En una Europa cerrada, la UE abre las puertas a las tropas de Estados Unidos
Manlio Dinucci, politólogo
italiano
17 marzo, 2020
Los
Ministros de Defensa de los 27 miembros de la Unión Europea –que cuenta
22 miembros de la OTAN– se reunieron el 4 y el 5 de
marzo en Zagreb (Croacia). El tema central de la reunión no fue
cómo enfrentar la crisis del coronavirus –para lo cual ya
se decidió restringir todos los movimientos de la población–
sino cómo favorecer la «movilidad
militar».
El ensayo
decisivo en ese sentido es el ejercicio Defender
Europe 20 (Defensor de Europa 2020), programado para los
meses de abril y mayo. El secretario general de la OTAN,
Jens Stoltenberg, quien participó en esa reunión de la Unión Europea,
lo definió como «el mayor
despliegue de fuerzas estadounidenses en Europa desde el fin de la
guerra fría».
Y
ya están llegando a Europa 20 000 soldados estadounidenses para participar
en ese ejercicio, que contará también con la participación de otros
10 000 militares de Estados Unidos –que ya estaban
desplegados en suelo europeo– y de 7 000 soldados de países
miembros de la OTAN, según confirma el US Army Europe (las fuerzas
terrestres de Estados Unidos en Europa). Todos esos soldados «se esparcirán a través de la
región europea».
Las tropas
estadounidenses traerán 33 000 elementos de equipamiento militar,
desde su armamento personal hasta enormes tanques Abrams, lo cual implica
el uso de la infraestructura necesaria para garantizar el transporte de todo
ese material de guerra.
Sin embargo,
hay un problema, subrayado en un informe del Parlamento Europeo en febrero
de este mismo año:
«Desde
los años 1999, las infraestructuras europeas se han desarrollado únicamente con
objetivos civiles. Pero la movilidad militar se ha convertido
nuevamente en una cuestión clave para la OTAN. Como la OTAN carece
de herramientas para mejorar la movilidad militar en Europa, la Unión
Europea, que sí cuenta con las herramientas legislativas y financieras
necesarias para hacerlo, desempeña un papel indispensable.»
El
Plan de Acción sobre la Movilidad Militar, presentado en 2018 por la
Comisión Europea, prevé modificar «las infraestructuras
que no están adaptadas al peso o las dimensiones de los vehículos
militares». Por ejemplo, si un puente no puede
soportar el peso de una columna de tanques, habrá que reforzarlo o
reconstruirlo. Siguiendo ese criterio, la prueba de carga del nuevo
puente que reemplazará el puente Morandi, que se derrumbó
en Génova, tendrá que hacerse con tanques Abrams, de
70 toneladas. Por supuesto, esas modificaciones –inútiles para el
uso civil– implican grandes gastos, gastos que los países miembros
tendrán que asumir… con una «posible
contribución financiera de la Unión Europea».
Por consiguiente, la Comisión Europea ha previsto una
primera asignación de 30 000 millones de euros, dinero que sale de
los fondos públicos, o sea de nuestros bolsillos. El Plan de Acción
prevé además «simplificar las
formalidades aduanales para las operaciones militares y los transportes
de mercancías peligrosas de tipo militar».
El
US Army Europe solicitó el establecimiento de una «Zona Schengen militar», sólo que
la libertad de circulación no será para los civiles sino para
los tanques de guerra.
El ejercicio Defender
Europe 20 –según se dijo en la reunión
de Zagreb– permitirá «descubrir
cualquier obstáculo a la movilidad militar y la Unión Europea tendrá que
eliminarlo».
La
red de comunicaciones terrestres de la Unión Europea será así puesta
a prueba por 30 000 soldados estadounidenses que «se esparcirán a través de la
región europea» y que estarán exentos de las normas adoptadas
contra el coronavirus. Eso ya quedó confirmado en el video sobre
la llegada a Baviera (Alemania), el 6 de marzo, de los primeros
200 soldados estadounidenses. En la región italiana de
Lombardía, a unos cientos de kilómetros, rigen las normas más severas, pero
en Baviera –donde se comprobó el primer contagio europeo de
coronavirus– los soldados estadounidenses que bajaban del avión
estrechaban las manos de los representantes de las autoridades alemanas y
besaban a sus compañeros sin máscaras. ¿Será que ya están vacunados
contra el coronavirus?
También
cabe preguntarse, ¿qué objetivo tiene «el
mayor despliegue de fuerzas estadounidenses en Europa desde el fin
de la guerra fría», supuestamente para «proteger Europa de cualquier amenaza» –clara
referencia a la «amenaza rusa»–,
cuando Europa está en crisis debido a la amenaza del coronavirus?
(incluso hay un caso de coronavirus en el cuartel general de
la OTAN, en Bruselas).
Y, ya que el US Army Europe anuncia que los «movimientos de tropas y de material en Europa durarán hasta julio», surgen otras interrogantes: ¿Regresarán a Estados Unidos los 20 000 soldados estadounidenses o se quedarán en Europa con todo su armamento? ¿Resultará que el “defensor” es en realidad el verdadero invasor de Europa?
Amb tot el nostre dolor, sentim comunicar a tots els companys que Albert Escofet, després de una aferrissada lluita contra el coronavirus 19 durant molts dies a la UVI, ens ha deixat aquesta tarda. Volem expressar el nostre condol a la família i el nostre compromís per seguir lluitant pels ideals que compartíem. En els propers dies tractarem d’avançar alguna forma de fer un primer homenatge per via virtual i en el moment que sortim de l’aïllament, ens retrobarem per recordar la seva persona. Que la terra et sigui lleu estimat camarada!
Hace un par de días se publicó el primer informe de perspectivas de la economía mundial del Fondo Monetaria Internacional desde que estalló la crisis del coronavirus y todos los medios se han hecho eco de sus previsiones. Allí se estima que la crisis producirá, en el mejor de los escenarios, una caída del 3% de la producción mundial y una mayor en las economías avanzadas y en los países que dependen del turismo, los viajes, la hospitalidad y el entretenimiento para su crecimiento. Concretamente, el informe prevé que el PIB caiga en 2020 el 9,1% en Italia, el 8% en España, el 7,5% en la eurozona, el 7,2% en Francia, el 7% en Alemania y el 6% en Estados Unidos; y que, de entre todas las grandes economías, sólo China (1,3%) e India (1,9%) registrarán un crecimiento positivo este año.
