Nosotros y el temblor: notas sobre Podemos, la izquierda y el acontecimiento.

Artículos Debates Internacional

images (1)«El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer.»

Pablo Bustinduy.

Es un problema que conocemos bien en política: la negación, doctrinalmente plegada sobre sí, nunca es portadora por sí sola de la afirmación. 

Alain Badiou, Éloge du théâtre

1. La democracia y lo inesperado se llevan bien. El tiempo de la irrupción –de lo imprevisible, lo irreductible- interrumpe la distribución del poder, pone freno a su simple descarga y reproducción. No sólo eso: la escisión democrática abre su propio ámbito de existencia, todos los puntos de fuga, de bifurcación, de quiebra, por los que la realidad respira el oxígeno que ella misma produce, que ella misma libera. Como mostró el 15M, no hay democracia sin acontecimiento, sin ese proceso equívoco  y singular que desdobla los campos significados y libera las prácticas y el lenguaje de su simple reproducción mecánica, previsible, repetitiva. La cuestión política, sin embargo, consiste en decidir desde dónde se mira ese acontecimiento y qué hacer a partir de él.

2. Hay una mirada que tiende a ver el acontecimiento hacia atrás, celebrando su haber sido, su ocurrir sorprendente e inefable: el acontecimiento adquiere su significado retrospectivamente, en un proceso que trata de comprenderlo, interpretarlo y reinterpretarlo, mantener su fidelidad a él. El problema de esa mirada es que todo puede acabar convertido en un asunto de pureza, un medirse con un origen milagroso, extraordinario, frente al que toda comparación ha de salir perdiendo. La conversación genera entonces una especie de pecado original (la imagen de una inocencia tan ansiada como trágicamente perdida), y al cabo su propia casta sacerdotal: guardianes de la pureza, del deber ser de las palabras y los hechos, que acaban viendo sólo lo que no es y encuentran profanaciones por todas partes. El problema de esa mirada es que osifica aquello que querría mantener vivo, aquello que querría simplemente dejar ser: la mirada se convierte así en una forma de negación que acaba desertificando la política misma, pues sostiene que la única política verdadera no se hace, sino que sucede sorpresivamente; no se produce, sino que sólo se espera (esa es la paradoja, convertida en cuestión de fe: la política como espera de lo inesperado); viene de ninguna parte y, en última instancia, no va tampoco a ningún lugar.

3. Hay otra mirada sobre el acontecimiento, una forma de ver y de hacer política que no mira sólo hacia atrás sino también hacia delante, que intenta comprender también una palabra fea: su productividad, su manera de afectar la realidad, la capacidad de seguir moviéndose y articulándose en órdenes diferentes, de seguir generando lenguaje, pensamiento, actualidad. Ese intento de comprensión, ese trabajo sobre el límite que ensancha y transforma los ámbitos de lo posible toca sin duda realidades pantanosas, desagradecidas, ambiguas: la estrategia, el horizonte, la voluntad de actuar consciente y decididamente para transformar el estado de cosas existente –aún sabiendo que las condiciones y el contexto de ese esfuerzo siempre vienen dados y no ceden fácilmente ante la belleza de los gestos y la solidez de las razones. Lo verdaderamente bello, sin embargo (y lo difícil también, cuando uno se plantea la obligación de no repetir errores del pasado) es constatar que este trabajo no sólo no es incompatible, sino que depende del acontecimiento que lo desborda y le da sentido, de esa forma de violencia que para Marx era la partera de la historia y para Heráclito, igual a la justicia y el origen de todas las cosas. Negri y Hardt expresan lo esencial de esta idea en un pasaje de Commonwealth: “el acontecimiento está dentro de la existencia y de las estrategias que la atraviesan”.

4. Esto tiene que ver con otra cuestión esencial: el problema de la orientación y la topología misma de la política, que hoy se presenta a menudo bajo forma de oposiciones más o menos lineares entre el arriba y el abajo, lo abierto y lo cerrado, lo vertical y lo horizontal. A la hora de enraizar un nuevo modo de pensar y hacer política, sin embargo, no vale reemplazar una metáfora con otra para decretar así la novedad absoluta del presente. Sin duda el acontecimiento del 15M desnudó una cierta concepción de la “izquierda”, una forma de ser y de hacer política que, en el caso español, funcionaba –sigue funcionando- como la inversión perversa y deformada del régimen del 78 (es la maldición inacabable del esperpento: la CT paseándose a sus anchas por el callejón del Gato). El 15M desbordó ese campo de prácticas y significaciones más o menos estables: un reparto de sentidos, nombres y tareas por el que la izquierda se fue arrinconando en una concepción de sí cada vez más estéril, que camuflaba su propia melancolía en un cinismo marginal, en el resentimiento o la derrisión de aquello que no lograba transformar. El 15M decretó la muerte de ese “último hombre” de la izquierda clásica y abrió en su lugar un campo por rearticular, aportándole una lógica y una gramática apenas esbozadas, casi enteramente por hacer. Pero la operación que ubica todo lo que ha venido sucediendo en un “afuera”, en una exterioridad radical al campo que venía ordenando “la izquierda” a su manera, corre el riesgo de olvidar sus propias raíces y, con ello, sus propias condiciones de posibilidad.

