Intervención en la Conferencia Internacional en Grecia acerca del Euro.
Gracias por la invitación a participar en este importante encuentro internacional. Es necesario encontrar una salida al siniestro proyecto del euro, que ha empantanado la integración de Europa y que ha conducido a una dramática situación económica y social en algunos países, como Grecia y España. La soberanía de los pueblos ha desaparecido y la democracia se ha vaciado de contenidos.
La limitación de tiempo me excusa de referirme a algunas ideas ampliamente compartidas, como la inmadurez de las condiciones económicas para implantar una moneda única entre países tan desiguales, las carencias del proyecto de la unidad monetaria, con la clave de la compartimentación fiscal como hecho más destacado, y la ceguera de la izquierda política, que nunca comprendió el arma tan poderosa que se entregaba a la burguesía y a los poderes económicos para destruir los derechos de todos los trabajadores y desmontar el Estado del bienestar, bastante modesto todavía en muchos países europeos. Un generalizado y estúpido sentimiento europeísta recorrió a la sociedad española, que no contó con fuerzas cívicas capaces de prevenir y alertar de los peligros que podían sobrevenir.
España es un país medio por su peso económico dentro de la zona euro y era un país más bien de los más atrasados entre los países originarios que integraron la unión monetaria. Ahora, después de la ampliación a los países del Este, es una economía intermedia.
Como era previsible, desde el primer momento se puso de manifiesto que el país no estaba en condiciones de afrontar el marco competitivo de la moneda única. Pronto y bastante intensamente, la balanza por cuenta corriente fue incurriendo en déficits acusados, que no tuvieron dificultades de ser financiados pero que incrementaban la posición deudora del país frente al exterior. En 2007, dicho déficit alcanzó el 10% del PIB, cuando antes del euro nunca históricamente se habían sobrepasado el 3,4%.
Por otra parte, España participó intensamente en la euforia financiera que dominaba el mundo hasta septiembre del año 2008, y es así como la deuda exterior creció intensamente para financiar cuantiosas inversiones exteriores, llevadas a cabo fundamentalmente por las multinacionales españolas que se localizaron en Latinoamérica.
Como resumen de esa evolución previa al estallido de la crisis, cabe resaltar que si al final de 1998, antes de iniciarse la aventura del euro, los pasivos exteriores de la economía española sumaban 540 mil millones de euros, el 100% del PIB, al final de 2007 la magnitud era de 2.245 miles de millones. Esto es, en nueve años se habían multiplicado por más de cuatro y representaban ya el 224% del PIB.
Un rasgo distintivo adicional es que las facilidades de financiación promovieron una burbuja inmobiliaria de insólita intensidad. Todos los datos, la construcción de viviendas, el precio de las mismas, el volumen de la inversión en construcción, el empleo en el sector, el crédito a la construcción y la especulación permiten concluir que se vivió un momento disparatado, sin ninguna relación con las necesidades y posibilidades reales de la sociedad. Al sobrevenir la crisis financiera, el estallido de la burbuja inmobiliaria ha sido un factor agravante de primera magnitud, que ha descargado toda su virulencia en el sistema financiero, sobrecargado de activos inmobiliarios especulativos. Tuvo que ser rescatado con fondos públicos y fondos europeos, sin que todavía esté resuelta la crisis del sistema, paralizado en su actividad de financiar al sector privado de la economía.
En esa ceguera generalizada, al estallar la crisis financiera internacional, en septiembre del 2008, el gobierno de turno, en este caso del PSOE, pretendió interpretar que la economía española se estaba viendo perturbada por factores externos y pasajeros, sin enterarse de que la crisis estaba gestada en las entrañas del euro. Tan es así, que, por algún tiempo, el gobierno de Zapatero pretendió hacerle frente, ante el rápido crecimiento del paro, con una moderada política keynesiana, con algunos nuevos gastos sociales. Se originó de ese modo una evolución del déficit público inquietante, al sumarse al impacto de la paralización económica y el estallido de la burbuja inmobiliaria en los ingresos públicos los gastos públicos orientados a amortiguar la gravedad de la crisis. De un modesto superávit del sector público en 2007, del 1,9% del PIB, el déficit representó el 4,5% del PIB en el 2008 y el 11,2% en el 2009. En el 2012 fue todavía del 10,6% a pesar de la drástica política fiscal aplicada.