En total, el Fondo estima que se perderán unos 9 billones de dólares, lo que producen Japón y Alemania juntas, y que el ingreso per cápita se reduzca en más de 170 países.
Ahora bien, estas estimaciones se refieren, como he dicho, al escenario más favorable, es decir, al que implica que la pandemia haya desaparecido en la segunda mitad de 2020, que las acciones políticas tomadas en todo el mundo sean efectivas para prevenir la quiebra de empresas y la pérdida de empleo generalizados y que no haya tensiones financieras en todo el sistema. En este caso, el FMI cree que en 2021 se produciría una recuperación rápida del crecimiento: 5,8% para todas las economías, 4,5 en las avanzadas y 4,3% en España.
Por el contrario, si la pandemia no retrocediera en el segundo semestre y hubiera que alargar lo que ya se empieza a llamar el «Gran Encierro» (rememorando a la Gran Recesión), si por esa causa empeorasen las condiciones financieras y se rompieran las cadenas de suministro mundiales, el FMI estima que la caída del crecimiento mundial no sería del 3% sino del 11%, una verdadera debacle.
De todas estas predicciones han hablado los medios de comunicación, mas lo que no dicen es que el Fondo Monetario Internacional, a pesar de tener en su seno a los que supuestamente son los mejores profesionales del mundo, es un organismo que se equivoca constantemente en sus análisis sobre la evolución de las economías y a la hora de evaluar por anticipado los efectos de las políticas que propone. No hay en todo el mundo otro organismo tan poderoso como el FMI que se equivoque tanto al analizar la realidad y predecir los hechos económicos: de las 134 recesiones que se produjeron en el planeta de 1991 a 2001 sólo supo prever 15 (la fuente de este dato ( aqui) .
El propio Fondo encargó una evaluación independiente de su actuación ante la crisis de 2008, de sus análisis y propuestas, y en ella se pusieron de manifiesto sus muchísimos y graves errores. Entre otros, transmitir una «visión idílica de la economía mundial», no advertir de las vulnerabilidades y los riesgos que provocaron la crisis, haber prestado muy poca atención a problemas fundamentales de las economías, no incorporar las señales de alerta adecuadas, no haber sabido detectar los elementos clave que estaban generando la crisis, haberse equivocado en la evaluación de las políticas económicas necesarias, promover las prácticas financieras (titulización) que luego provocaron la crisis, actuar con retraso, estar afectado por sesgos cognitivos que le impidieron ver la realidad tal cual era (como pensar que «la disciplina de mercado y la autorregulación serían suficientes para evitar problemas graves en las instituciones financieras», «tener en cuenta solamente la información que coincide con sus propias expectativas» o «ignorar la información que es incompatible con las mismas»), utilizar enfoques analíticos y modelos macroeconómicos inadecuados o haber «ignorado o interpretado erróneamente» muchos de los datos disponibles (el contenido completo de la evaluación independiente se puede leer (aqui) .
Con esta historia por detrás, el Fondo Monetario Internacional se presenta de nuevo a decirle al mundo lo que va a pasar y las políticas que hay que poner en marcha para que salgamos de una nueva crisis. Yo creo que hay que ser demasiado ingenuo o tener muy poca información para pensar que esta vez va a acertar y que sus recetas podrán ayudarnos a no caer en el abismo.
Es verdad que algo han aprendido los dirigentes y economistas del FMI y que ahora, al menos, no se está dedicando a quitarle importancia a la crisis, como hizo en 2008, para ocultar las vergüenzas de la economía inestable, débil, ineficiente e injusta que sus políticas neoliberales han contribuido a consolidar en casi todos los países del mundo durante los últimos cincuenta años. En esta crisis del coronavirus está reconociendo desde el primer momento (quizá porque se le puede echar la culpa al virus) que «esta es una verdadera crisis global, ya que ningún país se salva» pues «tanto las economías avanzadas como las economías emergentes y en desarrollo están en recesión». E incluso está proponiendo desde el principio medidas por las que se tacha de radicales, bolcheviques o bolivarianos (que está más de moda) a los economistas críticos que las venimos defendiendo. Por ejemplo, la necesidad de acordar moratorias sobre los pagos de la deuda e incluso de proceder a su reestructuración.
Me temo, sin embargo, que ese esbozo de mayor realismo va a ser insuficiente para que el Fondo Monetario Internacional deje de equivocarse y acierte ahora con sus previsiones y recetas.
No va a acertar porque sigue sin contemplar a la economía mundial como un sistema complejo en el que unos problemas conectan con otros, provocando fallos estructurales y no sólo problemas particularizados, y porque, una vez más, sus análisis no tienen en cuenta el contexto en el que se está produciendo la crisis del coronavirus. El tiempo, otra vez, dirá quién lleva razón o no.
En estos momentos es muy difícil saber el impacto inmediato del confinamiento y de la crisis que ya estamos viviendo, porque depende de lo que se tarde en controlar la propagación del virus para acabar con el encierro, total o parcialmente, y de las medidas de garantía de ingresos que se tomen. Y es materialmente imposible saber cuándo y cómo se va a producir la recuperación sin conocer las estrategias de reactivación (en el mejor de los casos) o de reconstrucción (en el peor) que se pongan en marcha.
Mi opinión es que la mayoría de los gobiernos están dando por hecho que nos enfrentamos a una «crisis temporal» que se detendrá pronto porque pronto se va a poder detener la propagación del virus y eso me parece un principio de actuación muy arriesgado. No tengo noticias de que se estén elaborando estrategias económicas para hacer frente a un posible rebrote en la segunda mitad del año y eso me hace pensar que si se produjese un Segundo Gran Encierro, como hubo una Segunda Gran Recesión, la situación sería mucho peor que la que describe el informe del Fondo Monetario Internacional.
Por otro lado, las medidas que están llevando a cabo los gobiernos son de momento claramente insuficientes y demasiado conservadoras en la mayoría de los casos. Salvo en algunos países, no se están garantizando suficientemente los ingresos de las empresas y las personas y eso puede provocar que, cuando acabe el encierro, nos encontremos con una parálisis productiva mucho mayor de la esperada.
