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    Europa no se cansa de equivocarse: ¡Qué desgracia!

    Europa no se cansa de equivocarse: ¡Qué desgracia!

    Juan Torres López

    Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’

    8 ABRIL, 2020

    La ministra de Economía, Nadia Calviño, conversa con el ministro de Finanzas holandéz, Wopke Hoekstra, en una reunión del Ecofin en Bruselas. AFP/Aris Oikonomou
    La ministra de Economía, Nadia Calviño, conversa con el ministro de Finanzas holandéz, Wopke Hoekstra, en una reunión del Ecofin en Bruselas. AFP/Aris Oikonomou

    Francis Bacon decía que el disimulo es una sabiduría abreviada y cuentan que al rey Luis XI de Francia le gustaba decir que quien no sabe disimular, no sabe reinar.

    Me vienen a la mente estas frases tras el nuevo fracaso de la reunión del Eurogrupo. Los líderes europeos ni siquiera disimulan sus desavenencias para mostrar solidaridad ante el infortunio y la muerte de los miles de ciudadanos a quienes gobiernan. Cuando escribo a primeras horas de la mañana estas líneas ni siquiera se sabe si había terminado su reunión, pues anunciaron que seguirían discutiendo por la noche. Pero me temo que no hace falta esperar para saber que ha sido un fracaso.

    Está mal que los diferentes países de la Unión Europea hayan sido incapaces de llegar a un acuerdo sobre las medidas concretas que podrían adoptarse para hacer frente a la pandemia. Aunque, reconociendo las dificultades innegables que plantea una situación como la que estamos viviendo, podría admitirse que eso ocurriera y que se tardara en encontrar la mejor fórmula para proporcionar a países tan dispares una solución adecuada para cada uno de ellos.

    Sería lógico que, para llegar a un acuerdo satisfactorio para tantos países concernidos, hubiera que recorrer un camino tortuoso y creo que cualquier persona sensata entendería las dilaciones. Lo peor, sin embargo, lo verdaderamente lamentable no es la lentitud, ni la disensión técnica, aunque esto muestre que la Unión Europea es un armatoste que resulta ineficaz cuando la sociedad tienen problemas que reclaman medidas urgentes para evitar, como en este caso, la muerte de miles de personas. Lo que está hundiendo a la Unión Europea es que ni siquiera sepa disimular que sus dirigentes son incapaces de actuar fraternalmente, de expresar de vez en cuando palabras de solidaridad y de ayuda y que, al menos, tienen la sabiduría abreviada de la que hablaba Bacon. Todo lo contrario, están dándole la razón a Luis XI: los líderes europeos no saben reinar.

    En su fabulosa novela Trafalgar, Pérez Galdós se refiere a la actuación del pueblo de Cádiz tras el desastre diciendo que «jamás vecindario alguno ha tomado con tanto empeño el auxilio de los heridos, no distinguiendo entre nacionales y enemigos, antes bien equiparando a todos bajo el amplio pabellón de la caridad (…) Quizás la magnitud del desastre apagó todos los resentimientos» y enseguida se hace una pregunta retórica: «¿No es triste considerar que sólo la desgracia hace a los hombres hermanos?».

    A los dirigentes de la Unión Europea les está pasando lo contrario. Ni en medio de un desastre son capaces de dejar a un lado los resentimientos para hacer políticas auténtica y eficazmente humanitarias, ni la desgracia les está ayudando a actuar como hermanos. Ni ante la muerte son capaces de ser grandes y generosos.

    Al paso que vamos, la catástrofe que vamos a padecer los europeos no va a ser la que directamente provoque el coronavirus sino la irresponsable actuación de nuestros líderes.

    En la reunión de ayer se discutía la forma de movilizar 500.000 millones de euros. Una cifra de por sí ya insuficiente si se tiene en cuenta que ya hay estimaciones del daño que se va a producir que indican que sólo un país como España podría tener una pérdida de actividad en un primer año equivalente a la mitad de ese medio billón de euros.

    Según han informado los medios, en la mesa de la reunión estaba distribuir esa cantidad en tres medidas: 200.000 millones para que el Banco Europeo de Inversiones proporcione garantías paneuropeas a los bancos; otros 200.000 millones para que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) conceda préstamos de rescate (dando por hecho que va a haber que rescatarlos), sobre todo, a España e Italia; y 100.000 millones para ayudas al desempleo (dando, pues, por hecho, que no se va a evitar sino que va a multiplicarse).

    Como en ocasiones anteriores, Alemania y Holanda se atrincheran para obligar a que la intervención y las ayudas no sean, en ningún caso, mancomunadas; para que los préstamos del MEDE vayan unidos a condiciones que obligarían realizar nuevos recortes; y para evitar por todos los medios que las ayudas al empleo se consoliden, convertidas más adelante en un seguro de desempleo europeo.

    Esas tres medidas, para colmo, ni siquiera concitan el acuerdo de los países más afectados, Italia y España. Los italianos se niegan, con razón y por dignidad, a ser rescatados por el MEDE. España afirma que no necesita todavía esa posible ayuda (lo cual, por cierto, sorprende porque hay miles de empresas y autónomos que todavía no han recibido ayuda alguna) pero estaría dispuesta a ceder, recibiendo el préstamo del MEDE, si no conlleva una condicionalidad muy dura y a cambio de que se ponga en marcha un Plan Marshall que facilite la reconstrucción. Una apuesta arriesgada esta última porque equivale a dar por hecho que la destrucción se va a producir, en lugar de luchar por evitarla.

    El error de todos estos dirigentes es histórico y fatal porque, a diferencia de lo que ha solido ocurrir en otras crisis anteriores, ahora hay una coincidencia bastante grandes entre economistas de muy diferente signo o matiz ideológico.

    Incluso alguien tan poco sospechoso de extremismo, el anterior presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, ha defendido prácticamente el mismo camino de actuación que llevamos reclamando muchos economistas de todas las tendencias en las últimas semanas.

    En un artículo publicado en el Financial Times el pasado 25 de marzo (aquí), dice que el coronavirus es «una tragedia humana de proporciones potencialmente bíblicas» que «una recesión profunda es inevitable» y que el desafío al que hay que enfrentarse es el de actuar «con suficiente fuerza y velocidad para evitar que la recesión se transforme en una depresión prolongada… que deje un daño irreversible». Y con rotundidad afirma que la respuesta va a implicar implicar un aumento significativo de la deuda pública porque «la pérdida de ingresos sufrida por el sector privado… debe ser absorbida, total o parcialmente, por el presupuesto del gobierno».

    Draghi afirma que «debemos proteger a las personas de perder sus empleos en primer lugar» pero también es esencial, sigue diciendo, «que todas las empresas cubran sus gastos operativos durante la crisis, ya sean grandes corporaciones o incluso más pequeñas y medianas empresas y empresarios autónomos».

