Las contradicciones de Trump

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Boris Kagarlitski, sociólogo ruso, experto en globalización.

El estreno de la presidencia de Donald Trump parecía una luna de miel; su popularidad inicial era superior a la de todos los líderes anteriores de Estados Unidos. Sin embargo, con una agresividad sin precedentes se ganó el odio de los liberales y el categórico apoyo de sectores “patrióticos” (Al comienzo en Rusia, hubo una reacción algo parecida).

En los sectores de izquierda la situación es más compleja. Mientras algunos, como loros bien entrenados, repiten las tesis de la propaganda liberal, (citando con pasión a la CNN y al «New York Times») otros, por lo menos, observan con total indiferencia el colapso del Partido Demócrata y, no muestran asombro porque Bernie Sanders respaldó al gobierno de Trump cuando puso término a los acuerdos de libre comercio del Pacifico. Sin embargo, llegado el momento de una discusión, muchos no van más allá de manifestar su agrado o su disgusto por las dictámenes del presidente de EE.UU.

Para entender el proceso que se desarrolla ante nosotros es necesario evaluar cuidadosamente las actuaciones y personalidad de Donald Trump. En pocos días a quedado en evidencia las profundas contradicciones políticas del nuevo presidente.Tal vez, Trump y su entorno, aún, no han considerado la magnitud del problema que tienen entre manos. El curso posterior de los acontecimientos los obligará a reflexionar.

Las vacilaciones del senador Bernie Sanders son reveladoras de una cierta confusión. De hecho, las primeras acciones y declaraciones de Trump lo acercaban a los contenidos las protestas de los antiglobalistas de Seattle en 1999.

Sin embargo , inmediatamente después, otras decisiones y declaraciones han colocado a Trump de manera inequívoca en el espacio político que le corresponde. Donald Trump no solo, es un conservador, sino que también, es una partidario del mercado libre y las doctrinas económicas liberales.

Es verdad que Trump canceló los acuerdos neoliberales de Asociación del Pacífico, interpeló a la OTAN, prometió un seguro de salud pública al estilo canadiense, llamó a bajar el precio de los medicamentos y se reunió, en la Casa Blanca, con sindicalistas para aunar esfuerzos en la creación de puestos de trabajo.

Sin embargo en esos mismos días, Donald Trump canceló las regulaciones que rigen las actividades de los principales bancos de Wall Street, terminó con el control del precio de los medicamentos y anunció que se dispone a bajar los impuestos a las empresas. Y para cerrar el circulo, el nombramiento de Betsy DeVos como Ministro de Educación , se ha transformado en un verdadero escándalo; no sólo porque es ultra-conservador, sino que también, porque la esposa de Betsy dirige un complejo de escuelas que están en abierto conflicto con la comunidad educativa.

¿De qué forma encajan todas estas decisiones con la promesa de Trump de devolver el poder al pueblo ?

Desde el punto de vista de Trump es probable que no existan contradicciones.

El Presidente, al igual que la mayoría de sus votantes, no cree en el calentamiento global, cree en el libre mercado y los impuestos bajos. Al mismo tiempo, cree que el mercado interno de Estados Unidos debe ser protegido de una competencia extranjera desleal. En pocas palabras, es un neo-liberal que quiere ejecutar una política proteccionista frente al mercado «exterior».

En este nuevo escenario, ¿que queda del desarrollado capitalismo estadounidense del primer tercio del siglo XX?

Por desgracia para Estados Unidos, los tiempos han cambiado. El capitalismo transnacional, formado a finales del siglo XX, ha cambiado las reglas del juego; ahora el capitalismo no sólo es global, sino que requiere de un importante mercado interno.

El “credo” neoliberal ha conducido al mundo a la actual crisis sistémica. El colapso del orden mundial liberal es un proceso natural, generado por su propia lógica autodestructiva. La profunda crisis del sistema no ha sido solo producto la lucha ideológica de los antiglobalizadores o, de las acciones del propio Trump.

El proceso de descomposición comenzó antes de su llegada a la Casa Blanca. La victoria de Trump es una consecuencia más de un extensa crisis que ya ha penetrado todos los poros de la sociedad. Les agrade o no a los intelectuales liberales – en Londres, Moscú o Nueva York- este deterioro es irreversible. En 2016, la política se ha sincronizado con la economía.

La diferencia principal entre el presidente de Estados Unidos y sus adversarios liberales, no es que Trump no crea en la globalización, sino que él es consciente de su colapso, y por tanto no trata de salvar un sistema que se desmorona, sino que se propone construir una política basada en esta nueva realidad. La pregunta pertinente es, ¿que dirección tomará esa política?

Si el colapso del viejo sistema es -en cierta medida- un proceso natural ( por lo menos en el plano económico) la formación de una nueva opinión pública para los nuevos tiempos no está ocurriendo de forma automática.