Algunos gobiernos (el italiano ya ha comenzado a actuar en ese sentido) se están poniendo en marcha para diseñar cuanto antes estrategias de reactivación, pero la mayoría se están limitando a capear como pueden y a corto plazo al temporal, sin avanzar en planteamientos de futuro. Y, lo que es más importante, todo el mundo habla de que esta crisis nos obliga a cambiar, pero no se perciben pasos de los dirigentes mundiales y de las instituciones en esa línea de cambio. El informe del FMI que he comentado es una prueba de ello. Se reconoce la gravedad del problema, se reclaman medidas extraordinarias, pero sólo se piensa en hacer que la locomotora se ponga a funcionar a máxima potencia en la misma vía de siempre, sin tener en cuenta que esa vía, esa locomotora y el tipo de combustible que utiliza son las constantes que han llevado, y no sólo el virus, a que las economías sean tan frágiles y vulnerables y a que apenas tengan capacidad de respuesta ante un tipo de contingencias naturales y de desequilibrios económicos y sociales que la ciencia nos dice que ya se han hecho consustanciales a la civilización que hemos creado. Parece olvidarse algo fundamental que decía Einstein: «si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
Cuando haya pasado toda la crisis sanitaria del coronavirus ¿habremos aprendido algo?
¿Habremos aprendido, que ante una pandemia como la que estamos viviendo, nadie estaba preparado, pero que no es lo mismo enfrentarse a esta crisis con una sociedad equilibrada, sin bolsas de pobreza ni grandes desigualdades, que con una sociedad con niños por debajo el umbral de la pobreza, con desahuciados y trabajadores/se en precario? ¿Que cuando una sociedad está ya al límite cualquier susto es mucho más grave? ¿Que para afrontar males sobrevenidos es mucho más fácil hacerlo cuando toda la población está en condiciones vitales dignas?
¿Habremos aprendido que los recortes en sanidad, educación y servicios sociales nos están pasando factura? ¿Habremos aprendido que cuando toca dar respuestas rápidas y eficaces, la sanidad pública es la única que responde? ¿Que hay que cuidar, mimar y sobre todo financiar una buena y amplia sanidad pública, para poder afrontar crisis como el actual? ¿Que hacen falta trabajadoras y trabajadores del ámbito sanitario público, bien pagados y en condiciones laborales justas, para que puedan hacer bien su trabajo que es, nada más y nada menos, la de curarnos y no dejarnos morir?
¿Habremos aprendido que una sociedad que abandona a sus abuelos y abuelas es una sociedad fallida e inhumana? ¿Que lo que ha pasado en las residencias de la tercera edad, mayoritariamente en manos de empresas privadas, es un escándalo que no se puede volver a repetir? ¿Que hace falta que todo el cuidado de los mayores esté gestionado públicamente, buscando la mejor solución para cada persona: residencia, hospital, atención domiciliaria, apartamentos asistidos, etc.?
¿Habremos aprendido que tenemos una educación totalmente segregada por clase social que hace imposible la igualdad de oportunidades? ¿Habremos aprendido que necesitamos un sistema educativo único, público y gratuito, de calidad para todo el mundo? ¿Que los centros privados concertados no tienen razón de ser y sólo son fuente de desigualdad educativa? ¿Que la educación a distancia no es lo mismo para el alumnado que vive en condicionas sociales y económicas buenas que para el alumnado que vive en precario? ¿Que la educación presencial es absolutamente necesaria y la tarea del profesorado va más allá de hacer una conferencia virtual o pasar una app o un programa informático?
¿Habremos aprendido que parar y no poder salir de casa puede tener cosas buenas? ¿Que el estrés diario, los viajes interminables para ir al trabajo, los horarios que no permiten la conciliación, hacen que nuestra vida pase sin darnos cuenta? ¿Que jugar con hijos e hijas, conversar con ellos y ellas, cuidar de los más pequeños, inventar juegos y actividades para hacer sin salir de casa, es también un muy buen aprendizaje? ¿Que ahora tenemos la ocasión de reflexionar con los mayores sobre qué está pasando, porque pasa, qué consecuencias puede tener, para nuestra familia, para las familias más precarias, para las personas que están solas, para las personas que no tienen papeles?
¿Habremos aprendido que la soledat no es tan mala si tienes gente con quién comunicarte (virtualmente), si tienes actividades que te gusta hacer, si tienes intereses intelectuales, sociales, artísticos, literarios… que te hacen la vida agradable? ¿Que siempre hay cosas nuevas por hacer y descubrir? ¿Que seguro que tienes algunas capacidades que nunca has podido ejercitar?
¿Habremos aprendido que el sistema en el que vivimos nos está matando? ¿Que tener una sociedad organizada sólo en beneficio de unos cuántos es una barbaridad? ¿Que la competitividad de todos contra todos nos está destruyendo como humanos y está destruyendo los recursos de este planeta nuestro que es el único que tenemos? ¿Que si no somos capaces de cambiar las normas del juego volveremos a la barbarie?
¿Habremos aprendido que nos necesitamos los unos a los otros? ¿Que sólo podemos salir de esta crisis sanitaria, y de la económica que vendrá después, si buscamos soluciones para todos y todas y no dejamos a nadie en la miseria? ¿Que cuando vienen malos tiempos es la solidaridad y la ayuda mutua lo único que nos puede salvar?
¿Habremos aprendido que no podemos salir de la crisis igual que lo hicimos al anterior? ¿Que no son los bancos y las grandes corporaciones a quienes tenemos que dar el dinero? ¿Que por culpa de haber primado los beneficios de los que más tenían en la anterior crisis, ahora estamos en peores condiciones para enfrentar el actual? ¿Que los políticos tienen que estar al servicio de la gente y no de sus intereses particulares o los de su partido?
¿Habremos aprendido que lo que es común y público, igual para todo el mundo, es nuestra única salvación? ¿Que todo el dinero público tiene que ir a los servicios gestionados públicamente? ¿Que se tienen que acabar los recortes, las privatizaciones y las externalizaciones de todos los servicios esenciales? ¿Que la sanidad, la educación, los servicios sociales, los cuidados y la atención a la gente mayor no pueden estar en manos de empresas privadas? ¿Que nos es imprescindible una banca pública y renta garantizada que asegure que nadie vive en la miseria?
¿Habremos aprendido que «el mercado» es incapaz de dar soluciones y menos en tiempos de emergencias? ¿Que las condiciones laborales de los trabajadores y trabajadoras tienen que estar aseguradas? ¿Que la globalización tiene que estar al servicio de las personas y no del capital? ¿Que las migraciones han existido desde que los humanos somos humanos? ¿Que negar los derechos a las personas según dónde han nacido va en contra de la misma humanidad?
¿Habremos aprendido que la ternura y la preocupación por los demás nos hace más humanos?