    Para que eso sea posible, Draghi dice que «los bancos deben prestar rápidamente fondos a coste cero a las compañías que pueden salvar el empleo» y para que eso sea posible reclama que se movilice todo el sector financiero europeo con la ayuda de capital si hace falta de los gobiernos.

    Si se actúa así, sigue diciendo, «los niveles de deuda pública habrán aumentado. Pero la alternativa, una destrucción permanente de la capacidad productiva y, por lo tanto, de la base fiscal, sería mucho más perjudicial para la economía».

    Lo que dice Draghi es lo que vengo diciendo en las últimas semanas y me alegra que alguien con tanta información y crédito lo corrobore, aunque no comparto con él el dejar a un lado al Banco Central Europeo a la hora de dar soluciones (ni tan siquiera lo cita en su artículo). A mi juicio, es la pieza fundamental para evitar que ese incremento de deuda que él ve imprescindible se convierta en una losa fatal pasado mañana. Dejarlo de lado es un error descomunal y tengo la completa seguridad de que, antes o después, tendrán que rectificar para obligarle a actuar con toda su potencia.

    Coincido, en fin, con un vaticinio último de Draghi que yo desearía que fuese un simple error de predicción: «el coste de la vacilación puede ser irreversible».

    La situación europea es muy preocupante no sólo porque sus ministros de economía y finanzas y sus jefes de gobierno vacilan, sino porque ni siquiera logran disimular ante los europeos de todas las nacionalidades y grupos sociales para mostrar que, al menos ante la desgracia, son capaces de darse la mano y de hablar sin reproches para transmitir mensajes de esperanza, de cooperación y solidaridad. Con su desunión condenan a sus pueblos y prenden fuego a la Unión Europeo. Será un milagro que los pueblos no le devuelvan la factura pero, al final, seguro que no la pagan los burócratas que gobiernan las instituciones europeas sino, otra vez, la población más débil y necesitada. Están convirtiendo a Europa en una verdadera desgracia.

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    Los poderes acechan; los peligros también

