Levantando una izquierda integral
Andrés Piqueras, profesor Universidad Jaume Primero
“Todas la tradiciones están gastadas, todas las creencias anuladas, en cambio el nuevo programa no aparece, no está en la conciencia del pueblo, de ahí lo que yo llamo ‘la disolución’. Es el momento más atroz en la existencia de las sociedades”. Pierre-Joseph Proudhon
La representación es la forma de organizar la política en la sociedad capitalista. La representación política se basa en una ilusión, el ciudadano o ciudadana como ser libre e igual al resto (“ilusión” que invierte la realidad, en la que priman los individuos sometidos al despotismo de las relaciones de trabajo -en la fábrica, la empresa, la oficina, el “hogar”, el Banco…-, donde la democracia es pura quimera).
Si la población es una suma de ciudadan@s que delegan su soberanía al hacerse representar por otros (al conceder que otros representarán sus intereses), las elecciones son la forma primordial de relacionarse la sociedad con el Estado. Miden el grado de subordinación de la masa de individuos-ciudadan@s. También el posible grado de desafección. Así, los sistemas políticos “reflexivos” del tardocapitalismo, que “consultan” a la población, reciben de ella una información muy útil para modificar (dentro de los límites que marca la relación de clase) estrategias de dominación y control social.
Pero precisamente para las clases subalternas es imprescindible trascender el campo institucional, de la política pequeña o pasiva. La política institucional es donde está el poder formal del capital y hacia donde se encauza la pretendida “representación” social; hace las veces de un comportamiento estanco que aísla de la Política con mayúsculas (donde cobra vida realmente la materialidad del Poder del capital), y que se lleva a cabo en todo el metabolismo social propio del modo de producción capitalista, a través de procesos mediante los que se construye, decide y regula la producción, la distribución, el consumo y, en conjunto, el devenir social, las oportunidades de vida y las posibilidades de participación y protagonismo de unos u otros seres humanos o sectores sociales.
Por eso, el principal objetivo del Capital (en mayúscula, como capitalista colectivo) en cuanto a la tan manida “gobernanza”, consiste en reducir la Política a mera gestión administrativa o “ingeniería social”, y puede decirse que el neoliberalismo-financiarizado ha hecho grandes logros al respecto, llevando a sus cumbres más altas la utopía smithiana, de sustituir la Política y el contrato social por el Mercado (una sociedad auto-representada a través del Mercado).
Por eso resulta tan apreciable para el orden capitalista que las “multitudes” identifiquen la Política material con la política institucional, descartando a menudo aquélla junto con ésta o haciendo de esta última en todo caso su único objetivo. Esto hace que casi siempre “deleguen” la actividad política a profesionales, desinteresándose de las vertientes activas o participativas de la misma. La clase dominante promueve elevadas dosis de apatía e ignorancia políticas, así como de falta de compromiso con los asuntos colectivos de cada comunidad o sociedad. Lo que a la postre desemboca también en la dilución del vínculo social.
Cuando los movimientos y organizaciones sociales y políticos priorizan el campo de la política pasiva, pequeña, el de la delegación y el de la representación, no sólo están reproduciendo también la falta de participación y compromiso políticos de la sociedad, sino que están moviéndose en el pantanoso terreno del enemigo de clase, cuyas instituciones responden primeramente (aunque no exclusivamente) a su Poder.
Por eso, a ese pantanoso campo de batalla sólo se puede acudir cuando has levantado una fuerza social lo suficientemente importante como para tener un verdadero respaldo, como para que la presencia institucional sea sólo la expresión fideocomisaria de una parte significativa de la población hecha pueblo, hecha sujeto(s) colectivo(s).
En todo caso, la micro-política puede ser válida también cuando se interviene en ella para generar las condiciones y la extensión de conciencia que ayude a levantar esa fuerza social y a construir sujeto o sujetos colectivos. Pero para eso la labor institucional sólo puede ser un apoyo y a la vez una traducción del trabajo prioritario hecho en la sociedad, en la arena de la Política en grande. Ha de estar subordinada a ésta y no al revés. La socialización de la política pequeña se refuerza así mutuamente con la politización de la vida social.