Si verdaderamente quiere cambiar las reglas del juego liberal, Trump deberá cumplir con aquellos aspectos positivos de su programa. Entonces, inevitablemente surgirán las contradicciones objetivas entre los intereses de los diferentes grupos sociales y económicos que le han apoyado.

Una implementación coherente de políticas proteccionistas – dirigidas a restaurar el mercado interior – no serán eficaces sin medidas de regulación de las finanzas y de reconstrucción de la economía. No se podrá reindustrializar los Estados Unidos sobre la base de los principios del libre mercado, simplemente porque la lógica de esos principios no están pensados para la solución de estos problemas.

Cuando, hace años, la situación del capitalismo era diferente, la tarea podría haber sido parcialmente resuelta, y probablemente Trump no habría tenido la oportunidad de ocupar la Oficina Oval de la Casa Blanca.

Cuadrar los presupuestos a expensas de los derechos de importación, reducir los impuestos para estimular la producción sin reducir los beneficios de las sociedades financieras y aumentar los salarios de los trabajadores sin afectar a los intereses de los empresarios, provocará tarde o temprano que el presidente y sus políticas se encontrarán en un callejón sin salida, del cual será imposible salir sin hacer una opción política a favor de uno u otro bando.

Las contradicciones empeorarán porque el gobierno deberá tomar importantes decisiones en política exterior, acelerando desacuerdos inevitables. En efecto, la crisis está abierta dentro de la administración.

Las contradicciones políticas de Trump son el reflejo de la amplia coalición interclasista que lo llevó a la Casa Blanca. Aunque se afirma que ganó la elección por los votos de “ trabajadores blancos», es decir, por los votos de la clase trabajadora, lo cierto es que hay una auténtica rebelión contra el “establishment” de Washington.

Pese a que durante la campaña electoral Trump uso demagógicamente ideas y consignas de izquierda, el apoyo mayoritario al candidato republicano proviene de agricultores, empleados y la llamada “inteligencia provincial”.

En realidad el resultado electoral fue un levantamiento de regiones olvidadas y resentidas contra los trabajadores migrantes, contra los funcionarios cosmopolitas de Washington y, contra una élite liberal que hace mucho ha dado la espalda a su propio país.

Sólo que Donald Trump no es agricultor. Él y su entorno son empresarios típicos del capitalismo americano supeditados al mercado interno y en conflicto con las corporaciones transnacionales.

Quienes lo han apoyado están igualmente ofendidos y humillados por la política de los liberales metropolitanos y quieren la revisión de esa política. Todo lo que demandan es más protección. Pero en este punto termina la unidad de la coalición que lo apoyo. Los intereses de clase que condujeron a Trump a la Casa Blanca, no concuerdan entre si, son contradictorios.

La unión en torno a un líder – respaldado por una amplia coalición interclasista- es la principal fuente de poder de los movimientos populistas, pero las contradicciones objetivas de los intereses de clase, son generalmente un tropiezo insalvable. El éxito (y a menudo la supervivencia física) de los líderes populistas habitualmente depende de su capacidad de transformación política; una metamorfosis cuyo único objetivo es conservar el poder.

¿Cambiará Trump, sobre la marcha, haciendo una elección a favor de determinadas sectores sociales? Más temprano que tarde, deberá, no solo favorecer a una parte de sus partidarios contra la otra parte, también tendrá que sacrificar muchos de sus amigos políticos.

Esta elección será inevitable para Donald Trump. Dependiendo de cuándo, cómo y en beneficio de quién hará este vuelco, se podrá mantener como el presidente numero 45 de los Estados Unidos o, su destino personal puede llegar a ser más que dramático.

La crisis política e institucional de la sociedad estadounidense ha ido demasiado lejos. El país está dividido. A pesar que las movilizaciones de la oposición liberal, están limitadas a los funcionarios públicos, el viejo orden se resquebraja todos los días. ( un viejo orden que liberales siguen defendiendo),

Con el fin de deshacerse de Trump, necesitarán un golpe de estado. Quienes quieren descabalgar a Trump pueden utilizar la variante dura (uso de la fuerza) o la blanda (el juicio político), pero cualquiera de estas “salidas”  va a ser un duro golpe a la “democracia” estadounidense.

No será Trump el que desmantelará del orden neoliberal existente, este trabajo deberá ser cumplido por otros políticos y por los movimientos sociales. Estos movimientos y estos líderes se están formando en las luchas que se desarrollan en estos momentos. La suerte de las reformas, que Trump inició tímidamente, dependerán de estas luchas.

En un escenario donde la crisis institucional, socava el sistema de dos partidos existente en Estados Unidos (y al decadente establishment de Washington) las perspectivas políticas para la izquierda son importantes.

El inesperado éxito de Bernie Sanders en las primarias de 2016 abrió una ventana de oportunidad . Sin embargo, esta oportunidad solo será posible si la izquierda se niega a dar cobertura a los liberales que utilizan las movilizaciones de masas para salvar un orden político moribundo. Sí la izquierda no actúa con inteligencia, se verá empujada  junto a los liberales al hundimiento político.

 

 

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