    Los poderes acechan; los peligros también

    MANOLO MONEREO

    Manolo Monereo es politólogo y fue diputado de Unidos Podemos (UP) por Córdoba

    • «Que ya no se hable de la trama es la señal inequívoca de que ha ganado la partida»
    • «Sobredimensionar a Pablo Iglesias y a UP es parte de una estrategia, su objetivo es Pedro Sánchez»
    • «Ahora de lo que se trata es de romper el gobierno para debilitar la posición del presidente y que se ‘ablande’ y se avenga a unos nuevos Pactos de la Moncloa”
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      A la memoria de Luciano Gallino, ejemplo de lucidez y coraje moral en tiempos duros y terribles
    • ¿Sigue existiendo la trama? Ya no se habla de ella. Me refiero al complejo de poder conformado por los grandes grupos financieros y empresariales, parte significativa de la clase política y mediática que emergieron con una fuerza inaudita en la anterior crisis y que, en gran medida, la dirigieron y controlaron; sin embargo, sigue estando ahí. Que no se hable de ella es la señal inequívoca de que ha ganado la partida. Normalización y normalidad se mezclan y se organizan mutuamente. La normalidad se impuso y la normalización fue buscada desesperadamente. Ser parte de ellos y como ellos se convirtió en una consigna triunfadora. Casi sin darnos cuenta y abruptamente, llegamos a la excepción. Una excepción recurrente y que se empieza a convertir en regla.
    • La palabra clave sigue siendo memoria y es necesario construirla sobre sólidos fundamentos. En estos días hay tiempo para pensar, para reflexionar, para leer. No se encuentra lo que no se busca. He hecho un esfuerzo por repasar literatura periodística, científica e histórica sobre la crisis del 2008. Hay mucho escrito, mucho. Quiero subrayar algunos libros que me parecen interesantes para este momento. El primero, el de Naomi Klein, La doctrina del shock; después volví a leer la memorias de Varoufakis, Comportarse como adultos. Manejé los sesudos análisis de la Teoría Monetaria Moderna empezando por Stuart Medina; el libro de memorias de Zapatero y, para situarme bien en el contexto, El director de David Jiménez. No me quiero olvidar de La crisis del año 8 de Juan Ramón Capella y Miguel Ángel Lorente.
    • Tenemos que pensar históricamente e intentar combinar el ciclo corto con el largo. No es una tarea fácil, pero hay que intentarlo sabiendo que es un quehacer colectivo que parte de un debate más general y generalista. Para intentar entender lo que está pasando es bueno empezar con algunas ideas previas. La primera, el coronavirus ha sido el desencadenante catastrófico de una crisis que estaba ya latente en la economía capitalista global. Desde hacía meses se sabía que estábamos llegando a una crisis económico financiera. Lo que no sabíamos era donde aparecería el “cisne negro”. La segunda, el coronavirus da una dimensión nueva e inédita a la crisis del capitalismo. El metabolismo entre la sociedad de los humanos y el medio se está quebrando y por su sector más frágil, el agroalimentario. Los especialistas venían llamando la atención sobre estos fenómenos y, al final, han llegado. La tercera, esta crisis engarza y le da sentido a elementos que antes andaban sueltos; me refiero, fundamentalmente, a la gran transición geopolítica y a la lucha por la hegemonía entre las grandes potencias. Un dato nuevo y distinto: el centro de gravedad del mundo tiende —después de 500 años— hacia Oriente; es decir, se pone fin al dominio de la geocultura de Occidente.
    • Hablar de crisis significa también hablar de correlaciones de fuerzas y de poder. Olvidar esto es perderse y nunca más encontrarse. En esto tampoco deberíamos engañarnos: los costes sociales de las crisis en el capitalismo siempre son asimétricos y golpean más a los más débiles, a los que viven de vender su fuerza de trabajo. La clave no está en un posible y deseable reparto equitativo de las consecuencias de la crisis, sino en paliar sus efectos más negativos y generar un modelo social y político más justo e igualitario. El verdadero escudo social ante la crisis consiste en construir desde la misma unas nuevas relaciones de poder que den más peso a las clases trabajadoras, garanticen los derechos sociales fundamentales y cambien las conexiones entre la economía y la sociedad. Esto no se hizo en la anterior crisis, sino más bien, al contrario, se produjo un uso capitalista de la crisis para golpear sistemáticamente a los derechos laborales, sindicales y sociales. 
    • ¿Cómo fue posible este uso capitalista de la crisis? Se podría explicar así, convertir el estado de necesidad en Estado de excepción. Aquí es donde aparece la Unión Europea. Las crisis siempre desvelan a los poderes reales. Es la vieja pregunta sobre el soberano. Antes, la última ratio acaba anudando poderes fácticos con ruido de sables. Hoy las razones últimas se toman en lugares más lejanos y por una tecnocracia político-económica aparentemente neutral. La Unión Europea fue construida para esto, para despolitizar la economía y garantizar el poder omnímodo del capital. Decisión y democracia se separaron y el autogobierno de las poblaciones se convirtió en una idea zombi. ¿Quién impone el Estado de excepción? La Unión Europea y sus instituciones. Lo veremos muy pronto. 
    • Hay que intentar ver esta crisis, como las otras, en dos momentos: el primero, el control político de la misma y el segundo, las medidas de recuperación o de reconstrucción. Ambas están íntimamente relacionadas. El gobierno PSOE-UP se está esforzando por apoyar a los sectores más débiles, a los previsiblemente más golpeados por la pandemia y por la paralización del sistema productivo del país. Se ha notado una falta de coordinación, de anticipación y la carencia de una unidad de reflexión y acción estratégica. Por lo demás, no muy diferente a otros países de nuestro entorno que no vieron sus dimensiones; conviene señalarlo. La UE —ya pasó la otra vez— aparentemente permite la “cláusula de escape” para los países en relación a los viejos criterios de Maastricht, el Banco Central Europeo puso en marcha una línea fuerte de más de 750 mil millones para comprar en el mercado secundario deuda pública y privada. El encontronazo norte-sur (básicamente, Holanda y Alemania) tuvo que ver con la carencia de políticas específicas de la UE. Ya sabemos tres cosas: no habrá mutualización de la deuda, no habrá monetización de la misma y, como prevé el Tratado del MEDE, la financiación será condicionada. Queda por saber cuáles serán éstas condiciones. Los nuevos mecanismos, como el SURE, están por diseñar y aprobar. Una cosa parece clara, su insuficiencia ante la enorme gravedad de los problemas que la pandemia conlleva. El estado de necesidad se agravará enormemente en las próximas semanas.
    • La coyuntura política está marcada por el conflicto y la polarización que el confinamiento apenas oculta. Las derechas, desatadas desde el primer día en una pugna por ver quién descalifica de peor manera al gobierno. Se han llegado a proponer nada sutiles golpes de fuerza. Esto continuará y estamos solo en el principio. El debate parece ser la figura de Pablo Iglesias y el relevante poder de UP. Hay que tener cuidado, que el dedo no oculte la luna porque la fuerza viene del sol. Lo que hay verdaderamente detrás son los poderes fácticos, la trama que está ya marcando el territorio para la segunda fase; es decir, para las medidas a tomar cuando se controle la pandemia. Repito, primera y segunda fase están unidas. Sobredimensionar a Pablo Iglesias y a UP es parte de una estrategia, su objetivo es Pedro Sánchez. Lo poderes lo saben. Ahora de lo que se trata es de romper el gobierno para debilitar la posición del presidente y que se “ablande” y se avenga a unos nuevos “Pactos de la Moncloa” y, si es posible, un gobierno de concentración con el PP, apoyado por lo que queda de Ciudadanos. Vox, presumiblemente, no obstaculizaría esta operación.
    • No es este el momento para analizar qué fueron los Pactos de la Moncloa. Son parte del imaginario social que legitimó durante años la transición política, norma fundante del Régimen del 78. ¿Qué significaría aquí y ahora, unos pactos programáticos entre el PP y el PSOE? Pura y simplemente un (re)cambio del modelo constitucional y social del país, la liquidación del ya debilitado Estado del bienestar y dejar el control de nuestra economía a los poderes que mandan en la UE. Es decir, iríamos a una colonización de España, al fin de su soberanía popular y a la derrota histórica de las clases trabajadoras. ¿Juicio excesivo? ¿Hipótesis catastrófica? No lo creo, ya lo hemos vivido y la crudeza del debate político lo anuncia. Es más, con una población confinada, con una esfera pública limitada y con un estado de necesidad que hace del miedo y de la inseguridad una doble piel, los peligros se incrementan mucho. El Palacio, el Estado profundo, la trama nunca cejan y están siempre ahí para conservar el poder, para incrementarlo y hacer de la crisis un instrumento para perpetuarse. No sería nada nuevo en nuestra historia. La oligarquía financiero-empresarial persevera e intenta imponerse siempre. Hay una cuestión que no se debe olvidar: la crisis de la casa de los Borbones. En la constitución material de nuestro país, la monarquía es una figura determinante y, como vemos cada día, inexpugnable. Es el centro aglutinador del bloque de poder y de las instituciones del Estado. Su crisis, en este contexto, enciende todas las alarmas.
    • El poder, los poderes, están en disputa y habrá una enorme batalla política, social y cultural en los próximos meses. El enfrentamiento decisivo será una vez más en la Unión Europea; allí se tomaran las decisiones fundamentales y se determinará nuestro futuro, lejos del control de la opinión pública, con un lenguaje ininteligible para la mayorías y, lo decisivo, impuesto a la soberanía popular.  La atmósfera de solidaridad que hoy impera en los sectores populares refleja los deseos de unidad de nuestro pueblo. La sanidad es ya un bien público y un derecho consolidado en el conjunto de la población. Ahora tenemos que ir más lejos, reivindicar una educación pública de calidad y gratuita; hacer constitucionalmente exigibles los derechos laborales, sindicales y sociales fundamentales, empezando por el derecho al trabajo y a un salario digno. Si algo nos enseñan todas las crisis es que hay que reivindicar con fuerza un programa claro, alternativo y posible; buscar el consenso popular y reconstruir sobre él patria, pueblo y soberanía.
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    Cuidado con un Pacto de la Moncloa

    https://www.cuartopoder.es/ideas/2020/04/04/entrevista-julio-anguita-reedicion-pactos-moncloa-mal-pasar-trabajadores/
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    La intervención masiva de los bancos centrales tiene truco

    JUAN TORRES LÓPEZ

    La intervención masiva de los bancos centrales tiene truco

    En el año 2001 la economía japonesa se encontraba por los suelos y el Banco de Japón respondió poniendo en marcha un plan de acción billonario con el fin de impulsarla. Consistía en realizar compras masivas de activos financieros (acciones, bonos privados o públicos…) que estaban en poder de los bancos comerciales. La actuación se denominó Quantitative Easing (QE) o Expansión Cuantitativa, aunque también se la conoció después como Flexibilización Cuantitativa. Tras ganar las elecciones en 2012, el primer ministro Shinzo Abe ordenó al Banco de Japón que las volviera a llevar a cabo.