5. El pasaje de Commonwealth que he mencionado antes acaba citando, sorprendentemente, un texto del antifascista italiano Luciano Bolis. En el texto, elpartigiano sabe que su sacrificio es apenas un grano de arena en la lucha popular contra el fascismo, pero aún así afirma con palabras graves:

“Creo que los supervivientes tienen el deber de escribir la historia de esos “granos de arena” porque incluso aquellos que, por circunstancias particulares o sensibilidades diferentes, no fueron parte de aquella multitud, entienden que nuestra liberación y el conjunto de valores sobre los que se apoya se pagó con sangre, terror y expectaciones, y con todo lo que hay detrás de la palabra “partigiano”, que todavía hoy se entiende mal, se desprecia y se rechaza con una complacencia vana”

No cometamos ese error: el campo que durante décadas ordenó la izquierda de manera prácticamente hegemónica –dándole una palabra, un orden, un tiempo y un espacio aparentemente lisos en los que, sin embargo, apenas cabía el conflicto, y donde se terminó por negar el movimiento- es el mismo que ahora se trata de habitar, de articular, de poner a trabajar de otra manera. Ese campo es el intervalo entre las “dos ciudades” que nunca coinciden entre sí, el desgarro mismo que habita la democracia y que es fuente de toda emancipación, de toda igualdad, de toda política en sentido estricto. Ese campo no es sencillamente el de unas siglas, una identidad o una manera de interpretar el mundo: es el campo que está detrás de tantos y tantos nombres pasados, de muchos futuros anteriores tejidos de “sangre, terror y expectaciones”; es el campo colectivizado, tomado por las mujeres en lucha y el poder popular, el campo vaciado por el genocidio y el exilio, sacudido por demasiadas derrotas, también por algunas grandes victorias.

6. Ese campo, que habitan todas las luchas por la emancipación, hoy se nos presenta profundamente alterado, casi irreconocible, quebrado por acontecimientos que imponen la tarea de rechazar las cargas adquiridas y responder con gestos, cuerpos y lenguajes nuevos a una realidad y unas necesidades diferentes. Como dice el poema de René Char, otro gran antifascista, hoy se trata de reivindicar que “nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”: sin desterrar la propia historia, se trata de no abdicar la capacidad de ser y obrar de otra manera. Pero no nos descuidemos; olvidar qué es y de dónde viene la izquierda es olvidar qué es y de dónde viene el fascismo, olvidar que ya hubo quien juró estar más allá de las izquierdas y las derechas, ser el puro “abajo” transparente a sí mismo, liberado del pasado y de las taras de la vieja política. No nos descuidemos: hoy en día seguimos pagando intereses de aquellas deudas inconscientes, de la pesadilla que ahogó en sangre la herida misma de la que se nutría.

7. Todo ello tiene que ver con la cuestión del “nosotros” y de los adjetivos posesivos, esa pregunta en primera persona por la que se asoman todos los fantasmas. Reiner Schürmann escribió en su autobiografía que “el nosotros sin temblor me es desconocido”: es el temblor del acontecimiento, el temblor democrático que quiebra la identidad y deshace los nombres con vocación de permanencia.

Es el nosotros como un trabajo inacabable que está a la vez siempre por hacer, un proceso en construcción donde caben más dudas que verdades, donde se manifiesta una voluntad decidida que sin embargo no coincide nunca consigo misma. Es un nosotros que no sabe muy bien a dónde va, pero sí que ha perdido el miedo a decidir, a hacerse fuerte, a equivocarse; es el nosotros que hace de la igualdad una hipótesis de existencia y aspira a trabajar, codo con codo, en el proceso que mira de frente al orden de lo existente y se afana en reformular, de otra manera, la idea de su próxima abolición.

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