En definitiva, ¿habremos aprendido que tenemos que cambiar el rumbo de nuestra sociedad si queremos que la vida valga la pena vivirla?
Todas las grandes conmociones sociales, las crisis, los desastres las guerras o las grandes epidemias, traen consigo cambios en el orden social y también en los seres humanos. Unas veces, son cambios positivos, trascendentes, que han llevado a etapas superiores de progreso humano. En otras ocasiones, ese tipo de impactos hace brotar de nuestro interior lo peor que tenemos los seres humanos, el odio, la maldad, la insolidaridad y la violencia.
Es muy pronto aún para saber qué cambios provocará, en nuestras sociedades y en nosotros mismos, la pandemia que estamos viviendo; entre otras razones, porque ni siquiera sabemos a estas alturas su magnitud ni sus efectos reales. Casi todas las personas con las que hablo y a las que leo coinciden en que va a ser inevitable que haya cambios a partir de ahora, aunque nadie sepa con antelación en qué sentido se puedan dar finalmente.
Yo me atrevo a pensar que uno de esos cambios ya ha comenzado a darse e incluso diría que está siendo obligado que comience a producirse. Me refiero al valor que le damos a las distintas cosas que tenemos a nuestro alrededor.
Según la Real Academia de la Lengua, para expresar que algo no es bastante grande, numeroso o importante, ni digno como para ser tenido en cuenta, o cuando queremos desestimarlo o tenerlo en poco, utilizamos términos como desprecio, despreciable o despreciado. Por el contrario, si lo que queremos es reconocer y estimar el mérito de alguien o de algo, o mostrar que sentimos afecto o estima hacia alguna persona o cosa diremos que lo apreciamos; lo que, según dice la misma Academia, significa «poner precio o tasa a las cosas vendibles».
Sé que hay otras palabras para expresar que cualquier cosa o persona nos parece valiosa o digna de nuestra mayor consideración, estima o afecto, pero no es casualidad que el poner precio a algo se haya convertido en una forma tan corriente de manifestarlo en nuestras sociedades.
El precio, como muy correctamente dice la Academia, se pone a las cosas vendibles y apreciar o poner precio es algo tan habitual y deseado (si se me permitiera una enorme redundancia, diría que tan apreciado) porque en la sociedad capitalista en la que vivimos hemos convertido en algo vendible lo que para cualquier ser humano es lo más valioso: la vida humana y la naturaleza.
Hay mucha personas, entre ellas bastantes economistas, que están confundidas al respecto: creen que lo característico del capitalismo es la existencia de los mercados y por eso dicen que lo distintivo de nuestra época es que vivimos en una «economía de mercado».
No es así. Mercados, como casi todo el mundo sabe, ha habido desde hace miles de años y sabemos que algunas sociedades o civilizaciones han sido tanto o más dadas al intercambio y al comercio que la nuestra.
Lo que caracteriza al capitalismo no es que haya mercado, ni tampoco que haya muchos o pocos, o de una u otra forma. Su rasgo distintivo es que ha llevado a los mercados lo que nunca había sido objeto de compra y venta: el trabajo humano, los recursos naturales y el dinero.
Para bien o para mal, no voy a entrar ahora en esto, esos tres elementos se han convertido en mercancías, lo que significa que, si se quiere disponer de cualquiera de ellos, hay que adquirirlos en un mercado pagando un precio.
Como recalcó el gran historiador Karl Polanyi, el trabajo es una parte de la vida humana, los recursos naturales naturales son la vida en su sentido más palmario y el dinero es algo indispensable para la vida pues sin él no podemos garantizarnos el sustento en las economías de mercado en las que vivimos. Resulta, entonces, que es la vida misma, lo que se ha convertido en una mercancía en el capitalismo. Dentro del mercado está lo que nos parece más valioso y expresamos su mayor o menor valor con un precio más o menos elevado. El precio -de mercado- se convierte así en el criterio decisivo para expresar, como decía al principio, lo que nos parece meritorio, digno de tener en cuenta, deseable o incluso poderoso.
Pues bien, yo creo que la epidemia que estamos viviendo nos está enfrentando a la necesidad de cambiar el criterio que usamos para valorar todo lo que necesitamos para vivir. Apenas habíamos valorado a las personas que nos salvan la vida en los hospitales, no nos importaba que tuvieran empleos precarios, jornadas extenuantes y sueldos muchas veces miserables. No nos importaba que se tuvieran que ir a trabajar a otros países porque aquí habíamos decidido darle más valor al salvamento de los bancos y hacíamos recortes en sanidad que nos impedían contratarlos. Ahora salimos a aplaudirles a las ocho de la tarde.
No le debimos dar mucho valor a la vida de nuestros padres o abuelos cuando permitimos que muchas de las residencias donde vivían fueran simples negocios, propiedad de grandes magnates o de los bancos sólo interesados en aumentar cada día más sus cuentas de resultados. Ahora, miles de personas les lloran sin ni siquiera haber podido ir a sus entierros.
De los maestros y maestras yo creo que la mayoría de la gente ni siquiera echaba cuentas, como suele decirse. Nunca nos preguntábamos cuánto cobran, ni cuántas horas trabajan, ni qué les supone el esfuerzo heroico que hacen cada día para educar a nuestros hijos en sus aulas. Ahora suspiramos por ellos, cuando somos nosotros los que tenemos que luchar día a día para dar la clase a nuestros hijos en casa.
No valoramos nuestro campo, ni a los comerciantes más cercanos, pagábamos con más gusto lo lejano y nos creíamos que vivíamos en un mundo infinito en donde nada nunca se acababa, que de cualquier sitio vendría enseguida todo lo que necesitáramos. Ahora se paga una fortuna por una mascarilla, nadie encuentra guantes, no hay respiradores y veremos a ver si dentro de poco nos cuesta aprovisionarnos de lo más necesario para el día a día. Empezamos a darnos cuenta de que hubiera sido más seguro que muchas de esas cosas se hubieran producido cerca y por nosotros mismos; y respiramos tranquilos cuando recibimos un folleto que nos informa de que hay cooperativas, pequeños negocios y gente emprendedora que ahora nos suministra lo más básico que tanto necesitamos. No le dimos valor a los oficios, al trabajo de cuidados, a los transportes, a las fuerzas de seguridad, a lo más cercano y no nos preocupó su precariedad; ahora recurrimos a ellos para que nos presten auxilio.