    La Reserva Federal inició su Expansión Cuantitativa en 2008, con un programa de compras verdaderamente colosal. Sólo en los primeros ocho meses de ese año creó más dinero para comprar activos de los bancos que habían provocado la crisis (940.000 millones de dólares) que todo el que había creado en los cincuenta años anteriores (840.000 millones) para que funcionara la economía. En los siguientes cinco años se gastó casi cuatro billones de dólares en esas mismas operaciones. En 2018 volvió a poner en marcha otro programa semejante y en 2009 ya consideró que esa sería una forma permanente de actuación para evitar que las bolsas, cada vez más inestables y peligrosas, se vinieran abajo. Hace unos días, cuando se percibió que la pandemia del coronavirus provocaría un problema económico gravísimo, se anunció otro nuevo programa masivo de compras. Primero de 700.000 millones de dólares, pero enseguida «por cantidad ilimitada».

    El Banco de Inglaterra también ha realizado este tipo de compras masivas desde 2009, por valor de un billón de libras desde ese año, y ha anunciado nuevas operaciones por valor de 645.000 millones para hacer frente a los efectos del coronavirus.

    En julio de 2012, en medio de grandes ataques de los fondos especulativos a las economías europeas más afectadas por la crisis, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se convirtió en el gran héroe de la Expansión Cuantitativa.  El 26 de julio compareció ante la prensa y se limitó a decir: «El BCE está dispuesto a hacer lo que haga falta para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Con esas pocas palabras paró en seco los ataques y elevó a los cielos la consideración de estas políticas. Todo el mundo lo aplaudió pero yo me pregunté en un artículo si no sería más lógico juzgarlo por no haberlo hecho antes.

    Más tarde, en 2015, el Banco Central Europeo ya asumió la expansión como un programa permanente y desde entonces ha realizado compras por unos 3,5 billones de euros. También ahora, como los demás bancos centrales, volverá a gastar, de entrada, 750.000 millones de euros en comprar títulos para combatir los efectos de la pandemia.

    Todos esos datos muestran que los bancos centrales tienen una capacidad de crear dinero ilimitada y que la han utilizado cuando lo han creído necesario. ¿Con qué objetivo? El Banco Central Europeo lo explica muy claramente en su web:

    «El Banco Central Europeo compra bonos a los bancos… lo que incrementa el precio de esos bonos y genera dinero en el sistema bancario… En consecuencia, muchos tipos de interés se reducen y los préstamos se abaratan… lo que permite a empresas y particulares solicitar más préstamos y pagar menos por sus deudas… Como resultado, el consumo y la inversión reciben un impulso… El aumento del consumo y de la inversión fomentan el crecimiento económico y la creación de empleo».

    La justificación es buena y cualquiera que la lea se apuntaría sin reservas a este tipo de programas de expansión cuantitativa de los bancos centrales. El problema es que las cosas no funcionan realmente como dice esa cita del Banco Central Europeo y que sus efectos son bastante diferentes a los que proclaman sus impulsores.

    No se puede negar que puntalmente han servido para impedir que se hundan las bolsas, que hayan caído economías enteras (como algunas europeas gracias a la intervención de Draghi) o para reactivar en alguna medida el crédito. Lo que ocurre es que eso no es todo lo que producen ni ha ocurrido siempre así.

    ¿Hemos de dar la enhorabuena a los bancos centrales por actuar de bomberos en las bolsas, cuando en realidad son quienes permiten que allí se produzcan incendios constantemente?

    ¿Aplaudimos a los bancos centrales por salvar, como Draghi, a las economías, cuando en realidad son quienes permiten que haya movimientos especulativos que las amenazan cuando ven la oportunidad?

    ¿Hay que felicitar a los bancos centrales porque le den dinero a mansalva a los bancos para que financien a la economía, cuando les están permitiendo que actúen como auténticos zombis y cuando esa financiación podrían proporcionarla mucho más barata ellos mismos?

    Las compras masivas de títulos por los bancos centrales tiene otra cara de la que apenas se habla. Esconden, como si de un truco se tratara, que no son la mejor forma de hacer política económica y que benefician casi exclusivamente a los más ricos.

    La mejor prueba de su fracaso es que sus diseñadores las concibieron como una solución temporal y de emergencia y, sin embargo, se han convertido en permanentes y cada vez más cuantiosas.

    No voy a negar que realizar ese tipo de intervenciones de forma puntal sea necesario y positivo. Eso es evidente. Lo preocupante es que esos programas de compras masivas se están convirtiendo en una constante que tiene consecuencias bastante negativas, como ya se ha podido poner de manifiesto en investigaciones científicas, una vez que ha pasado algún tiempo desde que empezaron a realizarse.

    Así, al aumentar la cantidad de dinero, reducen los tipos de interés, algo que no es necesariamente siempre bueno. Por ejemplo, porque las compras masivas hacen más rentables los activos de mayor riesgo, de modo que en realidad aumentan la peligrosidad de las bolsas, obligando a que los bancos centrales tengan que volver a hacer nuevas compras. También, producen desórdenes en los mercados de divisas que perjudican al comercio internacional. Algunos ven positivo que estas operaciones suban el precio de la vivienda y que así parezca que disminuye la desigualdad porque sube el valor de la riqueza de las familias propietarias, pero, por otro lado, dificultan que puedan disfrutarla los grupos sociales de menos renta. Y, lo que es quizá más grave, el dinero que ponen en manos de los bancos no va directamente a financiar a la economía. En gran parte ha servido para que acumulen nuevos activos, que luego van vendiendo de nuevo a los bancos centrales.

    No es cierto, tampoco, que la inversión y el consumo dependan solo del interés de los créditos, como hemos visto que supone el Banco Central Europeo para justificar las compras masivas. Dependen, sobre todo, de otras circunstancia que tienen que ver más con la economía real que con la financiera. Lo que sí hacen los tipos de interés demasiado bajos es estimular la deuda que es, ¡qué casualidad!, el negocio de la banca.

    El corolario de todo eso es que las intervenciones masivas de los bancos centrales para comprar títulos financieros han ayudado decisivamente a que aumente la desigualdad en los últimos años. Con ellas se busca, como hemos visto, que no se hunda su precio cuando cae después de que las operaciones especulativas lo hayan elevado artificialmente, y eso lógicamente beneficia a sus propietarios y no precisamente a la mayoría de la población: en Estados Unidos el 80% de los títulos los posee el 10% más rico y, a nivel mundial, el 50% de los activos financieros está en manos de quienes tienen más un millón de dólares de patrimonio, según el informe anual del Boston Consulting Group. Por tanto, los grandes beneficiarios de esas compras masivas que realizan los bancos centrales, como ahora en medio de la pandemia, son las personas más ricas.