Todo cambió abruptamente en mayo en mayo de 2010, por instrucciones precisas de la Troika. Desde entonces los ajustes y la austeridad han dominado la política económica y social de los gobiernos, primero moderadamente con el PSOE y luego con brutalidad no exenta de crueldad por parte del gobierno de la derecha extrema del PP, que está aprovechando la crisis para imponer una involución social y política en todos los órdenes. Como les pasa a los trabajadores griegos, se están produciendo retrocesos en todo lo logrado en décadas de muchos sacrificios y lucha.
Todo parece que responde al orden natural de las cosas. Ante la imposibilidad de llevar a cabo un ajuste externo como el que permitía la devaluación de la moneda propia en otros tiempos, se ha teorizado que es inevitable un ajuste interno para reducir los salarios y mejorar la competitividad. La política para despejar el horizonte de la economía española en los mercados internacionales se reduce a bajar los salarios. Por otro lado, se exalta la austeridad fiscal como necesidad imperiosa para disminuir el déficit público ante las dificultades para financiarse en el exterior y la sospechosa situación financiera del sistema financiero y las empresas españolas. Las consecuencias son un lustro de una política muy restrictiva que ha mantenido en recesión a la economía y de una política social desgarradora.
Todos los datos que pueden aportarse ofrecen un panorama inquietante y desolador. El paro, las relaciones laborales en el marco de las empresas, la caída de los salarios, la precariedad laboral, la subida de impuestos regresivas, los recortes y ajustes en los gastos destinados a los servicios públicos más esenciales, las familias desahuciadas de sus viviendas, una desigualdad creciente, las capas sociales marginadas, la falta de algún tipo de protección para capas muy amplias de la población , la miseria y también el hambre, todo describe ya una situación alarmante que no acaba de encontrar la respuesta social necesaria para detener la política gubernamental.
El gobierno ha diseñado un presupuesto para el año que viene nuevamente restrictivo y anuncia nuevo recortes sociales, con la justificación, nos dice, que es el único camino posible para salir de la crisis. Y así, nos encontramos con una política paradójica y diabólica que consiste en agravar la crisis pasa superarla, y, sobre todo, se presenta como inexorable en el marco indiscutible de la unión monetaria y la pertenencia al euro.
Las fuerzas política mayoritarias de la izquierda y los sindicatos guardan un silencio preocupante y evitan por todos los medios establecer una relación entre este cuadro pavoroso y la Europa de Maastricht. Miran para otro lado, proponen algunas medidas progresistas y elaboran documentos con proyectos alternativos para salir de la crisis, pero sin valorar incongruencias y sin querer tomar en consideración la coherencia de fondo que en última instancia tiene la política del gobierno, al margen, claro está, del carácter cruel y reaccionario de su política.
Ante tanta desolación como existe, el gobierno vende la idea de que estamos ya saliendo de la crisis, y le saca punta propagandística hasta a un crecimiento del 0,1% del PIB en el tercer trimestre de este año. Vende humo, sin atenerse a otras opiniones, pero con un relativo éxito, paralizante. Para el gobierno se trata de pasar el día a día, difundir que lo peor ha pasado, aparentar que el final del túnel está cerca. Sin embargo, el FMI en unas previsiones a medio plazo mantiene que en 2018 todavía la tasa de paro superará el 25% (26% en la actualidad) y que el déficit público se mantendrá en esa fecha en torno al 5%.
La balanza de pagos se ha corregido significativamente. En los últimos meses ha registrado un pequeño superávit que tiene que ver con una evolución razonable de las exportaciones pero sobre todo por estancamiento económico y la debilidad de la demanda interna. Pero conviene no olvidar que los pasivos exteriores superan en 2,3 veces el PIB. El endeudamiento exterior es enorme y no hay posibilidad de corregirlo en el medio plazo.