Le dimos valor a las palabras de quienes nos decían que lo público es el problema y que es mucho mejor que cada uno se las arregle como pueda. Despreciamos lo común y los impuestos nos parecían un precio demasiado alto, hubo manifestaciones en las calles para eliminarlos, y nos nos pareció necesario financiar con ellos a nuestros servicios públicos. Ahora, a ese mismo Estado al que no quisimos dotar de recursos le pedimos, incluso sus más acérrimos enemigos, que se haga cargo de todo y que sean los servicios públicos quienes nos salven.
Nos sorprende ahora y nos maravilla el aire limpio, la atmósfera nítida y el agua de los ríos tan transparente. Antes -y al revés de tantas otras cosas que ahora, sin embargo, nos resultan insignificantes- no nos parecía que fuese necesario pagar por ello y permitíamos que saliera gratis ensuciarlos y destruir nuestro medio ambiente.
Al trabajo de limpiar nuestras casas, de cocinar, de cuidarnos dentro de ellas, a eso… bueno, a eso no le dimos valor ninguno, ni siquiera lo consideramos trabajo cuando lo hacían principalmente las mujeres. Y si se contrataba a alguien externo se le pagaba lo menos posible, cuando no se le explotaba con jornadas que no terminan nunca. Ahora, muchos estarán aprendiendo lo que cuesta ese trabajo, si por fin lo realizan; o, al menos, apreciarán en mucha mayor medida su valor tan grande cuando tienen que permanecer tanto tiempo en su casa y desean hacerlo confortablemente.
Antes salíamos deprisa del trabajo y dedicábamos nuestro tiempo libre a ver televisión y a encerrarnos en casa. Ahora echamos de menos los parques, salir a caminar y respirar al aire libre. Apenas nos parábamos a hablar unos con otros y ahora empezamos a conocer a nuestros vecinos, cuando hablamos con ellos de ventana a ventana; o estamos deseando hacer lo que antes casi nunca se nos pasaba por la cabeza, dar un abrazo a los amigos, a los compañeros de trabajo o a nuestros familiares más cercanos, en lugar de limitarnos a verlos a través de una pantalla.
Antes salíamos disparados cuando nos encontrábamos con un conflicto familiar. Ahora empezamos a darnos cuenta de que hay que saber templar, que no nos queda más remedio que hablar y aprender a convivir en paz.
Antes vivíamos como si fuésemos a vivir siempre, como si la vida fuera un don eterno que nunca se fuese a acabar, pasara lo que pasara o hiciéramos nosotros lo que hiciéramos. Ahora, quien quiera mirar, puede verle claramente las orejas al lobo, y no sólo a este virus: he leído que hay como unos 300.000 más de cuya existencia no sabemos y que potencialmente podrían hacernos lo mismo o quizá daños peores. Por no hablar de las demás amenazas que nos acechan si seguimos violando las leyes de la naturaleza.
Nos creemos eternos y superpotentes pensando que podemos vivir la vida haciendo con ella cualquier cosa con tal de ponerle precio a todo. Le damos valor sólo a lo que compramos y ahora quizá nos demos cuenta de que lo valioso ni se compra ni se vende en los mercados, sino que lo que de verdad tiene valor es el buen vivir, rodearnos de amor y sentir que nuestros corazones están en paz. O incluso simplemente vivir.
No estoy ni mucho menos seguro de que esto sea lo que finalmente ocurra, pero quizá esta crisis nos enseñe que el precio de las cosas es algo muy distinto a su valor; que no debemos seguir cayendo en la insensatez de creer que podemos hacer cualquier cosa con tal de pagar por ello y que no es verdad que aquello por lo que no se paga un precio de mercado carece de valor.
Antonio Machado puso en boca de Juan de Mairena una sentencia sublime: «todo necio confunde valor y precio». Yo me conformaría si de esta pandemia salimos todos un poco menos necios.
Lo acordado por los ministros de economía y finanzas en esta última reunión es lo siguiente:
– Utilizar un fondo de garantías del Banco Europeo de Inversiones por valor de 200.000 millones de euros para facilitar que se le concedan créditos puente (provisionales) y otros tipos de ayudas crediticias a las empresas.
– Dedicar hasta 240.000 millones de euros a préstamos concedidos por el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) con el único requisito de que se dediquen a «apoyar la financiación nacional de los costos relacionados con la atención médica, la cura y la prevención directa e indirecta debidas a la crisis del COVID 19» y por una cuantía máxima del 2% del PIB del país solicitante. Una vez que termine esta crisis, los préstamos que se soliciten estarán sujetos a las estrictas condiciones habituales de ajuste y estabilidad presupuestaria.
– Conceder hasta 100.000 millones de euros, aprovechando el presupuesto de la UE en la mayor medida posible, en préstamos de asistencia financiera de carácter temporal para «proteger el empleo en las circunstancias específicas de emergencia de la crisis COVID-19».
Me cuesta trabajo ser cansino y tener que repetir otra vez lo mismo que vengo diciendo sobre las decisiones de los líderes europeos. Pero si le dedico tiempo de un Viernes Santo a criticarlos es porque tengo la convicción de que se están equivocando. Parece que no se dan cuenta de la gravedad de lo que está pasando y de que están poniendo en peligro el futuro de Europa cuendo están dispuestos a que Italia y España entre irremediablemente en una gravísima crisis de deuda en los próximos meses. El acuerdo de ayer me parece, como he dicho, tardío, insuficiente e inadecuado por las siguientes razones.
– Además de llegar con varias semanas de retraso debido a las diferencias entre los gobiernos, va a proporcionar demasiado tarde las ayudas porque no se establecen de forma directa a quienes las están necesitando en este momento (los gobiernos, las empresas y los hogares). Se concederán a través del Banco Europeo de Inversiones, al que deberán recurrir los gobiernos, del MEDE, quien al menos necesitará dos semanas para tener disponibles los fondos que luego deberán llegar a los gobiernos, y porque las ayudas al empleo ni siquiera se sabe cómo van a disponerse.
Se puede justificar en mayor o menor medida este retraso pero lo cierto es que se trata de una falta de diligencia como la que se produjo en la anterior crisis que termina afectando muy negativamente a la recuperación de las economías. Mucho más, teniendo en cuenta la máxima gravedad de la situación económica en la que estamos.
– Las tres medidas implican proporcionar crédito y, por tanto, aumentar la deuda en lugar de aliviar la que necesariamente se está generando cuando los gobiernos hacen frente a un desastre natural como es la pandemia del Covid 19.