    Se ha demostrado que en Japón «sólo beneficia a los grupos de rentas más elevadas y que amplia la brecha entre estos y los demás». En Estados Unidos también se ha comprobado que la Expansión Cuantitativa aumenta la desigualdad, al menos, en un 25%. El Banco de Inglaterra argumenta que el efecto de su Expansión Cuantitativa fue bueno porque conservó el empleo y que la desigualdad era ya de por sí alta pero lo cierto es que, en Inglaterra, la renta del 10% de los hogares más pobres aumentó 3.000 libras y la del 10% más rico 350.000 en el periodo en el que la llevó a cabo. El Banco Central Europeo también sostiene que su expansión cuantitativa disminuye la desigualdad porque aumenta el empleo y aumenta ligeramente el precio de la vivienda. Un argumento que es bastante falaz. Si esa política monetaria expansiva fuese realmente la que es capaz de aumentar el empleo no se entiende que se siga sin incluir el objetivo de aumentarlo entre los del banco central. Y, en todo caso, algún trabajo empírico ha demostrado que el efecto principal de la expansión es el aumento de los precios de los activos que es el que aumenta la desigualdad y no el de impulsar la economía.

    Al volver a realizar compras masivas de títulos financieros con la excusa de luchar ahora contra la pandemia, los bancos contrales vuelven a hacer ilusionismo delante de nuestras narices. Van a conseguir lo que ya consiguieron en momentos anterior: salvar a los grandes propietarios de riqueza financiera y a los bancos impulsando la generación de deuda que es el único motor que saben poner en marcha para movilizar a la economía. Algo tan peligroso como arrancar un coche poniéndole un misil en el tubo de escape.

    Es hora de acabar con el truco. En lugar de darle el dinero a los bancos, a los fondos especulativos y a los grandes propietarios de riqueza financiera, los bancos centrales deben ponerlo directamente en manos de quien lo gasta en crear riqueza y empleo y no en especular. Y mucho más ahora, en medio de una emergencia sanitaria que quizá se convierta en económica poco después.

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    Desde el Socialismo, pensando en la crisis y en soluciones

    Desde el Socialismo, pensando en la crisis y en soluciones

    Carlos Martinez es secretario general del Partido Socialista libre Federación

    Antes de estallar la crisis social, económica y sanitaria, luego política e internacional ya en los EE.UU y Gran Bretaña había saltado el debate sobre el socialismo como solución a la precariedad, la tremenda debilidad de los servicios públicos y el precariado, al igual que la debilitación del salario y del concepto TRABAJO, la uberización de la economía y la calidad cada vez peor de nuestras democracias liberales, incapaces de encontrar una salida social a la crisis de 2008 y tan solo neoliberal. Una sociedad cada vez más desigual a la vez que cada vez más cerca del desastre climático. Ante estos retos Jeremy Corbyn y Bernie Sanders hablan abiertamente de socialismo.

    En el estado español por culpa del liberal Felipe González y sus constantes retrocesos y renuncias el noble concepto e idea de socialismo había sido arrastrado por el barro, debido a la colaboración con las patronales, la banca y con la dinastía reinante. Lo que además posibilita la participación del PSOE en los pactos de la Moncloa con la opinión en contra de la UGT. Estos hechos devalúan en España la palabra socialismo hasta límites insospechados para un marxista socialista (Como lo eran Pablo Iglesias, Largo Caballero o Rodolfo LLopis) y hacen que el pueblo español identifique socialismo con poco más que gestión del capitalismo, tal vez más humana y liberal en lugar de construir una sociedad nueva, sin clases sociales, con reparto de la riqueza (no asunción de la misma exclusivamente por el estado) y la propiedad colectiva de los medios de producción y de consumo. Por otro lado también el estalinismo le hizo y le hace un maldito favor a la palabra socialismo.

    Aclarada nuevamente esta cuestión, en varias sociedades anglosajonas se vuelve a plantear en nuestros días la necesidad del socialismo al objeto de con métodos democráticos volver al estado social, los derechos humanos, sociales, laborales, de sexo e igualdad y ecológicos y de ahí avanzar hacia el reparto de la riqueza. Una sociedad avanzada y que avance hacia el socialismo, porque el socialismo es un camino. Con la que está cayendo, el populismo aunque sea progresista y el socioliberalismo no tiene nada nuevo que aportar y son el pasado.

    El capitalismo y sus pensadores, que sí que son conscientes de lo que puede llegar ante  los previsibles cambios que esta crisis-pandemia va a desatar, si entra de lleno en el debate y en la lucha y Trump es su principal ariete. Bolsonaro, La Liga Norte, el Front National francés, el monárquico VOX o partidos integristas polacos, húngaros u holandeses entre otros no son sino unas marionetas que se utilizan en beneficio de sus intereses y de los de Trump. Por tanto la respuesta a las extremas derechas no es salvar el liberalismo, es anteponer el socialismo como algo imprescindible para conquistar derechos y libertades y no permitir el avance o la solución a la crisis del coronavirus con la extensión de la miseria, la ausencia de libertad y la liquidación de las conquistas históricas de la clase obrera. Los sectores más inteligentes del capitalismo español, en cambio, proponen ahora una reedición de los Pactos de la Moncloa, es decir un plan de ajuste, que será duro y anti-obrero como decíamos antes, pero consensuado. Cuando las derechas hablan de pactos, lo hacen para recortar, advertimos.

    Las extremas derechas son brutales, sus críticas al gobierno Sánchez-Iglesias son de no tener vergüenza, ni principios, con un cúmulo de mentiras y una chula desfachatez plagada de demagogia. Pero claro el Gobierno no se lo pone difícil. Lo cierto es que el objetivo de las derechas es condicionar al gobierno, defender la monarquía y alcanzar un ajuste duro post-pandemia duro, con guante de terciopelo.

    Por tanto, incluso con grandes dosis de realismo y de fabianismo gradual, pero la reivindicación socialista es la única forma de frenar a estos energúmenos. Lo realista es plantearse en el caso español, medidas necesarias y volver a la senda de las nacionalizaciones, revertir todo lo privatizado a público. Crear una potente banca pública, no poner todos los millones de las ayudas a vivienda, autónomos, pymes y alquileres en manos de los bancos privados, donde el ICO vuelve a ser la misma mierda que ideo Solchaga, el ministro ultraliberal de González, que pone -el ICO-un dinero que no gestiona y encima los muy taimados bancos, se hacen publicidad. A esto hemos de añadir algo, no pagar la deuda. La deuda es impagable, es injusta y no se puede, no se podrá pagar jamás. Es una cadena al cuello de las clases populares y la excusa perfecta para los conservadores liberales al objeto de aplicar recortes.