A la postre, la cuestión crucial de la delegación-representación consiste bien en mantener una relación vertical con la población convertida en masa o multitud, que es dirigida desde lo institucional y delega en terceros las posibilidades de cambio, o bien ser parte de un pueblo multiplicado en numerosos sujetos colectivos, con los que se mantiene una relación horizontal, de fideocomisariado permanentemente sometido a revisión o revocación.
Porque los procesos populares son construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto co-implicados con una mayor autonomía de los mismos. Aquí radica su diferencia fundamental con los procesos populistas que, más allá de sus distintas vertientes y objetivos, son heterónomos, implican una construcción externa, vertical a las personas.
Es decir, no las empodera. Y si las personas no confluyen en sujetos colectivos activos, no entrañan fuerza social. Y sin fuerza social no hay posibilidades fehacientes de transformación social.
La priorización de la vía electoral delegativa termina por tanto abocando a esa impotencia.
Para colmo hoy el espacio institucional, de la micro-política, está prácticamente cerrado como vía de cambio. Y está cerrado por dos cuestiones coyunturales de fondo, que se vienen a sumar a las inherentes a la propia dinámica de la democracia liberal (en donde todo está dispuesto para que unas minorías automáticas pasen a considerarse “mayorías sociales” y permitan gobernar a la clase dominante, bien sea directamente bien a través de sus delegados o representantes políticos, bien por una combinación de ambos –que se presentan en paquetes o listas cerradas, con pesos circunscripcionales desproporcionados, y con apoyos financieros, mediáticos y del Estado más desproporcionados todavía-).
Las razones de peso de la actual coyuntura que cierran la política pequeña son sobre todo dos:
1) El capitalismo degenerativo en el que estamos ha constitucionalizado, es decir, ha blindado, las miríadas de dispositivos capilares (socioeconómico-políticos neoliberales) en que basa y regenera su Poder por todo el metabolismo social.
[Como que ya no tiene vitalidad para legitimarse no tiene tampoco opción de dejar abierto el ámbito de la decisión ni el juego de apoyos y refrendos (de hecho, cuando convoca referendos cada vez tiende más a perderlos).
Recordemos que el Capital sólo dejó que las clases populares votaran cuando empezó a admitir la vía reformista-redistributiva; hoy, y como quiera que retroceder en conquistas siempre encuentra más oposición, lo que busca de momento es que el voto no sirva para nada. (Para ello también desarrolla un segundo proceso de cierre que se indica a continuación)].
2) Aquel blindaje va de la mano de un sistemático debilitamiento de las capacidades de regulación social expresadas a través del Estado. Esto quiere decir que los mecanismos de explotación y mando del capital se transnacionalizan (y a veces se insertan en el Estado-región, cuyo ejemplo más avanzado es la UE), mientras que las posibilidades operativas de las diferentes fuerzas de trabajo se mantienen ligadas al nivel local.
De esta manera se logra trascender el marco de relativa democratización del Estado (propio del “capitalismo keynesiano”) al que habían conducido las luchas sociales históricas, para hacer la política desde instituciones supra-estatales donde aquellas luchas no llegan por ahora. La transnacionalización del capital debilita además la capacidad negociadora de la fuerza de trabajo en todos los ámbitos (laboral, social y político).
Por eso el actual capitalismo degenerativo no necesita abolir formalmente la democracia liberal, porque la ha vaciado de contenido. Ha conseguido la práctica anulación de la política.
Si además de ello nos tomamos en serio lo que significa el término “decrépito” o “degenerativo” que califica el capitalismo actual (a falta de un cada vez más improbable ciclo largo expansivo de acumulación y/o de un pronto milagro energético), debemos hacernos a la idea de que vivimos no solamente un cambio de fase, sino que probablemente estemos en el umbral de un gran colapso sistémico e incluso civilizacional.
Los síntomas de esa degeneración ya se han hecho notar: un crecimiento que empieza una elíptica descendente, tasas de ganancia que decaen y son incapaces de recuperar la dinámica anterior, acusada falta de inversiones productivas… Con ello la riqueza social se contrae y con ella también las posibilidades de redistribución o reparto. En total, la viabilidad de la reforma social se desbarata.