Como he comentado en otros artículos anteriores, lo que las economías afectadas por la paralización de la actividad necesitan es ayuda directa, líquida, y no préstamos. Unos préstamos, además, que no sólo llegan con retraso y si se es capaz de superar una dificultad tras otra en las oficinas bancarias, sino que, a la postre, van a suponer una sobrecarga más a empresas que ya están en bastantes dificultades y en peligro de cerrar.
– El acuerdo sobre los préstamos del MEDE supone violar la letra del Tratado que lo creó, el cual establece claramente que esos préstamos se dan, no con carácter preventivo y sin condiciones como dicen que se van a dar ahora, sino cuando los países solicitantes se encuentran en graves condiciones macroeconómicas y a cambio de compromisos de ajuste muy rígidos.
Una vez más, como cuando los resultados de los referéndum no convienen o cuando el Banco Central Europeo usa la puerta de atrás para financiar a los gobiernos, los dirigentes de la Unión Europea se saltan a la torera, según les convenga o no, las normas comunitarias. Pero qué casualidad, dicen que no se las pueden saltar -ni siquiera en situación de emergencia sanitaria- cuando se trata de limitar el privilegio bancario como señalaré más abajo.
– El acuerdo moviliza una cantidad de fondos claramente insuficiente. Básicamente, porque la ayuda que podría ir más directamente dirigida a los gobiernos (la del MEDE) se contempla para hacer frente tan sólo a los costes sanitarios, cuando es evidente que el Covid 19 produce otros, quizá mucho mayores, si se quiere evitar que cierren miles de empresas, se multiplique el desempleo y millones de personas se queden sin ingresos.
Al dejar fuera los costes de salvación de las economías y limitarse a los sanitarios, se va a dar lugar a que algunos países, en estos momentos sobre todo Italia y España, se sitúen en una posición de gran riesgo macroeconómico en los próximos meses y, entonces, lo que recibirán no serán ayudas generosas sino un rescate muy oneroso, sobre todo, para la población de menor renta. Incluso al margen de esta consideración, el volumen de ayuda es claramente limitado si se compara no ya con las que están movilizando otras potencias como Estados Unidos o el Reino Unido sino incluso algunos países miembros de la UE, como Alemania.
– Estas medidas requerirán, en mayor o menor medida según los casos o los países, la intermediación de la banca. Sin embargo, los hechos están demostrando que el sector no está siendo capaz de actuar con agilidad, de adelantarse a las demandas y de satisfacerlas como sería necesario. A pesar de que es urgentísimo que las empresas reciban las ayudas y el apoyo financiero y a pesar de los incentivos que los bancos europeos están recibiendo del Banco Central Europeo y de los gobiernos, el 3 de abril mantenían inmovilizados 250.850 millones de euros que podrían estar sirviendo para ayudar a miles de empresas. Y cualquiera que conozca la realidad de las oficinas bancarias sabe los problemas de todo tipo con los que se están enfrentado muchas empresas y trabajadores autónomos cuando solicitan los préstamos.
– Esto último que acabo de señalar es una prueba más de que el canal utilizado por la Unión Europea para proporcionar la ayuda común y los recursos imprescindibles que necesitan sus estados miembros para salvar sus economías no es el adecuado.
En cuanto comenzó a extenderse la epidemia y a manifestarse su magnitud, los dirigentes de la Unión y del Banco Central Europeo coincidieron en que era imprescindible una gran intervención fiscal de los gobiernos para hacer frente al gasto sanitario inmediato y al que era necesario realizar si se quería evitar el cierre de miles de empresas o ir a una larga depresión económica si no se las protegía. Y llevaban razón.
Sin embargo, ha bastado muy poco tiempo para comprobar que esa intervención tendría que ser mucho más cuantiosa de lo que inicialmente se pudiera haber previsto y que los gobiernos van a tener que endeudarse en una gran cuantía para poder financiarla. Y ahí es donde se está produciendo el gran error de la Unión Europea. Las medidas que está adoptando o aumentan la deuda de las empresas o la de los gobiernos o la de ambos. En cualquiera de los casos, en beneficio de la banca privada. No ayudan sin aliviarla, como habría que hacer y como se podría hacer si se quisiera.
Algunos gobiernos europeos se han opuesto a adoptar medidas mancomunadas para hacer frente a la situación porque no desean asumir la deuda que generen los demás y eso es comprensible, pero es que no se trata de eso. Se trata de gestionar mancomunadamente toda la deuda que es inevitable que se produzca a causa de la pandemia, asumiendo cada uno su cuota parte, mas tratando de reducir sus costes globales. No ya por el ahorro que eso suponga sino porque una crisis de deuda en Italia o España (y mucho más si es de los dos al mismo tiempo) no sería como la de Grecia sino algo mucho más peligroso para la estabilidad de todos los países miembros y para la Unión Europea en su conjunto.
Esta estrategia inteligente, consistente en asumir cada país su responsabilidad pero gestionando la deuda de todos los países miembros conjuntamente, puede llevarse a cabo a través de dos posibles vías. Una más cara y lenta y otra mucho más barata y efectiva.
La primera fórmula es emitiendo cualquier tipo de bonos mancomunados que, como he dicho y en contra de lo que se puede creer, no tienen por qué suponer una misma carga ni responsabilidad para todos los países. Otra (que incluso podría ser complementaria de la anterior) es que el Banco Central Europeo financie directamente la deuda, es decir que proporcione el dinero que necesitan los gobiernos, naturalmente bajo el control y el seguimiento necesarios para evitar cualquier efecto colateral adverso.
Es cierto que esto último podría producir alguna subida de precios, pero también se va a provocar inflación y quizá en mayor medida si se cierran miles de empresas y se rompen las cadenas de suministro por no actuar rápidamente y con suficientes recursos. Y, en todo caso, el coste de esa posible inflación sería mucho menor que el que llevará consigo la mala y retardada actuación que hasta ahora están llevando a cabo las autoridades europeas.
La conveniencia de que los bancos centrales, en nuestro caso el BCE, intervengan directamente para proporcionar ayuda directa a los gobiernos (o incluso a las empresas y familias) la defienden cada vez más economistas de todas las tendencias. Ayer se anunció que el Banco de Inglaterra va a financiar directamente al gobierno. El gobernador del Banco de Francia y miembro del Consejo de Gobierno del BCE, François Villeroy de Galhau, ha reconocido que se puede contemplar la posibilidad de que éste ultimo financie directamente a las empresas. Y muchos otros economistas bastante ortodoxos, como Nouriel Rubini o Gregory Mankiw por citar sólo a dos, están defendiendo que se haga igual con las personas. De hacer esto (financiar directamente a empresas y hogares) el Banco Central Europeo no sólo estaría salvándo a miles o millones de ellos y evitando la depresión que vendrá con toda seguridad después si eso no se hace, sino que estaría sorteando la prohibición de financiar directamente a los gobiernos, que se fijó en el Tratado de Maastricht para que la banca privada llevara a cabo el que quizá esté siendo el negocio más rentable de la historia.