    El socialismo aspira, defiende el reparto de la riqueza y hay dinero para todo. Mucho dinero. Juan Torres amigo y gran economista nos lo ha recordado estos días en magníficos artículos. Pero donde está el dinero. Esa es la cuestión. Estos días, el PP, VOX, Cs lo piden todo y dinero para todas y todos, vamos para algunos en realidad, pero a la vez no pagar impuestos. La CEOE después de haber deslocalizado la industria española junto con la Unión Europea, exige no pagar impuestos. Nadie va a pagar impuestos, excepto los que tenemos y seguimos teniendo una nómina. Solo una nómina y curiosamente la mayoría no nos negamos. Pero que ocurre con el dinero ¿Dónde está el dinero? Sencillo los ricos y las multinacionales llevan ya muchos años sin pagar impuestos reales por sus beneficios. Bancos españoles, grandes fortunas españolas, dineros de la corrupción sea coronada o no y el dinero de las mafias de la droga, la prostitución y las armas opera en Paraísos Fiscales y por tanto evade impuestos a lo bestia. Pero es que en la UE, en el reino de España hay otra fórmula de evadir impuestos y son las SICAV unas sociedades de inversión, en realidad una fórmula de paraíso fiscal legal que debiera ser inmediatamente derogada, si hay vergüenza y valentía. Luego la solución no serán los pactos de la Moncloa II, sino suprimir los paraísos fiscales, las SICAV y hacer las nacionalizaciones imprescindibles.

    Todo esto y muchas más cosas son reflexiones y propuestas de un socialista que todas y todos los socialistas debiéramos no solo decir, sino implementar, es decir, llevar a la práctica.

    Por culpa de las SICAV, los paraísos fiscales, la corrupción política, real, de los grandes defraudadores y especuladores de capital, amén de las mafias, al no tocarse sus capitales hubo que recortar en sanidad, educación, pensiones…

    Por tanto la reivindicación del socialismo nuevamente debe regresar, nuevamente ha regresado. Al igual que un fuerte movimiento republicano. Si no proponemos medidas políticas de cambio real no podremos conquistar los corazones de tanta gente que sufre, va a quedar parada o que ha perdido toda esperanza. Lo primero, como queremos repartir, hemos de decir que hay dinero, donde está y exigir que lo devuelvan, desde la realeza a las grandes empresas y bancos.

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  • I no seria millor deixar les criatures una mica en pau?

    I no seria millor deixar les criatures una mica en pau?

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    Cuando llegue la ira

    Lluìs Rabell

    Cuando llegue la ira

    No, esto no es oposición. Lo que, frente al gobierno de Pedro Sánchez, están haciendo Casado y la extrema derecha, por un lado, y el nacionalismo catalán por otro, no merece tal calificativo. Me atrevo a decirlo desde la experiencia, breve pero intensa, de lo que fue una oposición de izquierdas en el Parlament de Catalunya durante la anterior legislatura. No hay buen gobierno sin una oposición temible, decía Disraeli. Es cierto. En una democracia, la oposición fiscaliza la acción del gobierno, la escudriña. El sentido de su crítica, sin embargo, es mostrar a la opinión pública que hay alternativas. Y fuerzas dispuestas a ponerlas en práctica: en una futura alternancia el día de mañana, por supuesto; pero también en lo inmediato, enmendando o modulando las políticas del ejecutivo. Dicho de otro modo: la oposición critica y propone. Pero también debe ser capaz de negociar y llegar a acuerdos con el gobierno que combate. La lealtad institucional y la responsabilidad ante el conjunto de la ciudadanía dan la medida de la calidad democrática de una oposición. La que practican estos días PP, Vox e independentistas carece por completo de esos atributos.

    Que el gobierno cometa errores en la gestión de la epidemia parece inevitable. Nadie tiene un manual para enfrentar de modo infalible una crisis de tales proporciones y tan múltiples facetas. Cada decreto adoptado tiene más implicaciones de las previstas. Lo hemos constatado en todo lo referente al parón de la actividad productiva, a la situación de las empresas – ¿cuántas pyme sucumbirán a pesar de las disposiciones adoptadas? -, de autónomos y trabajadores – con numerosos colectivos precarios e incluso indetectables por los radares de la administración. Lo vemos en cuanto al pago de alquileres o hipotecas por parte de familias que se quedan sin ingresos. Cada decisión genera casuísticas que deben ser abordadas con nuevas medidas urgentes por el consejo de ministros… cuando aún no se ha secado la tinta del último BOE. ¿Quiere esto decir que no hay lugar para la crítica? Todo lo contrario. Desconfiemos de la aparente eficacia de las dictaduras. Una burocracia autoritaria como la de Pequín no constituye un modelo que favorezca el flujo de información, ni los tanteos y discusiones que se requieren para construir un conocimiento avanzado y operativo. Como sucedió en Wuhan, esos regímenes tienden a reprimir a los voceros de aquello que no entienden o les perturba. Y, si bien son capaces de movilizar grandes recursos cuando el problema les estalla en la cara, no acostumbran a actuar con la transparencia necesaria, preocupados ante todo por su estabilidad y el mantenimiento de un férreo control sobre la población. Con toda su complejidad y la necesidad de constantes ajustes, una democracia federal sigue siendo el sistema de gobernanza más adecuado para que una sociedad como la nuestra encare un desafío de esta magnitud. En ese sentido, la crítica de la oposición no sólo es un derecho democrático, sino un deber: señalar aquello que no funciona, lo que urge mejorar, hacer propuestas… representa una inestimable contribución al buen gobierno. Ahora bien, en una situación de emergencia nacional, la crítica debe ser temperada por el sentido de la utilidad pública. En estos momentos, la prioridad debería ser atajar la epidemia, primando la cooperación entre instituciones – centrales, autonómicas, locales –  y fuerzas políticas para lograrlo. Tiempo habrá para evaluar lo sucedido y sacar conclusiones.

    Pero no está en esa onda la oposición. “A diferencia de Cs, que finalmente ha encontrado un tono mesurado – escribe Joaquim Coll en “El periódico” -, el PP quiere sacar partido de las dramáticas circunstancias a las que se enfrenta un Gobierno desbordado. Casado (…) sigue compitiendo con Vox en el liderazgo de la línea dura”. En realidad, esa línea de actuación, como la del secesionismo, trata de hacer olvidar el pasado y especula con el futuro. La crisis sanitaria ha puesto al desnudo los efectos de las políticas de austeridad sobre los servicios públicos y las redes asistenciales, desde los hospitales hasta las residencias de ancianos. ¿Se pedirán cuentas por ello? Lo cierto es que el panorama socioeconómico que nos deje la pandemia puede ser asolador. Sobre todo si Europa no está a la altura y, en lugar de una deuda mutualizada, acaba proponiendo un memorándum. Vendrán tiempos de ira social, y la derecha cuenta con ello. El gobierno de coalición se está entregando a fondo, es indiscutible. Pero la angustiosa situación en que amplias franjas de la población se encontrarán dentro de unos meses no será la más propicia para un balance sereno. El lenguaje desmedido que emplea hoy la oposición pretende anticipar esos estados de ánimo para formatearlos e imprimirles una dirección determinada. El gobierno no sólo es “inepto”, sino directamente “culpable” del sufrimiento de la gente. Algunos apuntan incluso a su responsabilidad penal. “Esto ocurre porque Catalunya no es independiente; quienes se oponen a la República cargarán en su conciencia con millares de muertes”, repiten los agitadores del nacionalismo radical, redondeando así el relato de la propia Generalitat. No son meros excesos retóricos. Se están esparciendo semillas de odio, que podrían fructificar en el campo abonado de la desazón social. Las derechas, en Madrid como en Barcelona, esperan recuperar o mantener el poder azuzando miedos, prejuicios y sentimientos de agravio. La izquierda debe ser plenamente consciente de lo que se avecina y actuar en consecuencia. Ahora, activando todas las medidas de contención a su alcance. Mañana, atreviéndose a proponer unas transformaciones económicas, sociales y medioambientales que, hace apenas unos meses, casi hubiesen podido antojarse como un “programa máximo”. Vienen tiempos de enconadas luchas entre las clases.