En cambio, la deuda pública ha crecido a un ritmo vertiginoso pues ha pasado de representar el 36% del PIB en 2007 al 100% ya, persistiendo un déficit bastante incorregible, a pesar de los continuos recortes del gasto.
Los problemas por tanto de la deuda exterior y pública mantienen toda su peligrosidad, y contando con la inestabilidad global existente y la crisis no superada del euro, cabe vaticinar que la situación de fondo de la economía española no cambiará en los próximos tiempos, con el añadido de que en cualquier momento pueden desencadenarse acontecimientos que agraven la situación hasta límites imponderables.
La cuestión del euro y la cuestión de la deuda externa y pública son el corazón de las dificultades que soporta España. Sin embargo, y quiero entrar ya brevemente en la situación política del país, no hay conciencia generalizada de que sin afrontar estos problemas se condena a la sociedad española a una degradación económica y social progresiva, que llevará a la ruina definitiva del país. Los ciudadanos griegos saben algo de esto y nos llevan algún adelanto, porque lo relevante y de la política de ajuste y austeridad es su inutilidad para resolver los problemas generados por la pertenencia al euro. Cuanto más tiempo transcurra, más acusada será la destrucción del país y mucho más larga, sufrida y complicada será la recuperación de todos los niveles económicos y las pérdidas sociales.
La confrontación con el euro es todavía muy minoritaria y sólo compromete a organizaciones y colectivos pequeños. Los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT no quieren oír hablar de salir del euro. PP y PSOE reafirman una y otra vez que la vinculación al euro es incuestionable. IU tampoco quiere afrontar con seriedad el debate, aunque ya sabe que la cuestión del euro está sobre el tapete. Una anécdota después de todo positiva. El PCE acaba de celebrar su congreso y en el lugar de afirmar que hay que romper con el euro, se ha evadido concluyendo que es necesario romper la unidad monetaria europea. Algo es algo.
Toda la izquierda rechaza los recortes y la austeridad y se movilizan contra ellos, como en las grandes manifestaciones del fin de semana pasado, pero no acaban de darle coherencia a su posición política. El PP replica con contundencia resaltando el carácter inexorable de su política, que emana, además, de las directrices de la Troika y las exigencias de los mercados financieros. Se está acabando una etapa para la izquierda. Se acabó huir de la realidad y proponer salidas progresivas mientras el país se hunde con los ajustes y la austeridad. Se acabó denunciar sin ir al fondo de las causas.
Como información positiva al respaldo de las opiniones que compartimos aquí, el debate del euro se abre paso de un modo irresistible en la izquierda a pesar de las barreras con que intentan contenerlo. Un manifiesto rotundo y claro sobre la salida del euro fue promovido antes del verano y cuenta ya con miles de firmas, algunas extraordinariamente cualificadas. Decenas de reconocidos economistas y profesionales lo han firmado y nuestra tarea es construir una alternativa que, partiendo de la ruptura o el abandono del euro y la inevitabilidad del impago de la deuda, trate de minimizar los costes económicos y sociales de la nueva situación y de ofrecer un camino que saque a la sociedad española de la siniestra trayectoria que recorre ahora. Es necesario abrir una brecha a la esperanza.
En ello estamos algunos y nos congratulamos de un modo extraordinario de esta conferencia, de este encuentro para compartir opiniones y experiencias, que siempre supondrán un apoyo a la política que pretendemos en nuestros países.
Sin embargo, quisiera acabar poniendo sobre aviso sobre un peligro que existe. Muchos analistas, economistas y políticos reconocen que el euro en su configuración actual no puede ni debe sobrevivir, pero encuentran una escapada para no afrontar en sus respectivos países la cuestión de fondo con el argumento de que debe ser una lucha articulada y conjunta de todos los países perdedores, los de la periferia, los que lleven a cabo esa tarea de derruir la unidad monetaria y proponer alternativas.
Por supuesto, nada que objetar a la solidaridad, la cohesión, la fuerza de ser muchos los ciudadanos europeos que rechazan el desastre acaecido, pero sin que ello implique abandonar una lucha consecuente y si se quiere aislada en cada país por arrancarse el collar férreo que nos impusieron cuando se creó el euro. El internacionalismo mal entendido no puede paralizarnos.