Un sistema en degeneración deja de desarrollar fuerzas productivas (y sí en cambio multiplica las destructivas –por eso la Guerra se hace elemento de control social prioritario-); deja de ofrecer posibilidades de vida satisfactorias a las poblaciones y deja de albergar la posibilidad de reformarse.
Esto quiere decir que ya no nos valen las reglas del capitalismo “democrático” (de su etapa madura de crecimiento).
Las oligarquías ante la agudización de la crisis
En breve enfrentaremos una convulsión financiera mundial de mayores dimensiones que la que estalló en 2007-2008. En el caso concreto de Europa, la dinámica de expropiación y extorsión de la UE sigue exigiendo el descuartizamiento de toda la riqueza social, colectiva, para transformarla en pagos de deuda, en un monstruoso trasvase de riqueza a las clases dominantes.
La desposesión de infraestructuras, recursos básicos, fuentes energéticas, servicios, empleos y propiedades, será acompañada muy pronto de la desposesión del dinero (los bancos empezarán a cargar intereses negativos a los ahorristas –esto es, a cobrar por tener nuestro dinero- y para impedir que lo saquemos y lo tengamos nosotros, empezarán a eliminar el dinero físico haciendo obligatorio el uso de dinero electrónico a través de una amplia variedad de dispositivos digitales).
¿Qué posibilidades tiene cualquier Gobierno o partido en el poder institucional de gestionar la próxima debacle económica y social manteniendo su legitimidad o el respaldo popular? Muy pocas (las poblaciones pueden admitir el robo, la corrupción o cualquier otra forma de abuso, pero siempre y cuando les quede algo para ir pasando).
Esto quiere decir que la democracia delegativa institucional tendrá que ir quedando también reducida a mínimas expresiones.
Hoy por hoy las oligarquías y sus diferentes partidos que encauzan las opciones institucionales de la política pequeña, se enfrentan sobre todo a dos opciones:
A/ Establecimiento de bloques de poder o gobiernos de concentración nacional, aunque haya que dar ‘golpes blandos’ para ello (en el Reino de España acabamos de tener un claro ejemplo de tal cosa).
B/ Tensionamiento de la “nación”. Al achicarse el botín las oligarquías tienen cada vez más que enfrentarse entre sí para apropiarse del menguante pastel, lo que va a suscitar de nuevo procesos de tensión nacional. Estamos viendo ya diferentes burguesías persiguiendo su propio nicho de acumulación (que ellas intentan traducirlo por “intereses nacionales”), y con ello la ruptura del Estado “nacional”. La “nación” se rompe además porque a las clases dominantes no les va quedando nada que ofrecer a la población para que asuma el sentimiento “patriótico” y responda a la clave identitaria nacionalista, porque ellas mismas están descuartizando en pedazos convertidos en mercancías la “nación” (de nuevo el Reino de España da un claro ejemplo del proceso).
Esto es, hoy como siempre las oligarquías pugnan por la riqueza social y los beneficios, pero se aúnan contra las sociedades. De hecho sus políticas hoy son destructoras de sociedad.
Todo los cual nos lleva a la inevitable conclusión de romper con el ‘chip’ reformista y con la visión de un capitalismo regulado, auto-regenerativo. Y prepararse para enfrentar un capitalismo mucho más despótico, en el que primarán cada vez más las políticas de muerte (tanatocapitalismo).
Eso exige preparar de un modo u otro la RUPTURA desde abajo. Y ésta sólo se podrá hacer desde la construcción popular. Para romper también con la verticalización populista.
Por eso es imprescindible reconstruir una izquierda integral que actúe en todos los terrenos en los que se reproduce el Poder metabólico del Capital y que por tanto haga de la Política en grande su objetivo principal.
Para ello es imprescindible recuperar autonomía estratégica (y no meras tácticas más o menos electoralistas o efectistas de coyuntura), la cual pasa necesariamente por reconstruir un referente universal altersistémico, socialista. Ineludibles ambos pasos, a su vez, para rehacer las posibilidades transformadoras en esta “fase larga de coyuntura”.
Sólo desde la acción de largo plazo, permanente, se construye fuerza social. Sin sujetos de transformación no hay transformación.