    Lluís Rabell

    31/03/2020

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    Declaración Socialismo21

    Declaración Socialismo21

    Con la defensa de la sanidad pública y la acción solidaria venceremos el Covid-19 ¡Por el cambio de rumbo y la superación del capitalismo neoliberal!

    La pandemia del Covid-19 ha puesto al desnudo el fracaso y perversión del capitalismo global. Su incapacidad para organizar una rápida, coordinada y efectiva respuesta a la expansión del virus, y atender debidamente a las personas contagiadas, quedarán grabados en la historia y conciencia de la clase trabajadora y del conjunto de la humanidad. El actual sistema dominante, levantado sobre la exaltación del mercado contra la intervención del Estado, la primacía de lo privado frente a lo público y el estímulo del consumismo, ha estallado y está condenado a desaparecer.

    El uso de la salud como una mercancía en la globalización capitalista ha significado el abandono y recorte de los sistemas públicos sanitarios, su progresiva privatización y el debilitamiento de la investigación pública en medicinas y vacunas. En España hay que añadir la ausencia de una verdadera industria pública de productos farmacéuticos, de protección sanitaria, y la modesta e insuficiente fabricación privada de respiradores, etc.

    Los efectos terribles de la primera ola de la pandemia en la salud y vida de los seres humanos son un anticipo de la grave crisis económica y social en gestación, como consecuencia de las medidas de confinamiento de la población y del paro productivo en importantes sectores de la industria y servicios, agravada en el caso de España por el desplome del sector turístico que representaba en 2019 el 15% del PIB.

    La dimensión de esta crisis económica y social dependerá de la duración de la primera ola de la pandemia, de la obtención de la vacuna que facilite la inmunidad de la población ante las siguientes olas pandémicas, pero también de las características y efectividad de las medidas económicas que se pongan en marcha para reforzar la sanidad pública, evitar la quiebra de numerosas empresas, de medidas laborales para impedir los despidos, la derogación de las reformas laborales que precarizan el empleo. También del gasto social para cubrir las prestaciones de desempleo, alquiler, o de una renta garantizada o básica que permita cubrir las necesidades a las personas y familias en situación de vulnerabilidad.

    Otros factores para evaluar la dimensión y profundidad de esta crisis son los altos niveles de endeudamiento público-privado internacional, que superan el triple del PIB mundial, el gran peso de los fondos y negocios especulativos, y las crecientes tensiones geopolíticas que afectan al comercio internacional.

    La Unión Europea muestra su incapacidad e insolidaridad ante la pandemia

    Las imágenes de la solidaridad de China y Cuba en medios de protección sanitaria, de equipos médicos, ha puesto de relieve ante la población de los países europeos más afectados por la pandemia, Italia y España, la ausencia de la Unión Europea y de sus instituciones en un tema tan sensible y vital como la asistencia sanitaria.

    El anuncio por el Consejo de gobierno del BCE de un plan de compra de activos públicos y privados por un valor de 750.000 millones de euros, así como la propuesta de la Comisión Europea de suspender las reglas del Pacto de Estabilidad que afectan a los objetivos de techo de gasto, déficit público y deuda, calmaron por el momento la indignación de los gobiernos de Francia e Italia ante las primeras declaraciones inmovilistas de su directora Christine Lagarde.

    Muy preocupados ante la dimensión de la crisis que se avecina, diversos presidentes de gobierno de la UE han reclamado públicamente mas medidas efectivas, especialmente la puesta en marcha de los eurobonos, en esta ocasión bautizados como “coronabonos”, una prestación de desempleo europea, etc. Sin embargo, la negativa de Alemania, Holanda, Austria y Finlandia, etc., a contribuir solidariamente con su riqueza acumulada desde la creación del euro a través de superávits comerciales enormes, condena a los países con crisis de deuda a recurrir al fondo de rescate MEDE, qué en caso de no modificarse las condiciones para su acceso, aboca a las graves medidas de recortes del gasto social y privatizaciones sufrida por el pueblo griego. Mientras, persiste la división entre los gobiernos de la UE para aprobar un proyecto de presupuesto en 2020 que contribuya a redistribuir la riqueza entre los países miembros, reduciendo las desigualdades y efectos negativos de los desequilibrios comerciales.

    La adhesión de algunos gobiernos de la UE, a la propuesta de la OCDE de un Plan Marshall para afrontar la crisis de la pandemia, tampoco garantiza su puesta en marcha y la dimensión necesaria para que sea eficaz. Mientras, los gobiernos de Alemania y Estados Unidos adoptan medidas económicas expansivas y de capacidad de deuda para atender sus necesidades presentes y futuras. Ciertamente, consiguieron por el momento detener la caída de las bolsas, pero la recuperación ha sido insuficiente. Si la pandemia persiste en el tiempo y se extiende de manera incontrolada a todo el planeta, la dimensión de la crisis económica como ya anuncian diversos gabinetes de instituciones financieras puede superar la reciente depresión de 2008, cuyo desencadenante fue financiero y ahora se combinan los desequilibrios financieros con la actividad real.

    Todo indica que los dirigentes capitalistas van a afrontar la crisis inundando los mercados de liquidez para evitar un colapso económico y financiero. Pero no por ello dejará de hundirse gran parte del aparato productivo, aquejado por la debilidad de la actividad y la demanda y por la falta de rentabilidad y solvencia de muchas empresas. Por otro lado, la política monetaria ya viene siendo inoperante y sobre el gran endeudamiento general existente, las masivas inyecciones de liquidez previstas inflarán todavía más la burbuja financiera, lo que pasará factura en el futuro, quizás muy pronto, en el contexto de un capitalismo en descomposición.

    Sin respuesta solidaria desde las instituciones de la UE, los estados tienen que recuperar la soberanía económica, como en la práctica están gestionando la crisis sanitaria de la pandemia del Covid-19.

