con detenciones, multas y golpes de porra”. El objetivo resulta evidente: “generar miedo en la gente”.

En cuanto a los principales retos del 15-M, Esther Vivas ha reconocido que la indignación ha crecido en las calles pero, mientras, las políticas de recortes se ha multiplicado. Pero no hay que desesperar. Vivas recuerda la reflexión de Daniel Bensaïd sobre los ritmos y plazos en las luchas sociales: “Para cambiar las cosas hace falta una lenta impaciencia”. “La crisis es de larga duración y, por tanto, la resistencia debe ser también de largo recorrido; los tiempos no siempre son iguales: se aceleran, se comprimen o se abren nuevas oportunidades; por ejemplo, los meses de mayo y junio de 2011 fueron de gran intensidad, a lo mejor equivalían a años de lucha”, explica Vivas.

La irrupción del 15-M ha supuesto una cuña en la barrera del miedo y ha llevado la indignación a la calle. Uno de los grandes retos, ahora, es trasladar la protesta a las empresas, “a la sala de máquinas del capital”, en palabras de Esther Vivas. Para ello, “hay que tender puentes entre el movimiento y el sindicalismo radical y combativo”. Otra de las urgencias consiste en “potenciar la vertiente ecologista”, “lo que no significa, en absoluto, abandonar las cuestiones económicas –recortes, desahucios, entre otras- en las que permanece volcado el 15-M. “Debe potenciarse el ecologismo radical frente a la lógica productivista del sistema; no hay que olvidar que esta vertiente ecológica es la que distingue la actual crisis de la de los años 1929 o 1973”.

Por último, recuerda Esther Vivas, la agenda indignada ha de incluir la perspectiva feminista. Porque los recortes en sanidad, educación o en la ley de dependencia afectan singularmente a las mujeres; y porque los contratos a tiempo parcial en el estado español afectan en un 80% a la población femenina; además, a igual trabajo en la misma empresa, las mujeres cobran un salario inferior en un 22% al de los trabajadores. Esther Vivas ha puesto como ejemplo el trabajo desarrollado por las comisiones feministas del 15-M en Madrid y Barcelona.

¿Qué ocurrirá dentro de un año? Posiblemente haya que mirar a Grecia para saberlo. Según la autora de “Planeta indignado”, “el país heleno se ha convertido en un laboratorio para el capitalismo neoliberal, pues allí está ensayando sus recortes de la manera más severa; pero también en Grecia se han convocado más de 20 huelgas generales. Es, por tanto, un laboratorio de resistencias; si finalmente vencen la Troika y los “hombres de negro” y se impone el memorándum, ocurrirá seguramente lo mismo en la periferia europea”.

Ahora bien, “tenemos mucho miedo pero estamos empezando a perderlo; el miedo empieza a cambiar de bando, como lo prueba la página web de Felip Puig para la inculpación de activistas, el endurecimiento del nuevo código penal o las detenciones preventivas; Son señales de inseguridad; porque cuando los de abajo se movilizan, los de arriba se tambalean”, subraya Esther Vivas, quien además alerta: “la crisis puede tener una salida de izquierdas y progresista, o reaccionaria y xenófoba; Grecia es también en este sentido un buen laboratorio, por el crecimiento de Aurora Dorada; Plataforma Per Catalunya también ha aumentado su presencia con la crisis”, concluye la activista.

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