La Unión Europea no puede correr el riesgo de equivocarse gestionando una crisis sanitaria de la envergadura que tiene la que ha provocado el coronavirus. Se está equivocando y está dando lugar a que cada día más europeos nos preguntemos si realmente vale la pena seguir en una Europa tan torpe y con unas prioridades políticas y económicas tan inmorales. Luego nos dirán que somos populistas.
Italia ha sido el primer país en sufrir la propagación de coronavirus y, por tanto, en padecer también las dramáticas consecuencias económicas que lleva consigo. Y como la situación de sus finanzas nacionales y de su economía en general era ya problemática antes de la epidemia, es lógico que ahora se encuentre en condiciones especialmente difíciles que son objeto de todo tipo de críticas e interpretaciones.
Cuando en la Unión Europea se ha planteado la necesidad de tomar medidas, algunos países, encabezados por Alemania y Holanda, se niegan a adoptar soluciones mancomunadas -como ya es bien sabido- porque consideran que Italia, como España y otros países del sur, tiene una larga historia de incumplimientos y despilfarro financiero.
No voy a poner en duda aquí que la historia económica reciente de Italia está plagada de hechos y decisiones que hacen muy difícil lograr equilibrio económico y financiero, avance productivo y tecnológico y bienestar social. Su inestabilidad política, la corrupción, la Mafia, la desigualdad territorial y personal, entre otros factores que ya son casi consustanciales a su estructura social son, como digo, obstáculos casi insalvables para progresar económicamente.
Todo ello lo sabe casi todo el mundo y se airea constantemente para justificar el innegable estancamiento de la economía italiana durante las últimas décadas. Lo que no se suele decir es que todas esas circunstancias, por muy importantes que sean, no son las que de verdad lo explican. Como tampoco es verdad que el despilfarro y el incumplimiento de las reglas europeas de estabilidad y austeridad hayan sido la cusa del deterioro de su economía. Se olvida decir justamente lo contrario: Italia ha sido el país que las ha cumplido más estrictamente y es precisamente eso lo que ha ocasionado que su economía haya ido tan mal en las últimas décadas.
Estoy seguro de que la lectura de esta última frase puede haber sorprendido a muchos lectores pero los datos no dejan lugar a dudas. Así lo puso de manifiesto Servaas Storm, un economista casualmente holandés, en un documento de trabajo del Institute for New Economic Thinking (INET) de Nueva York publicado en abril del año pasado.
Para no cansar aquí con muchos datos basten dos para comprobar el declive de la economía italiana desde 1991, un año antes de que se aprobara el Tratado de Maastricht y cuando comenzaron las políticas de ajuste para tratar de cumplir las reglas fiscales establecidas allí. En aquel año, 1991, el ingreso neto promedio de un hogar italiano (en euros de 2010) era de 27.499 euros y en 2016 había caído a 23.277 euros, una pérdida de renta y poder adquisitivo que habían sufrido todos los grupos sociales, aunque desigualmente: un 6% los más ricos y un 25% los más pobres.
En el primer año, 1991, el PIB italiano era el 94% del PIB promedio del grupo de países con mejor rendimiento del euro (Alemania, Bélgica, Francia y Países Bajos). Ahora, es del 74%.
Los problemas de la economía italiana comenzaron cuando en aquel ya lejano año de 1991 las reglas de austeridad fiscal establecidas en Maastricht obligaron a tomar medidas para combatir su elevado porcentaje de deuda pública (alrededor del 117% del PIB en 1994) y para mantener controlada la inflación. Muy pronto, los sucesivos gobiernos italianos se pusieron manos a la obra y aplicaron sin descanso las directrices de Maastricht: se recortó el gasto público (la presión fiscal sobre el PIB prácticamente se ha mantenido constante en todo este periodo) y se llevaron a cabo sucesivas reformas laborales que lograron reducir salarios con el fin de evitar la presión de costes de las empresas, pues la doctrina dominante consideraba que la producida por los salarios es la que provoca la inflación.
Gracias a los recortes de gasto, Italia consiguió registrar un superávit primario (es decir, sin contar el pago de los intereses) promedio del 3% durante el periodo que va de 1995 a 2008, cuando Francia tuvo un déficit promedio del 0,1% y Alemania un superávit de sólo el 0,7%. Eso significó que, sin contar los intereses, Italia redujo en cuarenta punto el porcentaje de su deuda pública sobre el PIB, ocho veces más que Alemania. Sin embargo, ese esfuerzo tan grande en el recorte de gasto no fue suficiente: al tener en cuenta el pago de los intereses, la deuda no sólo no bajó sino que subió 23 puntos.
Incluso en la etapa posterior a la crisis de 2008, Italia ha seguido recortando gastos más que ningún otro país de los más grandes de la eurozona. De 2008 a 2018 ha tenido un superávit primario promedio del 1,3% (incluso del 2% en 2012-2013) cuando el promedio de los cuatro países antes citados ha sido prácticamente del 0%.
¿Qué le ha ocurrido entonces a la economía italiana, de dónde procede su declive? ¿realmente le va mal porque su gobierno despilfarra recursos y porque no cumple con los preceptos europeos? Ya hemos visto que no, porque mantiene superávits primarios, es decir, que gasta menos de lo que ingresa si se dejan a un lado los intereses.
Las causas del declive de la economía italiana son dos y ambas tienen que ver con las normas establecidas en la eurozona. La primera, como acabo de señalar, es que ha tenido que pagar unos intereses muy elevados desde que el Banco de Italia dejó de financiar al gobierno y tuvo que recurrir a los mercados. Y la segunda, que la austeridad continuada, los recortes salariales y de gasto público han debilitado muchísimo su demanda interna y, al final, también la externa, su capacidad exportadora. La explicación es bastante simple y lógica y en el trabajo que he citado de Storm vienen todos los datos que lo prueban.