    Cuanto más tarden los gobiernos de la UE en adoptar medidas efectivas, la crisis no solo amenazará la economía, también la legitimidad de sus instituciones ante la mayoría social con una intensidad de indignación que puede expresarse en revueltas ciudadanas que superen la acción de los “chalecos amarillos” en Francia.

    La dimensión económica, social y política de la crisis del coronavirus en España

    Los efectos de esta crisis en el estado español impactan sobre un modelo económico del país con graves desequilibrios e insuficiencias, resultado de las políticas de los gobiernos pasados que facilitaron por activa o pasiva la desindustrialización, deslocalización de empresas, deterioro de la capacidad agrícola y ganadera, elevado peso del turismo, etc., como consecuencia de aplicar las políticas neoliberales de la Unión Europea, el Tratado de Maastricht y el Pacto de estabilidad. La renuncia a la soberanía económica con la implantación de la moneda única el euro disparó el déficit comercial y la deuda privada exterior. La sumisión ante las políticas de ajuste y austeridad de la UE y el BCE que modificaron la Constitución española con el artº 135, y sirvieron para imponer graves recortes sociales, en salud y educación, la contrarreforma de las pensiones públicas en 2011, la contrarreforma laboral en 2012, etc.

    Como consecuencia de dichas políticas neoliberales y austericidas, en la actualidad la deuda público-privada del estado español alcanza niveles históricos, el desempleo afecta a 3,12 millones de trabajadores/as (tasa 13,7%), donde 5,12 millones de trabajadores/as tienen contrato temporal (26,1) y 2,9 millones contratos a tiempo parcial (14,8%), con tasa de pobreza laboral muy alta el 13%. Además, la pobreza golpea gravemente a la sociedad española con 12 millones de personas en riesgo de pobreza (26,1% según la tasa AROPE) y 2,5 millones sufren intensa exclusión social o pobreza severa (5,4%), además de cientos de miles de desahucios. Es sobre esta crítica realidad económica y social donde va a diluviar la nueva crisis económica del capitalismo mundial.

    La combinación de los efectos sociales de la pandemia con el estallido del escándalo de corrupción multimillonaria del rey emérito Juan Carlos, ha puesto en cuestión al régimen de la monarquía ante amplísimos sectores sociales. La solución a la crisis política, que se irá agravando al compás del desarrollo de la crisis económica y la aparición de nuevas informaciones sobre dicho escándalo, pasa por la ruptura con la monarquía y el llamado a un proceso constituyente que abra la vía a una Republica social, que recupere la soberanía económica, ponga en el centro de su acción el bien común, y en consecuencia adopte las medidas económicas y sociales que lo garanticen a través de la nacionalización de la banca privada y de los sectores estratégicos, electricidad, gas, agua, telecomunicaciones, la sanidad y educación, los servicios sociales, residencias de ancianos, parque público de vivienda, funerarias, etc. ,que asegure el acceso a dichos servicios a toda la ciudadanía.

    ¿Qué hacer?

    En lo inmediato, el primer objetivo es la victoria sobre el Covid-19. Ello exige la defensa de la sanidad pública, de los recursos suficientes para atender las personas enfermas, y por consiguiente las medidas para intervenir, requisar y nacionalizar los hospitales y clínicas privadas, poner en marcha de manera urgente la producción pública de los materiales de protección sanitaria, instrumental sanitario, medicinas, respiradores, etc. También, es necesaria la mayor solidaridad, responsabilidad y cooperación de la ciudadanía.

    Contra la pandemia ha sido necesaria la acción soberana de España. Para responder a los retos de la crisis económica es urgente recuperar los instrumentos de la soberanía económica, nacionalizar la Banca y sectores estratégicos, y adoptar medidas fiscales a la altura de la emergencia histórica, mediante un impuesto oneroso sobre las grandes fortunas, la reducción drástica del fraude y evasión fiscal, y aumentar la progresividad fiscal.

    Solo desde una fiscalidad suficiente, desde la capacidad de endeudamiento soberano, el impago de la deuda ilegítima, etc., será posible obtener los recursos económicos suficientes para atender el gasto social que permita mantener las prestaciones sociales en desempleo, pensiones públicas, renta garantizada de ciudadanía, así como de las ayudas a las empresas y autónomos para que prosigan su actividad, y de las inversiones necesarias para reconstruir la economía del país sobre un modelo basado en la soberanía alimentaria e industrial, el desarrollo de la investigación, el reequilibrio del sector turístico, la apuesta por la energía renovable, etc.

    Pero de manera urgente, son necesarias medidas que garanticen el trabajo digno mediante la prohibición efectiva de los despidos; la derogación de toda la legislación que ha causado la precariedad y pobreza laboral, empezando en lo inmediato por la derogación de la reforma laboral de 2012; la distribución de la riqueza y el trabajo reduciendo la semana laboral a 30 horas sin disminución del salario; la defensa de las pensiones públicas derogando la reforma de zapatero en 2011 y recuperando la jubilación a os 65 años y emprender el camino de su reducción hasta los 60 años; estableciendo una renta garantizada o básica de mínimos suficiente en el conjunto del estado; prohibiendo desahucios por impago de hipotecas y alquileres, poniendo en marcha un parque público, suficiente y accesible de vivienda de alquiler en condiciones dignas.

    Para impulsar estas medidas, y las que se deriven de la lucha contra el cambio climático, la igualdad de género, la superación de los vaciamientos territoriales con inversiones en la reindustrialización, en la producción agrícola y ganadera de calidad, la capacidad pesquera, etc., es necesaria una potente movilización social y ciudadana con conciencia del reto a que nos enfrentamos, dispuestos a superar todos los obstáculos, vengan de donde vengan.

    No obstante, hay que estar atentos a los discursos engañosos sobre la transitoriedad de la crisis, y sobre todo a los anuncios de una pronta recuperación, cuyo objetivo último es conducir a la ciudadanía a olvidar el gran desastre sobrevenido y a instalarla en la conformidad con el sistema, la austeridad y las recetas neoliberales para superar la catástrofe que ellas mismas han provocado, como si no hubiera ocurrido nada.

    Llamamos a abrir la reflexión y el debate de cómo conquistar los objetivos inmediatos en la defensa de los derechos sociales y laborales. También de como avanzar en las medidas económicas que lo hagan posible, y las tareas para superar un sistema capitalista obsoleto y perverso, poniendo en marcha nuevas relaciones entre los estados y naciones basados en la cooperación desde la igualdad, la solidaridad, la fraternidad y la paz. También, sobre como impulsar los instrumentos sociales y políticos para hacer realidad el cambio de rumbo necesario y superar la dominación del neoliberalismo.

    La resolución del dilema “Socialismo o barbarie” sigue pendiente y se nos presenta de nuevo con urgencia.

    30 de marzo 2020

    Socialismo 21

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