«Me resulta difícil entender esa inhibición de nuestras izquierdas a la hora de juzgar, condenar, denunciar, apoyar, exigir…
El chavismo necesita ahora mismo muchas cosas, pero quizás la más importante es nuestro apoyo moral. No seamos cicateros».
Por Miguel Riera, director de El Viejo Topo
Me resulta sorprendente –y preocupante– la frialdad, por no decir indiferencia, con que la izquierda española asiste el intento de derrocamiento del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.
No hay nada que esperar de la dirección del PSOE, cuya hostilidad hacia el chavismo ha sido una y otra vez puesta de manifiesto, pero pienso que tanto IU como distintos movimientos político-sociales han puesto sordina a sus condenas –si es que se han producido– de los métodos de quienes tratan de echar abajo un gobierno surgido de unas elecciones limpias y bastante recientes.
Es como si los medios generales de comunicación hubieran conseguido intoxicar a gran parte de las buenas gentes de izquierda, dejándolas indecisas, dubitativas, casi ajenas a lo que está sucediendo.
Y lo que está sucediendo tiene una explicación sencilla: la oposición venezolana ha llegado a la con- clusión de que es prácticamente imposible derrotar al chavismo electoralmente, al menos en un plazo de tiempo razonable, y ha puesto en marcha el denominado “golpe suave”, tomando y retorciendo las teorías de Gene Sharp para derrocar regímenes autoritarios por vías no violentas y mezclándolas con prácticas de guerrilla urbana al estilo Maidán.
Ciertamente, el gobierno venezolano se enfrenta a una crisis muy seria (inflación, desabastecimiento, carencia de divisas, inseguridad) que además es muy difícil de afrontar mientras está siendo sometido a un intento continuado de desestabilización política y económica, intento apoyado por buena parte de los medios de comunicación internos y la práctica totalidad de los occidentales, a los que no les im- porta utilizar medias verdades o simplemente mentiras para lograr su objetivo, que no es otro que la caída del chavismo y la restauración del neoliberalismo.
Hoy por hoy, las protestas –pacíficas o violentas– se están desarrollado principalmente en la parte este de Caracas –donde residen familias que gozan de un estatus económicamente confortable– y en algu- nos barrios similares de alguna otra ciudad, además de en zonas en las que los paramilitares colombia- nos tienen implantación, como Táchira.
Aparentemente las lideran estudiantes de las universidades privadas, aunque sólo un tercio de los más de 1.500 detenidos (y en general liberados a las pocas horas) en los disturbios acreditan esa condición, hecho al que hay que sumar la existencia puntual de franco- tiradores de la oposición, abundancia de cóteles molotov y algún colectivo chavista que también ha hecho fuego, en lo que podría empezar a llamarse, tal vez exageradamente, un conato de guerra civil de baja intensidad.
Pero nuestras izquierdas deberían reflexionar sobre lo que puede representar la caída del chavismo para Venezuela y para el resto de América Latina. Lo que es el ALBA, la CELAC, el nuevo perfil de la OEA, el proyecto aún incompleto del Banco de Sur, quedarían gravemente afectados…
Sería el inicio del retorno de la doctrina Monroe, un cambio geopolítico de gran envergadura, conseguido no con méto- dos democráticos, sino a las bravas. Es obvio que una América Latina despojada de la voluntad de inte- gración que impulsó Hugo Chávez –y que continúa impulsando el gobierno de Maduro– representaría un retroceso enorme, allí desde luego, pero también aquí.
Por eso me resulta difícil entender esa inhibición de nuestras izquierdas a la hora de juzgar condenar, denunciar, apoyar, exigir…
El chavismo necesita ahora mismo muchas cosas, pero quizás la más importante es nuestro apoyo moral. No seamos cicateros.