“Sólo una inmensa construcción social previa a la revolución política permite que el “peligroso salto” que significa la ruptura revolucionaria no sea nuevamente ocasión para la conformación de una casta burocrática que crezca en base a las limitaciones subjetivas y organizativas de las clases subalternas, en los intersticios que deja la inmadurez de todo proceso de transición al socialismo. La guerra de posiciones en el ámbito social es una condición necesaria para la conquista del poder político y el inicio de una transición factible al socialismo.” Martín Mosquera y Tomás Callegari.
No podemos aproximarnos a ningún tipo de transformación sin la auto-erección de sujetos antagónicos.
Este hecho constatado, que durante el capitalismo “keynesiano” podría ser válido en lo referente a transformaciones de gran calado, puede aplicarse hoy a cualquier tipo de proceso reformista dentro del capitalismo degenerativo. Sin una política de construcción de vastas fuerzas sociales conscientes de sí mismas y de las circunstancias sociohistóricas en que se desenvuelven, no hay oportunidad ni siquiera para procesos de reforma suave.
Como nos señala Agacino para el caso la sociedad chilena, otra sociedad derrotada militarmente por su oligarquía, como la española, las reales posibilidades de cualquier tipo de transformación están vinculadas a la constitución por doquier de franjas de constructores sociales y políticos, sin los cuales es imposible imaginar siquiera respuestas satisfactorias a las embestidas del Capital.
Esas franjas permiten pensar en una masa crítica para poder inducir la configuración de l@s explotad@s, excluíd@s y discrimiad@s en fuerzas sociales, teórico-programáticas y políticas capaces de pensarse a sí mismas como sujetos portadores de un proyecto de cambio social, esto es como sujeto político.
La fuerza social se refiere a segmentos de población organizados que, pertenecientes a determinados sectores sociales, son reconocidos por éstos y por otros adyacentes (e incluso más alejados) como fuerza de opinión y lucha en torno a sus problemáticas relevantes. Es, por tanto también, expresión de legitimidad de ese segmento de población organizado.
Una fuerza teórico-programática resulta de la sistematización de la experiencia propia y ajena para otorgar sentido al problema de la construcción y el cambio social. La fuerza teórica es la expresión tanto de la potencia movilizadora como de la verosimilitud de una visión precisa pero abierta de la realidad y su transformación.
La fuerza política es la síntesis de una fuerza social y una fuerza teórica cuya emergencia y realización ocurre en el campo de la acción, que se caracteriza por su capacidad convocante, dada su legitimidad y verosimilitud, y que por tanto es capaz de definir objetivos y caminos susceptibles de transformarse en práctica política y social alternativa a partir de las condiciones existentes.
Entendida de este modo, resulta evidente que la fuerza política no puede confundirse con la fuerza orgánica que opera en el ámbito de la política con minúsculas, institucional. La fuerza política no puede sino entenderse como síntesis de un proceso de construcción de sujetos cuya primera manifestación es el logro de una masa crítica ampliada.
Una orgánica vacía de sujeto es, desde una auténtica praxis de izquierdas, una aberración. Aberración condenada a repetir los procesos de entrega, oportunismo, esquizofrenia o dislocación que han experimentado la absoluta mayor parte de las organizaciones de la “izquierda institucionalizada”, la izquierda integrada.
La contribución a la gestación de sujetos que confluyan en movimientos sociales y movimientos políticos con vocación y posibilidades de transformar tiene pendiente la articulación entre la dimensión de base, de acción cotidiana, movimientista, y la recomposición organizativa de las clases subalternas (organización política y teórico-programática). Y sólo podrá llevarse a cabo desde el propio movimiento, esto es, desde una organización-movimiento que trascienda definitivamente el electoralismo y el parlamentarismo (sin por ello renunciar tácticamente ni a las elecciones ni al Parlamento), para atacar las bases moleculares del Poder del capital, los entresijos metabólicos en que sustenta su hegemonía.
Sólo así devendremos una izquierda integral. Es decir, revolucionaria.
Esto hoy significa tener posibilidades de supervivencia y de salvar la destrucción de la sociedad y del hábitat por el capital.
Andrés Piqueras
Una versión previa reducida de este texto está editada por el Grupo Ruptura,
http://gruporuptura.org/wp-content/uploads/2016/10/dossier-retos-fin.pdf