Para entenderlo lo que le ha pasado a la economía italiana hay que saber que las economías tienen dos motores: la demanda interna (el consumo de las familias, la inversión de las empresas y el gasto público) y la demanda externa (las exportaciones). Al bajar la masa salarial, el consumo de los hogares lógicamente se reduce. Además, con salarios más bajos y con condiciones de negociación más favorables, las empresas intensifican el uso del trabajo (temporal y más precario) en perjuicio de la innovación y de la inversión que aumenta la capacidad productiva. Es normal y ocurre siempre: si un factor es más barato (en este caso, el trabajo), las empresas tienen más incentivo para utilizarlo y la inversión de las empresas en capital baja.
Al aplicar las reglas de estabilidad financiera, se reduce el gasto público, lo cual disminuye tanto el gasto en consumo como en inversiones en infraestructuras y en los servicios que son esenciales para favorecer el emprendizaje y la creación de riqueza productiva. Los datos en este sentido son abrumadores: precisamente porque Italia aplicó con más ahínco las reglas de austeridad de Maastricht, la demanda interna de su economía aumentó muy poco de 1992 a 2028, sólo un 7%, frente al incremento del 33% de la francesa y del 29% de la alemana. Pero eso no fue todo. Con la menor productividad que generan los salarios más bajos, con menos inversión empresarial y con un gasto público tan recortado, las empresas exportadoras también se resienten. Los bajos salarios permiten que se mantengan las empresas menos productivas y la menor y más antigua capacidad productiva del capital asistente, la menor investigación básica y el insuficiente apoyo del sector público hacen que la capacidad exportadora termine también perjudicada, y eso fue lo que pasó a Italia.
La política impuesta desde Europa no sólo reduce el gasto público sino que debilita a todos los motores de la economía y eso termina por frenar su crecimiento y produciendo el efecto paradójico de que, en lugar de disminuir la deuda lo que hacen es aumentarla. No puede ser de otro modo cuando se taponan las fuentes de alimentación de la actividad económica. El Ministerio de Finanzas italiano mostró que sólo de 2012 a 2015 la política de recorte de gasto provocó una caída del 5% en el PIB y del 10% en la inversión.
Las reglas de Maastricht y las políticas sucesivas de la Unión Europea son una insensatez: buscan el mayor crecimiento y, sin embargo, obligan a llevar el freno pisado constantemente. Aunque nada de eso se hace gratuitamente. El aumento constante de la la deuda incrementa sin cesar el negocio de la banca y la acumulación de déficits estructurales en los países del sur aumenta los excedentes en los del norte.
Y eso no ha pasado sólo en Italia o en otros países del sur. El crecimiento del PIB per cápita de los cuatro grandes referentes del euro (Alemania, Bélgica Francia y Países bajos) fue de un reducido 1,24% de promedio entre 1992 y 2018, muy por debajo del registrado en las grandes economías fuera del euro, como Canadá, Estados Unidos, Noruega, Reino Unido o Suecia.
Italia es un ejemplo muy claro del daño que han hecho las políticas europeas y también una advertencia. Al concluir su trabajo, Servaas Storm escribía que mantener estas políticas conllevaba un riesgo: «un colapso de la estabilidad política y social».
Imagínense cómo será ese riesgo ahora, con la exigencia de mayor gasto que plantea la epidemia y con el absurdo empecinamiento de los líderes europeos que les impide cambiar la orientación de unas políticas cuyo fracaso está claramente demostrado, como en el caso de Italia.
Como dice Storm, la enfermedad de la economía italiana (y la de otras de la eurozona) se llama iatrogenia, la que produce el propio médico a su paciente. La seguiremos padeciendo mientras no se cambie por otro.
El confinamiento no es igual para todas las
personas y refleja la desigualdad social
Carlos Martínez García
O en un piso con tu torturador criminal
vigilándote todo el día y follándote cuando le apetezca a él aunque tú le odies.
El confinamiento tiene clases, los perros de los barrios bien o de clase
trabajadora con mejor estabilidad laboral, pueden pasear, pero los niños de
pisos mínimos y sin condiciones, no. Los niños y niñas de los colegios privados
tienen ordenador y televisión en su habitación propia, reciben clases virtuales
de sus colegios pijos, pero las niñas y los niños de las clases humildes y
trabajadoras más precarias no tienen ordenador en casa y no reciben atención
alguna educativa.
Hay quienes llaman a los esclavos de las bicicletas de empresas que no pagan impuestos en España a que les traigan pizzas, cervezas, gambas y muslitos de pollo frito a sus casas y otras personas se ven obligadas a racionar, comer pasta sin aliñar o refritos y no pueden llamar a nadie. Hay gentes que viven en pisos mínimos, millones, con varios de familia y la tremenda congoja de saber que cuando esto se acabe no tendrán trabajo y no saben que harán. Personas que no saben desenvolverse en un banco para pedir las ayudas del Gobierno y que no tienen quien les apoye o un móvil en condiciones con los que rastrear las páginas web del Gobierno que están permanente colapsadas y necesitan el dinero para comparar un paquete de arroz y un bote de tomate para que sus niños coman una semana.
El confinamiento tiene clases, pero eso pisos
pequeños, los pisos de las «casas sindicales» de los años cincuenta o
sesenta nunca les sacan en la televisión, malditos sean. Hay mucha injusticia y
se está generando mucha rabia en esos «hogares» sin esperanza.
Ya no hay ministros o ministras obreras, ya no
hay partidos obreros y se nota. Antes los partidos obreros facilitaban que
personas que habían sufrido la explotación llegarán al poder y lo hicieron
bien, muy bien, solo hay que ver la historia del movimiento obrero y sus
historias personales. Por eso quienes sufrimos nos hemos de organizar y no
quedarnos encerrados. Los corruptos que nos roban deben pagar y dejar de llevar
una corona. El confinamiento tiene clases, por eso existe la lucha de clases
aunque no lo sepamos. Por eso necesitamos lo público y el reparto. Por eso
hemos de recuperar el orgullo de clase, la solidaridad de clase, la
organización de clase.
Por eso quienes comenzaron a destruir la
sanidad pública tienen que pagarlo muy caro. Quienes se creen que todo el mundo
puede ir a un banco a gestionar ayudas sin saber, sufriendo además el “chuleo”
del banco no viven en este mundo, viven en el de los amos.
Sanidad pública, banca pública, escuela pública
de mucha más calidad, vivienda pública… Reparto. Mientras tanto se hace
necesario que los que sufren, trabajan con sus manos o su cerebro, no tienen
altas oposiciones a altos cuerpos de la administración, o saben lo que es vivir
el paro, manden.